NO HACEN POLÍTICA... JUEGAN AL FÚTBOL

La política argentina, me dijo un analista colombiano, se ha vuelto una mariconada. Le perdoné el exabrupto, inadvertidamente discriminatorio, y le pedí que me explicara a qué se refería. Entonces, me retrucó: «No hacen política. Se dedican al fútbol».

Según el colombiano, el mayor logro de Macri ha sido convertir los asuntos graves en meras contiendas tácticas en el campo de juego, y en chicanas mediáticas para ablandar a sus competidores. Marcos Peña y Durán Barba son la expresión más acabada de esta representación reduccionista de la política. 

En este marco, excepto unos pocos medios y contados periodistas, la mayoría ha abandonado la seriedad que merece la política a cambio de la sorna, la mala educación, o el talante futbolero cool para comentar los destinos de la patria.

Alguien podría pensar que la Argentina tiene una larga tradición en este rubro de espectáculos. Tato Bores sería un emblema de ese linaje satírico. El problema es que en nuestra época nadie ve estos programas y los juzga como parte del género humorístico. Todo lo contrario. Entrevistadores y tertulianos se presentan como expertos periodistas, cuando en realidad son operadores puros y duros, sin escrúpulos ni límite deontológico alguno respecto a la profesión que dicen representar. 

Escuchar a los Carnota, Leuco, Majule, Lanata, o incluso Tenenbaum (o peor aún, a un Santoro – a quien el sindicato mediático salió a bancar sindicalizadamente cuando se descubrieron sus operaciones ilegales) autoendilgándose el mote de "periodista", resulta bochornoso por la obviedad de la hipérbole. 

Pero en Argentina nos acostumbramos a todo, incluso a esta casta mediática que, desde hace décadas, desde los encumbrados registros a los que han sido ascendidos por los dueños de sus empresas, apabullan a la gente con sus mentiras sistemáticas o sus silencios cómplices. El caso D’Alessio y la persecución al juez Ramos Padilla es la muestra más evidente de esta perversión de los periodistas que, decían, "querían preguntar". 

Obviamente, estamos hablando de un signo de época, que se asemeja al Zeitgeist menemista. ¿Quién podría olvidar las pantomimas del patilludo afeitado y saqueado con las hombreras de entonces? Con menos intrepidez (Macri no jugó en River, ni cerró la ruta 2 para conducir un automóvil de carreras, ni piloteó un caza, ni nada que se le parezca), el presidente aporta su granito de arena a esta tradición chabacana. 

Es cierto que la Argentina es un país futbolero por donde se lo mire, pero Macri ha llevado al fútbol argentino, especialmente a su Boca Juniors, al bochorno de las relaciones internacionales, por ejemplo. Macri juega en otra liga, muy superior a la de su antecesor en el mando como capataz del imperio en tierras argentinas.

Presidentes y primeros ministros brasileros, franceses, españoles, colombianos, rusos y otros tantos, se han quedado boquiabiertos ante el ridículo de un presidente que, como el jardinero de Jerzy Kozinski, pero con desigual fortuna, repite sus licencias futboleras como si se trataran de sabias metáforas florales con la pretensión inconfesada de ser un "canchero". 

Esto no sería nada si el entramado institucional estuviera consolidado en firmes cimientos. Pero lo cierto es que Argentina se hunde en la mayor inseguridad jurídica jamás experimentada durante gobiernos democráticos desde el comienzo mismo de nuestra historia republicana.

Ya no se trata de aprietes, se trata de extorsión lisa y llana, llevada a cabo por el poder ejecutivo, a través del poder judicial, y con el aparato mediático como ejecutor necesario. Un Estado sin garantías fundamentales es, sencillamente, un Estado tiránico. Y en eso es precisamente en lo que se ha convertido la Argentina: un régimen capitalista que impone sus prerrogativas a través de un poder judicial-mediático-policial antidemocrático que se asume como normalidad necesaria para sanear al país de su herencia populista.

Yo me atrevo a preguntar si a esta época deplorable seguirá otra mejor, y cuánto tiempo tendremos que esperar para el “Nunca más” aplicado al periodismo y la justicia actual. 

