THE NEW AGE


La “prensa oficialista” nos deleita con eufóricas odas a la nueva política del país (Fidanza, La Nación, 12/12/2015). El empeño consiste, en su mayor parte, en marcar las diferencias con el gobierno saliente, contrastar estilos y políticas de fondo. 

Una lectura serena del discurso de Mauricio Macri el día de su asunción nos permite discernir generalidades, estrategias residuales de campaña y proyectos efectivos.

Para sus periodistas adeptos, el eje central del mensaje presidencial es la unidad de todos los argentinos. Desmedidos en su adjetivación, sostienen que la diferencia más importante con la exmandataria, Cristina Fernández, es su vocación dialógica. Las fotografías durante su primer día presidencial lo reproducen en ese empeño: el encuentro con los postulantes que compitieron con él realza esa aspiración. 

Más difícil es ubicar en el mismo paquete (1) el desplante que supuso la tramitación de una cautelar a espaldas de los negociadores del FpV que acabó con la estrambótica decisión de la jueza Servini de Cubría de convertir en presidente durante 12 horas a Federico Pinedo  (Bruschtein, Página 12, 12/12/2015); o (2) la decisión unilateral (a través de un DNU) de intentar limitar la operatividad del AFSCA (un organismo autárquico) en su escalada contra Martín Sabatella; o, finalmente, (3) la insistencia por poner de patitas en la calle a la Procuradora Alejandra Gils Carbó, cuyo mandato es equivalente a un ministro de la Corte Suprema de Justicia. Muy lejos quedan las indignaciones que causaba la insistencia del Gobierno saliente de que el Ministro de la Corte, Carlos Fayt,debía renunciar teniendo en cuenta que había sobrepasado en más de una década la edad establecida en las leyes para el cumplimiento de su función. En esta línea, el pretendido respeto institucional que animó los debates durante los últimos años quedan en entredicho por su parcialidad evidente.

Es un lugar común de la nueva derecha global presentarse como principal defensora de las clases desfavorecidas, al tiempo que somete a la población a estrictas políticas de austeridad, recorta sus derechos laborales y despoja al Estado de los recursos necesarios para la articulación de una auténtica política social (Natanson, Le Monde Diplo Cono Sur, Nov. 2015). Lo que es nuevo, en todo caso, es la estrategia comunicacional, los estilos dispuestos, el New Age y el pseudo-budismo que instrumentaliza para cazar desprevenidos cómodamente instalados en los órdenes morales de la hipermodernidad.

Mientras esperamos las medidas de fondo, que hasta el momento no parecen imprescindibles en el campo económico, como con agitada vehemencia se predijo en campaña (Cufré, Página 12, 12/12/2015), vale la pena recordar que los períodos de endeudamiento producen una fugaz sensación de abundancia. La vicepresidenta, Gabriela Michetti, afirmó en su momento que consideraba un signo de “salud” el endeudamiento. La historia argentina reciente demuestra que endeudamiento y liberación de control de cambios ha supuesto siempre una masiva transferencia de recursos del sector público al sector privado.

Otros aspectos, más difíciles de cuantificar, giran en torno a algunas designaciones, las cuales manifiestan claramente que, más allá del carácter dialogante propuesto, el círculo efectivo del poder está repartido entre "familiares leales ideológicamente" y viejos conocidos de la aristocracia más brutal o sus descendientes. El caso del sobrino de Blaquier como gestor del Fondo de Garantía de Sustentabilidad es el más reciente. 

Entre las curiosidades del día de ayer, se destaca la restauración del retrato de Videla y sus acólitos en la página oficial de la Casa Rosada (toda una declaración de principios, preanunciada por la ominosa editorial del "día después" del diario La Nación en la que se llamaba sin pelos en la lengua a descontinuar los juicios por crímenes de lesa humanidad).


LOS DISCURSOS


Cuando escuchamos un discurso político, especialmente en el momento de una asunción presidencial como la que presenciamos o visionamos ayer, esperamos ver y escuchar algo sustancial. Todos los argentinos, supongo, esperábamos alguna definición, alguna respuesta a la pregunta que todos nos hacemos: ¿Y ahora qué? ¿Hacia dónde vamos?

Un presidente es el representante del pueblo. No está allí para mandar, sino para obedecer el mandato de su pueblo. Suponemos que ha escuchado la voluntad popular y ha tomado las riendas del gobierno para servirlo, conduciéndolo hacia el propósito que explícita o implícitamente ha expresado con su voto el soberano (el pueblo).

