Ayer Página12 publicó una nota sobre algo que advertimos en su momento. Pese a la importancia de la cuestión, no fueron muchos los medios que se hicieron eco de la información: a partir del testimonio y denuncias realizadas por un eurodiputado, la Organización Mundial de la Salud (OMS) en la “carne” de uno de sus directivos (el director adjunto Keiji Fukuda), está siendo investigada por el Consejo de Europa en Estrasburgo por supuestas exageraciones en los diagnósticos que promovieron las compras masivas por parte de los Estados miembros de las vacunas para enfrentar la gripe A. Algo similar había ocurrido durante la supuesta pandemia de la gripe aviar. Por lo tanto, el fenómeno no es nuevo.
En primer lugar, recordemos que entre las curiosas anécdotas que nos regaló la presente “pandemia”, una que resulta particularmente interesante es la que gira en torno al modo en el cual algunos medios de información corporativos atacaron violenta y repetidamente a quienes se convirtieron en portavoces de las denuncias de manipulación mediática que las empresas farmacéuticas estaban imponiendo sobre la opinión pública con el fin de realizar el lucrativo negocio.
Un ejemplo grotesto de esta estrategia de descrédito la protagonizó el diario El País de España, que incluso tuvo que ofrecer disculpas por la reacción masivamente negativa que produjo entre sus lectores una nota humillante sobre la monja benedictina que se hizo famosa por sus investigaciones respecto al asunto divulgados por internet.
Ahora que ha pasado el ruido mediático, la justicia nacional y la política europea se ha visto obligada a tomar cartas en el asunto. Se han descubierto conexiones sospechosas entre la OMS y las corporaciones farmacéuticas y documentación que compromete a la organización en la campaña “publicitaria” que mantuvo atemorizado al planeta durante varios meses que, como hemos dicho, permitió y justificó, en medio de una profunda crisis económica-financiera la transferencias de importantes cantidades de dinero del sector público al sector privado en forma de venta de millones de dosis de vacunación. Aunque un porcentaje importante de pedidos se ha suspendido, sigue siendo un negocio estupendo lo sucedido.
La gripe, como una tormenta, ha pasado sin dejar rastro en nuestra memoria. Pero haríamos mal en permitir que las escenas vividas durante aquellos días se esfumaran de nuestra conciencia sin sopesar antes bien el significado de las mismas. Debemos parar, recoger nuestra mirada y pensar en el asunto. De otro modo, la aceleración mediática nos hace presas fáciles, una y otra vez, de las estrategias que ponen en funcionamiento los poderosos. Recordemos que no sólo en los estamentos internacionales, sino también en la política nacional y local, las repercusiones de la gripe fueron utilizadas para sacar diversos tipos de ventajas.
Pensando en este asunto, hay dos cuestiones que me gustaría recalcar. En primer lugar, creo que debemos tomar conciencia que las sospechas que ha provocado la actuación de la OMS son particularmente preocupantes si tomamos en consideración que la mayoría de las agencias nacionales de salud tomaron decisiones de acuerdo con los diagnósticos y recomendaciones de dicha organización. El encadenamiento burocrático, en efecto dominó, permitió ejecutar una estrategia manipulativa llevando falsa información desde lo más alto de las jerarquías burocrático-corporativas hasta el último rincón de servicios educativos y sanitarios, afectando de ese modo la vida de los individuos de maneras difícilmente mensurables.
Por lo tanto, la primera cuestión que me preocupa gira en torno al modo en el cual la difuminación de la frontera entre las funciones del estado-burocrático y la corporación-capitalista amenaza hoy más que nunca a colonizar los últimos rincones del mundo de la vida.
La segunda cuestión gira en torno a un pronunciado olvido. Peter Berger y Th. Luckmann adelantaron en los años 60 la noción de “cosificación” en el ámbito de la teoría social. Aquí cosificación se refiere a un fenómeno bastante común. Dice Berger y Luckmann:
“La cosificación es la visión de los productos humanos como si fueran otra cosa que productos humanos: como si fueran hechos naturales, como consecuencias de leyes cósmicas o manifestaciones de una voluntad divina. La cosificación implica que el hombre es capaz de olvidar su autoría del mundo humano.”
Esta noción tiene especial relevancia para el asunto que estamos tratando. Recordemos que la gripe en cuestión, que fue conocida en primer término como gripe “porcina”, no es producto de una circunstancia meramente natural, de un accidente ocurrido independiente de la actividad del hombre, sino todo lo contrario, que dicha gripe tuvo origen en la manipulación inapropiada y largamente denunciada de algunos mataderos de cerdos en las megafactorias mexicanas cercanas a la frontera estadounidense donde las grandes corporaciones del sector han decidido deslocalizar sus instalaciones a fin de esquivar la legislación preventiva que existe en los Estados Unidos.
Aquí la noción de cosificación resulta muy apropiada, como resulta apropiada la utilización de dicha categoría para pensar catástrofes como las ocurridas en estos días en Haiti, en la que además de la desgraciada ocurrencia del terremoto, la mano del hombre ha fabricado las condiciones necesarias para que el suceso natural pudiera potencializar sus efectos. Pero también es apropiado para pensar otras circunstancias, como es el conflicto palestino-israelí, o la guerra en Irak y Afganistan, que a muchos de nuestros contemporáneos se les aparece como si fueran designios que son ajenos a las voluntades humanas, producto de alguna maldición divina, o de la dotación genética o racial de los habitantes de esos lares.
Pero, definitivamente, no es así. Todos estos terribles acontecimientos son productos del quehacer humano, de decisiones que toman los seres humanos, muchas veces enmascarados y atrapados en sus roles corporativos o burocráticos, como parte de un mecanismo demoledor que es incapaz de pensar con un entendimiento no instrumental las circunstancias con las que se enfrenta.
LA DISPUTA DE LOS HISTORIADORES
Hoy me gustaría decir algunas cosas sobre el pasado colectivo a la luz de algunas “soluciones terapéuticas” a las que estamos acostumbrados en el ámbito privado.
Creo que no me equivoco si digo que cierta comprensión derivada del freudismo ha sabido imponer a nuestra cultura la idea de que el pasado debe ser “superado” y que esa superación pasa por enfrentar primero, y luego “aprender a olvidar”.
En este sentido, el pasado es una suerte de fantasma, de quimera, que el analista nos ayuda a confrontar con el propósito de despotenciar.
En estos días tan llenos de confusión y rabia que transita la Argentina, una parte de la ciudadanía alega argumentos análogos en relación a los juicios por crímenes de lesa humanidad que se juzgan en nuestros tribunales.
El ex-presidente y ahora candidato Duhalde ha inflamado el debate aludiendo a la extensión del tiempo transcurrido como alegato a favor de una amnistía, el perdón y el olvido que la sociedad argentina se debe a sí misma como requisito indispensable para poder encarar el futuro.
Permítanme ahora dos palabras respecto a un debate, relevante para el asunto que nos convoca, que ocurrió durante la década de los años ochenta en Alemania, que fue bautizado con el nombre de la “disputa de los historiadores”.
De acuerdo con los llamados “revisionistas” en esta disputa, entre los cuales se encontraba Ernst Nolte, el Nacionalsocialismo debía entenderse en el contexto de la necesidad del pueblo alemán de combatir el comunismo. De tal suerte, decía Nolte, que el exterminio de judíos podía interpretarse como una “copia” de las purgas estalinistas. Auschwitz, de acuerdo con esta perspectiva, no era más que un ejemplo de innovación técnica suscitado por el temor de los nazis a convertirse ellos mismos en víctimas de la agresión comunista.
Como puede comprobarse, la argumentación revisionista de Nolte guarda un estrecho paralelismo con la noción de los dos demonios con la que justifican sus crímenes quienes se plegaron a la doctrina de la “Seguridad Nacional”. De acuerdo con esta línea de pensamiento, la estrategía de torturas, desaparición de personas y sustracción de identidad acometida por la dictadura militar de manera sistemática y festejada por una parte de la sociedad civil que se benefició con dichas estrategias y aún permanece legal y moralmente impune, no sería más que el producto del temor a caer en manos de los comunistas, y los centros clandestinos donde se cometían estos crímenes horrendos contra la humanidad, no serían sino un espejo de los que los propios “izquierdistas" realizaban.
A este pasado, nos dice la mirada terapéutica, es necesario responder con el olvido o con el “perdón” colectivo.
Con respecto al perdón invocado hace algunas semanas por Diego Guelar (PRO), cabe recordarle que éste (el perdón) es un acto personalísimo que sólo está facultado a ofrecer la víctima, sin coacción alguna. El perdón no puede ser otorgado burocráticamente por la ley, porque no pertenece al orden del discurso judicial, sino al orden moral de las personas.
Al olvido o “superación” terapéutica, cabe responder como hiciera Habermas en su momento respecto a los revisionistas, recordando la deuda que la actualidad tiene contraida con el pasado en el contexto de una solidaridad entre “los nacidos después y los que los han precedido, una solidaridad con todos los que por la mano del hombre, han sido heridos alguna vez en su integridad corporal o personal.
Esa solidaridad sólo puede testimoniarse y generarse por la memoria.
Creo que no me equivoco si digo que cierta comprensión derivada del freudismo ha sabido imponer a nuestra cultura la idea de que el pasado debe ser “superado” y que esa superación pasa por enfrentar primero, y luego “aprender a olvidar”.
En este sentido, el pasado es una suerte de fantasma, de quimera, que el analista nos ayuda a confrontar con el propósito de despotenciar.
En estos días tan llenos de confusión y rabia que transita la Argentina, una parte de la ciudadanía alega argumentos análogos en relación a los juicios por crímenes de lesa humanidad que se juzgan en nuestros tribunales.
El ex-presidente y ahora candidato Duhalde ha inflamado el debate aludiendo a la extensión del tiempo transcurrido como alegato a favor de una amnistía, el perdón y el olvido que la sociedad argentina se debe a sí misma como requisito indispensable para poder encarar el futuro.
Permítanme ahora dos palabras respecto a un debate, relevante para el asunto que nos convoca, que ocurrió durante la década de los años ochenta en Alemania, que fue bautizado con el nombre de la “disputa de los historiadores”.
De acuerdo con los llamados “revisionistas” en esta disputa, entre los cuales se encontraba Ernst Nolte, el Nacionalsocialismo debía entenderse en el contexto de la necesidad del pueblo alemán de combatir el comunismo. De tal suerte, decía Nolte, que el exterminio de judíos podía interpretarse como una “copia” de las purgas estalinistas. Auschwitz, de acuerdo con esta perspectiva, no era más que un ejemplo de innovación técnica suscitado por el temor de los nazis a convertirse ellos mismos en víctimas de la agresión comunista.
Como puede comprobarse, la argumentación revisionista de Nolte guarda un estrecho paralelismo con la noción de los dos demonios con la que justifican sus crímenes quienes se plegaron a la doctrina de la “Seguridad Nacional”. De acuerdo con esta línea de pensamiento, la estrategía de torturas, desaparición de personas y sustracción de identidad acometida por la dictadura militar de manera sistemática y festejada por una parte de la sociedad civil que se benefició con dichas estrategias y aún permanece legal y moralmente impune, no sería más que el producto del temor a caer en manos de los comunistas, y los centros clandestinos donde se cometían estos crímenes horrendos contra la humanidad, no serían sino un espejo de los que los propios “izquierdistas" realizaban.
A este pasado, nos dice la mirada terapéutica, es necesario responder con el olvido o con el “perdón” colectivo.
Con respecto al perdón invocado hace algunas semanas por Diego Guelar (PRO), cabe recordarle que éste (el perdón) es un acto personalísimo que sólo está facultado a ofrecer la víctima, sin coacción alguna. El perdón no puede ser otorgado burocráticamente por la ley, porque no pertenece al orden del discurso judicial, sino al orden moral de las personas.
Al olvido o “superación” terapéutica, cabe responder como hiciera Habermas en su momento respecto a los revisionistas, recordando la deuda que la actualidad tiene contraida con el pasado en el contexto de una solidaridad entre “los nacidos después y los que los han precedido, una solidaridad con todos los que por la mano del hombre, han sido heridos alguna vez en su integridad corporal o personal.
Esa solidaridad sólo puede testimoniarse y generarse por la memoria.
LA PRENSA Y LA BANCA
Nos enteramos que el presidente Obama va a tener algunos problemas (reales o dramatizados) con la banca en vista a su decisión de efectivizar parte de la regulación prometida durante su campaña. Dicen que dicen que le espera un afiebrado combate con los poderosos del sector financiero que no quieren que dichas políticas se expandan a la comunidad europea.
Mientras tanto, la prensa internacional ha puesto un grito al cielo para defender el derecho a la libertad de expresión en países como Venezuela y Bolivia. Lo que se pone en entredicho es la legitimidad de los gobiernos democráticos a implementar códigos reguladores que pongan coto a ciertas prácticas informativas desestabilizadoras en manos de los poderes corporativos que ponen en jaque la soberanía popular.
Puede que resulte extraños a algunos que equiparemos estas dos circunstancias. Quienes se extrañan tienen, cuanto menos, una muy breve memoria histórica. A modo de ilustración, recordemos que la primera guerra de Irak se caracterizó, entre otras cosas, por la importancia que concedió la Administración Bush a eliminar de las pantallas de sus conciudadanos cualquier referencia explícita a la muerte de sus propios soldados. Hasta hace bien poco, la prensa norteamericana había aceptado obedientemente la consigna de no mostrar los cadáveres de los soldados llegados a territorio estadounidense a fin de minimizar el derrotismo de la nación.
Otro dato interesante es el que nos regaló Donald Rumsfeld cuando promocionaba su “guerra contra el terror”. Descarado, el poderoso personaje ofreció a los periodistas e intelectuales del mundo importantes recompensas pecuniarias por sus esfuerzos por mejorar la imagen esdaounidense en el mundo.
En vista de esto, no nos queda más remedio que reconocer que el terreno donde debatimos la cuestión de la llamada libertad de expresión se encuentra muy embarrado. Las denuncias sobre el depotismo blando (y no tan blando) de las democracias occidentales es tan antiguo como Tocqueville. Por lo tanto, blandir un principio abstracto a la cara de nuestros contrincantes políticos resulta absurdo si lo que deseamos es alcanzar algún acuerdo en torno a las situaciones que nos incumben.
Recordemos que hace bien poco se produjo un golpe de estado en Honduras. Que pese a las muchas apariencias de indignación, la comunidad internacional acabó aceptando y promoviendo el status quo. Nadie piensa en invadir Honduras para reestablecer a su legitimo presidente e investigar la violación de derechos humanos. Recordemos que desde la clausura de la base militar en Ecuador, que siguió al ataque perpretado por el ejercito Colombiano, se han instalado y reforzado en Latinoamérica 12 bases militares que amenazan a Venezuela. Recordemos que el congreso de los EEUU ha otorgado más de 100 millones de dólares a grupos opositores del gobierno de Chávez para financiar sus actividades antigubernamentales (imaginemos que el gobierno iraquí ofrece a sus organizaciones 100 millones de dólares para financiar campañas en los EEUU en contra de la política antiterrorista del gobierno de turno).
Una actitud crítica necesita de un doble movimiento:
1.Lo primero es generar una suerte de “extrañamiento” ante el mundo en que vivimos. Eso significa que enfrentamos las circunstancias históricas que nos tocan vivir con ingenuidad, haciendo preguntas incómodas, preguntas similares a las que realizan los niños cuando se enfrentan a las contradicciones de sus padres.
2.Una vez hemos puesto en evidencia dichas contradicciones, volvemos a la realidad en posesión de una mirada renovada, que nos permita pensar el mundo por nosotros mismos.
Con respecto a la banca y la prensa. Puede que en otros momentos históricos fuera extremadamente importante proteger a la opinión pública, protegiendo los medios de comunicación (periodiquitos de muy baja circulación, por ejemplo) que tenían a su disposición para enfrentarse al poder soberano del rey o al poder burocrático-estatal militarizado. Pero las circunstancias han cambiado.
Las grandes corporaciones mediáticas no sólo se encuentran plenamente comprometidas con intereses que no nos conciernen como ciudadanos de a pie, sino que ellas mismas resultan el principal peligro para la libertad de expresión. En buena medida, parte del deterioro de las democracias occidentales tienen en su raíz el modo en el cual el capital ha colonizado, como diría Habermas, el mundo de la vida y acampado sobre el sistema burocrático-estatal.
1.¿A quiénes representan estas corporaciones mediáticas? No a la verdad, tan desprestigiada, la pobre, después de décadas de postmodernismo emancipador/silenciador.
2.Después de la crisis y el saqueo de los fondos públicos, acompañado del consabido costo social, ¿qué legitimidad tiene la demanda de los bancos financistas a exigir que el Estado contenga sus ánimos regulatorios ahora (dicen) que la crisis de crecimiento ha comenzado a menguar (lo cual no quiere decir que la crisis social que vive el planeta esté a la vista de desaparecer, sino todo lo contrario)?
Ofrezcámosle al mundo la mirada ingenua que se merece, y volvamos renovados para enfrentar estas preguntas.
Mientras tanto, la prensa internacional ha puesto un grito al cielo para defender el derecho a la libertad de expresión en países como Venezuela y Bolivia. Lo que se pone en entredicho es la legitimidad de los gobiernos democráticos a implementar códigos reguladores que pongan coto a ciertas prácticas informativas desestabilizadoras en manos de los poderes corporativos que ponen en jaque la soberanía popular.
Puede que resulte extraños a algunos que equiparemos estas dos circunstancias. Quienes se extrañan tienen, cuanto menos, una muy breve memoria histórica. A modo de ilustración, recordemos que la primera guerra de Irak se caracterizó, entre otras cosas, por la importancia que concedió la Administración Bush a eliminar de las pantallas de sus conciudadanos cualquier referencia explícita a la muerte de sus propios soldados. Hasta hace bien poco, la prensa norteamericana había aceptado obedientemente la consigna de no mostrar los cadáveres de los soldados llegados a territorio estadounidense a fin de minimizar el derrotismo de la nación.
Otro dato interesante es el que nos regaló Donald Rumsfeld cuando promocionaba su “guerra contra el terror”. Descarado, el poderoso personaje ofreció a los periodistas e intelectuales del mundo importantes recompensas pecuniarias por sus esfuerzos por mejorar la imagen esdaounidense en el mundo.
En vista de esto, no nos queda más remedio que reconocer que el terreno donde debatimos la cuestión de la llamada libertad de expresión se encuentra muy embarrado. Las denuncias sobre el depotismo blando (y no tan blando) de las democracias occidentales es tan antiguo como Tocqueville. Por lo tanto, blandir un principio abstracto a la cara de nuestros contrincantes políticos resulta absurdo si lo que deseamos es alcanzar algún acuerdo en torno a las situaciones que nos incumben.
Recordemos que hace bien poco se produjo un golpe de estado en Honduras. Que pese a las muchas apariencias de indignación, la comunidad internacional acabó aceptando y promoviendo el status quo. Nadie piensa en invadir Honduras para reestablecer a su legitimo presidente e investigar la violación de derechos humanos. Recordemos que desde la clausura de la base militar en Ecuador, que siguió al ataque perpretado por el ejercito Colombiano, se han instalado y reforzado en Latinoamérica 12 bases militares que amenazan a Venezuela. Recordemos que el congreso de los EEUU ha otorgado más de 100 millones de dólares a grupos opositores del gobierno de Chávez para financiar sus actividades antigubernamentales (imaginemos que el gobierno iraquí ofrece a sus organizaciones 100 millones de dólares para financiar campañas en los EEUU en contra de la política antiterrorista del gobierno de turno).
Una actitud crítica necesita de un doble movimiento:
1.Lo primero es generar una suerte de “extrañamiento” ante el mundo en que vivimos. Eso significa que enfrentamos las circunstancias históricas que nos tocan vivir con ingenuidad, haciendo preguntas incómodas, preguntas similares a las que realizan los niños cuando se enfrentan a las contradicciones de sus padres.
2.Una vez hemos puesto en evidencia dichas contradicciones, volvemos a la realidad en posesión de una mirada renovada, que nos permita pensar el mundo por nosotros mismos.
Con respecto a la banca y la prensa. Puede que en otros momentos históricos fuera extremadamente importante proteger a la opinión pública, protegiendo los medios de comunicación (periodiquitos de muy baja circulación, por ejemplo) que tenían a su disposición para enfrentarse al poder soberano del rey o al poder burocrático-estatal militarizado. Pero las circunstancias han cambiado.
Las grandes corporaciones mediáticas no sólo se encuentran plenamente comprometidas con intereses que no nos conciernen como ciudadanos de a pie, sino que ellas mismas resultan el principal peligro para la libertad de expresión. En buena medida, parte del deterioro de las democracias occidentales tienen en su raíz el modo en el cual el capital ha colonizado, como diría Habermas, el mundo de la vida y acampado sobre el sistema burocrático-estatal.
1.¿A quiénes representan estas corporaciones mediáticas? No a la verdad, tan desprestigiada, la pobre, después de décadas de postmodernismo emancipador/silenciador.
2.Después de la crisis y el saqueo de los fondos públicos, acompañado del consabido costo social, ¿qué legitimidad tiene la demanda de los bancos financistas a exigir que el Estado contenga sus ánimos regulatorios ahora (dicen) que la crisis de crecimiento ha comenzado a menguar (lo cual no quiere decir que la crisis social que vive el planeta esté a la vista de desaparecer, sino todo lo contrario)?
Ofrezcámosle al mundo la mirada ingenua que se merece, y volvamos renovados para enfrentar estas preguntas.
COMO SE FABRICA INFORMACIÓN o el modelo de abracadabra de la nueva ética periodística.
Lo primero es presentarle con la noticia en cuestión. Para ello, ofrezco a continuación el título elegido por EL PAÍS de España para "describir" el suceso:
MUERE UN ESTUDIANTE EN UNA MANIFESTACIÓN EN VENEZUELA
Al titular le sigue el siguiente encabezado:
Varias ciudades venezolanas son escenario de protestas a favor y en contra el cierre de un canal de televisión contrario al Gobierno.- Nueve policías han resultado heridos en la ciudad de Mérida
Una nota similar fue publicada por el diario LA NACIÓN de la Argentina. Es muy probable que notas similares hayan sido reproducidas en la mayoría de los medios corporativos que profesan con entusiasmo su antichavismo a costa de la verdad.