Pero esto es solo la cara visible de la luna. Hay otro lado, oscuro, criminal, al que no prestamos suficiente atención, pero que lo ilustra el goteo de asesinatos cotidianos, la mugre criminal en los barrios, el miedo que carga la gente en el alma cuando sale a la calle, la inseguridad, la deslealtad, la traición y el escrache como método de comunicación diaria, que es el efecto inmediato de esta payasada institucional que es el republicanismo de Cambiemos y sus boinas blancas y peronchos vendidos, bajo cuyas alas se esconden la mediocridad intelectual y moral, el origen de resentimiento y odio que mantiene abierta esa herida llamada "grieta" por los publicistas de la derecha argentina, inventada para esconder con ella su desprecio y su codicia insaciable. 

Todo esto da qué pensar. Uno se pregunta entonces: ¿qué quiere decir, verdaderamente, ser argentino? Tal vez, no significa nada. Tal vez sea solo nombre, una marca en la frente, una maldición que uno carga consigo. Si es así, y “Argentina” no es más que un nombre vacío que pretende acomodar una contradicción irreconciliable, tal vez sea cierto y no entremos todos en eso que llamamos "patria" (como piensan ellos, quienes han estado empujándonos a los abismos de la exclusión política y social) y va llegando la hora de pensar en clave de supervivencia de las grandes mayorías, antes de tentarnos con servir a los nuevos eugenistas sociales que hoy gobiernan el país desde los ministerios ejecutivos o sus oficinas en Nueva York, la City de Londres o Berlín. 

Si es así, el llamado a la unidad no puede leerse en clave futbolera, sino que debemos hacer un esfuerzo por hacer una lectura eminentemente política de la unidad. Con toda la pesadez, con toda la gravedad, con toda la sustantividad que tiene el término "política" para nosotros, quienes no nos sumamos a la euforia de la información digital, pese a la convicción posmoderna que promueve el realista duranbarbiano que trata el poder como una mercancía y al ciudadano como un mero consumidor. 

Nosotros creemos que la política genuinamente democrática no es únicamente un medio, sino un fin en sí misma. O mejor dicho, que en la política genuinamente democrática los medios y los fines confluyen, de tal modo que la política es, a un mismo tiempo, una manera de organizarnos y una manera de vivir. En ese sentido, somos de aquellos que creemos que el nombre "república" con el cual adornamos nuestro nombre colectivo no es un título vacío que acompaña nuestro nombre propio "Argentina", sino el imaginado horizonte de libertad y fraternidad que el macrismo insiste en pervertir. 

En este sentido, la política que hoy se exige es, ineludiblemente, la de la unidad, pero no cualquier tipo de unidad, por supuesto, sino una unidad de La Política ( con mayúscula), es decir, una unidad de aquellos que están dispuestos a ir a la guerra "por otros medios", contra aquellos que atentan, una vez más, contra la democracia. 

Una guerra sin armas, por supuesto, pero una guerra al fin y al cabo, en la que nos jugamos la supervivencia y la sustantividad de esos nombres, tan pisoteados por la coalición Cambiemos, que son  "República" y "Argentina".  

¿UN NUEVO AMANECER?



La respuesta resultó desconcertante, tanto para el oficialismo «oficial», como para el disfrazado oficialismo que le hace la pelota a Cambiemos. Para la oposición fue un elixir de esperanza y un espaldarazo para la ciudadanía que hoy vuelve a creer que es posible recuperar el poder popular y echarse al hombro la recuperación del país. 


La reacción individual tuvo gestos de grandeza que parecían olvidados en la sociedad. La aprobación fue unísona. Hubo toses, como la de Duhalde, y silencios elocuentes, como los de ese sector del peronismo federal que parece querer hundirse con Cambiemos en el agujero de la historia antes que dar el brazo a torcer. 

Massa, en cambio, mostró inteligencia y aplaudió la jugada de unidad dejando la puerta abierta para llegar a un acuerdo en los próximos días. Si los pronósticos no son errados, en función del amanecer que se asoma luminoso, pese a la tormenta nocturna, Argentina se enfila hacia un nuevo comienzo. 

Si finalmente la fórmula Fernández-Fernández de Kirchner tiene el éxito que se espera y se reordenan las prioridades de gobierno en función de las lealtades patrióticas que demanda el pueblo y las urgencias que exige la encrucijada, «la catástrofe» política y moral que han supuesto estos cuatro años de gobierno macrista podrán reescribirse en la historia popular como una oportunidad. 

