BARACK OBAMA Y EL MAESTRO BUDISTA


Desde la victoria de Donald Trump, el mundo del Budismo occidental se ha vuelto histérico. Algunas horas después del triunfo del magnate, un famoso maestro budista, de retiro cerrado con sus seguidores en España, detuvo el programa con el fin de ofrecer un paliativo a los participantes conmocionados. La grabación de su mensaje fue publicitada en las redes sociales, convirtiéndose en viral. 


La carta abierta de una docena de famosos maestros budistas estadounidenses fue publicada horas después de que se conocieran los resultados electorales con intenciones semejantes: aplacar el desequilibrio emocional que causó la sorpresa. La redes sociales fueron llenadas con entradas y comentarios de budistas denigrando a Donald Trump y a sus seguidores. Mientras tanto, a medida que los días pasaban, una nueva tendencia crecía a ritmo vertiginoso, la de ofrecer semblanzas hagiográficas de Barack Obama (el nuevo protector y santo liberal). 

Hace unos días, otro maestro de meditación (experto en su campo) se dirigió a sus amigos y  seguidores en Facebook para convencerles que Obama había sido el mejor presidente en toda la historia de los Estados Unidos. De manera no muy persuasiva pretendía que los aspectos negativos del legado de Obama, su brutal política exterior, entre otras cosas, debían interpretarse tomando en consideración la oscuridad de las circunstancias globales. 

Otro maestro nos recordó, con el fin de justificar a Obama (sus guerras y asesinatos selectivos), el dilema del terrorista con una bomba y los diez inocentes. "¿Qué se supone que debemos hacer?" Y citaba la historia del canon Pali del capitán y los mercaderes. La referencia habitual a la ley del karma en este caso fue tácita, pero obvia.

Nixon y Kennedy. El feo y el encantador




Ayer decidí mirar nuevamente la película de Oliver Stone sobre Nixon. Recordé que lo que más me había gustado del film cuando lo vi por primera vez era la manera en la cual Stone contrastaba a Kennedy y Nixon, representando la lucha interior Nixon, quien pretendía ser amado por su pueblo como lo era Kennedy (recomiendo además volver a ver la trilogía de Oliver Stone sobre Vietnam y el resto de la filmografía del director de Platoon).

Kennedy era un personaje encantador, amado por su gente y convertido en un ídolo por muchos otros en el mundo entero (en parte debido a la propaganda de Hollywood). Aunque, cuando estudiamos la historia estadounidense desde una perspectiva mundial (en contraste con el usual provincialismo de los estadounidenses) el encanto desaparece. 


Nixon, en cambio (como George W. Bush, quizá), es un personaje más oscuro, con pocos admiradores en su país y en el resto del planeta. Fue brutal, pero además, feo. Nixon y Kennedy parecen ser los dos paradigmas de la personalidad política estadounidense: el joven encantador y el feo y resentido.

Sin embargo, vale la pena prestar atención a lo que respondía hace unos días Noam Chomsky en una entrevista con Medhi Hasan en Upfront (Al-Jazzera), cuando se le preguntaba acerca de si había estado alguna vez tan preocupado acerca de la situación de su país y el mundo como con el triunfo de Donald Trump. Chomsky contestaba: “Si, por ejemplo, en tiempo de Kennedy. Además de las violaciones habituales a los derechos humanos, casi lleva al mundo a una catástrofe nuclear." Y sobre Obama hizo la lista de cifras que demuestran que Obama uno de los presidentes estadounidenses más beligerantes de toda la historia de su país. 


De este modo, el joven encantador y simpático, y el feo y resentido son las dos caras de la misma moneda en la política estadounidense.

Latinoamérica y la santificación de Obama



Obama y la tradición presidencial estadounidense de llorar frente a las cámaras

Soy latinoamericano. No soy ciudadano estadounidense. Sin embargo, como todos sabemos, lo que Estados Unidos hace en el mundo tiene graves consecuencias para todos nosotros. Estados Unidos posee la fuerza militar más poderosa del mundo, el sistema de espionaje más sofisticado, el país que produce mayor contaminación y residuos tóxicos. Estados Unidos ha sido, y aun sigue siéndolo, la mayor amenaza para aquellos países que "interfieren" con lo que los estadounidenses llaman su “seguridad nacional”. Aquí "interferir" significa, sencillamente, oponerse a sus caprichos. El mero hecho de tener algunos recursos o riquezas en nuestros territorios codiciados por las élites estadounidenses nos convierte en un objetivo militar: tierra, minerales, petróleo, agua potable o las meras circunstancias geopolíticas, todo puede ser causa de nuestra depredación.


Bush mostrando su lado sensible. 
Y, además, leemos los periódicos estadounidenses, consumimos libros estadounidenses, escuchamos a los académicos estadounidenses y admiramos a las estrellas de Hollywood. Y si tenemos la rara y afortunada oportunidad de gozar con algún tipo de ocio en medio de la guerra constante que, década tras década, se libra contra nuestras vidas, comprendemos que el gobierno de los Estados Unidos es nuestro problema más importante, nuestro mayor obstáculo, nuestro más temido enemigo. 

