LO QUE NOS UNE ES LO QUE NOS SEPARA. Respuesta a una carta abierta a Mauricio Macri



La carta abierta apareció primero en las redes sociales. Sin ninguna mala intención por nuestra parte, la copiamos y las subimos a nuestro blog.

En la primera versión de este post aparecía el texto, con el nombre y apellido de su autor y el texto que sigue a continuación.

A los pocos minutos, el autor de la carta abierta nos pidió amablemente que la removiéramos, y así lo hicimos.

Lamentamos sinceramente los inconvenientes que pudiera haberle causado.

De todas maneras, habiéndose la carta publicado anteriormente en las redes sociales, con su firma y en un espacio pensado justamente para que pudiera ser replicado y respondido, no consideramos en modo alguno que nuestra publicación pueda reprocharse éticamente.

Los contenidos volcados públicamente en las redes sociales vienen acompañados con el asentimiento implícito de su reproducción. A continuación publico exclusivamente mi respuesta. Vuelvo a reiterar que lamento el malentendido con el autor de la carta.

Querido amigo. 

Te agradezco mucho que te hayas tomado el trabajo de escribir esta carta abierta al nuevo presidente Mauricio Macri. Sin embargo, creo que al hacerla pública no sólo la dirigís al presidente electo (en breve nuestro nuevo Jefe de Estado), sino que con ella nos interpelás a todos. Por esa razón, quisiera contribuir con algunas ideas a tu misiva.

Comenzaré con el análisis de la situación que vive Argentina y las razones del triunfo de Macri, no porque quiera poner en cuestión dicho triunfo (el cual respeto simplemente porque es la decisión del pueblo soberano) sino porque tu análisis es estrecho, descontextualizado.

Como bien sabés, la descontextualización es la madre del cordero. Cuando prestamos atención a un objeto sin ver el marco en el cual se produce, generalmente fallamos en nuestro diagnóstico.

El triunfo de Macri se da en un contexto mundial particular. No es casual que las fuerzas neoconservadores y neoliberales avancen al unísono, no sólo en Latinoamérica, sino también en Europa y en los Estados Unidos.

El avance de la ultraderecha en Francia que se enfunda en el marco de la hegemonía neoconservadora y neoliberal del Partido Popular Europeo, y la radicalización del Partido Republicano en los Estados Unidos que mueve todo el tablero hacia la derecha de la derecha, no son datos menores.

Mientras nosotros reabrimos la discusión sobre el ALCA, y coqueteamos con desarmar el Mercosur a favor de la Alianza del Pacífico, quienes vivimos políticamente comprometidos por la lucha de los pueblos en Europa, nos enfrentamos a las amenazas de la firma (por debajo de la mesa) del TTIP. 

Por lo tanto, dudo que las razones del triunfo de Macri puedan leerse exclusivamente en términos locales.

Ni los movimientos a favor de la universalización del voto a comienzos del siglo XX, ni los movimientos de masas que expresó el Peronismo, ni la revolución libertadora, ni la Dictadura militar, ni el alfonsinismo, ni el menemismo, ni el delarruismo, ni el kirchnerismo, son fenómenos ajenos a los momentos históricos que vivió el mundo en cada una de estas etapas.

Por lo tanto, deberíamos mantenernos atentos a estos marcos, a los cambios en nuestros imaginarios locales y globales, a los avances del poder corporativo en el planeta, a las diversas resistencias que se articulan en el mundo, y ser conscientes que nuestras decisiones nacionales y regionales tienen una dimensión global ineludible.

En segundo término, el país no es sólo un terreno “fértil”, como en repetidas ocasiones te escuché afirmar, sino plenamente productivo. Las condiciones con las cuales se encuentra el macrismo son excepcionales (si pensamos en ellas en su contexto, por supuesto).

No nos olvidemos: estamos viviendo una reseción global. La crisis de las subprime y sus secuelas no se ha difuminado en el aire.

Los programas de ajuste son tremendos.

Aquellos que vivimos con los "ojos abiertos" en la Europa del ajuste y los atentados terroristas, del desempleo, los refugiados y la xenofobia, sabemos que el nivel de sufrimiento social es extraordinario y que las polarizaciones políticas e identitarias que esto suscita desborda a la ciudadanía, la cual se encuentra confundida y paralizada frente a la debacle que paulatinamente va desarmando los empoderamientos locales.

La confusión y la parálisis ha dado lugar al saqueo del esfuerzo colectivo, a la privatización de lo público, al desgüace del estado del bienestar.

Pensar de espaldas a esta situación es miope.

Un país desendeudado, que ha sabido recuperar infraestructuras cruciales, que ha tendido caminos, que ha cultivado los recursos humanos imprescindibles para el crecimiento de una alternativa económica a la mera producción de materias primas, que ha beneficiado el tendido de nuevas formas de comunicación social, que ha empoderado una comunidad y ha recuperado los valores identitarios sin caer en el chauvinismo, me parece que debe ser, no sólo valorado, sino reconocido por la actual administración.

Sin embargo, querido amigo, a algunos de nosotros nos parece que esa no es la actitud que el macrismo y la oposición ha mantenido durante los últimos años, y de ningún modo es el talante que ha transmitido a la ciudadanía en las últimas semanas.

Viví en Argentina durante cuatro años, y puedo asegurarte que no exagero cuando digo que me encontré con un país con una oposición que manufacturó su identidad recurriendo al odio y al resentimiento.