Mi intención en este post es pedagógica. Lo que vale para esta nota sirve también a la hora de enfrentar otras informaciones vertidas por estos u otros rotativos y empresas audiovisuales.
En la foto elegida para ilustrar el triste suceso, en ambos casos (me refiero a LA NACIÓN Y EL PAÍS) aparece un nutrido grupo de jóvenes que muestran un cartel en el que se lee: “Chávez, estás ponchao”.
A pie de foto leemos que se trata de estudiantes que se oponen al gobierno por la clausura de RCTVI, el medio en cuestión.
¿Qué es lo que el lector apresurado acabará guardando en su memoria para ir dando forma al trasfondo a partir del cual articulara sus opiniones explícitas en el futuro? Que un joven, un estudiante, fue asesinado durante unas protestas a favor de la “libertad de prensa”. Es decir: en el imaginario del hipotético lector, un joven ha sido asesinado por defender la verdad y la justicia frente a la tiranía y populismo de Chávez.
Pero lo que ocurre es que nada puede ser más contrario a la realidad, porque el jóven asesinado de apenas 15 años, no era un opositor al gobierno de Chávez, sino que era un simpatizante de la revolución bolivariana. Como ocurrió en otras ocasiones ya probadas, la oposición al chavismo, ha dado muerte a una persona que participaba en un marcha a favor del gobierno, a una persona que se manifestaba en contra de la manipulación a favor de intereses corporativos de una cadena mediática.
Pero de esto sólo nos enteramos si nos introducimos en el cuerpo de la nota. El propósito ha sido logrado, porque como sabemos, la mayoría de los ciudadanos apenas si ojeamos los diarios. Lo que quedan son los impactos que producen los titulares.
Todos nosotros somos gente grande. Sabemos que una tapa de periódico, en papel o en formato digital, no está diseñada al azar. Tenemos una larga lista de manipulaciones de este tipo en nuestros archivos. El periodista Pascual Serrano, por ejemplo, ha ofrecido enorme cantidad de documentos que ponen de manifiesto que estas empresas informativas funcionan más como agencias publicitarias ideológicas que como fuentes fidedignas.
Por supuesto, cada uno está en su derecho de defender la ideología, el proyecto político que más le plazca y promover el modelo de convivencia que crea más adecuado. Sin embargo, cuando en el debate público observamos la brutal asimetría que los intereses corporativos tienen a su favor, y la manera en la cual con desparpajo se despacha el poder con las mentiras más desopilantes, las personas de buena voluntad, al menos en su fuero interno, deberían resistirse a ello.
Creo que deberíamos hacer un esfuerzo en esa dirección. Ser más valientes, animarse a ir contracorriente.
Permitir que "formateen" nuestras convicciones, asentir a las formalidades y a la imagen como si ésta no estuviera ya cargada de ideología, es prueba, por un lado, de ignorancia, y por el otro, en vista al acceso que tenemos actualmente a perspectivas alternativas, de una profunda y patotera cobardía.
Ante semejante manipulación: ¿podemos seguir leyendo estos periódicos con la ingenuidad que acostumbramos?
MUERE UN ESTUDIANTE EN UNA MANIFESTACIÓN EN VENEZUELA
Al titular le sigue el siguiente encabezado:
Varias ciudades venezolanas son escenario de protestas a favor y en contra el cierre de un canal de televisión contrario al Gobierno.- Nueve policías han resultado heridos en la ciudad de Mérida
Una nota similar fue publicada por el diario LA NACIÓN de la Argentina. Es muy probable que notas similares hayan sido reproducidas en la mayoría de los medios corporativos que profesan con entusiasmo su antichavismo a costa de la verdad.
Mi intención en este post es pedagógica. Lo que vale para esta nota sirve también a la hora de enfrentar otras informaciones vertidas por estos u otros rotativos y empresas audiovisuales.
En la foto elegida para ilustrar el triste suceso, en ambos casos (me refiero a LA NACIÓN Y EL PAÍS) aparece un nutrido grupo de jóvenes que muestran un cartel en el que se lee: “Chávez, estás ponchao”.
A pie de foto leemos que se trata de estudiantes que se oponen al gobierno por la clausura de RCTVI, el medio en cuestión.
¿Qué es lo que el lector apresurado acabará guardando en su memoria para ir dando forma al trasfondo a partir del cual articulara sus opiniones explícitas en el futuro? Que un joven, un estudiante, fue asesinado durante unas protestas a favor de la “libertad de prensa”. Es decir: en el imaginario del hipotético lector, un joven ha sido asesinado por defender la verdad y la justicia frente a la tiranía y populismo de Chávez.
Pero lo que ocurre es que nada puede ser más contrario a la realidad, porque el jóven asesinado de apenas 15 años, no era un opositor al gobierno de Chávez, sino que era un simpatizante de la revolución bolivariana. Como ocurrió en otras ocasiones ya probadas, la oposición al chavismo, ha dado muerte a una persona que participaba en un marcha a favor del gobierno, a una persona que se manifestaba en contra de la manipulación a favor de intereses corporativos de una cadena mediática.
Pero de esto sólo nos enteramos si nos introducimos en el cuerpo de la nota. El propósito ha sido logrado, porque como sabemos, la mayoría de los ciudadanos apenas si ojeamos los diarios. Lo que quedan son los impactos que producen los titulares.
Todos nosotros somos gente grande. Sabemos que una tapa de periódico, en papel o en formato digital, no está diseñada al azar. Tenemos una larga lista de manipulaciones de este tipo en nuestros archivos. El periodista Pascual Serrano, por ejemplo, ha ofrecido enorme cantidad de documentos que ponen de manifiesto que estas empresas informativas funcionan más como agencias publicitarias ideológicas que como fuentes fidedignas.
Por supuesto, cada uno está en su derecho de defender la ideología, el proyecto político que más le plazca y promover el modelo de convivencia que crea más adecuado. Sin embargo, cuando en el debate público observamos la brutal asimetría que los intereses corporativos tienen a su favor, y la manera en la cual con desparpajo se despacha el poder con las mentiras más desopilantes, las personas de buena voluntad, al menos en su fuero interno, deberían resistirse a ello.
Creo que deberíamos hacer un esfuerzo en esa dirección. Ser más valientes, animarse a ir contracorriente.
Permitir que "formateen" nuestras convicciones, asentir a las formalidades y a la imagen como si ésta no estuviera ya cargada de ideología, es prueba, por un lado, de ignorancia, y por el otro, en vista al acceso que tenemos actualmente a perspectivas alternativas, de una profunda y patotera cobardía.
Ante semejante manipulación: ¿podemos seguir leyendo estos periódicos con la ingenuidad que acostumbramos?
Entre la justicia y la infamia
Hace algunas horas, UNICEF denunció la desaparición de quince niños de los hospitales haitianos. Se trata, muy seguramente, de una serie de secuestros que alertan acerca de la existencia de organizaciones dedicadas al tráfico de personas en la isla.
Esta denuncia indica que al horror de la catástrofe natural, sigue el horror de la evidencia del mal. Ni los terremotos, ni los huracanes son portadores del mal, como pretendió, a poco de conocerse la tragedia, un fundamentalista cristiano de los Estados Unidos, uno de esos que se rasga las vestiduras ante las tribunas en las marchas "PRO VIDA", que señaló que lo ocurrido era la consecuencia del pacto que los haitianos habían establecido con Satán en la época de su independencia.
El mal sólo puede ser cometido por un sujeto humano, por el hombre, quien esta dotado de razón y libertad, y por lo tanto, cada una de sus acciones puede ser interpretada a la luz de su autonomía.
Lo que quiero en este post es hacer una muy breve reflexión general que gira en torno al lugar que debemos dar a una noticia de este tipo. Lo más fácil consiste en interpretar estos hechos (a los secuestros me refiero), como una muestra más de los aspectos residuales de nuestro modo de vida. Hay personas – pensamos- cuyas actividades son delictivas: bandidos y terroristas. Ante estas personas, ante estas organizaciones, la responsabilidad de los Estados y la comunidad internacional es protegernos, a nosotros, la gente decente.
Creo que esta es una lectura completamente errónea. El problema que tenemos, es que aquellos que tienen en sus manos la responsabilidad de “asegurar” la paz y la decencia en el mundo, resultan las personas más peligrosas para nuestro bienestar como comunidad y nuestra supervivencia como especie.
Mucho se ha dicho, desde la aparición del libro de Saviano sobre la camorra, acerca de las analogías entre las prácticas corporativas, enquistadas en las burocracias estatales, y las prácticas criminales de la mafia. Creo que cualquier persona medianamente sensible, comprende, por ejemplo, que el complejo industrial-militar en los Estados Unidos es el principal promotor de la guerra en el mundo. Sabemos perfectamente, que después de 150 años de injerencias norteamericanas en Haiti, después de 150 años de favores por parte del amigo "americano", esta pequeña isla que no ha sufrido embargos, ni se ha visto condenada a bloqueos y atentados terroristas por parte de la mayor potencia del mundo, es hoy y lo ha sido desde hace mucho tiempo, la nación más empobrecida y miserable del planeta.
Cuando los Estados Unidos asumen arbitrariamente el rol de dirigir el rescate, desembarcan sus marines y mercenarios, y otorgan al señor Clinton la función de comandante de la operación, el mismo Clinton que impuso a la sociedad haitiana durante su mandato en la casa blanca las ominosas fórmulas neoliberales que hundieron al país en una catastrofe humanitaria; y cuando Europa, la Europa de los derechos humanos, de la democracia, de la justicia social, hace silencio y baja la cabeza, se saca la foto y vocifera moralista ante la violencia de los propios haitianos, comprendemos que la línea que separa a los traficantes de niños y los gerentes y políticos que deciden nuestra suerte, es mucho más estrecha de lo que pensamos.
Destruyen sociedades, imponen el hambre y la miseria, bombardean inescrupulosamente poblaciones civiles, hunden las economías regionales, persiguen, matan, encarcelan y hacen desaparecer a sus enemigos, corrompen las instituciones democráticas, protegen a sus socios tiranos, y condenan al ostracismo a los líderes que pretenden actuar a favor de su población, nos vigilan, nos registran, nos contralan y nos intoxican día y noche con la mentira. Y todo esto, que realizan sin pestañear, como decía Nietzsche sobre el último hombre, lo hacen sobre el fundamento, para ellos irrenunciable, del derecho a la propiedad privada, es decir, el derecho al saqueo, el derecho a ser dueño de esclavos, el derecho a beneficiarse a cualquier costo, el derecho a ser ladrón y asesino, el derecho a ser corrupto.
Esta es la moral que nos inculcan, la moral a la que somos iniciados en nuestras universidades de élite, en la que nos enseñan que el camino hacia la cúspide de nuestras carreras se basa en la asunción e interiorización de la verdad sobre la cual establece su reino el poderoso y que sus gerentes, sus políticos y sus periodistas están dispuestos a defender a cualquier coste, la verdad que proclama el derecho privilegiado del poderoso a delinquir.
Por lo tanto, amigos míos, deberíamos pensarlo todo de nuevo. Nuestro sentido común hace aguas por todos lados. En la euforia permanente a la que nos someten los medios, el infame posa como justo, mientras el perverso hace gala de su fidelidad al bien.
El planeta no aguanta más tiempo nuestra indiferencia, nuestra cuota de imbelicidad, nuestra contribución de maldad.
Allí donde miramos, allí donde pongamos el ojo y el oído, para ver y escuchar el sufrimiento y el reclamo de justicia, veremos siempre la misma escena, la misma repetida escena hasta el hartazgo. El poderoso, que con mano de hierro aplasta sin temblar a otro hombre, a otra mujer, a otro niño, justificando su violencia por medio de ese argumento repugnante que le otorga su derecho a tener, que el coro mediático entona sin que le tiemble la mano a la hora de escribir la sentencia que ejecuta al inocente.
Aquellos de nosotros que en nuestra vida cotidiana, defendemos al sinvergüenza porque nos cae simpático, y como bufones correteamos tras su sombra en busca de la bendición que promete el éxito. Aquellos de nosotros que atropellamos al indefenso y permanecemos silenciosos frente a las tropelias de los poderosos. Aquellos de nosotros que embobados admiramos al arrogante que mirándose en el espejo pretende un privilegio que ningún hombre debería arrogarse, que es el de usar a su prójimo como si se tratara de cosa. Todo nosotros, decía, deberíamos preguntarnos:
“¿Qué diremos, pues? ¿Que debemos permanecer en el pecado para que la gracia se multiplique?" (Rm 6,1)
Esta denuncia indica que al horror de la catástrofe natural, sigue el horror de la evidencia del mal. Ni los terremotos, ni los huracanes son portadores del mal, como pretendió, a poco de conocerse la tragedia, un fundamentalista cristiano de los Estados Unidos, uno de esos que se rasga las vestiduras ante las tribunas en las marchas "PRO VIDA", que señaló que lo ocurrido era la consecuencia del pacto que los haitianos habían establecido con Satán en la época de su independencia.
El mal sólo puede ser cometido por un sujeto humano, por el hombre, quien esta dotado de razón y libertad, y por lo tanto, cada una de sus acciones puede ser interpretada a la luz de su autonomía.
Lo que quiero en este post es hacer una muy breve reflexión general que gira en torno al lugar que debemos dar a una noticia de este tipo. Lo más fácil consiste en interpretar estos hechos (a los secuestros me refiero), como una muestra más de los aspectos residuales de nuestro modo de vida. Hay personas – pensamos- cuyas actividades son delictivas: bandidos y terroristas. Ante estas personas, ante estas organizaciones, la responsabilidad de los Estados y la comunidad internacional es protegernos, a nosotros, la gente decente.
Creo que esta es una lectura completamente errónea. El problema que tenemos, es que aquellos que tienen en sus manos la responsabilidad de “asegurar” la paz y la decencia en el mundo, resultan las personas más peligrosas para nuestro bienestar como comunidad y nuestra supervivencia como especie.
Mucho se ha dicho, desde la aparición del libro de Saviano sobre la camorra, acerca de las analogías entre las prácticas corporativas, enquistadas en las burocracias estatales, y las prácticas criminales de la mafia. Creo que cualquier persona medianamente sensible, comprende, por ejemplo, que el complejo industrial-militar en los Estados Unidos es el principal promotor de la guerra en el mundo. Sabemos perfectamente, que después de 150 años de injerencias norteamericanas en Haiti, después de 150 años de favores por parte del amigo "americano", esta pequeña isla que no ha sufrido embargos, ni se ha visto condenada a bloqueos y atentados terroristas por parte de la mayor potencia del mundo, es hoy y lo ha sido desde hace mucho tiempo, la nación más empobrecida y miserable del planeta.
Cuando los Estados Unidos asumen arbitrariamente el rol de dirigir el rescate, desembarcan sus marines y mercenarios, y otorgan al señor Clinton la función de comandante de la operación, el mismo Clinton que impuso a la sociedad haitiana durante su mandato en la casa blanca las ominosas fórmulas neoliberales que hundieron al país en una catastrofe humanitaria; y cuando Europa, la Europa de los derechos humanos, de la democracia, de la justicia social, hace silencio y baja la cabeza, se saca la foto y vocifera moralista ante la violencia de los propios haitianos, comprendemos que la línea que separa a los traficantes de niños y los gerentes y políticos que deciden nuestra suerte, es mucho más estrecha de lo que pensamos.
Destruyen sociedades, imponen el hambre y la miseria, bombardean inescrupulosamente poblaciones civiles, hunden las economías regionales, persiguen, matan, encarcelan y hacen desaparecer a sus enemigos, corrompen las instituciones democráticas, protegen a sus socios tiranos, y condenan al ostracismo a los líderes que pretenden actuar a favor de su población, nos vigilan, nos registran, nos contralan y nos intoxican día y noche con la mentira. Y todo esto, que realizan sin pestañear, como decía Nietzsche sobre el último hombre, lo hacen sobre el fundamento, para ellos irrenunciable, del derecho a la propiedad privada, es decir, el derecho al saqueo, el derecho a ser dueño de esclavos, el derecho a beneficiarse a cualquier costo, el derecho a ser ladrón y asesino, el derecho a ser corrupto.
Esta es la moral que nos inculcan, la moral a la que somos iniciados en nuestras universidades de élite, en la que nos enseñan que el camino hacia la cúspide de nuestras carreras se basa en la asunción e interiorización de la verdad sobre la cual establece su reino el poderoso y que sus gerentes, sus políticos y sus periodistas están dispuestos a defender a cualquier coste, la verdad que proclama el derecho privilegiado del poderoso a delinquir.
Por lo tanto, amigos míos, deberíamos pensarlo todo de nuevo. Nuestro sentido común hace aguas por todos lados. En la euforia permanente a la que nos someten los medios, el infame posa como justo, mientras el perverso hace gala de su fidelidad al bien.
El planeta no aguanta más tiempo nuestra indiferencia, nuestra cuota de imbelicidad, nuestra contribución de maldad.
Allí donde miramos, allí donde pongamos el ojo y el oído, para ver y escuchar el sufrimiento y el reclamo de justicia, veremos siempre la misma escena, la misma repetida escena hasta el hartazgo. El poderoso, que con mano de hierro aplasta sin temblar a otro hombre, a otra mujer, a otro niño, justificando su violencia por medio de ese argumento repugnante que le otorga su derecho a tener, que el coro mediático entona sin que le tiemble la mano a la hora de escribir la sentencia que ejecuta al inocente.
Aquellos de nosotros que en nuestra vida cotidiana, defendemos al sinvergüenza porque nos cae simpático, y como bufones correteamos tras su sombra en busca de la bendición que promete el éxito. Aquellos de nosotros que atropellamos al indefenso y permanecemos silenciosos frente a las tropelias de los poderosos. Aquellos de nosotros que embobados admiramos al arrogante que mirándose en el espejo pretende un privilegio que ningún hombre debería arrogarse, que es el de usar a su prójimo como si se tratara de cosa. Todo nosotros, decía, deberíamos preguntarnos:
“¿Qué diremos, pues? ¿Que debemos permanecer en el pecado para que la gracia se multiplique?" (Rm 6,1)
EL MUNDO ES NUESTRO
Olvidemos la política por un momento y pensemos en los pajaritos que pían en el bosque, en las florcitas del campo, en los retoños que juegan abrigados con gorritos de lana con pompón y bufanda en la mañana invernal. Olvidemos las cosas que pasan en el mundo. No nos hagamos mala sangre, disfrutemos del té que viene de lejos, empaquetado por una distribuidora local, mientras relajamos nuestra mente mirando el horizonte inmaculado.
Pensemos en Dios, un poquito, o en el Buda, y digamos Aûm varias veces para que penetre en nuestro corazón la paz cósmica que buscamos. Llenemos nuestro espíritu de amor. No hagamos caso de las desgracias que los periódicos acumulan en sus páginas para hacernos mala sangre. Nada de eso. Pongamos buena onda a la vida. Aûm. Nada de “bochinche” y energía negativa.
Pensemos en gente linda, en gente con buena onda. No nos entretengamos irritados con los maleducados que abundan, con la gente sin clase que se pasea sin vergüenza en las orillas de nuestras ciudades. Nada de eso. Aûm. La vida puede ser maravillosa. Lo importante es saber vivirla con plenitud, encontrar los ingredientes adecuados para potencializar el disfrute. Debemos aprender a ser.
El universo complota a favor de nuestra felicidad. Somos nosotros los que estamos confundidos, ciegos al “secreto” oculto que se nos ofrece. Lo único que necesitamos es ser positivos y codearnos con la gente adecuada, con la gente “guay”, como dicen acá. No hagamos caso a nuestras angustias, permitamos que nuestro cuerpo energético expanda su sensibilidad para captar todo lo bueno que el universo tiene para ofrecernos.
No olvidemos que el amor es lo primero, y lo primero que nos manda el amor es amarnos a nosotros mismos, porque sólo así seremos capaces de amar a nuestros prójimos de manera completa y genuina. Sólo a través del amor que alimentamos en nuestro interior hacia nosotros mismos, sólo si nos damos permiso a sentir placer, a sentir felicidad, podremos extender ese sentimiento primordial a todo lo que nos rodea: los pajaritos que pían, los retoños que corretean por el jardín, la naturaleza que como una madre nos cobija y nos nutre. Aûm.
Cuidemos nuestro cuerpo, cuidemos nuestra figura, nuestra imagen. No necesitamos esforzarnos, sino ser, ser nosotros mismos, despreocupada y lentamente, con una pizca de escepticismo y una pizca de indiferencia. De ese modo es fácil lograr un equilibrio perfecto. Aûm.
Deja que pase lo que no te gusta. Deja que desaparezca lo que te angustia o te incomoda. Piensa que esas cosas son como una nube en el cielo. Están allí por un rato, pero no para quedarse. Aûm.
Olvidémoslo todo. Hagamos espacio en nuestro interior para que crezca la paz. Permitamos que aquello que no nos gusta desaparezca.
Y si no quiere desaparecer. Si se empecina en quedarse, bueno, en ese caso echémoslo a patadas y pongamos un cerrojo en la puerta para que no vuelva. Que los feos y los gronchos no vuelvan.
¡No vuelvan! ¡El mundo es nuestro!
Pensemos en Dios, un poquito, o en el Buda, y digamos Aûm varias veces para que penetre en nuestro corazón la paz cósmica que buscamos. Llenemos nuestro espíritu de amor. No hagamos caso de las desgracias que los periódicos acumulan en sus páginas para hacernos mala sangre. Nada de eso. Pongamos buena onda a la vida. Aûm. Nada de “bochinche” y energía negativa.