En ese sentido, esperamos que en una discurso inaugural se desplieguen, aunque más no sea de manera imprecisa, los grandes ejes de la política por venir. En ese sentido, ¿cómo no incluir en el discurso algún elemento utópico? Aunque la utopía sea eso: un no-lugar. Y, por ello, un fin inalcanzable, irrealizable, es en esa mística utópica donde los pueblos abrevan sus esperanzas y alimentan su voluntad de autogobierno.  

El objetivo de la democracia no es establecer una serie de mecanismos procedimentales que nos permitan elegir a un gestor experimentado para nuestra empresa. En la práctica democrática los ciudadanos ejercitan y construyen su identidad colectiva y su diferencia, dándole forma a su destino común. Por esa razón, la pregunta “¿hacia dónde vamos ahora?” es tan importante, y el impasse retórico tan perturbador e incisivo. Queremos saber, imaginar, cual es el horizonte de nuestra travesía colectiva.

Los discursos políticos, como ocurre también con la expresiones artísticas, exigen una especial sensibilidad.  De la misma manera que hay que entrenar la mirada y el oído para disfrutar de un cuadro o una sonata, debemos entrenar nuestra sensibilidad para apreciar la retórica política.  

En muchos sentidos, vivimos en una época en la que el arte y la política están de capa caída. En muchos sentidos hemos perdido esas habilidades, tan prominentes en otras épocas. Con el arte y la política ha pasado algo semejante a lo ocurrido con el lenguaje religioso. La distancia entre el espectador u oyente y la expresión a la que se le invita, es análoga a la distancia entre amplias masas de la ciudadanía y la retórica política.

¿Cómo suplimos en nuestro tiempo este vacío? El crítico de arte se ha convertido en el sacerdote de nuestro tiempo en el ámbito de la expresión artística. Consumimos más crítica, más comentario literario, que arte mismo. De manera semejante, consumimos más periodismo que política, y más terapia que espiritualidad. Pero ni lo que dice el critico es arte, ni lo que dice el periodista es política, ni lo que expresa el terapeuta es religión o espiritualidad.

Ahora bien, si nuestro anhelo es ser verdaderamente, genuinamente, auténticamente libres, tenemos que aprender a mirar, a escuchar, a interpretar por nosotros mismos, a participar en primera persona en todas estas esferas. En la esfera política, que es la que aquí nos interesa, se trata de volver a las fuentes. Leo Strauss nos animaba a volver a las fuentes de la filosofía política. Es decir, a los pensadores y a los discursos de los dirigentes. En nuestro caso, tenemos que prestar atención a las expresiones de nuestros líderes, aprender a interpretarlas, a leer entrelíneas. Es decir, educarnos a trabajar con la textura de la política allí donde se producen sus expresiones más elocuentes.

De lo contrario, estamos condenados a ser prisioneros de la frivolidad que manufactura el lenguaje publicitario y el corsé de las redes sociales.

Por su puesto, de manera análoga a lo que ocurre con el arte contemporáneo y la espiritualidad terapéutica que desacreditan el arte mayúsculo y la genuina espiritualidad, una parte importante del descrédito de la política se la debemos a los propios políticos que han traicionado su esfera de acción poniéndose en manos de periodistas, asesores de imagen y publicistas.

Pero eso no significa que el arte, la espiritualidad o la política en sí mismas sean esferas a descartar a favor de un modo más pragmático de comunicación, como el que nos propone la política de gestión empresarial (la cual, por definición, no puede ser auténticamente democrática, sino sólo “formalmente” democrática). La política de gestión propone un orden funcional jerarquizado que sólo prevé el alineamiento de la ciudadanía, y no la discusión abierta de los asuntos públicos en un plano horizontal.

El discurso del nuevo presidente fue una clara expresión de este tipo de política de gestión empresarial. Las discusiones importantes no se llevan a la plaza pública. Como vimos en los últimos días, las negociaciones se realizan de espaldas a la ciudadanía, entre expertos o actores preeminentes que en todos los sentidos están exentos de la vigilancia a la cual se somete cualquier funcionario público en un régimen democrático. La política de peso se hace de espaldas al pueblo.

En la plaza se escenifica el voto de confianza, se hace un llamado a una falsa unidad que se nutre del des-empoderamiento de las diferencias. Se personifica una profesionalidad que asegure la eficacia a la hora de cumplir con los mandatos de los accionistas y votantes del nuevo proyecto en el cual la democracia, como ideal utópico, está subordinado a la geopolítica corporativa.

