RAHOLA EN BUENOS AIRES. SÍNTOMAS DE LA ESQUIZOFRENIA CATALANA
Argentina, otra vez saqueada
Argentina (y América Latina en general) transita una de las épocas más oscuras de su historia de sangre y de fuego. A la profunda crisis regional, se suma el embate impiadoso de las derechas del subcontinente y la nueva política injerencista de Washington. En Brasil y Argentina, el retroceso en términos sociales es notorio. La velocidad del deterioro institucional no tiene precedentes, pese a la propaganda mediática internacional que ha querido acusar a los llamados gobiernos progresistas de la última década de «populistas» (y, por ende, «antidemocráticos»). Los golpes de Estado, los golpes judiciales y los golpes mediáticos se han sucedido sin pausa en América Latina a lo largo de estos últimos años, comenzando por el golpe militar a Zelaya en Honduras, pasando por Paraguay, Brasil o Argentina, donde el poder mediático y judicial ha condicionado las últimas elecciones presidenciales y amenaza las próximas con una sucesión interminable de operaciones antidemocráticas e ilegales.
La catástrofe social en Argentina es profunda. En tres años, el gobierno de Mauricio Macri ha logrado incrementar la pobreza de manera exponencial, lanzando a millones de personas a la pobreza y a la indigencia, ha quebrado el tejido industrial, abocando a cientos de miles al desempleo, y ha acelerado los procesos inflacionarios hasta posicionar al peso en el podio de las monedas más depreciadas del mundo, tras Venezuela, Sudán y Zimbawe. El re-endeudamiento del país es astronómico, como es astronómica la fuga de capitales. La Argentina de Mauricio Macri ha logrado el glorioso récord de haber recibido el desembolso más abultado en toda la historia del Fondo Monetario Internacion, condicionando de este modo a las generaciones futuras.
Lawfare y fake news
De acuerdo al New York Times, Macri llegó al poder gracias a las denuncias sistemáticas de corrupción al gobierno de los Kirchner, denuncias que —dicho sea de paso, hasta el momento no han podido demostrarse. Ni las bóvedas, ni la llamada ruta del dinero K, ni las supuestas cuentas bancarias en el exterior de los Kirchner han podido encontrarse. Pese a la avalancha de operaciones mediáticas, la evidente arbitrariedad de muchos jueces y fiscales comprometidos ideológicamente con el proyecto macrista, el apriete desvergonzado de hipotéticos arrepentidos que son amenazados con prisión preventiva si no incriminan a los Kirchner, y una abierta y frenética actividad por parte del ejecutivo operando sobre la justicia por medio de periodistas, espías y mafiosos, las causas de corrupción contra el kirchnerismo no prosperan, y muchas de ellas sencillamente se caen, pese al esfuerzo notorio por seguir explicando que el problema del país es que los Kirchner se robaron un PBI. Una verdadera osadía, una hipérbole digna de los tiempos de Trump, indudablemente.
Muy diferente es la situación de Macri, sus familiares y funcionarios. El blanqueo de capitales para familiares y funcionarios promovido por el ejecutivo a través de un decreto presidencial y en contra de la ley emanada de las cámaras legislativas, ha beneficiado a todo el funcionariado que ha saneado su estafa al Estado argentino por cientos de millones de dólares.
La familia Macri ha blanqueado millones de dólares que permanecían resguardados en sus paraísos fiscales. El copamiento de la magistratura, la remoción de jueces y fiscales, el nombramiento a dedo de las nuevas figuras de la justicia (incluido el nombramiento de un miembro de la Corte Suprema por decreto presidencial a comienzo de su mandato) es otra prueba de la falta de seguridad jurídica que impera en el país para los ciudadanos de a pie.
Más grave es el desguace de la llamada oficina anticorrupción, dirigida por Laura Alonso (una abogada con estrechos vínculos con Paul Singer, un multimillonario, propietario de un fondo buitre con el cual el Estado argentino libró una batalla judicial extenuante durante décadas en el distrito de Nueva York) quien ha confesado públicamente hace algunas semanas (y por ello hoy está imputada) que no ha emprendido investigación alguna contra el actual gobierno del que forma parte, sino que se ha dedicado de manera exclusiva a probar la corrupción kirchnerista.