De ningún modo comparto la estigmatización solapada que hacés del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.

Muy por el contrario, estoy convencido que es una manera sesgada de quitarse de encima responsabilidad. La grieta no la inventó el kirchnerismo. Toda la imaginería mediática opositora fue una oda a la mala educación, a la ausencia del respeto en la convivencia democrática.

Si te tomaras el trabajo de volver hacia atrás y escuchar los discursos diarios que han alimentado a la población a través de los medios de comunicación dominante, reconocerías que la lógica de la confrontación no ha sido precisamente una práctica exclusiva del gobierno kirchnerista.

Todo lo contrario, la facilidad con la cual se ha insultado, maltratado, estigmatizado, perseguido a quienes piensan que los gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner y de Néstor Kirchner merecían su  apoyo ha sido sistemática.

En ciertos círculos muy próximos al núcleo del macrismo, el silenciamiento al pensamiento entonces oficialista ha sido la norma. Los extraños ataques a Página12 en los últimos seis días y la nula repercusión pública del asunto en los medios corporativos es una prueba que la genuina libertad de expresión no está entre los valores que defiende la fuerza política en la cual ponés tus esperanzas. 

Por lo tanto, me parece que no es justo decir que el macrismo entra en el juego del pasado.

El macrismo se ha alimentado del odio, del revanchismo, desde el comienzo y ha crecido a partir de esa confrontación.

Y las últimas semanas han mostrado claramente que detrás del posmo-budismo que el macrismo promueve, lo que se intenta es desempoderar y borrar de la historia estos años de gigantescos logros.
  
Pero cualquiera que tenga una pizca de memoria sabe que esto no es un fenómeno nuevo.

Ese fue el proyecto que impulsó la Libertadora a partir del 55 (olvidar a Perón), y lo que pretendió el Proceso de Reorganización Nacional a partir del 76 (hacer desaparecer las revueltas populares de los '60 y los '70): borrar el pasado, borrar las luchas populares, refundar el país.

No es casual que se haya buscado horadar el traspaso, que hayamos tenido durante doce horas un presidente que nadie votó, tratando de repetir como en un espejo invertido el fracaso de la democracia en el año 2001.

Por esa razón, no creo que no tenga importancia la entrega de los atributos.
La tiene: porque el presidente entrante, en una democracia funcional, debería saberse un presidente normal, elegido en unas elecciones normales, que recibe normalmente los atributos del poder...

Esa democracia normal podría existir. 

Pese a los gritos de fraude que se han repetido incansablemente desde el primer día y en cada convocatoria electoral por una oposición suspicaz, este gobierno devolvió a la democracia su normalidad.

Pero el nuevo gobierno no quiere normalidad, porque pretende una refundación del país. Tiene que hacernos creer que su administración es, como vos decís, "una oportunidad". 

Todos los ejes, desde la política de los derechos humanos, pasando por la política internacional, la política educativa, económica, laboral y social, están en cuestión. Se trata de un cambio de paradigma radical.

El problema es que las elecciones se ganaron con un 2% de diferencia y en segunda vuelta, y por tanto, no hay espacio político para una transformación tan radical sin producir un quiebre institucional, y es allí donde acabamos como estamos, con la manifestación clara de un país quebrado. Van a hacer lo posible por judicializar la política, por defenestrar el pasado. 

No porque Macri "entró en el juego", sino porque Macri quiere jugar ese juego, porque lo alienta y lo promueve. 

Por esa razón, creo que no podés pedirle a los kirchneristas que bajen las banderas, que abandonen sus reivindicaciones y dejen de pelear por sus convicciones. Ahora el kirchnerismo es oposición. 

Lo que te ofrezco por mi parte es una oposición muchísimo más digna de lo que nunca fue la oposición al kirchnerismo, pero, por lo que a mí me toca, no permitiré que nos pasen por arriba. 

El macrismo tiene una Corte Suprema adepta (como la tuvo Menem) unos Tribunales cortados a su medida, los medios de comunicación lo apoyan incondicionalmente. Son parte de su aparato de campaña y de gobierno. La derecha internacional está saltando en una pata. Y los lobbies de las multinacionales ocupan puestos en los mismos ministerios.


El "posmo-budismo" macrista, el cosmpolitismo cool que combina el odio y la buena onda en las redes sociales, nos pide que nos quedemos en el molde. 

Nosotros les respondemos que la democracia no empieza ni termina con ningún gobierno.

La democracia no es solamente elecciones, sino la práctica cotidiana de los pueblos en la búsqueda de una justicia social que se pisotea todos los días y que estamos obligados a defender. 

Esa búsqueda de justicia política y social no puede ser acallada ni comprada. 

Ustedes votaron a Macri.

Nosotros aceptamos los resultados y nos adaptamos a nuestro rol en esta nueva etapa: somos la oposición. 

Esto es lo que nos separa. 

Lo que nos une es la política 

De eso se trata la democracia


EL PODER Y LA GLORIA. Sobre los atributos y la legitimidad política.


Las transiciones ponen de manifiesto la debilidad de la legitimidad política de las democracias seculares modernas. Sin un Dios o algún otro fundamento, como la ley inmemorial o la constitución en un tiempo original, la legitimidad de los números es esquiva y la gobernabilidad la principal preocupación de las autoridades electas.

