EL AMIGO INGLÉS Y LOS DISPOSITIVOS SOBRE EL CUERPO SIMBÓLICO



La enunciación del principio neocolonial

El presidente Macri habló a la prensa y explicitó (de manera cruda), con el estilo “desestructurado” que lo caracteriza, el principio neocolonial que rige nuestras vidas desde su asunción.

Frente a las cámaras, en un gesto impensable en una democracia moderna genuina, el presidente de “todos los argentinos” utilizó una conferencia de prensa para defender a su “amigo inglés”, Joe Lewis. Allí dejó planteado, de manera transparente, el imaginario de la geografía del campo de batalla donde se mueve. De un lado, sus enemigos, el pueblo argentino raso, caracterizado explícitamente como irracional, resentido, que ataca incomprensiblemente, a un hombre con el que deberíamos sentirnos agradecidos, el inglés multimillonario, latifundista (su amigo) que con su sola presencia en nuestro territorio y su voluntad de poder, nos mejora.

Mientras el presidente articulaba su defensa de Joe Lewis y otros amigos íntimos sospechados de diversos delitos contra el Estado,  en los cuatro puntos cardinales del país, diversos estamentos de las fuerzas policiales reprimían a la sociedad civil movilizada por diversas reivindicaciones, de las cuales el presidente no dio cuenta alguna (“Te la debo”);
 al tiempo que el ejecutivo, generoso con el inglés y otros “blancos [u otras étnias pero] adinerados” (fiel al estilo Trump que lo caracteriza), lanzaba una campaña mass-mediática y policial-represiva para consolidar la tendencia discursiva que imperará en las próximas semanas, que consistirá, con beneplácito y complicidad ciudadana, en estigmatizar otros extranjeros de orígenes y razas más oscuras, pero sobre todo, pobres. 

Dispositivos para el siglo XXI

Daniel Arroyo suele repetir en programas televisivos y radiales una frase afortunada para explicar la situación socio-económica de los argentinos. Dice Arroyo: "Hay argentinos que viven en el siglo XIX, argentinos que viven en el siglo XX y argentinos que viven en el siglo XXI." 

Lo que el macrismo tiene de novedoso es, justamente, que ha sabido construir poder, no solo a través de los dispositivos habituales utilizados para contener y dar forma a la población aun inmersa en las coyunturas e imaginarios de los siglos XIX y XX (fundamentalmente, a través de la estigmatización-represión y la corrupción clientelar que tanto denunció), sino que ha desplegado nuevos dispositivos de poder sobre la población argentina que ha entrado o se asoma tecnológica y culturalmente al siglo XXI. 

Vigilar, castigar, enloquecer, humillar, banalizar

Aquí, la palabra clave es “dispositivo”. Y con ello me refiero, de manera abarcadora, a los diversos artefactos que el poder utiliza para consolidarse y reproducirse, interviniendo, informando y forzando la estructura social, con el fin de ponerla a su servicio y sacarle ventaja:  los discursos, las técnicas y las construcciones ideológicas.

Michel Foucault, en su famoso libro Vigilar y castigar, dio cuenta del cambio en los dispositivos de poder que trajo consigo la mutación cosmovisional durante la primera modernidad: pasamos del castigo ejemplar, entendido como teatro del horror, a un régimen de internamiento aparentemente más humano, pero igualmente efectivo. La aparente humanización del castigo, ahora caracterizado como "reinserción social" era cuestionada por parte de Foucault.

De manera análoga, la llamada “Guerra contra el terror” inauguró nuevos dispositivos de represión y control social que aun la sociedad global está intentando digerir. 

“¿Podemos llamar “tortura” a las prácticas del waterboarding (submarino)?” - se preguntaban los intelectuales progresistas (hoy santificadores de Barack Obama) que escribían para el New York Times o el Washington Post hace no muchos años. 

O para seguirles el juego: ¿Cómo calificar las famosas “dramatizaciones” de tortura fotografiadas en Abu Ghraib? ¿Es lo mismo atormentar a un detenido con música de ACDC en Guantánamo que someterlo a una sesión de picana eléctrica en un centro de concentración como ocurría en la ESMA durante la dictadura militar argentina con los detenidos? 

