EL MEJOR ARGUMENTO, LA INCONMENSURABILIDAD Y LA VOLUNTAD POLÍTICA Breve reflexión con el fin de esquivar una guerra civil.



Introducción


Me gustaría decir algo sobre:

(1) la cuestión del "mejor argumento",

(2) la idea de la inconmensurabilidad en lo que respecta a los imaginarios de los contendientes en un debate y,

(3) las razones personales, los intereses, incluso el inconsciente en la escena política.

No sé si voy a poder con todo. Lo primero es darle vueltas a la siguiente cuestión:

¿Es factible, incluso deseable, alcanzar una instancia en la cual reconocemos el mejor argumento en una disputa?

La comprensión mutua


Es innegable que los seres humanos se entienden, llegan a comprensiones variadas en muchos aspectos de sus vidas. No necesitamos estar de acuerdo en todo para estar de acuerdo en algo. Hay muchos puntos de discordia, pero reconocemos ciertas cosas como mejor fundamentadas que otras, y actuamos en consecuencia. El hecho de llegar a determinada posición, no siempre es producto de una función consensual en la cual establecemos estrategias de pérdidas en función de ganancias.

Ahora bien, aunque los trasfondos ideológicos son ineludibles y condición de posibilidad de toda nuestra actividad discursiva, no sólo en el ámbito de la política, sino también en otras dimensiones donde damos forma a nuestra identidad, las sociedades democráticas deben resolver sus asuntos sobre la base del reconocimiento de que existen en un contexto pluri-ideológico. Eso significa que las cuestiones puntuales no pueden defenderse ideológicamente en lo que concierne a los argumentos que se esgrimen, sino que a partir de esos trasfondos ideológicos debe hacerse una argumentación fáctica de la cuestión concreta a la que estamos prestando nuestra atención.

El entrenamiento de un atleta o un deportista le ofrece una segunda naturaleza. No debe pensar en la “técnica” para darle al balón de cierto modo, para que este realice determinada comba que supere la barrera defensiva montada por el arquero. El entrenamiento se convierte en un trasfondo de conocimientos que no necesitan ser explicitados para ser ejercitado.

Política e ideología


Algo análogo debería ocurrir en el marco de la práctica política. El discurso ideológico debe ser un trasfondo, no necesariamente una articulación explícita. Eso no significa que lo político no necesite de su propio campo de entrenamiento intelectual, pero a la hora de realizar la actividad política, tenemos que ser capaces de superar la tentación de autolegitimarnos. La autolegitimación sólo puede llevar al terreno de la sordera política.

Ahora bien, lo primero sería reconocer dos extremos en el debate que dificultan el entendimiento:

En primer lugar, cierta interpretación (que no es desatinada, pero es problemática) de la posición laclauniana/schmittiana que propugna la irreductibilidad del principio amigo/enemigo como axioma fundacional del hecho político.

A mi modo de ver, una posición de este tipo no es más que un subproducto de un largo proceso que se inicia con la revolución epistemológica, y se desenvuelve como reacción en forma de relativismo en el seno de las ciencias humanas en general. 

Lo que evidencia el parentezco de estas posiciones es la decisión a priori de que las cosmovisiones dispares son inconmensurables. Aquí el problema es que esta decisión no se toma a posteriori, después de un largo proceso argumental en el cual uno acaba reconociendo que no hay nada que hacer con nuestro contrincante en el debate, sino al principio, cuando aún queda mucho por intentar.

En segundo lugar, y de manera hegemónica, el moralismo liberal que ha decidido a priori el marco ideológico de las cuestiones que pueden introducirse en el debate a fin de preservar sus propias formulaciones. Este moralismo liberal peca, entre otras cosas, de la inarticulación de sus propios presupuestos. Por otro lado, peca de un férreo control discursivo para evitar que las cuestiones problemáticas lo obliguen a dar cuenta de sus propios argumentos que están fundados en una antropología diluyente de lo social y una cosmovisión abocada al achatamiento de lo humano y la neutralización de valor intrínseco de lo real.

Con respecto a la primera posición, la solución es más sencilla, se trata de no descartar a priori la posibilidad de conmensurar los discursos. Es posible que no podamos hacer un juicio in toto sobre la perspectiva política de nuestros contrincantes en el debate sin caer en trivialidades que hacen incomprensible nuestra posición para quienes nos escuchan del otro lado del río; pero quizá sea posible encontrar modos de argumentación que den en el blanco puntualmente en lo que respecta a las cuestiones limitadas que las circunstancias nos presentan. De otro modo, lo que queda en el escenario es la caricaturización y la acusación ad hominem como útimo y único recurso.




Estas consideraciones nos llevan a apostar por la posibilidad de encontrar los mejores argumentos posibles en cada ocasión, sobre la base puntual de una confrontación ideológica en la que no nos jugamos toda nuestra ideología en cada considerando. Ahora bien, la constatación de esta posibilidad es empírica, aunque bien podría convertirse en un débil argumento ontológico si pensamos en asuntos tan intrincados como la cuestión de la traducción, o aun más oscuros, como el hecho de que nuestra onstitución lingüística nos fuerza a con-venir en un modo de habla que permite diversidades innumerables, poetas de todos los colores, y cacerolas con todos los sonidos.




Con respecto al moralismo liberal, la cosa es mucho más complicada. Pero no quiero abundar en el tema porque bien podría mi perspectiva sobre el asunto ser acusada de formar parte de ese posicionamiento que pongo en cuestión en las líneas anteriores. Basta con recuperar un interrogante: si el liberal esta dispuesto a participar en el debate que tanto dice anhelar, o al final se refugiará en el “nosotros” como fundamento, o nos sonrojará con una admonición pragmática, o el final de las ideologías, quot erat demostratum.




Finalmente, dos palabras sobre la voluntad.




Es evidente que además de reconocer la posibilidad de alcanzar acuerdos por medio de los argumentos es necesario tomar en consideración el hecho de que los actores políticos no siempre están dispuestos a ello. Allí es donde la noción de amigo/enemigo se vuelve interesante, en cuanto ofrece cabida al aspecto de la vida política que no se encuentra enmarcado en la racionalidad de los agentes, sino en las motivaciones irracionales o prerracionales que defienden. A este ámbito de la política se ha dedicado mucha literatura. Se ha hablado de la base material en términos absolutos, de la voluntad de poder como fundamento ineludible de la acción de los agentes, y del inconsciente como escenario donde se fabrican los discursos que pretende legitimidad racional. A partir de estas tres dimensiones se han desplegado las diversas críticas del discurso durante el siglo pasado que todos conocemos. Habiendo tomado en consideración estas exploraciones cabe preguntarse si esto pone en cuestión o no lo dicho anteriormente sobre la posibilidad de lograr los mejores argumentos.




Si ahora nos ponemos aristotélicos, y pensamos que el telos, el estado final que el discurso tiene como perfección es el logro y reconocimiento del mejor argumento posible en las presentes circunstancias; es adecuado imaginar los intereses especulativos del agente individualista capitalista, la voluntad de poder del sujeto desencantado de la modernidad burguesa y el inconsciente del individuo sometido a los mecanismos de la sociedad disciplinaria, como tres modos de desviación o interferencia sobre la marcha natural en el despliegue de la capacidad natural del animal en posesión de logos de alcanzar por medio del discurso la adjudicación de la mejor estrategia y comprensión de su ser-en-el-mundo.




Esta breve reflexión no pretende otra cosa que animar a los actores políticos a prosperar en el optimismo recatado que es imprescindible para evitar las confrontaciones en ciernes que amenazan con un nuevo baño de sangre.

LA POLÍTICA DEL AMOR (2)

En el post anterior ofrecí una primera aproximación a una idea que aún no ha acabado de tomar forma. La intuición, sin embargo, me hace creer que vale la pena ir profundizando en el asunto de a poco.

El problema de fondo ya ha sido planteado en otras ocasiones y gira en torno a la siguiente cuestión: ¿Es posible hablar de un “Nosotros” antes de que ocurra el reconocimiento del “Tú” y del “Vosotros”, del “Él” y el “Ellos”? Con esta pregunta intentamos ir al fondo de la cuestión de la identidad, a la pregunta acerca del quién y del qué.

Pero vayamos por partes. Hicimos una triple distinción. Hablamos (1) de una política del consenso; (2) hablamos de una política agonística del enfrentamiento; y (3) hablamos de una política del amor. Permítanme que dé algunos detalles respecto a esto para que podamos continuar nuestra charla con mayor profundidad.

En primer lugar, no estoy diciendo que la política del amor pueda substituir absolutamente las otras dos formas de política. Creo que existen ámbitos en los que, en principio, la política del consenso y la política agonística del enfrentamiento son insubstituibles. Digo “en principio”, porque aún me queda mucho pensar sobre el asunto, pero parecería que eso es así.

En segundo lugar, cuando hablamos de política de consenso, es evidente que ésta sólo puede ocurrir entre fuerzas simétricas, porque en cuanto existe una asimetría, automáticamente pasamos a la política agonística del enfrentamiento como única vía. Me explico: la política de consenso, en las sociedades democráticas occidentales se ha propagado sobre la base de una ficción tremenda. Esto es, que los agentes políticos se encuentran en relación de simetría entre sí. Por supuesto esto no es así de modo alguno. Pero se sostiene sobre la lectura atomista-individualista que considera a los agentes, entidades autosubsistentes dotados de iguales derechos.

Ahora bien, cuando los agentes políticos se encuentran en disparidad, cuando uno posee la fuerza para imponer su voluntad de dominio sobre el otro, la política de consenso es una mascarada. Cuando me refiero a fuerza quiero decir no sólo poder represivo, sino también potencia seductora mediática, lobbies, y otros factores desequilibrantes que imponen una cierta interpretación de lo real.

Una vez se ha producido la disparidad, la disimetría, el oprimido se encuentra en una situación tal que sólo le queda como alternativa la demostración de su capacidad de resistencia para forzar al otro a regresar a la mesa del consenso. El oprimido sin poder, sólo puede solicitar caridad, pero no puede negociar porque no es reconocido como agente real. En el ámbito del consenso uno es en la medida de su poder. Su identidad, al no ser efectiva, no es reconocida como tal en el ámbito de la política de consenso.

Una vez que nos encontramos en una situación en la que se exige una política agonística de enfrentamiento, cabe preguntarse hasta que punto esta política puede llevarnos hasta el final del camino. La pregunta es utópica. ¿Cuál es el final del camino? Lo que estamos diciendo nosotros es que debemos articular, no sólo un discurso y actividad estratégica en nuestra labor revolucionaria, sino también una política y actividad utópica que de cabida a la conversión última del otro en un “nosotros”, en contraposición de propugnar por su exterminio o aniquilación.

Sabemos que en la esfera de la política del consenso, lo que propugna nuestro contrincante es la desaparición, el extermino del otro. Un ejemplo de ello lo vemos en el ámbito económico, en el que las sinergias de las grandes corporaciones, liberadas de toda limitación o regulación, tienden al exterminio de sus competidores, en la forma de fusiones monopólicas.

En la esfera del consenso, la pugna se resuelve siempre con la desaparición del otro o la búsqueda de un enfrentamiento agonístico en otra esfera de mayor radicalidad.

Ahora bien, si la política agonística es el horizonte último de nuestro discurso político, el resultado será un retorno eventual a los comportamientos consensuales una vez alcanzados nuestros objetivos estratégicos, o por el contrario, la asunción de simetrías bipolares en perjuicio de otros agentes en un consenso ventajoso de opresión conjunta por parte de las fuerzas ahora equilibradas.

En cambio, la política del amor propone como horizonte último, utópico y revolucionario, la creación de un nosotros a partir del reconocimiento de tres instancias que he ilustrado a partir de las imágenes cristianas:
(1) La expulsión de los mercaderes del templo
(2) el autosacrificio y el suplicio en la cruz
(3) y el mandato de “poner la otra mejilla”.

A fin de no exponerme a las objeciones partidistas, ofrezco ahora un ejemplo de la iconografía tántrica a fin de clarificar el contenido y modulación de ese “nosotros” que propicia la política del amor. La deidad aparece en la forma del yab-yung: Lo masculino y lo femenino, no sólo se presentan en un abrazo sexual, sino que además lo hacen portando todas sus armas. La deidad masculina porta el espectro y la campana; la deidad femenina el cuchillo curvo ensangrentado y la copa-calavera (kapala)

El “nosotros” es el mutuo reconocimiento del otro, no como un socio-competidor-aliado, no como un amigo-enemigo, sino como un sí mismo.
Cuando consensuamos, negociamos o combatimos, necesariamente, el otro se ve reducido a cifra, oportunidad, obstáculo, o lo que fuera.

