TODAVÍA NOS QUEDAN LAS CALLES.
Como he dicho en otras ocasiones, debemos tomar la iniciativa. Las políticas de ajuste que se pretenden para superar la crisis son, como se ha repetido hasta el hartazgo, otra de las opacas e injustas soluciones que los ricos proponen para no cargar con la responsabilidad que les toca. O para decirlo de otro modo, es el intento de traspasar la carga de la mula sobre el cordero.
La prensa está haciendo todo lo posible para que la contestación social no llegue a mayores. Eso significa, en breve, una estrategia para evitar que la sociedad civil sea capaz de ofrecer respuestas espontáneas a las dificultades que se presentan, ocultando, mintiendo, distorsionando dichas respuestas.
La estrategia es desfigurar la actividad de los movimientos sociales, presentándolos como amenazantes, descontextualizándolos, engañando sin reparo acerca del contenido de las reivindicaciones, como hemos podido ver en la distorsión unánime que los medios recientemente ofrecieron de las huelgas en Inglaterra. Estas fueron presentadas como manifestaciones racistas, cuando en realidad eran un intento por parte de los sindicatos para impedir la utilización, por parte de algunas empresas, de las directivas europeas a fin de dar trato diferencial a los trabajadores extranjeros. Lo que se pretendía era impedir que dichas empresas se beneficiaran saltándose las leyes y condiciones laborales, lo cual iba en detrimento de los trabajadores en su conjunto. La prensa se dedicó con ahinco a borrar la contestación de clase, para convertir el evento en un problema xenófobo.
Nuestras sociedades democráticas preveen un conjunto de vías de comunicación entre las bases y los poderes fácticos y representativos. Cuando las elecciones generales (como hemos visto en las últimas elecciones europeas) se ven perturbadas por la apatía y la descreencia de la población, es hora de utilizar otros mecanismos para saltar el abismo que existe entre la base representada y la representación. Una de las maneras es la contestación callejera. Se trata de una práctica que forma parte de nuestro imaginario social, un rito análogo al de las elecciones generales, un mecanismo legítimo de comunicación que conmina a atender los reclamos populares.
Existen una serie de códigos y de normas que determinan el caracter de las movilizaciones. Los participantes caminan por ciertos lugares, evitan otros, y se abstienen de ejercer violencia. Cargando pancartas y repetiendo ciertos estribillos, la ciudadanía hace saber su descontento.
De modo análogo a lo que ocurre cuando introducimos una boleta el día de la votación en una urna después de haber sido identificados por los miembros de la mesa correspondiente en un padrón electoral, lo que se procura es hacer llegar un mensaje a quienes se encuentran en funciones para que cumplan con nuestra voluntad. Decimos lo que queremos y lo que no estamos dispuestos a aceptar.
Las elecciones parecen no estar transmitiendo el mensaje del pueblo a los responsables políticos. Da la impresión de que estos se encuentran enroscados en su propia autofascinación y comprometidos exclusivamente con los intereses del establishment económico-financiero. La multiplicación de los casos de corrupción y la complicidad de las élites políticas con los artífices de la debacle, justifican que los ciudadanos articulen e intensifiquen las protestas.
El manto de silencio que Europa ha tendido sobre el "futuro", postergando y eludiendo cualquier discusión de fondo, escudándose por momentos en argumentaciones peregrinas sobre la esencialidad y la raíz identitaria, acompañado de la renuencia de las élites europeístas a dar palabra y voto a la ciudadanía en lo que respecta a los proyectos y directivas que promueven, deberían sumarse a la lógica argumental que aboga por la protesta: lo que nos queda frente a este deterioro democrático es salir a la calle, día tras día, para que nuestra voz sea escuchada.
Por supuesto, se trata de exponer un mensaje de forma no-violenta. Pero es imprescindible que las protestas sean sostenidas y prolongadas, hasta que encontremos la manera de que nuestras voluntades sean tomadas en consideración.
