A SANGRE FRÍA

Los ministros Garavano y Bullrich en conferencia de prensa
justifican el asesinato a sangre fría de Rafael Nahuel
El asesinato a sangre fría de Rafael Nahuel por parte de la gendarmería, que en un operativo policial le disparó por la espalda quitándole la vida, devuelve a la sociedad argentina al debate que suscitó la muerte de Santiago Maldonado, quien fue desaparecido de manera forzosa en un operativo policial ilegal que suscitó la repulsa y la consternación de una parte de la sociedad argentina. Su reaparición en las aguas del río Chubut, en cuyas orillas se llevó a cabo el operativo represivo en el marco del cual ocurrió su muerte, alimenta la sospecha que el cadáver del joven fue "plantado" por sus asesinos en el sitio donde fue encontrado después de casi tres meses de búsqueda.

De manera análoga al modo en el que actuaron en el caso de Maldonado, envalentonados por la impunidad que les ha obsequiado la otra parte de la sociedad argentina, la que pide mano dura y se revuelve en la mierda de sus visceras infectas de supremacismo racista, los funcionarios macristas de primera línea: Bullrich, Garavano y la propia vicepresidente de la "República", Gabriel Michetti, justifican el asesinato por un disparo en la espalda del militante mapuche, utilizando como argumento la amenaza terrorista de estos grupos que reclaman el justo cumplimiento de las promesas constitucionales, y denuncian la apropiación corporativa de los bienes comunes y la violación sistemática de sus derechos humanos básicos. Benetton es el caso emblemático, pero otras docenas de corporaciones transnacionales y millonarios locales e internacionales, poseen un porcentaje elevado del territorio nacional, y ejercen en el mismo un poder "ejecutivo" y policial que es efectivo desafío a la soberanía del pueblo argentino. En su nombre, gendarmes y jueces actúan para reprimir a los hijos de la tierra para asegurar supremacía en la zona.

La rapiña por los recursos naturales y los bienes colectivos en manos del Estado nacional por parte de quienes se encuentran detrás de este gobierno es notoria. Se fundió al país con el verso de la corrupción K, para poder saquear con mayor facilidad las arcas del Estado, a través de un complejo entramado financiero que permite que el dinero se traslade de las arcas públicas a los fondos privados en un pase de manos. La deuda argentina se eleva hoy a 250.000.000.000 de dólares. Del otro lado, la pobreza crece exponencialmente: la ecuación es sencilla, la riqueza de unos pocos se paga con la inconmensurable pobreza de los otros. No hay que ser Einstein para entender la injusticia. En todo caso, hay que estudiar en el Newman y luego en la UCA para aprender a mentir con descaro sobre lo más obvio y lo más indecente. 


Mientras el gobierno argentino se dedica a beneficiar a los más ricos entre los ricos, y lleva a la población a participar en un "juego de hambre" de todos contra todos que ha elevado la delincuencia y la justicia por mano propia a registros récord, convirtiendo una parte del territorio (aquella que habitan los pobres) en tierra de nadie (es decir, en un lugar de salvaje violencia en el que afloran la organización vecinal de seguridad, las mafias y corrupción policial), la profunda brecha social que caracteriza a las sociedades latinoamericanas se agranda a través de la ingeniería biopolítica del gobierno, que a través de la sofisticada estrategia de manipulación psico-emocional de la población que manufacturan los medios, mantiene a la opinión pública a oscuras.

La estrategia es conocida por todos. Naomi Klein la articuló periodísticamente en su Doctrina del shock hace ya diez años, y advirtió entonces que no eran necesarias catástrofes naturales ni crisis sistémicas para la implementación de un programa de ajuste brutal sobre la población y al servicio de las corporaciones. Las crisis se manufacturan para justificar nuevos y más radicales programas de concentración del capital. La catástrofe económica de la Argentina se inventó para "curarla". Llegamos al 10 de diciembre de 2015 con una pulmonía, y cuando salgamos del hospital nos habrán sacado tres cuartos de nuestros órganos, todos nuestros ahorros y nos tendrán listos para el matadero.

El gobierno actual está en contra de todos los colectivos. Los pueblos originarios, las mujeres como colectivo organizado, los trabajadores (estatales o privados) cuando pretenden autointerpretarse como sujetos sociales y políticos, los jubilados (que viven demasiado), los inmigrantes de tez oscura o de condición "laburante" (que usan "nuestros" hospitales, representan el narcotráfico y violan a "nuestras jóvenes"). Su base electoral son individuos atomizados, cuyo entrenamiento cotidiano es el consumo de odio y desprecio que proveen los medios (ahora sí monopólicos y monotemáticos) que han logrado convertirse en la única voz cantante a través de un concertado ejercicio de persecución ideológica y violación de los derechos a la libertad de expresión y la libertad de información. 