La política del amor es una política del reconocimiento radical. Es lo opuesto al vaciamiento del otro de su identidad esencial, a la confusión de las partes en un todo, pero también a la pretensión de la subsistencia de lo individuado independientemente de su trasfondo existencial.

DE LA POLÍTICA AGONÍSTICA A LA POLÍTICA DEL AMOR

Aquí amor no significa “fusión” (en todo caso, es lo contrario de la con-fusión). Aquí amor es máxima oposición. ¿Pero en qué sentido? Si lo pensamos en términos ético-religiosos (y vale la pena que lo hagamos en esos términos, y no en términos meramente politológicos), el amor es el reconocimiento absoluto del otro como un sí mismo.

Por lo tanto, a fin de evitar malentendidos, decimos que la política del amor es aún más radicalmente opuesta a la política del consenso (la política liberal de la negociación), que la política agonística en la que pusimos nuestras esperanzas en esta primera década del siglo XXI.

Aquí política agonística es aquella que se articula a partir de la relectura que la izquierda comunitarista ofreció de la noción schmittiana de lo político como articulación de la identidad a partir de la afirmación del enemigo.

Lo que propongo es que pensemos toda esta cuestión a partir de la noción de esperanza y desesperanza que nos propuso Ricardo Foster en el artículo que he citado en mi post anterior, para que pensemos juntos algo más que estrategias electorales, y nos interroguemos sobre el imaginario de nuestra actividad política de aquí en adelante.

La pregunta es la siguiente: ¿Qué puede nutrir en la desesperanza?

La desesperanza aquí se entiende como asunción de una injusticia radical, sistémica, estructural, a la cual no parece que podamos dar respuesta adecuada, al menos por el momento. Se me ocurre, distinguir dos tipos o clases de respuestas frente a esta injusticia estructural:

(1) El primer grupo de respuestas sería aquellas que se construyen a partir del odio.

Pero también, a partir de la indiferencia, el aburrimiento, el desaliento, todas estas formas modulaciones del odio, de la agresión, del miedo.

Por el otro, el tipo de actividad pragmática que ante la injusticia elige la instrumentalización de la misma a fin de producir un provecho.

Me inclino a pensar que estas respuestas a la desesperanza son diversas maneras del olvido.

Hay el olvido que propone el espíritu pragmático enfocado en exclusivamente en el futuro, y al que el pasado estorba, sobre todo cuando este se muestra como reclamo de justicia ante la injusticia cometida. El pragmático responde al presente en términos de cifras y gestión. Sin pasado, sin historia, sin narración, el hombre deja de ser un agente con identidad y se convierte en número.

La rabia hace olvida de un modo más sutil. Sobre el pasado la rabia se tiende para hacer manejable, digerible, lo que nos hiere.

Ambas respuestas, cada una en su medida, nutren la desmemoria. Por lo tanto, hay una memoria que promueve el olvido.

(2) El segundo grupo de respuestas gira en torno al amor.

Aquí amor, como he dicho, es la asunción radical del sí mismo del otro.

Ahora bien, quiero recordarles unas enseñanzas cristianas que podrían ayudarnos a disipar el pésimo trato que se da a esta noción (el amor) en el ámbito de la ciencia y filosofía política.

Para ello propongo 2 imágenes iniciales, y una tercera que acompaña a modo de contraposición.

La primera imagen es la de Jesús expulsando a los mercaderes del templo.

La segunda imagen es la del suplicio y sacrificio de Cristo en la Cruz.

La tercera modalidad del amor sería la imagen de “dar la otra mejilla”.

Lo que propongo, por lo tanto, es:

(1) En relación a la primera imagen, dar forma a un tipo de política futura que nos preserve como comunidad (en este caso hablo de la patria en su conjunto, pero también podría hablar de ello en términos globales).

Como he dicho en otra ocasión, una política que supere el individualismo egoista a través de la destitución, la refutación del odio, como alternativa política (especialmente, el odio que se manifiesta a la manera de (1) la indiferencia ante el dolor del otro; o aun peor, (2) en la forma del pragmatismo o gestión o administración de la injusticia).

(2) En relación con la segunda imagen, propongo dar forma a una “mística” del sacrificio que de respuesta a la corrupción de los nuestros.

(3) Finalmente, en relación con la tercera imagen, oponer al imaginario reduccionista criminal de la política-mercado, la reinvención de un "nosotros" que supere la retórica agonística en pos de una política del amor. Fijar al otro en el lugar del enemigo es justificar su palabra y su gesto ofreciéndole una realidad ontológica que no posee. Nuestra fortaleza es que el egoísmo no tiene base ontológica de ningún tipo, en cuanto el individuo atomizado que proponen nuestro contrincantes en el debate, es una imposibilidad, una ficción.
Dar solidez a la identidad del enemigo conlleva perpetuar el conflicto en detrimento de los débiles.

Nuestra tarea, ahora mismo, es hacer que el otro se haga uno de los nuestros.

LA RAÍZ DE TODOS NUESTROS MALES

He tenido la fortuna de vivir dos años en Bogotá, bajo esos cielos imponentes, escuchando muchos, pero muchos ladridos.

En el 89, presencié el famoso "caracazo". Esos días alumbrados en el que el ejercito venezolano encomendado a un proyecto neoliberal disparó contra su propio pueblo, para acabar con la módica cifra de 3000 muertos. El diario El País de entonces fue el que dio la cifra. Creo que el corresponsal era José Comas, que después estuvo viviendo en Buenos Aires.

También tuve ocasión de presenciar el Plesbiscito chileno del 88. Escuché a los opositores, pero tuve la fortuna de charlar largo y tendido con pinochetistas bien acomodados del régimen. Uno de ellos, simpático como pocos, se desvivió por convencerme que era necesario exterminar a los zurdos en el continente, y que pasara lo que pasara, nunca cambiaría nada en su país. Que el poder estaba bien consolidado.

Me he pasado años en Europa, hablando con gente de las más diversas índoles.
He vivido en Euskadi, y actualmente vivo entre los catalanes. Les he prestado atención, mucha atención, escucho sus reclamos y los contraargumentos que ofrecen quienes mandan.
En Holanda conocí racistas convencidos, y he pasado la mayor parte de mi vida adulta entre inmigrantes.

He vivido en Asia durante más de diez años: India ha sido mi hogar, también Indonesia. En Jakarta he compartido largas horas con las jóvenes opositores del régimen de Suharto, pero también me he sentado en la mesa de empresarios que animaban las charlas hablando con crueldad de la "chusma", y para quienes resultaba incomprensible e idiota las pretensiones de las poblaciones indígenas de algunas islas, o criticaban la paciencia de Jakarta ante la insurrección en Timor.

He trabajado durante dos años con un isralí extraordinario, desertor del ejercito e historiador. Con él presenciamos azorados desde una televisión en blanco y negro, la transmisión entusiasmada de la CNN de los bombardeos sobre Bagdad en la primera guerra del Golfo.

He vivido en las chabolas de Yogya y Nueva Delhi. He escuchado a los tibetanos, pero también a los chinos. He visto como Beijing caricaturizaba al Dalai Lama hasta el punto de convertirlo en un terrorista.

Una mañana de invierno, sentado en mi hermita en Dharamkot, ante la foto del lider tibetano, comprendí que para millones de personas, ese hombre considerado un santo para muchos, era un terrorista, el mal encarnado.

He visto que para someter a nuestros semejantes, para reducirlos a esclavos, escoria o cifra, para matar y exterminar a nuestro prójimo, el opresor necesita caricaturizar a su víctima.
Los nazis hicieron con los judios lo que la tradición europea les enseñó durante siglos (léase sino "El Mercader de Venecia"); los españoles hicieron con los indígenas, lo que habían prácticado con el moro y el judio en su propia tierra; los estadounidenses esclavizaron a los negros reduciendo su humanidad como los "conquistadores del oeste" hicieron con los indios; los colonos judios han hecho con los palestinos, lo que han aprendido del maltrato prodigado a su propio pueblo. Por su puesto, la lista no es inclusiva, porque es interminable.

Los budistas dicen que la ignorancia es la raíz de todos nuestros males, del aferramiento y el odio que nos nutre. De allí me viene eso que siempre repito como un eslogan: "La ignorancia es moralmente reprochable".

Los que insisten con el "eje del mal" y sus análogos, los que alimentan las consignas que llevan a la destrucción y al exterminio del otro, especialmente cuando están en posesión de las armas y la legitimidad que les otorga el poder -es decir, son dueños de las leyes y las palabras reinantes-, los que pretenden que los otros, son "absolutamente condenables", acaban justificando todos los horrores.

Mi intención en mis notas ha sido desenmascarar a los caricaturistas que formatean nuestro mundo. Como los prestidigitadores de los que nos habló Platón en el célebre mito de la caverna, nos ofrecen sombras, mientras nos mantienen encandenados ante las pantallas de piedra en la que proyectan sus invenciones.

Quienes denuncian la violación de la libertad de expresión en Venezuela, bienvenidos sean si están en lo cierto; sin embargo, aún no han respondido con sus vociferaciones a lo que me preocupa. Las radios y televisiones venezolanas no llegarán a todos los rincones del planeta, no ordenaran nuestra mente con sus mentiras, no darán forma a nuestros discursos, ni construirán los edificios de la falsificada verdad en la habitamos nuestros días en esta tierra.

La prensa corporativa viola nuestro derecho a una información veraz cada día de nuestra vida. Fabrica guerras, oculta destrucciones, proclama como héroes a los traidores, y silencia a quienes luchan por la libertad y la justicia.

Por lo tanto, no deberíamos comprar las insitaciones que esa prensa produce con tanta liviandad, porque antes, y por sobre nuestro derecho a la libertad de expresión, hay el derecho a la verdad, sin el cual, nuestro derecho a expresarnos se convierte en mero ventriloquismo.

RECORDANDO A COLIN POWELL (2): Otra vuelta de tuerca.

A continuación ofrezco mi respuesta a un comentario realizado a la nota titulada: "Recordando a Colin Powell", que no he podido insertar en la sección correspondiente debido a su extensión.


PT,

Me alegra mucho que se haya animado a hacer su comentario. Creo que es una buena ocasión para intercambiar pareceres. Lamento que me haya prejuzgado. En realidad, nunca he querido otra cosa cuando me decidí a editar este blog que crear ocasiones para debatir estos asuntos. Por lo tanto, permítame que le dé alguna respuesta a lo que me plantea.

Para empezar, recordarle que los últimos artículos que he editado son respuestas a dos colaboraciones que han sido publicadas en el diario El País de España, y una de ella reeditada en el diario La Nación recientemente. Por lo tanto, de lo que se habla en estos artículos no puede entenderse plenamente si uno desconoce el objeto de los mismos, que es reflexionar sobre los trasfondos inarticulados de estos y otros autores que suelen escribir en las columnas de los periódicos citados.

Pasemos ahora al contenido de su comentario.

Mientras yo pongo en entredicho las justificaciones que ha utilizado el gobierno colombiano para invadir el territorio soberano de sus países vecinos con las razones que fueran, usted por el contrario pretende asegurarnos que el gobierno colombiano tiene pleno derecho para hacer tal cosa. Me dice que no tiene noticia de las incursiones colombianas en territorio Venezolano, por lo tanto le recuerdo que uno de los primeros “líos” diplomáticos entre las dos naciones ocurrió cuando un comando especializado del gobierno colombiano secuestro a un guerrillero en las calles de Caracas, sin haber mediado autorización alguna por parte del gobierno Venezolano en el asunto.

Ahora imaginemos por un momento que algo de semejante calibre hubiera ocurrido en los años noventa en Francia. Imaginemos que un comando español hubiese entrado en territorio francés y hubiera secuestrado a un etarra. La respuesta hubiera sido inmediata por parte del gobierno francés. Pero algo de ese estilo nunca hubiera ocurrido.

O imaginemos que el autor material del famoso atentado terrorista a Cubana de aviación en los años 70 (el señor Carriles) en el que murieron 400 civiles hubiera sido secuestrado en Miami por la inteligencia cubana. ¿Qué cree usted que hubiera pasado?

Hay, sin embargo, un precedente a una acción semejante. Y casualmente uno de los protagonistas de dicha operación fue el gobierno argentino de Arturo Frondizi, cuando un comando del Mosad, los servicios de inteligencia israelí, secuestraron al criminal de guerra y genocida Eichman. El asunto causó mucho revuelo y una respuesta firme del gobierno argentino. De algo podemos estar seguros, ni usted ni yo deseamos que se generalice una práctica semejante. Y menos aún cuando el gobierno de Venezuela, nos guste o no, es un gobierno que ha sido elegido democráticamente en elecciones libres, y en reiteradas ocasiones apoyado en referendums y consultas populares.

