RAZÓN HUMANITARIA, DERECHOS HUMANOS Y NUEVO IMPERIALISMO


Estados Unidos y Gran Bretaña han bloqueado el acceso al gobierno de Maduro a sus depósitos soberanos. El bloqueo está en continuidad con una larga política de boicot a los gobiernos de Chávez y Maduro que se ha extendido durante las últimas décadas con el propósito de socavar su legitimación democrática y forzar un cambio de régimen. 


El antecedente del golpe de estado perpetrado en 2002 puso en evidencia que tanto la Unión Europea como los Estados Unidos están dispuestos a quebrar el orden constitucional venezolano para asegurar sus respectivos intereses en la región. Tanto Estados Unidos como España, en aquel momento presidida por José María Aznar, se apresuraron a reconocer a los líderes del golpe como legítimos gobernantes de Venezuela, en detrimento de Hugo Chávez, quien había accedido al poder a través de las urnas.

La prensa internacional informa hoy que los Estados Unidos inician un programa de «ayuda humanitaria» en el contexto de su compromiso con los «derechos humanos». Las agencias, organismos y organizaciones internacionales, en su inmensa mayoría, hacen oídos sordos a la utilización cínica que la administración Trump hace de la «retórica» que justifica su existencia. En Europa, la prensa oficial mira para otro lado, pese a que se trata de una flagrante violación al orden internacional que solo puede entenderse como un movimiento estratégico estadounidense y europeo en la nueva Guerra fría que impone el actual desequilibrio geopolítico en el mundo.

Los intelectuales europeos hacen silencio, como era de esperar. La disciplina neoliberal sirve como afilado mecanismo de autocensura.  Todos saben lo que debe y puede decirse para seguir chupando de la teta burocrático-corporativa que les da de comer. Nadie quiere saber nada con la Venezuela real en esta época de reflujo restaurador. 


En este contexto, el triunfo de la derecha española (y europea) sobre el imaginario internacional que cautiva a sus ciudadanos le asegura a la ideología imperante una larga vida, incluso si adopta las siglas del progresismo liberal. Cualquier referencia a políticas democráticas radicales (léase «populistas») están llamadas a ser quemadas en la hoguera de lo políticamente correcto.

Aunque las operaciones contra Venezuela son copia fiel de otras desplegadas en Oriente medio por Bush y Obama (estrategias que costaron la vida a millones de seres humanos, dejando tras de sí un reguero de refugiados que llegan a las costas europeas como cadáveres o desechos humanos, o inundan los campos de refugiados en la periferia de la Unión), solo un aceitado programa de desinformación puede hacer creer a los europeos y norteamericanos que se justifican medidas preventivas como las que en este momento están sobre la mesa.

El capitalismo neoliberal, como todas las formas del capitalismo, vive de las crisis, porque es en las crisis donde manufactura las circunstancias que le permiten reeditar ritualmente los sacrificios que supusieron su acumulación originaria en forma de «acumulación por desposesión». Las crisis en la periferia sistemáticamente se presentan en forma de conflictos bélicos, o se imponen como crisis humanitarias, para facilitar nuevas formas de expropiación y explotación.

En el pasado, este tipo de estrategias se realizaban secretamente, o permanecían ocultras gracias a los presupuestos racistas que justificaban el saqueo. Hoy, las sociedades estadounidense y europea asumen estas prácticas que se realizan «a plena luz del día» y con arbitrariedad evidente, porque han acabado por fin de comprender que su bienestar depende exclusivamente de esas prácticas de expropiación concertada en la periferia. 


La nueva derecha ha producido una alquimia en el corazón de Europa, y ha vencido por fin los almidonados resquemores de los liberales progresistas. Lo único que cuenta es ganar: cueste lo que cueste.

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