La escenificación política que vimos el día anterior a la asunción, en la despedida a Cristina Fernández de Kirchner, es la política que ha expresado de mejor o peor modo el kirchnerismo durante los últimos doce años. La política entendida, con sus más o con sus menos, como camino de liberación.

En este sentido, y pensando en los tiempos que corren, el kirchnerismo pretende ser un antídoto que nos libere del cautiverio del branding.

Por supuesto, hay siempre algo de “branding” en la política. Los políticos están siempre en campaña. Al elegir un candidato o una fuerza política, estamos eligiendo un estilo de vida, estamos sumando una dimensión clave en nuestra narrativa existencial.

Definirnos como radicales, peronistas, kirchneristas, macristas, troskistas, ecologistas, feministas o simplemente “apolíticos” viene acompañado con estilos y caracterizaciones distinguibles en muchas otras esferas de nuestra existencia.

No es lo mismo que elegir un par de zapatillas o jeans, o el lugar donde vacacionamos, pero no hay duda que hay una oscura (y tal vez indescifrable) conexión entre las diversas dimensiones de nuestra vida. Eso no significa, evidentemente que vivamos coherentemente, ni siquiera que podamos o debamos hacerlo.

Sin embargo, la comunicación política no puede reducirse al branding sin dejar de ser política y convertirse en una forma de despotismo soft.

Por esa razón, nuestra responsabilidad es aprender a leer la retórica política, aproximarnos a ella filosófica, incluso espiritualmente. Una educación democrática de calidad, una educación auténticamente liberal o libertaria exige ese componente. Necesitamos aprender política como necesitamos aprender a leer y escribir o hacer deportes, yoga o meditación. Una vida sin educación política es una vida de esclavitud.

Una aproximación de este tipo es lo que nos permitirá liberarnos de la dominación que el mercado ejerce sobre nuestra subjetividad, al mismo tiempo que nos ayuda a participar de esa tarea loable y necesaria que implica liberar  a la propia política de la dominación que ejercen sobre ella los medios de comunicación masivos.  

En esta dirección quisiera rescatar el fragmento final del discurso pronunciado por Cristina Fernández de Kirchner el día 9 de diciembre en la histórica Plaza de Mayo, en el cual la exmandataria señala el camino de construcción en el cual debemos comprometernos durante los próximos años aquellos que nos paramos en la vereda opositora.


Dice Cristina Fernández:

"Decirles mis queridos compatriotas, que cada uno de ustedes, cada uno de los 42 millones de argentinos, tiene un dirigente adentro. Que cuando cada uno de ustedes, cada uno de esos 42 millones de argentinos, sienta que aquellos en los que confió y depositó su voto lo traicionaron, tome su bandera, y sepa que él es el dirigente de su destino, y el constructor de su vida, que esto es lo más grande que le he dado al pueblo argentino, el empoderamiento popular, el empoderamiento ciudadano, el empoderamiento de las libertades, el empoderamiento de los derechos.
Gracias por tanta felicidad, gracias por tanta alegría, gracias por tanto amor. Los quiero. Los llevo siempre en mi corazón.
Y sepan que siempre estaré junto a ustedes.
Gracias a todos.”

LO QUE NOS UNE ES LO QUE NOS SEPARA. Respuesta a una carta abierta a Mauricio Macri



La carta abierta apareció primero en las redes sociales. Sin ninguna mala intención por nuestra parte, la copiamos y las subimos a nuestro blog.

En la primera versión de este post aparecía el texto, con el nombre y apellido de su autor y el texto que sigue a continuación.

A los pocos minutos, el autor de la carta abierta nos pidió amablemente que la removiéramos, y así lo hicimos.

Lamentamos sinceramente los inconvenientes que pudiera haberle causado.

De todas maneras, habiéndose la carta publicado anteriormente en las redes sociales, con su firma y en un espacio pensado justamente para que pudiera ser replicado y respondido, no consideramos en modo alguno que nuestra publicación pueda reprocharse éticamente.

Los contenidos volcados públicamente en las redes sociales vienen acompañados con el asentimiento implícito de su reproducción. A continuación publico exclusivamente mi respuesta. Vuelvo a reiterar que lamento el malentendido con el autor de la carta.

Querido amigo. 

Te agradezco mucho que te hayas tomado el trabajo de escribir esta carta abierta al nuevo presidente Mauricio Macri. Sin embargo, creo que al hacerla pública no sólo la dirigís al presidente electo (en breve nuestro nuevo Jefe de Estado), sino que con ella nos interpelás a todos. Por esa razón, quisiera contribuir con algunas ideas a tu misiva.