El hecho de que un gobierno como el de Uribe se haya permitido violar repetidamente la soberanía de los estados fronterizo puede que se deba, entre otras cosas, porque se sabe en posesión de una superioridad militar desproporcionada en relación a sus vecinos; y por otro lado, porque es consciente de que una respuesta militar estaría amparado por la estrategia de Washington.

La tesis de la guerra preventiva (en este caso se trata de intervenciones preventivas) creadas por la la derecha norteamericana han sido un precedente peligroso, y la utilización por parte de Colombia de argumentaciones de este estilo, rehusando tomar nota del repudio que ha suscitado en todos los países de la región, debería hacernos reflexionar respecto a este extremo.

Con respecto a las pruebas, creo que deberíamos ser más cuidadoso y estudiar con mayor detenimiento lo que se ha dicho y lo que se ha hecho al respecto. Permítame recordarle que, en lo que respecta al ordenador de Reyes, y en lo que respecta a las declaraciones del Mono Jojoy, y la supuesta conexión de las FARC con los gobiernos de Venezuela y Ecuador, nada ha sido probado. Muy por el contrario, después de haber lanzado el bulo internacionalmente sobre la información que habían recabado los servicios de inteligencia colombianos en el “mágico” ordenador de Reyes, los expertos que fueron enviados a Colombia para confirmar la legitimidad de las informaciones esgrimidas declararon que los ordenadores habían sido manipulados. Queda aun por verse qué hay de cierto en las acusaciones a Correa.

Aún así, y como he intentado dejar claro en el artículo, aún cuando esa conexión fuera real, queda aún por responder una pregunta que es verdaderamente preocupante: ¿Quiénes son los que realizan estas denuncias? ¿qué intereses persiguen? Creo que esto no es una cuestión baladí.

Por esa razón he intentado una reflexión en torno a los sucesos e informaciones que llevaron a la guerra de Irak. Recordar a Colin Powell, recordar a José María Aznar, recordar a Tony Blair, recordar a George W. Bush, debería sonrojarnos. Estos personajes escenificaron un engaño de enormes proporciones. Le dijeron al mundo que las razones para realizar una intervención militar en Irak era la existencia de armas de destrucción masiva y la conexión del régimen de Saddam Hussein con Alqeda. Como usted sabrá, todo el asunto fue una mentira absoluta. Nunca hubo conexiones entre el régimen de Saddam Hussein y Alqeda, ni tampoco había armas de destrucción masiva. Pero la prensa internacional y las grandes corporaciones que tenían prometida una parte de la torta que repartía la guerra se empeñaron en ofrecer esta imagen a la opinión pública mundial.

Pasemos a los tres puntos con los cuales termina su comentario.

Respecto a 1, creo que no es mi opinión personal únicamente la que cuenta en este caso. No sólo países como Nicaragua y Cuba han puesto peros a la instalación de bases norteamericanas en Colombia. Chile y Brasil han hecho lo propio. Y el escándalo que ha suscitado el acuerdo secreto llevado a cabo por el gobierno de Uribe con Washington en la propia Colombia no puede subestimarse.

Con respecto a 2, me parece que es un error comparar el régimen dictatorial que gobernó la Argentina durante los años setenta y ochenta, y las hipotéticas faltas que pueden endilgarse al lider venezolano. Me sorprende, de todos modos, que me diga "que la gente de mi postura puso un grito al cielo" cuando los "milicos" intentaron silenciar a la oposición. Estoy seguro que aún cuando no comparte mi postura, el "silenciamiento" realizado en aquellos años es también por usted condenado, ¿O me equivoco?

Recordemos que no hay causa abierta en ningún lugar del mundo por desaparición de personas, o asesinatos de enemigos políticos, contra el gobierno de Chávez. Las acusaciones que se propagaron poco después de cometido el golpe de estado a su gobierno, que aducían el asesinato de manifestantes por parte de grupos paramilitares, se demostró que fue orquestado por las propias fuerzas opositoras para producir una revuelta. El periodista inglés John Pilger ha ofrecido recientemente pruebas gráficas contundentes respecto a ello.

En Argentina, además de los muertos en enfrentamientos directos con la policia y las fuerzas armadas existe un número de desaparecidos que oscila entre los diez mil y los treinta mil. Estas personas no sólo fueron ejecutadas, muchas fueron sometidas a tortura y sus cuerpos desaparecidos. Circunstancias similares se han reiterado en todo el continente. Los documentos desclasificados de la CIA han confirmado la participación de la inteligencia norteamericana en el exterminio de los opositores políticos, y la intimidad ideológica que ha existido entre las élites locales y sus contrapartes norteamericanas.

La acusación respecto a mi hipocresía ideológica debido a mi (hipotética) simpatía hacia la Revolución Cubana es un lugar común que no merece comentario.

Respecto a 3, es evidente que los gobiernos de Honduras, Nicaragua, Ecuador, Bolivia, Venezuela, etc. - gobiernos que han llegado al poder por medio de elecciones libres, y que mantienen el apoyo de buena parte de la población (Gallup sostiene que el apoyo al gobierno de Zelaya en Honduras es del 53%, mientras sólo el 28% apoya el golpe de estado)- tienen derecho a realizar políticas comunes. Una cosa es una tratado entre países soberanos, nos guste o no el color de su gobierno, y algo muy diferente es interferir en los asuntos internos de esos países, socavando la voluntad popular y obstaculizando los caminos de integración que ha realizado el continente en la última década.

Finalmente, no comparto en modo alguno su idea de la política, y el festejo relativista que propone. No creo que la política sea un asunto de camisetas.´Es alarmante concebir el asunto de ese modo.

Por el contrario, creo que pese a que existen una pluralidad de posiciones en el mundo que habitamos, eso no significa que estas posiciones sean necesariamente inconmensurables. No deberíamos considerarlas de ese modo, al menos, no deberíamos hacerlo a priori. Siempre tenemos ocasión de sentarnos unos frente a otros, con una actitud intelectual honesta, a comentar nuestras "notas" sobre la realidad para intentar una mejor comprensión de los asuntos que nos conciernen. El resultado de nuestras disquisiciones nunca será definitivo. Pero podemos ir afilando nuestro discurso y comparando posiciones para deshechar las más burdas, en pos de las más refinadas y plausibles. Como le he dicho, para ello es necesario cultivar virtudes intelectuales y humanas. Eso significa, en breve, anteponer la verdad al interés particular; el bien al beneficio propio; y la valentía a la comodidad. Pero creo que en este extremo estamos plenamente de acuerdo.

Espero que mi respuesta sea de utilidad. Le agradezco su comentario y espero su futura participación en el blog.

RECORDANDO A COLIN POWELL

Fue un día memorable. Es decir, un día que debería estar en nuestra memoria, para evitar ese misterio burdo, como decía Borges, que es el olvido.

Leo en el diario El País otra de esas maravillas de la prensa liberal española que nos ponen sobre aviso de lo que planean estos tipos. La firma de la nota es la del prof. Román D. Ortiz, profesor en el departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de los Andes, Bogotá.

El título del artículo dice: “Relaciones Peligrosas”, y como es de esperar, viniendo de Colombia, y firmado por un consultor privado en seguridad, las peligrosas relaciones de las que hemos de hablar son las que mantiene Ecuador y Venezuela, los vecinos ariscos de la nación colombiana, con las FARC.

La tesis del señor Ortiz es sencilla. No deberíamos mirar hacia otro lado. Chávez es como Milosevic o Saddam Hussein. La agresividad de su política exterior debería, hace tiempo, haber animado a la comunidad internacional a tomar medidas contundentes frente al caso.

No me detendré a analizar los datos que ofrece el señor Ortiz para probar esa conexión porque ninguno de ellos puede tomarse en serio. Según Ortiz, la peligrosidad de Chávez no se queda en Latinoamérica. Pretende tener pruebas de una conexión entre un alto funcionario venezolano y la introducción del terrorismo de Hezbollah en la región (Hollywood a tope). Ortiz acusa además a Chávez de haber iniciado un proceso de rearme de dimensiones monumentales, y nos ofrece una larga lista en la que especifica las armas que el gobierno venezolano ha comprado en el mercado, anunciando a continuación que esas armas pueden estar a disposición de los terroristas colombianos en cualquier momento.

El señor Ortiz no dice una palabra del poderoso ejército colombiano, beneficiado desde hace años con la caritativa empresa bautizada en su momento con el contundente "plan Colombia", y que para peor, está comandado por un gobierno que sostiene la tesis (hecha celebre por la administración Bush) de que en la lucha contra el terrorismo no reconoce límites en la soberanía de otras naciones. El gobierno de Uribe ha invadido la soberanía de Venezuela y Ecuador en varias ocasiones. Todas las naciones de la región han llamado la atención al presidente colombiano sobre el asunto, pero arropado por las sucesivas admnistraciones norteamericanas, y el beneplácito de una parte importante de los negocios europeos, a Colombia se le permite delinquir sin problemas. Como he apuntado en otras ocasiones, pese a las contradicciones que esto supone (las causas abiertas en la Justicia de Dinamarca por violación reiterada a los derechos humanos, los descubrimientos mediáticos de masacres a indigenas, homosexuales e inocentes utilizados como carne mediática por el ejercito, y la no menos elocuente conexión personal y familiar del dirigente con el paramilitarismo) Uribe es la joya de la corona en Latinoamérica.

Ha recibido gestos de todo tipo. El Presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, lo ha estrechado entre sus brazos y le ha premiado como un defensor de la libertad en el mundo, y la corona española, por iniciativa del Partido Popular, le ha concedido premios que agitaron, en su momento, la indignación de ciento cuarenta y cuatro organizaciones no-gubernamentales del país, sin que los medios dieran cuenta del escándalo.

La nota del señor Ortiz acaba con el siguiente reproche a la comunidad internacional. Dice Ortiz:

“Tras el 11-S, pareció cristalizar un consenso sobre la necesidad de una política de tolerancia cero hacia aquellos países que tuviesen lazos con grupos violentos. En este contexto, se ha acumulado una evidencia abrumadora sobre las conexiones del Gobierno venezolano con las FARC y los intentos de Caracas de desestabilizar a los países vecinos. Sin embargo, el Gobierno del presidente Chávez no ha recibido ninguna sanción por este comportamiento. Esta inacción puede resultar muy costosa para la estabilidad de América Latina.”

¿Qué nos está pidiendo el señor Ortiz? ¿Por qué razón el diario El País ofrece una plataforma de este tipo a un consultor privado de seguridad? No hay que ser demasiado espabilado para comprender los planes que el señor Ortiz estaría dispuesto a ofrecernos si así se lo pidiéramos. Y después del golpe en Honduras, cuesta imaginarse al periódico en cuestión y otros que orbitan estrellas semejantes, condenando una intervención militar en Venezuela.

Al leer la nota, pensé: ¿A qué te recuerda toda esta campaña contra Chávez? Me metí en Youtube y escuché de punta a punta el discurso que Colin Powell llevó a cabo en el Consejo de Seguridad para dar el golpe de gracia diplomático que justificó el comienzo de la guerra contra Irak.

Es evidente que Chávez nos es Milosevic, ni tampoco Saddam Hussein. Pero aún si lo fuera, cabe preguntarse quiénes son los que están detrás de estas denuncias. Sabemos que la guerra de Irak, cuya intención hipotética era eliminar un peligroso dictador, ha causado, según los más modestos cálculos, 500.000 muertos entre la población civil del país invadido. También hemos sabido que las pruebas aducidas por la Administración Bush para demostrar la conexión de Saddam con Alqeda o la posesión de armas de destrucción masiva, eran orquestadas ficciones que algunos de sus socios europeos (Tony Blair y José María Aznar, entre otros) estuvieron dispuestos a ratificar. El General Colin Powell confesó que habían sido engañados por las agencias de espionaje. ¿De qué puede servirnos ahora la verdad frente a un hecho consumado de esta dimensión?

Mientras los periódicos europeos continúan su campaña de desprestigio de la izquierda latinoamericana, los estadounidenses avanzan estratégicamente en el continente. Nada se dice por estos lares de las tensiones que ha provocado la decisión del presidente colombiano de permitir la instalación de bases norteamericanas en su territorio, y cuando se dice, este decir se encuentra camuflado tras cortinas de humo.

La nota del diario El País que anunció en su momento la decisión de Uribe, estuvo precedida por un abultado informe que el Congreso de los Estados Unidos filtró en el que se señalaba a Venezuela como un país narcotraficante. La nota sobre las bases norteamericanas instaladas en Colombia ocupaba, en cambio, un rincón oculto de la portada, detrás del siguiente título: “Colombia autoriza la utilización de sus bases a los aviones estadounidenses”.