En este caso concreto, el objetivo de la movilización es preventivo. Ante la constante presión de los intereses corporativos exigiendo ajustes al estado que irán en detrimento de los sectores más desfavorecidos de la población, es imprescindible dar indicaciones inequívocas a los gobiernos que en caso de ceder en esa dirección, la ciudadanía ejercitará su derecho a la resistencia. La superación de la crisis no debe ser otra excusa, después de décadas de fiesta neoliberal, para continuar profundizando la proletarización de la ciudadanía, por medio de políticas laborales y salariales confiscatorias.
Una contestación de este tipo, contrariamente a lo que se dice desde los medios de comunicación, que al unísono adjetivan a los movilizados como “radicales”, es parte del imaginario social inherente de toda democracia sana. El hecho de que las demostraciones públicas resulten escandalosas, o que se persigan con la violencia desorbitada a la que nos hemos acostumbrado en los últimos tiempos, a fin de intimidar y persuadir por esa vía futuras estrategias de contestación, sólo puede reafirmarnos en la sospecha de que la democracia europea, pese al apego procedimental del cual hace gala, se encuentra en una profunda crisis de legitimidad.
Las movilizaciones tienen por objeto hacer llegar un mensaje político, persuadir a los responsables de dar marcha atrás en su intento de superar la crisis apretando aún más al ciudadano de a pié, asfixiado por la oscuridad de su futuro y la inestabilidad de su situación.
Recordemos: Los poderosos nunca han cedido un centímetro de su poder si no han sido obligados a ello. En nuestras manos se encuentra continuar esta larga marcha por la dignidad que aún pretende ser Europa. En nuestras manos está preservarnos en la libertad. Hagamos cuentas de los sacrificios de nuestros antepasados, de quienes pelearon y dieron la vida para ofrecernos nuestros logros de hoy, y a partir de ese reconocimiento, asumamos el cargo de nuestra paternidad.
Sin nuestra lucha, nuestros hijos no tendrán futuro.
La prensa está haciendo todo lo posible para que la contestación social no llegue a mayores. Eso significa, en breve, una estrategia para evitar que la sociedad civil sea capaz de ofrecer respuestas espontáneas a las dificultades que se presentan, ocultando, mintiendo, distorsionando dichas respuestas.
La estrategia es desfigurar la actividad de los movimientos sociales, presentándolos como amenazantes, descontextualizándolos, engañando sin reparo acerca del contenido de las reivindicaciones, como hemos podido ver en la distorsión unánime que los medios recientemente ofrecieron de las huelgas en Inglaterra. Estas fueron presentadas como manifestaciones racistas, cuando en realidad eran un intento por parte de los sindicatos para impedir la utilización, por parte de algunas empresas, de las directivas europeas a fin de dar trato diferencial a los trabajadores extranjeros. Lo que se pretendía era impedir que dichas empresas se beneficiaran saltándose las leyes y condiciones laborales, lo cual iba en detrimento de los trabajadores en su conjunto. La prensa se dedicó con ahinco a borrar la contestación de clase, para convertir el evento en un problema xenófobo.
Nuestras sociedades democráticas preveen un conjunto de vías de comunicación entre las bases y los poderes fácticos y representativos. Cuando las elecciones generales (como hemos visto en las últimas elecciones europeas) se ven perturbadas por la apatía y la descreencia de la población, es hora de utilizar otros mecanismos para saltar el abismo que existe entre la base representada y la representación. Una de las maneras es la contestación callejera. Se trata de una práctica que forma parte de nuestro imaginario social, un rito análogo al de las elecciones generales, un mecanismo legítimo de comunicación que conmina a atender los reclamos populares.
Existen una serie de códigos y de normas que determinan el caracter de las movilizaciones. Los participantes caminan por ciertos lugares, evitan otros, y se abstienen de ejercer violencia. Cargando pancartas y repetiendo ciertos estribillos, la ciudadanía hace saber su descontento.
De modo análogo a lo que ocurre cuando introducimos una boleta el día de la votación en una urna después de haber sido identificados por los miembros de la mesa correspondiente en un padrón electoral, lo que se procura es hacer llegar un mensaje a quienes se encuentran en funciones para que cumplan con nuestra voluntad. Decimos lo que queremos y lo que no estamos dispuestos a aceptar.
