EL ANTIPERONISMO

La posibilidad de que "el mundo inferior y terrible", la "gente baja y mala", pueda llegar a mandar, la posibilidad de la "democracia" en el viejo sentido tradicional del término —como gobierno de los libres pobres— no volvió a conocerla Europa [durante mucho tiempo]

Pero la "democracia", el fantasma espectral de la irrupción de los pobres libres en el escenario político, volvió con la crisis de las monarquías absolutas y con el estallido de las revoluciones...

ANTONI DOMÈNECH

El triunfo y la grieta


Alberto y Cristina Fernández ganaron ayer las elecciones presidenciales en Argentina de manera holgada y en primera vuelta (7 u 8 puntos porcentuales de diferencia respecto a su competidor: Mauricio Macri, acompañado del experonista Miguel Pichetto, ahora devenido un antiperonista mayúsculo). En la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, alguna vez la estrella “pop” del oficialismo en retirada, fue derrotada con rotundidad por Axel Kicillof. La herencia que dejan Macri y Vidal a los argentinos es la de un Estado quebrado y ausente que se tradujo socialmente en miseria, pauperización generalizada, inseguridad en alza y “más grieta”. 

Sin embargo, estrictamente hablando, lo que es notable no es la derrota del oficialismo, sino el sustantivo apoyo que recibió de una parte de la ciudadanía la coalición gobernante que reúne a los militantes y simpatizantes PRO, con los radicales conservadores, los neoconservadores de diversos pelajes, y el creciente ultra-tradicionalismo de algunos sectores asociados al fundamentalismo religioso católico o evangélico. 

Los guarismos a estas horas reconocen una masa electoral global del 40% que votó a Macri en las presidenciales, con epicentros en la capital, el interior de la provincia de Buenos Aires y, sobre todo, la provincia de Córdoba. Estos son los datos que hay que analizar. Porque, teniendo en cuenta el fracaso del macrismo en cualquiera de los términos en que se lo considere, y la profundidad del desajuste entre sus promesas de campaña y sus actos ejecutivos, resulta evidente que ha habido muchos ciudadanos que estaban dispuestos a tragarse el sapo y votarlo, pese a las pérdidas reales que ello pudiera significar en términos materiales y simbólicos. 

Las promesas

Se ha hablado mucho de lo bueno, de lo malo y de lo feo de la gestión macrista. Tres elementos suelen analizarse para sintetizar su fracaso basados en las promesas de campaña que llevó a Macri a la Casa Rosada en 2015:

1) “Pobreza 0”

2) Libertad de mercado

3) Transparencia institucional 

Un análisis sosegado demuestra que en las tres categorías el gobierno fracasó en sus objetivos explícitos. 

La campaña expresada en términos de “pobreza 0” fue rápidamente rearticulada, no como proyecto de gobierno, sino como ideal moral de los supuestos hacedores del cambio. Con ello, su base electoral, alimentada por la fobia recalcitrante hacia los “planes sociales”, el “clientelismo”, y el hipotético “choripanerismo” peronista, se vio doblemente frustrada. No solo aumentó la pobreza, y con ello la "estética de la miseria" que tanto asquea al votante macrista, sino que se multiplicaron las violencias y, con ello, los planes sociales dedicados a la contención frente a una economía financiera salvaje que solo podía sostenerse aplicando un mecanismo de subsistencia asistencialista que, en la era macrista, ha alcanzado niveles sin precedentes. 

Algo semejante ocurrió con la bandera de la “libertad de mercado”. Si los votantes de Macri en 2015 exigían furiosos su derecho a comprar dólares para viajar a Punta del Este, Miami o Europa, y hacían del fin del cepo cambiario una suerte de “toma de la Bastilla” para el siglo XXI, hoy, al final del camino, sus bases se encuentran con un cepo cambiario (literalmente) diez veces más estricto de aquel contra el cual se levantaron en armas en el 2015. Por otro lado, al “desorden de la economía” por el cual despotricaban los profesionales del rubro y que el macrismo venía resolver, ha seguido un caos financiero y una catástrofe productiva que ha hecho crecer el desempleo, la sub-ocupación, el hambre, la desnutrición, y la incertidumbre, hasta forzar el reconocimiento de un “estado de emergencia. 

Finalmente, el gobierno de Macri, llamado a ser el gran gobierno de la transparencia, se ha convertido en el campeón de una corrupción sistémica. Más allá de la corrupción endémica que afecta globalmente al sistema político en las democracias actuales, enrevesado con intereses corporativos y mafiosos, el gobierno de Macri puede jactarse de haber sumado a lo usual, la sistematicidad en el uso corporativo del Estado para el provecho privado, además de la pornográfica utilización de la extorsión judicial, las escuchas ilegales, las prisiones preventivas, el escrache mediático, la represión y violencia injustificada, y el saqueo a mansalva de recursos públicos como instrumentos de poder. La corrupción kirchnerista parece un chascarrillo pueril si lo comparamos con el tamaño y diversificación de la corrupción macrista. El macrismo ha convertido en ley la estafa al erario público. 