Comenzaré con el análisis de la situación que vive Argentina y las razones del triunfo de Macri, no porque quiera poner en cuestión dicho triunfo (el cual respeto simplemente porque es la decisión del pueblo soberano) sino porque tu análisis es estrecho, descontextualizado.

Como bien sabés, la descontextualización es la madre del cordero. Cuando prestamos atención a un objeto sin ver el marco en el cual se produce, generalmente fallamos en nuestro diagnóstico.

El triunfo de Macri se da en un contexto mundial particular. No es casual que las fuerzas neoconservadores y neoliberales avancen al unísono, no sólo en Latinoamérica, sino también en Europa y en los Estados Unidos.

El avance de la ultraderecha en Francia que se enfunda en el marco de la hegemonía neoconservadora y neoliberal del Partido Popular Europeo, y la radicalización del Partido Republicano en los Estados Unidos que mueve todo el tablero hacia la derecha de la derecha, no son datos menores.

Mientras nosotros reabrimos la discusión sobre el ALCA, y coqueteamos con desarmar el Mercosur a favor de la Alianza del Pacífico, quienes vivimos políticamente comprometidos por la lucha de los pueblos en Europa, nos enfrentamos a las amenazas de la firma (por debajo de la mesa) del TTIP. 

Por lo tanto, dudo que las razones del triunfo de Macri puedan leerse exclusivamente en términos locales.

Ni los movimientos a favor de la universalización del voto a comienzos del siglo XX, ni los movimientos de masas que expresó el Peronismo, ni la revolución libertadora, ni la Dictadura militar, ni el alfonsinismo, ni el menemismo, ni el delarruismo, ni el kirchnerismo, son fenómenos ajenos a los momentos históricos que vivió el mundo en cada una de estas etapas.

Por lo tanto, deberíamos mantenernos atentos a estos marcos, a los cambios en nuestros imaginarios locales y globales, a los avances del poder corporativo en el planeta, a las diversas resistencias que se articulan en el mundo, y ser conscientes que nuestras decisiones nacionales y regionales tienen una dimensión global ineludible.

En segundo término, el país no es sólo un terreno “fértil”, como en repetidas ocasiones te escuché afirmar, sino plenamente productivo. Las condiciones con las cuales se encuentra el macrismo son excepcionales (si pensamos en ellas en su contexto, por supuesto).

No nos olvidemos: estamos viviendo una reseción global. La crisis de las subprime y sus secuelas no se ha difuminado en el aire.

Los programas de ajuste son tremendos.

Aquellos que vivimos con los "ojos abiertos" en la Europa del ajuste y los atentados terroristas, del desempleo, los refugiados y la xenofobia, sabemos que el nivel de sufrimiento social es extraordinario y que las polarizaciones políticas e identitarias que esto suscita desborda a la ciudadanía, la cual se encuentra confundida y paralizada frente a la debacle que paulatinamente va desarmando los empoderamientos locales.

La confusión y la parálisis ha dado lugar al saqueo del esfuerzo colectivo, a la privatización de lo público, al desgüace del estado del bienestar.

Pensar de espaldas a esta situación es miope.

Un país desendeudado, que ha sabido recuperar infraestructuras cruciales, que ha tendido caminos, que ha cultivado los recursos humanos imprescindibles para el crecimiento de una alternativa económica a la mera producción de materias primas, que ha beneficiado el tendido de nuevas formas de comunicación social, que ha empoderado una comunidad y ha recuperado los valores identitarios sin caer en el chauvinismo, me parece que debe ser, no sólo valorado, sino reconocido por la actual administración.

Sin embargo, querido amigo, a algunos de nosotros nos parece que esa no es la actitud que el macrismo y la oposición ha mantenido durante los últimos años, y de ningún modo es el talante que ha transmitido a la ciudadanía en las últimas semanas.

Viví en Argentina durante cuatro años, y puedo asegurarte que no exagero cuando digo que me encontré con un país con una oposición que manufacturó su identidad recurriendo al odio y al resentimiento.

De ningún modo comparto la estigmatización solapada que hacés del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.

Muy por el contrario, estoy convencido que es una manera sesgada de quitarse de encima responsabilidad. La grieta no la inventó el kirchnerismo. Toda la imaginería mediática opositora fue una oda a la mala educación, a la ausencia del respeto en la convivencia democrática.

Si te tomaras el trabajo de volver hacia atrás y escuchar los discursos diarios que han alimentado a la población a través de los medios de comunicación dominante, reconocerías que la lógica de la confrontación no ha sido precisamente una práctica exclusiva del gobierno kirchnerista.