Estas son algunas de las estrategias que utiliza el gobierno del empresario Macri para blindarse frente a la escandalosa evidencia de su actividad delictiva. Desde la aparición de 50 cuentas off-shore a su nombre en los famosos Panama Papers, y los escándalos en torno a Oberdrecht que afecta a su grupo empresarial, a algunos de sus familiares más directos, e incluso al hombre del fútbol y amigo del presidente, Gustavo Arribas, hoy a cargo, nada más y nada menos, que de los servicios de inteligencia, el presidente no ha dejado de ser sospechado de notorias actividades ilegales.
Hoy sabemos que Macri ganó las elecciones gracias a la falsa denuncia del asesinato del fiscal Nisman. También sabemos, a ciencia cierta, que Nisman se suicidó, y que las personas involucradas en lo que desencadenó la decisión del fiscal de quitarse la vida son las mismas personas que han conducido la guerra sucia, mediático-judicial, que envuelve al país en una atmósfera asfixiante de incertidumbre y desconfianza.
Otra de las denuncias que le valieron el triunfo a la coalición Cambiemos, específicamente, la gobernación de la provincia de Buenos Aires que hoy conduce la aspirante a reemplazar a Macri, María Eugenia Vidal, fue la que le endilgaron por narcotráfico al entonces candidato Anibal Fernández. Hoy Fernández se pasea por las calles del país y los platós de televisión sin problemas, porque la denuncia era, efectivamente y como cabía suponerse, falsa. Incluso los propios protagonistas de la trama policíaca, que junto con una diputada de la nación (Elisa Carrió) y un periodista estrella (Jorge Lanata), llevaron a las pantallas de la corporación mediática los falsos testimonios de tres asesinos brutales para involucrar al político.
Las cruzadas de Rahola
Pilar Rahola tiene un lugar en este entramado de corrupción política y mediática. En 2015, en el principal programa televisivo de chimentos del país, conducido por una señora que recuerda a la Ana Rosa española (Mirtha Legrand) y al que habitualmente la periodista catalana asiste durante sus visitas a Buenos Aires, atacó de manera impiadosa a la pareja del candidato kirchnerista y apostó su reputación por el gobierno de extrema derecha, neoliberal, que hoy conduce el ingeniero Macri. Rahola es en Argentina una representante vociferante de la derecha argentina. Ocupa como intelectual extranjera un lugar análogo al que tiene Vargas Llosa entre los «ciudadanos» y «populares». Se codea con la crema de los reaccionarios y sonríe a diestra y siniestra a los adalides del revisionismo conservador y liberal, obsesionados con los movimientos populares del país.
Ninguna de las pruebas de la corrupción económica y la corrupción institucional del macrismo le ha hecho moverse un ápice de su posicionamiento en estos años. La semana pasada no llegó a Buenos Aires para criticar el hambre y la miseria que las políticas de Macri han incrementado de manera notoria, ni las persecuciones a líderes políticos, sindicales y sociales. No ha hecho mención alguna de la aplicación sistemática de prisiones preventivas a los opositores políticos. No tiene mucho que decir sobre la estrategia de desmantelamiento y desfinanciación de las organizaciones de defensa de los derechos humanos, ni del endeudamiento confiscador que ha regresado a la Argentina a las épocas más difíciles de su democracia, poniendo la soberanía nacional bajo el yugo de eso que llamamos «mercado». Rahola no tiene nada que decir sobre la amistad de Macri y Trump, sobre el desmantelamiento de los organismos regionales, promoviendo de manera solapada la injerencia estadounidense en el subcontinente. Y no tiene nada que decir por la sencilla razón de que Rahola es una defensora a ultranza de la contrarrevolución conservadora en América Latina.
Su odio contra aquellos que llama «populistas» no tiene límites morales. Apoya el intervencionismo estadounidense y hace lobby abiertamente en el país en defensa de la derecha israelí, llegando al absurdo de promover una versión desacreditada del supuesto asesinato del fiscal de la Nación (Nisman) que, hoy se sabe de manera incontrovertibles, fue un corrupto concertado, operó y cobró dinero sucio por parte de fondos buitres en conflicto con Argentina desde el 2003, en detrimento de los reclamos de justicia de los familiares y amigos de casi un centenar de víctimas mortales y más de 300 heridos producidos en los atentados a la AMIA.
