ECOLOGIA Y CULTURA DEL RECONOCIMIENTO (1)



En esta entrada, y las que planeo a continuación, voy a intentar desplegar las ideas que de manera apretada expuse en el post anterior. Como es de suponer, en el proceso de clarificación se irán presentando objeciones y respuestas a dichas objeciones que pueden ayudarnos a ir construyendo un modelo argumentativo que justifique o rectifique nuestras actuales perspectivas medioambientalistas.

Lo importante, en todo caso, es que además de la propaganda política y la intención exclusivamente utilitaria que motiva buena parte de la actividad en esta área (en la cual los especialistas se han convertido en pequeñas estrellas con las cuales coquetean la burocracia estatal, que de manera cosmética ofrece su gestión “inteligente” de recursos, y las corporaciones que se afanan por camuflar sus actividades bajo un manto verde de bondad) es necesario pensar una auténtica política medioambiental y justificarla filosófica, política y socialmente.

Esto tiene interés por dos razones. En primer lugar, desde el punto de vista de la política interior, porque es necesario sentar las bases de un modelo de desarrollo sustentable ahora que la fiebre de crecimiento se ha desatado en nuestro continente amenazando con su aceleración irreflexiva en poner en peligro las condiciones existenciales de las generaciones futuras.

En segundo lugar, desde el punto de vista de las relaciones internacionales, con el fin de fijar una postura que pueda articularse con otros países y regiones para enfrentar el discurso dominante en estas cuestiones que pretende hacer pagar los desaguisados históricos en la materia, a los países y regiones que no se han beneficiado con la especulación desordenada y la falta de involucramiento elemental que hubiera sido necesario para proceder a un crecimiento sostenible. En vista de estos desafíos, creo que la reflexión debe superar las preocupaciones técnicas, para fijar el espíritu y la agenda de nuestras actividades en lo que se refiere a este tema.

Comencemos analizando, por lo tanto, el primer párrafo del texto precedente. En el mismo se dice:

“La problemática ecológica o medioambiental debe comenzar definiéndose a partir de los análisis que giran en torno a la aprehensión que los sujetos tienen respecto de sí mismos, de otras especies animales y el entorno físico. Esta aprehensión podría caracterizarse como una suerte de reduccionismo en el cual las entidades son interpretadas discretamente y de manera atomizada. De esta aproximación perceptiva que fomenta un trato exclusivamente instrumental de las entidades, se sigue una actitud “afectiva” que puede traducirse en términos de “desprecio moral”.”

El título del texto anterior señala que la intención es ofrecer un borrador que permita desarrollar un programa de fundamentación de futuras políticas medioambientales. Con ello se pretende que no existe aún una articulación global en este sentido de la cual el autor de la entrada tenga conocimiento. Por lo tanto, lo que ofrece son algunos lineamientos que permitirán desarrollar dicha articulación.

En este primer párrafo se dice que los problemas medioambientales no pueden enfrentarse exclusivamente como cuestiones de índole técnica. Es necesario plantear los problemas medioambientales en un marco de comprensión que nos ayude a entender por qué razones hemos llegado a una situación de preocupación planetaria de las dimensiones que observamos. Para ello es preciso, realizar (1) un análisis ontológico que clarifique la cuestión medioambiental en base a la constatación de ciertos constitutivos antropológicos; y (2) abordar la cuestión desde una perspectiva cultural que nos permita reconocer, además de los factores perennes que hacen posible el deterioro de nuestro hábitat a partir de la agencia humana, los factores culturales, es decir, aquellas peculiaridades de la modernidad en general y de nuestra modernización particular que están involucrados en el problema.

Aquí se dice, por lo tanto, que debemos comenzar nuestro análisis intentando dilucidar de qué modo se aprehenden los sujetos a sí mismos, de qué modo se relacionan con otras entidades vivientes no humanas y su entorno físico. En este sentido, las palabras elegidas (aprehensión y relación) quizá no sean las más adecuadas. Lo que nos interesa, en todo caso, es conocer la actitud media de los agentes con el fin de comprender las dificultades que encontramos a la hora de establecer políticas empáticas que entusiasmen a la ciudadanía y la lleve a realizar esfuerzos en su dirección.

