MÁS ALLÁ DE ÍTACA. Apuntes del día después.



Emir Sader publicaba ayer un artículo titulado: "Te estamos mirando, Argentina", advirtiendo lo que implicaría una derrota del FpV a nivel regional y mundial. Todo esto en el marco del reconocimiento de un momento de crisis del pensamiento crítico latinoamericano, después de un período de resistencias extremas del kirchnerismo y el resto de gobiernos que hemos dado en llamar "progresistas". Resistencias corajudas a la embestida populista del neoconservadurismo emergente que ha sabido cobijar todas las broncas, todos los reclamos, todos los anhelos insatisfechos.

Sin embargo, seamos sinceros: el kirchnerismo, y lo que ha parido, es auténticamente una "anomalía" (como decía Ricardo Forster). El milagro son los doce años de rotundos éxitos y sonados y valerosos fracasos de su historia, además de la fortaleza y el empeño de una parte nada despreciable de la sociedad que se mantiene alerta ante los peligros que la acechan, desde adentro y desde afuera.

Claro, no alcanza. Y entonces hay que analizar qué hemos hecho mal. Sin embargo, la autocrítica tiene que venir acompañada de sensatez. Y esa sensatez comienza con el reconocimiento de que lo que ha estado pidiendo una parte de la ciudadanía (el 51, 40% de los electores - literalmente la mitad +1) es un cambio de identidad. En breve: "quieren ser otros". No es la economía, no es la política lo que se está díscutiendo, sino la identidad.

El problema es que las identidades no pueden ponerse en el mercado de los votos sin que las mismas le pasen cuenta a las convicciones. Es inherente a la vida moral: somos seres plurales, queremos diversas cosas y no siempre son compatibles las unas con las otras. En la identidad, por ejemplo, juega más la emoción que la convicción. Todos sabemos de las traiciones a nuestras propias convicciones cuando está en juega la identidad. Por esa razón, yo prefiero leer los resultados de ayer como un "éxito relativo".

Scioli, quien fue elegido para expresar la voluntad kirchnerista en estas últimas elecciones, hizo un viaje bastante extraordinario desde octubre a esta parte, una suerte de regreso Ítaca, a la más pura ilusión del origen. Lo acompañó un pueblo que lo obligó a levantar sus banderas.

Recuerdo la última imagen de la Odisea: Ulises, finalmente, vence a sus enemigos en Ítaca, descubre que su viaje no ha terminado, porque tendrá que viajar tierra adentro en busca de su más auténtico destino. La pregunta podría formularse de este modo: pese al fracaso en las urnas, ¿a quién le debemos el triunfo que hemos logrado en la derrota?

Hay que honrar ese 48,60% que hizo el aguante. De eso no cabe duda. Y parte de la tarea consiste en hacer autocrítica. Pero la autocrítca, perdonen que lo diga de este modo, debe ser "metacrítica", para que no acabemos enroscados en minucias comunicacionales, traiciones circunstanciales y fallas organizativas o exclusivamente discursivas.

Pero para ello debemos echar una mirada inteligente al mundo en el que estamos viviendo esta escena, un mundo que ya no encaja en nuestros esquemas. No puede leerse como resultado del fin de la Guerra fría, ni como inserta en la etapa de la Guerra contra el terror. Ni siquiera encaja perfectamente en la lógica de la crisis de las sub-prime. Por supuesto, todo esto forma parte de la genealogía del presente, pero estamos en otro mundo: y la Argentina de Macri (tenemos que decirlo así) es la Argentina insertada en un mundo de escasez y violencia global que nos envuelve como un manto. Utilizando un lenguaje "viejo" que necesitamos renovar: estamos en la época del neoliberalismo en su expresión más cínica.

Pero, ¿Qué es lo que llamamos hoy "neoliberalismo"? ¿Qué acompaña cultural, espiritualmente, esta barbarie tecnocrática? Hay que seguirle la pista a la ilusión de esta identidad emergente, despreocupada de las realidades objetivas y hambrienta de un lenguaje que la interpele en primera persona: “vos, vos, vos, cada uno de ustedes”, repetió Macri en cada encuentro, capitalizando un malestar que nos acecha a todos.

¿Cómo responder a esa "nueva espiritualidad" política? ¿Es posible entablar un diálogo creativo con ella? ¿O es preciso desarmarla? ¿Podemos reinventarnos asumiendo esa cultura soft en las formas, llenándola de un contenido militante fuerte, de manera análoga a lo que hizo el macrismo, que se apropió de las flores para usarlas como cachiporras? ¿Qué pasa con nuestras liturgias y palabras heredadas? ¿Cómo rearticularlas para que sean otra vez comprensibles para quienes exigen un nuevo estilo, para aquellos que se miran en el espejo de la transparencia y la pureza lúdica, sin que ello implique renunciar a nuestras convicciones?

En definitiva: ¿Quiénes somos? ¿En qué nos convertiremos ahora que hemos de ir más allá de nuestra Ítaca? Creo que ese es, al fin y al cabo, lo que nos toca. Lo más urgente. Redefinirnos. El pasado es eso, pasado. Forma parte de nuestra historia. Tenemos que pensar hacia dónde queremos ir, recogiendo nuestra parte y animándonos a ser otros sin dejar de ser nosotros mismos.

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