Pensemos en gente linda, en gente con buena onda. No nos entretengamos irritados con los maleducados que abundan, con la gente sin clase que se pasea sin vergüenza en las orillas de nuestras ciudades. Nada de eso. Aûm. La vida puede ser maravillosa. Lo importante es saber vivirla con plenitud, encontrar los ingredientes adecuados para potencializar el disfrute. Debemos aprender a ser.
El universo complota a favor de nuestra felicidad. Somos nosotros los que estamos confundidos, ciegos al “secreto” oculto que se nos ofrece. Lo único que necesitamos es ser positivos y codearnos con la gente adecuada, con la gente “guay”, como dicen acá. No hagamos caso a nuestras angustias, permitamos que nuestro cuerpo energético expanda su sensibilidad para captar todo lo bueno que el universo tiene para ofrecernos.
No olvidemos que el amor es lo primero, y lo primero que nos manda el amor es amarnos a nosotros mismos, porque sólo así seremos capaces de amar a nuestros prójimos de manera completa y genuina. Sólo a través del amor que alimentamos en nuestro interior hacia nosotros mismos, sólo si nos damos permiso a sentir placer, a sentir felicidad, podremos extender ese sentimiento primordial a todo lo que nos rodea: los pajaritos que pían, los retoños que corretean por el jardín, la naturaleza que como una madre nos cobija y nos nutre. Aûm.
Cuidemos nuestro cuerpo, cuidemos nuestra figura, nuestra imagen. No necesitamos esforzarnos, sino ser, ser nosotros mismos, despreocupada y lentamente, con una pizca de escepticismo y una pizca de indiferencia. De ese modo es fácil lograr un equilibrio perfecto. Aûm.
Deja que pase lo que no te gusta. Deja que desaparezca lo que te angustia o te incomoda. Piensa que esas cosas son como una nube en el cielo. Están allí por un rato, pero no para quedarse. Aûm.
Olvidémoslo todo. Hagamos espacio en nuestro interior para que crezca la paz. Permitamos que aquello que no nos gusta desaparezca.
Y si no quiere desaparecer. Si se empecina en quedarse, bueno, en ese caso echémoslo a patadas y pongamos un cerrojo en la puerta para que no vuelva. Que los feos y los gronchos no vuelvan.
¡No vuelvan! ¡El mundo es nuestro!
HAITI: Las oportunidades que ofrece el dolor ajeno.
Las imágenes son terribles. La información y los relatos que llegan desde el lugar de los hechos nos entumecen el alma y el cerebro. Resulta difícil pensar. Sin embargo, si nos dejamos arrastrar por los sentimientos, exclusivamente, y no pensamos, es posible (está siendo posible) que volvamos a presenciar lo que la historia ya nos había advertido que debíamos aprender.
Recuerdo hace un par de años, cuando se publicó el libro de Naomi Klein, The Shock Doctrine, lo difícil que resultó sostener el arrebato de inteligencia y lucidez que se transmitió a través del planeta entre los lectores de la investigación llevada a cabo por la periodista canadiense. Pese a que el libro se convirtió en un éxito editorial, y muchos activistas tuvieron en sus manos una copia del texto; pese a que autores de renombre, economistas y políticos que conocen desde adentro el funcionamiento burocrático estatal y la administración corporativa, señalaron la relevancia de la interpretación de Klein, lo dicho cayó rápidamente en saco roto.
Recuerdo que algunos periódicos dedicaron artículos a poner en entredicho las fuentes de la investigación, el diario El País publicó una nota en el que incluía el libro de Klein entre una docena de fuentes dudosas, entre ellas Wikipendia. Una parte de la sociedad reaccionó, como era de esperar, con una mezcla de indiferencia y socarrona repugnancia ante el mundo descrito por Klein.En algunos círculos, la lectura de la Doctrina del Shock era algo semejante a leer EL código Da Vinci. Recuerdo que una conocida argentina que estaba entusiasmada leyéndola me comentó que sus amigos con una mueca de desprecio le dieron a entender que se trataba de un panfleto que no merecía su tiempo.
Tuve ocasión de conocer a Naomi Klein durante su gira Europea de 2008. En ese momento estaba intentado llamar la atención acerca del modo en el cual el Estado de California enfrentaba los trágicos incendios de aquella época. La privatización de los servicios públicos, la pauperización del presupuesto, la alianza corporativa y burocrático-estatal conducía a la siniestra consecuencia de que los ciudadanos eran rescatados en base al tipo de pólizas de seguro que habían contratado. Esto ilustraba a la perfección el tipo de consecuencias que ciertas premisas ideológicas conllevan. En ello se pone de manifiesto lo desacertadas que son dichas premisas en vista a los parámetros morales a los que nosotros mismos nos adherimos. ¿Es posible defender un dilema ético, el rescate de un niño u otro, en vista al tipo de seguro que han contratado sus padres? En fin, pese a los esfuerzos argumentativos de la Sra. Klein, muchos salieron de la reunión con la convicción de que se trataba de otra muestra de paranoia izquierdista. Especialmente cuando Klein, enfrentada a la pregunta de uno de los asistentes, sostuvo que ella no consideraba de modo alguno al gobierno del venezolano Hugo Chávez como una dictadura.
Sin embargo, no deberíamos permitir que los esfuerzos que se han hecho para desacreditar sus hipótesis o el silenciamiento mediático que han hecho de sus investigaciones nos impidan pensar su interpretación acerca de los procedimientos operativos del capitalismo global. El pánico psicológico desatado durante los primeros meses de la crisis financiera en la cual aún estamos inmersos, o la paranoia que causaron las expectativas de una pandemia planetaria, estuvieron en la base de sospechosas operaciones de salvataje financiero, en un caso, o masiva inyección de capital a las poderosas corporaciones farmacéuticas que nadie ha explicado.
Aunque Klein, en su momento, reiteró hasta el hartazgo que su libro no pertenecía al género del complot, se multiplicaron los artículos que despreciaban sus interpretaciones en clave imaginativa y morbosa. La tesis central de su libro, sustentado por una docena de casos históricos que parecen confirmar su teoría, es que las catástrofes naturales y las crisis económicas y sociales son una ocasión perfecta para subvertir el orden a fin de redescribir racionalmente las condiciones imperantes a favor de las grandes corporaciones.
En algunas ocasiones, como ocurrió en el caso del huracán “Katrina” o con el Tsunami en el Sudeste asiático, las corporaciones y las administraciones burocráticas estatales aprovechan la desfiguración y la parálisis que producen las catástrofes para redefinir las reglas en su beneficio. En otras ocasiones, es la mano del hombre la que precipita la crisis, sea como consecuencia de fallas sistémicas o prácticas consuetudinarias malignas, como ocurrió con la crisis financiera, o por medio de estratégias de confusión que están diseñadas específicamente para forzar una situación crítica que permita maniobrar a los poderosos para establecer las mejores condiciones de dominio.
Por esa razón, nos advierte Klein, es imprescindible que las organizaciones sociales estén alerta, especialmente, cuando circunstancias trágicas como las que vive hoy Haiti se precipitan. Al contrario de lo que solía pensarse, las crisis son ocasiones de oro para el capital a fin de extender su dominio, no sólo a través de la privatización de los medios de producción y servicios, sino también a través de la socialización de las pérdidas, la redefinición del contrato social y la deslegitimación de los movimientos sociales de base.
La crisis financiera desatada durante el 2008 fue una muestra irrefutable de que las advertencias de Klein debían ser tomadas en serio. Ahora, la catástrofe en Haiti vuelve a poner en cuestión el modo en el cual las operaciones de rescate se están llevando a cabo, en nombre de quién dichas operaciones se realizan, y los objetivos que buscan. El descontento explícito que ha causado en la Comunidad Europea la intervención militarizada de los EEUU en Haiti evidencia los entramados de intereses subyacentes que pugnan por repartir los beneficios que la operación promete.
En su blog, Klein citaba hace unos días, a modo de ejemplo, la manera en la cual la Heritage Foundation, una de las más activas promotoras de políticas pro-corporativas en diversas situaciones de crisis, como en ocasión del huracán “Katrina”, publicitaba su participación en su página web pocas horas después de conocida la tragedia. La Heritage Foundation decía:
“In addition to providing immediate humanitarian assistance, the U.S. response to the tragic earthquake in Haiti offers opportunities to re-shape Haiti’s long-dysfunctional government and economy as well as to improve the public image of the United States in the region."
("Además de proveer asistencia humanitaria inmediata, la respuesta de EE.UU. para el trágico terremoto en Haití ofrece la posibilidad de re-formar el gobierno y la economía disfuncional de Haití, así como para mejorar la imagen pública de los Estados Unidos en la región".)
Recuerdo hace un par de años, cuando se publicó el libro de Naomi Klein, The Shock Doctrine, lo difícil que resultó sostener el arrebato de inteligencia y lucidez que se transmitió a través del planeta entre los lectores de la investigación llevada a cabo por la periodista canadiense. Pese a que el libro se convirtió en un éxito editorial, y muchos activistas tuvieron en sus manos una copia del texto; pese a que autores de renombre, economistas y políticos que conocen desde adentro el funcionamiento burocrático estatal y la administración corporativa, señalaron la relevancia de la interpretación de Klein, lo dicho cayó rápidamente en saco roto.
Recuerdo que algunos periódicos dedicaron artículos a poner en entredicho las fuentes de la investigación, el diario El País publicó una nota en el que incluía el libro de Klein entre una docena de fuentes dudosas, entre ellas Wikipendia. Una parte de la sociedad reaccionó, como era de esperar, con una mezcla de indiferencia y socarrona repugnancia ante el mundo descrito por Klein.En algunos círculos, la lectura de la Doctrina del Shock era algo semejante a leer EL código Da Vinci. Recuerdo que una conocida argentina que estaba entusiasmada leyéndola me comentó que sus amigos con una mueca de desprecio le dieron a entender que se trataba de un panfleto que no merecía su tiempo.
Tuve ocasión de conocer a Naomi Klein durante su gira Europea de 2008. En ese momento estaba intentado llamar la atención acerca del modo en el cual el Estado de California enfrentaba los trágicos incendios de aquella época. La privatización de los servicios públicos, la pauperización del presupuesto, la alianza corporativa y burocrático-estatal conducía a la siniestra consecuencia de que los ciudadanos eran rescatados en base al tipo de pólizas de seguro que habían contratado. Esto ilustraba a la perfección el tipo de consecuencias que ciertas premisas ideológicas conllevan. En ello se pone de manifiesto lo desacertadas que son dichas premisas en vista a los parámetros morales a los que nosotros mismos nos adherimos. ¿Es posible defender un dilema ético, el rescate de un niño u otro, en vista al tipo de seguro que han contratado sus padres? En fin, pese a los esfuerzos argumentativos de la Sra. Klein, muchos salieron de la reunión con la convicción de que se trataba de otra muestra de paranoia izquierdista. Especialmente cuando Klein, enfrentada a la pregunta de uno de los asistentes, sostuvo que ella no consideraba de modo alguno al gobierno del venezolano Hugo Chávez como una dictadura.
Sin embargo, no deberíamos permitir que los esfuerzos que se han hecho para desacreditar sus hipótesis o el silenciamiento mediático que han hecho de sus investigaciones nos impidan pensar su interpretación acerca de los procedimientos operativos del capitalismo global. El pánico psicológico desatado durante los primeros meses de la crisis financiera en la cual aún estamos inmersos, o la paranoia que causaron las expectativas de una pandemia planetaria, estuvieron en la base de sospechosas operaciones de salvataje financiero, en un caso, o masiva inyección de capital a las poderosas corporaciones farmacéuticas que nadie ha explicado.
Aunque Klein, en su momento, reiteró hasta el hartazgo que su libro no pertenecía al género del complot, se multiplicaron los artículos que despreciaban sus interpretaciones en clave imaginativa y morbosa. La tesis central de su libro, sustentado por una docena de casos históricos que parecen confirmar su teoría, es que las catástrofes naturales y las crisis económicas y sociales son una ocasión perfecta para subvertir el orden a fin de redescribir racionalmente las condiciones imperantes a favor de las grandes corporaciones.
En algunas ocasiones, como ocurrió en el caso del huracán “Katrina” o con el Tsunami en el Sudeste asiático, las corporaciones y las administraciones burocráticas estatales aprovechan la desfiguración y la parálisis que producen las catástrofes para redefinir las reglas en su beneficio. En otras ocasiones, es la mano del hombre la que precipita la crisis, sea como consecuencia de fallas sistémicas o prácticas consuetudinarias malignas, como ocurrió con la crisis financiera, o por medio de estratégias de confusión que están diseñadas específicamente para forzar una situación crítica que permita maniobrar a los poderosos para establecer las mejores condiciones de dominio.
Por esa razón, nos advierte Klein, es imprescindible que las organizaciones sociales estén alerta, especialmente, cuando circunstancias trágicas como las que vive hoy Haiti se precipitan. Al contrario de lo que solía pensarse, las crisis son ocasiones de oro para el capital a fin de extender su dominio, no sólo a través de la privatización de los medios de producción y servicios, sino también a través de la socialización de las pérdidas, la redefinición del contrato social y la deslegitimación de los movimientos sociales de base.
La crisis financiera desatada durante el 2008 fue una muestra irrefutable de que las advertencias de Klein debían ser tomadas en serio. Ahora, la catástrofe en Haiti vuelve a poner en cuestión el modo en el cual las operaciones de rescate se están llevando a cabo, en nombre de quién dichas operaciones se realizan, y los objetivos que buscan. El descontento explícito que ha causado en la Comunidad Europea la intervención militarizada de los EEUU en Haiti evidencia los entramados de intereses subyacentes que pugnan por repartir los beneficios que la operación promete.
En su blog, Klein citaba hace unos días, a modo de ejemplo, la manera en la cual la Heritage Foundation, una de las más activas promotoras de políticas pro-corporativas en diversas situaciones de crisis, como en ocasión del huracán “Katrina”, publicitaba su participación en su página web pocas horas después de conocida la tragedia. La Heritage Foundation decía:
“In addition to providing immediate humanitarian assistance, the U.S. response to the tragic earthquake in Haiti offers opportunities to re-shape Haiti’s long-dysfunctional government and economy as well as to improve the public image of the United States in the region."
("Además de proveer asistencia humanitaria inmediata, la respuesta de EE.UU. para el trágico terremoto en Haití ofrece la posibilidad de re-formar el gobierno y la economía disfuncional de Haití, así como para mejorar la imagen pública de los Estados Unidos en la región".)
UNA BREVE OJEADA A LA REALIDAD
Los títulos del diario La Nación de hoy son escalofriantes.
Primero que nada, lo más importante. La catástrofe en Haiti, el más pobre de los países del contintente americano, que ha sufrido un terremoto en el cual se calculan más de cien mil muertos. Habría mucho que decir al respecto, mucho acerca de lo que se puede o no puede preveer y salvaguardar en un país pauperizado, saqueado, arruinado repetidamente y atomizado desde el punto de vista social. No es la primera catastrofe que azota al país, que además ha sufrido guerras e intervenciones, golpes de estado y violencia sin límites, pese a haber sido el país más custodiado y protegido de los Estados Unidos de América, entre otras cosas, por el valor estratégico que le concede (como una maldición) su proximidad con el archienemigo de la ciudad gótica, la Cuba castrista.
Pero no quiero detenerme en los títulos sobre asuntos internacionales. Permítanme que lea CON USTEDES los títulos que ya leyeron durante el desayuno. Me remitiré exclusivamente a los titulares, que trataré como un texto complejo, más allá de su valor indéxico,para sopesar el impacto de la confección publicitaria. Veamos de que manera tan sutil, tan inteligente, tan bienintencionada van ofrecen hoy a sus adherentes ideológicos el marco del pensamiento debido (¿Alguna relación con la obediencia debida?)
La primera nota hace referencia al embargo de los fondos buitres, al que le sigue (no tiene desperdicio el cretinismo) una encuesta (si, si, una encuesta) de esas que revelan intencionalidad macabra:
"¿Cómo califica el embargo de fondos del BCRA en EEUU? ¿Acertado, entendible, cuestionable, desacertado?"
Uno se pregunta: ¡¿nos están tomando el pelo?!
Inmediatamente después aparece la nota editorial del periódico. Título (no se lo pierdan): "Se impone un debate sereno", y se abre con la siguiente afirmación. “Es menester que oficialismo y oposición reanuden un diálogo constructivo y que la presidenta recapacite profundamente.”
En fin (suspiro y cansancio por mi parte), si alguien quería otra prueba irrefutable de imparcialidad, medite profundamente acerca del significado del adjetivo “profundamente” en esta nota editorial.
El siguiente título es ideológico. En el descubrimos lo que subyace al ruido mediático de manera más clara de lo habitual: “El desborde del gasto lleva a más presión inflacionaria”.
Lo cual se resume en una sola y paradigmática frase que todos conocemos al dedillo: ¡AJUSTE!
Si miramos el asunto en el contexto del giro social que ha impuesto a la agenda el gobierno de Fernández eso significa, como no podía ser de otro modo, reducir la presión impositiva (en un futuro no lejano) y desinvertir: Quot era demonstrantum.
A continuación, el queridísmo Rosendo Fraga, que siempre ofrece fundamentos suficientes y necesarios para apuntalar el proyecto opositor (¿proyecto opositor? ¿Alguien podría decirme de qué se trata?) da al debate un eslogan contundente: “Contra la sensatez, Kirchner redobla la apuesta”.
Y el muchacho Liendo, ese que sostuvo, en épocas de otras modas, que Domingo Cavallo era el Maradona de la economía mundial, nos ofrece sus recetas para salir de la “crisis”. Si, si, para salir de la crisis. Como si los números de la economía Argentina no fueran elocuentes, como si las tan manidas y denunciadas manipulaciones del INDEC se hubieran vuelto un lugar común de todos los participantes en el debate político, que no se acobardan a la hora de ofrecer diagnósticos y remedios “falsos” para nuestros ¿falsos problemas?
En fin, después del triste debate en torno a la “inseguridad jurídica” que se llevó a cabo hace apenas un par de semanas, en las que tuvimos la feliz participación (como en otras épocas de mayores libertades) de escuchar embelesados las opiniones personales de un “enviado” de Washington, que, sea dicho, con exaltado aprecio algunos medios se apuraron a reproducir para condenar al gobierno a través de la autoridad norteamericana en asuntos subcontinentales, la oposición en su conjunto nos ha enseñado que el método más efectivo para mejorar nuestra “seguridad jurídica” consiste en asegurarnos nuestra “inseguridad institucional”.
Hambrientos de justicia, ha pasado la hora de la mano dura con los delicuentes comunes, a favor de la mano blanda en relación con los superdelincuentes de la dictadura justificándolos con la llamada teoría de los dos demonios. Sin embargo, ¿No es un demonio la pobreza y la exlusión social?. Ahora nos volvemos sedientos a por más emociones para pasar el aburrido sábado de superacción que con nostalgia nos recuerda el modo que tenían los héroes del pasado de asegurarse que los países bananeros siguieran siendo bananeros, que los negros siguieran siendo los negros de siempre, que los pobres, ¡Dios lo quiera!, siguieran siendo los pobres de siempre, para que nuestra blanca esperanza justiciera pudiera seguir produciendo sus mejores misericordias y las mucamas (hay que decirlo) no nos salieran tan caras.*
*La fuente en donde he constatado la preocupación de la población argentina por el encarecimiento de las mucamas (léase: servicio doméstico; originalmente se decía de aquella que ofrecía su servicio "cama adentro") son todas las mujeres argentinas (familiares y amigas) con las que he tenido contacto en estos días quienes han manifestado de un modo u otro la arbitrariedad de imponer un tarifazo de este estilo a un bien de consumo al que "los argentinos están acostumbrados". Algunas mujeres me han informado que es una pena también por las mucamas, porque pierden la oportunidad de trabajar en una casa "decente".
Primero que nada, lo más importante. La catástrofe en Haiti, el más pobre de los países del contintente americano, que ha sufrido un terremoto en el cual se calculan más de cien mil muertos. Habría mucho que decir al respecto, mucho acerca de lo que se puede o no puede preveer y salvaguardar en un país pauperizado, saqueado, arruinado repetidamente y atomizado desde el punto de vista social. No es la primera catastrofe que azota al país, que además ha sufrido guerras e intervenciones, golpes de estado y violencia sin límites, pese a haber sido el país más custodiado y protegido de los Estados Unidos de América, entre otras cosas, por el valor estratégico que le concede (como una maldición) su proximidad con el archienemigo de la ciudad gótica, la Cuba castrista.
Pero no quiero detenerme en los títulos sobre asuntos internacionales. Permítanme que lea CON USTEDES los títulos que ya leyeron durante el desayuno. Me remitiré exclusivamente a los titulares, que trataré como un texto complejo, más allá de su valor indéxico,para sopesar el impacto de la confección publicitaria. Veamos de que manera tan sutil, tan inteligente, tan bienintencionada van ofrecen hoy a sus adherentes ideológicos el marco del pensamiento debido (¿Alguna relación con la obediencia debida?)
La primera nota hace referencia al embargo de los fondos buitres, al que le sigue (no tiene desperdicio el cretinismo) una encuesta (si, si, una encuesta) de esas que revelan intencionalidad macabra:
"¿Cómo califica el embargo de fondos del BCRA en EEUU? ¿Acertado, entendible, cuestionable, desacertado?"
Uno se pregunta: ¡¿nos están tomando el pelo?!
Inmediatamente después aparece la nota editorial del periódico. Título (no se lo pierdan): "Se impone un debate sereno", y se abre con la siguiente afirmación. “Es menester que oficialismo y oposición reanuden un diálogo constructivo y que la presidenta recapacite profundamente.”
En fin (suspiro y cansancio por mi parte), si alguien quería otra prueba irrefutable de imparcialidad, medite profundamente acerca del significado del adjetivo “profundamente” en esta nota editorial.
El siguiente título es ideológico. En el descubrimos lo que subyace al ruido mediático de manera más clara de lo habitual: “El desborde del gasto lleva a más presión inflacionaria”.
Lo cual se resume en una sola y paradigmática frase que todos conocemos al dedillo: ¡AJUSTE!