Lo que constatamos es que en las presentes circunstancias, la postura adoptada puede traducirse en una suerte de reduccionismo. Y a eso agregamos que la misma consistiría en una comprensión (en su mayor parte inarticulada) de las personas, de otras entidades vivientes y de las cosas en general, en términos discretos y de manera atomizada. Decir que aprehendemos estas entidades de manera discreta, acotada, etcétera, implica, en líneas generales, que recortamos su significación en vista a su mera expresión funcional. La referencia a la percepción atomizada de los agentes enfatiza el carácter hegemónico de la visión cientificista que elude las descripciones cotidianas de los agentes, para quienes la experiencia primaria siempre es afectiva y cognitivamente holística. Por esa razón se dice, al final del párrafo, que este trato exclusivamente instrumental al que sometemos a las entidades humanas y no humanas del sistema-mundo puede interpretarse como un modo de “desprecio moral”.

Podemos decir eso cuando entendemos, como intentaremos desarrollar en las próximas entradas, que la exigencia de reconocimiento y la negación de dicho reconocimiento se traducen en una forma de violencia hacia las entidades involucradas. Es en este sentido que se dice que lo contrario del reconocimiento es el “desprecio moral”, y la articulación de ese desprecio consiste en la negación de la naturaleza última de dichas entidades reducidas ahora a mero recurso.

Sin embargo, es importante enfatizar que aquí lo que se pretende es, en mayor o menor medida, una recuperación del carácter primario de lo existente, que sólo secundariamente, y a modo de ocultamiento, adquiere su peculiaridad funcional en vista al entramado sistémico que establece su valor en el marco monetarista que el capitalismo ofrece como único ámbito de sentido en esta instancia histórica de globalización planetaria.

PARA UNA FUNDAMENTACIÓN DE FUTURAS POLÍTICAS MEDIOAMBIENTALES



La problemática ecológica o medioambiental debe comenzar definiéndose a partir de los análisis que giran en torno a la aprehensión que los sujetos tienen respecto de sí mismos, de otras especies animales y el entorno físico. Esta aprehensión podría caracterizarse como una suerte de reduccionismo en el cual las entidades son interpretadas discretamente y de manera atomizada. De esta aproximación perceptiva que fomenta un trato exclusivamente instrumental de las entidades, se sigue una actitud afectiva que puede traducirse en términos de “desprecio moral”.

De este modo, sería conveniente trabajar sobre la cuestión medioambiental enfatizando que la misma no hace referencia a un anexo en el contexto de las luchas por el reconocimiento, sino que es uno de los aspectos centrales que debe abordarse junto al resto de las preocupaciones que movilizan a las fuerzas político-sociales que dan sustento al presente modelo.

Si pensamos en las políticas de promoción de ampliación de derechos llevada a cabo en los últimos años, constatamos que las transformaciones categoriales se han traducido en cambios normativos, y viceversa. Teniendo en cuenta esto, debemos apostar por redefinir la cuestión medioambiental, como decía, para evitar que la misma se interprete como un mero apéndice de las cuestiones de modernización funcional y de justicia social que más preocupan actualmente a la ciudadanía.

El desafío consiste en hacer de la problemática medioambiental, parte del modelo omnicomprensivo que incluye, por un lado, las cuestiones en torno a las pugnas redistributivas; por otro lado, aquellas que giran alrededor de las luchas a favor de trato igualitario (ante la ley); finalmente, las exigencias diferenciales en torno al reconocimiento de las aportaciones individuales y colectivas para el sostenimiento de la sociedad.

Sin descuidar (1) las prioridades que establece el compromiso humanista con los derechos humanos en todas sus dimensiones; (2) tomando en consideración la renovada preocupación por la soberanía territorial, ahora amenazada por los emprendimientos privados, cabe incorporar (3) una categoría de reconocimiento que permita una ampliación de derechos que tome en consideración la naturaleza radicalmente interdependiente de los sujetos en relación con su entorno y sus habitantes no humanos.

En vista a la utilización evidente que las potencias centrales han hecho y continúan haciendo de esta preocupación que concierne a la población del planeta en su conjunto, es necesario promover una postura efectiva que transite un camino medio, entre las pretensiones supra-estatales y las respuestas exclusivistas, acotadas a los intereses nacionales y regionales. Como ocurre con otras cuestiones relativas a la modernización planetaria, es necesario abordar los desafíos que traen aparejados los desarrollos funcionales del sistema-mundo capitalista imperante con respuestas adecuadas a las peculiaridades histórico-culturales en cada caso.

