OBVIAMENTE...


Al amigo Fabián Girolet

«Se emancipa el hijo para ser como su padre, para llegar a ser lo que ya era;

Se libera el esclavo, para estar en un nuevo mundo en el que nunca estuvo».

Enrique Dussel





… Europa y los Estados Unidos no representan el bien. Tampoco Rusia y China representan el mal. Israel no es una democracia. Los palestinos no son terroristas. Irán no pertenece al «eje del mal» —como pretendía George W. Bush— sencillamente porque el «eje del mal» no existe. Llamamos a esta expresión «propaganda», y discutimos el problema en otros términos.

El capitalismo no es el mejor sistema económico que ha existido y existirá por siempre jamás. El feminismo no es un complot inmoral. Los inmigrantes que llegan en patera no nos están invadiendo.

El peronismo no es el responsable de la decadencia argentina, ni Cuba es un régimen asesino que merezca un aislamiento internacional (después de todo, Arabia Saudita es una dictadura y sus líderes caminan sobre alfombras rojas; y Estados Unidos es la agencia estatal más criminal del planeta, aunque se presente ante nosotros como una tierra de héroes al servicio de la humanidad).

La extrema-derecha no surgió ayer. El progresismo no es la última verdad sobre la totalidad. Los ricos no merecen privilegios. Y la riqueza no es necesariamente el fruto del trabajo.

Un sistema meritocrático no promueve a los más dignos y valiosos, sino que castiga la libertad y la genuina creatividad en nosotros. La innovación o el cambio no son buenos en sí mismos. Tampoco es bueno que las cosas sigan siendo lo que son.

La estatua de la libertad es un mito peligroso. ¿Por qué no una estatua a la fraternidad? La destrucción medioambiental no es un mito. Las palabras «colonialismo» e «imperialismo» no son objetos de anticuario.

Los análisis de Marx tienen más vigencia que nunca. El trabajo asalariado es, definitivamente, un robo. La apropiación de los recursos comunes es, definitivamente, un crimen contra la humanidad. La exclusión es, definitivamente, una prueba del fracaso del orden vigente.

La meditación y otras disciplinas contemplativas no son revolucionarias, (pese a lo que promueven los «espiritualistas posmodernos» y científicos afines al relato conservador), pero es bien cierto que un revolucionario debería poder sentarse a meditar o retirarse felizmente cuando toca,  probando con ello que su activismo político no es una excusa para saciar su pasión personal.

Necesitamos una revolución fraterna, que enfrente la revolución del odio y la discriminación que promueve la extrema derecha. Pero no alcanza ya con quedarnos con la promesa de «evoluciones» dentro del orden que sostiene el mito de la modernidad capitalista. 

Ahora bien, si es cierto que no estamos listos para la revolución, la tarea es prepararnos para ella, aunque necesitemos décadas, siglos o incluso milenios para completar la tarea. Hay que crear nuevas tradiciones, para educar revolucionarios que inventen y habiten «un mundo nuevo en el que nunca hemos estado».

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