Los derechos humanos se desprecian y la clase media se acomoda a esta nueva dispensación: una vuelta de tuerca que ha devuelto a Argentina y al resto de América Latina al mundo: el de Donald Trump, del Breixit, del impiadoso neoliberalismo europeo, de la Guerra contra el Terror, el Fondo Monetario Internacional. Un mundo donde los pueblos y los individuos no cuentan, donde la dignidad de los seres humanos se vende en la bolsa de valores, y hoy cotiza a la baja, mientras las minas de litio, el agua potable, los territorios fértiles, el petróleo, el gas, las minas de cobalto, son las joyas que codician los poderes del mundo.

Argentina es hoy una presa. Y los argentinos, por voluntad propia, la moneda de cambio. El asesinato a sangre fría de Rafael Nahuel es una escena más de esta guerra contra las personas. Bullrich, Garavano y Michetti, quienes dirigen los escuadrones de la muerte.

CATALUNYA, JAMES BOND Y LA "NUEVA DERECHA ESPAÑOLA"



Los amantes de Dan Brown se frotan las manos. La causa catalana da para un thriller de dimensiones globales. Lo tiene todo. La presencia de los rusos le asegura todo lo que tiene que tener un thriller con los archimalvados de moda. Snowden y Assange, además de personajes públicos exiliados en Moscú o cautivos en la Embajada ecuatoriana en Londres, son personajes de películas taquilleras de Hollywood, y animan la ficción. Las declaraciones de Nicolás Maduro suman un toque “tercermundista” que favorece el guion. Su acento venezolano produce connotaciones largamente alimentadas por las empresas del entretenimiento. Dictadores, narcotraficantes, gobernantes corruptos e ineficientes. Todos ellos se suman sigilosamente detrás de la escena como espectros del mundo global de la Warner, Youtube y Netflix en el que vivimos.

La muerte del Fiscal José Manuel Maza en Buenos Aires es un punto álgido del relato. Aunque la información parece incontestable  (murió por una infección), muchos quieren creer que hay algo oscuro en el lugar y la fecha de su muerte. Primero el lugar, Buenos Aires, Argentina. Un país en el cual, en los últimos años, los espías están desatados. Donde se acusa a una expresidente de ser parte de un entramado mafioso que asesinó a un fiscal de la Nación para encubrir el más grave atentado terrorista cometido en su territorio en toda su historia. Un país con medio gabinete de gobierno en los Panama Papers, y la otra mitad en los Paradise Paper y el propio Presidente Mauricio Macri un archiconocido capo de la mafia contratista de origen calabrés.

Mientras en Argentina se habla de Teherán, el Mossad, sicarios venezolanos al servicio de la Revolución Bolivariana, y las oscuras líneas de fuerza entre Washington y Tel Aviv, el más ambicioso programa de ajuste, reendeudamiento y privatización de recursos naturales se ha puesto en marcha: el petroleo, el agua, las reservas de litio, las pensiones y el negocio audiovisual y de las comunicaciones en general, están hoy en disputa entre las corporaciones que de manera salvaje mantienen un pulso entre ellas, y a la población en vilo.

En la Argentina de los medios de noticias, más preocupados por poner en escena un entretenido relato que aumente la medición de la audiencia que informar eso que los ingenuos llaman “la verdad”, los fiscales de la Nación se suicidan o son asesinados, y tienen relaciones con prostitutas de alto standing y cuentas bancarias multimillonarias cuyos depósitos se rastrean hasta las cumbres de las finanzas globales (todo esto ha sido más o menos probado, con fotografías que circulan en las redes en las que aparece el honorable fiscal - a quien la derecha estadounidense y argentina ya le ha homenajeado con una Fundación - AlbertoNisman.org, financiada por el famoso Hedge Fund Manager Paul Singer - rodeados de conejitas que festejan con penes de goma y matracas en Cancún con el nuevo héroe de la libertad). Allí, en esa Argentina mediocre que convirtió en Presidente a su propio verdugo neoliberal y honra la memoria de un fiscal con antecedentes de corrupción notoria y oscuros vínculos con el espionaje internacional, otro fiscal, también convertido en héroe de la Justicia española, José Manuel Maza, murió - eso dicen - y no hay razón para no creer la versión, de una infección renal.