Por lo tanto, habría que comenzar definiendo el lugar que ocupa la cuestión medioambiental dentro del esquema omnicomprensivo de las luchas por el reconocimiento que el actual gobierno ha adoptado como marco de gestión estatal. Para ello es necesario (1) establecer un modelo ideal de relativa “salud” ambiental que nos permita contrastar (2) las insuficiencias actualmente manifiestas, para derivar de allí (3) un conjunto de preceptos y normativas que nos permitan transitar de (2) a (1).

Para ello resulta ineludible emprender una clarificación conceptual que nos permita definir la relación entre los sujetos humanos y el entorno no humano que justifique las normativas futuras. Mi impresión, como decía más arriba, es que esa clarificación debe tomar en consideración tres aspectos:

(1) De manera análoga en la cual ponemos en cuestión la atomización social que promueven las democracias liberales contractualistas sobre la base de una epistemología objetivante e instrumentalista, debemos poner en cuestión el descuido de la naturaleza no humana, no sólo en función de criterios costo-beneficio, sino también en términos de reconocimiento.

(2) Un reconocimiento de esta naturaleza debe tomar en consideración la estrecha relación que existe entre la cultura y “la tierra”. Eso significa, entre otras cosas, apostar por una cultura que prospere en su relación de cuidado con aquello que la sustenta.

(3) Finalmente, una asunción de la radical interdependencia entre el hombre y la naturaleza que hace posible justificar una defensa del hábitat natural como un reconocimiento de la corporalidad del anthropos y de sus necesidades básicas, al tiempo que se le reconoce a la naturaleza sentiente no humana una suerte de ciudadanía territorial que mejore nuestras aspiraciones conservacionistas, defendiendo de este modo nuestro territorio y sus habitantes humanos y no humanos del agresivo avance comercial de las corporaciones que hacen peligrar la biodiversidad.

LA SOCIEDAD ARGENTINA FRENTE AL CASO ALFANO




En esta entrada voy a referirme sólo tangencialmente al caso Alfano. Lo que quiero, en cambio, es utilizar lo ocurrido esta semana en los programas de chimentos para pensar algunas cuestiones que ya se anunciaban en este blog en entradas anteriores y están relacionadas con la normalización de ciertos horizontes morales que hasta hace muy poco continuaban encontrándose en disputa.

Me refiero a la cuestión de los derechos humanos en relación con la dictadura cívico-militar. A esta altura del partido hay mucha gente que está obligada a hacer un mea culpa asumiendo el prolongado silenciamiento en el cual incurrió por los motivos que sean. No se trata de hacerlo públicamente, a modo de un gran lamento mediático nacional, pero resulta imprescindible para la salud individual y colectiva que se lleve hasta el final ese proceso de sinceramiento. Hasta ahora, la memoria y el enjuiciamiento de los implicados directos han sido promovidos sólo por algunos sectores de la sociedad, los cuales, por otro lado, han encontrado enorme resistencia o indiferencia en un amplio sector de la población.

Un sinceramiento de estas características puede ayudarnos a eludir la tentación de reproducir escenas como las de esta última semana, en la que tuvimos que contemplar con cierto hastío, el linchamiento mediático de un personaje, reconozcámoslo, repulsivo moralmente, que fue una de las caras bonitas con las cuales se disfrazó la dictadura mientras mataba, torturaba, robaba, se apropiaba sistemáticamente de bebés y hacía desaparecer tantas personas en nuestro país.

Hoy, cualquier reivindicación de la dictadura que haga pie sobre la estrambótica doctrina de los dos demonios merece la más enérgica condena. La indiferencia o la franca defensa ante el horror genocida se asienta indefectiblemente sobre esta concepción: se trató de una guerra en la cual todos cometieron excesos. De este modo, cualquier referencia de este tipo merece un firme repudio porque desdibuja el contenido inconmensurable de los crímenes cometidos, promoviendo la impunidad por medio de la complicidad en una mentira de silenciamiento. Sin embargo, cuando los que se relamen haciendo sangre de un personaje como Alfano son los que son, una cohorte de alcahuetes cuya única ética ha sido y sigue siendo el “sálvese quien pueda”, no hay mucho para festejar en esta sorpresiva asunción de nuestra tragedia nacional.