Si miramos el asunto en el contexto del giro social que ha impuesto a la agenda el gobierno de Fernández eso significa, como no podía ser de otro modo, reducir la presión impositiva (en un futuro no lejano) y desinvertir: Quot era demonstrantum.
A continuación, el queridísmo Rosendo Fraga, que siempre ofrece fundamentos suficientes y necesarios para apuntalar el proyecto opositor (¿proyecto opositor? ¿Alguien podría decirme de qué se trata?) da al debate un eslogan contundente: “Contra la sensatez, Kirchner redobla la apuesta”.
Y el muchacho Liendo, ese que sostuvo, en épocas de otras modas, que Domingo Cavallo era el Maradona de la economía mundial, nos ofrece sus recetas para salir de la “crisis”. Si, si, para salir de la crisis. Como si los números de la economía Argentina no fueran elocuentes, como si las tan manidas y denunciadas manipulaciones del INDEC se hubieran vuelto un lugar común de todos los participantes en el debate político, que no se acobardan a la hora de ofrecer diagnósticos y remedios “falsos” para nuestros ¿falsos problemas?
En fin, después del triste debate en torno a la “inseguridad jurídica” que se llevó a cabo hace apenas un par de semanas, en las que tuvimos la feliz participación (como en otras épocas de mayores libertades) de escuchar embelesados las opiniones personales de un “enviado” de Washington, que, sea dicho, con exaltado aprecio algunos medios se apuraron a reproducir para condenar al gobierno a través de la autoridad norteamericana en asuntos subcontinentales, la oposición en su conjunto nos ha enseñado que el método más efectivo para mejorar nuestra “seguridad jurídica” consiste en asegurarnos nuestra “inseguridad institucional”.
Hambrientos de justicia, ha pasado la hora de la mano dura con los delicuentes comunes, a favor de la mano blanda en relación con los superdelincuentes de la dictadura justificándolos con la llamada teoría de los dos demonios. Sin embargo, ¿No es un demonio la pobreza y la exlusión social?. Ahora nos volvemos sedientos a por más emociones para pasar el aburrido sábado de superacción que con nostalgia nos recuerda el modo que tenían los héroes del pasado de asegurarse que los países bananeros siguieran siendo bananeros, que los negros siguieran siendo los negros de siempre, que los pobres, ¡Dios lo quiera!, siguieran siendo los pobres de siempre, para que nuestra blanca esperanza justiciera pudiera seguir produciendo sus mejores misericordias y las mucamas (hay que decirlo) no nos salieran tan caras.*
*La fuente en donde he constatado la preocupación de la población argentina por el encarecimiento de las mucamas (léase: servicio doméstico; originalmente se decía de aquella que ofrecía su servicio "cama adentro") son todas las mujeres argentinas (familiares y amigas) con las que he tenido contacto en estos días quienes han manifestado de un modo u otro la arbitrariedad de imponer un tarifazo de este estilo a un bien de consumo al que "los argentinos están acostumbrados". Algunas mujeres me han informado que es una pena también por las mucamas, porque pierden la oportunidad de trabajar en una casa "decente".
LOS MACHOS
Veo caer la nieve a través del ventanuco de mi estudio. La Argentina veraniega me queda muy lejos. Un encuentro familiar en la pantalla de Skype me recuerda que mientras aquí temblamos, enfundados en nuestras “cazadoras” y pasamontañas, en Argentina se cuecen los que aún permanencen en sus apartamentos citadinos o se asan bajo un sol abrazador los que tienen la fortunda de disfrutar de sus vacaciones al aire libre.
Estoy releyendo un libro de Kwame Anthony Appiah sobre la ética de la identidad que compré en Buenos Aires hace tres años, en mi última visita. La discusión de fondo es antiquísima. Nos cruzamos con ella en cada instancia de nuestra existencia pública y privada. Se trata de responder a una pregunta que no sólo aqueja a los filósofos, sino a todos, en diferentes circunstancias. Se lo pregunta el hombre o la mujer cuando en el contexto de su rol laboral se ve azotado por un repentino cambio de fortuna. Se lo pregunta el hombre o la mujer cuando llega o se aleja de una cita clandestina con su amante. Se lo pregunta el político cuando saluda a las masas que lo llevan a lo más alto de su gloria pública o cuando en un helicóptero escapa a la rabia de sus conciudadanos. ¿Somos realmente libres? ¿Somos nosotros los hacedores de lo que somos? ¿Somos realmente responsables de nuestra vida? ¿O acaso nuestra existencia es el producto indecible del destino, la confluencia de causas y condiciones que nos son enteramente ajenas, pero que nos determinan? ¿Somos libres? ¿O acaso somos un nudo, un punto en la confluencia de líneas de fuerza en una estructura impersonal que nos trasciende y ejecuta?
Appiah propone que la aparente dicotomía entre libertad y determinación es una ilusión. Cada uno de estos términos pertenece a órdenes diferentes del discurso. Y recurre a Kant para ofrecer su argumento en el que renueva la distinción clásica entre la esfera de la naturaleza, de la determinación mecánica, y la racionalidad, que de acuerdo con Kant, es lo que ofrece al hombre la dignidad de la libertad moral.
Por lo tanto, nos dice Appiah, todo depende de lo que deseamos explicar. El alto ejecutivo o el político de turno, responsables de las estructuras burocráticas y corporativas de nuestro sistema, enfatizan la libertad cuando quieren hacer valer su individualidad y sacar provecho a situaciones ventajosas. “Son ellos – nos dicen - lo que han logrado beneficio o estabilidad, los que han ofrecido crecimiento o renovado la institucionalidad política con su habilidad o genio.”
Pero cuando las papas queman, cuando la responsabilidad los abruma, cuando se ciernen sobre ellos la acusadora verdad, hacen bien en recordarnos que son víctimas del destino, que su actividad no es más que una instancia neutra de un sistema malvado que no les ha dado otra alternativa. El ejecutivo y el político, pero también el marido o esposa infiel, el periodista vendido, el médico negligente y el intelectual berreta sabemos pendular nuestro discurso entre las instancias de autocongratulación e impunidad. Somos héroes y víctimas dependiendo de los interlocutores y circunstancias a los que nos enfrentamos.
Las olas y el viento, y el relativo éxito veraniego que anuncia cierta bonanza para la economía argentina, no disminuye la virulencia del coro opositor. Se acabaron las fiestas, y con la prisa que los buitres muestran ante una presa agonizante, se han apresurado muchos a lanzar sus candidaturas. Cuando todavía le quedan por delante dos largos años de gobierno a la presidenta Cristina Fernández, el anuncio no parece acertado, ni augura prudencia. Algunos de los candidatos han dejado entrever con bastante mal gusto, que la carrera presidencial se reduce a poner a prueba sus habilidades y no la aspiración a dar respuesta inteligente a algunos persistentes males de nuestra vida política, económica y social.
Si a esto se suma la “rebelión” de los machos, esos que salen al ruedo a hacerse un nombre cuando la patota acompaña, parece que el año entrante nos depara un escenario de renovados engaños y traiciones a la verdad y al respeto.
Es sabido que la memoria mediática es breve. Sin embargo, deberíamos hacer acopio de fuerzas y resistir la tentación de la moda en los asuntos importantes. No cabe duda de que hay poco tiempo disponible en la vida cotidiana para realizar análisis exhaustivos de la realidad, pero al menos deberíamos prevenirnos de hacer alianzas tácitas con los más cobardes, con los que apuñalan por la espalda, esos que acaban siempre dejando su huella de indignidad en la historia.
Estoy releyendo un libro de Kwame Anthony Appiah sobre la ética de la identidad que compré en Buenos Aires hace tres años, en mi última visita. La discusión de fondo es antiquísima. Nos cruzamos con ella en cada instancia de nuestra existencia pública y privada. Se trata de responder a una pregunta que no sólo aqueja a los filósofos, sino a todos, en diferentes circunstancias. Se lo pregunta el hombre o la mujer cuando en el contexto de su rol laboral se ve azotado por un repentino cambio de fortuna. Se lo pregunta el hombre o la mujer cuando llega o se aleja de una cita clandestina con su amante. Se lo pregunta el político cuando saluda a las masas que lo llevan a lo más alto de su gloria pública o cuando en un helicóptero escapa a la rabia de sus conciudadanos. ¿Somos realmente libres? ¿Somos nosotros los hacedores de lo que somos? ¿Somos realmente responsables de nuestra vida? ¿O acaso nuestra existencia es el producto indecible del destino, la confluencia de causas y condiciones que nos son enteramente ajenas, pero que nos determinan? ¿Somos libres? ¿O acaso somos un nudo, un punto en la confluencia de líneas de fuerza en una estructura impersonal que nos trasciende y ejecuta?
Appiah propone que la aparente dicotomía entre libertad y determinación es una ilusión. Cada uno de estos términos pertenece a órdenes diferentes del discurso. Y recurre a Kant para ofrecer su argumento en el que renueva la distinción clásica entre la esfera de la naturaleza, de la determinación mecánica, y la racionalidad, que de acuerdo con Kant, es lo que ofrece al hombre la dignidad de la libertad moral.
Por lo tanto, nos dice Appiah, todo depende de lo que deseamos explicar. El alto ejecutivo o el político de turno, responsables de las estructuras burocráticas y corporativas de nuestro sistema, enfatizan la libertad cuando quieren hacer valer su individualidad y sacar provecho a situaciones ventajosas. “Son ellos – nos dicen - lo que han logrado beneficio o estabilidad, los que han ofrecido crecimiento o renovado la institucionalidad política con su habilidad o genio.”
Pero cuando las papas queman, cuando la responsabilidad los abruma, cuando se ciernen sobre ellos la acusadora verdad, hacen bien en recordarnos que son víctimas del destino, que su actividad no es más que una instancia neutra de un sistema malvado que no les ha dado otra alternativa. El ejecutivo y el político, pero también el marido o esposa infiel, el periodista vendido, el médico negligente y el intelectual berreta sabemos pendular nuestro discurso entre las instancias de autocongratulación e impunidad. Somos héroes y víctimas dependiendo de los interlocutores y circunstancias a los que nos enfrentamos.
Las olas y el viento, y el relativo éxito veraniego que anuncia cierta bonanza para la economía argentina, no disminuye la virulencia del coro opositor. Se acabaron las fiestas, y con la prisa que los buitres muestran ante una presa agonizante, se han apresurado muchos a lanzar sus candidaturas. Cuando todavía le quedan por delante dos largos años de gobierno a la presidenta Cristina Fernández, el anuncio no parece acertado, ni augura prudencia. Algunos de los candidatos han dejado entrever con bastante mal gusto, que la carrera presidencial se reduce a poner a prueba sus habilidades y no la aspiración a dar respuesta inteligente a algunos persistentes males de nuestra vida política, económica y social.
Si a esto se suma la “rebelión” de los machos, esos que salen al ruedo a hacerse un nombre cuando la patota acompaña, parece que el año entrante nos depara un escenario de renovados engaños y traiciones a la verdad y al respeto.
Es sabido que la memoria mediática es breve. Sin embargo, deberíamos hacer acopio de fuerzas y resistir la tentación de la moda en los asuntos importantes. No cabe duda de que hay poco tiempo disponible en la vida cotidiana para realizar análisis exhaustivos de la realidad, pero al menos deberíamos prevenirnos de hacer alianzas tácitas con los más cobardes, con los que apuñalan por la espalda, esos que acaban siempre dejando su huella de indignidad en la historia.
EL MEJOR ARGUMENTO, LA INCONMENSURABILIDAD Y LA VOLUNTAD POLÍTICA Breve reflexión con el fin de esquivar una guerra civil.
Introducción
Me gustaría decir algo sobre:
(1) la cuestión del "mejor argumento",
(2) la idea de la inconmensurabilidad en lo que respecta a los imaginarios de los contendientes en un debate y,
(3) las razones personales, los intereses, incluso el inconsciente en la escena política.
No sé si voy a poder con todo. Lo primero es darle vueltas a la siguiente cuestión:
¿Es factible, incluso deseable, alcanzar una instancia en la cual reconocemos el mejor argumento en una disputa?
Es innegable que los seres humanos se entienden, llegan a comprensiones variadas en muchos aspectos de sus vidas. No necesitamos estar de acuerdo en todo para estar de acuerdo en algo. Hay muchos puntos de discordia, pero reconocemos ciertas cosas como mejor fundamentadas que otras, y actuamos en consecuencia. El hecho de llegar a determinada posición, no siempre es producto de una función consensual en la cual establecemos estrategias de pérdidas en función de ganancias.
Ahora bien, aunque los trasfondos ideológicos son ineludibles y condición de posibilidad de toda nuestra actividad discursiva, no sólo en el ámbito de la política, sino también en otras dimensiones donde damos forma a nuestra identidad, las sociedades democráticas deben resolver sus asuntos sobre la base del reconocimiento de que existen en un contexto pluri-ideológico. Eso significa que las cuestiones puntuales no pueden defenderse ideológicamente en lo que concierne a los argumentos que se esgrimen, sino que a partir de esos trasfondos ideológicos debe hacerse una argumentación fáctica de la cuestión concreta a la que estamos prestando nuestra atención.
El entrenamiento de un atleta o un deportista le ofrece una segunda naturaleza. No debe pensar en la “técnica” para darle al balón de cierto modo, para que este realice determinada comba que supere la barrera defensiva montada por el arquero. El entrenamiento se convierte en un trasfondo de conocimientos que no necesitan ser explicitados para ser ejercitado.
Algo análogo debería ocurrir en el marco de la práctica política. El discurso ideológico debe ser un trasfondo, no necesariamente una articulación explícita. Eso no significa que lo político no necesite de su propio campo de entrenamiento intelectual, pero a la hora de realizar la actividad política, tenemos que ser capaces de superar la tentación de autolegitimarnos. La autolegitimación sólo puede llevar al terreno de la sordera política.
Ahora bien, lo primero sería reconocer dos extremos en el debate que dificultan el entendimiento:
En primer lugar, cierta interpretación (que no es desatinada, pero es problemática) de la posición laclauniana/schmittiana que propugna la irreductibilidad del principio amigo/enemigo como axioma fundacional del hecho político.
A mi modo de ver, una posición de este tipo no es más que un subproducto de un largo proceso que se inicia con la revolución epistemológica, y se desenvuelve como reacción en forma de relativismo en el seno de las ciencias humanas en general.
(1) la cuestión del "mejor argumento",
(2) la idea de la inconmensurabilidad en lo que respecta a los imaginarios de los contendientes en un debate y,
(3) las razones personales, los intereses, incluso el inconsciente en la escena política.
No sé si voy a poder con todo. Lo primero es darle vueltas a la siguiente cuestión:
¿Es factible, incluso deseable, alcanzar una instancia en la cual reconocemos el mejor argumento en una disputa?
La comprensión mutua
Es innegable que los seres humanos se entienden, llegan a comprensiones variadas en muchos aspectos de sus vidas. No necesitamos estar de acuerdo en todo para estar de acuerdo en algo. Hay muchos puntos de discordia, pero reconocemos ciertas cosas como mejor fundamentadas que otras, y actuamos en consecuencia. El hecho de llegar a determinada posición, no siempre es producto de una función consensual en la cual establecemos estrategias de pérdidas en función de ganancias.
Ahora bien, aunque los trasfondos ideológicos son ineludibles y condición de posibilidad de toda nuestra actividad discursiva, no sólo en el ámbito de la política, sino también en otras dimensiones donde damos forma a nuestra identidad, las sociedades democráticas deben resolver sus asuntos sobre la base del reconocimiento de que existen en un contexto pluri-ideológico. Eso significa que las cuestiones puntuales no pueden defenderse ideológicamente en lo que concierne a los argumentos que se esgrimen, sino que a partir de esos trasfondos ideológicos debe hacerse una argumentación fáctica de la cuestión concreta a la que estamos prestando nuestra atención.
El entrenamiento de un atleta o un deportista le ofrece una segunda naturaleza. No debe pensar en la “técnica” para darle al balón de cierto modo, para que este realice determinada comba que supere la barrera defensiva montada por el arquero. El entrenamiento se convierte en un trasfondo de conocimientos que no necesitan ser explicitados para ser ejercitado.
Política e ideología
Algo análogo debería ocurrir en el marco de la práctica política. El discurso ideológico debe ser un trasfondo, no necesariamente una articulación explícita. Eso no significa que lo político no necesite de su propio campo de entrenamiento intelectual, pero a la hora de realizar la actividad política, tenemos que ser capaces de superar la tentación de autolegitimarnos. La autolegitimación sólo puede llevar al terreno de la sordera política.
Ahora bien, lo primero sería reconocer dos extremos en el debate que dificultan el entendimiento:
En primer lugar, cierta interpretación (que no es desatinada, pero es problemática) de la posición laclauniana/schmittiana que propugna la irreductibilidad del principio amigo/enemigo como axioma fundacional del hecho político.
A mi modo de ver, una posición de este tipo no es más que un subproducto de un largo proceso que se inicia con la revolución epistemológica, y se desenvuelve como reacción en forma de relativismo en el seno de las ciencias humanas en general.
Lo que evidencia el parentezco de estas posiciones es la decisión a priori de que las cosmovisiones dispares son inconmensurables. Aquí el problema es que esta decisión no se toma a posteriori, después de un largo proceso argumental en el cual uno acaba reconociendo que no hay nada que hacer con nuestro contrincante en el debate, sino al principio, cuando aún queda mucho por intentar.
En segundo lugar, y de manera hegemónica, el moralismo liberal que ha decidido a priori el marco ideológico de las cuestiones que pueden introducirse en el debate a fin de preservar sus propias formulaciones. Este moralismo liberal peca, entre otras cosas, de la inarticulación de sus propios presupuestos. Por otro lado, peca de un férreo control discursivo para evitar que las cuestiones problemáticas lo obliguen a dar cuenta de sus propios argumentos que están fundados en una antropología diluyente de lo social y una cosmovisión abocada al achatamiento de lo humano y la neutralización de valor intrínseco de lo real.
Con respecto a la primera posición, la solución es más sencilla, se trata de no descartar a priori la posibilidad de conmensurar los discursos. Es posible que no podamos hacer un juicio in toto sobre la perspectiva política de nuestros contrincantes en el debate sin caer en trivialidades que hacen incomprensible nuestra posición para quienes nos escuchan del otro lado del río; pero quizá sea posible encontrar modos de argumentación que den en el blanco puntualmente en lo que respecta a las cuestiones limitadas que las circunstancias nos presentan. De otro modo, lo que queda en el escenario es la caricaturización y la acusación ad hominem como útimo y único recurso.
Estas consideraciones nos llevan a apostar por la posibilidad de encontrar los mejores argumentos posibles en cada ocasión, sobre la base puntual de una confrontación ideológica en la que no nos jugamos toda nuestra ideología en cada considerando. Ahora bien, la constatación de esta posibilidad es empírica, aunque bien podría convertirse en un débil argumento ontológico si pensamos en asuntos tan intrincados como la cuestión de la traducción, o aun más oscuros, como el hecho de que nuestra onstitución lingüística nos fuerza a con-venir en un modo de habla que permite diversidades innumerables, poetas de todos los colores, y cacerolas con todos los sonidos.
Con respecto al moralismo liberal, la cosa es mucho más complicada. Pero no quiero abundar en el tema porque bien podría mi perspectiva sobre el asunto ser acusada de formar parte de ese posicionamiento que pongo en cuestión en las líneas anteriores. Basta con recuperar un interrogante: si el liberal esta dispuesto a participar en el debate que tanto dice anhelar, o al final se refugiará en el “nosotros” como fundamento, o nos sonrojará con una admonición pragmática, o el final de las ideologías, quot erat demostratum.
Finalmente, dos palabras sobre la voluntad.
Es evidente que además de reconocer la posibilidad de alcanzar acuerdos por medio de los argumentos es necesario tomar en consideración el hecho de que los actores políticos no siempre están dispuestos a ello. Allí es donde la noción de amigo/enemigo se vuelve interesante, en cuanto ofrece cabida al aspecto de la vida política que no se encuentra enmarcado en la racionalidad de los agentes, sino en las motivaciones irracionales o prerracionales que defienden. A este ámbito de la política se ha dedicado mucha literatura. Se ha hablado de la base material en términos absolutos, de la voluntad de poder como fundamento ineludible de la acción de los agentes, y del inconsciente como escenario donde se fabrican los discursos que pretende legitimidad racional. A partir de estas tres dimensiones se han desplegado las diversas críticas del discurso durante el siglo pasado que todos conocemos. Habiendo tomado en consideración estas exploraciones cabe preguntarse si esto pone en cuestión o no lo dicho anteriormente sobre la posibilidad de lograr los mejores argumentos.
Si ahora nos ponemos aristotélicos, y pensamos que el telos, el estado final que el discurso tiene como perfección es el logro y reconocimiento del mejor argumento posible en las presentes circunstancias; es adecuado imaginar los intereses especulativos del agente individualista capitalista, la voluntad de poder del sujeto desencantado de la modernidad burguesa y el inconsciente del individuo sometido a los mecanismos de la sociedad disciplinaria, como tres modos de desviación o interferencia sobre la marcha natural en el despliegue de la capacidad natural del animal en posesión de logos de alcanzar por medio del discurso la adjudicación de la mejor estrategia y comprensión de su ser-en-el-mundo.
Esta breve reflexión no pretende otra cosa que animar a los actores políticos a prosperar en el optimismo recatado que es imprescindible para evitar las confrontaciones en ciernes que amenazan con un nuevo baño de sangre.
En segundo lugar, y de manera hegemónica, el moralismo liberal que ha decidido a priori el marco ideológico de las cuestiones que pueden introducirse en el debate a fin de preservar sus propias formulaciones. Este moralismo liberal peca, entre otras cosas, de la inarticulación de sus propios presupuestos. Por otro lado, peca de un férreo control discursivo para evitar que las cuestiones problemáticas lo obliguen a dar cuenta de sus propios argumentos que están fundados en una antropología diluyente de lo social y una cosmovisión abocada al achatamiento de lo humano y la neutralización de valor intrínseco de lo real.