Mientras tanto, Micheletti, en Honduras, ha demostrado a los poderosos de siempre, que la historia es cíclica, y que ha llegado la hora de la revancha. Como los malevos de Borges, vuelven las generaciones a enfrentarse a las mismas encrucijadas movidos por la atracción que prodiga el cuchillo.

Que la memoria nos preserve de otra traición.

EL PODER Y LA ESPERANZA: Sobre la injusticia de la justicia salomónica.

Quisiera decir dos palabras sobre una cuestión a la que los resultados electorales en Argentina han vuelto a dar alas. Se trata de la posibilidad o no de zanjar definitivamente la cuestión de la represión genocida en Argentina durante las décadas de los setenta y los ochenta.

En esta ocasión, lo que desata mi respuesta es un artículo publicado por la “popular” Pilar Rahola en el diario El País, periódico que nos tiene acostumbrados a una buena dosis de tergiversaciones cuando se trata de ofrecer su imaginario sobre Sudamérica.

Pero para que el asunto no suene a propaganda sin fondo, recordemos que los más importantes opinólogos sobre nuestro continente son grotescos enemigos del chavismo, y sus secuaces izquierdistas. ¿Cómo olvidar la semblanza que nos ofreció Vargas Llosas del criollo astuto y mentiroso de Morales? ¿Qué hacer con la justificación que nos ofreció recientemente ante el golpe en Honduras? ¿Qué decir de su vergonzante aparición mediática desafiando a un presidente constitucional a entrar en debate con él mismo en un programa televisivo al que había sido invitada la oposición, por el propio Chávez, a debatir el modelo revolucionario? ¿Qué hacer con los eruditos contrastes de Moisés Naím entre Venezuela y la teocracia Iraní? ¿Qué hacer con sus propias apreciaciones sobre el golpe de estado en Honduras, su feliz enjuiciamiento de Zelaya en las páginas del periódico? ¿Qué hacer con los muchos y reiterados intentos por parte de esta gente por defender modelos caducados y denostados en un continente arrasado por la especulación y la traición de sus intelectuales más afamados en Europa y Norteamérica?

Pero eso no sería nada si acaso los contrincantes políticos en el continente estuvieran tratados con la misma vara. Pero es impensable pasar por alto el trato de favor que han recibido Alan García y Álvaro Uribe Velez, quienes una y otra vez, especialmente este último, recibe los favores de la empresa editorial. No cabe decir una palabra más sobre el asunto. Si los presidentes de Venezuela, Ecuador, Bolivia y Honduras, para poner algunos ejemplos, pueden ser acusados de sospechosas actividades contra la propiedad privada, o son objeto de indignadas denuncias debido a su manipulación “populista”, sus enemigos políticos (el caso de Uribe es desopilante) se encuentran acusados y procesados en algunos casos por crímenes de lesa humanidad.

¿Acaso hemos olvidado el centenar de indígenas asesinados en la selva peruana? ¿Qué dijo Vargas Llosas sobre estos asuntos que están ocurriendo en su propio país? Poca cosa, porque sus actividades libertarias se encuentran en Caracas, defendiendo los intereses de las familias adineradas que ahora se resisten al proceso de transformación social que el pueblo de Venezuela ha decidido llevar a cabo. Tampoco queda muy claro cual es su posición respecto al golpe en Honduras, en cuanto señala como improlija la actividad de los golpistas, pero acusa como culpable del golpe las ansias reivindicadoras de quienes se dejan adoctrinar por el gurú Chávez.

Esto me recuerda un argumento con el cual algunas mentes prodigiosas invertían el peso de la prueba en los casos de violación aduciendo que las víctimas vestían minifaldas. Pero la comparación no debería tomarse al pie de la letra, lo que pretende en todo caso es dejar constancia de la malquerencia del firmante de la nota que estoy comentando.

Todo esto para ponernos sobre aviso de que no se trata de un artículo cualquiera el firmado por la señora Rahola, sino uno más de los muchos artículos que el equipo de EL PAÍS considera útil para llevar a cabo su actividad desestabilizadora en la región. La razón del asunto es muy sencilla, la búsqueda de condiciones favorables para el grupo PRISA y los consorcios asociados. Aquí todo se mezcla como en esas malas películas de complots a las que nos tiene acostumbrada la historia y Hollywood: política, ética, glamour, sexualidad y dinero. El engranaje de mentiras se encuentra al servicio del asalto al poder.

El artículo es impecable. Como buena periodista, Rahola es imparcial desde el comienzo. Firma su simpatía hacia el partido de Macri llamando a Michetti una de las mentes más brillantes de la Argentina actual, para luego dejar en claro que lo que le atrae de esta mujer es la capacidad de navegar las aguas que su propia patria inauguró con la famosa “transición”.

El artículo pretende ser una radiografía del alma de los argentinos, y acaba siendo un encefalograma de la "derecha liberal" española que se mofa de lo políticamente correcto para proponer lo "definitivamente correcto". Rahola se ríe a carcajadas de los ideales y reivindicaciones bienpensantes. Enfundada en su pragmatismo chulesco y desafiante, se dedica a recordar a las izquierdas de todos los continentes sus pecados, ofreciendo junto a ello una justificación para la perpetuación del status quo, como si los problemas reales que nos toca vivir fueran una invención de los Che Guevara y los Fidel Castro y los guerrilleros latinoamericanos, los desprolijos hippies y los vagos de los estudiantes, como si no tuvieramos otra cosa más importante que hacer en este mundo gobernado por poderes invisibles que en su lógica arrolladora y matemática van carcomiendo las esperanzas de las generaciones, que dedicarnos a vociferar contra los ilusionados, contra los perdedores, contra los que aún no han conseguido nada, porque no han podido, porque se han equivocado, o porque se lo han impedido esas mismas fuerzas que ella enfurecida defiende con su "realismo" agitado.

Olvidar, olvidar, olvidar es el estribillo que promueve, y nos lo vende prometiendo que el olvido todo lo cura, que la España de hoy (que en realidad es la de ayer, porque quién querría hoy ser esta España que estamos contemplando azorados, corrupta de arriba a abajo, decadente en su cultura, podrida y débil en sus instituciones, dormida su población ante el saqueo sistemático al que se ve sometida, con la complicidad de sus políticos que se quedan con las migajas de la fiesta, y la prensa-publicista).

Rahola pretende que los argentinos deben tomar nota y ejemplo de España. Pretende que la “transición” fue causa de paz y de alegría para la España sobre la que llovían, entonces, como un milagro, el 25% de su PBI de las arcas europeas, la España hipotecada del derroche y la pandereta, la España que prefirió apostar por el ladrillo a la excelencia. Pero nada de esto parece molestar a la política devenida periodista que anima las mañanas de TV3. Porque comparada con la Argentina que sus ojos contempla, España es un paraiso.

La Argentina es un lodazal, nos dice, del que los argentinos no quieren salir. Llenos de odio y de revanchismo, la Argentina de hoy es una mezcla de atracción y repulsión para el extranjero que visita el país con mirada objetiva y desprejuiciada. Y nos compara con la transición chilena y uruguaya que supieron, nos dice Rahola, negociar un futuro. ¿Acaso se esta refiriendo Rahola a la impunidad que se le prodigo a Pinochet que se murió con las botas puestas pese al sinnúmero de pruebas en su contra? ¿No deberíamos estar negociando en otros lugares del mundo transición semejantes, sin justicia como la que ella promueve? ¿A quién defiende Rahola? ¿Cuál es su verdadero mensaje? ¿Quiénes son sus amigos? ¿Con qué mundo sueña?

Recordemos que Rahola es una invitada habitual en el programa de Grondona. El "doctor", como llaman al escribiente del llamado "Proceso de Reorganización Nacional", o Dictadura, le ofrece un espacio en cada visita y se relame ante el descaro de la catalana. Recordemos otras cosas que nos permitan informarnos sobre la figurita cuya autoridad intelectual se promueve en la Argentina para enseñar el camino de nuestra sociedad futura. Ahí están sus destempladas risotadas y su escasa compasión durante la masacre Israelí en Palestina. Ahí están sus relatos descabellados sobre la democracia venezolana. Ahí están sus suspicacez apreciaciones sobre la matanza de indígenas en Bolivia por los simpatizantes separatistas santacruceños. Ahí están, para quienes tenemos el placer de convivir con sus opiniones semanales en LA VANGUARDIA de Barcelona, las opiniones reaccionarias con las cuales se despacha frente a las reivindicaciones sociales de no pocos colectivos.

Haciéndose eco de la posición de muchos simpatizantes PRO y otra gente del montón, Rahola propone una equiparación de la violencia guerrillera en la Argentina con el terror del Estado. Su justicia es salomónica, y por lo tanto es injusticia.

Para empezar miremos con detenimiento la España que la señora Rahola pretende vendernos: En menos de veinticuatro horas, ETA ha realizado dos atentados con víctimas mortales. ¿Cómo es posible que ETA siga atentando? En los últimos meses, docenas de dirigentes han sido encarcelados, se ha proscrito su ala política y han sido judicializadas las organizaciones abertzales. Un informe reciente sostiene que los jóvenes vascos no condenan o simpatizan con la violencia de la banda. ¿A qué se debe? ¿Cómo es posible que sigan existiendo estas rabias, estos odios, este deseo de revanchas en una sociedad que dice haber realizado una exitosa transición? ¿Qué pasa con Catalunya? ¿Acaso las relaciones con Madrid son un paseo por el campo? ¿Y el Partido Popular? ¿Y la relación de los gobiernos socialistas con la Iglesia Católica? ¿A quién le habla Rahola cuando escribe en el diario El País un artículo como el que firma? Seguro que no le habla a los vascos, ni a los gallegos, ni a los catalanes, porque se reirían a carcajadas de su ingenuidad o su cretinismo. ¿Transición ejemplar? No creo que Rahola se cree lo que ella misma dice. No sólo Euskadi, sino toda la realidad política y social de España se encuentra marcada por los rastros, las huellas, la geología oculta de un pasado irresuelto.

Para acabar, permítanme que diga dos palabras más sobre este pasado. Este jamás desaparece. Se transforma, eso si. Como las fugas inventadas por Beethoven, mutan, fluyen, como las nubes en el espacio, pero no desaparecen.

Ni siquiera el perdón, como señaló en su día Hans Jonas, puede hacer que el pasado se esfume. El perdón es un don que ofrece la víctima, no un derecho del victimario. Los cristianos deberían saberlo, ellos que están hecho con la sustancia de la crucifixión que sana los pecados del mundo.

Aún así, creo que el pasado puede y debe ser superado.

Lo que se juzga en Argentina no es la violencia per se, sino la violencia ejercitada por quienes detentaban el poder del Estado. Eso significa algo muy sencillo de entender para quien tenga interés de mantener una distinción de justicia irrenunciable. Cuando los gobiernos constitucionales o las Fuerzas Armadas que gobiernan de facto una nación asesinan a individuos indefensos a sangre fría, cuando los someten a tortura, cuando esconden sus cadáveres, cuando roban a sus hijos y a sus nietos, cuando pervierten la identidad y someten a la población al terror, lo que se pone en cuestión no es la violencia, sino la traición.

No me interesa ahora mismo juzgar a los grupos guerrilleros. No hay ley que los ampare en el mundo. La comunidad internacional ya se ha pronunciado sobre el asunto. Los guerrilleros y los terroristas no pueden esgrimir argumentos del estilo que promueven los asesinos del Estado para escapar la justicia de ese Estado. Creo que no debería ser parte de la discusión que nos convoca en esta ocasión, como no debería estar en la agenda de debate juzgar las decisiones políticas de Zelaya o los propósitos de Chávez cuando nos enfrentamos a la encrucijada de oponernos o dar alas a un golpe de Estado a un gobierno elegido democráticamente por el pueblo, y ampliamente apoyado por ese pueblo en sucesivas consultas populares. Lo que nos interesa clarificar es la traición que aquellos que se encuentran en el poder realizan contra los ciudadanos, al ejercitar violencia sobre estos, indefensos ante el poder aterrador que tienen a su disposición.

El pasado sólo puede superarse con un juramento, con la convicción absoluta y sin peros de que jamás, bajo ninguna circunstancia, seríamos capaces de participar, apoyar o simpatizar con ejercicios de aberración semejante.

Cuando alguien ofrece un pero, o exige pasar página, es que aún pretende justificar de un modo u otro el pasado. De ahí que las declaraciones de Rahola, como las reiteradas insinuaciones de mentes hipotéticamente “clarividentes” como las de Michetti y otros representantes de PRO, sean prueba de una cierta tibieza moral ante el horror. Prueba del relativismo moral que la propia Rahola pretende condenar. Y la posibilidad latente de que ejercite en un futuro no lejano una colaboración pasiva como la que muchos ejercitaron cuando los crímenes pasados se cometían.