Dicho esto, me gustaría volver sobre un par de cosas desde la perspectiva estrecha de mi experiencia personal. Durante veinticinco años (hasta hace unos pocos meses) viví autoexiliado en diversos países del mundo. Me fui aterrado ante el descubrimiento repugnante de la condición cómplice de mi entorno. El cual no sólo negaba lo ocurrido en Argentina, sino que además, como ocurría con amplios sectores de la población, defendía las crueldades indecibles que se habían perpetrado utilizando perversos argumentos patrióticos y cristianos. Recordemos que la “guerra contra la subversión” no sólo se llevó adelante desde los cuarteles, sino también, y muy especialmente, desde los púlpitos. Frente a mi reclamo, me encontré con un muro de silencio. Frente a mi insistencia, con una reprobación unánime.

En 1995 volví durante algunos meses. A los pocos que reencontré concedí el principio de la duda: inútil. Nada había cambiado. Incluso en la gramática cotidiana que utilizaban se ponía de manifiesto hasta qué punto seguían cautivos por la hermenéutica genocida.

Tampoco cambiaron las cosas en el 2001. Ni siquiera las catástrofes producidas por la aplicación impiadosa de las recetas neoliberales que habían inspirado a los artífices civiles del exterminio, ablandaron el corazón de aquellos que asumieron entre crucifijos la voluntad asesina como el único medio para lograr la ansiada seguridad que pretendían merecer a cualquier costo.

En el 2005, las políticas de Néstor Kirchner habían comenzado a horadar el pacto de silencio que las leyes de punto final y obediencia debida pretendieron asegurar. Pero ante la mirada acusadora de la historia, esos mismos sectores de la sociedad que pasaron de puntillas ante la verdad para no despertarla, se encendieron en una ira conspirativa empeñada en único propósito: devolver a la sociedad el preciado silencio que la dictadura había promovido desde el primer día. ¿Quién puede olvidar el mensaje que en aquellos días terribles se instaló en el obelisco conminándonos a la complicidad: “El silencio es salud”?

Escudados en las aberraciones que permite una cultura de meras formas liberales, amontonados temerosos en sus bunkers, se aficionaron a paladear resentimiento contra la “chusma” kirchnerista. Herederos de otros gorilismos a los que debemos una buena parte de la violencia setentista, se esforzaron por mantener viva la xenofobia, la altivez excluyente, el vacío cosmopolitismo que practican sin avergonzarse cuando se evidencia el ridículo de una educación fallida y obsecuente.

Hasta hace muy poco, la presidenta seguía siendo una montonera y mucha de esa gente seguía defendiendo con arrogancia el olvido, so pretexto de que la defensa institucional de los derechos humanos que Néstor Kirchner inauguró con valentía desde el primer día de su mandato, no era más que una estrategia gubernamental del “tirano” para robarse el voto de la gente ignorante (“Que en la Argentina abunda”, decían).

En mi caso, y pongo por testigos a todos quienes me conocen, impuse en mi vida la liturgia de la memoria. No ha pasado un solo día de estos veinticinco años, desde el momento mismo en que descubrí avergonzado quiénes éramos, en el que no recordara lo que fuimos capaces de hacer muchos argentinos a otros muchos compatriotas nuestros.

No era difícil escuchar barbaridades del estilo que he mentado más arriba unas semanas antes del clamoroso triunfo simbólico de Cristina en las primarias. Los dichos de Duhalde, en la noche de su camuflada derrota, aludiendo a las “banderas subversivas”, estaban en la boca de muchos. En algunos barrios, había gente que los reproducía a viva voz en cualquier cafetería. Muchos porteros y taxistas no eran ajenos a esa retórica cínica que mantiene cautivos a muchos conciudadanos, rendidos ante la impotencia del odio y la sofisticada imbecilidad que practican. Las farándulas del espectáculo, del periodismo y de la cultura dominguera no se cansaron de recordarnos de mil modos que los derechos humanos son cosa del pasado y, por ende, no sólo no merecían nuestros desvelos, sino que eran un verdadero obstáculo para el feliz advenimiento de nuestro futuro.