Con respecto a la primera posición, la solución es más sencilla, se trata de no descartar a priori la posibilidad de conmensurar los discursos. Es posible que no podamos hacer un juicio in toto sobre la perspectiva política de nuestros contrincantes en el debate sin caer en trivialidades que hacen incomprensible nuestra posición para quienes nos escuchan del otro lado del río; pero quizá sea posible encontrar modos de argumentación que den en el blanco puntualmente en lo que respecta a las cuestiones limitadas que las circunstancias nos presentan. De otro modo, lo que queda en el escenario es la caricaturización y la acusación ad hominem como útimo y único recurso.
Estas consideraciones nos llevan a apostar por la posibilidad de encontrar los mejores argumentos posibles en cada ocasión, sobre la base puntual de una confrontación ideológica en la que no nos jugamos toda nuestra ideología en cada considerando. Ahora bien, la constatación de esta posibilidad es empírica, aunque bien podría convertirse en un débil argumento ontológico si pensamos en asuntos tan intrincados como la cuestión de la traducción, o aun más oscuros, como el hecho de que nuestra onstitución lingüística nos fuerza a con-venir en un modo de habla que permite diversidades innumerables, poetas de todos los colores, y cacerolas con todos los sonidos.
Con respecto al moralismo liberal, la cosa es mucho más complicada. Pero no quiero abundar en el tema porque bien podría mi perspectiva sobre el asunto ser acusada de formar parte de ese posicionamiento que pongo en cuestión en las líneas anteriores. Basta con recuperar un interrogante: si el liberal esta dispuesto a participar en el debate que tanto dice anhelar, o al final se refugiará en el “nosotros” como fundamento, o nos sonrojará con una admonición pragmática, o el final de las ideologías, quot erat demostratum.
Finalmente, dos palabras sobre la voluntad.
Es evidente que además de reconocer la posibilidad de alcanzar acuerdos por medio de los argumentos es necesario tomar en consideración el hecho de que los actores políticos no siempre están dispuestos a ello. Allí es donde la noción de amigo/enemigo se vuelve interesante, en cuanto ofrece cabida al aspecto de la vida política que no se encuentra enmarcado en la racionalidad de los agentes, sino en las motivaciones irracionales o prerracionales que defienden. A este ámbito de la política se ha dedicado mucha literatura. Se ha hablado de la base material en términos absolutos, de la voluntad de poder como fundamento ineludible de la acción de los agentes, y del inconsciente como escenario donde se fabrican los discursos que pretende legitimidad racional. A partir de estas tres dimensiones se han desplegado las diversas críticas del discurso durante el siglo pasado que todos conocemos. Habiendo tomado en consideración estas exploraciones cabe preguntarse si esto pone en cuestión o no lo dicho anteriormente sobre la posibilidad de lograr los mejores argumentos.
Si ahora nos ponemos aristotélicos, y pensamos que el telos, el estado final que el discurso tiene como perfección es el logro y reconocimiento del mejor argumento posible en las presentes circunstancias; es adecuado imaginar los intereses especulativos del agente individualista capitalista, la voluntad de poder del sujeto desencantado de la modernidad burguesa y el inconsciente del individuo sometido a los mecanismos de la sociedad disciplinaria, como tres modos de desviación o interferencia sobre la marcha natural en el despliegue de la capacidad natural del animal en posesión de logos de alcanzar por medio del discurso la adjudicación de la mejor estrategia y comprensión de su ser-en-el-mundo.
Esta breve reflexión no pretende otra cosa que animar a los actores políticos a prosperar en el optimismo recatado que es imprescindible para evitar las confrontaciones en ciernes que amenazan con un nuevo baño de sangre.
LA POLÍTICA DEL AMOR (2)
En el post anterior ofrecí una primera aproximación a una idea que aún no ha acabado de tomar forma. La intuición, sin embargo, me hace creer que vale la pena ir profundizando en el asunto de a poco.
El problema de fondo ya ha sido planteado en otras ocasiones y gira en torno a la siguiente cuestión: ¿Es posible hablar de un “Nosotros” antes de que ocurra el reconocimiento del “Tú” y del “Vosotros”, del “Él” y el “Ellos”? Con esta pregunta intentamos ir al fondo de la cuestión de la identidad, a la pregunta acerca del quién y del qué.
Pero vayamos por partes. Hicimos una triple distinción. Hablamos (1) de una política del consenso; (2) hablamos de una política agonística del enfrentamiento; y (3) hablamos de una política del amor. Permítanme que dé algunos detalles respecto a esto para que podamos continuar nuestra charla con mayor profundidad.
En primer lugar, no estoy diciendo que la política del amor pueda substituir absolutamente las otras dos formas de política. Creo que existen ámbitos en los que, en principio, la política del consenso y la política agonística del enfrentamiento son insubstituibles. Digo “en principio”, porque aún me queda mucho pensar sobre el asunto, pero parecería que eso es así.
En segundo lugar, cuando hablamos de política de consenso, es evidente que ésta sólo puede ocurrir entre fuerzas simétricas, porque en cuanto existe una asimetría, automáticamente pasamos a la política agonística del enfrentamiento como única vía. Me explico: la política de consenso, en las sociedades democráticas occidentales se ha propagado sobre la base de una ficción tremenda. Esto es, que los agentes políticos se encuentran en relación de simetría entre sí. Por supuesto esto no es así de modo alguno. Pero se sostiene sobre la lectura atomista-individualista que considera a los agentes, entidades autosubsistentes dotados de iguales derechos.
Ahora bien, cuando los agentes políticos se encuentran en disparidad, cuando uno posee la fuerza para imponer su voluntad de dominio sobre el otro, la política de consenso es una mascarada. Cuando me refiero a fuerza quiero decir no sólo poder represivo, sino también potencia seductora mediática, lobbies, y otros factores desequilibrantes que imponen una cierta interpretación de lo real.
Una vez se ha producido la disparidad, la disimetría, el oprimido se encuentra en una situación tal que sólo le queda como alternativa la demostración de su capacidad de resistencia para forzar al otro a regresar a la mesa del consenso. El oprimido sin poder, sólo puede solicitar caridad, pero no puede negociar porque no es reconocido como agente real. En el ámbito del consenso uno es en la medida de su poder. Su identidad, al no ser efectiva, no es reconocida como tal en el ámbito de la política de consenso.
Una vez que nos encontramos en una situación en la que se exige una política agonística de enfrentamiento, cabe preguntarse hasta que punto esta política puede llevarnos hasta el final del camino. La pregunta es utópica. ¿Cuál es el final del camino? Lo que estamos diciendo nosotros es que debemos articular, no sólo un discurso y actividad estratégica en nuestra labor revolucionaria, sino también una política y actividad utópica que de cabida a la conversión última del otro en un “nosotros”, en contraposición de propugnar por su exterminio o aniquilación.
Sabemos que en la esfera de la política del consenso, lo que propugna nuestro contrincante es la desaparición, el extermino del otro. Un ejemplo de ello lo vemos en el ámbito económico, en el que las sinergias de las grandes corporaciones, liberadas de toda limitación o regulación, tienden al exterminio de sus competidores, en la forma de fusiones monopólicas.
En la esfera del consenso, la pugna se resuelve siempre con la desaparición del otro o la búsqueda de un enfrentamiento agonístico en otra esfera de mayor radicalidad.
Ahora bien, si la política agonística es el horizonte último de nuestro discurso político, el resultado será un retorno eventual a los comportamientos consensuales una vez alcanzados nuestros objetivos estratégicos, o por el contrario, la asunción de simetrías bipolares en perjuicio de otros agentes en un consenso ventajoso de opresión conjunta por parte de las fuerzas ahora equilibradas.
En cambio, la política del amor propone como horizonte último, utópico y revolucionario, la creación de un nosotros a partir del reconocimiento de tres instancias que he ilustrado a partir de las imágenes cristianas:
(1) La expulsión de los mercaderes del templo
(2) el autosacrificio y el suplicio en la cruz
(3) y el mandato de “poner la otra mejilla”.
A fin de no exponerme a las objeciones partidistas, ofrezco ahora un ejemplo de la iconografía tántrica a fin de clarificar el contenido y modulación de ese “nosotros” que propicia la política del amor. La deidad aparece en la forma del yab-yung: Lo masculino y lo femenino, no sólo se presentan en un abrazo sexual, sino que además lo hacen portando todas sus armas. La deidad masculina porta el espectro y la campana; la deidad femenina el cuchillo curvo ensangrentado y la copa-calavera (kapala)
El “nosotros” es el mutuo reconocimiento del otro, no como un socio-competidor-aliado, no como un amigo-enemigo, sino como un sí mismo.
Cuando consensuamos, negociamos o combatimos, necesariamente, el otro se ve reducido a cifra, oportunidad, obstáculo, o lo que fuera.
La política del amor es una política del reconocimiento radical. Es lo opuesto al vaciamiento del otro de su identidad esencial, a la confusión de las partes en un todo, pero también a la pretensión de la subsistencia de lo individuado independientemente de su trasfondo existencial.
El problema de fondo ya ha sido planteado en otras ocasiones y gira en torno a la siguiente cuestión: ¿Es posible hablar de un “Nosotros” antes de que ocurra el reconocimiento del “Tú” y del “Vosotros”, del “Él” y el “Ellos”? Con esta pregunta intentamos ir al fondo de la cuestión de la identidad, a la pregunta acerca del quién y del qué.
Pero vayamos por partes. Hicimos una triple distinción. Hablamos (1) de una política del consenso; (2) hablamos de una política agonística del enfrentamiento; y (3) hablamos de una política del amor. Permítanme que dé algunos detalles respecto a esto para que podamos continuar nuestra charla con mayor profundidad.
En primer lugar, no estoy diciendo que la política del amor pueda substituir absolutamente las otras dos formas de política. Creo que existen ámbitos en los que, en principio, la política del consenso y la política agonística del enfrentamiento son insubstituibles. Digo “en principio”, porque aún me queda mucho pensar sobre el asunto, pero parecería que eso es así.
En segundo lugar, cuando hablamos de política de consenso, es evidente que ésta sólo puede ocurrir entre fuerzas simétricas, porque en cuanto existe una asimetría, automáticamente pasamos a la política agonística del enfrentamiento como única vía. Me explico: la política de consenso, en las sociedades democráticas occidentales se ha propagado sobre la base de una ficción tremenda. Esto es, que los agentes políticos se encuentran en relación de simetría entre sí. Por supuesto esto no es así de modo alguno. Pero se sostiene sobre la lectura atomista-individualista que considera a los agentes, entidades autosubsistentes dotados de iguales derechos.
Ahora bien, cuando los agentes políticos se encuentran en disparidad, cuando uno posee la fuerza para imponer su voluntad de dominio sobre el otro, la política de consenso es una mascarada. Cuando me refiero a fuerza quiero decir no sólo poder represivo, sino también potencia seductora mediática, lobbies, y otros factores desequilibrantes que imponen una cierta interpretación de lo real.
Una vez se ha producido la disparidad, la disimetría, el oprimido se encuentra en una situación tal que sólo le queda como alternativa la demostración de su capacidad de resistencia para forzar al otro a regresar a la mesa del consenso. El oprimido sin poder, sólo puede solicitar caridad, pero no puede negociar porque no es reconocido como agente real. En el ámbito del consenso uno es en la medida de su poder. Su identidad, al no ser efectiva, no es reconocida como tal en el ámbito de la política de consenso.
Una vez que nos encontramos en una situación en la que se exige una política agonística de enfrentamiento, cabe preguntarse hasta que punto esta política puede llevarnos hasta el final del camino. La pregunta es utópica. ¿Cuál es el final del camino? Lo que estamos diciendo nosotros es que debemos articular, no sólo un discurso y actividad estratégica en nuestra labor revolucionaria, sino también una política y actividad utópica que de cabida a la conversión última del otro en un “nosotros”, en contraposición de propugnar por su exterminio o aniquilación.
Sabemos que en la esfera de la política del consenso, lo que propugna nuestro contrincante es la desaparición, el extermino del otro. Un ejemplo de ello lo vemos en el ámbito económico, en el que las sinergias de las grandes corporaciones, liberadas de toda limitación o regulación, tienden al exterminio de sus competidores, en la forma de fusiones monopólicas.
En la esfera del consenso, la pugna se resuelve siempre con la desaparición del otro o la búsqueda de un enfrentamiento agonístico en otra esfera de mayor radicalidad.
Ahora bien, si la política agonística es el horizonte último de nuestro discurso político, el resultado será un retorno eventual a los comportamientos consensuales una vez alcanzados nuestros objetivos estratégicos, o por el contrario, la asunción de simetrías bipolares en perjuicio de otros agentes en un consenso ventajoso de opresión conjunta por parte de las fuerzas ahora equilibradas.
En cambio, la política del amor propone como horizonte último, utópico y revolucionario, la creación de un nosotros a partir del reconocimiento de tres instancias que he ilustrado a partir de las imágenes cristianas:
(1) La expulsión de los mercaderes del templo
(2) el autosacrificio y el suplicio en la cruz
(3) y el mandato de “poner la otra mejilla”.
A fin de no exponerme a las objeciones partidistas, ofrezco ahora un ejemplo de la iconografía tántrica a fin de clarificar el contenido y modulación de ese “nosotros” que propicia la política del amor. La deidad aparece en la forma del yab-yung: Lo masculino y lo femenino, no sólo se presentan en un abrazo sexual, sino que además lo hacen portando todas sus armas. La deidad masculina porta el espectro y la campana; la deidad femenina el cuchillo curvo ensangrentado y la copa-calavera (kapala)
El “nosotros” es el mutuo reconocimiento del otro, no como un socio-competidor-aliado, no como un amigo-enemigo, sino como un sí mismo.
Cuando consensuamos, negociamos o combatimos, necesariamente, el otro se ve reducido a cifra, oportunidad, obstáculo, o lo que fuera.
La política del amor es una política del reconocimiento radical. Es lo opuesto al vaciamiento del otro de su identidad esencial, a la confusión de las partes en un todo, pero también a la pretensión de la subsistencia de lo individuado independientemente de su trasfondo existencial.
DE LA POLÍTICA AGONÍSTICA A LA POLÍTICA DEL AMOR
Aquí amor no significa “fusión” (en todo caso, es lo contrario de la con-fusión). Aquí amor es máxima oposición. ¿Pero en qué sentido? Si lo pensamos en términos ético-religiosos (y vale la pena que lo hagamos en esos términos, y no en términos meramente politológicos), el amor es el reconocimiento absoluto del otro como un sí mismo.
Por lo tanto, a fin de evitar malentendidos, decimos que la política del amor es aún más radicalmente opuesta a la política del consenso (la política liberal de la negociación), que la política agonística en la que pusimos nuestras esperanzas en esta primera década del siglo XXI.
Aquí política agonística es aquella que se articula a partir de la relectura que la izquierda comunitarista ofreció de la noción schmittiana de lo político como articulación de la identidad a partir de la afirmación del enemigo.
Lo que propongo es que pensemos toda esta cuestión a partir de la noción de esperanza y desesperanza que nos propuso Ricardo Foster en el artículo que he citado en mi post anterior, para que pensemos juntos algo más que estrategias electorales, y nos interroguemos sobre el imaginario de nuestra actividad política de aquí en adelante.
La pregunta es la siguiente: ¿Qué puede nutrir en la desesperanza?
La desesperanza aquí se entiende como asunción de una injusticia radical, sistémica, estructural, a la cual no parece que podamos dar respuesta adecuada, al menos por el momento. Se me ocurre, distinguir dos tipos o clases de respuestas frente a esta injusticia estructural:
(1) El primer grupo de respuestas sería aquellas que se construyen a partir del odio.
Pero también, a partir de la indiferencia, el aburrimiento, el desaliento, todas estas formas modulaciones del odio, de la agresión, del miedo.
Por el otro, el tipo de actividad pragmática que ante la injusticia elige la instrumentalización de la misma a fin de producir un provecho.
Me inclino a pensar que estas respuestas a la desesperanza son diversas maneras del olvido.
Hay el olvido que propone el espíritu pragmático enfocado en exclusivamente en el futuro, y al que el pasado estorba, sobre todo cuando este se muestra como reclamo de justicia ante la injusticia cometida. El pragmático responde al presente en términos de cifras y gestión. Sin pasado, sin historia, sin narración, el hombre deja de ser un agente con identidad y se convierte en número.
La rabia hace olvida de un modo más sutil. Sobre el pasado la rabia se tiende para hacer manejable, digerible, lo que nos hiere.
Ambas respuestas, cada una en su medida, nutren la desmemoria. Por lo tanto, hay una memoria que promueve el olvido.
(2) El segundo grupo de respuestas gira en torno al amor.
Aquí amor, como he dicho, es la asunción radical del sí mismo del otro.
Ahora bien, quiero recordarles unas enseñanzas cristianas que podrían ayudarnos a disipar el pésimo trato que se da a esta noción (el amor) en el ámbito de la ciencia y filosofía política.
Para ello propongo 2 imágenes iniciales, y una tercera que acompaña a modo de contraposición.
La primera imagen es la de Jesús expulsando a los mercaderes del templo.
La segunda imagen es la del suplicio y sacrificio de Cristo en la Cruz.
La tercera modalidad del amor sería la imagen de “dar la otra mejilla”.
Lo que propongo, por lo tanto, es:
(1) En relación a la primera imagen, dar forma a un tipo de política futura que nos preserve como comunidad (en este caso hablo de la patria en su conjunto, pero también podría hablar de ello en términos globales).
Como he dicho en otra ocasión, una política que supere el individualismo egoista a través de la destitución, la refutación del odio, como alternativa política (especialmente, el odio que se manifiesta a la manera de (1) la indiferencia ante el dolor del otro; o aun peor, (2) en la forma del pragmatismo o gestión o administración de la injusticia).
(2) En relación con la segunda imagen, propongo dar forma a una “mística” del sacrificio que de respuesta a la corrupción de los nuestros.
(3) Finalmente, en relación con la tercera imagen, oponer al imaginario reduccionista criminal de la política-mercado, la reinvención de un "nosotros" que supere la retórica agonística en pos de una política del amor. Fijar al otro en el lugar del enemigo es justificar su palabra y su gesto ofreciéndole una realidad ontológica que no posee. Nuestra fortaleza es que el egoísmo no tiene base ontológica de ningún tipo, en cuanto el individuo atomizado que proponen nuestro contrincantes en el debate, es una imposibilidad, una ficción.
Dar solidez a la identidad del enemigo conlleva perpetuar el conflicto en detrimento de los débiles.
Nuestra tarea, ahora mismo, es hacer que el otro se haga uno de los nuestros.
Por lo tanto, a fin de evitar malentendidos, decimos que la política del amor es aún más radicalmente opuesta a la política del consenso (la política liberal de la negociación), que la política agonística en la que pusimos nuestras esperanzas en esta primera década del siglo XXI.
Aquí política agonística es aquella que se articula a partir de la relectura que la izquierda comunitarista ofreció de la noción schmittiana de lo político como articulación de la identidad a partir de la afirmación del enemigo.
Lo que propongo es que pensemos toda esta cuestión a partir de la noción de esperanza y desesperanza que nos propuso Ricardo Foster en el artículo que he citado en mi post anterior, para que pensemos juntos algo más que estrategias electorales, y nos interroguemos sobre el imaginario de nuestra actividad política de aquí en adelante.
La pregunta es la siguiente: ¿Qué puede nutrir en la desesperanza?
La desesperanza aquí se entiende como asunción de una injusticia radical, sistémica, estructural, a la cual no parece que podamos dar respuesta adecuada, al menos por el momento. Se me ocurre, distinguir dos tipos o clases de respuestas frente a esta injusticia estructural:
(1) El primer grupo de respuestas sería aquellas que se construyen a partir del odio.
Pero también, a partir de la indiferencia, el aburrimiento, el desaliento, todas estas formas modulaciones del odio, de la agresión, del miedo.
Por el otro, el tipo de actividad pragmática que ante la injusticia elige la instrumentalización de la misma a fin de producir un provecho.
Me inclino a pensar que estas respuestas a la desesperanza son diversas maneras del olvido.
Hay el olvido que propone el espíritu pragmático enfocado en exclusivamente en el futuro, y al que el pasado estorba, sobre todo cuando este se muestra como reclamo de justicia ante la injusticia cometida. El pragmático responde al presente en términos de cifras y gestión. Sin pasado, sin historia, sin narración, el hombre deja de ser un agente con identidad y se convierte en número.
La rabia hace olvida de un modo más sutil. Sobre el pasado la rabia se tiende para hacer manejable, digerible, lo que nos hiere.
Ambas respuestas, cada una en su medida, nutren la desmemoria. Por lo tanto, hay una memoria que promueve el olvido.
(2) El segundo grupo de respuestas gira en torno al amor.
Aquí amor, como he dicho, es la asunción radical del sí mismo del otro.
Ahora bien, quiero recordarles unas enseñanzas cristianas que podrían ayudarnos a disipar el pésimo trato que se da a esta noción (el amor) en el ámbito de la ciencia y filosofía política.
Para ello propongo 2 imágenes iniciales, y una tercera que acompaña a modo de contraposición.
La primera imagen es la de Jesús expulsando a los mercaderes del templo.
La segunda imagen es la del suplicio y sacrificio de Cristo en la Cruz.
La tercera modalidad del amor sería la imagen de “dar la otra mejilla”.
Lo que propongo, por lo tanto, es:
(1) En relación a la primera imagen, dar forma a un tipo de política futura que nos preserve como comunidad (en este caso hablo de la patria en su conjunto, pero también podría hablar de ello en términos globales).
Como he dicho en otra ocasión, una política que supere el individualismo egoista a través de la destitución, la refutación del odio, como alternativa política (especialmente, el odio que se manifiesta a la manera de (1) la indiferencia ante el dolor del otro; o aun peor, (2) en la forma del pragmatismo o gestión o administración de la injusticia).