En este sentido, el mandato es claro: todas las acciones deben ir encaminadas hacia la consolidación de la unidad. Cristina señaló el camino, Fernández aceptó con humildad el encargo. El pueblo, que confía en su líder, parece dispuesto a darle su voto. 

En los últimos meses, la figura de Alberto Fernández ha ido creciendo sin pausa. Sus dotes comunicacionales en un escenario polarizado como el que vive el país lo han terminado por convertir en la opción elegida. Eso no significa que el kirchnerismo, y el peronismo en general, no tuviera otros cuadros ejemplares. Kicillof, Solá y Rossi, por ejemplo, han dado sobradas muestras en los últimos años de una capacidad dialogante que no va en desmedro de sus convicciones, y no se altera pese a los golpes bajos, las trampas y la mentira sistemática que usa como arma de guerra el oficialismo acorralado. Pero Alberto Fernández suma a ese talante, imprescindible para el nuevo período, otros rasgos que justifican con creces el lugar que hoy ocupa: no es menor el acceso que tiene a sectores de la sociedad históricamente vedados al kirchnerismo.

Por otro lado, no es menor la presencia de Cristina en la fórmula. Pese a las acusaciones de «extravagancia» con la que se juzga la fórmula en los medios oficialista, Cristina da solidez y gobernabilidad al proyecto de recuperación que propone el país. Eso no significa, como pretende la oposición más vociferante, que Fernández será «el chirolita» de Cristina. Quiere decir, más bien, que el lugar vacante, que en la democracia ocupa el representante del pueblo en su función ejecutiva, tiene la venía y confianza del poder popular. 

El futuro inmediato exige compromisos incluyentes y grandeza de espíritu. A Cristina le gusta hablar de la historia y eso resulta desconcertante para los «vecinos», la mera «gente», a la que le habla el macrismo, pero resulta profundamente significativo para la ciudadanía. 

El imaginario programático al que se refirió Cristina al hablar en la Sociedad Rural de «ciudadanía responsable» pone en evidencia la arbitrariedad de las adjetivaciones de la política argentina en los últimos años. El pretendido «republicanismo» de Cambiemos acabo siendo, como el resto de sus promesas de campaña, palabra hueca. La decadencia institucional (especialmente en el ejecutivo y en el poder judicial) y la militancia represiva son lo más alejado que uno pueda imaginar de esas banderas levantadas en lógica maquetinera.

Finalmente, la palabra «traición» es un vocablo que tendremos que guardar en el trastero en esta nueva etapa. El macrismo fue arrollador, se presentó a sí mismo como «fin de la historia». Fueron muchos los que se dejaron arrastrar, seducir, apretar, por la inevitabilidad de la nueva dispensación de los globos amarillos y el regreso al mundo. 

Aún así, excepto para los más recalcitrantes, el mal perpetrado durante este período ha sido tan profundo, la ineficiencia ejercitada por las estrellas oscuras del equipo conductor tan notoria, y el egoísmo del presidente y su círculo íntimo tan evidente, que hoy la coyuntura exige que dejemos atrás los rencores para reconstruir otra Argentina posible.

RAHOLA EN BUENOS AIRES. SÍNTOMAS DE LA ESQUIZOFRENIA CATALANA


Argentina, otra vez saqueada

Argentina (y América Latina en general) transita una de las épocas más oscuras de su historia de sangre y de fuego. A la profunda crisis regional, se suma el embate impiadoso de las derechas del subcontinente y la nueva política injerencista de Washington. En Brasil y Argentina, el retroceso en términos sociales es notorio. La velocidad del deterioro institucional no tiene precedentes, pese a la propaganda mediática internacional que ha querido acusar a los llamados gobiernos progresistas de la última década de «populistas» (y, por ende, «antidemocráticos»). Los golpes de Estado, los golpes judiciales y los golpes mediáticos se han sucedido sin pausa en América Latina a lo largo de estos últimos años, comenzando por el golpe militar a Zelaya en Honduras, pasando por Paraguay, Brasil o Argentina, donde el poder mediático y judicial ha condicionado las últimas elecciones presidenciales y amenaza las próximas con una sucesión interminable de operaciones antidemocráticas e ilegales. 