En este sentido, sólo me referiré tangencialmente a la telenovela de los últimos días en torno a los atributos presidenciales. Lo que me interesa, en todo caso, es explorar el tema del carisma que tanta gravitación tiene en nuestra geografía política, no sólo entre los populistas progresistas, sino también entre los candidatos de la nueva derecha, conservadora y liberal, como el mismo Mauricio Macri, quien ha sido sobre-caracterizado por uno de sus periodistas afines como una suerte de “Mandela argentino” (más allá del ridículo que supone semejante descripción) al tiempo que se lo define como una suerte de "restaurador" de un orden institucional republicano perdido, pese que ni en el distrito que gobernó (CABA), ni en sus primeras expresiones antes de asumir su rol como Jefe de Estado, haya dado muestra alguna de semejante talante. 

Muy por el contrario. Pareciera que Macri pretende poner entre paréntesis el orden institucional (en una suerte de "estado de excepción blando") con el propósito de retrotraer la política argentina (en la medida de lo posible) al status quo anterior al 2003. El propósito, según él mismo deslizó antes de las elecciones presidenciales de octubre, es borrar al Kirchnerismo de los libros de historia, convertirlo en una mera nota a pie de página.

Como señaló Cristina Fernández, la discusión en torno a los atributos esconde otra preocupación más profunda: la de la imagen de autoridad que pretende el presidente electo. A diferencia de Néstor Kirchner, cuya tarea fue restituir la figura presidencial después de un fracaso rotundo de la legitimidad política sufrida en la debacle de 2001, Macri es un presidente normal, que surge en unas elecciones normales, en circunstancias normales. La situación argentina es como la de cualquier país democrático del mundo. El contexto no es el más favorable debido a la profunda crisis multidimensional que azota a todo el globo, pero, en términos relativos, los recursos disponibles son envidiables. Prueba de ello es el sintomático (aunque también preocupante) entusiasmo internacional  suscitado por el cambio de gobierno: “hay torta para repartir”.

Todo eso significa que el macrismo tiene que hacer frente a una realidad. Los votos no alcanzan a la hora de consolidar un liderazgo político. La democracia, entendida de manera estrecha (como mera tramitación electoral) no es suficiente. Se necesitan otros aditamentos. En palabras de Agamben: "el poder y la gloria", las liturgias, los gestos sacramentales, las fuentes de legitimidad más allá de la desnuda mundanidad y el beneplácito popular frente a la gestión cotidiana. 

El kirchnerismo fue definido por sus seguidores como una anomalía (y lo fue en gran medida), aunque fruto de una historia que es posible rastrear genealógicamente para descubrir su lógica interna. Su personalidad es fruto combinado de voluntades y exigencias coyunturales. Argentina exigía una refundación. De este modo, el Kirchnerismo supo convertirse en heredero de una estirpe de gloriosas resistencias populares, imponiendo a través de ella su propia trascendencia (la "historia" tan mentada) y sus ceremonias de consagración. El macrismo está obligado a crear una ruptura en el tiempo (presentándose a sí mismo como una refundación) o aceptarse como heredero institucional de un ciclo fundado por el kirchnerismo.  

La respuesta de Cristina ante el desplante del presidente electo es interesante. Primero, porque pese a la enorme importancia que concede la mandataria a la escenificación del poder a través del contacto transparente con el pueblo, le ha señalado que no son los atributos (el lugar y la hora de la asunción: el bastón y la banda) los que le permitirán realizar plenamente lo que consiguió en las urnas: la autoridad política, sino la eficaz administración del estado para ganarse el favor del pueblo. 

De esta manera, se da la paradoja que Cristina Fernández (la presidenta populista) le señala al capo de los CEOs, cuyo discurso gira, precisamente, en pretender superar la política de las emociones y los gestos vacíos,  que preste atención a la gestión. No será a través de ceremonias que tendrá el beneplácito del pueblo, sino a través de la seria administración del Estado que ahora debe conducir. 

La bronca de Macri es sintomática. Pone de manifiesto lo que hay detrás de la pretendida transparencia zen que el periodismo adicto le ha endilgado estos días: una cuidadosa puesta en escena, una liturgia mediática que se alimenta, como en un espejo convexo, de la más pura concepción de la política en términos de confrontación. 

Hasta allí las odas al consenso. Hasta allí la pretensión de ir más allá de la grieta. Como dijo Cristina: "hasta allí llega el amor". "El amor después del amor" es la ley, la institucionalidad. Algo hacia lo cual el macrismo sólo tiene un respeto de boquilla: la disputa en torno a la continuidad de la Procuradora General del Estado, Alejandra Gils Carbó, y Martín Sabatella frente al Afsca lo demuestran con creces.



LA DESDIBUJADA OROGRAFÍA DE LA GRIETA





Deberíamos preguntarnos: ¿a qué se debe este enorme malentendido entre nosotros, esta grieta profunda que atraviesa toda la historia de nuestro país? Sólo la miopía histórica o el cinismo puede hacer creer a alguien que la última versión de esta pugna protagonizada por el Kirchnerismo es el origen de esta “eterna” disputa identitaria.

Por supuesto, podemos seguir echándonos los trastos a la cabeza los unos a los otros. Y es probable que eso sea lo que tengamos que seguir haciendo durante mucho tiempo.

