EL ASESINO DEL VALLE DE ARÁN



Hace unas semanas un oso hirió a un cazador. La herida fue leve, pero el revuelo en la comunidad fue grande. Las portadas de los periódicos locales no perdonaban la desobediencia de la bestia a las jerarquías naturales. «Un oso se ha rebelado contra un hombre».

Se entrevistó al cazador herido, quien explicó de qué manera el oso lo había acabado  por la espalda en un momento de descuido. Siendo el oso del Pirineo una especie protegida, no le disparó. Hizo un tiro al aire para espantarlo y de ese modo salvó su vida. Ahora tiene unas cuantas marcas en su cuerpo como trofeo de sus quince minutos de gloria en la televisión autonómica.

Sin embargo, el debate estaba servido. ¿Qué hacer con la bestia? Las fuentes oficiales reafirmaron su convicción de que había que proteger a los hombres por sobre los animales. El comunicado fue escueto pero contundente. Es cierto que el oso del Pirineo es una especie en extinción, y por eso se lo protege, pero lo primero es lo primero, el hombre, a quien otros hombres deben brindar su más profunda lealtad.

Algunos «ecologistas» alzaron su voz de alarma. Uno me dijo, en ton de sorna:;

-Ya verás, ahora se lanzarán todos los cazadores sobre la pobre bestia y lo despedazarán.

Al principio pensé que se trataba de un prejuicio contra esa raza admirada y vituperada que es la de los cazadores, que como los toreros, se dividen las lealtades del pueblo español, que aun debate en su interior la jerarquía de virtudes que imperan en su territorio. Hay partidarios y detractores. Los insultos y las trompadas no faltan. En Barcelona, el partido antitaurino ha hecho una buena cantidad de votos, y no desaprovechan ocasión para enarbolar sus carteles frente a la plaza de toros de la ciudad cuando se promociona alguna corrida, para acusar a los taurinos de asesinos y torturadores.

Supuse, ingenuamente, que los cazadores tendrían el decoro de reconocer que había sido un accidente, gajes del oficio 
y que se olvidarían el asunto. Pero hubo juntas urgentes en los clubes y asociaciones de caza a las que pocos faltaron. Los imagino reunidos en consejo tomando decisiones «de Estado».

— Debemos darles un escarmiento.

— ¿Quién manda al fin de cuentas?

Si alguien nombraba a los ecologistas, o a esos «cerdos» de los animalistas, la rabia, la indignación y el desprecio se encendía, para el beneplácito de los organizadores.

En fin, por unanimidad se declaró la guerra al oso asesino del Valle de Arán. Se hicieron los trámites pertinentes, y las alcaldías y gobernaciones acabaron dando su aprobación con sello y firma a la empresa. Después de todo, la mayoría de los cazadores figuran como propietarios de fincas y son importantes contribuyentes, empresarios, e incluso políticos. Si mal no recuerdo hay más de un concejal de ayuntamiento e incluso alcaldes entre los cazadores. 

Lo importante: zanjar definitivamente el asunto y acabar con el desgraciado. Así se hizo. Alguien se ha llevado la cabeza del animal, colgará de algún club, o incluso puede que el trofeo adorne la sede de la asociación provincial, autonómica o nacional de estos insignies ciudadanos.

Esta mañana, un amigo me envió los datos del Estado Español (2007-2008) sobre los percances de la actividad de cazadores en la región. Apunto:
— Cazadores muertos por ataques de osos u otros animales de la fauna silvestre: 0.
— Cazadores heridos graves por ataques de osos u otros animales de la fauna silvestre: 0.
— Cazadores heridos leves por ataques de osos u otros animales de la fauna silvestre: 1.
— Cazadores heridos leves por otros cazadores: 846.
— Cazadores heridos graves por otros cazadores: 13.
— Cazadores muertos por otros cazadores: 20.

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