Porque detrás de nuestros gobiernos corruptos, detrás de nuestras instituciones fallidas, detrás de nuestra economía en bancarrota, sabemos que siempre hay oficiales estadounidenses complotando contra nosotros. Por supuesto, también escuchamos voces defendiendo los derechos humanos y la justicia social, voces que, con un tono melodioso, muchos ciudadanos estadounidenses entonan embelesados. Pero en estos días, esas mismas voces que tanto respetábamos se han convertido en voces cínicas.


Hillary Clinton en un ataque de llanto incontrolable.
La santificación de Obama es la expresión más notoria de ese cinismo. Por supuesto, Donald Trump es una enorme amenaza para el mundo. Pero también lo fueron Obama, Bush, Clinton, Reagan, Carter, Kennedy y el resto de presidentes que condujeron America. Y la pretensión de hacer de Obama un santo es una ofensa hacia aquellos que fueron asesinados, aquellos que fueron torturados, aquellos que fueron desaparecidos y pauperizados y oprimidos por su política exterior o la política interior de sus socios imperiales. Es una triste expresión de hipocresía (o quizá la ignorancia manifiesta) de aquellos a quienes se les llenan los ojos con lágrimas frente los ilusionista del establishment mediático.


Bill Clinton conmovido en escena


La política estadounidense y el Budismo estadounidense

Pero, me gustaría agregar algo más en esta entrada acerca de la relación entre el Budismo anglo-norteamericano y la política estadounidense. 

En muchos sentidos, esta santificación de Obama que muchos maestros y adeptos budistas en Estados Unidos están articulando tiene repercusiones en el debate Budista - una discusión que está teniendo lugar más allá de la esfera pública anglo-estadounidense y europea, porque el Budismo es hoy un fenómeno global. (He escrito sobre el Budismo en Latinoamérica y sus desafíos en otro sitio). 


Como ocurre con otros temas (escándalos sexuales, la brutalidad del régimen senegalés, la xenofobia birmana, la explotación corporativa inspirada en el budismo secularizado), este tema en particular nos fuerza a tomar una posición: nos volvemos críticos de la ecuación entre el Budismo, el Budismo occidental y el Budismo anglo-norteamericano.

Personalmente puedo decir que me disgusta la parcialidad inconsciente, la postura eurocéntrica, hacia un estilo de vida en particular (el estilo de vida estadounidense y europeo) y la propaganda que se encarama detrás de la actividad misionera del budismo occidental. 



Budismo, budismo occidental y budismo anglo-norteamericano


Imagen habitual de un monje budista en un laboratorio.

Estoy convencido que las relaciones entre el Budismo y la modernidad no debe reducirse, ni (1) a la manera en la cual intentamos hacer encajar sus doctrinas  en la cosmovisión científica del mundo, ni (2) en el modo en el cual su ethos se acomoda a la exigencias y los estándares de eficiencia del mundo corporativo. 


Esta apuesta es una vieja estrategia que los cristianos, y también los musulmanes, intentaron hace siglos. No hay mucho beneficio que pueda esperarse de ello a largo plazo: instituciones fuertes, quizá, mayor influencia, pero a costa de extirparle a la tradición su espíritu revolucionario. 

En todo caso, necesitamos asegurarnos que los principios budistas, su ética basadas en el reconocimiento genuino de nuestra íntima y radical interdependencia, no se reduzcan a bellas citas para nuestra biblioteca de bellas citas para colgar en internet.

Ahora mismo, el mundo necesita con urgencia un cambio político. Estamos obligados (si nos tomamos en serio los peligros que nos acechan) a tomar decisiones que pongan límite a las élites depredadoras. Curiosamente, quienes sostienen que Barack Obama fue un presidente ejemplar, olvidan que muchos de los argumentos con los que lo defienden son, justamente, los que condenan su mandato porque supuso una enorme oportunidad perdida, y su apoyo a Hilary Clinton una muestra clara de la ambigüedad de su política titubeante. Todo eso significa que no podemos permitir que nos continúen Y eso significa que no podemos permitir que continúen chantajeando. 


La canonización de Barack Obama forma parte de ese chantaje. “O estáis con nosotros - nos dicen ahora los liberales -, o estáis en nuestra contra y sois unos racistas." El problema es que en el camino de esta canonización hemos perdido de vistas las alternativas reales que quedaron en el camino. 

Nosotros no compartimos la visión del mundo de Obama. Tampoco compartimos la cosmovisión de Donald Trump. Ninguno de ellos es una alternativa real. En ambos casos, rechazamos ser cómplices de su brutalidad, y su explícita o implícita xenofóbia y racismo (hay discriminación, xenofobia y racismo cuando se justifica el sacrifico  de millones para sostener el modo de vista egoísta de unos pocos). Podríamos conceder que, dados a elegir, en algunos aspectos retóricos, Obama hubiera sido una mejor elección. Pero como no somos seducidos por el encanto del primero, ni excitados por el feo resentimiento del segundo, la histérica necesidad de los liberales budistas de canonizar a un hombre que ordenó la muerte de millones y sacudió el tablero geopolítico legándonos una situación que amenaza con convertirse en una conflagración planetaria, parece completamente fuera de lugar.  
                                                                                        


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