Primero, porque la pugna entre nosotros es asimétrica. Ha habido anomalías, por supuesto, pero poniendo en la balanza las décadas y los siglos, la violencia de los poderosos (la violencia de las armas, pero también de las palabras cautivas) ha sido la gran triunfadora de la mayoría de las batallas. Y la prueba de ello es la desigualdad, crónica, brutal: la verdadera grieta que caracteriza a nuestra sociedad.

En segundo término, porque la política, mal que nos pese, incluso en el marco de los consensos mínimos, se caracteriza por la pugna agonística entre los contrincantes que escenifican la pluralidad de medios y de fines en una sociedad.

Incluso en casos como el nuestro, después de una década de éxitos notorios, de avances impensables en circunstancias extremas, de festejos genuinos por derechos conquistados, cada uno de esos logros, cada una de esas metas alcanzadas, cada milímetro ganado a la injusticia, puede convertirse en causa de nuestra propia sepultura. Así ocurrió en el '55, en el '76, en el '89, y aquí estamos.

Todo en la vida termina: también el ímpetu de las naciones, y el coraje de los rebeldes.

Por eso, más que nunca, toca hacerle frente a la adversidad con inteligencia. La adversidad requiere, no sólo voluntad y lucidez, sino también imaginación.

De este lado, quien puede dudarlo, están los explotadores, los amos, los victimarios, los opresores. De este otro, los explotados, los esclavos, los excluidos y expulsados, las víctimas, los oprimidos. Ese es el mundo en el que vivimos, el mundo con su grieta de hoy y de siempre. 

Ahora bien, más allá de las banderas políticas, más allá de las siglas partidarias, más allá de los reconocimientos superficiales de los unos y de los otros y las falsas lealtades, hay quienes luchan por una Patria Grande y un mundo más justo que nos incluya a todos.

Hay también quienes sólo piensan en salvar el pellejo o apropiarse de un privilegio a costa de los otros. Es aquí donde la orografía de esa grieta de la que tanto  hemos hablado en estos últimos años resulta ambigua, difícil de dibujar con precisión: los hay  de esta estirpe traicionera en todos lados, a la izquierda y a la derecha de las baterías, en el centro también y más allá. Los egoístas se pasean engreídos entre quienes explícitamente se vanaglorian de ser brutalmente eficientes e inescrupulosos, pero también se camuflan entre los que se resisten a la injusticia. Hay egoístas que pasan de todo y otros que se ufanan de servir a la humanidad. 

En estos días de transición le hemos visto la cara a muchos expresando con sus muecas la ambición que los anima.

Esa es también la historia de nuestra Argentina inmigrante: historia de socialistas convertidos en conservadores, de radicales convertidos en liberales, de peronistas reconvertidos al menemismo y de  dictadores convertidos en demócratas republicanos. Hay parias de todos los colores y de todas las formas.

Es la historia de un país que lucha por encontrarse a sí mismo, darle forma a una identidad más allá del folclore de su fútbol mundialista, su mate y su dulce de leche. Un país que todavía pugna por enumerar el canon de sus próceres. Un país desconsolado ante la paradoja de su retórica fundacional de libertad, igualdad y fraternidad, y sus cíclicas recaídas en la barbarie de la opresión, la explotación y la crueldad. 

Por supuesto, yo elijo a los desposeídos, a los explotados, a las víctimas. No me atraen las astucias y estéticas de los explotadores, ni su moral travestida: ilustrada, católica, budista o posmoderna. Yo no acompaño los proyectos eficientes a costa de la gente, ni los discursos del orden que afilan los instrumentos de la tortura.

Puede que nuestra vida humana sea sólo un instante de inteligencia fortuita en la inmensidad de la nada de un universo inerte y despiadado.

O, quizá, el obsequio de un Dios todopoderoso y bondadoso.

O, tal vez, la oportunidad inconcebible de autoconsciencia en la historia de una evolución azarosa.

Sea cual sea el trasfondo narrativo que contiene nuestro presente, las preguntas que ahora nos conciernen son:
¿Para qué esta vida humana?
¿Para qué la cultura?
¿Para que la política?
Cuando la vida no es solo biología, sino también "construcción colectiva", cultura, política, lo que nos incumbe no es sólo nuestro yo separado, independiente, atrincherado, sino el "nosotros" que nos regala un nombre y un lugar en la historia. 

Desde esta perspectiva, la única política que vale la pena es una política de la inclusión: la política del amor y del "cuidado de sí como cuidado del otro", como condición de posibilidad de la justicia.

El amor y la justicia en términos políticos significa se traducen del siguiente modo:
1. Honrar con el reconocimiento los derechos inalienables de todos.
2. Acogernos mutuamente en nuestra diferencia.
3. Ofrecer las condiciones educativas que nos hagan capaces de restringir nuestras tendencias dañinas, dar sentido a nuestras vidas individualmente y permitirnos servir al bien común.

El cuidado del otro comienza con el reconocimiento del dolor ineludible de la vida (con sus pérdidas y fracasos inherentes), la profundidad de la insatisfacción y la impotencia que nos afecta a todos. En ese contexto, la política se esfuerza por hacer nuestra convivencia pacífica, y construye un marco de libertad y justicia que le permita a nuestra comunidad contribuir con el bien común de la humanidad en su conjunto.