A FALTA DE IDEOLOGÍA NOS QUEDA LA INFORMACIÓN

El estribillo lleva varios años sonando en los primeros puestos desde algo así como el Departamento para la Reconstrucción de las Sinapsis planetaria. El propósito es loable. Se trataría más o menos del siguiente experimento: eliminar los restos de otra supersticiosa y añeja costumbre humana.

Habiendo hecho lo propio con las religiones tradicionales (que pese a todo se resisten a ser echadas por la borda) toca el turno de las ideologías (eso de izquierda y derecha que no suena bien a nadie), que además de ser una distinción éticamente reprochable de muchas maldades contra la humanidad, tiene la desgraciada suerte de ser estéticamente censurables. En breve, las ideologías son feas.

Los expertos en imagen lo saben. Y como ha quedado patente en alguna nota anterior, insisten a sus pupilos que hagan caso omiso de sus lealtades argumentales y se centren en lo más candente: lo que la gente quiere, y no lo que la gente quisiera querer aunque no puede por el momento hacerlo. Junto al olvido de las ideologías, por lo tanto, se promueve sin vergüenza, el desprestigio de los ideales.

Ser una persona ideológicamente posicionada es no haber caído en la cuenta de algo elemental: el universo (el mundo natural y social que habitamos) se caracteriza por estar libre de cualquier normatividad objetiva. Lo real es un espacio neutro que se encuentra a nuestra disposición para que hagamos con ello lo que nos plazca. Este es el Gran Secreto que repiten entusiasmados los hacedores de la opinión pública.

Los textos abundan. Tienen cabida en la esfera de la autoayuda y la nueva espiritualidad, que a un mismo tiempo denuncian y actúan como cómplices del mundo que nos ha tocado vivir. Los economistas más ilustres saben que han sido de los primeros en hacer rodar la bola de este orden moral moderno que habitamos. Los políticos más “piolas” se anotan en la listas de la vanguardia post-ideológica y pragmática a medida que crece en la masa la certidumbre que antaño sólo disfrutaban las élites. De modo análogo, los periodistas han reemplazado su convicciones ideológicas por sus compromisos corporativos.

Las claves del éxito se encuentra en la mente, en la construcción de la imagen del mundo que realicemos. Porque, tal como hemos dicho, el mundo es un océano de materia vacía y maleable a la espera de que los sujetos liberados de toda atadura, se hagan cargo de lo que les toca.

Basta con empujar una idea, y el mundo se habrá vuelto del color de nuestro pensamiento. Sólo cabe dedicarse con ahínco a semejante esfuerzo, y ocurrirá lo que siempre hemos querido: seremos ricos, jovenes y bellos.

Sin embargo, recuerdan los gurúes, no es fácil mantener la mente enfocada en el objeto de nuestro más "auténtico" deseo. Basta que se nos perturbe el alma con algún recuerdo, o que un personaje indecente o simplemente "negativo" se cruce en nuestro camino, para que el empeño de tantos días se haga añicos contra el cristal oscurecido de nuestra frágil conciencia.

De este modo llegamos a la más absoluta de las paradojas: aquellos que sostienen con tanta soltura el final de las ideologías son los mismos que aseguran al mundo que sólo cuentan las ideas que tenemos en la cabeza. Son los mismos que reclaman una realidad neutralizada donde poner en funcionamiento el diseño disciplinado de su universo imaginado, los que afirman con descaro la fealdad de las superstición ideológica.

Pero puede que no todo se haya perdido, cabe la posibilidad de establecer otros criterios que nos permitan deslindar la paja del grano. De otro modo, nos encontraremos desprotegidos ante el arrebato de sapiencia idealista que ha atacado al planeta: marketing, cosmética de la imagen, publicidad, relaciones públicas, consultores políticos, agencias éticas para la empresa, todo confluye y complota para evitar que nos interroguemos por la verdad.

Pero, ¿Qué es la verdad después de todo?
La verdad, en esta era del vacío, es lo ente reducido a esquema: imagen del mundo. No es la nada, pero es casi nada, "lo que tú quieras".

En fin, ante tal desbarajuste, cabe preguntarse si no será necesario reformular la directriz evangélica del siguiente modo:

“Los conocerás por sus deseos”.

Serán sus deseos y no sus argumentos explícitos los que nos dirán quiénes son los que nos hablan.

Repuestos del vaciamiento y humillación al que nos tuvo sometido el "nihilismo burgués" de las últimas décadas, y armados con nuestro reconquistado aparato ideológico, seremos capaces de enfrentarnos a la marabunda de expertos en el ocultamiento. Por lo tanto, nos queda la información, y ante ella la pregunta que volverá a devolvernos al equilibrio, al punto arquidémico de lo real, en el que seremos capaces de descifrar lo que ahora importa: ¿Qué es lo que quieren estos que dicen que todo es posible si nos atrevemos a quitamos las gafas que proyectan las antiguas supersticiones?

Bueno, en general, lo quieren todo: lo tuyo y también lo nuestro.

Por lo tanto, como dicen en España, ¡Ir al loro!

TODAVÍA NOS QUEDAN LAS CALLES.

Como he dicho en otras ocasiones, debemos tomar la iniciativa. Las políticas de ajuste que se pretenden para superar la crisis son, como se ha repetido hasta el hartazgo, otra de las opacas e injustas soluciones que los ricos proponen para no cargar con la responsabilidad que les toca. O para decirlo de otro modo, es el intento de traspasar la carga de la mula sobre el cordero.

La prensa está haciendo todo lo posible para que la contestación social no llegue a mayores. Eso significa, en breve, una estrategia para evitar que la sociedad civil sea capaz de ofrecer respuestas espontáneas a las dificultades que se presentan, ocultando, mintiendo, distorsionando dichas respuestas.

La estrategia es desfigurar la actividad de los movimientos sociales, presentándolos como amenazantes, descontextualizándolos, engañando sin reparo acerca del contenido de las reivindicaciones, como hemos podido ver en la distorsión unánime que los medios recientemente ofrecieron de las huelgas en Inglaterra. Estas fueron presentadas como manifestaciones racistas, cuando en realidad eran un intento por parte de los sindicatos para impedir la utilización, por parte de algunas empresas, de las directivas europeas a fin de dar trato diferencial a los trabajadores extranjeros. Lo que se pretendía era impedir que dichas empresas se beneficiaran saltándose las leyes y condiciones laborales, lo cual iba en detrimento de los trabajadores en su conjunto. La prensa se dedicó con ahinco a borrar la contestación de clase, para convertir el evento en un problema xenófobo.

Nuestras sociedades democráticas preveen un conjunto de vías de comunicación entre las bases y los poderes fácticos y representativos. Cuando las elecciones generales (como hemos visto en las últimas elecciones europeas) se ven perturbadas por la apatía y la descreencia de la población, es hora de utilizar otros mecanismos para saltar el abismo que existe entre la base representada y la representación. Una de las maneras es la contestación callejera. Se trata de una práctica que forma parte de nuestro imaginario social, un rito análogo al de las elecciones generales, un mecanismo legítimo de comunicación que conmina a atender los reclamos populares.

Existen una serie de códigos y de normas que determinan el caracter de las movilizaciones. Los participantes caminan por ciertos lugares, evitan otros, y se abstienen de ejercer violencia. Cargando pancartas y repetiendo ciertos estribillos, la ciudadanía hace saber su descontento.

De modo análogo a lo que ocurre cuando introducimos una boleta el día de la votación en una urna después de haber sido identificados por los miembros de la mesa correspondiente en un padrón electoral, lo que se procura es hacer llegar un mensaje a quienes se encuentran en funciones para que cumplan con nuestra voluntad. Decimos lo que queremos y lo que no estamos dispuestos a aceptar.

Las elecciones parecen no estar transmitiendo el mensaje del pueblo a los responsables políticos. Da la impresión de que estos se encuentran enroscados en su propia autofascinación y comprometidos exclusivamente con los intereses del establishment económico-financiero. La multiplicación de los casos de corrupción y la complicidad de las élites políticas con los artífices de la debacle, justifican que los ciudadanos articulen e intensifiquen las protestas.

El manto de silencio que Europa ha tendido sobre el "futuro", postergando y eludiendo cualquier discusión de fondo, escudándose por momentos en argumentaciones peregrinas sobre la esencialidad y la raíz identitaria, acompañado de la renuencia de las élites europeístas a dar palabra y voto a la ciudadanía en lo que respecta a los proyectos y directivas que promueven, deberían sumarse a la lógica argumental que aboga por la protesta: lo que nos queda frente a este deterioro democrático es salir a la calle, día tras día, para que nuestra voz sea escuchada.

Por supuesto, se trata de exponer un mensaje de forma no-violenta. Pero es imprescindible que las protestas sean sostenidas y prolongadas, hasta que encontremos la manera de que nuestras voluntades sean tomadas en consideración.

En este caso concreto, el objetivo de la movilización es preventivo. Ante la constante presión de los intereses corporativos exigiendo ajustes al estado que irán en detrimento de los sectores más desfavorecidos de la población, es imprescindible dar indicaciones inequívocas a los gobiernos que en caso de ceder en esa dirección, la ciudadanía ejercitará su derecho a la resistencia. La superación de la crisis no debe ser otra excusa, después de décadas de fiesta neoliberal, para continuar profundizando la proletarización de la ciudadanía, por medio de políticas laborales y salariales confiscatorias.

Una contestación de este tipo, contrariamente a lo que se dice desde los medios de comunicación, que al unísono adjetivan a los movilizados como “radicales”, es parte del imaginario social inherente de toda democracia sana. El hecho de que las demostraciones públicas resulten escandalosas, o que se persigan con la violencia desorbitada a la que nos hemos acostumbrado en los últimos tiempos, a fin de intimidar y persuadir por esa vía futuras estrategias de contestación, sólo puede reafirmarnos en la sospecha de que la democracia europea, pese al apego procedimental del cual hace gala, se encuentra en una profunda crisis de legitimidad.

Las movilizaciones tienen por objeto hacer llegar un mensaje político, persuadir a los responsables de dar marcha atrás en su intento de superar la crisis apretando aún más al ciudadano de a pié, asfixiado por la oscuridad de su futuro y la inestabilidad de su situación.

Recordemos: Los poderosos nunca han cedido un centímetro de su poder si no han sido obligados a ello. En nuestras manos se encuentra continuar esta larga marcha por la dignidad que aún pretende ser Europa. En nuestras manos está preservarnos en la libertad. Hagamos cuentas de los sacrificios de nuestros antepasados, de quienes pelearon y dieron la vida para ofrecernos nuestros logros de hoy, y a partir de ese reconocimiento, asumamos el cargo de nuestra paternidad.

Sin nuestra lucha, nuestros hijos no tendrán futuro.

HONDURAS: Idiotas, hipócritas y cretinos.

Si nos tomamos el trabajo de leer lo que los principales medios de comunicación tienen que decir acerca del golpe de estado en Honduras, notaremos dos cosas muy interesantes.

La primera es que en muchos de ellos hay un conjunto de periodistas y comentaristas que llevan la voz cantante, que aprovechan la ocasión que les brinda un hecho de esta naturaleza para ejercita la lucrativa tarea de aporrear en sus páginas al Presidente Hugo Chávez y al conjunto de líderes de la llamada nueva izquierda Latinoamericana.

En segundo lugar, entusiasmados con la unanimidad de las instituciones hondureñas, la consabida aprobación del golpe realizada por el Episcopado Hondureño, y la confusión reinante, se pretende poner en pie de igualdad al gobierno salido de las urnas con la dictadura impuesta por el golpe.

A fin de clarificar lo que quiero decir, ilustraré estas afirmaciones con un ejemplo. La nota fue publicada hoy en el diario El País, uno de los principales motores que impulsan con ahínco y desvergüenza la nueva ofensiva de las derechas sudamericanas. La nota en cuestión está firmada por un clásico del periódico, Moisés Naim. Lleva el siguiente título: “Idiotas contra hipócritas”. El título que yo mismo elegí para esta nota no hace más que incluir en su descuidado retrato, un personaje importante de las tramas golpistas que han ornamentado nuestra desgraciada historia sudamericana y que el propio Naím, como otros insignies opinólogos encarnan con habilidad mandarina.

En el primer párrafo Naim nos recuerda que hay un parentezco entre el golpe de Honduras y los acontecimientos de la revolución verde en Irán. En el primer caso estamos hablando de un pequeño país sin apenas recursos. En el segundo caso, estamos hablando de un país que tiene bombas atómicas. La lógica de Naím es extraordinaria. Irán apenas ha sufrido consecuencias, por la sencilla razón de que no puede jugarse con alguien que posee un poder semejante. En cambio, Honduras, es un pequeño país desarmado, que recibe una respuesta furibunda. ¿No ven la CNN? ¿Acaso viven en Marte?, se pregunta. Los países pequeños no pueden darse ese lujo. Justicia para Honduras, ellos también merecen la cuota de impunidad que reciben los más poderosos. Acertado, indudablemente.