La aparente “humanización” de la tortura esconde motivos instrumentales. ¿Qué resulta más efectivo en nuestra era de la información? ¿Torturar a los cuerpos (práctica costosa económica y simbólicamente y poco sostenible en el tiempo), torturar las mentes (que convierten en residuo a los torturados contraviniendo el mandato de reciclaje de nuestra era eco), o ejercer la tortura en el lugar simbólico que hoy constituye y rige nuestras vidas, posibilitando el re-formato epistémico-cognitivo de los recalcitrantes? 

Naomi Klein dio cuenta de otra mutación en esos ejercicios de poder en su best seller La doctrina del shock. Describió la implantación del neoliberalismo a nivel global a partir de una exhaustiva interpretación de la sustitución parcial de la tortura corporal por la tortura y manipulación psicológica de los sujetos y las sociedad con el fin de facilitar la implantación del nuevo orden de explotación. 


La tortura sobre el cuerpo simbólico

El macrismo utiliza dispositivos que, además de intervenir sobre el cuerpo de los argentinos (la represión es un ejemplo, pero también la detención de los cuerpos y la estigmatización del joven y el pobre) y la psiquis de los argentinos (el ejercicio de una salvaje violencia mass-mediática) también opera sobre el cuerpo simbólico de los argentinos. 

La "implosión" que se observa en la población, de la que también habla Daniel Arroyo habitualmente (los barrios no están explotando socialmente, nos dice, pero los individuos están implosionando, "explotando hacia adentro") no se circunscribe exclusivamente a los efectos socio-económicos que viven los sectores más desfavorecidos de la sociedad, y la inseguridad que crece entre las clases medias pauperizadas, sino que es también la experiencia autodestructiva que suscita la violenta desacralización de nuestros bienes culturales y espirituales.

Por eso, cabe preguntarse si la paulatina transformación de la democracia argentina, ahora monopolizada y fusionada en un ideario homogeneizado que aglutina al poder corporativo, judicial y mass-mediático, y que opera sin limitación o contrapeso alguno, pertrechada con estos nuevos dispositivos de ejercicio del poder totalitario, no amenaza con socavar los principios fundacionales de la patria, aun cuando se atiene a la letra de la ley.

BARACK OBAMA Y EL MAESTRO BUDISTA


Desde la victoria de Donald Trump, el mundo del Budismo occidental se ha vuelto histérico. Algunas horas después del triunfo del magnate, un famoso maestro budista, de retiro cerrado con sus seguidores en España, detuvo el programa con el fin de ofrecer un paliativo a los participantes conmocionados. La grabación de su mensaje fue publicitada en las redes sociales, convirtiéndose en viral. 


La carta abierta de una docena de famosos maestros budistas estadounidenses fue publicada horas después de que se conocieran los resultados electorales con intenciones semejantes: aplacar el desequilibrio emocional que causó la sorpresa. La redes sociales fueron llenadas con entradas y comentarios de budistas denigrando a Donald Trump y a sus seguidores. Mientras tanto, a medida que los días pasaban, una nueva tendencia crecía a ritmo vertiginoso, la de ofrecer semblanzas hagiográficas de Barack Obama (el nuevo protector y santo liberal). 

Hace unos días, otro maestro de meditación (experto en su campo) se dirigió a sus amigos y  seguidores en Facebook para convencerles que Obama había sido el mejor presidente en toda la historia de los Estados Unidos. De manera no muy persuasiva pretendía que los aspectos negativos del legado de Obama, su brutal política exterior, entre otras cosas, debían interpretarse tomando en consideración la oscuridad de las circunstancias globales. 

Otro maestro nos recordó, con el fin de justificar a Obama (sus guerras y asesinatos selectivos), el dilema del terrorista con una bomba y los diez inocentes. "¿Qué se supone que debemos hacer?" Y citaba la historia del canon Pali del capitán y los mercaderes. La referencia habitual a la ley del karma en este caso fue tácita, pero obvia.

Nixon y Kennedy. El feo y el encantador




Ayer decidí mirar nuevamente la película de Oliver Stone sobre Nixon. Recordé que lo que más me había gustado del film cuando lo vi por primera vez era la manera en la cual Stone contrastaba a Kennedy y Nixon, representando la lucha interior Nixon, quien pretendía ser amado por su pueblo como lo era Kennedy (recomiendo además volver a ver la trilogía de Oliver Stone sobre Vietnam y el resto de la filmografía del director de Platoon).