La alternativa a una política de este tipo es aquella que se desentiende de aquellos que se quedan en el camino, o asume su costo a regañadientes, negándose a honrar los derechos a una justa redistribución de la riqueza, apostando enteramente a la eficiencia y al éxito como valores absolutos, sin tomar en cuenta los desequilibrios y la injusticias constitutivas de un sistema que se nutre y agiganta empobreciendo y explotando.

En democracia tenemos (todos) el derecho, pero también la obligación, de juzgar qué políticas expresan el amor y el cuidado que anhelamos, y qué políticas, por el contrario, expresan el espíritu prometeico y suicida que nos está llevando a la desintegración de nuestros lazos de identidad, y a la destrucción de nuestra casa común.

Los argentinos se han puesto en manos de Mauricio Macri y sus asociados. La decisión del pueblo es soberana. El voto popular, sin embargo, no es un cheque en blanco a sus gobernantes. A quienes no lo votamos, se nos exige respeto a la democracia. Lo cual no implica que estemos obligados a silenciar nuestras desavenencias, nuestras críticas a las políticas implementadas, o el rumbo que se le impone al país. El presidente electo, por su parte, debe respetar el parejo balance de las urnas, ceñirse al mandato constitucional y a las instituciones de la República, tal como proclamó con estridencia  durante los años en los cuales actuó como opositor.  

A quienes lo votaron se les exige estar alertas. La democracia no es flor de temporada. Se hace todos los días. La política de la mercadotecnia en la que estamos sumidos nos obliga a precavernos: los envases discursivos no siempre coinciden con los contenidos de las políticas implementadas, y no todo lo que aparece en los periódicos o se anuncia en los grandes medios es palabra santa.

No es hora de juzgar que hizo el kirchnerismo en los últimos doce años.  De hacerlo, lo adecuado es asumir de manera generosa su herencia y actuar en consecuencia. Más allá de las disputas por los gestos y las formas que marcaron la agenda mediática de los últimos años, si contrastamos el presente con el fresco recuerdo de la debacle sabemos que ha sido una etapa de crecimiento, de expansión de derechos, de multiplicación de oportunidades. Entre otras cosas, hemos aprendido a querer la democracia como no supimos quererla durante muchos años, a pensar genuinamente en términos de derechos humanos, a asumir críticamente los discursos políticos y mediáticos, a mirar a nuestros hermanos y hermanas del continente con humildad y cercanía. Hemos dejado atrás la vergüenza de nuestras agachadas y silencios cómplices. Hemos abierto la puerta a la posibilidad (impensable en el 2003) de vivir en un país normal. 


El 10 de diciembre, Mauricio Macri será el nuevo presidente de los argentinos. El Kirchnerismo es la fuerza política que ha conducido al país a la posibilidad de esta transición político-institucional de envergadura. 

MÁS ALLÁ DE ÍTACA. Apuntes del día después.



Emir Sader publicaba ayer un artículo titulado: "Te estamos mirando, Argentina", advirtiendo lo que implicaría una derrota del FpV a nivel regional y mundial. Todo esto en el marco del reconocimiento de un momento de crisis del pensamiento crítico latinoamericano, después de un período de resistencias extremas del kirchnerismo y el resto de gobiernos que hemos dado en llamar "progresistas". Resistencias corajudas a la embestida populista del neoconservadurismo emergente que ha sabido cobijar todas las broncas, todos los reclamos, todos los anhelos insatisfechos.

Sin embargo, seamos sinceros: el kirchnerismo, y lo que ha parido, es auténticamente una "anomalía" (como decía Ricardo Forster). El milagro son los doce años de rotundos éxitos y sonados y valerosos fracasos de su historia, además de la fortaleza y el empeño de una parte nada despreciable de la sociedad que se mantiene alerta ante los peligros que la acechan, desde adentro y desde afuera.

Claro, no alcanza. Y entonces hay que analizar qué hemos hecho mal. Sin embargo, la autocrítica tiene que venir acompañada de sensatez. Y esa sensatez comienza con el reconocimiento de que lo que ha estado pidiendo una parte de la ciudadanía (el 51, 40% de los electores - literalmente la mitad +1) es un cambio de identidad. En breve: "quieren ser otros". No es la economía, no es la política lo que se está díscutiendo, sino la identidad.

El problema es que las identidades no pueden ponerse en el mercado de los votos sin que las mismas le pasen cuenta a las convicciones. Es inherente a la vida moral: somos seres plurales, queremos diversas cosas y no siempre son compatibles las unas con las otras. En la identidad, por ejemplo, juega más la emoción que la convicción. Todos sabemos de las traiciones a nuestras propias convicciones cuando está en juega la identidad. Por esa razón, yo prefiero leer los resultados de ayer como un "éxito relativo".

Scioli, quien fue elegido para expresar la voluntad kirchnerista en estas últimas elecciones, hizo un viaje bastante extraordinario desde octubre a esta parte, una suerte de regreso Ítaca, a la más pura ilusión del origen. Lo acompañó un pueblo que lo obligó a levantar sus banderas.

Recuerdo la última imagen de la Odisea: Ulises, finalmente, vence a sus enemigos en Ítaca, descubre que su viaje no ha terminado, porque tendrá que viajar tierra adentro en busca de su más auténtico destino. La pregunta podría formularse de este modo: pese al fracaso en las urnas, ¿a quién le debemos el triunfo que hemos logrado en la derrota?

