EL ODIO


Todos conocemos la historia de Caín y Abel. Crecimos con esta historia. Cuando éramos pequeños, nuestras catequistas nos la contaron una y mil veces. No podíamos eludir el asombro al escucharla. ¿Acaso es posible que algo así haya sucedido? 

Caín y Abel eran los hijos de Adán y Eva. Los primeros humanos nacidos fuera del paraíso. Caín era un granjero. Abel un pastor. Aunque ambos hermanos dedicaban sus días a alabar a Dios y a hacerle sacrificios, Abel era el preferido de Dios. De modo que, un día, lleno de celos y de odio, Caín mató a su hermano. 

El texto del Génesis, pese a su concisión, es rico en detalles. En pocas palabras comprendemos lo que motiva el crímen: la envidia, los celos. Yahvé sentía satisfacción por los sacrificios que Abel le hacia, pero no hizo lo mismo respecto a los esfuerzos de Caín. Esto enfureció a Caín, el granjero, hasta el punto de irritarse contra Dios. Estaba tan abatido e irritado que, un día, viéndolo con el rostro desfigurado por el odio, Yahvé le preguntó: «¿Por qué estás tan irritado, y por qué se ha abatido tu rostro?»


La furia de Caín era tan profunda que no podía esconderla a los ojos de Dios. Entonces, Yahvé le advirtió: «Si no obras bien, a la puerta está el pecado acechando como fiera que te codicia, y a quien tienes que dominar». Pero Caín era débil. Su ira lo dominaba completamente. Lo volvía loco. Era incapaz de dominarse a sí mismo. El pecado era su dueño, lo controlaba enteramente. De modo que otro día le dijo a su hermano:  


«Vamos fuera. Y cuando estaban en el campo, se lanzó Caín contra su hermano Abel y lo mató». 

 

La escena es estremecedora. El fragmento nos conmueve hasta los cimientos de nuestro ser. Ahí está el hermano envidioso, celoso, que, al no poder enfrentarse a Dios, al no poder reconocer su irritación por no haber sido reconocido como lo fue su hermano, incapaz de volverse contra Dios (Yahvé), se vuelve contra su hermano inocente para buscar venganza. Entonces, Yahvé dijo a Caín: «¿Dónde está tu hermano Abel?» 

 

Y al leer la línea, uno escucha en su propio corazón el eco de esa pregunta condenatoria que se repite una y mil veces: ¿Dónde esta tu hermano Abel? ¿Dónde está? Caín contestó: «No sé».  A lo cual Yavhé, dijo: «¿No sabes?» ¿No sabes lo que has hecho a tu hermano? ¿No lo sabes? 


Caín intenta engañar a Yavhé, quiere excusarse: «¿Soy yo (acaso) el guardián de mi hermano?» Pero la excusa misma de Caín lo condena, porque, efectivamente, era su guardián y se ha convertido en su asesino. A esto, Yavhé replicó: 

 

«Qué has hecho? Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo». La sangre del hermano muerto pide justicia. «Pues bien (continúa diciendo Yahvé): maldito seas»

 

En la tradición budista, el origen de todos los sufrimientos que padecemos los seres vivientes tiene su origen en la ignorancia y las emociones perturbadoras. La ignorancia puede asociarse a esa pregunta que formula Caín para excusarse: «¿Soy yo (acaso) el guardián de mi hermano?» 


Por supuesto. Tú eres el guardián de tu hermano. Sin embargo, la codicia (tus celos, tu envidia) te ha nublado la razón, y has acabado odiándolo con todo tu ser hasta el punto de asesinarlo. 

 

Sin embargo, el odio de Caín es solo indirectamente odio a su hermano. El verdadero destinatario de su odio es el propio Yavhé. Caín está ofendido porque no ha recibido de Dios el reconocimiento que esperaba. Arrogante, ofreció sus servicios a Dios de manera torcida, y ante la evidencia de ello, Dios lo ignoró y, al contrario, celebró y agradeció los servicios de su hermano Abel. 


El asesinato de Abel, entonces, es la expresión del pecado original, de la confusión mayúscula, primordial. Es la ruptura con Yavhé: la perdición por los siglos de los siglos del hombre que mató a su hermano para vengarse de Dios.

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