La catástrofe social en Argentina es profunda. En tres años, el gobierno de Mauricio Macri ha logrado incrementar la pobreza de manera exponencial, lanzando a millones de personas a la pobreza  y a la indigencia, ha quebrado el tejido industrial, abocando a cientos de miles al desempleo, y ha acelerado los procesos inflacionarios hasta posicionar al peso en el podio de las monedas más depreciadas del mundo, tras Venezuela, Sudán y Zimbawe. El re-endeudamiento del país es astronómico, como es astronómica la fuga de capitales. La Argentina de Mauricio Macri ha logrado el glorioso récord de haber recibido el desembolso más abultado en toda la historia del Fondo Monetario Internacion, condicionando de este modo a las generaciones futuras.

Lawfare y fake news

De acuerdo al New York Times, Macri llegó al poder gracias a las denuncias sistemáticas de corrupción al gobierno de los Kirchner, denuncias que —dicho sea de paso, hasta el momento no han podido demostrarse. Ni las bóvedas, ni la llamada ruta del dinero K, ni las supuestas cuentas bancarias en el exterior de los Kirchner han podido encontrarse. Pese a la avalancha de operaciones mediáticas, la evidente arbitrariedad de muchos jueces y fiscales comprometidos ideológicamente con el proyecto macrista, el apriete desvergonzado de  hipotéticos arrepentidos que son amenazados con prisión preventiva si no incriminan a los Kirchner, y una abierta y frenética actividad por parte del ejecutivo operando sobre la justicia por medio de periodistas, espías y mafiosos, las causas de corrupción contra el kirchnerismo no prosperan, y muchas de ellas sencillamente se caen, pese al esfuerzo notorio por seguir explicando que el problema del país es que los Kirchner se robaron un PBI. Una verdadera osadía, una hipérbole digna de los tiempos de Trump, indudablemente. 

Muy diferente es la situación de Macri, sus familiares y funcionarios. El blanqueo de capitales para familiares y funcionarios promovido por el ejecutivo a través de un decreto presidencial y en contra de la ley emanada de las cámaras legislativas, ha beneficiado a todo el funcionariado que ha saneado su estafa al Estado argentino por cientos de millones de dólares. 

La familia Macri ha blanqueado millones de dólares que permanecían resguardados en sus paraísos fiscales. El copamiento de la magistratura, la remoción de jueces y fiscales, el nombramiento a dedo de las nuevas figuras de la justicia (incluido el nombramiento de un miembro de la Corte Suprema por decreto presidencial a comienzo de su mandato) es otra prueba de la falta de seguridad jurídica que impera en el país para los ciudadanos de a pie. 

Más grave es el desguace de la llamada oficina anticorrupción, dirigida por Laura Alonso (una abogada con estrechos vínculos con Paul Singer, un multimillonario, propietario de un fondo buitre con el cual el Estado argentino libró una batalla judicial extenuante durante décadas en el distrito de Nueva York) quien ha confesado públicamente hace algunas semanas (y por ello hoy está imputada) que no ha emprendido  investigación alguna contra el actual gobierno del que forma parte, sino que se ha dedicado de manera exclusiva a probar la corrupción kirchnerista. 

Estas son algunas de las estrategias que utiliza el gobierno del empresario Macri para blindarse frente a la escandalosa evidencia de su actividad delictiva. Desde la aparición de 50 cuentas off-shore a su nombre en los famosos Panama Papers, y los escándalos en torno a Oberdrecht que afecta a su grupo empresarial, a algunos de sus familiares más directos, e incluso al hombre del fútbol y amigo del presidente, Gustavo Arribas, hoy a cargo, nada más y nada menos, que de los servicios de inteligencia,  el presidente no ha dejado de ser sospechado de notorias actividades ilegales.

Hoy sabemos que Macri ganó las elecciones gracias a la falsa denuncia del asesinato del fiscal Nisman. También sabemos, a ciencia cierta, que Nisman se suicidó, y que las personas involucradas en lo que desencadenó la decisión del fiscal de quitarse la vida son las mismas personas que han conducido la guerra sucia, mediático-judicial, que envuelve al país en una atmósfera asfixiante de incertidumbre y desconfianza. 

