¿LA VIOLENCIA ENGENDRA LA VIOLENCIA?

Los humanos somos temerosos.
A la mayoría nos asusta la noche y el silencio.
La soledad nos vuelve paranóicos, y las multitudes nos amedrentan.
Nuestra estrategia común es no pensar en la muerte.
Hablar de la enfermedad, a menos que se la padezca, resulta de mal gusto.
Es preferible meter la cabeza en un agujero y jugar al avestruz y hacer de cuenta que aquí no pasa nada.

Los humanos somos envidiosos.
No nos gusta el éxito de nuestros semejantes, a menos que el nuestro sea mayor.
Admiramos la belleza de nuestros prójimos, pero un malestar advierte que nos incomoda.
Lo mismo ocurre con la inteligencia que ensancha nuestro asco.

Los humanos somos celosos de lo nuestro.
Nos aferramos al cuerpo que se marchita y que al final se terminará pudriendo.
A relaciones que se estropean. A las posesiones nuestras que están llamadas inevitablemente a sobrevivirnos, a menos que seamos capaces de hacer estallar el mundo para que no haya nadie que nos herede.
Cuando aquello que señoreamos se rebela contra nuestra voluntad, el delirio de rabia o la indignada impotencia nos corroe las entrañas.

Los humanos somos ignorantes.
Nos pueden las imágenes, los fuegos de artificios, las opiniones vertidas con encanto, los buenos modales.
Somos bastante incapaces de discernir la verdad de la mentira.
Nos gusta pasearnos entre los que dicen lo que todos dicen, y los que hacen lo que todos hacen.

Los humanos somos crueles.
Nuestra aspiraciones de benevolencia se estancan en la frivolidad.
El ruego de un pordiosero, no vale la moneda que nos gastamos en un bar.

Los humanos vamos a lo nuestro, somos altisonantes para defender nuestros derechos, pero se nos escapa el silencio como un suspiro cuando el mundo que se derrumba esta del otro lado de la verja que nos separa de nuestros vecinos.

Los humanos... esos que somos.

Y el cosmos que nos mira, espantado, como en un espejo, reclamando el cumplimiento de las muchas promesas proferidas en virtud de nuestra arrogante asunción de privilegio. Nosotros, los animales parlantes: La generosidad, el amor, la valentía y la sagacidad que necesitamos para que este mundo no sea lo que a todas luces parece prometer nuestro futuro: lo que las utopias más negativas del siglo fueron incapaces de imaginar, tan tremendo es el horror de lo que nos espera.

Una niebla espesa y pegajosa desciende sobre el planeta.
Un manto de engaños atiborra las almas de basuras, que a medida que se pudren, van cegando el vil entendimiento.

Los humanos parecen no poder ya resistir el ataque 'alienígena'.
Poco a poco, se vuelven más dóciles, más estúpidos,más cobardes, más miserables.
Por fin, se rinden.
La rendición ocurre sin estrépito.

Todavía continúan viviendo una temporada, como si nada hubiera ocurrido... pero no es verdad, los humanos han dejado de ser ellos mismos, se han convertido en mascotas absolutas del destino.
Los dioses se han marchado.
La libertad, otrora una corona, se ha convertido en humo en sus corazones.
Ya no son nada.
Han dejado de ser la promesa, la palabra y el silencio de ojos bien abiertos.
Ahora el planeta se enfría lentamente, hasta que el último individuo de la raza decadente ofrece su último suspiro, y la historia llega a su fin.
No importa.
No habrá quien recuerde.

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