Hay que honrar ese 48,60% que hizo el aguante. De eso no cabe duda. Y parte de la tarea consiste en hacer autocrítica. Pero la autocrítca, perdonen que lo diga de este modo, debe ser "metacrítica", para que no acabemos enroscados en minucias comunicacionales, traiciones circunstanciales y fallas organizativas o exclusivamente discursivas.

Pero para ello debemos echar una mirada inteligente al mundo en el que estamos viviendo esta escena, un mundo que ya no encaja en nuestros esquemas. No puede leerse como resultado del fin de la Guerra fría, ni como inserta en la etapa de la Guerra contra el terror. Ni siquiera encaja perfectamente en la lógica de la crisis de las sub-prime. Por supuesto, todo esto forma parte de la genealogía del presente, pero estamos en otro mundo: y la Argentina de Macri (tenemos que decirlo así) es la Argentina insertada en un mundo de escasez y violencia global que nos envuelve como un manto. Utilizando un lenguaje "viejo" que necesitamos renovar: estamos en la época del neoliberalismo en su expresión más cínica.

Pero, ¿Qué es lo que llamamos hoy "neoliberalismo"? ¿Qué acompaña cultural, espiritualmente, esta barbarie tecnocrática? Hay que seguirle la pista a la ilusión de esta identidad emergente, despreocupada de las realidades objetivas y hambrienta de un lenguaje que la interpele en primera persona: “vos, vos, vos, cada uno de ustedes”, repetió Macri en cada encuentro, capitalizando un malestar que nos acecha a todos.

¿Cómo responder a esa "nueva espiritualidad" política? ¿Es posible entablar un diálogo creativo con ella? ¿O es preciso desarmarla? ¿Podemos reinventarnos asumiendo esa cultura soft en las formas, llenándola de un contenido militante fuerte, de manera análoga a lo que hizo el macrismo, que se apropió de las flores para usarlas como cachiporras? ¿Qué pasa con nuestras liturgias y palabras heredadas? ¿Cómo rearticularlas para que sean otra vez comprensibles para quienes exigen un nuevo estilo, para aquellos que se miran en el espejo de la transparencia y la pureza lúdica, sin que ello implique renunciar a nuestras convicciones?

En definitiva: ¿Quiénes somos? ¿En qué nos convertiremos ahora que hemos de ir más allá de nuestra Ítaca? Creo que ese es, al fin y al cabo, lo que nos toca. Lo más urgente. Redefinirnos. El pasado es eso, pasado. Forma parte de nuestra historia. Tenemos que pensar hacia dónde queremos ir, recogiendo nuestra parte y animándonos a ser otros sin dejar de ser nosotros mismos.

PODEMOS



Uno podría pensar que en la era de la globalización no es preciso desplazarse físicamente para entender lo que ocurre en un país. Bastaría con abrir el ordenador y merodear por las páginas de noticias para comprender lo que anda pasando en el mundo. Las cosas, sin embargo, no son tan sencillas. El blindaje periodístico es escandaloso. Los de aquí y los de allá atenazan la conciencia de los ciudadanos, descontextualizando sus circunstancias, recortando el presente de toda su historia con una estrategia esmerada de desinformación.

De regreso en Europa, después de cuatro largos y jugosos años en Argentina, aprendiendo de la movilización social, la militancia política, y vacunado ante el desparpajo de la “prensa libre” que el capital blande como una de sus armas más mortíferas, resulta difícil no hacer comparaciones. Sabemos que las comparaciones son odiosas, pero también que son inevitables.

No entraré en los detalles por todos más o menos conocidos. La situación económica, social y política en el sur de Europa se deteriora de manera vertiginosa. Los gobiernos de turno, pese al enfado de la sociedad y la crisis de legitimidad democrática, siguen empeñados en cumplir con el mandato que se les ha impuesto desde fuera: facilitar el desguace del Estado de bienestar a través de un acerado proceso de desinversión pública y una catarata de privatizaciones y capitalización vía subvenciones directas e indirectas a bancos y empresas. No empañan la tarea los escándalos políticos ni las luchas por la identidad que se asoman en varios rincones de la geografía mediterránea. En muchos sentidos, los escándalos y los nacionalismos sirven como cortina de humo. Y con ello no pretendo, ni deslegitimar los anhelos independentistas, ni minimizar la gravedad de la corrupción política.

Ahora bien, en el horizonte político español se ha asomado una organización que amenaza con entusiasmar a una parte importante del variopinto espectro de indignados que se vienen multiplicando ante el espectáculo de injusticia e impunidad cotidiana. Me refiero a PODEMOS, cuyo objetivo gira en torno a tres ejes: (1) el saneamiento moral de la política; (2) la reconstitución del tejido social a través de una política económica neo-keynesiana que conlleva generosa inversión pública acompañada de una política fiscal equitativa en un horizonte redistributivo; y (3) la reconfiguración del imaginario social a través de una revolución cultural que recupere los debilitados lazos comunitarios de una sociedad golpeada por el virus de la ideología neoliberal.

