ARDE BARCELONA

La política es asunto de sujetos, o más bien de modos de subjetivación. 

J. RANCIÈRE


El título es una exageración, evidentemente. Pero el malestar es real y la desorientación palpable.

 

Las elecciones del 14F dejan un escenario pobre y con las fracturas visibles. Independentistas, antiindependentistas, dialoguistas, rupturistas, ricos, pobres, catalanes de toda la vida, catalanes españolistas, “colonos”. 

 

Todas las identidades amontonadas: fascistas y antifascistas, en un popurrí indistinguible más allá de las consignas. Demócratas, liberales, republicanos, conservadores, ecologistas, radicales derechistas e izquierdistas, todos unidos, mal que les pese, bajo la misma estrategia policial de gestión poblacional. 

 

Por el otro lado, los «de afuera», los que utilizan sus banderas como provocación, pero les da lo mismo la estelada o la preconstitucional, los que buscan con sus "expresiones groseras" y sus "destrozos callejeros" y "vandalismos" que tanto escandalizan, simplemente, que se los tenga en cuenta. 

 

Por consiguiente, en Catalunya parece estar en juego algo más que la identidad. Después de todo, la identidad es siempre policial. Policía judicial, policía cultural: 2 caras de la misma moneda (vertical u horizontal, da lo mismo). 

 

Lo que en verdad está en juego es el sujeto: el «yo soy» y el «nosotros somos» de los que no cuentan, porque se niegan a participar de la farsa coercitiva a la que parece abocarnos reiteradamente la pantomima de la política de la identidad y la diferencia. 

 

Dime quién eres, de qué lengua estás hecho, bajo qué bandera echas tu siesta. Pero ni se te ocurra parafrasear a Descartes, o a Ortega, para el caso: «Pienso, luego existo», «Soy yo, y mis circunstancias». Premisas prohibidas, para evitar conclusiones distorsionantes en tiempos de estricta ordenación policial (jurídica y cultural). 

 

El Parlament acepta en su seno toda clase de banderas (es la democracia representativa de los intereses en pugna). En su sagrado habitáculo conviven hooligans de todos los colores: los amables, los menos amables, los violentos, los despreciables, los entrañables, los bonachones. Lo que no se aceptan son «sujetos». El sujeto, como diría Rancière, mantiene un litigio irresoluble contra la identidad, incluso cuando se envuelve en una bandera para expresar su descontento. 

 

Sin embargo, para un régimen policial (jurídico-cultural) los sujetos no cuentan. No cuentan (de contar): uno, dos, tres, cuatro. 


Solo cuentan los que votan. Y los que votan, en este caso, y en estas elecciones, solo querían garantizar o instaurar sus propios órdenes policiales, jurídicos o culturales. 

 

«Arde Barcelona» - dice el título. Evidentemente, se trata de una exageración. Y, por qué no, también, de una provocación.  



 


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