ESPAÑA TIEMBLA


Primera sesión de investidura

A pocas horas de la segunda sesión de investidura, España tiembla. La «extrema derecha» y la «derecha extrema», como se califican ahora al bloque de Vox, Partido Popular y lo que resta de Ciudadanos, todavía cautivo en la inercia de su época de esplendor electoral, parece haber urdido un golpe de efecto para impedir que la coalición de izquierdas PSOE-Unidas Podemos finalmente forme gobierno. 

Mientras tanto, los defensores de la patria española no dejan de embarrar el «buen nombre» de sus instituciones, obligando al funcionariado judicial y administrativo a actuar contra la credibilidad de sus agencias, con el fin de forzar resultados inocuos, que están pasándole factura al Reino internacionalmente. España está siendo arrinconada por los de adentro, desde afuera. El Tribunal Supremo de Justicia Europeo, la Euro-cámara, los jueces de primera instancia y alzada en otros países de la Unión, todos parecen coincidir en sus resoluciones y sentencias de que algo no funciona como debiera.


Sin embargo, no hay que perderse en el bosque. Hay que prestar buena nota de los árboles que lo conforman. La batalla discursiva por los votos pone de manifiesto, no solo el conflicto fratricida entre las derechas, la centro izquierda y las izquierdas españolas, sino, también, los conflictos «cajoneados» de la periferia territorial, que hoy acapara las ansiedades y las fobias del Reino.


El discurso de Rufián en la primera sesión de investidura fue doblemente brutal. Brutal contra Pedro Sánchez, quien no le paró los pies, sino que lo dejó seguir amablemente en su andanada, mostrando de este modo su disposición, con tal de conseguir la abstención de ERC que exigen las circunstancias, sino también contra JxC. 


Como en otras ocasiones, escenificó su amor por la lengua y la cultura castellana, con el fin de ofrecer sus definiciones republicanas. ¿Qué es la identidad, después de todo? ¿Un nombre? ¿Qué es Catalunya? ¿Qué es España? ¿Nombres en disputa? 

Nārgārjuna regresó a Iberia cargado de razones:

«Todo es posible cuando la vacuidad es posible. 
Nada es posible cuando la vacuidad no es posible». 

De este modo, Sánchez y Rufián se convirtieron en impensados aliados antiesencialistas, defendiendo cada uno, eso sí, definiciones de identidad antitéticas, que exigirán algo más que una dialéctica deconstructiva. Porosidad y mestizaje son gestos que exige la discusión política del nuevo tiempo, en una época que complota a favor de los fundamentalismos, los muros y las exclusiones. 

Mientras Rufián reconocía su amor por Cervantes y Rosalía, rompiendo los moldes de una cultura pacata y pueblerina que se afirma en su impermeabilidad, Sánchez recordó eso de las «sociedades plurales», y contrapuso a la independencia, la interdependencia. También habló de soberanías compartidas, y garantizó (veladamente) que la ley (la constitución) no estará por encima de la democracia. Aunque, de paso, recordó a los presentes que la democracia, como el ser, «se dice de muchas y variadas maneras».

«Rufián, filósofo dialéctico», podría haberse titulado está nota. 


En su alocución, el político catalán puso blanco sobre negro los desafíos que impone el momento. La abstención se justifica, nos dijo, por el espanto que une a las llamadas «fuerzas progresistas» ante el espectáculo peligroso que ofrece la derecha desbocada. Pero también apuntó al interior de Catalunya, a la pulseada política en la que se juega el ser o no ser de la anhelada república, en la que no solo está en cuestión quiénes somos, sino también para quién somos. 

La violencia (propia o ajena) no vale la pena, bajo ninguna circunstancia – sentenció Rufián; y aclaró, para no dejar dudas en el tintero de los comentaristas, que no se refería a los jóvenes catalanes que se manifestaron en los últimos meses repudiando la sentencia del Tribunal Supremo, sino a aquellos adultos irresponsables que, de un lado y del otro del mostrador de la política, apuestan al «cuanto peor, mejor» como estrategia, con el único propósito de lograr a través del miedo y de la histeria de los colectivos que los secundan, la cuota de poder que necesitan para continuar apareciendo en las marquesinas. 

«A mí no me roba España - concluyó el representante de ERC - a mí me roba Rato, Bárcenas, Millet y Pujol». El nombre de Pujol conmocionó a los televidentes de TV3 que seguían en aquel momento, con un oído, las razones expuestas en las Cortes Generales y, con el otro, los discursos en el Parlament de Catalunya defendiendo al President Torra ante el hipotético «Coup d'état» perpetrado por medio de una resolución administrativa elevada a estatuto de sentencia judicial. Después de tanto argumento contra las hipérboles jurídicas en el llamado «juicio del siglo» (los golpes, rebeliones y sediciones imaginarias defendidas por la fiscalía, la abogacía del Estado y la acusación popular), el Parlament se despachó con una calificación de «golpe de estado» para la inhabilitación de la Junta electoral haciendo gala del parentesco de aqueos y troyanos.

Sea como sea, más allá de la exageración terminológica, lo que es evidente a esta altura es que la inhabilitación se instrumentalizó expresamente para truncar la investidura de Pedro Sánchez, con el fin de obstruir los acuerdos alcanzados entre PSOE-Unidas Podemos y ERC. 

Segunda sesión de investidura

Hoy los diputados decidirán sobre la presidencia de Pedro Sánchez. Dicen que se trata de un experimento inédito en la historia de la democracia reciente de España: un gobierno de coalición progresista, decidido a darle la vuelta a la página del pasado reciente, con el fin de «encaminar» una solución social y territorial para el país. 

A los ojos de las derechas rabiosas, la coalición es un engendro («Frankestein», repiten algunos de sus diputados). Para otros, como los representantes del Partido Regionalista de Cantabria, o la díscola Ana Orana, de Coalición Canaria, o el representante del Foro de Asturias, la propuesta del PSOE de Pedro Sánchez pone «en peligro (la unidad de) España». 

Sin embargo, no están solos los defensores de esa unidad hipostasiada. Comparten cartel, contra las aspiraciones de un gobierno progresista, los llamados «antisistema» de la CUP, que han prometido, no obstante, ser generosas con sus apoyos a los proyectos que valgan la pena durante la legislatura; y las hidalgas e hidalgos de JxC, que no le hacen asco a ir de la mano con los recalcitrantes del PP, Vox y Ciudadanos.

Mientras tanto, PSOE, Unidas Podemos, PNV, ERC, EH-Bildu y el largo etcétera que componen Teruel Existe, Más País, Compromís, NC y BNG, se complotan para llevar adelante eso que Rufián definió con gesto escalofriante como la unión ante «el espanto», y que Sánchez pretendió matizar (con la retórica grandilocuente de «camaradas» o «compañeros» de otra época) señalando esa pasión que les es común, la «política», que frente a la «antipolítica», decía, altisonante, pretende «cambiar el mundo» - eso sí, moderadamente. 


Al final, una nota sobre la intervención de Aitor Esteban, el representante del PNV, probablemente, el más optimista y cauto de los convidados al banquete, quien justificó su voto afirmativo ofreciendo un argumento incontestable: el país no aguanta más provisionalidad y parálisis. Después de tanto «ruido y furia» (menos faulkneriano, en realidad se refirió a «Fast & Furious»), Esteban afirmó: «podemos felicitarnos», da la impresión de que, pese a los riesgos y obstáculos que se asoman en el horizonte, habrá gobierno. Lo que venga después, lo dirá el tiempo. 

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