Pero ahora, con el triunfo abrumador de Cristina, esas palabras que invocan la sinrazón de la maldad, ya no pueden expresarse con la facilidad de antaño. Sin embargo, hay que estar al tanto, porque son muchos los que se subirán al tren de la memoria para lavar sus culpas participando de linchamientos mediáticos para eludir sus propias responsabilidades morales, jurídicas o políticas.

Por supuesto, Alfano no es una víctima. Si se encontraran indicios en su contra, debe ser juzgada –como suele decirse – con todo el peso de la ley. Sus dichos deben ser repudiados con la mayor firmeza. Pero esto debe hacerse con la serenidad que exige la seriedad del asunto que tratamos.

Sabemos que en el mundo del espectáculo, como en el mundo de la empresa y el deporte, en la cultura, el periodismo y la política, hubo muchos que supieron, hicieron la vista gorda, alcahuetearon o participaron de un modo u otro en el horror del régimen genocida. Pero recordemos que todavía estamos en duelo. No puede haber lugar para la frivolidad mientras todavía anide en nuestros corazones el dolor y el anhelo de justicia.

LA LUCHA POR EL RECONOCIMIENTO


Cristina ganó con más de 50% de los votos. Algunos exaltados, renunciando al espíritu del sistema político que nos rige, retrucan: “eso quiere decir que hay un 50% de ciudadanos que no la quieren”.

Ahora ni siquiera la mayoría absoluta les es suficiente para reconocer la legitimidad a su gobierno, se le exige una unanimidad que ni siquiera el creador logró entre sus ángeles.

Como ha señalado la socióloga de Carta Abierta María Pía López, el Kirchnerismo es un gobierno reformista cuya base militante por momentos adopta un vocabulario “revolucionario” que resulta problemático, pues lo hace blanco fácil de la acusación de “impostura”.

El llamar “reformista” a los gobiernos de Néstor y Cristina no es poco. En una época de renovado conservadurismo y políticas sociales regresivas en el mundo entero, apostar por el reformismo social es toda una proeza de autonomía política e ideológica.

Nosotros mismos hablamos en una entrada anterior de una Ekklesia kirchnerista. No lo hicimos de manera despectiva ni irónica. Constatamos en el escenario militante una retórica simbólica que el triunfo aplastante obliga a revisar (López habla de la necesidad de secularizar dicha retórica, lo cual justifica nuestra alusión a la Ekklesia). Esto es así si reconocemos la existencia de un kirchnerismo de dos velocidades. La tentación de las élites de elevar las prácticas de las mayorías a los criterios de la militancia puede resultar en un fracaso.

Ahora bien, esta secularización no sería posible ni deseable si no se comenzara a vislumbrar o entrever una integración extensiva de los horizontes morales asumidos por el kirchnerismo y el cristinismo.

Mal que les pese a los opositores furibundos, los gobiernos de Néstor y Cristina son, sin lugar a dudas, y quedarán en la historia, como gobiernos que se articularon sobre el fundamento ético-político de los derechos humanos y todo lo que ello supone.

Esa articulación ha ido mutando, y con ello profundizando y extendiendo el horizonte moral que lo inspira a esferas que se concebían ajenas a las políticas de la memoria y la reparación. Esto obliga, en línea con lo expuesto por la socióloga de Carta Abierta, a una secularización de los discursos y los gestos que acompañe la extensión de los cambios que se han producido en el imaginario social.

Como señala López, por un lado, es necesario reconocer que entre 1973 y 2011 han cambiado muchas cosas, lo cual hace imposible un retorno a las concepciones que se sostenían en aquellos años, problematizando de ese modo su retórica reivindicativa sin más. Por otro lado, la asunción cultural de ciertas reivindicaciones nucleares por parte de sectores en principio no comprometidos con dichas causas, puede y debe dar lugar a una secularización de la retórica militante para permitir la integración de dichas reivindicaciones en el trasfondo tácito de la sociedad.

Por lo tanto, como yo lo veo, el cristinismo está llamado en esta nueva etapa que se abre a normalizar las reivindicaciones históricas convirtiéndolas en banderas nacionales que trasciendan las generaciones y las particularidades: ¿De qué otro modo sino puede entenderse el concepto de “profundización” cuando hablamos del modelo, si además del aspecto “comprensivo” de dicha profundización no advertimos la importancia de extender las nociones de justicia y reconocimiento a las que aspiramos?