(2) En relación con la segunda imagen, propongo dar forma a una “mística” del sacrificio que de respuesta a la corrupción de los nuestros.
(3) Finalmente, en relación con la tercera imagen, oponer al imaginario reduccionista criminal de la política-mercado, la reinvención de un "nosotros" que supere la retórica agonística en pos de una política del amor. Fijar al otro en el lugar del enemigo es justificar su palabra y su gesto ofreciéndole una realidad ontológica que no posee. Nuestra fortaleza es que el egoísmo no tiene base ontológica de ningún tipo, en cuanto el individuo atomizado que proponen nuestro contrincantes en el debate, es una imposibilidad, una ficción.
Dar solidez a la identidad del enemigo conlleva perpetuar el conflicto en detrimento de los débiles.
Nuestra tarea, ahora mismo, es hacer que el otro se haga uno de los nuestros.
LA RAÍZ DE TODOS NUESTROS MALES
He tenido la fortuna de vivir dos años en Bogotá, bajo esos cielos imponentes, escuchando muchos, pero muchos ladridos.
En el 89, presencié el famoso "caracazo". Esos días alumbrados en el que el ejercito venezolano encomendado a un proyecto neoliberal disparó contra su propio pueblo, para acabar con la módica cifra de 3000 muertos. El diario El País de entonces fue el que dio la cifra. Creo que el corresponsal era José Comas, que después estuvo viviendo en Buenos Aires.
También tuve ocasión de presenciar el Plesbiscito chileno del 88. Escuché a los opositores, pero tuve la fortuna de charlar largo y tendido con pinochetistas bien acomodados del régimen. Uno de ellos, simpático como pocos, se desvivió por convencerme que era necesario exterminar a los zurdos en el continente, y que pasara lo que pasara, nunca cambiaría nada en su país. Que el poder estaba bien consolidado.
Me he pasado años en Europa, hablando con gente de las más diversas índoles.
He vivido en Euskadi, y actualmente vivo entre los catalanes. Les he prestado atención, mucha atención, escucho sus reclamos y los contraargumentos que ofrecen quienes mandan.
En Holanda conocí racistas convencidos, y he pasado la mayor parte de mi vida adulta entre inmigrantes.
He vivido en Asia durante más de diez años: India ha sido mi hogar, también Indonesia. En Jakarta he compartido largas horas con las jóvenes opositores del régimen de Suharto, pero también me he sentado en la mesa de empresarios que animaban las charlas hablando con crueldad de la "chusma", y para quienes resultaba incomprensible e idiota las pretensiones de las poblaciones indígenas de algunas islas, o criticaban la paciencia de Jakarta ante la insurrección en Timor.
He trabajado durante dos años con un isralí extraordinario, desertor del ejercito e historiador. Con él presenciamos azorados desde una televisión en blanco y negro, la transmisión entusiasmada de la CNN de los bombardeos sobre Bagdad en la primera guerra del Golfo.
He vivido en las chabolas de Yogya y Nueva Delhi. He escuchado a los tibetanos, pero también a los chinos. He visto como Beijing caricaturizaba al Dalai Lama hasta el punto de convertirlo en un terrorista.
Una mañana de invierno, sentado en mi hermita en Dharamkot, ante la foto del lider tibetano, comprendí que para millones de personas, ese hombre considerado un santo para muchos, era un terrorista, el mal encarnado.
He visto que para someter a nuestros semejantes, para reducirlos a esclavos, escoria o cifra, para matar y exterminar a nuestro prójimo, el opresor necesita caricaturizar a su víctima.
Los nazis hicieron con los judios lo que la tradición europea les enseñó durante siglos (léase sino "El Mercader de Venecia"); los españoles hicieron con los indígenas, lo que habían prácticado con el moro y el judio en su propia tierra; los estadounidenses esclavizaron a los negros reduciendo su humanidad como los "conquistadores del oeste" hicieron con los indios; los colonos judios han hecho con los palestinos, lo que han aprendido del maltrato prodigado a su propio pueblo. Por su puesto, la lista no es inclusiva, porque es interminable.
Los budistas dicen que la ignorancia es la raíz de todos nuestros males, del aferramiento y el odio que nos nutre. De allí me viene eso que siempre repito como un eslogan: "La ignorancia es moralmente reprochable".
Los que insisten con el "eje del mal" y sus análogos, los que alimentan las consignas que llevan a la destrucción y al exterminio del otro, especialmente cuando están en posesión de las armas y la legitimidad que les otorga el poder -es decir, son dueños de las leyes y las palabras reinantes-, los que pretenden que los otros, son "absolutamente condenables", acaban justificando todos los horrores.
Mi intención en mis notas ha sido desenmascarar a los caricaturistas que formatean nuestro mundo. Como los prestidigitadores de los que nos habló Platón en el célebre mito de la caverna, nos ofrecen sombras, mientras nos mantienen encandenados ante las pantallas de piedra en la que proyectan sus invenciones.
Quienes denuncian la violación de la libertad de expresión en Venezuela, bienvenidos sean si están en lo cierto; sin embargo, aún no han respondido con sus vociferaciones a lo que me preocupa. Las radios y televisiones venezolanas no llegarán a todos los rincones del planeta, no ordenaran nuestra mente con sus mentiras, no darán forma a nuestros discursos, ni construirán los edificios de la falsificada verdad en la habitamos nuestros días en esta tierra.
La prensa corporativa viola nuestro derecho a una información veraz cada día de nuestra vida. Fabrica guerras, oculta destrucciones, proclama como héroes a los traidores, y silencia a quienes luchan por la libertad y la justicia.
Por lo tanto, no deberíamos comprar las insitaciones que esa prensa produce con tanta liviandad, porque antes, y por sobre nuestro derecho a la libertad de expresión, hay el derecho a la verdad, sin el cual, nuestro derecho a expresarnos se convierte en mero ventriloquismo.
En el 89, presencié el famoso "caracazo". Esos días alumbrados en el que el ejercito venezolano encomendado a un proyecto neoliberal disparó contra su propio pueblo, para acabar con la módica cifra de 3000 muertos. El diario El País de entonces fue el que dio la cifra. Creo que el corresponsal era José Comas, que después estuvo viviendo en Buenos Aires.
También tuve ocasión de presenciar el Plesbiscito chileno del 88. Escuché a los opositores, pero tuve la fortuna de charlar largo y tendido con pinochetistas bien acomodados del régimen. Uno de ellos, simpático como pocos, se desvivió por convencerme que era necesario exterminar a los zurdos en el continente, y que pasara lo que pasara, nunca cambiaría nada en su país. Que el poder estaba bien consolidado.
Me he pasado años en Europa, hablando con gente de las más diversas índoles.
He vivido en Euskadi, y actualmente vivo entre los catalanes. Les he prestado atención, mucha atención, escucho sus reclamos y los contraargumentos que ofrecen quienes mandan.
En Holanda conocí racistas convencidos, y he pasado la mayor parte de mi vida adulta entre inmigrantes.
He vivido en Asia durante más de diez años: India ha sido mi hogar, también Indonesia. En Jakarta he compartido largas horas con las jóvenes opositores del régimen de Suharto, pero también me he sentado en la mesa de empresarios que animaban las charlas hablando con crueldad de la "chusma", y para quienes resultaba incomprensible e idiota las pretensiones de las poblaciones indígenas de algunas islas, o criticaban la paciencia de Jakarta ante la insurrección en Timor.
He trabajado durante dos años con un isralí extraordinario, desertor del ejercito e historiador. Con él presenciamos azorados desde una televisión en blanco y negro, la transmisión entusiasmada de la CNN de los bombardeos sobre Bagdad en la primera guerra del Golfo.
He vivido en las chabolas de Yogya y Nueva Delhi. He escuchado a los tibetanos, pero también a los chinos. He visto como Beijing caricaturizaba al Dalai Lama hasta el punto de convertirlo en un terrorista.
Una mañana de invierno, sentado en mi hermita en Dharamkot, ante la foto del lider tibetano, comprendí que para millones de personas, ese hombre considerado un santo para muchos, era un terrorista, el mal encarnado.
He visto que para someter a nuestros semejantes, para reducirlos a esclavos, escoria o cifra, para matar y exterminar a nuestro prójimo, el opresor necesita caricaturizar a su víctima.
Los nazis hicieron con los judios lo que la tradición europea les enseñó durante siglos (léase sino "El Mercader de Venecia"); los españoles hicieron con los indígenas, lo que habían prácticado con el moro y el judio en su propia tierra; los estadounidenses esclavizaron a los negros reduciendo su humanidad como los "conquistadores del oeste" hicieron con los indios; los colonos judios han hecho con los palestinos, lo que han aprendido del maltrato prodigado a su propio pueblo. Por su puesto, la lista no es inclusiva, porque es interminable.
Los budistas dicen que la ignorancia es la raíz de todos nuestros males, del aferramiento y el odio que nos nutre. De allí me viene eso que siempre repito como un eslogan: "La ignorancia es moralmente reprochable".
Los que insisten con el "eje del mal" y sus análogos, los que alimentan las consignas que llevan a la destrucción y al exterminio del otro, especialmente cuando están en posesión de las armas y la legitimidad que les otorga el poder -es decir, son dueños de las leyes y las palabras reinantes-, los que pretenden que los otros, son "absolutamente condenables", acaban justificando todos los horrores.
Mi intención en mis notas ha sido desenmascarar a los caricaturistas que formatean nuestro mundo. Como los prestidigitadores de los que nos habló Platón en el célebre mito de la caverna, nos ofrecen sombras, mientras nos mantienen encandenados ante las pantallas de piedra en la que proyectan sus invenciones.
Quienes denuncian la violación de la libertad de expresión en Venezuela, bienvenidos sean si están en lo cierto; sin embargo, aún no han respondido con sus vociferaciones a lo que me preocupa. Las radios y televisiones venezolanas no llegarán a todos los rincones del planeta, no ordenaran nuestra mente con sus mentiras, no darán forma a nuestros discursos, ni construirán los edificios de la falsificada verdad en la habitamos nuestros días en esta tierra.
La prensa corporativa viola nuestro derecho a una información veraz cada día de nuestra vida. Fabrica guerras, oculta destrucciones, proclama como héroes a los traidores, y silencia a quienes luchan por la libertad y la justicia.
Por lo tanto, no deberíamos comprar las insitaciones que esa prensa produce con tanta liviandad, porque antes, y por sobre nuestro derecho a la libertad de expresión, hay el derecho a la verdad, sin el cual, nuestro derecho a expresarnos se convierte en mero ventriloquismo.
RECORDANDO A COLIN POWELL (2): Otra vuelta de tuerca.
A continuación ofrezco mi respuesta a un comentario realizado a la nota titulada: "Recordando a Colin Powell", que no he podido insertar en la sección correspondiente debido a su extensión.
PT,
Me alegra mucho que se haya animado a hacer su comentario. Creo que es una buena ocasión para intercambiar pareceres. Lamento que me haya prejuzgado. En realidad, nunca he querido otra cosa cuando me decidí a editar este blog que crear ocasiones para debatir estos asuntos. Por lo tanto, permítame que le dé alguna respuesta a lo que me plantea.
Para empezar, recordarle que los últimos artículos que he editado son respuestas a dos colaboraciones que han sido publicadas en el diario El País de España, y una de ella reeditada en el diario La Nación recientemente. Por lo tanto, de lo que se habla en estos artículos no puede entenderse plenamente si uno desconoce el objeto de los mismos, que es reflexionar sobre los trasfondos inarticulados de estos y otros autores que suelen escribir en las columnas de los periódicos citados.
Pasemos ahora al contenido de su comentario.
Mientras yo pongo en entredicho las justificaciones que ha utilizado el gobierno colombiano para invadir el territorio soberano de sus países vecinos con las razones que fueran, usted por el contrario pretende asegurarnos que el gobierno colombiano tiene pleno derecho para hacer tal cosa. Me dice que no tiene noticia de las incursiones colombianas en territorio Venezolano, por lo tanto le recuerdo que uno de los primeros “líos” diplomáticos entre las dos naciones ocurrió cuando un comando especializado del gobierno colombiano secuestro a un guerrillero en las calles de Caracas, sin haber mediado autorización alguna por parte del gobierno Venezolano en el asunto.
Ahora imaginemos por un momento que algo de semejante calibre hubiera ocurrido en los años noventa en Francia. Imaginemos que un comando español hubiese entrado en territorio francés y hubiera secuestrado a un etarra. La respuesta hubiera sido inmediata por parte del gobierno francés. Pero algo de ese estilo nunca hubiera ocurrido.
O imaginemos que el autor material del famoso atentado terrorista a Cubana de aviación en los años 70 (el señor Carriles) en el que murieron 400 civiles hubiera sido secuestrado en Miami por la inteligencia cubana. ¿Qué cree usted que hubiera pasado?
Hay, sin embargo, un precedente a una acción semejante. Y casualmente uno de los protagonistas de dicha operación fue el gobierno argentino de Arturo Frondizi, cuando un comando del Mosad, los servicios de inteligencia israelí, secuestraron al criminal de guerra y genocida Eichman. El asunto causó mucho revuelo y una respuesta firme del gobierno argentino. De algo podemos estar seguros, ni usted ni yo deseamos que se generalice una práctica semejante. Y menos aún cuando el gobierno de Venezuela, nos guste o no, es un gobierno que ha sido elegido democráticamente en elecciones libres, y en reiteradas ocasiones apoyado en referendums y consultas populares.
El hecho de que un gobierno como el de Uribe se haya permitido violar repetidamente la soberanía de los estados fronterizo puede que se deba, entre otras cosas, porque se sabe en posesión de una superioridad militar desproporcionada en relación a sus vecinos; y por otro lado, porque es consciente de que una respuesta militar estaría amparado por la estrategia de Washington.
La tesis de la guerra preventiva (en este caso se trata de intervenciones preventivas) creadas por la la derecha norteamericana han sido un precedente peligroso, y la utilización por parte de Colombia de argumentaciones de este estilo, rehusando tomar nota del repudio que ha suscitado en todos los países de la región, debería hacernos reflexionar respecto a este extremo.
Con respecto a las pruebas, creo que deberíamos ser más cuidadoso y estudiar con mayor detenimiento lo que se ha dicho y lo que se ha hecho al respecto. Permítame recordarle que, en lo que respecta al ordenador de Reyes, y en lo que respecta a las declaraciones del Mono Jojoy, y la supuesta conexión de las FARC con los gobiernos de Venezuela y Ecuador, nada ha sido probado. Muy por el contrario, después de haber lanzado el bulo internacionalmente sobre la información que habían recabado los servicios de inteligencia colombianos en el “mágico” ordenador de Reyes, los expertos que fueron enviados a Colombia para confirmar la legitimidad de las informaciones esgrimidas declararon que los ordenadores habían sido manipulados. Queda aun por verse qué hay de cierto en las acusaciones a Correa.
Aún así, y como he intentado dejar claro en el artículo, aún cuando esa conexión fuera real, queda aún por responder una pregunta que es verdaderamente preocupante: ¿Quiénes son los que realizan estas denuncias? ¿qué intereses persiguen? Creo que esto no es una cuestión baladí.
Por esa razón he intentado una reflexión en torno a los sucesos e informaciones que llevaron a la guerra de Irak. Recordar a Colin Powell, recordar a José María Aznar, recordar a Tony Blair, recordar a George W. Bush, debería sonrojarnos. Estos personajes escenificaron un engaño de enormes proporciones. Le dijeron al mundo que las razones para realizar una intervención militar en Irak era la existencia de armas de destrucción masiva y la conexión del régimen de Saddam Hussein con Alqeda. Como usted sabrá, todo el asunto fue una mentira absoluta. Nunca hubo conexiones entre el régimen de Saddam Hussein y Alqeda, ni tampoco había armas de destrucción masiva. Pero la prensa internacional y las grandes corporaciones que tenían prometida una parte de la torta que repartía la guerra se empeñaron en ofrecer esta imagen a la opinión pública mundial.
Pasemos a los tres puntos con los cuales termina su comentario.
Respecto a 1, creo que no es mi opinión personal únicamente la que cuenta en este caso. No sólo países como Nicaragua y Cuba han puesto peros a la instalación de bases norteamericanas en Colombia. Chile y Brasil han hecho lo propio. Y el escándalo que ha suscitado el acuerdo secreto llevado a cabo por el gobierno de Uribe con Washington en la propia Colombia no puede subestimarse.
Con respecto a 2, me parece que es un error comparar el régimen dictatorial que gobernó la Argentina durante los años setenta y ochenta, y las hipotéticas faltas que pueden endilgarse al lider venezolano. Me sorprende, de todos modos, que me diga "que la gente de mi postura puso un grito al cielo" cuando los "milicos" intentaron silenciar a la oposición. Estoy seguro que aún cuando no comparte mi postura, el "silenciamiento" realizado en aquellos años es también por usted condenado, ¿O me equivoco?
Recordemos que no hay causa abierta en ningún lugar del mundo por desaparición de personas, o asesinatos de enemigos políticos, contra el gobierno de Chávez. Las acusaciones que se propagaron poco después de cometido el golpe de estado a su gobierno, que aducían el asesinato de manifestantes por parte de grupos paramilitares, se demostró que fue orquestado por las propias fuerzas opositoras para producir una revuelta. El periodista inglés John Pilger ha ofrecido recientemente pruebas gráficas contundentes respecto a ello.
En Argentina, además de los muertos en enfrentamientos directos con la policia y las fuerzas armadas existe un número de desaparecidos que oscila entre los diez mil y los treinta mil. Estas personas no sólo fueron ejecutadas, muchas fueron sometidas a tortura y sus cuerpos desaparecidos. Circunstancias similares se han reiterado en todo el continente. Los documentos desclasificados de la CIA han confirmado la participación de la inteligencia norteamericana en el exterminio de los opositores políticos, y la intimidad ideológica que ha existido entre las élites locales y sus contrapartes norteamericanas.
La acusación respecto a mi hipocresía ideológica debido a mi (hipotética) simpatía hacia la Revolución Cubana es un lugar común que no merece comentario.
Respecto a 3, es evidente que los gobiernos de Honduras, Nicaragua, Ecuador, Bolivia, Venezuela, etc. - gobiernos que han llegado al poder por medio de elecciones libres, y que mantienen el apoyo de buena parte de la población (Gallup sostiene que el apoyo al gobierno de Zelaya en Honduras es del 53%, mientras sólo el 28% apoya el golpe de estado)- tienen derecho a realizar políticas comunes. Una cosa es una tratado entre países soberanos, nos guste o no el color de su gobierno, y algo muy diferente es interferir en los asuntos internos de esos países, socavando la voluntad popular y obstaculizando los caminos de integración que ha realizado el continente en la última década.
Finalmente, no comparto en modo alguno su idea de la política, y el festejo relativista que propone. No creo que la política sea un asunto de camisetas.´Es alarmante concebir el asunto de ese modo.
Por el contrario, creo que pese a que existen una pluralidad de posiciones en el mundo que habitamos, eso no significa que estas posiciones sean necesariamente inconmensurables. No deberíamos considerarlas de ese modo, al menos, no deberíamos hacerlo a priori. Siempre tenemos ocasión de sentarnos unos frente a otros, con una actitud intelectual honesta, a comentar nuestras "notas" sobre la realidad para intentar una mejor comprensión de los asuntos que nos conciernen. El resultado de nuestras disquisiciones nunca será definitivo. Pero podemos ir afilando nuestro discurso y comparando posiciones para deshechar las más burdas, en pos de las más refinadas y plausibles. Como le he dicho, para ello es necesario cultivar virtudes intelectuales y humanas. Eso significa, en breve, anteponer la verdad al interés particular; el bien al beneficio propio; y la valentía a la comodidad. Pero creo que en este extremo estamos plenamente de acuerdo.
Espero que mi respuesta sea de utilidad. Le agradezco su comentario y espero su futura participación en el blog.
PT,
Me alegra mucho que se haya animado a hacer su comentario. Creo que es una buena ocasión para intercambiar pareceres. Lamento que me haya prejuzgado. En realidad, nunca he querido otra cosa cuando me decidí a editar este blog que crear ocasiones para debatir estos asuntos. Por lo tanto, permítame que le dé alguna respuesta a lo que me plantea.
Para empezar, recordarle que los últimos artículos que he editado son respuestas a dos colaboraciones que han sido publicadas en el diario El País de España, y una de ella reeditada en el diario La Nación recientemente. Por lo tanto, de lo que se habla en estos artículos no puede entenderse plenamente si uno desconoce el objeto de los mismos, que es reflexionar sobre los trasfondos inarticulados de estos y otros autores que suelen escribir en las columnas de los periódicos citados.
Pasemos ahora al contenido de su comentario.
Mientras yo pongo en entredicho las justificaciones que ha utilizado el gobierno colombiano para invadir el territorio soberano de sus países vecinos con las razones que fueran, usted por el contrario pretende asegurarnos que el gobierno colombiano tiene pleno derecho para hacer tal cosa. Me dice que no tiene noticia de las incursiones colombianas en territorio Venezolano, por lo tanto le recuerdo que uno de los primeros “líos” diplomáticos entre las dos naciones ocurrió cuando un comando especializado del gobierno colombiano secuestro a un guerrillero en las calles de Caracas, sin haber mediado autorización alguna por parte del gobierno Venezolano en el asunto.
Ahora imaginemos por un momento que algo de semejante calibre hubiera ocurrido en los años noventa en Francia. Imaginemos que un comando español hubiese entrado en territorio francés y hubiera secuestrado a un etarra. La respuesta hubiera sido inmediata por parte del gobierno francés. Pero algo de ese estilo nunca hubiera ocurrido.
O imaginemos que el autor material del famoso atentado terrorista a Cubana de aviación en los años 70 (el señor Carriles) en el que murieron 400 civiles hubiera sido secuestrado en Miami por la inteligencia cubana. ¿Qué cree usted que hubiera pasado?