Pero, en Catalunya, el cine de acción no da respiro. El personaje que protagoniza Puigdemont, el Puigdemont de quien se afirma que es el “legítimo President de todos los catalanes”, acompañado por sus cinco heróicos consellers echados a la fuga (exiliados, dicen otros), combina la épica gandhiana y mandeliana de la noviolencia, con el aburguesado estilo convergente que los caracteriza. El itinerario se parece más al de un Zelaya, el expresidente de Honduras, que a un verdadero prócer de su patria.

Mientras tanto, desde Barcelona, Marta Rovira hace papelones melodramáticos frente a los micrófonos de las radios y las cámaras de las televisiones, intentando encender a sus seguidores con un moralismo que avergüenza a la política y pone en peligro la frágil convivencia de un país que ha pasado, en pocas horas, de ser una sociedad autodenominada "moderna y sofisticada",  a convertirse en la "evidencia de una farsa superficial", una apuesta mediocre por construir una marca, sin contenido detectable de excelencia, exceptuando los dones naturales de una posición geográfica privilegiada y la generosidad de una sociedad pluralista que en los últimos años se ha intentado silenciar y menospreciar.  


Las esencias de los pueblos no existen, como no existe ninguna esencia en el universo. Las tradiciones son sedimentos del pasado, venerables, cierto, pero siempre y cuando se las sepa definitivamente transitorias y abiertas al futuro, al cambio, a la hibridación y al mestizaje. 

Nosotros, inmigrantes de larga data o recién llegados, con nuestras lenguas, nuestros acentos, nuestras costumbres, nuestro incómodo recordatorio de que el mundo es de todos "aunque te joda", somos también herederos legítimos de esta Catalunya, de esta España, de esta Europa que insiste, por todos los medios de los que dispone, pese a su presuntuosa autoglorificación como modernidad y paradigma de sociedad avanzada, democrática y regida por los derechos humanos, a solidificar las negadas diferencias de clase y las ciudadanías subalternas. Somos legítimos herederos y nos negamos a ser objeto de estudiados exámenes, como pretendió el partido que inventó a sabiendas el "nuevo independentismo" en el 2006, cuando el entonces President intentó imponer el "carnet del buen inmigrante". 

Ese CIU liderado por Artur Mas, fingiendo que es otro partido que el corrupto, condenado partido, que estafó al país durante los últimos treinta años, que encarnó privilegios y recortes, y que ayudó a consolidar los idearios del Partido Popular a nivel estatal y europeo, pretende recoger las sobras de la catástrofe en su rol permanente de "buitres del procés". 

El independentismo en cualquiera de sus vertientes ha pasado de ser una pasión de multitudes, a convertirse en una vergonzante exposición de desengaños y veladas vergüenzas, de las que los independentistas fieles fingen no enterarse. 

Mientras tanto, los malos y los archimalvados, sin un verdadero James Bond o Robert Langdon que les ponga límites, festejan el desaguisado. Lo que parecía una catástrofe se ha convertido en una oportunidad, un nuevo capítulo de la doctrina del shock. 

Rajoy sale, pese a todo, bien parado. Su paciencia ha dado frutos. Le ha servido para relativizar la trama de corrupción que protagoniza en un escenario que le es desfavorable (los tribunales, a los que pese a todo no termina de controlar completamente), recuperar el terreno electoral perdido, devolver al PSOE a su cause habitual, hundir a Podemos entregándolo a los fantasmas históricos que acechan a la izquierda, y poner a Catalunya en conflicto abierto consigo misma. 

El gran ganador, sin embargo, es Albert Rivera, el discípulo avanzado de José María Aznar, el héroe de las Azores, el golpista de Caracas, el ideólogo del engaño de Atocha. Hábil polemista, a Albert Rivera el Procés le ha servido para endurecer un discurso limitado por una época de tibiezas, ahora liberado gracias al 155 para poder expresarse sin tapujos. Pide mano dura, y sus alfiles y peones atizan el fuego para quemar vivos a los “golpistas”. Arrimadas, su alter ego femenino en Catalunya, quiere ser presidente. ¿Puede serlo? Macri en Argentina era impensable. Macron en Francia un sueño trasnochado. Trump un esperpento. La DUI, imposible. El 155 una pesadilla que jamás ocurriría. El Breixit una alucinación.  La historia tiene un lugar para las sorpresas que no son tal cosa. Aunque numéricamente improbable al día de hoy, "Aznar" tiene más votantes en Catalunya de los que jamás soñó en el pasado. Sumados al PP representan más del 25 % del electorado. Con ese dato sobre la mesa, no hace falta hacer cálculos. Incluso si los independentistas ganan las próximas elecciones, resultará una victoria pírrica.