Kennedy era un personaje encantador, amado por su gente y convertido en un ídolo por muchos otros en el mundo entero (en parte debido a la propaganda de Hollywood). Aunque, cuando estudiamos la historia estadounidense desde una perspectiva mundial (en contraste con el usual provincialismo de los estadounidenses) el encanto desaparece. 


Nixon, en cambio (como George W. Bush, quizá), es un personaje más oscuro, con pocos admiradores en su país y en el resto del planeta. Fue brutal, pero además, feo. Nixon y Kennedy parecen ser los dos paradigmas de la personalidad política estadounidense: el joven encantador y el feo y resentido.

Sin embargo, vale la pena prestar atención a lo que respondía hace unos días Noam Chomsky en una entrevista con Medhi Hasan en Upfront (Al-Jazzera), cuando se le preguntaba acerca de si había estado alguna vez tan preocupado acerca de la situación de su país y el mundo como con el triunfo de Donald Trump. Chomsky contestaba: “Si, por ejemplo, en tiempo de Kennedy. Además de las violaciones habituales a los derechos humanos, casi lleva al mundo a una catástrofe nuclear." Y sobre Obama hizo la lista de cifras que demuestran que Obama uno de los presidentes estadounidenses más beligerantes de toda la historia de su país. 


De este modo, el joven encantador y simpático, y el feo y resentido son las dos caras de la misma moneda en la política estadounidense.

Latinoamérica y la santificación de Obama



Obama y la tradición presidencial estadounidense de llorar frente a las cámaras

Soy latinoamericano. No soy ciudadano estadounidense. Sin embargo, como todos sabemos, lo que Estados Unidos hace en el mundo tiene graves consecuencias para todos nosotros. Estados Unidos posee la fuerza militar más poderosa del mundo, el sistema de espionaje más sofisticado, el país que produce mayor contaminación y residuos tóxicos. Estados Unidos ha sido, y aun sigue siéndolo, la mayor amenaza para aquellos países que "interfieren" con lo que los estadounidenses llaman su “seguridad nacional”. Aquí "interferir" significa, sencillamente, oponerse a sus caprichos. El mero hecho de tener algunos recursos o riquezas en nuestros territorios codiciados por las élites estadounidenses nos convierte en un objetivo militar: tierra, minerales, petróleo, agua potable o las meras circunstancias geopolíticas, todo puede ser causa de nuestra depredación.


Bush mostrando su lado sensible. 
Y, además, leemos los periódicos estadounidenses, consumimos libros estadounidenses, escuchamos a los académicos estadounidenses y admiramos a las estrellas de Hollywood. Y si tenemos la rara y afortunada oportunidad de gozar con algún tipo de ocio en medio de la guerra constante que, década tras década, se libra contra nuestras vidas, comprendemos que el gobierno de los Estados Unidos es nuestro problema más importante, nuestro mayor obstáculo, nuestro más temido enemigo. 

Porque detrás de nuestros gobiernos corruptos, detrás de nuestras instituciones fallidas, detrás de nuestra economía en bancarrota, sabemos que siempre hay oficiales estadounidenses complotando contra nosotros. Por supuesto, también escuchamos voces defendiendo los derechos humanos y la justicia social, voces que, con un tono melodioso, muchos ciudadanos estadounidenses entonan embelesados. Pero en estos días, esas mismas voces que tanto respetábamos se han convertido en voces cínicas.


Hillary Clinton en un ataque de llanto incontrolable.
La santificación de Obama es la expresión más notoria de ese cinismo. Por supuesto, Donald Trump es una enorme amenaza para el mundo. Pero también lo fueron Obama, Bush, Clinton, Reagan, Carter, Kennedy y el resto de presidentes que condujeron America. Y la pretensión de hacer de Obama un santo es una ofensa hacia aquellos que fueron asesinados, aquellos que fueron torturados, aquellos que fueron desaparecidos y pauperizados y oprimidos por su política exterior o la política interior de sus socios imperiales. Es una triste expresión de hipocresía (o quizá la ignorancia manifiesta) de aquellos a quienes se les llenan los ojos con lágrimas frente los ilusionista del establishment mediático.