El ascenso sorpresivo de la nueva sigla PODEMOS, que al comienzo no era más que una curiosidad mediática mimada por el propio establishment periodístico como una novedad atractiva para su grilla de espectáculos, no ha tardado en producir violencia discursiva. Porque la posibilidad (ahora ya no tan lejana) de que PODEMOS hegemonice la izquierda y el centro indignado del electorado ha puesto a sus contrincantes con los pelos de punta. El asedio mediático comienza a resultar grotesco. Por un lado, se multiplican las editoriales incendiarias, las comparaciones perversas, las falsas denuncias, las sesudas interpretaciones divisivas para confundir a los ciudadanos. Por el otro, paulatinamente se silencia a sus representantes, se les expulsa del espacio público. Donde antes nos encontrábamos con la voz de Pablo Iglesias, por ejemplo, ahora encontramos la de alguno de sus intérpretes periodísticos, quien se empeña en recortarlo, distorsionarlo, ridiculizarlo, etc. Expertos tertulianos y académicos con títulos diversos, enumeran debilidades y peligros. La palabra de PODEMOS se corta y se pega y se ofrece a la esfera pública de manera terminante: Podemos es lo de siempre, pero mucho peor. Es un engaño. Con bravura nos recuerdan: nada va a cambiar, nada puede cambiar, porque nada debe cambiar. Cualquier expresión contraria puede ser utilizada en su contra: “Populismo”.

La palabra está en boca de todos. “Populismo” es el insulto que se reparte a diestra y siniestra a quienes “radicalizan” los problemas y exponen sus alternativas al modelo de saqueo impuesto por el capital transnacional en complicidad con los jerarcas europeos y sus capataces locales. “Populismo” es el “cuco” (el fantasma) que se le echa a la sociedad para blindarla ante la retórica de revuelta democrática que suscita una política forjada en la escucha de los movimientos liberacionista de otras latitudes, que supo interpretar la crisis del 2008 como otra fase del capitalismo catastrofista.

Acusado de chavista, fidelista y también (recientemente) camporista, PODEMOS es la expresión de otra Iberoamérica. No la del Rey Juan Carlos y los sucesivos títeres que asumieron la presidencia posfranquista. PODEMOS es la expresión de una resistencia política global de los de abajo, que habiendo comprendido las limitaciones de la movilización social, ha madurado una alternativa política.

BARTOLOMÉ Y EL PUEBLO IGNORANTE


Hace unos días, el director del diario La Nación, Bartolomé Mitre, ofreció una entrevista a la revista brasileña Veja. De acuerdo con el director del diario centenario, el gobierno de Cristina Fernández es una “dictadura con votos”. Los pobres votan a Cristina porque están desinformados y porque el gobierno hace todo lo posible para mantenerlos en una condición cuasi-analfabeta. De acuerdo con Mitre, la Argentina ha dejado de ser un país culto. Hay una élite que utiliza su sapiencia, y una gran masa de ignorantes que votan a personajes como Néstor Kirchner y Cristina Fernández. De esta manera, se reproduce la tiranía de las mayorías. 

El concepto es interesante, y pone al descubierto el trasfondo ideológico, xenófobo, que hay detrás de una buena parte de los caceroleros que se congregaron en estos días alrededor del obelisco. Es una expresión que se hace eco de un sentimiento muchas veces expresado por un conjunto de ciudadanos, pagados de sí, en muchos casos de poquísimas luces, que pretenden, contra toda evidencia, pertenecer a la élite cultural del país. 

Más allá del hecho incontestable de ser únicamente una clase imitativa, profundamente mediocre desde el punto de vista intelectual y de escasa imaginación, obsesionada por seguir a pie juntillas los mandatos que le vienen de fuera, las declaraciones de Mitre resultan inquietantes, por un lado, pero explicativas.

Por lo tanto, deberíamos tomar nota, porque, nosotros, quienes hemos insistido en la necesidad de una articulación, de una explicitación, de la ideología de las derechas locales, abocada en estos últimos años a camuflar sus convicciones políticas reaccionarias y antidemocráticas, su adhesión al modelo neoliberal de organización socio-económica y su moralismo ultraconservador, festejamos que un representante importante del aparato mediático que sostiene electoralmente a esta derecha, se atreva a dejar de jugar a la virginidad ideológica y nos muestre sus ideas sin disfraces.
  
A nadie debería sorprenderle la coincidencia en el tiempo de estas declaraciones de Mitre para la revista Deja y las recientes del CEO de Clarín, Héctor Magnetto, emitidas desde Uruguay. La estrategia discursiva es defensiva, ante la inminencia de la aplicación de una ley de la democracia que pone coto a la hegemonía monopólica de estos medios en el mercado audiovisual. 

Sin embargo, los argumentos utilizados por Mitre no hacen más que blanquear un sentimiento extendido entre muchos ultra-opositores del actual gobierno que viven la democracia con malestar. Para muchos de ellos sería mejor erradicarla (como ocurrió durante la dictadura del 76-83), readecuarla para hacerla inane (como en las las falsas democracias que se sucedieron a partir de la llamada "Revolución libertadora" en la cual fue sistemáticamente proscripta la candidatura apoyada por el pueblo), o engañando a la ciudadanía para que vote en contra de sus propios intereses (como ocurrió en la era menemista), utilizando para ello el engaño sistemático y la extorsión con el propósito de saquear el Estado.  Paradogicamente, estos son los que supuestamente defienden la "libertad de expresión" en la Argentina.