Todo lo contrario, la facilidad con la cual se ha insultado, maltratado, estigmatizado, perseguido a quienes piensan que los gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner y de Néstor Kirchner merecían su  apoyo ha sido sistemática.

En ciertos círculos muy próximos al núcleo del macrismo, el silenciamiento al pensamiento entonces oficialista ha sido la norma. Los extraños ataques a Página12 en los últimos seis días y la nula repercusión pública del asunto en los medios corporativos es una prueba que la genuina libertad de expresión no está entre los valores que defiende la fuerza política en la cual ponés tus esperanzas. 

Por lo tanto, me parece que no es justo decir que el macrismo entra en el juego del pasado.

El macrismo se ha alimentado del odio, del revanchismo, desde el comienzo y ha crecido a partir de esa confrontación.

Y las últimas semanas han mostrado claramente que detrás del posmo-budismo que el macrismo promueve, lo que se intenta es desempoderar y borrar de la historia estos años de gigantescos logros.
  
Pero cualquiera que tenga una pizca de memoria sabe que esto no es un fenómeno nuevo.

Ese fue el proyecto que impulsó la Libertadora a partir del 55 (olvidar a Perón), y lo que pretendió el Proceso de Reorganización Nacional a partir del 76 (hacer desaparecer las revueltas populares de los '60 y los '70): borrar el pasado, borrar las luchas populares, refundar el país.

No es casual que se haya buscado horadar el traspaso, que hayamos tenido durante doce horas un presidente que nadie votó, tratando de repetir como en un espejo invertido el fracaso de la democracia en el año 2001.

Por esa razón, no creo que no tenga importancia la entrega de los atributos.
La tiene: porque el presidente entrante, en una democracia funcional, debería saberse un presidente normal, elegido en unas elecciones normales, que recibe normalmente los atributos del poder...

Esa democracia normal podría existir. 

Pese a los gritos de fraude que se han repetido incansablemente desde el primer día y en cada convocatoria electoral por una oposición suspicaz, este gobierno devolvió a la democracia su normalidad.

Pero el nuevo gobierno no quiere normalidad, porque pretende una refundación del país. Tiene que hacernos creer que su administración es, como vos decís, "una oportunidad". 

Todos los ejes, desde la política de los derechos humanos, pasando por la política internacional, la política educativa, económica, laboral y social, están en cuestión. Se trata de un cambio de paradigma radical.

El problema es que las elecciones se ganaron con un 2% de diferencia y en segunda vuelta, y por tanto, no hay espacio político para una transformación tan radical sin producir un quiebre institucional, y es allí donde acabamos como estamos, con la manifestación clara de un país quebrado. Van a hacer lo posible por judicializar la política, por defenestrar el pasado. 

No porque Macri "entró en el juego", sino porque Macri quiere jugar ese juego, porque lo alienta y lo promueve. 

Por esa razón, creo que no podés pedirle a los kirchneristas que bajen las banderas, que abandonen sus reivindicaciones y dejen de pelear por sus convicciones. Ahora el kirchnerismo es oposición. 

Lo que te ofrezco por mi parte es una oposición muchísimo más digna de lo que nunca fue la oposición al kirchnerismo, pero, por lo que a mí me toca, no permitiré que nos pasen por arriba. 

El macrismo tiene una Corte Suprema adepta (como la tuvo Menem) unos Tribunales cortados a su medida, los medios de comunicación lo apoyan incondicionalmente. Son parte de su aparato de campaña y de gobierno. La derecha internacional está saltando en una pata. Y los lobbies de las multinacionales ocupan puestos en los mismos ministerios.


El "posmo-budismo" macrista, el cosmpolitismo cool que combina el odio y la buena onda en las redes sociales, nos pide que nos quedemos en el molde. 

Nosotros les respondemos que la democracia no empieza ni termina con ningún gobierno.

La democracia no es solamente elecciones, sino la práctica cotidiana de los pueblos en la búsqueda de una justicia social que se pisotea todos los días y que estamos obligados a defender. 

Esa búsqueda de justicia política y social no puede ser acallada ni comprada. 

Ustedes votaron a Macri.

Nosotros aceptamos los resultados y nos adaptamos a nuestro rol en esta nueva etapa: somos la oposición. 

Esto es lo que nos separa. 

Lo que nos une es la política 

De eso se trata la democracia


NO ME DIGAS QUE SOMOS UN PUEBLO

Milei viaja a España para apoyar a la extrema derecha, a esa derecha franquista y neoliberal que busca derrocar al gobierno de Pedro Sánchez...