Bill Clinton conmovido en escena


La política estadounidense y el Budismo estadounidense

Pero, me gustaría agregar algo más en esta entrada acerca de la relación entre el Budismo anglo-norteamericano y la política estadounidense. 

En muchos sentidos, esta santificación de Obama que muchos maestros y adeptos budistas en Estados Unidos están articulando tiene repercusiones en el debate Budista - una discusión que está teniendo lugar más allá de la esfera pública anglo-estadounidense y europea, porque el Budismo es hoy un fenómeno global. (He escrito sobre el Budismo en Latinoamérica y sus desafíos en otro sitio). 


Como ocurre con otros temas (escándalos sexuales, la brutalidad del régimen senegalés, la xenofobia birmana, la explotación corporativa inspirada en el budismo secularizado), este tema en particular nos fuerza a tomar una posición: nos volvemos críticos de la ecuación entre el Budismo, el Budismo occidental y el Budismo anglo-norteamericano.

Personalmente puedo decir que me disgusta la parcialidad inconsciente, la postura eurocéntrica, hacia un estilo de vida en particular (el estilo de vida estadounidense y europeo) y la propaganda que se encarama detrás de la actividad misionera del budismo occidental. 



Budismo, budismo occidental y budismo anglo-norteamericano


Imagen habitual de un monje budista en un laboratorio.

Estoy convencido que las relaciones entre el Budismo y la modernidad no debe reducirse, ni (1) a la manera en la cual intentamos hacer encajar sus doctrinas  en la cosmovisión científica del mundo, ni (2) en el modo en el cual su ethos se acomoda a la exigencias y los estándares de eficiencia del mundo corporativo. 


Esta apuesta es una vieja estrategia que los cristianos, y también los musulmanes, intentaron hace siglos. No hay mucho beneficio que pueda esperarse de ello a largo plazo: instituciones fuertes, quizá, mayor influencia, pero a costa de extirparle a la tradición su espíritu revolucionario. 

En todo caso, necesitamos asegurarnos que los principios budistas, su ética basadas en el reconocimiento genuino de nuestra íntima y radical interdependencia, no se reduzcan a bellas citas para nuestra biblioteca de bellas citas para colgar en internet.

Ahora mismo, el mundo necesita con urgencia un cambio político. Estamos obligados (si nos tomamos en serio los peligros que nos acechan) a tomar decisiones que pongan límite a las élites depredadoras. Curiosamente, quienes sostienen que Barack Obama fue un presidente ejemplar, olvidan que muchos de los argumentos con los que lo defienden son, justamente, los que condenan su mandato porque supuso una enorme oportunidad perdida, y su apoyo a Hilary Clinton una muestra clara de la ambigüedad de su política titubeante. Todo eso significa que no podemos permitir que nos continúen Y eso significa que no podemos permitir que continúen chantajeando. 


La canonización de Barack Obama forma parte de ese chantaje. “O estáis con nosotros - nos dicen ahora los liberales -, o estáis en nuestra contra y sois unos racistas." El problema es que en el camino de esta canonización hemos perdido de vistas las alternativas reales que quedaron en el camino. 

Nosotros no compartimos la visión del mundo de Obama. Tampoco compartimos la cosmovisión de Donald Trump. Ninguno de ellos es una alternativa real. En ambos casos, rechazamos ser cómplices de su brutalidad, y su explícita o implícita xenofóbia y racismo (hay discriminación, xenofobia y racismo cuando se justifica el sacrifico  de millones para sostener el modo de vista egoísta de unos pocos). Podríamos conceder que, dados a elegir, en algunos aspectos retóricos, Obama hubiera sido una mejor elección. Pero como no somos seducidos por el encanto del primero, ni excitados por el feo resentimiento del segundo, la histérica necesidad de los liberales budistas de canonizar a un hombre que ordenó la muerte de millones y sacudió el tablero geopolítico legándonos una situación que amenaza con convertirse en una conflagración planetaria, parece completamente fuera de lugar.  
                                                                                        


LA DERECHA MODERNIZADORA, SEGÚN RICARDO PIGLIA



“¿De dónde viene esa decisión?” De una pose ‘modernizadora’, que en la Argentina ha sido siempre el argumento de la derecha. Modo de enterrar una cultura y hacer otra, más ‘realista’, más ‘moderna’ y sobre todo más cínica.”