Los estrambóticos silogismos de Naím podrían resultar inocente, pero toman otro matiz cuando recordamos lo que Naím tenía para decir hace dos semanas sobre lo que estaba ocurriendo en Irán. La nota fue publicada el domingo 21 de junio y llevaba el siguiente título: "Irán con ojos venezolanos". Pese a las diferencias entre estos dos países, Irán y Venezuela, "el parecido es tal -nos dice Naim, para quien en la oscuridad todas las vacas son negras - que la experiencia venezolana aporta interesantes claves para entender la crisis iraní. Leamos la última frase del artículo mencionado. Dice Naím:

"En ambos países, los violentos están en el Gobierno, no en la oposición. Tanto en Irán como en Venezuela, son las milicias gubernamentales quienes detentan el monopolio de la violencia como instrumento político. Pero lo esencial es entender que, en Irán y Venezuela, las elecciones no significan el posible cambio de un presidente por otro. Significan la posibilidad de sacar del poder a quienes han decidido perpetuarse en él. Y eso no es fácil. No lo ha sido en Venezuela; no lo será en Irán."


Volvamos al artículo de hoy que es lo que nos interesa. Después de haber clarificado de qué trata el asunto (la hipocresía y la idiotez) nos informa de la violación reiterada de la constitución por parte del gobierno de Zelaya. Nos dice: ¿Por qué se precipitaron los golpistas? Faltaban sólo unos meses para que Zelaya dejara el gobierno, si hubiesen apostado a los juristas en vez de a los militares, hubieran conseguido lo que buscaban. Pero en cambio, se decidieron por las armas. Es decir, secuestraron a Zelaya, y lo enviaron fuera del país, rompiendo de ese modo la continuidad constitucional y la legalidad. ¿Acaso fueron engañados? ¿Por quién? ¿Quiénes son los que se benefician con este golpe?

Continuemos, porque Naím tiene aún mucho que decirnos acerca de lo que esta ocurriendo en el país centroamericano. Nos dice que los golpistas creen estar justificados porque Zelaya, apoyado por Hugo Chávez, estaba planeando perpetuarse en el poder por medio de triquiñuelas y trampas electorales. Peor aún, de acuerdo a los golpista, en los que Naím parece confiar tácitamente debido a su parentezco ideológico, agentes venezolanos con armas y dolares habían comenzado a infiltrarse a través de la frontera hondureña. -¡Armas y dólares", la frase es inolvidable, nos recuerda escenas de Miami Beach.Otra vez el espectro, el fantasma del comunismo que agita las conciencias y justifica los arrebatos de los bienpensantes que hoy han equivocado la ruta. Demasiado desprolijos, pero certeros.

Naím no tiene vergüenza, evidentemente. Escuchen esta frase: “Incluso si fuera cierto, el golpe sería inexcusable”. Es evidente que lo que pretende con este párrafo no es que el golpe sea inexcusable, sino que es probable que hubiera razones de fondo que llevaron a los golpistas a actuar de ese modo. La acusación es grave: ¿Agentes del gobierno venezolano están entrando a través de las fronteras porosas de Honduras con armas y dinero? ¿Recuerdan el caso del ordenador de Reyes que utilizó Uribe para enlodar a Chávez y probar el apoyo que éste ofrece a las FARC? ¿Recuerdan el caso de la maleta con los 800.000 dólares que juzgaron en el distrito de Miami?

Lo que enfurece es la credulidad de algunos lectores. ¿En serio se creen estas y otras patrañas del mundo informativo? ¿De qué han servido cincuenta años yendo a las películas si a la hora de la verdad nos compramos todas las mentiras? ¿Acaso esta gente no conoce las transferencias bancarias? Pero una transferencia bancaria resulta demasiado virtual. En la escena tiene que aparecer el mafioso de turno, algo que nos recuerde el narcotráfico y el gangsterismo más vulgar, para que de modo indeleble quede en nuestras pupilas la escena de la traición, como una marca de desodorantes.

Sigamos escuchando a este talentoso intelectual en su intento por desentrañar la verdad escondida frente a la mascarada. Después de haber despachado toda una sarta de acusaciones sin prueba alguna, nos ofrece su mejor frase:

“Las torpezas hondureñas son sólo superadas por la explosión de hipocresía que han desencadenado.”

Lo que han cometido los golpistas son torpezas, cositas con las que no deberíamos ser tan furibundos. En todos los rincones se cuecen habas. Lo peor es la hipocresía. Eso es de lo que deberíamos estar ocupándonos, y no de un golpe militar en Honduras, que por otro lado esta justificado y que, por lo demás, sólo resulta ineficaz, desprolijo, y para colmo, más carne en el asador de nuestros verdaderos enemigos.

La lista no tiene desperdicio: los hipócritas son Raul Castro, Hugo Chávez y el resto de los países del ALBA, en los que Morales, Correa y Ortega comparten el hecho de ser, irónicamente, tildados de “bastión de la democracia”. Lo mismo cabe decir de la OEA, de su presidente y del resto de las organizaciones hipócritas.

Luego Naím se ríe de la pasión anti-yanki de Evo Morales que ha señalado que, aún cuando el presidente Obama ha condenado el golpe y ha mostrado buena voluntad para un cambio de época, existen razones para pensar que lo ocurrido lleva las marcas de la intervención norteamericana. ¡Qué manía la de este indiecito de ver la mano del americano apacible en todos lados? ¿Debe tener algún trauma el pobre desgraciado o estar ideologizado? Pero, ¿Resulta acaso tan descabellado? ¿Qué nos hace pensar que las declaraciones de un presidente pueden poner freno a la inercia ideológica y prágmática de un siglo? ¿Acaso cree el señor Naím que la política norteamericana no tiene agendas dobles? ¿Acaso el anuncio de un cambio de rumbo nos tiene que mantener ciegos al hecho de que Washington está embarcado desde hace años en diversos planes que aún continúan en vigencia pese a las esperanzas de cambio que promueve en el continente? ¿Acaso el señor Naím no lee la CNN? ¿Acaso vive en marte? El presidente Obama prometió salir de Irak. ¿Acaso bastó su voluntad para acabar con el asunto?

Pero no nos dejemos amilanar. Contemos los párrafos del artículo, ejemplo de otros muchos que en estos días aparecen en la prensa liberal desde Buenos Aires a México DF, de Madrid a Guayaquil, y sabremos perfectamente lo que pretenden estos “iluminados de la democracia”.

De los nueve párrafos, sólo dos están dedicados al golpe. En estos se deja claro que hay razones que justifican el humor de los golpistas. Sin embargo, nos dice, lo que ha ocurrido demuestra a las claras que ya no hay lugar para este tipo de ofensiva en la lucha ideológica que se libra en el continente. ¿Esta ofreciendo el señor Naím un consejo estratégico?

Los otros siete párrafos tienen el aspecto de una amenaza, de una advertencia malintencionada y perversa, están destinados a demostrar que nuestro verdadero problema son Chávez y sus secuaces, y llamar la atención de los gobiernos de la región de lo que ocurre con los que coquetean con el socialismo del siglo XXI. ¿Necesitamos algo más para ver la continuidad que existe entre los intelectuales de la derecha liberal de hoy y de siempre?

“Chávez es tóxico.", concluye. En tiempos de pandemia virósica y financiera no es una frase casual.

LAS BUENAS MANERAS Y LAS MALAS PALABRAS

Al día siguiente de las elecciones legislativas en la Argentina, estaba escuchando Radio M... a través del ordenador. No suelo hacerlo. Vivo muy lejos de la Argentina como para que sea mi preocupación política exclusiva. Sin embargo, no regateo la atención cuando la ocasión lo precisa.

Al aire, un periodista conducía una entrevista al consultor político del “Colorado” De Narváez, flamante triunfador en la provincia de Buenos Aires.

La primera pregunta giró en torno a la cuestión de los consejos que había ofrecido el consultor al candidato. La honestidad del ecuatoriano (el consultor es ecuatoriano) resultó esclarecedora. Mantenga las buenas maneras- le dijo. No haga del contrincante objetivo de su discurso. Sea positivo y optimista. No haga ningún tipo de apreciación ideológica: no hay izquierdas ni derechas.

La pregunta siguiente fue aún más interesante. El consultor, según supimos, fue en sus años mozos un activista político de izquierda. El periodista sacó a relucir la información que sus colaboradores habían encontrado en Google. El consultor dijo no sentirse avergonzado de su militancia de juventud. Sin embargo, aclaró, había servido a lo largo y ancho del continente durante una pila de años, y había tenido la fortuna de tener como clientes a toda clase de candidatos del amplio espectro que posibilita eso que llamamos las izquierdas y las derechas.

De acuerdo, dijo el periodista, pero ahora entre nosotros, ¿Digame si existen o no la izquierda y la derecha política?

El consultor hizo una pausa que parecía bien pensada y concluyó: Decir que uno es de izquierdas o de derechas no sirve para ganar votos. Eso es lo único importante respecto a mi trabajo. Mi función es asesorar al cliente para que gane una elección. Para eso me pagan.

Muy bien, apuró el periodista que con su entrenada intuición había comprendido que algo interesante se perfilaba por debajo de la respuesta del consultor, pero ahora dígame: estamos de acuerdo que las definiciones ideológicas no ganan votos, pero para usted ¿existe la derecha y la izquierda en la “realidad”, o se trata de etiquetas vacías?

El consultor volvió a hacer una pausa, y sentenció: Claro que existen, como no van a existir, a quién se le ocurre, pero con la ideología no se sacan votos.

¡Entonces, existen!, exclamó el periodista con cierta alegría. Claro, respondió el otro, pero al votante común no le importan ya esas cosas. Que sea de izquierda o de derechas es importante para la gente que piensa, para el votante informado, para aquel que lee, para el intelectual. Para el votante común lo importante es que el candidato sea próximo, íntimo, conectar con la imagen que ofrece, que su discurso sea próximo a sus preocupaciones. Yo le aconsejé a De Narvaez que dijera lo que la gente quiere escuchar.

El periodista estaba encantado con la honestidad del consultor. Aprovechó la euforia del buen hombre para sacarle más confidencias: Digame otra cosita, si usted tuviera que definir a De Narvaez, cómo lo haría. Bueno, dijo el consultor, De Narváez es un ejemplo de esta nueva clase de políticos que no necesitan ser de izquierdas o derechas, que saben acomodarse perfectamente a las circunstancias. ¿Y Macri?, interrogó hambriento el entrevistador. Bueno, Macri comenzó siendo un poquitín más inflexible, muy a la derecha, pero su experiencia en la Ciudad le está enseñando a ser flexible, a acomodarse sin preocuparse del perfil ideológico que pueda transmitir. Lo importante es seducir y dar tranquilidad a la gente.

¿Cree usted - siguió preguntando el periodista - que la confusión creada por los candidatos de Unión-Pro en la recta final, cuando De Narváez propuso la estatización de empresas privadas como YPF, y Macri por su parte señalaba la necesidad de re-privatizar las AFJP y Aerolineas Argentinas, causó alguna confusión en el electorado? No, no lo creo -respondió el consultor, sabiendo lo que decía. Esas cosas no son importantes para la gente común. Como le dije, eso le importa a la gente que piensa, que lee, que se informa, pero eso es un porcentaje muy pobre del electorado. Para el resto esas cosas son intrascendentes.

Muy bien, continuó el periodista, dígame en qué falló la campaña de Kirchner. En las maneras, respondió contundente el consultor. La verdad es que no es lo más importante el contenido de lo que se dice. Lo crucial es el modo. Kirchner sonó autoritario, no transmitió esperanza, fue muy negativo y se enfrentó con sus opositores con demasiada vehemencia. La gente quiere escuchar otra cosa. Es decir, quiere escuchar cualquier cosa, pero de otra manera.

(Esta entrevista que acabo de parafrasear no es una ficción literaria, es real como la palma de su mano o la palma de la mía)

Acabé de tomar nota en mi libreta de lo que había escuchado y bajé a la cocina a tomar un café.

Cuando regresé al ordenador había dejado de ser yo mismo. Estuve hasta la noche mirando como atontado como titilaba el cursor sobre la pantalla. No me salían las palabras.

Bajé a eso de las nueve y me encontré con mi mujer charlando con su madre sobre “cosas”. Habían llevado a los chicos a la cama y en la casa reinaba el feliz sociego que trae consigo el final de la jornada. Había olor a pan casero, a cocina de campo. Afuera llovía despacito. No llegué a sentarme cuando mi mujer me preguntó algo.