Las elecciones parecen no estar transmitiendo el mensaje del pueblo a los responsables políticos. Da la impresión de que estos se encuentran enroscados en su propia autofascinación y comprometidos exclusivamente con los intereses del establishment económico-financiero. La multiplicación de los casos de corrupción y la complicidad de las élites políticas con los artífices de la debacle, justifican que los ciudadanos articulen e intensifiquen las protestas.
El manto de silencio que Europa ha tendido sobre el "futuro", postergando y eludiendo cualquier discusión de fondo, escudándose por momentos en argumentaciones peregrinas sobre la esencialidad y la raíz identitaria, acompañado de la renuencia de las élites europeístas a dar palabra y voto a la ciudadanía en lo que respecta a los proyectos y directivas que promueven, deberían sumarse a la lógica argumental que aboga por la protesta: lo que nos queda frente a este deterioro democrático es salir a la calle, día tras día, para que nuestra voz sea escuchada.
Por supuesto, se trata de exponer un mensaje de forma no-violenta. Pero es imprescindible que las protestas sean sostenidas y prolongadas, hasta que encontremos la manera de que nuestras voluntades sean tomadas en consideración.
En este caso concreto, el objetivo de la movilización es preventivo. Ante la constante presión de los intereses corporativos exigiendo ajustes al estado que irán en detrimento de los sectores más desfavorecidos de la población, es imprescindible dar indicaciones inequívocas a los gobiernos que en caso de ceder en esa dirección, la ciudadanía ejercitará su derecho a la resistencia. La superación de la crisis no debe ser otra excusa, después de décadas de fiesta neoliberal, para continuar profundizando la proletarización de la ciudadanía, por medio de políticas laborales y salariales confiscatorias.
Una contestación de este tipo, contrariamente a lo que se dice desde los medios de comunicación, que al unísono adjetivan a los movilizados como “radicales”, es parte del imaginario social inherente de toda democracia sana. El hecho de que las demostraciones públicas resulten escandalosas, o que se persigan con la violencia desorbitada a la que nos hemos acostumbrado en los últimos tiempos, a fin de intimidar y persuadir por esa vía futuras estrategias de contestación, sólo puede reafirmarnos en la sospecha de que la democracia europea, pese al apego procedimental del cual hace gala, se encuentra en una profunda crisis de legitimidad.
Las movilizaciones tienen por objeto hacer llegar un mensaje político, persuadir a los responsables de dar marcha atrás en su intento de superar la crisis apretando aún más al ciudadano de a pié, asfixiado por la oscuridad de su futuro y la inestabilidad de su situación.
Recordemos: Los poderosos nunca han cedido un centímetro de su poder si no han sido obligados a ello. En nuestras manos se encuentra continuar esta larga marcha por la dignidad que aún pretende ser Europa. En nuestras manos está preservarnos en la libertad. Hagamos cuentas de los sacrificios de nuestros antepasados, de quienes pelearon y dieron la vida para ofrecernos nuestros logros de hoy, y a partir de ese reconocimiento, asumamos el cargo de nuestra paternidad.
Sin nuestra lucha, nuestros hijos no tendrán futuro.
A finales de los setenta, a punto de morir el dictador Franco, los movimientos sociales pro-amnistía ocuparon las calles, para exigir la liberación de todos los presos políticos, fuertemente reprimidos por las primeras unidades anti-disturbios de la policía armada ( llamados grises ) y el ministro de interior de turno, Fraga Iribarne, acuño la frase " la calle es mía" en un intento de hacer creer , que manejaba el control. Los presos finalmente fueron liberados.
ResponderEliminarAhora nuevamente se intenta con la "legalidad" que tiene la autoridad, controlar la situación, llenando nuestras calles de cámaras que graban permanentemente lo que acontece ( con la escusa de protegernos), nos someten a registros físicos( por nuestra seguridad) mientras estallan las bombas y acallan toda manifestación contraria, manipulando la información.
Otra vez hacen de su propiedad la calle.
Tendremos que recuperar el espacio común, haciendo ver al vecino "despistado" que el recorte de libertades trae consigo su pérdida, y que la calle es de todos.