Estos ocho años de gobierno forman parte de una larga lucha por el reconocimiento que la ciudadanía finalmente asumió (mal que les pese a quienes pretenden ofrecer una interpretación reduccionista de los factores del acompañamiento). Se trata, en buena medida, de un punto de inflexión que pone de manifiesto una enorme madurez de la ciudadanía, teniendo en cuenta la encrucijada electoral que se nos planteó: frente a las alternativas discursivas y simbólicas en las que nos jugábamos el destino; y la cautividad a la que se pretendió someter al electorado por medio de un poder comunicacional que se saltó todos los límites deontológicos, desenmascarándose de manera vergonzosa.

Por lo tanto, el triunfo de Cristina debe leerse no sólo en clave funcional, sino también en clave cultural. Elegimos no sólo el bienestar relativo que ha provisto la fortuna y la eficacia administrativa, sino una identidad. Lo cual es doblemente extraordinario si pensamos esta elección como el resultado de un arduo proceso “terapéutico” ante la profunda crisis identitaria que se manifestó con todo su furor en el 2001, cuando definitivamente no sabíamos quiénes éramos, ni hacia dónde íbamos.


Esta recuperación, estos signos de salud social, no son fruto del azar. Son producto, primero de un diagnóstico certero de época que se trazó en aquellos días de mayo del 2003 cuando el nuevo gobierno de Néstor Kirchner asumió la responsabilidad de su tiempo y emprendió un programa de recuperación de la memoria que, en principio, se hizo cargo de los traumas sociales producidos por el genocidio llevado a cabo por la dictadura, para luego emprender un extenso programa de reparación social que aún se encuentra en progreso, para desanudar la complejidad de nuestra herencia neoliberal.

Por lo tanto, se trató (y aun se trata) de recuperar la memoria histórica, no sólo de las víctimas de los años genocidas, sino también, de las víctimas del neoliberalismo noventista que continúo el proceso de aniquilación por otros medios.

Este reconocimiento a las víctimas (entre las que nos encontramos en buena parte “todos”, como miembros de esta nación) tiene como eje central la noción de derechos humanos entendidos éstos de manera integral. Por un lado, como decíamos, ofreciendo reparación moral a través de la justicia y el otorgamiento de la palabra testimonial que abre el camino a la dignificación de las víctimas de la violencia genocida. Por otro lado, por medio de la reparación redistributiva, la actitud solidaria y el reconocimiento del valor inherente de las víctimas que el capitalismo excluyente convirtió en residuos sociales, y ante las cuales la oposición afiebrada intentó responder con un discurso de mano dura que confirmaba la exclusión y negaba el reconocimiento de igualdad que es la única solución a los males que nos acechan.

El Duhaldismo (tras el cual se enfilaron una buena cantidad de votos del PRO) y el actual Alfonsinismo representan lo peor del pasado (paradójico cuando se piensa en el énfasis que han puesto, cada uno a su manera y en su medida, en la necesidad de no mirar hacia atrás, y ocuparse exclusivamente del presente y el futuro). Duhalde y Alfonsín representan hoy el miedo de una parte de la sociedad argentina, todavía enferma, ante la posibilidad de tratamiento y eventual curación. Representan esa parte dubitativa del electorado, sumisa ante los poderes fácticos y el odio.

El kirchnerismo, en cambio, pese a algunos desaciertos evidentes, ha sabido sostener la audacia ante el peligro y avanzar a través de los difíciles senderos de la reconstrucción hacia un nuevo amanecer.

UNIDAD NACIONAL Y CONDUCCIÓN



En un artículo publicado hoy en Página 12, el actual Ministro de Educación de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Esteban Bullrich, dice, de manera fecunda, que hay que dejar de lado las prácticas inútiles de la “chicana” y ponerse a trabajar conjuntamente, reconociendo (como ya había hecho el ministro en ocasiones anteriores) las muchas cosas buenas que han hecho los gobiernos, primero de Néstor Kirchner, y de Cristina Fernández, después.

Lo interesante de la nota en cuestión es que el funcionario PRO se distanció de las efusivas muestras de simpatía de Federico Pinedo y otros pesos pesados del partido, quienes en estas últimas horas, pese a la consigna de hacer mutis en vistas del 2015, sorprendieron a propios y ajenos apoyando tácitamente al ex presidente Duhalde, quien se despachó sin filtro llamando a la rebelión de los justos y echó un grito al cielo denunciando “¡fraude!”.

