EL MORALISTA EN SU LABERINTO. ESPERT EN CIUDAD GÓTICA


Los neoliberales argentinos a la derecha de Macri han ganado prominencia en la esfera pública de un tiempo a esta parte. Se los ve a menudo en la pantalla chica, se los convida a hacer diagnósticos y pronósticos catastrofistas para beneplácito de la audiencia angustiada y el rating, y se los anima a mostrarse intransigentes y despiadados en sus opiniones. Se los trata como gurús incomprendidos y se respeta sus trinquiñuelas argumentativas como si se tratara de voces oraculares o magos estelares. 

Ahora «los neoliberales a la derecha de Macri» prometen desembarcar en la Ciudad de Buenos Aires con sus pretensiones de sospechosa novedad, después de los míticos 70 años de decadencia que ofrecen como veredicto condenatorio de la sociedad argentina en sus diagnósticos que, según nos dicen, han estado marcados por (1) el autoritarismo que suponen los anhelos de «justicia social» (ese nombre prohibido para los ideólogos del fundamentalismo del mercado) y (2) una política legislativa inquietantemente invasora, ocupada en cuestiones de interés público que van más allá del horizonte de sus funciones, que no serían otras que la de promulgar inocuas abstracciones legales universalistas dirigidas a garantizar la protección de la esfera personal, especialmente en el mercado (la principal víctima del mal populista). 

Los neoliberales son los paladines en la defensa de los individuos frente al insaciable apetito del Estado, la política partidaria y la patria contratista. Esto los define en contraposición a peronistas, kirchneristas, comunistas, chavistas y papistas «ingenuos», o no tan ingenuos, embelesados con la cultura popular, las peregrinaciones con santos al hombro, y las manifestaciones de tinte facistoide o carismáticas, los fetiches de la sociedad, la clase o el pueblo, según sea el caso. 

No hace falta mucho empeño intelectual ni dotes especiales para constatar que estos personajes que conquistan hoy las pantallas televisivas, envalentonados por productores, periodistas y conductores de pantalla, recurriendo a las fórmulas hayekeanas y miltonianas al uso, salpimentadas con las nuevas estrategias mediático-comunicacionales, son copia fiel de los visionarios de la Sociedad Mont Pellerin y tienen antecedentes locales que se remontan varias décadas en nuestro oprobioso pasado. Forman parte de esa tradición venerada entre los privilegiados que supieron articular de manera efectiva los imaginarios que las élites globales, a partir de la década de 1970, impusieron como «sentido común», como «nueva razón del mundo», a fuerza de descalabros financieros, extorsiones y guerras preventivas, o un aceitado entramado organizativo de think thanks, programas de investigación académica, organismos no gubernamentales, organizaciones internacionales y una agresiva agenda mediática para conquistar el corazón de los electores desorientados y resentidos. 

A la arrogancia calculada y la pretensión de profundidad de los adalides antipolíticos y antisociales que, primero, se presentaron como alternativa al macrismo y ahora se apañan para volver a su primera y última trinchera, la que defiende heróicamente el incomprendido Rodríguez Larreta, hay que sumar la teatralizada interpretación de sus papeles como enfants terribles en el debate público. Esa teatralización sirve para enmascarar su auténtica estrategia argumentativa que consiste en atacar, por un lado, cualquier agenda constructiva de la política, recurriendo a las acusaciones ad hominem y la caricaturización (cuando no ridiculización) de sus oponentes, basadas en groseras tergiversaciones históricas y teóricas; y por el otro, el vilipendio que exhiben ante cualquier discurso que haga referencia a la «justicia social» al que tildan como mera expresión de «imbecilidad» o, peor aún, «totalitarismo» (Milei, Espert dixit).

Estas dos estrategias se consolidan para facilitar la agenda de «protección de la esfera personal» supuestamente amenazada por las ambiciones desbordadas de las hordas socialistas, comunistas, chavistas y kirchneristas que, nos dicen, «quieren robarte lo que te pertenece» utilizando el Estado, la política, los derechos humanos, el discurso de la igualdad, el feminismo, y la pobreza, para estafarte. Sin embargo, lo que hay detrás de esta obsesión por la defensa del individuo frente al cuco socializante es el empeño por ampliar la esfera de lo privado más allá de todo límite justificable, con el fin de bloquear cualquier iniciativa democrática inspirada en los principios de la igualdad y la fraternidad, o promulgada para proteger a la sociedad misma de los excesos de un «mercado» en el cual los grandes y poderosos especuladores son protegidos en nombre de la «libertad», en desmedro de la vida y dignidad de las grandes mayorías, quienes padecen sistemáticamente la destrucción de sus «esferas personales y familiares».

En las últimas horas, Rodriguez Larreta ha conseguido unir fuerzas con los neoliberales de fuste en la ciudad de Buenos Aires para contener la creciente amenaza del candidato del Frente de Todos que le juega la partida: Matías Lammens. El acuerdo no es contra natura, como algunos quieren hacernos creer. Entre Macri, y tipos como Espert o Milei hay más coincidencias ideológicas de las que estos últimos estarían dispuestos a reconocer. Sin embargo, como ocurre con el hemisferio izquierdo, también en el hemisferio derecho hay rencillas y una geografía política compleja y disputada. Como el marxismo (o el peronismo), la derecha neoliberal y neoconservadora, no es un bloque homogéneo sino que se dice de muchas maneras, como el ser de Aristóteles. Se trata más bien de un mosaico de propuestas teóricas diversas y opciones estratégicas en pugna que, sin embargo, tienen algo más que un «aire de familia», porque además saben guardar las formas cuando es conveniente y fructífero para sus intereses de clase. 

De este modo, después del estrepitoso fracaso de Macri, empezamos a vislumbrar de qué material estará hecha la oposición al gobierno de Alberto Fernández que lentamente comienza a dibujarse ante nuestros ojos. La pasión neoliberal y neoconservadora, pese al fracaso de Macri, sigue estando vivita y coleando en la Argentina. Ninguna catástrofe que pueda achacársele a este bloque de poder apagará esta persistente obsesión argentina que, como ocurre con el peronismo, forma parte de nuestro ADN, y como el peronismo también, puede ser acusada sin exageración alguna de ser responsable de los últimos 70 años de hipotética «decadencia argentina».



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