Ricardo Piglia. Los diarios de Emilio Renzi. Años de formación.


El crimen del carnicero


En vista de esto, la pregunta que uno debe hacerse es la siguiente: “¿Qué cultura es la que esta derecha “modernizadora” quiere desplazar o incluso enterrar o hacer desaparecer? La respuesta es sencilla, también bastante obvia: “la cultura de los derechos humanos”. 


Por ese motivo, propongo que prestemos atención a la “astuta” definición que la escritora Beatriz Sarlo ofreció del presidente Macri hace algunos meses, cuando le preguntaron su parecer acerca de las declaraciones del presidente respecto del "crimen del carnicero". 


Ustedes lo recordarán. El hombre (llamado "el carnicero" por la prensa local) que persiguió a un delincuente que le había robado a mano armada en su local, huyendo en una motocicleta, al que embistió con su automóvil, y acabó de rematar a golpes mientras un público salvaje festejaba al homicida. El video del asesinato fue viral (como otros linchamientos ocurridos en la Argentina actual), y fue celebrado o justificado por muchos.

"Densidad moral"


Recordemos que el presidente justificó veladamente el accionar criminal del carnicero, que al tomarse justicia por mano propia hasta el linchamiento lo convirtió en héroe mediático de la prensa canalla. Para sorpresa de muchos, el presidente Macri resumió su parecer del siguiente modo: “[el carnicero] debería estar tranquilo en su casa, con los suyos, no en la cárcel”.

Sarlo, perspicaz, sentenció: “el presidente no tiene densidad moral”. Y en esa breve afirmación definió el carácter de esa “modernización” a la que Piglia hace referencia en la cita precedente. Lo que se pretende remover, pese a la pose moralista que de manera demagógica se teatraliza para fingir una cercanía con una parte del pueblo asqueada por el aquelarre mediático que la enerva y brutaliza, es una cultura que, hasta hace poco (con sus más y con sus menos), se había entronado como una política de estado: la política fundada, auto-limitada y auto-restringida por los derechos humanos. 

Ética y derechos humanos

Obviamente, la ética y la moralidad, como señala el filósofo y jurista griego Costas Douzinas, no son sinónimos de los derechos humanos. En primer lugar, porque la ética precede a los derechos, les otorga su fuerza y legitimidad. Pero, también, como dice Douzinas, porque los derechos humanos son un instrumento de la ética.

El gobierno de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, como el gobierno de Raúl Alfonsín, con las ineludibles paradojas que conlleva asumir un horizonte utópico como los derechos humanos, fueron gobiernos que aceptaron esa autolimitación política en función de una preocupación ética básica. Los derechos humanos, entendidos de manera integral, fueron la medida de sus aciertos y errores, de sus éxitos y sus fracasos.

Hay muchos casos y muchos son los aspectos en los que el kirchnerismo recientemente, y el alfonsinismo en su momento, no estuvieron a la altura de los ideales que decían defender y respetar. Sea por cuestiones estratégicas o tácticas, sea debido a auténticas limitaciones morales. Así y todo, nadie puede negar que eslóganes como los que popularizó Cristina Fernández, “la patria es el otro”, o la reiterada referencia retórica al Preámbulo de la Constitución Nacional por parte de Alfonsín, señalan un compromiso firme con la cultura de los derechos humanos. 

La derecha modernizadora

En contraposición, el macrismo es la derecha “modernizadora” de la que nos habla Piglia, cuyas decisiones (sigo la cita) tienen por objeto enterrar, justamente, esa cultura, la de los derechos humanos, que se juzgan (literalmente) como “un curro” [Macri] y cuyas organizaciones de defensa se atacan acusándolas de "poco realistas", "hipócritas" u "oportunistas" (como hemos visto recientemente con el caso Milagro Sala). También Donald Trump acusó a los activistas de derechos humanos de manera semejante, mostrando con ello su estrecho parentesco ideológico con nuestro presidente. Macri no es Trump, evidentemente, pero como también señaló Sarlo, surgen de una misma matriz. 

La retórica de la resistencia

La razón de este ataque es evidente. Aunque la retórica de los derechos humanos ha sido utilizada de manera cínica por los Estados y las corporaciones, que de modo antojadizo y oportunista la han convertido en un arma para atacar a sus enemigos, los derechos humanos siguen siendo el mejor instrumento discursivo que tienen los explotados y los oprimidos en nuestra época para exigir justicia.