Por su parte, el PSOE y sus adalides en Catalunya, aunque crecen electoralmente, lo hacen torcidos (o retorcidos) hacia la derecha, como debe ser, como mandan los herederos del Felipe González, quien abandonó su imaginario socialista para convertirse en un héroe de la Europa noventista que le regaló a Catalunya su "mejor" hora "olímpica", su punto de inflexión, su rostro de nuevo rico y su ambición europea ahora despechada. 


Con un discurso de buenos modales, de talante "Zapatero" y fanatismo legalista, los socialistas catalanes quieren captar lo que queda de una izquierda nominal, deshilachada, desorientada, atrapada en sus propias contradicciones al haber perdido el horizonte y su ingenio para marcar la agenda política. La corrupción es hoy un tema menor para la ciudadanía, y la crisis un fenómeno natural que no le quita el sueño, ni siquiera, a quienes la padecen.

La historia es astuta, como ninguna. Se sirve de sus actores para conducir los destinos de los pueblos a sus espaldas. Por supuesto, hablar en términos de astucia por parte de la historia es una metáfora impropia. La historia no tiene voluntad, solo las personas, naturales y jurídicas. Las primeras, aún prisioneras de sus pasiones; las segundas orientadas exclusivamente por su voluntad de expansión a cualquier costo. Las mujeres y los hombres al servicio de los Estados, las corporaciones y las Iglesias de variados pelajes son piezas que, en su vida privada pueden mantener "felizmente" sus anhelos, pero están en manos de un solo Dios y sus vidas entregadas a un solo propósito. Dan Brown, de nuevo, tiene su círculo de perversos a disposición para brindarnos una nueva entrega de "ángeles y demonios".

Artur Mas lo anunció en 2012, un año después que la ciudadanía española saliera a la calle y diera una muestra de dignidad a través de sus indignados, el movimiento 15M, que con sus aciertos y sus “faltas” (ausencias y pecados) fue el punto de partida de la construcción de una alternativa política que pocos años después se convertiría en la tercera fuerza, ganaría las alcaldías de las dos capitales más importantes del Estado, y promovería, a veces con esfuerzo, a veces con tibieza, un programa progresista a favor de los desfavorecidos. 

Artur Mas y sus acólitos, conscientes de que perdían Catalunya en manos de una juventud enardecida por el engaño y la decadencia de una democracia de prebendas, inventó el “nuevo independentismo”: absurda coalición en la que se mezclaron en un batiburrillo las exigencias maximalistas de los antisistemas posmodernos de la CUP, las buenas intenciones de moralistas amables con falta de perspectiva histórica y un surtido de eslóganes aprendidos en las Escoles de Normalització Política del Procés, notorios intereses de clase, burocracia funcionarial, e indisimulado supremacismo étnico-lingüístico.

El hito histórico más importante e ilustrativo de este colectivo variopinto fue el abrazo de oso entre el “buenazo” de David Fernández (CUP) y la sonrisa “incontinente” de Artur Mas (PDeCAT), con el cual sellaron el pacto entre los antisistemas de boquilla y los representantes políticos de la corrupción y el desfalco público en Catalunya. 


De ciertos ridículos históricos, evidentemente, no se vuelve, pero puede que se repitan, para convertir la tragedia en farsa (hace unos días Fernández viajó a Bruselas para repetir la escena con Puigdemont, “exiliado President legítimo" de Catalunya).

El golpe de gracia, por el momento, ha sido eficazmente efectivizado. Los protagonistas del actual "nuevo independentismo" han sido los cómplices de la derecha española durante muchos años, pero luego intentaron montar su propio chiringuito. Como en las películas del agente 007, la saga del Código Da Vinci, o la trilogía de Bourne, los mafiosos menores acaban convirtiéndose en un daño colateral. Los usaron y luego los tiraron, "como un condón". Pero el independentismo progre no pudo con su genio y pese a las muchas advertencias, acabó privilegiando la cuestión nacional a la cuestión ideológica y ahora es un barullo de llanto y de rabia descontrolado. 


Hoy la derecha festeja en toda España, y Europa comienza a mostrar cierto alivio. Cuando todo parecía perdido, se han librado, en parte por habilidad, y en parte debido a los errores de sus contrincantes, de dos obstáculos notorios. El regionalismo nacionalista ha perdido por el momento la partida, y la dureza de la respuesta es una suerte de escarmiento (análogo al infligido a Grecia por otros motivos) que será difícil de olvidar para los atrevidos en otras latitudes. Mientras tanto, nuevas imposiciones económicas y financieras se preparan para Catalunya. 