En Argentina, la patina sensible de Rahola se desdibuja hasta dejar expuesto su esperpéntico talante reaccionario. Apuesta por la mano dura, y sirve a los intereses de los negacionistas del genocidio y a los herederos de las riquezas saqueadas a las clases populares del país. De republicanismo no tiene mucho, porque es una fervorosa militante de la oligarquía local, cuyos representantes la invitan asiduamente agradecidos por sus bufonescas diátribas contra el populismo, a través de las cuales aseguran los votos de las clases medias xenófobas que han sabido construir a partir del odio a las clases populares, una identidad histórica en el país.
En su última intervención en la Feria del Libro, haciéndose eco de los periodistas de la derecha liberal argentina, Rahola condenó la presentación que hizo la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner de su libro. Los periódicos catalanes independentistas festejaron de manera obsecuente los aplausos de la penalista de TV3, sin pararse a pensar quiénes estaban atrás de esos aplausos, sin caer en la cuenta que lo que une a Rahola con su fiel público porteño es análogo a lo que une a Vargas Llosa con la derecha española.
El libro de Cristina Fernández de Kirchner es, efectivamente, un libro político, como otros muchos libros políticos que son presentados, con pretensión política (a quién puede caberle alguna duda de ello) en las ferias, librerías, foros públicos de todo tipo, universidades, sin que nadie se rasgue las vestiduras. La diferencia, evidentemente, es que el libro de Cristina Fernández de Kirchner ha vendido cientos de miles de ejemplares en unas pocas semanas, convirtiéndolo en un verdadero fenómeno editorial sin precedentes en el país en las últimas décadas.
Aliada a los más conspicuos admiradores del escritor peruano Vargas Llosa, la ex-ERC repite las mismas razones que el peruano publicita desde su púlpito en el diario El País a la hora de vomitar su anti-latinoamericanismo. El diario La Nación, un emblema periodístico de la dictadura militar, comprometido con una visión negacionista de la historia argentina, se desvive en cada una de las visitas de la periodista «española» (Pilar Rahola), en difundir su mensaje antipopulista y antipopular. Porque es cierto que en Argentina Rahola es, si se me permite, muy española, muy hispánica, muy hiperbólica. Es más parecida a sus contrincantes políticos en España de lo que a ella le gustaría reconocer.
De acuerdo con Rahola, la fundación del Libro no debería haber permitido la presentación de la publicación de Cristina Fernández de Kirchner, en complicidad evidente con el periodista Jorge Lanata, quien llamó abiertamente al boicot de la feria. En estas defensas de la libertad de expresión encontramos a la enconada «libertaria» catalana. En una muestra de arbitrariedad y en un desafío a los supuestos valores que ella misma dice encarnar en Catalunya, acusó a la Feria de rebajarse por permitir que Cristina Fernández presentara su obra ante un público militante.
Obviamente, si se midieran los criterios que utiliza para juzgar a sus contrincantes, con los que utiliza para valorar su propio comportamiento, Rahola sería considerada muy argentina. El ingenio popular dice que si compras a un argentino por lo que vale, y lo vendes por lo que dice que vale, te harás millonario. Evidentemente, con Rahola pasa algo semejante. Lo que da un poco de «yuyu» —como dicen mis hijos, es la cantidad de seguidores que tiene la panelista en Catalunya, y el espacio que ocupa en la esfera pública.
Dime con quién andas y te diré quién eres
Unos días antes de la presentación del libro de Cristina, algunos simpatizantes de Macri llenaron otro foro donde se presentaba una obra dedicada a probar la inexistencia de campos de exterminio y tortura durante la dictadura militar. El autor es un genocida condenado por crímenes de lesa humanidad, y el presentador de la obra, un periodista ultramacrista que defiende a capa y espada la figura del fallecido dictador Jorge Rafael Videla. La feria del libro se desmarcó abiertamente de la promoción de ese libro negacionista, pero se felicitó por el éxito editorial del libro de Cristina, aclamada por una multitud dentro y fuera de la feria. Pilar Rahola, encendida y aplaudida por los mismos negacionistas que habían vociferado su indignación por el repudio social a un libro con el cual concuerdan explicita o veladamente, condenó furiosamente el libro de Cristina, su odiada populista.