Otra de las denuncias que le valieron el triunfo a la coalición Cambiemos, específicamente, la gobernación de la provincia de Buenos Aires que hoy conduce la aspirante a reemplazar a Macri, María Eugenia Vidal, fue la que le endilgaron por narcotráfico al entonces candidato Anibal Fernández. Hoy Fernández se pasea por las calles del país y los platós de televisión sin problemas, porque la denuncia era, efectivamente y como cabía suponerse, falsa. Incluso los propios protagonistas de la trama policíaca, que junto con una diputada de la nación (Elisa Carrió) y un periodista estrella (Jorge Lanata), llevaron a las pantallas de la corporación mediática los falsos testimonios de tres asesinos brutales para involucrar al político.

Las cruzadas de Rahola

Pilar Rahola tiene un lugar en este entramado de corrupción política y mediática. En 2015, en el principal programa televisivo de chimentos del país, conducido por una señora que recuerda a la Ana Rosa española (Mirtha Legrand) y al que habitualmente la periodista catalana asiste durante sus visitas a Buenos Aires, atacó de manera impiadosa a la pareja del candidato kirchnerista y apostó su reputación por el gobierno de extrema derecha, neoliberal, que hoy conduce el ingeniero Macri. Rahola es en Argentina una representante vociferante de la derecha argentina. Ocupa como intelectual extranjera un lugar análogo al que tiene Vargas Llosa entre los «ciudadanos» y «populares». Se codea con la crema de los reaccionarios y sonríe a diestra y siniestra a los adalides del revisionismo conservador y liberal, obsesionados con los movimientos populares del país. 

Ninguna de las pruebas de la corrupción económica y la corrupción institucional del macrismo le ha hecho moverse un ápice de su posicionamiento en estos años. La semana pasada no llegó a Buenos Aires para criticar el hambre y la miseria que las políticas de Macri han incrementado de manera notoria, ni las persecuciones  a líderes políticos, sindicales y sociales. No ha hecho mención alguna de la aplicación sistemática de prisiones preventivas a los opositores políticos. No tiene mucho que decir sobre la estrategia de desmantelamiento y desfinanciación de las organizaciones de defensa de los derechos humanos, ni del endeudamiento confiscador que ha regresado a la Argentina a las épocas más difíciles de su democracia, poniendo la soberanía nacional bajo el yugo de eso que llamamos «mercado». Rahola no tiene nada que decir sobre la amistad de Macri y Trump, sobre el desmantelamiento de los organismos regionales, promoviendo de manera solapada la injerencia estadounidense en el subcontinente. Y no tiene nada que decir por la sencilla razón de que Rahola es una defensora a ultranza de la contrarrevolución conservadora en América Latina.

Su odio contra aquellos que llama «populistas» no tiene límites morales. Apoya el intervencionismo estadounidense y hace lobby abiertamente en el país en defensa de la derecha israelí, llegando al absurdo de promover una versión desacreditada del supuesto asesinato del fiscal de la Nación (Nisman) que, hoy se sabe de manera incontrovertibles, fue un corrupto concertado, operó y cobró dinero sucio por parte de fondos buitres en conflicto con Argentina desde el 2003, en detrimento de los reclamos de justicia de los familiares y amigos de casi un centenar de víctimas mortales y más de 300 heridos producidos en los atentados a la AMIA.  

En Argentina, la patina sensible de Rahola se desdibuja hasta dejar expuesto su esperpéntico talante reaccionario. Apuesta por la mano dura, y sirve a los intereses de los negacionistas del genocidio y a los herederos de las riquezas saqueadas a las clases populares del país. De republicanismo no tiene mucho, porque es una fervorosa militante de la oligarquía local, cuyos representantes la invitan asiduamente agradecidos por sus bufonescas diátribas contra el populismo, a través de las cuales aseguran los votos de las clases medias xenófobas que han sabido construir a partir del odio a las clases populares, una identidad histórica en el país. 

En su última intervención en la Feria del Libro, haciéndose eco de los periodistas de la derecha liberal argentina, Rahola condenó la presentación que hizo la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner de su libro. Los periódicos catalanes independentistas festejaron de manera obsecuente los aplausos de la penalista de TV3, sin pararse a pensar quiénes estaban atrás de esos aplausos, sin caer en la cuenta que lo que une a Rahola con su fiel público porteño es análogo a lo que une a Vargas Llosa con la derecha española. 