Por ese motivo, la resistencia al gobierno de Mauricio Macri y otros gobiernos de la región que avanzan una agenda de extrema derecha, disfrazada bajo el eslogan de la "modernización", pero cuyo propósito último es hacer desaparecer nuestros derechos, debe adoptar el talismán de los derechos humanos como su signo de identidad y su hoja de ruta.

ARGENTINA Y EL FINAL DE LOS DERECHOS HUMANOS

Fotograma de Hijos del hombre

Escribir para sobrevivir en un tiempo de oscuridad



Las publicaciones que hacemos en este blog, como otras de este estilo, son irrelevantes políticamente. En Argentina sólo un puñado de personas conocen de su existencia, y quienes tienen acceso a estas entradas en muy raras ocasiones reflexionan sobre ellas o intentan entablar un diálogo que convoque a otras subjetividades a pensar acerca de lo que somos, lo que hemos hecho de nosotros [personal y colectivamente], y lo que podemos esperar, en Argentina y en el mundo como totalidad relativa. Por ese motivo, pienso a veces en estas entradas como ejercicios profilácticos [en el sentido griego del término, es decir, como mera actividad defensiva dirigida a evitar el avance de nuestro contrincante, en este caso, sobre el dominio de nuestra subjetividad].

El espíritu de nuestro tiempo

Pero lo que me motiva, contrariamente a lo que pudiera creerse, no es una suerte de cruzada moral (aún cuando creo que, de un modo u otro, lo que padecemos es una crisis ético-espiritual con derivaciones en todas las esferas de nuestra existencia: epistemológica, económica, política, cultural, medioambiental). 


Muy por el contrario, mi intención es combatir el moralismo emotivista del cual se alimenta el macrismo y otras fuerzas afines, operando sobre las pulsiones básicas de los individuos como criaturas y no como ciudadanos: miedo, odio, codicia desenfrenada. 

Pero lo que me preocupa no es el triunfo del macrismo [o del trumpismo u otros semejantes en Europa y otros lugares del mundo]) sino más bien lo que el macrismo encarna culturalmente. Porque considero su triunfo un enorme retroceso cuyos efectos, para cada uno de nosotros y para los tejidos sociales en los que hemos estado inmersos, serán enormes y profundos. Reconfigurando nuestras identidades individuales y colectivas, ensanchando la distancia con aquellas transformaciones por las que pugnamos para "salvar" nuestra civilización, y quizá la especie humana en su conjunto, de su propio suicidio colectivo.


La indiferencia y el mito de los derechos humanos

Por ese motivo, insisto en que no debería resultarnos indiferente lo que está ocurriendo. Deberíamos abocarnos diariamente a "meditar" estas cuestiones (sentarnos con ellas - no eludirlas; y pensarlas a la luz de nuestros ideales y las consecuencias del cambio que se nos propone) aunque más no sea, como decía más arriba, con el propósito profiláctico de impedir que el avance biopolítico de estas fuerzas acabe conquistando, junto al espacio público sobre el cual extienden su dominio, la totalidad de nuestra subjetividad, a través de la transformación de las instituciones, que están produciendo una nueva subjetividad jurídica, la cual se adecua de manera menos conflictiva con la subjetividad flotante de la posmodernidad digital. En la red, lo que disgusta u ofende, se borra, se hace desaparecer, con un click. En el entramado societal, lo que disgusta, ofenda u obstaculiza al mercado, es tratado de manera análoga.

Hace muchos años, el escritor polaco Leszlek Kolakowski escribió extensamente sobre la indiferencia ante el sufrimiento, la muerte, el dominio tecnológico sobre la humanidad y la injusticia. Kolakowski nos puso sobre aviso sobre sus consecuencias. 

En nuestra cultura posmoderna, esa indiferencia ha sido contenida, [en parte] por el mito epocal de los derechos humanos. Durante los últimos 30 años hemos visto como las poblaciones del mundo eran movilizadas masivamente detrás de su estandarte, esperanzadas de estar construyendo un mundo más humano, justo, hermanado y pacífico. La utopía de los derechos humanos, el último meta-relato del siglo XX, está llegando a su fin.