Quise responderle, pero no pude. Me había quedado mudo.
No podía hablar, no podía decir nada. Intenté articular alguna cosa, pero fue inútil, del fondo de la garganta me salía un ronquido incomprensible que no significaba nada.

Comprobé primero si podía pensar con cierta coherencia. Aparentemente estaba pensando. No sabría explicar como lo supe, pero lo supe. Recité mentalmente los primeros versos de la Divina Comedia; la primera entrada del Tractatus Logico Philosophicus de Wittgenstein; y una estrofa del Martín Fierro.

Pienso, sentencié.
Pero la lengua estaba hecha un nudo, y las cuerdas vocales se habían partido como una guitarra. No había manera de hacer que mis pensamientos salieran de mí.

Insistí durante unos minutos, pero ante el enojo de la familia que no creyó divertida mi bufonada, desistí.
Me metí en el baño.
Durante un rato largo me quedé ahí parado frente al espejo mirándome sin atreverme a nada. Se me escapó una lágrima, pero supe que ya no significaban nada. Las lágrimas ya no significan nada, pensé. Tampoco significa nada la risa. Tampoco el olvido. Tampoco ser.

Varias veces llamaron a la puerta, pero no quise abrirles. No me atrevía. Todo había dejado de ser real: todo estaba pérdido, hasta la importancia de la pérdida, hasta el pensamiento de la importancia de la pérdida y su contrario.

Una idea cruzó delante del escenario de mi mente como un pájaro frente a la ventana.
Maldije a Nietzsche.
Maldije a Platón.
Maldije a todos mis maestros de Oriente y Occidente.
Me maldije a mí mismo por haber creído en las malas palabras, en las palabras idiotas y no haber visto la verdad desde el principio.
Lo único que importa es ganar, ganar, ganar...

CONDENA MORAL PREVENTIVA

En una ocasión Noam Chomsky ofreció la siguiente imagen a fin de explicar la dificultad que existe para ofrecer cualquier punto de vista alternativo en un medio de comunicación convencional del siguiente modo. Supongamos, decía Chomsky, que fuera entrevistado por una cadena televisiva estadounidense y dijera, por ejemplo, que el gobierno de los Estados Unidos de América es la principal organización terrorista del planeta. Lo más lógico sería que me permitieran explicar una afirmación de este tipo que se contrapone de forma tan dramática con el modo en el cual el televidente medio concibe a su gobierno y comprende la noción de “terrorismo”. Sin embargo, si sólo puedo presentar mi tesis sin argumentación alguna que la sustente, es decir, si no se me concede el tiempo suficiente para desplegar los argumentos necesarios para contraponer mi posición con la opinión general, mi afirmación sonará más o menos como la siguiente: “He tenido una reunión secreta con agentes marcianos”. Es decir, será absolutamente descabellada.

Algo similar ocurriría si en un medio europeo se me ocurriera decir, por ejemplo, que los gobiernos de Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador y de los Kirchner en Argentina, son los mejores gobiernos que ha tenido Latinoamérica en muchas décadas.

Lo que me propongo, a continuación, es ofrecer una muy breve explicación de un mecanismo de condena moral a priori (la he llamado preventiva en alusión a la tesis defendida en su momento por la administración Bush) que tiene el propósito, en ciertos círculos, de evitar cualquier posibilidad de debatir racionalmente ciertas posiciones políticas, ciertos argumentos históricos, a fin de preservar el status quo.

El ejemplo que utilizaré a continuación es la concertada resistencia que existe a discutir ciertas cuestiones relevantes del devenir histórico y social (y por ende cultural) de Latinoamérica con la llegada al poder, en los últimos años, del conjunto de gobiernos llamados “progresistas” o "populista de izquierda", dependiendo de lo que se pretanda con ello, que han sido capaces, en una década, de redescribir y reconfigurar el escenario político haciendo factible la posibilidad “impensable” en otras épocas de establecer y dar continuidad a gobiernos populares que tengan como principal objetivo hacer partícipes a los desheredados, de los frutos que el continente tiene para ofrecer a sus habitantes. Estos frutos, apropiados durante siglos y de modo exclusivo por una élite, que aseguró su dominio hegemónico a través de la fuerza bruta y el apoyo explícito recibido de las grandes potencias que a través del poder de dichas élites defendían sus propios intereses, son ahora el objeto sobre el cual pugnan las fuerzas políticas y sociales.

No me considero una persona con una inteligencia inferior a la del común de la gente, ni pervertida moralmente de tal modo que mis opiniones deban ser puestas entre paréntesis como medida preventiva. Sin embargo, antes de ofrecer mi parecer sobre el asunto en cuestión, la mayoría de nosotros estamos obligados a realizar un largo preámbulo en el cual presentamos nuestro curriculum vitae a fin de probar que no somos descerebrados o aventureros del pensamiento, y a continuación, debemos ofrecer sonadas muestras de nuestra decencia moral, para evitar que de golpe y porrazo se nos acuse de desviados o trasnochados decadentes.

Una condena moral preventiva pone el onus de la prueba en los contrincantes en el debate hasta el punto que hace el mismo inexistente, y por lo tanto, interrumpe toda posibilidad de argumentación racional entre las partes a fin de hacer primar exclusivamente la visceralidad, el instinto, la piel, por sobre la razón. Quienes se encuentran encantados con el asunto son aquellos que tienen en sus manos el poder mediático, y a través de éste son capaces de hacer aflorar las reacciones más superficiales de la gente, aquellas que se fundan en el temor y el deseo.

En vista de la proximidad de las elecciones legislativas en la Argentina, y con el fantasma de la “chavización” que algunos medios han instalado en el escenario, quisiera ofrecer mi punto de vista, explorando, muy brevemente, si están sustentados en alguna razón objetiva (en contraposición a proyección meramente subjetiva) los dos odios que congregan y alimentan a muchos adherentes del movimiento anti-K, en cualquiera de sus versiones:
(1) Su profunda repulsión hacia el matrimonio K, y la acusación de que su gobierno es antidemocrático y autoritario; y
(2) la extendida opinión de que el gobierno de Hugo Chávez es una tiranía encubierta que amenaza a extenderse en el continente si no impedimos que el populismo vuelva a plantar su pie desnudo sobre nuestra tierra.

Mi tesis de fondo es la siguiente:

No me atrevería a sostener que los gobiernos K o el de Hugo Chávez han sido buenos gobiernos. Qué sea un buen gobierno, en términos generales, es algo difícil de responder. Sin embargo, si utilizamos el contraste como medida, la cosa se vuelve más asequible. Hay infinitas cuestiones que podemos reprochar a ambos ejecutivos, pero en vista a nuestra historia deberíamos ser capaces de reconocer que ambos gobiernos, en sus respectivos países, han sido los mejores que hemos tenido en muchas, pero muchas décadas.

Lo que pretendo es revertir el mecanismo argumentativo utilizado, y por una vez poner el onus (el peso) de la prueba en mis contrincantes en el debate. De este modo, pregunto:
¿Puede usted nombrar en la Argentina o en Venezuela, algún gobierno en los últimos cincuenta años que pueda competir con los logros de independencia, fortaleza institucional y logros sociales y culturales que han obtenido estos dos gobiernos después de sus respectivas catástrofes "neo-liberales"?

Con esto no pretendo convencer a nadie al Chavismo o al Kirchnerismo. Yo mismo no formo parte del clan Chavista, ni tengo afinidad con la ideología K. Lo que propongo es deconstruir un falso dilema, el que nos dice que estos gobiernos son un cáncer, un retroceso absoluto, una pérdida completa de perspectiva, o como pretende Vargas Llosas, un regreso a algo que creíamos superado.

Yo me opongo a esa lectura perversa de estos movimientos sociales que nos hacen creer que estamos asistiendo a la restauración de algo ya conocido y superado a partir de nuestra experiencia liberal y republicana recién consumada. Estos movimientos se nutren del pasado, pero son portadores de nuevos idearios morales, de nuevos órdenes de significación, y de prácticas sociales novedosas que no pueden compararse sin problematicidad con las que con tanta facilidad se las emparienta.

Lo que la oposición debería ofrecer son mejores programas para la Argentina del futuro. Lo que vemos, en cambio, son lustrosas políticas cosméticas, acompañadas de la denuncia concertada y el llamado a exorcizar el fantasma: una fantasma como el que anunciaba Marx en el Manifiesto, ese espectro espantoso que entonces recorría Europa asustando a la burguesía reinante, y que ahora parece hacer temblar a los hombres y mujeres de bien que se horrorizan ante los modales de los nuevos anti-héroes.

Me entusiasma que el siglo XXI haya comenzado en mi tierra con la promesa de una transformación que en el siglo que me vio nacer parecía sólo viable a través de las armas. Hoy, las instituciones democráticas, en plena forma, en contra de lo que proclaman los opositores con pocos argumentos, permiten a la izquierda latinoamericana ejercitar sin complejos su anhelo de construir sociedades más justas e igualitarias.

Estoy convencido de ello. ¿Acaso soy un ideólogo fanatizado, un pervertido moral o estoy ciego a la realidad por creer estas cosas?
Por supuesto, mis simpatías no son paralelas respecto a estos países. El respeto que me produce el proceso revolucionario venezolano es más profundo que el contenido reconocimiento que me produce la inteligente labor de la Presidenta Cristina Fernandez en algunos asuntos y los modestos logros (algunos destacables, como ha sido el tratamiento del pasado y la recuperación de estabilidad y fortalecimiento institucional) que ha tenido su gobierno y el de su marido en importantes áreas. Queda mucho por hacer, y desde mi perspectiva, habría razones para creer que este gobierno, en vista de sus propios postulados, no estaría capacitado para llevar a cabo dichas transformaciones o no estaría dispuesto a ello. Lo cual nos debería llevar a preguntarnos qué alternativas reales existen para que nuestras aspiraciones sean cumplidas, lo cual equivale a interrogarse acerca de las intencionalidades de las propuestas opositoras y la viabilidad última de aquellas que coinciden con nuestros anhelos.

Aún así, lo que pretendo es más acotado: un debate político se lleva a cabo entre partes que se reconocen iguales. La acusación de populismo (que pretende deslegitimar a las bases representadas por dichos gobiernos) o de autoritarismo, que se despliega con cierta sospechosa sistematicidad en los medios de comunicación, y que con tanta facilidad repiten los despistados o cretinos de turno, promueve al menos la sospecha, de que lo que se pretende es desacreditar a priori todo argumento racional que soporte la labor de estos gobiernos de modo global, endilgando para ello a sus adherentes un carencia moral que impide que los tomemos en serio.

Creo que habiendo visto el modo en el cual esa condena moral a priori es injustificada, no es descabellado sospechar que quienes la aducen, o bien, (1) no conocen la realidad de la que hablan, (2) o están obstinados en que no la conozcamos nosotros.

EDUCAR EN LA COMPASIÓN (2): La mosca y la cuestión de la deliberación moral.

Quiero continuar con el tema de la mosca.

Las respuestas que he recibido en privado sobre la nota anterior han sido curiosas. Algunos estaban sorprendidos; otros creían que se trataba de una broma; otros sugirieron que era de mal gusto mezclar asuntos tan dispares: ¿moscas y niños? ¿acaso te has vuelto loco?

Me acuerdo que Jeffrey Hopkins, un famoso tibetólogo de la Universidad de Virginia, explicó las diferencias culturales de su país recordando que durante la guerra contra Vietnam abundaban en los medios de comunicación norteamericanos los retratos chauvinistas de los vietnamitas en los que se pretendía ridiculizar las costumbres de los “amarillos” dentro del marco de justificación de la guerra. En una ocasión, un articulista llamó la atención de la absurda y supersticiosa creencia sostenida por los budistas de ese país de que la vida de las moscas debían ser respetadas, que como nosotros los seres humanos tienen derecho a ser felices y no sufrir. Por otro lado, esa mosca concreta a la que intentamos dar muerte, dicen los budistas, ha sido en alguna ocasión entre las innumerables vidas pasadas que hemos tenido, nuestra madre.

Lo absurdo de la creencia desaparece cuando uno comprende lo que resulta de dicha creencia, el tipo de prácticas sociales y de formas que establece una sociedad que nos conmina a reflexionar acerca de la relación íntima que existe entre nosostros (cada uno de nosotros) y el resto de los seres vivos que habitan el cosmos.