Hay, sin embargo, un precedente a una acción semejante. Y casualmente uno de los protagonistas de dicha operación fue el gobierno argentino de Arturo Frondizi, cuando un comando del Mosad, los servicios de inteligencia israelí, secuestraron al criminal de guerra y genocida Eichman. El asunto causó mucho revuelo y una respuesta firme del gobierno argentino. De algo podemos estar seguros, ni usted ni yo deseamos que se generalice una práctica semejante. Y menos aún cuando el gobierno de Venezuela, nos guste o no, es un gobierno que ha sido elegido democráticamente en elecciones libres, y en reiteradas ocasiones apoyado en referendums y consultas populares.
El hecho de que un gobierno como el de Uribe se haya permitido violar repetidamente la soberanía de los estados fronterizo puede que se deba, entre otras cosas, porque se sabe en posesión de una superioridad militar desproporcionada en relación a sus vecinos; y por otro lado, porque es consciente de que una respuesta militar estaría amparado por la estrategia de Washington.
La tesis de la guerra preventiva (en este caso se trata de intervenciones preventivas) creadas por la la derecha norteamericana han sido un precedente peligroso, y la utilización por parte de Colombia de argumentaciones de este estilo, rehusando tomar nota del repudio que ha suscitado en todos los países de la región, debería hacernos reflexionar respecto a este extremo.
Con respecto a las pruebas, creo que deberíamos ser más cuidadoso y estudiar con mayor detenimiento lo que se ha dicho y lo que se ha hecho al respecto. Permítame recordarle que, en lo que respecta al ordenador de Reyes, y en lo que respecta a las declaraciones del Mono Jojoy, y la supuesta conexión de las FARC con los gobiernos de Venezuela y Ecuador, nada ha sido probado. Muy por el contrario, después de haber lanzado el bulo internacionalmente sobre la información que habían recabado los servicios de inteligencia colombianos en el “mágico” ordenador de Reyes, los expertos que fueron enviados a Colombia para confirmar la legitimidad de las informaciones esgrimidas declararon que los ordenadores habían sido manipulados. Queda aun por verse qué hay de cierto en las acusaciones a Correa.
Aún así, y como he intentado dejar claro en el artículo, aún cuando esa conexión fuera real, queda aún por responder una pregunta que es verdaderamente preocupante: ¿Quiénes son los que realizan estas denuncias? ¿qué intereses persiguen? Creo que esto no es una cuestión baladí.
Por esa razón he intentado una reflexión en torno a los sucesos e informaciones que llevaron a la guerra de Irak. Recordar a Colin Powell, recordar a José María Aznar, recordar a Tony Blair, recordar a George W. Bush, debería sonrojarnos. Estos personajes escenificaron un engaño de enormes proporciones. Le dijeron al mundo que las razones para realizar una intervención militar en Irak era la existencia de armas de destrucción masiva y la conexión del régimen de Saddam Hussein con Alqeda. Como usted sabrá, todo el asunto fue una mentira absoluta. Nunca hubo conexiones entre el régimen de Saddam Hussein y Alqeda, ni tampoco había armas de destrucción masiva. Pero la prensa internacional y las grandes corporaciones que tenían prometida una parte de la torta que repartía la guerra se empeñaron en ofrecer esta imagen a la opinión pública mundial.
Pasemos a los tres puntos con los cuales termina su comentario.
Respecto a 1, creo que no es mi opinión personal únicamente la que cuenta en este caso. No sólo países como Nicaragua y Cuba han puesto peros a la instalación de bases norteamericanas en Colombia. Chile y Brasil han hecho lo propio. Y el escándalo que ha suscitado el acuerdo secreto llevado a cabo por el gobierno de Uribe con Washington en la propia Colombia no puede subestimarse.
Con respecto a 2, me parece que es un error comparar el régimen dictatorial que gobernó la Argentina durante los años setenta y ochenta, y las hipotéticas faltas que pueden endilgarse al lider venezolano. Me sorprende, de todos modos, que me diga "que la gente de mi postura puso un grito al cielo" cuando los "milicos" intentaron silenciar a la oposición. Estoy seguro que aún cuando no comparte mi postura, el "silenciamiento" realizado en aquellos años es también por usted condenado, ¿O me equivoco?
Recordemos que no hay causa abierta en ningún lugar del mundo por desaparición de personas, o asesinatos de enemigos políticos, contra el gobierno de Chávez. Las acusaciones que se propagaron poco después de cometido el golpe de estado a su gobierno, que aducían el asesinato de manifestantes por parte de grupos paramilitares, se demostró que fue orquestado por las propias fuerzas opositoras para producir una revuelta. El periodista inglés John Pilger ha ofrecido recientemente pruebas gráficas contundentes respecto a ello.
En Argentina, además de los muertos en enfrentamientos directos con la policia y las fuerzas armadas existe un número de desaparecidos que oscila entre los diez mil y los treinta mil. Estas personas no sólo fueron ejecutadas, muchas fueron sometidas a tortura y sus cuerpos desaparecidos. Circunstancias similares se han reiterado en todo el continente. Los documentos desclasificados de la CIA han confirmado la participación de la inteligencia norteamericana en el exterminio de los opositores políticos, y la intimidad ideológica que ha existido entre las élites locales y sus contrapartes norteamericanas.
La acusación respecto a mi hipocresía ideológica debido a mi (hipotética) simpatía hacia la Revolución Cubana es un lugar común que no merece comentario.
Respecto a 3, es evidente que los gobiernos de Honduras, Nicaragua, Ecuador, Bolivia, Venezuela, etc. - gobiernos que han llegado al poder por medio de elecciones libres, y que mantienen el apoyo de buena parte de la población (Gallup sostiene que el apoyo al gobierno de Zelaya en Honduras es del 53%, mientras sólo el 28% apoya el golpe de estado)- tienen derecho a realizar políticas comunes. Una cosa es una tratado entre países soberanos, nos guste o no el color de su gobierno, y algo muy diferente es interferir en los asuntos internos de esos países, socavando la voluntad popular y obstaculizando los caminos de integración que ha realizado el continente en la última década.
Finalmente, no comparto en modo alguno su idea de la política, y el festejo relativista que propone. No creo que la política sea un asunto de camisetas.´Es alarmante concebir el asunto de ese modo.
Por el contrario, creo que pese a que existen una pluralidad de posiciones en el mundo que habitamos, eso no significa que estas posiciones sean necesariamente inconmensurables. No deberíamos considerarlas de ese modo, al menos, no deberíamos hacerlo a priori. Siempre tenemos ocasión de sentarnos unos frente a otros, con una actitud intelectual honesta, a comentar nuestras "notas" sobre la realidad para intentar una mejor comprensión de los asuntos que nos conciernen. El resultado de nuestras disquisiciones nunca será definitivo. Pero podemos ir afilando nuestro discurso y comparando posiciones para deshechar las más burdas, en pos de las más refinadas y plausibles. Como le he dicho, para ello es necesario cultivar virtudes intelectuales y humanas. Eso significa, en breve, anteponer la verdad al interés particular; el bien al beneficio propio; y la valentía a la comodidad. Pero creo que en este extremo estamos plenamente de acuerdo.
Espero que mi respuesta sea de utilidad. Le agradezco su comentario y espero su futura participación en el blog.
RECORDANDO A COLIN POWELL
Fue un día memorable. Es decir, un día que debería estar en nuestra memoria, para evitar ese misterio burdo, como decía Borges, que es el olvido.
Leo en el diario El País otra de esas maravillas de la prensa liberal española que nos ponen sobre aviso de lo que planean estos tipos. La firma de la nota es la del prof. Román D. Ortiz, profesor en el departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de los Andes, Bogotá.
El título del artículo dice: “Relaciones Peligrosas”, y como es de esperar, viniendo de Colombia, y firmado por un consultor privado en seguridad, las peligrosas relaciones de las que hemos de hablar son las que mantiene Ecuador y Venezuela, los vecinos ariscos de la nación colombiana, con las FARC.
La tesis del señor Ortiz es sencilla. No deberíamos mirar hacia otro lado. Chávez es como Milosevic o Saddam Hussein. La agresividad de su política exterior debería, hace tiempo, haber animado a la comunidad internacional a tomar medidas contundentes frente al caso.
No me detendré a analizar los datos que ofrece el señor Ortiz para probar esa conexión porque ninguno de ellos puede tomarse en serio. Según Ortiz, la peligrosidad de Chávez no se queda en Latinoamérica. Pretende tener pruebas de una conexión entre un alto funcionario venezolano y la introducción del terrorismo de Hezbollah en la región (Hollywood a tope). Ortiz acusa además a Chávez de haber iniciado un proceso de rearme de dimensiones monumentales, y nos ofrece una larga lista en la que especifica las armas que el gobierno venezolano ha comprado en el mercado, anunciando a continuación que esas armas pueden estar a disposición de los terroristas colombianos en cualquier momento.
El señor Ortiz no dice una palabra del poderoso ejército colombiano, beneficiado desde hace años con la caritativa empresa bautizada en su momento con el contundente "plan Colombia", y que para peor, está comandado por un gobierno que sostiene la tesis (hecha celebre por la administración Bush) de que en la lucha contra el terrorismo no reconoce límites en la soberanía de otras naciones. El gobierno de Uribe ha invadido la soberanía de Venezuela y Ecuador en varias ocasiones. Todas las naciones de la región han llamado la atención al presidente colombiano sobre el asunto, pero arropado por las sucesivas admnistraciones norteamericanas, y el beneplácito de una parte importante de los negocios europeos, a Colombia se le permite delinquir sin problemas. Como he apuntado en otras ocasiones, pese a las contradicciones que esto supone (las causas abiertas en la Justicia de Dinamarca por violación reiterada a los derechos humanos, los descubrimientos mediáticos de masacres a indigenas, homosexuales e inocentes utilizados como carne mediática por el ejercito, y la no menos elocuente conexión personal y familiar del dirigente con el paramilitarismo) Uribe es la joya de la corona en Latinoamérica.
Ha recibido gestos de todo tipo. El Presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, lo ha estrechado entre sus brazos y le ha premiado como un defensor de la libertad en el mundo, y la corona española, por iniciativa del Partido Popular, le ha concedido premios que agitaron, en su momento, la indignación de ciento cuarenta y cuatro organizaciones no-gubernamentales del país, sin que los medios dieran cuenta del escándalo.
La nota del señor Ortiz acaba con el siguiente reproche a la comunidad internacional. Dice Ortiz:
“Tras el 11-S, pareció cristalizar un consenso sobre la necesidad de una política de tolerancia cero hacia aquellos países que tuviesen lazos con grupos violentos. En este contexto, se ha acumulado una evidencia abrumadora sobre las conexiones del Gobierno venezolano con las FARC y los intentos de Caracas de desestabilizar a los países vecinos. Sin embargo, el Gobierno del presidente Chávez no ha recibido ninguna sanción por este comportamiento. Esta inacción puede resultar muy costosa para la estabilidad de América Latina.”
¿Qué nos está pidiendo el señor Ortiz? ¿Por qué razón el diario El País ofrece una plataforma de este tipo a un consultor privado de seguridad? No hay que ser demasiado espabilado para comprender los planes que el señor Ortiz estaría dispuesto a ofrecernos si así se lo pidiéramos. Y después del golpe en Honduras, cuesta imaginarse al periódico en cuestión y otros que orbitan estrellas semejantes, condenando una intervención militar en Venezuela.
Al leer la nota, pensé: ¿A qué te recuerda toda esta campaña contra Chávez? Me metí en Youtube y escuché de punta a punta el discurso que Colin Powell llevó a cabo en el Consejo de Seguridad para dar el golpe de gracia diplomático que justificó el comienzo de la guerra contra Irak.
Es evidente que Chávez nos es Milosevic, ni tampoco Saddam Hussein. Pero aún si lo fuera, cabe preguntarse quiénes son los que están detrás de estas denuncias. Sabemos que la guerra de Irak, cuya intención hipotética era eliminar un peligroso dictador, ha causado, según los más modestos cálculos, 500.000 muertos entre la población civil del país invadido. También hemos sabido que las pruebas aducidas por la Administración Bush para demostrar la conexión de Saddam con Alqeda o la posesión de armas de destrucción masiva, eran orquestadas ficciones que algunos de sus socios europeos (Tony Blair y José María Aznar, entre otros) estuvieron dispuestos a ratificar. El General Colin Powell confesó que habían sido engañados por las agencias de espionaje. ¿De qué puede servirnos ahora la verdad frente a un hecho consumado de esta dimensión?
Mientras los periódicos europeos continúan su campaña de desprestigio de la izquierda latinoamericana, los estadounidenses avanzan estratégicamente en el continente. Nada se dice por estos lares de las tensiones que ha provocado la decisión del presidente colombiano de permitir la instalación de bases norteamericanas en su territorio, y cuando se dice, este decir se encuentra camuflado tras cortinas de humo.
La nota del diario El País que anunció en su momento la decisión de Uribe, estuvo precedida por un abultado informe que el Congreso de los Estados Unidos filtró en el que se señalaba a Venezuela como un país narcotraficante. La nota sobre las bases norteamericanas instaladas en Colombia ocupaba, en cambio, un rincón oculto de la portada, detrás del siguiente título: “Colombia autoriza la utilización de sus bases a los aviones estadounidenses”.
Mientras tanto, Micheletti, en Honduras, ha demostrado a los poderosos de siempre, que la historia es cíclica, y que ha llegado la hora de la revancha. Como los malevos de Borges, vuelven las generaciones a enfrentarse a las mismas encrucijadas movidos por la atracción que prodiga el cuchillo.
Que la memoria nos preserve de otra traición.
Leo en el diario El País otra de esas maravillas de la prensa liberal española que nos ponen sobre aviso de lo que planean estos tipos. La firma de la nota es la del prof. Román D. Ortiz, profesor en el departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de los Andes, Bogotá.
El título del artículo dice: “Relaciones Peligrosas”, y como es de esperar, viniendo de Colombia, y firmado por un consultor privado en seguridad, las peligrosas relaciones de las que hemos de hablar son las que mantiene Ecuador y Venezuela, los vecinos ariscos de la nación colombiana, con las FARC.
La tesis del señor Ortiz es sencilla. No deberíamos mirar hacia otro lado. Chávez es como Milosevic o Saddam Hussein. La agresividad de su política exterior debería, hace tiempo, haber animado a la comunidad internacional a tomar medidas contundentes frente al caso.
No me detendré a analizar los datos que ofrece el señor Ortiz para probar esa conexión porque ninguno de ellos puede tomarse en serio. Según Ortiz, la peligrosidad de Chávez no se queda en Latinoamérica. Pretende tener pruebas de una conexión entre un alto funcionario venezolano y la introducción del terrorismo de Hezbollah en la región (Hollywood a tope). Ortiz acusa además a Chávez de haber iniciado un proceso de rearme de dimensiones monumentales, y nos ofrece una larga lista en la que especifica las armas que el gobierno venezolano ha comprado en el mercado, anunciando a continuación que esas armas pueden estar a disposición de los terroristas colombianos en cualquier momento.
El señor Ortiz no dice una palabra del poderoso ejército colombiano, beneficiado desde hace años con la caritativa empresa bautizada en su momento con el contundente "plan Colombia", y que para peor, está comandado por un gobierno que sostiene la tesis (hecha celebre por la administración Bush) de que en la lucha contra el terrorismo no reconoce límites en la soberanía de otras naciones. El gobierno de Uribe ha invadido la soberanía de Venezuela y Ecuador en varias ocasiones. Todas las naciones de la región han llamado la atención al presidente colombiano sobre el asunto, pero arropado por las sucesivas admnistraciones norteamericanas, y el beneplácito de una parte importante de los negocios europeos, a Colombia se le permite delinquir sin problemas. Como he apuntado en otras ocasiones, pese a las contradicciones que esto supone (las causas abiertas en la Justicia de Dinamarca por violación reiterada a los derechos humanos, los descubrimientos mediáticos de masacres a indigenas, homosexuales e inocentes utilizados como carne mediática por el ejercito, y la no menos elocuente conexión personal y familiar del dirigente con el paramilitarismo) Uribe es la joya de la corona en Latinoamérica.
Ha recibido gestos de todo tipo. El Presidente de los Estados Unidos, George W. Bush, lo ha estrechado entre sus brazos y le ha premiado como un defensor de la libertad en el mundo, y la corona española, por iniciativa del Partido Popular, le ha concedido premios que agitaron, en su momento, la indignación de ciento cuarenta y cuatro organizaciones no-gubernamentales del país, sin que los medios dieran cuenta del escándalo.
La nota del señor Ortiz acaba con el siguiente reproche a la comunidad internacional. Dice Ortiz:
“Tras el 11-S, pareció cristalizar un consenso sobre la necesidad de una política de tolerancia cero hacia aquellos países que tuviesen lazos con grupos violentos. En este contexto, se ha acumulado una evidencia abrumadora sobre las conexiones del Gobierno venezolano con las FARC y los intentos de Caracas de desestabilizar a los países vecinos. Sin embargo, el Gobierno del presidente Chávez no ha recibido ninguna sanción por este comportamiento. Esta inacción puede resultar muy costosa para la estabilidad de América Latina.”
¿Qué nos está pidiendo el señor Ortiz? ¿Por qué razón el diario El País ofrece una plataforma de este tipo a un consultor privado de seguridad? No hay que ser demasiado espabilado para comprender los planes que el señor Ortiz estaría dispuesto a ofrecernos si así se lo pidiéramos. Y después del golpe en Honduras, cuesta imaginarse al periódico en cuestión y otros que orbitan estrellas semejantes, condenando una intervención militar en Venezuela.
Al leer la nota, pensé: ¿A qué te recuerda toda esta campaña contra Chávez? Me metí en Youtube y escuché de punta a punta el discurso que Colin Powell llevó a cabo en el Consejo de Seguridad para dar el golpe de gracia diplomático que justificó el comienzo de la guerra contra Irak.
Es evidente que Chávez nos es Milosevic, ni tampoco Saddam Hussein. Pero aún si lo fuera, cabe preguntarse quiénes son los que están detrás de estas denuncias. Sabemos que la guerra de Irak, cuya intención hipotética era eliminar un peligroso dictador, ha causado, según los más modestos cálculos, 500.000 muertos entre la población civil del país invadido. También hemos sabido que las pruebas aducidas por la Administración Bush para demostrar la conexión de Saddam con Alqeda o la posesión de armas de destrucción masiva, eran orquestadas ficciones que algunos de sus socios europeos (Tony Blair y José María Aznar, entre otros) estuvieron dispuestos a ratificar. El General Colin Powell confesó que habían sido engañados por las agencias de espionaje. ¿De qué puede servirnos ahora la verdad frente a un hecho consumado de esta dimensión?
Mientras los periódicos europeos continúan su campaña de desprestigio de la izquierda latinoamericana, los estadounidenses avanzan estratégicamente en el continente. Nada se dice por estos lares de las tensiones que ha provocado la decisión del presidente colombiano de permitir la instalación de bases norteamericanas en su territorio, y cuando se dice, este decir se encuentra camuflado tras cortinas de humo.
La nota del diario El País que anunció en su momento la decisión de Uribe, estuvo precedida por un abultado informe que el Congreso de los Estados Unidos filtró en el que se señalaba a Venezuela como un país narcotraficante. La nota sobre las bases norteamericanas instaladas en Colombia ocupaba, en cambio, un rincón oculto de la portada, detrás del siguiente título: “Colombia autoriza la utilización de sus bases a los aviones estadounidenses”.
Mientras tanto, Micheletti, en Honduras, ha demostrado a los poderosos de siempre, que la historia es cíclica, y que ha llegado la hora de la revancha. Como los malevos de Borges, vuelven las generaciones a enfrentarse a las mismas encrucijadas movidos por la atracción que prodiga el cuchillo.
Que la memoria nos preserve de otra traición.
EL PODER Y LA ESPERANZA: Sobre la injusticia de la justicia salomónica.
Quisiera decir dos palabras sobre una cuestión a la que los resultados electorales en Argentina han vuelto a dar alas. Se trata de la posibilidad o no de zanjar definitivamente la cuestión de la represión genocida en Argentina durante las décadas de los setenta y los ochenta.
En esta ocasión, lo que desata mi respuesta es un artículo publicado por la “popular” Pilar Rahola en el diario El País, periódico que nos tiene acostumbrados a una buena dosis de tergiversaciones cuando se trata de ofrecer su imaginario sobre Sudamérica.
Pero para que el asunto no suene a propaganda sin fondo, recordemos que los más importantes opinólogos sobre nuestro continente son grotescos enemigos del chavismo, y sus secuaces izquierdistas. ¿Cómo olvidar la semblanza que nos ofreció Vargas Llosas del criollo astuto y mentiroso de Morales? ¿Qué hacer con la justificación que nos ofreció recientemente ante el golpe en Honduras? ¿Qué decir de su vergonzante aparición mediática desafiando a un presidente constitucional a entrar en debate con él mismo en un programa televisivo al que había sido invitada la oposición, por el propio Chávez, a debatir el modelo revolucionario? ¿Qué hacer con los eruditos contrastes de Moisés Naím entre Venezuela y la teocracia Iraní? ¿Qué hacer con sus propias apreciaciones sobre el golpe de estado en Honduras, su feliz enjuiciamiento de Zelaya en las páginas del periódico? ¿Qué hacer con los muchos y reiterados intentos por parte de esta gente por defender modelos caducados y denostados en un continente arrasado por la especulación y la traición de sus intelectuales más afamados en Europa y Norteamérica?
Pero eso no sería nada si acaso los contrincantes políticos en el continente estuvieran tratados con la misma vara. Pero es impensable pasar por alto el trato de favor que han recibido Alan García y Álvaro Uribe Velez, quienes una y otra vez, especialmente este último, recibe los favores de la empresa editorial. No cabe decir una palabra más sobre el asunto. Si los presidentes de Venezuela, Ecuador, Bolivia y Honduras, para poner algunos ejemplos, pueden ser acusados de sospechosas actividades contra la propiedad privada, o son objeto de indignadas denuncias debido a su manipulación “populista”, sus enemigos políticos (el caso de Uribe es desopilante) se encuentran acusados y procesados en algunos casos por crímenes de lesa humanidad.