Fue el carácter paradójico de los derechos humanos, el uso perverso de su retórica por parte de los poderosos, su traición cotidiana, la apropiación de sus categorías por parte de las élites corporativas y burocráticas, lo que acabó corroyendo nuestra convicción acerca de ellos. Los derechos humanos han pasado de la exaltación del nuevo orden mundial aclamado por las élites liberales después de la caída del bloque soviético, a la trampa de los débiles contra la cual disparan las nuevas derechas globales en su afán depredador en la era del capitalismo global neoliberal.


Y a medida que nuestra fe en los derechos humanos se ha ido debilitando (nuestra fe en la libertad, la igualdad y la fraternidad entre los seres humanos [y, por qué no, también nuestra consciencia efectiva de hermandad con otras especies no humanas que habitan el planeta]) otro mito ha comenzado a ocupar su lugar. El viejo mito de la voluntad de poder, el viejo mito que Nietzsche consagró literariamente, el del Übermensch que hoy pretenden encarnar las élites corporativas y sus fuerzas armadas gubernamentales, y que el pueblo raso asume como la verdad más verdadera y la justificación final de su servidumbre complaciente.

El hechizo del poder

Argentina, como otros lugares del mundo, ha caído bajo el hechizo que entroniza este poder, esta fuerza, esta voluntad de dominio amoral del mundo, asumiéndolo como el más elevado y codiciado signo de la nueva aristocracia planetaria. El mito del amo que reduce sus objetos de dominio a esclavitud, negándo a las personas y a la naturaleza cualquier derecho, convirtiendo todo en instrumentos para ejercitar su voluntad. La vida como un juego, como carcajada, como crueldad manifiesta. Ejercicio en el que los poderosos se prueban a sí mismos y entre ellos, su erótica de poder.

El fracaso de los derechos humanos como discurso mítico a nivel global anuncia el final de una época, y el comienzo de otra, oscura, cruel y violenta, de maneras hasta ahora desconocidas por nosotros, como ha sido siempre. Un nuevo poder, como nos enseñó Foucault, un nuevo dispositivo, una nueva manera de matar y de morir. 


El macrismo [como otras expresiones análogas en el mundo en el que vivimos] escenifica en Argentina, una escena local de este triste final.

"YO CONFÍO EN USTEDES". SOBRE EL BUENISMO [CÍNICO]


La verdad y la mentira


Karl Marx señaló en una ocasión:

Un delincuente produce crímenes: un delincuente, además, produce la totalidad de la policía y la justicia penal, comandantes, jueces, ejecutores, jurados, etc.; y todas esas líneas diferentes de asuntos, que forman muchas categorías de la división social del trabajo, desarrolla diferentes capacidades de la mente humana, crea nuevas necesidades y nuevas formas de suplirlas. La mera tortura le ha dado paso a las más ingeniosas invenciones mecánicas, e hizo uso de muchos reconocidos inventores en la producción de instrumentos. ¿Habría alcanzado alguna vez las cerraduras su actual grado de excelencia si no hubiera habido ladrones? ¿Habría alcanzado la manufactura de billetes la perfección presente si no hubiera habido falsificadores?

Como dice Costas Douzinas, "las líneas argumentales de este texto de Marx son penetrantes e irónicas a un mismo tiempo". Nosotros deberíamos sacarles provecho. Ponerlas en nuestro contexto. 


En la pugna política que caracteriza nuestra región, las izquierdas populistas y las derechas conservadoras han ido transformando su respectivo armamento retórico al ritmo de los “avances” de sus contrincantes. No debemos olvidar que la situación actual, como todas las precedentes, son coyunturales y transitorias. 

Sin embargo, nuestras perspectivas subjetivas pueden llevarnos a creer que se trata de una victoria definitiva de las fuerzas regresivas. Hay mucho desaliento y desesperanza, y una suerte de aceptación ciega, de conformismo triste, entre una parte de la ciudadanía que se sabe presa de su propia equivocación electoral, neciamente se aferra a su decisión debido, en parte, a que se le ha hurtado sistemáticamente el pasado para imponer la visión de que lo que nos toca era y es un destino ineludible. 

