¿LA VIOLENCIA ENGENDRA LA VIOLENCIA?
Los humanos somos temerosos. A la mayoría nos asusta la noche y el silencio. La soledad nos vuelve paranóicos, y las multitudes nos amedrentan. Nuestra estrategia común es no pensar en la muerte. Hablar de la enfermedad, a menos que se la padezca, resulta de mal gusto. Es preferible meter la cabeza en un agujero y jugar al avestruz y hacer de cuenta que aquí no pasa nada. Los humanos somos envidiosos. No nos gusta el éxito de nuestros semejantes, a menos que el nuestro sea mayor. Admiramos la belleza de nuestros prójimos, pero un malestar advierte que nos incomoda. Lo mismo ocurre con la inteligencia que ensancha nuestro asco. Los humanos somos celosos de lo nuestro. Nos aferramos al cuerpo que se marchita y que al final se terminará pudriendo. A relaciones que se estropean. A las posesiones nuestras que están llamadas inevitablemente a sobrevivirnos, a menos que seamos capaces de hacer estallar el mundo para que no haya nadie que nos herede. Cuando aquello que señoreamos se rebela con