El antiperonismo: una pasión antidemocrática

Sin embargo, todo esto no hace más que acentuar la sorpresa que supone la excelente performance del macrismo en estas elecciones. ¿Cómo es posible que el 40% de la ciudadanía apoyara a un gobierno tan mediocre y corrupto, con resultados tan pobres, y guarismos tan negativos en todas las áreas de su desempeño? La respuesta es fácil. A Macri no se lo votó por lo que hizo, o por lo que pudiera hacer en el futuro (el grueso de sus votantes reconoce que el presidente no tiene luces y tampoco las tienen quienes habitan el círculo íntimo que lo acompaña. Se lo votó exclusivamente porque representa la única “opción realista” frente al peronismo (y muy especialmente, frente al kirchnerismo). 

Por ese motivo, parece claro que lo que necesitamos explicar es el antiperonismo, cuya más notoria característica es la fobia ciega contra todo aquello que lo define negativamente. Es decir: el objeto al que debemos llevar al "juicio político" es esa patología muy argentina. O, parafraseando a José Pablo Feinmann, esa “persistencia”, esa “obsesión” tan argentina que llamamos “antiperonismo”. 

Suele decirse entre los intelectuales argentinos de cuño liberal o conservador que el problema argentino que debemos resolver es el peronismo. Estos intelectuales se jactan frente a los intelectuales y científicos sociales extranjeros del carácter incomprensible de ese movimiento popular y esa construcción política (esa enfermedad nuestra). Pero el peronismo no es algo misterioso o incomprensible. Todo lo contrario. Es un fenómeno social y político perfectamente identificable históricamente. Los de abajo se rebelan frente a los poderes fácticos, se resisten y luchan, se organizan, elijen sus líderes, conquistan derechos, y recurren a la imaginación para afirmar sus costumbres de clase frente a los ricos que los explotan, los oprimen y los denigran. En la historia del peronismo hay luces y sombras, evidentemente, pero más allá de las circunstancias, el peronismo es, mejor o peor, una expresión de esa lucha popular por mejorar las condiciones de vida, cuestionar la distribución de los recursos, exigir el reconocimiento de la igualdad en la libertad. 

Más difícil es explicar el “odio antiperonista”, aunque es expresión también de un fenómeno universal: la fobia contra los pobres cuando estos se rebelan y pretenden estar en pie de igualdad frente a los ricos y privilegiados. Es en este contexto que encuentra explicación la militancia antiperonista de los “radicales conservadores”, el asco de ciertas clases medias revueltas en sus entrañas ante la posibilidad de un regreso de “la yegua y sus secuaces” — unas clases medias que, paradójicamente, han sido el producto de una movilidad social que manufacturaron las fuerzas políticas que orbitan en los movimientos populares entre los cuales destaca el peronismo.


Liberales, radicales conservadores y anarcocapitalistas

Por consiguiente, el antiperonismo es el verdadero objeto de reflexión que debemos privilegiar en los próximos años. Porque, como explicaba recientemente Thomas Pikketty, el misterio no está en la pobreza en sí misma (el fenómeno, probablemente, más estudiado empíricamente por las ciencias sociales desde su instauración), sino en la riqueza, que hace posible y fabrica pobreza, y que se mantiene sagazmente ajena a la mirada de los investigadores del establishment.

Nāgārjuna (ese gran filósofo dialéctico budista) explicaba hace casi dos milenios que la clave para superar la ignorancia consiste, en primer lugar, en identificar claramente el objeto para ser refutado. Otro filósofo budista, Shantideva, lo ilustraba diciendo que de nada sirve disparar la flecha si no conocemos el blanco al que deseamos dirigirla. En nuestro contexto eso implica que, aunque pasáramos mil años tratando de resolver los problemas sociales y políticos que padecemos, no lograríamos erradicarlos si antes no somos capaces de definir claramente el objeto que hemos de remover. 

En este sentido, y contra lo que repiten liberales y conservadores, la gente bien y la gente no tan bien que llenó las plazas con su "millón del 'Sí, se puede'”, el problema de la Argentina no ha sido en el pasado, no es en el presente, ni será en el futuro el peronismo y los movimientos políticos populares: el problema no son los pobres. 

Tampoco el mal del nuestro país está en la falta de educación, o la supuesta ausencia de “cultura del trabajo” — a la que apuntan los macristas y sus compañeros de viaje: los "radicales conservadores" antialfonsinistas, la derecha ultramontana, o los anarcoliberales de Espert.

En todo caso, el problema ha sido, son y serán, siempre, los ricos, y los "trepas" —esa clase monstruosa— que los admiran y emulan, y los capataces que les sirven. El problema ha sido, es y será siempre el antiperonismo, la educación que manufactura exclusión, y la cultura de la esclavitud y la discriminación. 

El futuro posible

El 10 de diciembre comienza una nueva etapa para la Argentina. Las circunstancias son extremadamente difíciles. La herencia recibida es verdaderamente pesada en esta ocasión. 

Alberto Fernández, Cristina Fernández y el resto del Frente de Todos, además de los aliados que puedan unirse en los próximos meses, tienen ante sí la ocasión, una vez más, de darle la vuelta a la historia, dejando atrás este grave "tropiezo" de cuatro años en los que las clases populares aprendimos a ver desnudos en su crueldad a nuestros antagonistas. 

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