El libro de Cristina Fernández de Kirchner es, efectivamente, un libro político, como otros muchos libros políticos que son presentados, con pretensión política (a quién puede caberle alguna duda de ello) en las ferias, librerías, foros públicos de todo tipo, universidades, sin que nadie se rasgue las vestiduras. La diferencia, evidentemente, es que el libro de Cristina Fernández de Kirchner ha vendido cientos de miles de ejemplares en unas pocas semanas, convirtiéndolo en un verdadero fenómeno editorial sin precedentes en el país en las últimas décadas.  

Aliada a los más conspicuos admiradores del escritor peruano Vargas Llosa, la ex-ERC repite las mismas razones que el peruano publicita desde su púlpito en el diario El País a la hora de vomitar su anti-latinoamericanismo. El diario La Nación, un emblema periodístico de la dictadura militar, comprometido con una visión negacionista de la historia argentina, se desvive en cada una de las visitas de la periodista «española» (Pilar Rahola), en difundir su mensaje antipopulista y antipopular. Porque es cierto que en Argentina Rahola es, si se me permite, muy española, muy hispánica, muy hiperbólica. Es más parecida a sus contrincantes políticos en España de lo que a ella le gustaría reconocer. 

De acuerdo con Rahola, la fundación del Libro no debería haber permitido la presentación de la publicación de Cristina Fernández de Kirchner, en complicidad evidente con el periodista Jorge Lanata, quien llamó abiertamente al boicot de la feria. En estas defensas de la libertad de expresión encontramos a la enconada «libertaria» catalana. En una muestra de arbitrariedad y en un desafío a los supuestos valores que ella misma dice encarnar en Catalunya, acusó a la Feria de rebajarse por permitir que Cristina Fernández presentara su obra ante un público militante.

Obviamente, si se midieran los criterios que utiliza para juzgar a sus contrincantes, con los que utiliza para valorar su propio comportamiento, Rahola sería considerada muy argentina. El ingenio popular dice que si compras a un argentino por lo que vale, y lo vendes por lo que dice que vale, te harás millonario. Evidentemente, con Rahola pasa algo semejante. Lo que da un poco de «yuyu» —como dicen mis hijos, es la cantidad de seguidores que tiene la panelista en Catalunya, y el espacio que ocupa en la esfera pública.  

Dime con quién andas y te diré quién eres

Unos días antes de la presentación del libro de Cristina, algunos simpatizantes de Macri llenaron otro foro donde se presentaba una obra dedicada a probar la inexistencia de campos de exterminio y tortura durante la dictadura militar. El autor es un genocida condenado por crímenes de lesa humanidad, y el presentador de la obra, un periodista ultramacrista que defiende a capa y espada la figura del fallecido dictador Jorge Rafael Videla. La feria del libro se desmarcó abiertamente de la promoción de ese libro negacionista, pero se felicitó por el éxito editorial del libro de Cristina, aclamada por una multitud dentro y fuera de la feria. Pilar Rahola, encendida y aplaudida por los mismos negacionistas que habían vociferado su indignación por el repudio social a un libro con el cual concuerdan explicita o veladamente, condenó furiosamente el libro de Cristina, su odiada populista.

Entre los presentes en el foro en el que habló Cristina Fernández de Kirchner estaban los más destacados referentes de los movimientos locales de defensa de los derechos humanos, acosados por el gobierno macrista desde el primer día de su mandato. El premio Nóble de la paz Adolfo Pérez Esquivel ha sido taxativo respecto a la falta de compromiso con los derechos humanos del gobierno de Macri, denunciando las muchas detenciones ilegales que se han sucedido a lo largo de su mandato contra referentes sociales y opositores políticos. De manera semejante se ha pronunciado Estela de Carlotto, la presidente de la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo, quien ha descrito la relación con el gobierno de Macri con los derechos humanos y las organizaciones que los defienden como difícil e incluso antagónica. Son muchos los ministros de Macri que han defendido posturas relativistas frente al genocidio, y unos cuantos que abiertamente militan por el negacionismo. 

