¿MUROS O PUENTES?


A diferencia de lo que ocurre en Europa, donde la injerencia en Venezuela por parte del bloque geopolítico formado por Trump y varios países de la UE está decidida - sin reflexión mediante, y pese a las consecuencias sangrientas que supone - en América Latina es una línea roja que divide las aguas, y pone blanco sobre negro acerca del posicionamiento ideológico y geopolítico en pugna en la región.

Eduardo Valdés es el más fiel intérprete del Papa Francisco en la política argentina. En una entrevista televisiva, ante la pregunta del periodista Alejandro Bercovich sobre la situación en Venezuela y la posibilidad de que el Papa Francisco participe como mediador en una mesa de diálogo entre las partes en conflicto, Valdés ofreció caracterizaciones relevantes que pueden extrapolarse para entender las alternativas que tenemos a nivel global.

Recordemos, nos dice Valdés, que el Papa Francisco fue el «co-autor», en su todavía breve pontificado, de tres importantes hazañas diplomáticas: (1) las negociaciones de paz en Colombia; (2) el deshielo de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba; y (3) el acuerdo de París en base al cambio climático.

El restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba en la era Obama fue celebrado como un éxito por la comunidad internacional. 


De igual manera, el acuerdo de París, pese a sus evidentes imperfecciones, abrió  una ventana de esperanza después del fiasco de Copenhaguen. Ambas iniciativas fueron sepultadas por Donald Trump. 

Con respecto a la apuesta por la paz en América Latina que el caso colombiano pareció consolidar, ahora se ve seriamente amenazada por la agresiva agenda intervencionista de Trump y sus socios europeos. Las perspectivas, de continuar esta deriva, no son auspiciosas: una guerra civil, e incluso, a falta de contención, la posibilidad de una intervención multinacional que involucre a fuerzas militares de Estados Unidos, Colombia, Brasil (y, quién sabe, quizá incluso Argentina, si el presidente Macri continúa en funciones).

Estas tres «hazañas diplomáticas» se ven hoy opacadas por el restablecimiento de la lógica de la guerra fría, las exigencias de un «nuevo imperialismo», en una etapa de crisis del capitalismo que exige un nuevo ciclo de acumulación por «desposesión» para superar los límites inherentes a la mera explotación en el seno de las sociedades centrales.

En este contexto, la apuesta de Francisco sigue siendo consistente. Valdés la define del siguiente modo: «a la construcción de muros, hay que enfrentarse construyendo puentes».

Hace tiempo que la Europa que hoy justifica una intervención en Venezuela en términos humanitarios renunció a los puentes a favor de los muros. La catástrofe humanitaria a la que debería responder esta Europa está viviéndose en sus propias fronteras. Y es fruto también de su propia política belicista y su intransigencia geopolítica. Esta crisis humanitaria es infinitamente más preocupante que la que acontece en Venezuela. 

¿Cuál ha sido la solución europea? Blindar las fronteras, levantar muros (como hace el mismísimo Trump), enviar buques de guerra a las costas africanas y el medio oriente para contener el flujo de embarcaciones que se lanzan al Mediterráneo en busca de sus costas, y otorgar a sus socios periféricos las prerrogativas represivas que no puede acometer impunemente en su propio territorio contra las masas de migrantes y refugiados que se hacinan en sus campos vigilados.

El caso de España es especialmente revelador. En el mismo momento en el cual el gobierno de Sánchez reconoce a Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela y propone ayudas humanitarias para palear las precarias condiciones de la crisis, el gobierno español bloquea las actividades de rescate que realizan las ONGs dedicadas a salvar vidas en el Mediterráneo, en clara continuidad con la opción elegida por la UE frente a su propia crisis humanitaria: «los muros».

Visto desde esta perspectiva, la pretensión de la UE de ser una alternativa al racismo belicista de Trump no es más que una pose vacía. La UE es Trump. Eso sí, con otros modales.

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