Entre los presentes en el foro en el que habló Cristina Fernández de Kirchner estaban los más destacados referentes de los movimientos locales de defensa de los derechos humanos, acosados por el gobierno macrista desde el primer día de su mandato. El premio Nóble de la paz Adolfo Pérez Esquivel ha sido taxativo respecto a la falta de compromiso con los derechos humanos del gobierno de Macri, denunciando las muchas detenciones ilegales que se han sucedido a lo largo de su mandato contra referentes sociales y opositores políticos. De manera semejante se ha pronunciado Estela de Carlotto, la presidente de la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo, quien ha descrito la relación con el gobierno de Macri con los derechos humanos y las organizaciones que los defienden como difícil e incluso antagónica. Son muchos los ministros de Macri que han defendido posturas relativistas frente al genocidio, y unos cuantos que abiertamente militan por el negacionismo.
En Catalunya, Rahola es una figura respetada y hegemónica. Los políticos y los periodistas le temen como a la lepra. Su mala educación es consentida de manera obsecuente, aún cuando sus argumentos, en muchas ocasiones, son pobres y «trumpeanos». Se la considera progresista debido a un dudoso pasado, hoy irrelevante, pero sus posiciones son claramente reaccionarias, excepto en aquellos temas ambiguos que producen rédito entre su público recalcitrante.
Los múltiples rostros de Catalunya
Rahola es un síntoma de Catalunya. Las próximas elecciones europeas y municipales deben decidir muchas cosas. Para empezar, la nueva hoja de ruta respecto al encaje o desencaje de Catalunya en España. Sin embargo, no menos importante es algo de lo que se ha discutido menos: ¿De qué hablamos cuando hablamos de Catalunya? ¿Quién o qué pretende ser Catalunya en el mundo? ¿Apuesta Catalunya por ser un socio incondicional de la política de Netanyahu y Trump en Medio Oriente? ¿Se aliará con los Guaidó, los Macri y los Bolsonaro (a cualquier precio) para perseguir y aniquilar a los «populistas» latinoamericanos, utilizando los mismos métodos de persecución que con tanta estridencia ella misma denuncia en España?
Porque va llegando la hora de dejar de pensar en este país (Catalunya) como si fuera una entidad una y trina, y verlo como lo que es, con sus notables grandezas y sus numerosas flaquezas, en su finitud y en su humana imperfección histórica. Rahola es un personaje que empobrece el país. Y lo empobrece de un doble modo, por lo que dice y por el lugar que ocupa en su esfera pública.
Su proverbial arrogancia multiplica sus rostros en todos los medios. Su estridencia verbal no tiene límites. No solo ocupa los espacios que se le ofrecen, sino que se inmiscuye en aquellos donde no ha sido invitada. Hace unos días, en el programa televisivo «Preguntes freqüents» en la televisión pública catalana, Joan Tardà y Xavier Domènech conversaban en el plató cuando Rahola «invadió» la mesa (con beneplácito de la conductora) gesticulando y haciendo aspavientos. Domènech estaba en medio de una idea, importante, esperada por los espectadores y el periodista que había preguntado. Domènech en varias ocasiones pidió que le permitieran terminar, pero no hubo manera. Rahola ya había ocupado todo el espacio, con sus comentarios entre dientes, con su risa bufonesca. De este modo, Rahola se convierte en un obstáculo, un obstáculo que representa a una parte importante del independentismo catalán que en los próximos días deberá decidir qué quiere ser Catalunya, una Catalunya más amplia y plural, más atenta a las idiosincracias y los matices que la conforman, más tolerante, como les gusta repetir a muchos en estos días, a lo que significan las sociedades actuales, en el siglo XXI, como dice el estribillo indignado de todo aquel que pretende ser moderno, pese a la diferencia.
Rahola se presenta como la «fiscal de la república catalana». Para ello exige una suerte de impunidad ejecutiva, tolerancia frente a su propia intolerancia y prepotencia. Eso le permite pasearse por el mundo con su plasticidad oportunista, escudada en el supuesto destino incólume de su causa nacional, pese a las contradicciones evidentes de su contorsionismo ideológico.
Rahola, en muchos sentidos, es la imagen refleja de Vargas Llosa en su espejo. Los separa (apenas) una bandera. Viven ambos de su izquierdismo de juventud, pero se alimentan del odio y el resentimiento que les produce su propia decepción, sin avergonzarse de haber optado por ponerse al servicio de aquello que juzgaron injusto cuando eran mejores.