En Catalunya, Rahola es una figura respetada y hegemónica. Los políticos y los periodistas le temen como a la lepra. Su mala educación es consentida de manera obsecuente, aún cuando sus argumentos, en muchas ocasiones, son pobres y «trumpeanos». Se la considera progresista debido a un dudoso pasado, hoy irrelevante, pero sus posiciones son claramente reaccionarias, excepto en aquellos temas ambiguos que producen rédito entre su público recalcitrante.

Los múltiples rostros de Catalunya

Rahola es un síntoma de Catalunya. Las próximas elecciones europeas y municipales deben decidir muchas cosas. Para empezar, la nueva hoja de ruta respecto al encaje o desencaje de Catalunya en España. Sin embargo, no menos importante es algo de lo que se ha discutido menos: ¿De qué hablamos cuando hablamos de Catalunya? ¿Quién o qué pretende ser Catalunya en el mundo? ¿Apuesta Catalunya por ser un socio incondicional de la política de Netanyahu y Trump en Medio Oriente? ¿Se aliará con los Guaidó, los Macri y los Bolsonaro (a cualquier precio) para perseguir y aniquilar a los «populistas» latinoamericanos, utilizando los mismos métodos de persecución que con tanta estridencia ella misma denuncia en España? 

Porque va llegando la hora de dejar de pensar en este país (Catalunya) como si fuera una entidad una y trina, y verlo como lo que es, con sus notables grandezas y sus numerosas flaquezas, en su finitud y en su humana imperfección histórica. Rahola es un personaje que empobrece el país. Y lo empobrece de un doble modo, por lo que dice y por el lugar que ocupa en su esfera pública. 

Su proverbial arrogancia multiplica sus rostros en todos los medios. Su estridencia verbal no tiene límites. No solo ocupa los espacios que se le ofrecen, sino que se inmiscuye en aquellos donde no ha sido invitada. Hace unos días, en el programa televisivo «Preguntes freqüents» en la televisión pública catalana, Joan Tardà y Xavier Domènech conversaban en el plató cuando Rahola «invadió» la mesa (con beneplácito de la conductora) gesticulando y haciendo aspavientos. Domènech estaba en medio de una idea, importante, esperada por los espectadores y el periodista que había preguntado. Domènech en varias ocasiones pidió que le permitieran terminar, pero no hubo manera. Rahola ya había ocupado todo el espacio, con sus comentarios entre dientes, con su risa bufonesca. De este modo, Rahola se convierte en un obstáculo, un obstáculo que representa a una parte importante del independentismo catalán que en los próximos días deberá decidir qué quiere ser Catalunya, una Catalunya más amplia y plural, más atenta a las idiosincracias y los matices que la conforman, más tolerante, como les gusta repetir a muchos en estos días, a lo que significan las sociedades actuales, en el siglo XXI, como dice el estribillo indignado de todo aquel que pretende ser moderno, pese a la diferencia. 

Rahola se presenta como la «fiscal de la república catalana». Para ello exige una suerte de impunidad ejecutiva, tolerancia frente a su propia intolerancia y prepotencia. Eso le permite pasearse por el mundo con su plasticidad oportunista, escudada en el supuesto destino incólume de su causa nacional, pese a las contradicciones evidentes de su contorsionismo ideológico. 

Rahola, en muchos sentidos, es la imagen refleja de Vargas Llosa en su espejo. Los separa (apenas) una bandera. Viven ambos de su izquierdismo de juventud, pero se alimentan del odio y el resentimiento que les produce su propia decepción, sin avergonzarse de haber optado por ponerse al servicio de aquello que juzgaron injusto cuando eran mejores. 

La cobardía tiene muchos rostros, entre ellos la máscara que utilizan los que no quieren ver lo evidente por miedo a que se les acuse de «no ser de los nuestros». Esta frase es triste en boca de políticos y periodistas. 

El periodismo catalán, la política catalana, la cultura catalana, se debe a sí misma una seria investigación acerca de sus voceros más enfervorizados. Los gritos de Rahola en los platós de televisión, y su presencia omnipresente en el foro público, su grupo de forofos encendidos, y el temor en la piel de quienes se atreven alguna vez a osar contradecirle, demuestra que en esto también nos jugamos la madurez democrática. 

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Milei viaja a España para apoyar a la extrema derecha, a esa derecha franquista y neoliberal que busca derrocar al gobierno de Pedro Sánchez...