Mientras tanto, el resto de representantes políticos condenó la retórica cuasigolpista del ex presidente, denunciando la campaña de miedo a la que nos tienen acostumbrados los cavernícolas de siempre. Incluso los amigos de la Coalición Cívica, habiendo tomado nota de la suerte que le cupo a Carrió debido a sus arrebatos de delirio dostoievskiano, salieron a darle palos al dirigente de Lomás de Zamora.

Lo importante, sin embargo, es que Esteban Bullrich se hizo eco de la campaña “Cristinista”, y llamó a los hipotéticos vencederos y vencidos del próximo Octubre a trabajar por un futuro que nos encuentre unidos y no revueltos. No exigió un cambio de rumbo, como hubiera sido esperable, sino una profundización del modelo.

Mientras tanto, Juan Manuel Santos, el presidente colombiano, homenajeó al ex mandatario Néstor Kirchner convirtiéndolo en una suerte de prócer que ayudó a sentar las bases de una Sudamérica unida que sea capaz de enfrentar las terribles amenazas que nos vienen de fuera.

Algo semejante declaró, con poca repercusión en los afiebrados medios anti K, el ex tupamaro que preside ahora mismo la República Oriental del Uruguay, cuando nos advirtió de los tiempos de oscuridad que acechan a nuestro continente, nos llamó a la unidad y encomió las labores de Néstor Kirchner y Cristina Fernández en esta dirección, al tiempo que embestía silenciosamente contra los de adentro que siembran cizaña, para beneficio de los de afuera.

Lo que en este rubro se está haciendo tiene signos de convertir a los líderes actuales en próceres de nuestro mañana. No está lejos el bronce para aquellos que están dando forma a la comunidad que viene.

Entretanto, algunos periodistas, convertidos en operadores políticos de primera línea, azuzan a los candidatos a hacerse cargo de esta hora trágica que enfrentan los menos ante las mayorías esperanzadas.

Lo cierto es que en esta mitad más uno que viene a confirmar el rumbo de estos ocho años de proezas manchadas, eso sí, con algunas erradas que no debemos empeñarnos en defender, además de la militancia juvenil embanderada con la memoria de la utopía que tanto detesta Duhalde, hay una gran cantidad de votos de gente corriente, que aprueba sin prisa, pero con tiento, lo hecho y deshecho en estos años. La suma total de logros políticos y económicos, además de los procesos de deconstrucción cultural e institucional abiertos durante estos ocho años por el gobierno K, producen vértigo al observador y un entusiasmo que no prospera en otras latitudes.

Por lo tanto, podemos hablar de un Kirchnerismo de dos velocidades. El de los “virtuosi”, “los militantes de la liberación”; y los practicantes “laicos” que se sienten parte, por adhesión, de este movimiento que han echado a andar los más entusiastas, dándole colorido a la escena local, renovando los ideales que parecían para siempre destinados al olvido, reinventándolos en el presente en una suerte de hermenéutica teológica, por medio de la cual se preserva el espíritu de la transformación final, a través del ritual cotidiano de la consagración de los horizontes últimos que algunos soñaron a deshora.

Ahora bien: honrar el voto es tomar en consideración esas dos velocidades. Un difícil, aunque no imposible, equilibrio, que puede dar lugar a herejías a dos bandas. Lo importante es entender que en la Ekklesia Kirchnerista hay lugar para todas las voces, siempre y cuando se entienda que la unidad nacional es una construcción que necesita de conducción y lealtad.

"¿ES SÓLO LA ECONOMÍA, ESTÚPIDO?"


La pregunta del día es la siguiente: ¿Por qué razón la gente votó lo que votó? En algunos círculos se ha impuesto una respuesta contundente: “Es la economía, estúpido”. Mi objeción es la siguiente. Quienes formulan semejante afirmación de manera absolutista son los mismos que instalaron en su momento un diagnóstico catastrofista de la realidad nacional, quienes auguraron descalabros económicos, financieros, sociales e institucionales de todo tipo. ¿Por qué razón deberíamos sujetarnos a una lectura tan sesgada como la que ellos proponen?

