COSAS, PALABRAS Y ECOLOGÍA



I

En la cuestión ecológica confluyen diversas corrientes filosóficas de la modernidad. Los herederos románicos e ilustrados ofrecen sus propias versiones
 del asunto: unos condenando a la ciencia y a la tecnología radicalmente, los otros abogando por un uso inteligente y sostenible de las mismas.

Las razones que se aducen son dispares. Los humanistas advierten sobre las consecuencias desastrosas que las prácticas antiecológicas tienen para los humanos
. Los antihumanistas nos advierten que no estamos solo. Hay algo más allá de los intereses de nuestra especie que demanda atención y cuidado. 

II

Existe una relación oculta entre las palabras y
 las cosas que es debemos desentrañar para echar luz sobre el debate que nos concierne.

Dos corrientes sensibilidades filosóficas disputan por el sentido de esa relación a lo largo de la historia. La primera corriente sostiene que las palabras son instrumentos para tratar con las cosas. Las palabras (entendidas como vehículos del pensamiento) «representan» a las cosas. De este modo, nos permiten construir un esquema mental con el cual lidiamos con la «realidad». Esos esquemas son ciertos y efectivos cuando encajan con el «mundo exterior». De este modo, las palabras facilitan nuestro dominio del entorno. 

La segunda corriente sostiene que la relación entre las palabras y las cosas no se reduce a mera correspondencia. Las razones que se aducen son también convincentes: ninguna palabra existe en solitario. Las palabras forman parte de una red de sentido, fundada en una forma de vida. La palabra «taza», por ejemplo, solo puede existir dentro de un círculo de relaciones que conforman los juegos de lenguaje que los individuos van tejiendo en sus cotidianos quehaceres de alimentación, encuentros sociales, conversación. En estos juegos existen las tazas, donde se vierte el café o el mate cocido.

III

Los adherentes de la primera corriente suelen defender ontologías atomistas y filosofías políticas individualistas. Para ellos, la sociedad se reduce a la mera suma de sus partes. En cambio, los adherentes de la segunda corriente, se tienden a pensar que las partes no explican el «nosotros» que supone la comunidad: «hay algo más», nos dicen, y en ese «algo» expresan su diferencia. 

En una conversación humana, no es la suma de los pensamientos y palabras de Pedro y de Juan las que «realizan» la conversación, sino algo invisible, pero no por ello menos poderoso, que llamamos el «nosotros» de la conversación. Esto nos recuerda la famosa cita de Borges que define el diálogo como un género sin autoría. No hay autores individuales, no hay posibilidad de firma, porque lo que surge es la «común».

IV

En cierta ocasión, Heidegger apuntó que la cercanía que producen los medios tecnológicos no es verdadero acercamiento a las cosas. Podemos viajar de un extremo a otro del planeta en unas pocas horas, estamos conectados veinticuatro horas con millones de personas a través de la red digital, y sin embargo, esto no se traduce en cercanía, sino en mera supresión de las distancias. Vivimos en un mundo sin distancias, lo cual no significa que eso nos acerque a las cosas.

V

¿Qué es la cosa que dice la palabra? ¿Es acaso lo que el hombre pretende de ella? ¿Es el árbol o la fuente lo que el hombre puede hacer con ellas? Las palabras que dicen «árbol» o «fuente» suelen ser instrumentos para la apropiación de estas «cosas». Sin embargo, estas palabras también «evocan» o «expresan» lo que nos nutre y nos envuelve. En realidad, ni las palabras ni las cosas nos pertenece. Son anteriores a nosotros. Echan sus raíces en el trasfondo indecible que nos sustenta y tiene cura de nosotros.   

Las palabras nos dicen, nos hacen, establecen el mundo donde somos humanos. Los individuos aislados no son nada, son una pura y peligrosa ilusión. La consecuencia de la ignorancia de la desvinculación es la sed de dominio, la búsqueda perversa de un «todo para mí», que acaba en destrucción y miseria. El árbol se convierte en reserva para el aserradero, y la fuente en mero producto para el embotellamiento. 

VI

La ecología exige que superemos «el hechizo del objeto», para poder encontrarnos con la cosa. Para ello, necesitamos volver a la poesía, entendida en su justicia clásica como «trascendencia del sujeto para decir el ser». 

La alternativa es continuar impulsando el individualismo, la atomización social, y la instrumentalización absoluta de la naturaleza. Se trata de un camino que ya no podemos seguir recorriendo impunemente. Estamos ante un reclamo de la naturaleza, de Dios o del ser, que exige que nos detengamos. 

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