Habiendo vivido en proximidad con la comunidad budista tibetana durante más de una década he visto el modo en el cual se ufanan de atrapar una mosca sin hacerle daño, cuando deben sacarla fuera de la habitación. La habilidad que aplauden es la de proteger y nutrir la vida de otros seres sentientes. Quien haya vivido en proximidad con culturas de este tipo, comprenderá lo que estoy diciendo. Yo mismo soy un experto en atrapar arañas, hormigas, moscas y otros insectos sin hacerles daño cuando invaden mi casa. Cuando por descuido o falta de habilidad mato uno de estos insectos, me apeno. ¿Por qué? Bueno, como decía en el artículo anterior, qué necesidad tenemos de quitar la vida gratuitamente.

Por otro lado, creo que una cultura que no entrena a sus niños en el respeto a la vida de otras especies vivas, le será infinitamente más difícil convencerlos del valor de la vida de otros seres humanos o la importancia de considerar instancias de existencia problemáticas, como es la existencia prenatal, las instancias de vulnerabilidad extrema o las vidas de generaciones futuras.

Por supuesto, habrá quienes piensen que todas estas son patrañas de la "Nueva Era". Sin embargo, una buena parte de nuestros problemas ecológicos, para poner sólo un ejemplo, giran en torno a nuestra incapacidad de ofrecer un relato más amplio que incluya en la consideración de nuestras actividades no sólo los resultados prácticos inmediatos para nosotros, los seres humanos de esta era, sino también, los seres humanos de generaciones futuras que no podrán habitar un planeta sano. ¿Por qué no incluir en nuestros cálculos a otras especies animales? ¿Acaso reduce el horror y el repudio que nos causa la utilización de bombas de uranio empobrecido informar que junto a decenas de miles de seres humanos asesinados, millones de organismos no humanos han sido aniquilados y que complejos ecosistemas han desaparecido para siempre?

Seguramente, esto resulte absurdo para las personas formadas en culturas ajenas a la tradición budistas u otras culturas análogas en este respecto, pero ¿Acaso prueba esto que debamos pasar por alto el asunto sin darle un segundo pensamiento?

Cuando criticamos las costumbres de otras civilizaciones lo hacemos porque consideramos que es posible contrastar las nuestras con las suyas; y a partir de esa contrastación, iniciar un proceso deliberativo para determinar cuál de ellas resulta más apropiada para nosotros con la vista puesta en el tipo de sociedad con la que estamos comprometidos.

Vivimos en un mundo plural, en el que ya no podemos afirmar con sencillez, como habríamos hecho en el pasado premoderno: “este es el modo en que nosotros hacemos las cosas, y sanseacabó”. Y esto porque el “nosotros” antes invocado, se ha convertido en un fenómeno complejo, el producto de múltiples maridajes. Nuestras convicciones, aún cuando nuestras lealtades sean firmes e inconmovibles, no pueden ya articularse del modo axiomático en que solían estarlo en el pasado. Nuestros valores habitan un campo de fuerzas contrapuestas que los fragiliza y los pone continuamente en cuestión. Con ello no me refiero a una “relativización” de los valores, sino al hecho de que dichos valores, los valores que admiramos y respetamos, se encuentran siempre en proceso de revisión y corrección, siempre estamos ante la posibilidad de que un evento, o un encuentro, o un argumento, nos obligue a repensar nuestros postulados y de este modo, nos fuerce a modificar nuestras prácticas.

Aquellos que hemos tenido la fortuna de vivir otras prácticas sociales, de estar sujetos a argumentaciones morales ajenas a la esfera de la matriz judeocristiana en la cual se asienta nuestra civilización, que hemos podido contrastar in situ diversas cosmovisiones; sino en otras cosas, al menos en esta, creemos que que no deberíamos matar porque sí, que no deberíamos causar sufrimiento inutilmente, que vale la pena el esfuerzo eludir el daño evitable.

Después de todo, bastaba llamar a alguna de las decenas de personas que rodean día y noche al presidente y pedir que sacara a la mosca de la habitación por la ventana. Hubiera sido un gesto bienvenido. Para ello solo es necesario una bolsa de plástico, y con cierta práctica resulta más gratificante verla volar fuera, que hacerla añicos.

EDUCAR EN LA COMPASIÓN (1)

Quisiera decir algunas palabras en favor de la mosca. Puede que el asunto resulte para muchos una frivolidad, pero creo que es importante dedicarle al menos unos minutos para comprender el significado último de toda la escena. Como se habrán dado cuenta, estoy hablando de la entrevista en la que el presidente Obama, sin conmiseración, mató una mosca que le estaba causando problemas.

He dicho que muchos considerarán un artículo sobre esta triste escena un pasatiempo, o incluso puede que me acusen de haber convertido el blog en un espacio para la prensa rosa o amarilla. Sea como sea, el tema es muchísimo más serio de lo que a primera vista podría imaginarse. En realidad es tan serio que a partir de este momento, millones de personas en el planeta que de un modo u otro habían alimentado esperanzas respecto a Barack Obama, la habrán perdido para siempre.

Hemos visto el peor rostro del presidente usamericano y no creo en modo alguno que debamos olvidar lo más esencial del asunto: el modo en la cual se deshizo del insecto porque lo molestaba, y la manera en que se ufanó de haber acabado con la vida de ésta de modo chulesco y prepotente. La escena es ilustrativa. Deja a la vista un talante, un orden moral, una manera de concebir el mundo y el trato que este merece por parte del personaje en cuestión.

Aquellos que no hayan encontrado reprobable la actitud del mandatario, de seguro no comparten una imaginario existencial semejante con aquellos que en los próximos días protesten ante el evento. Para estos, la actitud del presidente Obama es una prueba de una falta de educación y violencia gratuita intolerable. Pero para que esto sea comprendido será preciso que ofrezca una explicación acerca de las razones por las que juzgamos profundamente desconsolador que el presidente del país más poderoso de la tierra, comandante en jefe de las fuerzas armadas más sofisticadas y destructivas del planeta, haya cometido el sacrilegio de arrebatar la vida de un ser viviente sin necesidad alguna, gratuitamente, y para colmo de males, que haya acompañado el asesinato enorgulleciéndose con su eficacia destructiva.

Los invito a que vuelvan a visionar el video. Verán que el periodista, los camarógrafos y sonidistas que presenciaron la escena, cómplices patoteros de la acción, festejaron la eficacia de su presidente con una vulgaridad obsecuente y obsena. El presidente, orgulloso de haber causado muerte con un golpe certero, conminaba a uno de los camarógrafos a filmar el cadáver para dar prueba de su heróico gesto, como si se tratara de un triunfo de caza.

Pues bien, si estas pocas frases no son suficientes para convencerles de lo que digo, deberé afilar mis argumentos para demostrar que el señor Obama, como otros responsables políticos, no poseen la compasión indispensable para ser conductores legítimos de un planeta como el nuestro, acosado por la destrucción, la inequidad y la injusticia.

Sin embargo, mi propósito no es sólo crítico, sino también constructivo. Lo que pretendo es que tomemos consciencia de nuestra falta de educación en la compasión, del enorme agujero educativo que nuestro sistema de enseñanza esta produciendo enfocados como estamos, exclusivamente, en la formación instrumental y en valores etnocéntricos [centrados exclusivamente en nuestra cultura] y especie-céntricos [centrados únicamente en nuestra especie], como señalaba Peter Singer. Si a esto sumamos que la persona en cuestión tiene en sus manos los instrumentos destructivos y coactivos más poderosos de la humanidad, deberíamos exigir, por sobre todas las cosas, compasión entre sus cualidades, es decir, una profunda aspiración y compromiso en la preservación, en la nutrición y cuidado de la vida.

Las guerras de la "Era Bush" nos enseñaron que a los poderosos no les tiembla el pulso en su cometido aún cuando este represente extensos "daños colaterales". "Daños colaterales" es el mantra que los servicios de noticias afines a la prepotencia han aprendido a repetir cada semana para evitar hablar de las personas inocentes, niños, mujeres, ancianos que no merecen por parte nuestra, ciudadanos de países poderosos, consideración alguna. Seres humanos cuyas muertes no influyen en exceso en los cálculos electorales o los índices de popularidad de los gobiernos de nuestros respectivos paises.

¿Qué es lo que nos dice todo esto?
Que nuestros políticos, nuestros dirigentes empresariales, nuestros comunicadores, banqueros y economistas, para hablar de unos pocos, no están educados en la compasión, no están educados en el respeto a la vida. Lo que cuenta y lo que premian es exclusivamente la habilidad estratégica. Y con el mismo descaro con que Obama se ufanó de matar a un ser, gratuitamente, estas gentes poderosas se burlan del sufrimiento ajeno con la indiferencia de esos dioses macabros de la antigüedad que eran capaces de enviar pestes y mortandades indiscriminadamente para demostrar quien mandaba.


Hemos visto cientos de cadáveres de niños, mujeres y ancianos en Oriente Medio, en Irak, en Pakistán a través de las pantallas de nuestras televisiones. Y hemos escuchado las explicaciones de los responsables militares sobre la imprecisión de sus bombas y misiles inteligentes como si se trataran las víctimas de monigotes virtuales en la pantalla de un ordenador. Hemos aprendido también que la memoria de los muertos en esta pantalla global en la que vivimos, es como una nube en un cielo ventoso que atraviesa la escena para desaparecer por completo, como si el drama de esas familias no significara nada.

Detrás de cada asesinato, el mismo gesto, la misma chulería, idéntica falta de compasión.

Los budistas creen que es imprescindible reconocer que todos los seres vivientes, independientemente de la forma de vida en las que se manifiestan, buscan satisfacción y rechazan el sufrimiento. No hace falta demasiada inteligencia, sino una observación paciente y cariñosa para comprender esta verdad de perogrullo. Tampoco se necesita especial sensibilidad para comprender que es sobre la base de esta comprensión esencial que se educa a una persona decente, es decir, alguien que ha toda costa intenta evitar la crueldad. Quienes se divierten maltratando otros seres vivos, quienes son incapaces de reconocer el sufrimiento que estos experimentan o defienden teorías que reducen la experiencia subjetiva que hay detrás de todo organismo vivo a mero mecanismo, sólo pueden articular una moralidad incompleta.

Eso no implica, por supuesto, hacer caso omiso de las enormes diferencias entre los seres vivos que habitan el universo. No es lo mismo un perro que una mosca. Tampoco podemos equiparar a un animal humano con un chimpancé. Sin embargo, a lo que este reconocimiento a la existencia sentiente pretende señalar, lisa y llanamente, es al deber que tenemos de honrar la búsqueda de felicidad o satisfacción y la evitación del sufrimiento en el que se encuentran embarcados todos los seres vivos. Puede que el modo en que articulemos esa búsqueda como animales humanos dotados de racionalidad y de un sofisticado sentido de la significación sea muy diferente a la de esos otros animales no humanos con los cuales compartimos el planeta, pero aún así, ese telos tiene una raíz común.

Es probable que Aristóteles y Santo Tomás compartieran está comprensión en nuestra civilización. No hay razón para creer que el lugar preponderante que otorgaron al ser humano en el cosmos ordenado que habitaban pueda traducirse en un desprecio gratuito por otras formas de existencia no humana. Más bien todo lo contrario, tanto Aristóteles como Tomás reconocían perfecciones a los animales no humanos. En especial, el aquinate, como ha mostrado recientemente el filósofo Alasdair MacIntyre, señalaba la continuidad inextricable entre la existencia de los animales no humanos y nuestra existencia animal racional que, según él, echaba sus raíces en ese animal que fuimos en nuestra primera infancia (filogénetica y ontogenética) y que no dejamos de ser por el hecho de haber desarrollado nuestras virtudes sociales y racionales.

Pero incluso en otras filosofías seculares, como el utilitarismo y el kantismo, se reconoce que la crueldad hacia otros seres vivientes no hacen un buen ser humano.

Parte del drama de la existencia sentiente, es decir, del hecho de que existamos con un cuerpo que nace y muere y se nutre de lo viviente, es el hecho de que nuestra vida, a fin de ser preservada, depende de incontables maneras de elementos que sólo podemos adquirir sometiendo a otras especies y produciéndoles daño.

Por esa razón, cabe preguntarse qué sentido tiene hacer sufrir gratuitamente a otro ser, qué sentido tiene matar por matar, o matar por una insignificancia, y pero aún, matar ufanándose del poder que ejercitamos sobre los indefensos. ¿Qué necesidad había de matar a la mosca? ¿Qué necesidad de ufanarse de ello, de festejar de modo tan chavacano?

En breve, se trata de una enorme ignorancia, una ignorancia "moralmente reprochable", una verdadera falta de educación, no en el sentido superficial con que solemos usar la expresión; sino una falta de educación esencial: educación en la compasión.

NO ME DIGAS QUE SOMOS UN PUEBLO

Milei viaja a España para apoyar a la extrema derecha, a esa derecha franquista y neoliberal que busca derrocar al gobierno de Pedro Sánchez...