La cobardía tiene muchos rostros, entre ellos la máscara que utilizan los que no quieren ver lo evidente por miedo a que se les acuse de «no ser de los nuestros». Esta frase es triste en boca de políticos y periodistas.
El periodismo catalán, la política catalana, la cultura catalana, se debe a sí misma una seria investigación acerca de sus voceros más enfervorizados. Los gritos de Rahola en los platós de televisión, y su presencia omnipresente en el foro público, su grupo de forofos encendidos, y el temor en la piel de quienes se atreven alguna vez a osar contradecirle, demuestra que en esto también nos jugamos la madurez democrática.
Rahola es un síntoma de Catalunya. Las próximas elecciones europeas y municipales deben decidir muchas cosas. Para empezar, la nueva hoja de ruta respecto al encaje o desencaje de Catalunya en España. Sin embargo, no menos importante es algo de lo que se ha discutido menos: ¿De qué hablamos cuando hablamos de Catalunya? ¿Quién o qué pretende ser Catalunya en el mundo? ¿Apuesta Catalunya por ser un socio incondicional de la política de Netanyahu y Trump en Medio Oriente? ¿Se aliará con los Guaidó, los Macri y los Bolsonaro (a cualquier precio) para perseguir y aniquilar a los «populistas» latinoamericanos, utilizando los mismos métodos de persecución que con tanta estridencia ella misma denuncia en España?
Porque va llegando la hora de dejar de pensar en este país (Catalunya) como si fuera una entidad una y trina, y verlo como lo que es, con sus notables grandezas y sus numerosas flaquezas, en su finitud y en su humana imperfección histórica. Rahola es un personaje que empobrece el país. Y lo empobrece de un doble modo, por lo que dice y por el lugar que ocupa en su esfera pública.
Su proverbial arrogancia multiplica sus rostros en todos los medios. Su estridencia verbal no tiene límites. No solo ocupa los espacios que se le ofrecen, sino que se inmiscuye en aquellos donde no ha sido invitada. Hace unos días, en el programa televisivo «Preguntes freqüents» en la televisión pública catalana, Joan Tardà y Xavier Domènech conversaban en el plató cuando Rahola «invadió» la mesa (con beneplácito de la conductora) gesticulando y haciendo aspavientos. Domènech estaba en medio de una idea, importante, esperada por los espectadores y el periodista que había preguntado. Domènech en varias ocasiones pidió que le permitieran terminar, pero no hubo manera. Rahola ya había ocupado todo el espacio, con sus comentarios entre dientes, con su risa bufonesca. De este modo, Rahola se convierte en un obstáculo, un obstáculo que representa a una parte importante del independentismo catalán que en los próximos días deberá decidir qué quiere ser Catalunya, una Catalunya más amplia y plural, más atenta a las idiosincracias y los matices que la conforman, más tolerante, como les gusta repetir a muchos en estos días, a lo que significan las sociedades actuales, en el siglo XXI, como dice el estribillo indignado de todo aquel que pretende ser moderno, pese a la diferencia.
Rahola se presenta como la «fiscal de la república catalana». Para ello exige una suerte de impunidad ejecutiva, tolerancia frente a su propia intolerancia y prepotencia. Eso le permite pasearse por el mundo con su plasticidad oportunista, escudada en el supuesto destino incólume de su causa nacional, pese a las contradicciones evidentes de su contorsionismo ideológico.
Rahola, en muchos sentidos, es la imagen refleja de Vargas Llosa en su espejo. Los separa (apenas) una bandera. Viven ambos de su izquierdismo de juventud, pero se alimentan del odio y el resentimiento que les produce su propia decepción, sin avergonzarse de haber optado por ponerse al servicio de aquello que juzgaron injusto cuando eran mejores.
La cobardía tiene muchos rostros, entre ellos la máscara que utilizan los que no quieren ver lo evidente por miedo a que se les acuse de «no ser de los nuestros». Esta frase es triste en boca de políticos y periodistas.
El periodismo catalán, la política catalana, la cultura catalana, se debe a sí misma una seria investigación acerca de sus voceros más enfervorizados. Los gritos de Rahola en los platós de televisión, y su presencia omnipresente en el foro público, su grupo de forofos encendidos, y el temor en la piel de quienes se atreven alguna vez a osar contradecirle, demuestra que en esto también nos jugamos la madurez democrática.
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