LA ESFERA DE LOS ÁNGELES.
Llevo dos semanas dándole vueltas a las líneas iniciales de Las Elegías de Duino. No puedo sacármelas del alma. Por momento me olvido, pero entonces, de manera imprevista vuelven a aparecer sacudiéndome con un estremecimiento insondable. Pero no había caído en la cuenta hasta qué punto me estaba afectando la lectura de Rilke hasta esta tarde, cuando le respondí a mi padre una larga carta que me envió desde Buenos Aires. De pronto, caí en la cuenta de algo próximo y monstruoso. En la carta, mi padre me hablaba de la injusticia que reina en este mundo que habitamos. No sabemos muy bien qué sea la justicia exactamente, pero sabemos lo que es la injusticia. Sabemos lo que es la crueldad que nos rodea y en la que, de manera alegre e indiferente, muchas veces participamos. También sabemos de ella porque, cuando se presenta en nuestra vida con el rostro descubierto, sentimos de que modo orada nuestro cuerpo dejándonos a flor de piel, o mejor, con la piel arrancada, en carne viva. El mundo du