La acción gubernamental ha transitado muchos caminos. No menor es el impulso transformador de la cultura de la emancipación y un vuelco en los procesos de construcción identitarios que han devuelto a los argentinos un lugar en el mundo. Esto último lo ilustra la presidenta en sus viajes al exterior, donde se desenvuelve con seguridad, prodigando con resolución sus convicciones, respaldadas por la realidad empírica de nuestro trajinar cotidiano.

Por otro lado, pese a las hordas vengadoras que pretenden devolvernos a un pasado de ruido y de furia, la ciudadanía ha votado por la palabra y contra el eslogan. La verborragia presidencial, su vocación explicativa, casi docente, en todas sus presentaciones públicas, ha demostrado, pese al “asco” que produce en algunos su retórica, que la gente prefiere su claridad y su inteligencia probada a la reiteración de lugares comunes y denuncias altisonantes y escandalosas con los cuales ha jugado la oposición.

En realidad, en esta campaña, sólo ha habido un programa de gobierno. El del propio gobierno. Lo que ha primado ha sido la positividad de la política, en contra de la triste reiteración opositora que ha abundado en denuncias de tiranía y corrupción, sin ofrecer una sola línea que pudiera hacer entrever el rumbo que pretenden imponer a la nave quienes aspiran a capitanearla.

No ha sido, por lo tanto, únicamente el bolsillo, que cuenta y mucho, a quién puede caberle duda del asunto, sino también lo que se presiente y constata como “dotes de liderazgo”. La repolitización del mercado, por medio de una férrea re-jurisdiccionalización de la economía por parte del Estado, transmite certezas a una población que no es tonta y percibe la debilidad de los gobiernos de las otrora naciones ejemplares, que como ha demostrado Obama recientemente, pero también los líderes europeos, se encuentran zarandeados por las muecas del poder financiero que impone ajustes a las economías que obstaculizan, cuando no interrumpen brutalmente, el ámbito de comunicación social que de manera constitutiva define a las democracias en las que pretendemos vivir.

Por lo tanto, ante la acusación reiterada (eso sí, más tímida ante la contundencia de los guarismos) de que el gobierno triunfó en las urnas por la disponibilidad que le ofrece la “Kaja”, la panza llena de los privilegiados y la desesperación de los excluidos, no caben ya demasiados argumentos.

La necedad que hasta ayer era explicable ante la ilusión del “fin del kirchnerismo” que promovían las huestes de terturlianos y periodistas cautivas por la lógica corporativa; ahora, frente a la voluntad de una inmensa mayoría entusiasmada ante la esperanza sostenida por ocho años de victorias políticas y afrentas a la impotencia, sólo puede responderse con la esmerada dignidad de una motivación renovada y una vocación dialoguista con quienes quieran hacer del encuentro, no un mero enfrentamiento con la vista puesta en los réditos de la corrosión, sino una práctica constructiva de unidad nacional (como señaló en su discurso post-electoral la presidenta) que nos ayude (1) a consolidar nuestra autonomía relativa, en términos económico-financieros y geoestratégicos (lo cual implica cada vez más insersión regional en un mundo de creciente interdependencia); (2) a promover cada vez más la democracia (lo cual conlleva afianzar el reconocimiento en términos identitarios, pero también en términos de clase); y (3) renovando el compromiso moral con la igualdad, que debe ser adoptado por todos como la vigía de todos nuestros esfuerzos.

Por supuesto, hay muchos otros temas de los que no se habla, o se habla muy poco, que también nos conciernen a la vista de las cuestiones anteriores, pero de modo específico, como ocurre con la necesidad de un uso más racional de nuestros recursos, o la urgencia de regular la actividad de explotación en ciertas áreas estratégicas que se ha vuelto depredadora y amenaza la sostenibilidad de nuestro proyecto global a largo plazo.

Esperamos que haya espacio y voluntad para pensar y actuar conjuntamente en relación con todas estas cuestiones, a medida que se normaliza y acepta que existe una amplia voluntad popular de continuar por la senda transitada durante estos años.

NO ME DIGAS QUE SOMOS UN PUEBLO

Milei viaja a España para apoyar a la extrema derecha, a esa derecha franquista y neoliberal que busca derrocar al gobierno de Pedro Sánchez...