¿Acaso hemos olvidado el centenar de indígenas asesinados en la selva peruana? ¿Qué dijo Vargas Llosas sobre estos asuntos que están ocurriendo en su propio país? Poca cosa, porque sus actividades libertarias se encuentran en Caracas, defendiendo los intereses de las familias adineradas que ahora se resisten al proceso de transformación social que el pueblo de Venezuela ha decidido llevar a cabo. Tampoco queda muy claro cual es su posición respecto al golpe en Honduras, en cuanto señala como improlija la actividad de los golpistas, pero acusa como culpable del golpe las ansias reivindicadoras de quienes se dejan adoctrinar por el gurú Chávez.
Esto me recuerda un argumento con el cual algunas mentes prodigiosas invertían el peso de la prueba en los casos de violación aduciendo que las víctimas vestían minifaldas. Pero la comparación no debería tomarse al pie de la letra, lo que pretende en todo caso es dejar constancia de la malquerencia del firmante de la nota que estoy comentando.
Todo esto para ponernos sobre aviso de que no se trata de un artículo cualquiera el firmado por la señora Rahola, sino uno más de los muchos artículos que el equipo de EL PAÍS considera útil para llevar a cabo su actividad desestabilizadora en la región. La razón del asunto es muy sencilla, la búsqueda de condiciones favorables para el grupo PRISA y los consorcios asociados. Aquí todo se mezcla como en esas malas películas de complots a las que nos tiene acostumbrada la historia y Hollywood: política, ética, glamour, sexualidad y dinero. El engranaje de mentiras se encuentra al servicio del asalto al poder.
El artículo es impecable. Como buena periodista, Rahola es imparcial desde el comienzo. Firma su simpatía hacia el partido de Macri llamando a Michetti una de las mentes más brillantes de la Argentina actual, para luego dejar en claro que lo que le atrae de esta mujer es la capacidad de navegar las aguas que su propia patria inauguró con la famosa “transición”.
El artículo pretende ser una radiografía del alma de los argentinos, y acaba siendo un encefalograma de la "derecha liberal" española que se mofa de lo políticamente correcto para proponer lo "definitivamente correcto". Rahola se ríe a carcajadas de los ideales y reivindicaciones bienpensantes. Enfundada en su pragmatismo chulesco y desafiante, se dedica a recordar a las izquierdas de todos los continentes sus pecados, ofreciendo junto a ello una justificación para la perpetuación del status quo, como si los problemas reales que nos toca vivir fueran una invención de los Che Guevara y los Fidel Castro y los guerrilleros latinoamericanos, los desprolijos hippies y los vagos de los estudiantes, como si no tuvieramos otra cosa más importante que hacer en este mundo gobernado por poderes invisibles que en su lógica arrolladora y matemática van carcomiendo las esperanzas de las generaciones, que dedicarnos a vociferar contra los ilusionados, contra los perdedores, contra los que aún no han conseguido nada, porque no han podido, porque se han equivocado, o porque se lo han impedido esas mismas fuerzas que ella enfurecida defiende con su "realismo" agitado.
Olvidar, olvidar, olvidar es el estribillo que promueve, y nos lo vende prometiendo que el olvido todo lo cura, que la España de hoy (que en realidad es la de ayer, porque quién querría hoy ser esta España que estamos contemplando azorados, corrupta de arriba a abajo, decadente en su cultura, podrida y débil en sus instituciones, dormida su población ante el saqueo sistemático al que se ve sometida, con la complicidad de sus políticos que se quedan con las migajas de la fiesta, y la prensa-publicista).
Rahola pretende que los argentinos deben tomar nota y ejemplo de España. Pretende que la “transición” fue causa de paz y de alegría para la España sobre la que llovían, entonces, como un milagro, el 25% de su PBI de las arcas europeas, la España hipotecada del derroche y la pandereta, la España que prefirió apostar por el ladrillo a la excelencia. Pero nada de esto parece molestar a la política devenida periodista que anima las mañanas de TV3. Porque comparada con la Argentina que sus ojos contempla, España es un paraiso.
La Argentina es un lodazal, nos dice, del que los argentinos no quieren salir. Llenos de odio y de revanchismo, la Argentina de hoy es una mezcla de atracción y repulsión para el extranjero que visita el país con mirada objetiva y desprejuiciada. Y nos compara con la transición chilena y uruguaya que supieron, nos dice Rahola, negociar un futuro. ¿Acaso se esta refiriendo Rahola a la impunidad que se le prodigo a Pinochet que se murió con las botas puestas pese al sinnúmero de pruebas en su contra? ¿No deberíamos estar negociando en otros lugares del mundo transición semejantes, sin justicia como la que ella promueve? ¿A quién defiende Rahola? ¿Cuál es su verdadero mensaje? ¿Quiénes son sus amigos? ¿Con qué mundo sueña?
Recordemos que Rahola es una invitada habitual en el programa de Grondona. El "doctor", como llaman al escribiente del llamado "Proceso de Reorganización Nacional", o Dictadura, le ofrece un espacio en cada visita y se relame ante el descaro de la catalana. Recordemos otras cosas que nos permitan informarnos sobre la figurita cuya autoridad intelectual se promueve en la Argentina para enseñar el camino de nuestra sociedad futura. Ahí están sus destempladas risotadas y su escasa compasión durante la masacre Israelí en Palestina. Ahí están sus relatos descabellados sobre la democracia venezolana. Ahí están sus suspicacez apreciaciones sobre la matanza de indígenas en Bolivia por los simpatizantes separatistas santacruceños. Ahí están, para quienes tenemos el placer de convivir con sus opiniones semanales en LA VANGUARDIA de Barcelona, las opiniones reaccionarias con las cuales se despacha frente a las reivindicaciones sociales de no pocos colectivos.
Haciéndose eco de la posición de muchos simpatizantes PRO y otra gente del montón, Rahola propone una equiparación de la violencia guerrillera en la Argentina con el terror del Estado. Su justicia es salomónica, y por lo tanto es injusticia.
Para empezar miremos con detenimiento la España que la señora Rahola pretende vendernos: En menos de veinticuatro horas, ETA ha realizado dos atentados con víctimas mortales. ¿Cómo es posible que ETA siga atentando? En los últimos meses, docenas de dirigentes han sido encarcelados, se ha proscrito su ala política y han sido judicializadas las organizaciones abertzales. Un informe reciente sostiene que los jóvenes vascos no condenan o simpatizan con la violencia de la banda. ¿A qué se debe? ¿Cómo es posible que sigan existiendo estas rabias, estos odios, este deseo de revanchas en una sociedad que dice haber realizado una exitosa transición? ¿Qué pasa con Catalunya? ¿Acaso las relaciones con Madrid son un paseo por el campo? ¿Y el Partido Popular? ¿Y la relación de los gobiernos socialistas con la Iglesia Católica? ¿A quién le habla Rahola cuando escribe en el diario El País un artículo como el que firma? Seguro que no le habla a los vascos, ni a los gallegos, ni a los catalanes, porque se reirían a carcajadas de su ingenuidad o su cretinismo. ¿Transición ejemplar? No creo que Rahola se cree lo que ella misma dice. No sólo Euskadi, sino toda la realidad política y social de España se encuentra marcada por los rastros, las huellas, la geología oculta de un pasado irresuelto.
Para acabar, permítanme que diga dos palabras más sobre este pasado. Este jamás desaparece. Se transforma, eso si. Como las fugas inventadas por Beethoven, mutan, fluyen, como las nubes en el espacio, pero no desaparecen.
Ni siquiera el perdón, como señaló en su día Hans Jonas, puede hacer que el pasado se esfume. El perdón es un don que ofrece la víctima, no un derecho del victimario. Los cristianos deberían saberlo, ellos que están hecho con la sustancia de la crucifixión que sana los pecados del mundo.
Aún así, creo que el pasado puede y debe ser superado.
Lo que se juzga en Argentina no es la violencia per se, sino la violencia ejercitada por quienes detentaban el poder del Estado. Eso significa algo muy sencillo de entender para quien tenga interés de mantener una distinción de justicia irrenunciable. Cuando los gobiernos constitucionales o las Fuerzas Armadas que gobiernan de facto una nación asesinan a individuos indefensos a sangre fría, cuando los someten a tortura, cuando esconden sus cadáveres, cuando roban a sus hijos y a sus nietos, cuando pervierten la identidad y someten a la población al terror, lo que se pone en cuestión no es la violencia, sino la traición.
No me interesa ahora mismo juzgar a los grupos guerrilleros. No hay ley que los ampare en el mundo. La comunidad internacional ya se ha pronunciado sobre el asunto. Los guerrilleros y los terroristas no pueden esgrimir argumentos del estilo que promueven los asesinos del Estado para escapar la justicia de ese Estado. Creo que no debería ser parte de la discusión que nos convoca en esta ocasión, como no debería estar en la agenda de debate juzgar las decisiones políticas de Zelaya o los propósitos de Chávez cuando nos enfrentamos a la encrucijada de oponernos o dar alas a un golpe de Estado a un gobierno elegido democráticamente por el pueblo, y ampliamente apoyado por ese pueblo en sucesivas consultas populares. Lo que nos interesa clarificar es la traición que aquellos que se encuentran en el poder realizan contra los ciudadanos, al ejercitar violencia sobre estos, indefensos ante el poder aterrador que tienen a su disposición.
El pasado sólo puede superarse con un juramento, con la convicción absoluta y sin peros de que jamás, bajo ninguna circunstancia, seríamos capaces de participar, apoyar o simpatizar con ejercicios de aberración semejante.
Cuando alguien ofrece un pero, o exige pasar página, es que aún pretende justificar de un modo u otro el pasado. De ahí que las declaraciones de Rahola, como las reiteradas insinuaciones de mentes hipotéticamente “clarividentes” como las de Michetti y otros representantes de PRO, sean prueba de una cierta tibieza moral ante el horror. Prueba del relativismo moral que la propia Rahola pretende condenar. Y la posibilidad latente de que ejercite en un futuro no lejano una colaboración pasiva como la que muchos ejercitaron cuando los crímenes pasados se cometían.
En esta ocasión, lo que desata mi respuesta es un artículo publicado por la “popular” Pilar Rahola en el diario El País, periódico que nos tiene acostumbrados a una buena dosis de tergiversaciones cuando se trata de ofrecer su imaginario sobre Sudamérica.
Pero para que el asunto no suene a propaganda sin fondo, recordemos que los más importantes opinólogos sobre nuestro continente son grotescos enemigos del chavismo, y sus secuaces izquierdistas. ¿Cómo olvidar la semblanza que nos ofreció Vargas Llosas del criollo astuto y mentiroso de Morales? ¿Qué hacer con la justificación que nos ofreció recientemente ante el golpe en Honduras? ¿Qué decir de su vergonzante aparición mediática desafiando a un presidente constitucional a entrar en debate con él mismo en un programa televisivo al que había sido invitada la oposición, por el propio Chávez, a debatir el modelo revolucionario? ¿Qué hacer con los eruditos contrastes de Moisés Naím entre Venezuela y la teocracia Iraní? ¿Qué hacer con sus propias apreciaciones sobre el golpe de estado en Honduras, su feliz enjuiciamiento de Zelaya en las páginas del periódico? ¿Qué hacer con los muchos y reiterados intentos por parte de esta gente por defender modelos caducados y denostados en un continente arrasado por la especulación y la traición de sus intelectuales más afamados en Europa y Norteamérica?
Pero eso no sería nada si acaso los contrincantes políticos en el continente estuvieran tratados con la misma vara. Pero es impensable pasar por alto el trato de favor que han recibido Alan García y Álvaro Uribe Velez, quienes una y otra vez, especialmente este último, recibe los favores de la empresa editorial. No cabe decir una palabra más sobre el asunto. Si los presidentes de Venezuela, Ecuador, Bolivia y Honduras, para poner algunos ejemplos, pueden ser acusados de sospechosas actividades contra la propiedad privada, o son objeto de indignadas denuncias debido a su manipulación “populista”, sus enemigos políticos (el caso de Uribe es desopilante) se encuentran acusados y procesados en algunos casos por crímenes de lesa humanidad.
¿Acaso hemos olvidado el centenar de indígenas asesinados en la selva peruana? ¿Qué dijo Vargas Llosas sobre estos asuntos que están ocurriendo en su propio país? Poca cosa, porque sus actividades libertarias se encuentran en Caracas, defendiendo los intereses de las familias adineradas que ahora se resisten al proceso de transformación social que el pueblo de Venezuela ha decidido llevar a cabo. Tampoco queda muy claro cual es su posición respecto al golpe en Honduras, en cuanto señala como improlija la actividad de los golpistas, pero acusa como culpable del golpe las ansias reivindicadoras de quienes se dejan adoctrinar por el gurú Chávez.
Esto me recuerda un argumento con el cual algunas mentes prodigiosas invertían el peso de la prueba en los casos de violación aduciendo que las víctimas vestían minifaldas. Pero la comparación no debería tomarse al pie de la letra, lo que pretende en todo caso es dejar constancia de la malquerencia del firmante de la nota que estoy comentando.
Todo esto para ponernos sobre aviso de que no se trata de un artículo cualquiera el firmado por la señora Rahola, sino uno más de los muchos artículos que el equipo de EL PAÍS considera útil para llevar a cabo su actividad desestabilizadora en la región. La razón del asunto es muy sencilla, la búsqueda de condiciones favorables para el grupo PRISA y los consorcios asociados. Aquí todo se mezcla como en esas malas películas de complots a las que nos tiene acostumbrada la historia y Hollywood: política, ética, glamour, sexualidad y dinero. El engranaje de mentiras se encuentra al servicio del asalto al poder.
El artículo es impecable. Como buena periodista, Rahola es imparcial desde el comienzo. Firma su simpatía hacia el partido de Macri llamando a Michetti una de las mentes más brillantes de la Argentina actual, para luego dejar en claro que lo que le atrae de esta mujer es la capacidad de navegar las aguas que su propia patria inauguró con la famosa “transición”.
El artículo pretende ser una radiografía del alma de los argentinos, y acaba siendo un encefalograma de la "derecha liberal" española que se mofa de lo políticamente correcto para proponer lo "definitivamente correcto". Rahola se ríe a carcajadas de los ideales y reivindicaciones bienpensantes. Enfundada en su pragmatismo chulesco y desafiante, se dedica a recordar a las izquierdas de todos los continentes sus pecados, ofreciendo junto a ello una justificación para la perpetuación del status quo, como si los problemas reales que nos toca vivir fueran una invención de los Che Guevara y los Fidel Castro y los guerrilleros latinoamericanos, los desprolijos hippies y los vagos de los estudiantes, como si no tuvieramos otra cosa más importante que hacer en este mundo gobernado por poderes invisibles que en su lógica arrolladora y matemática van carcomiendo las esperanzas de las generaciones, que dedicarnos a vociferar contra los ilusionados, contra los perdedores, contra los que aún no han conseguido nada, porque no han podido, porque se han equivocado, o porque se lo han impedido esas mismas fuerzas que ella enfurecida defiende con su "realismo" agitado.
Olvidar, olvidar, olvidar es el estribillo que promueve, y nos lo vende prometiendo que el olvido todo lo cura, que la España de hoy (que en realidad es la de ayer, porque quién querría hoy ser esta España que estamos contemplando azorados, corrupta de arriba a abajo, decadente en su cultura, podrida y débil en sus instituciones, dormida su población ante el saqueo sistemático al que se ve sometida, con la complicidad de sus políticos que se quedan con las migajas de la fiesta, y la prensa-publicista).
Rahola pretende que los argentinos deben tomar nota y ejemplo de España. Pretende que la “transición” fue causa de paz y de alegría para la España sobre la que llovían, entonces, como un milagro, el 25% de su PBI de las arcas europeas, la España hipotecada del derroche y la pandereta, la España que prefirió apostar por el ladrillo a la excelencia. Pero nada de esto parece molestar a la política devenida periodista que anima las mañanas de TV3. Porque comparada con la Argentina que sus ojos contempla, España es un paraiso.
La Argentina es un lodazal, nos dice, del que los argentinos no quieren salir. Llenos de odio y de revanchismo, la Argentina de hoy es una mezcla de atracción y repulsión para el extranjero que visita el país con mirada objetiva y desprejuiciada. Y nos compara con la transición chilena y uruguaya que supieron, nos dice Rahola, negociar un futuro. ¿Acaso se esta refiriendo Rahola a la impunidad que se le prodigo a Pinochet que se murió con las botas puestas pese al sinnúmero de pruebas en su contra? ¿No deberíamos estar negociando en otros lugares del mundo transición semejantes, sin justicia como la que ella promueve? ¿A quién defiende Rahola? ¿Cuál es su verdadero mensaje? ¿Quiénes son sus amigos? ¿Con qué mundo sueña?
Recordemos que Rahola es una invitada habitual en el programa de Grondona. El "doctor", como llaman al escribiente del llamado "Proceso de Reorganización Nacional", o Dictadura, le ofrece un espacio en cada visita y se relame ante el descaro de la catalana. Recordemos otras cosas que nos permitan informarnos sobre la figurita cuya autoridad intelectual se promueve en la Argentina para enseñar el camino de nuestra sociedad futura. Ahí están sus destempladas risotadas y su escasa compasión durante la masacre Israelí en Palestina. Ahí están sus relatos descabellados sobre la democracia venezolana. Ahí están sus suspicacez apreciaciones sobre la matanza de indígenas en Bolivia por los simpatizantes separatistas santacruceños. Ahí están, para quienes tenemos el placer de convivir con sus opiniones semanales en LA VANGUARDIA de Barcelona, las opiniones reaccionarias con las cuales se despacha frente a las reivindicaciones sociales de no pocos colectivos.
Haciéndose eco de la posición de muchos simpatizantes PRO y otra gente del montón, Rahola propone una equiparación de la violencia guerrillera en la Argentina con el terror del Estado. Su justicia es salomónica, y por lo tanto es injusticia.
Para empezar miremos con detenimiento la España que la señora Rahola pretende vendernos: En menos de veinticuatro horas, ETA ha realizado dos atentados con víctimas mortales. ¿Cómo es posible que ETA siga atentando? En los últimos meses, docenas de dirigentes han sido encarcelados, se ha proscrito su ala política y han sido judicializadas las organizaciones abertzales. Un informe reciente sostiene que los jóvenes vascos no condenan o simpatizan con la violencia de la banda. ¿A qué se debe? ¿Cómo es posible que sigan existiendo estas rabias, estos odios, este deseo de revanchas en una sociedad que dice haber realizado una exitosa transición? ¿Qué pasa con Catalunya? ¿Acaso las relaciones con Madrid son un paseo por el campo? ¿Y el Partido Popular? ¿Y la relación de los gobiernos socialistas con la Iglesia Católica? ¿A quién le habla Rahola cuando escribe en el diario El País un artículo como el que firma? Seguro que no le habla a los vascos, ni a los gallegos, ni a los catalanes, porque se reirían a carcajadas de su ingenuidad o su cretinismo. ¿Transición ejemplar? No creo que Rahola se cree lo que ella misma dice. No sólo Euskadi, sino toda la realidad política y social de España se encuentra marcada por los rastros, las huellas, la geología oculta de un pasado irresuelto.
Para acabar, permítanme que diga dos palabras más sobre este pasado. Este jamás desaparece. Se transforma, eso si. Como las fugas inventadas por Beethoven, mutan, fluyen, como las nubes en el espacio, pero no desaparecen.
Ni siquiera el perdón, como señaló en su día Hans Jonas, puede hacer que el pasado se esfume. El perdón es un don que ofrece la víctima, no un derecho del victimario. Los cristianos deberían saberlo, ellos que están hecho con la sustancia de la crucifixión que sana los pecados del mundo.
Aún así, creo que el pasado puede y debe ser superado.
Lo que se juzga en Argentina no es la violencia per se, sino la violencia ejercitada por quienes detentaban el poder del Estado. Eso significa algo muy sencillo de entender para quien tenga interés de mantener una distinción de justicia irrenunciable. Cuando los gobiernos constitucionales o las Fuerzas Armadas que gobiernan de facto una nación asesinan a individuos indefensos a sangre fría, cuando los someten a tortura, cuando esconden sus cadáveres, cuando roban a sus hijos y a sus nietos, cuando pervierten la identidad y someten a la población al terror, lo que se pone en cuestión no es la violencia, sino la traición.
No me interesa ahora mismo juzgar a los grupos guerrilleros. No hay ley que los ampare en el mundo. La comunidad internacional ya se ha pronunciado sobre el asunto. Los guerrilleros y los terroristas no pueden esgrimir argumentos del estilo que promueven los asesinos del Estado para escapar la justicia de ese Estado. Creo que no debería ser parte de la discusión que nos convoca en esta ocasión, como no debería estar en la agenda de debate juzgar las decisiones políticas de Zelaya o los propósitos de Chávez cuando nos enfrentamos a la encrucijada de oponernos o dar alas a un golpe de Estado a un gobierno elegido democráticamente por el pueblo, y ampliamente apoyado por ese pueblo en sucesivas consultas populares. Lo que nos interesa clarificar es la traición que aquellos que se encuentran en el poder realizan contra los ciudadanos, al ejercitar violencia sobre estos, indefensos ante el poder aterrador que tienen a su disposición.
El pasado sólo puede superarse con un juramento, con la convicción absoluta y sin peros de que jamás, bajo ninguna circunstancia, seríamos capaces de participar, apoyar o simpatizar con ejercicios de aberración semejante.
Cuando alguien ofrece un pero, o exige pasar página, es que aún pretende justificar de un modo u otro el pasado. De ahí que las declaraciones de Rahola, como las reiteradas insinuaciones de mentes hipotéticamente “clarividentes” como las de Michetti y otros representantes de PRO, sean prueba de una cierta tibieza moral ante el horror. Prueba del relativismo moral que la propia Rahola pretende condenar. Y la posibilidad latente de que ejercite en un futuro no lejano una colaboración pasiva como la que muchos ejercitaron cuando los crímenes pasados se cometían.
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