LA VERDADERA ARROGANCIA


Hace unas horas me ocurrió lo siguiente: Estaba con mi hijo de seis años en una cafetería,  cuando apareció la presidente Cristina Fernández en la pantalla de la TV. El canal que transmitía el discurso desde Santa Fe era Todo Noticias (TN). En cuanto la presidente apareció, un señor bien empilchado comenzó a gritar: "Morite yegua, morite. A vos y a todos los montoneros que te acompañan los vamos a liquidar", y otras cosas por el estilo. La gente en distintas mesas festejaron la ocurrencia del tipo. Lo cual lo animó a seguir insultando: "Hay que matarlos a todos. No aguanto más. No puedo esperar a que se termine".

Cansado de escuchar sus bestialidades y asqueado ante la evidente complicidad de la gente que lo rodeaba (incluido el dueño del local, que detrás de la caja se divertía con las ocurrencias, me levanté, dejé un billete sobre la mesa que cubría el gasto de mi consumición y le dije al tipo que no teníamos por qué escuchar sus insultos, que era un maleducado. La gente se puso de su lado apenas lo escuchó. "¿Sos K?", me gritó el desgraciado. Y me hizo el gesto que le enseñó Lanata, mientras el resto se reía. Alcancé a escuchar que alguien decía: "Son un asco" (se referían a los K, evidentemente). Eran unas siete u ocho personas, hombres y mujeres, que ahora me insultaban desde detrás del cristal, y yo estaba con mi hijo. Era gente adulta, bien vestida, de esas que vimos en la marcha del 8N y que se ufana de ser "civilizada", "educada" y cordial, que no tira papelitos en la calle, que va a las marchas porque quiere y no porque les pagan, que no corta el tránsito (lo cual demuestra que no son como otros "gronchos" piqueteros), y otras peculiaridades diversas. Era esa gente que se llena la boca con la intolerancia K y la dictadura montonera de La Campora, pero no tiene problemas en cagar a trompadas a periodistas (vimos unos cuantos el otro día, hábilmente invisibilizados por los medios). Mi hijo y yo salimos aturdidos de ese bar de Martínez donde quedó demostrado hasta qué punto nuestros temores no eran infundados.

Cuando me subí al automóvil, en la radio sonaba La Cornisa, el programa de Luís Majul. Un consultor de Poliarquía, la encuestadora del diario La Nación, con total desparpajo, ponía en duda el triunfo electoral de Cristina Fernández. Decía que había habido fraude, y que si ganaba en 2013 sólo podía entenderse por fraude (es evidente que el pueblo ya no la quiere). Y luego llamaba a los opositores (otra vez) a unirse para evitar el fraude. Como si Cristina Fernández hubiera ganado las elecciones por unos cuantos votos robados en alguna mesa no fiscalizada y no por 30 puntos de diferencia (lo cual, recordemos, suma algunos millones de votos). En fin, quieren incendiar el país. Quieren llevarnos a una guerra. Luís Majul concluyó su entrevista con el consultor de Poliarquía con una frase rotunda: "Este dato es importante".

No les importa nada, excepto defender sus propios intereses (lo cual destituye a la política). Hace muchos años que la sociedad argentina es arrastrada por las narices a creer cualquier cosa. Nos incendian el país con cualquier verdura.

Por supuesto, estoy seguro que hubo mucha gente bienintencionada que fue a la manifestación del otro día. Iban porque tocaba, porque iban todos, por la seguridad, el 82% móvil, la corrupción, los modales de Cristina, el derecho a comprar dólares, las ganas de protestar, la basura acumulada en la puerta de su casa, las inundaciones recientes, la frustración de no tener a nadie que te represente, contra la televisión pública, los modales de Moreno, las ganas de comprar productos importados que no llegan, los precios en los supermercados, el fin de los juicios de lesa humanidad, contra los programas sociales, la guita del Anses, el voto a los 16, los impuestos al campo, el ABL en la ciudad de Buenos Aires, el negraje de la Villa 31, la desprolijidad social que trajo consigo este gobierno de patanes. En fin, las razones fueron muchas, variadas, contradictorias. Por mi parte, qué puedo decir. Está bien. La gente tiene derecho a decir lo que se plazca. Por qué no. Mientras no atente contra las instituciones o incite a la violencia, está todo bien. Sinceramente, me algro que en este país puedan ocurrir estas cosas sin tener que ver a la policia montada rodeando a los manifestantes, como ocurre en otras latitudes. 

Pero manifiestarse no es sólo un derecho, tenemos que hacernos cargo de lo que hagan con nuestra manifestación. Y lo que están haciendo, y lo que van a hacer con lo que hicimos, no va a ser precisamente algo que merezca nuestros elogios.

Hoy miraba un videito estilo "Coca-cola es así" que colgaron en Facebook, que hablaba de los bonitos caceroleros y su lucha por la libertad, con un toque de publicidad "Benetton" ensalzando una falsa diversidad y pensé: "Nos venden la política como si fuera la última bondiola de moda", y somos tan giles que todavía nos damos el tupé de decir: "No me trajo nadie, vine porque quise". En verdad, me entristece. Porque después salimos a la calle y linchamos al primero que encontramos. Lo hicimos antes y lo seguimos haciendo y lo seguiremos haciendo, y eso es triste.

NO ME DIGAS QUE SOMOS UN PUEBLO

Milei viaja a España para apoyar a la extrema derecha, a esa derecha franquista y neoliberal que busca derrocar al gobierno de Pedro Sánchez...