Pero nuestra lucha es, antes que ninguna otra cosa, una lucha retórica. Tenemos que encontrar las palabras y los gestos que le devuelvan a los términos "igualdad", "libertad" y "solidaridad" los significados utópicos con los que nacieron en el corazón de las víctimas y los revolucionarios del pasado. Y eso comienza con el sencillo, pero no por ello menor reconocimiento de la transitoriedad de nuestra situación. Hoy, 1 de enero de 2017, es el mejor día para reconocer que todo pasa, todo cambia, todo es efímero, y que está en nuestras manos darle la vuelta a nuestro destino autoimpuesto en pos de un mundo mejor. 

El macrismo entendido como bendición


En ese contexto, cabe reconocer que el macrismo es una desgracia, pero también una suerte de regalo caído del cielo. Como el delincuente, que acaba convirtiéndose en el motor del progreso tecnológico de la sociedad; o como el virus que, o bien nos mata, o nos fortalece. El macrismo puede convertirse en una vacuna contra las amenazas que acechaban desde dentro al campo popular, y acabar fortaleciéndonos. La enfermedad es dolorosa y la transición difícil. El resultado nunca es seguro, pero no debemos tirar la toalla.

No se trata de alimentar rencores o promover acusaciones personales. De lo que se trata es de identificar las líneas retóricas del pasado que alimentaron las deserciones y las traiciones en el presente. Después de todo, lo que estamos combatiendo, contrariamente a lo que muchos creen, no es a las personas, sino a las ideas que esas personas encarnan. Nuestra tarea sigue siendo la misma que en el pasado: convencer. 


El “delincuente” de nuestra metáfora nos da ocasión de afilar nuestras descripciones, sacar conclusiones normativas, visualizar nuestros imaginarios utópicos y, con ello, convencer a quienes, confundidos por la maquinaria mediática y publicitaria al servicio del capital depredador, se han dejado seducir por sus verdugos.


Mensaje presidencial de fin de año


El mensaje de fin de año del presidente Mauricio Macri a la ciudadanía argentina debería ayudarnos a entender donde nos jugamos hoy día la hegemonía cultural. 

El Macri de Rotzinger y Durán Barba se ha apropiado del “buenismo [cínico]” espiritual, habla como un gurú el lenguaje de los gatitos y los perritos que infecta las redes, de los eslóganes vacíos de la estética cool y de la transparencia que enseñan en las escuelas de negocios. El éxito ha consistido en insertar esas retóricas livianas en los textos y subtextos de la política. 

El resultado es asombrosamente exitoso. Con menos que nada, el macrismo y sus huestes de "buenistas cínicos", armados con su espiritualidad de bolsillo y sus sonrisas de ocasión, han alcanzado a colonizar los imaginarios de amplios sectores de la población, cooptados por el nuevo lenguaje minimalista de las redes sociales que se resiste a cualquier enunciación crítica que demande prolongarse más allá del logos virtual. El lenguaje de los "me gusta", "me encanta" y "me deja de gustar". 

Concepciones de la política


No hay duda, nosotros somos la vieja política, la política que aun está enamorada de la acción humana (como la concebía Hannah Arendt, por ejemplo), que aún cree en la necesidad de la dignidad y el reconocimiento mutuo, de la "Democracia" con mayúsculas y los derechos humanos entendidos como resistencia, rebelión y utopía de los de abajo.


El macrismo, junto con una parte nada desdeñable de la oposición blanda que se hace llamar "la nueva política argentina", han visto en estas retóricas de "buenismo [cínico]" una oportunidad para un negocio redondo, y se han entregado a ellas voluntariosos: no se trata ya de gobernar, sino de administrar la imagen de las grandes empresas multinacionales y los imperios capitalistas desde el seno del Estado. 

Por lo tanto, no deberíamos confundirnos. Lo interesante no es que el gobierno cuente en su plantilla con un puñado de CEOs, ese es un dato empírico, circunstancial. Lo interesante es que el gobierno se ha asumido como el "brazo armado" de los grandes actores del capitalismo globalizado. Y al hacerlo nos ha devuelto a una situación cuasi-feudal, aunque formalmente democrática. 

En este sentido, Argentina es otra vez un laboratorio en el que el mundo ensaya sus recetas regresivas más audaces. 

NO ME DIGAS QUE SOMOS UN PUEBLO

Milei viaja a España para apoyar a la extrema derecha, a esa derecha franquista y neoliberal que busca derrocar al gobierno de Pedro Sánchez...