Por otro lado, la izquierda "populista" de Podemos (como les gusta adjetivar a los representantes de la derecha europea a todo "descabellado" intento por reflotar la idea de la "justicia social"), parece haber sentenciado su irrelevancia para la nueva etapa que se abre. En Catalunya, Colau ha quedado cautiva por las circunstancias. Todo lo que diga, y todo lo que haga, puede ser usado en su contra. 

POLÍTICA, FICCIÓN Y REVOLUCIÓN


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Este artículo no pretende dar respuestas a las encrucijadas que diariamente mantienen en vilo a las sociedades catalana y española. Como inmigrante y residente en Catalunya y España no puedo evitar, ni quiero eludir la responsabilidad de interpretar lo que nos está ocurriendo.

La aceleración histórica que ha sufrido el país de un mes a esta parte es tan vertiginosa que únicamente el análisis mesurado puede ayudarnos a digerir el exceso de información que nos vomitan los medios de comunicación y la infinidad de opiniones que surcan las pantallas de nuestros dispositivos digitales conminándonos a tomar posición, indignándonos o desalentando directamente una sana relación con el mundo social y político en el cual estamos envueltos.

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Es importante recordar, sin embargo, que el mundo que experimentamos a través de los dispositivos digitales no es "la realidad," sino su "representación." O, si queremos ponerlo en términos lacanianos, "la realidad" no corresponde a lo Real, que es siempre la tachadura de la realidad. Con esto quiero decir, “la realidad” es un constructo discursivo, fruto de explícitas racionalizaciones, pero también microfísicas y pulsiones de poder y des-poder que no corresponde enteramente a lo Real, que siempre desborda los acotados moldes donde “la realidad” pretende enclaustrarla. 


Por lo tanto, la realidad es siempre el mundo representado. La política, la dimensión de la “representación” por antonomasia, y la más arcaica “voluntad de poder” es, en buena medida, la antinomia de lo Real. Lo Real de suyo es inconmensurable, inaprehensible. La política (primariamente) intenta convertir lo Real en manejable a través de la institución de sus adentros y sus afueras. 

En estos días estamos asistiendo a la política en su estado puro. La política en su dimensión constituyente y no meramente administrativa. Pero también estamos asistiendo a la política administrativa en su dimensión represiva, ante la amenaza que supone a su existencia soberana eso que llaman “desafío independentista,” que no es otra cosa que una revolución, con una mezcla de anacrónicos rasgos decimonónicos y novedades discursivas posmodernas.

Lo Real es irrepresentable e inapropiable. Sin embargo, la “batalla de la realidad” en la que estamos inmersos, consiste justamente en una pugna de apropiación y representación. 

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En un post anterior hice mención de este tema de una manera solapada: contrastaba la lógica de la política con la lógica del amor. 


La política en su expresión esencial, como nos enseñó Schmitt, se articula alrededor del binomio amigo-enemigo. El Estado en su más reducida función, es el actor (sujeto sui generis) que define su adentro y su afuera, incluyendo y excluyendo “siempre arbitrariamente” aunque pueda decorar su arbitrariedad con consensos solapados o reduccionismos étnico-lingüístico o históricos, quiénes somos nosotros, y quiénes no somos. 

El amor, en cambio, en su expresión esencial, como nos enseñó Jesús de Nazareth, es la suprema cancelación de lo que nos distingue y nos separa. 

Pero lo Real de suyo no es política ni es amor. Si lo Real de suyo pudiera reducirse a la lógica de la política o a la lógica del amor, lo Real sería una representación más entre las representaciones en pugna. 


No tenemos acceso representativo a lo Real, ni el amor, ni la política, hace justicia, a lo Real. Sin embargo, convengamos que los humanos no podemos vivir más allá de la lógica de la representación, ni deberíamos pretenderlo, como hacen los falsos místicos que miran el mundo con la boca abierta. 

Pero lo que no deberíamos olvidar, no obstante, es que la representación (“la realidad”) no es lo Real de suyo. 

Repito: es una injustificada arrogancia pretender escapar a la pugna de representaciones (“el conflicto de las interpretaciones,” diría Ricoeur) huyendo hacia el templo metafísico de nuestro living-room. El ser humano es, en griego, zoon logon echon, un animal poseedor de logos. Ni las bestias ni los dioses se atreverían a tanto. Ellos también son ADN biológico o logos espermatikos, cifra y orden. 

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Dicho esto, aquí estamos, asomándonos peligrosamente al horroroso vacío que la confrontación de los órdenes constitucionales, de las representaciones en pugna, pone en evidencia al cancelarse mutuamente hasta el triunfo sobre su contrario. Se abre a nuestros pies el mundo. No hay donde agarrarse, hemos llegado "a la hora señalada."

Los más perspicaces saben que estamos ante el comienzo de un catástrofe (la guerra) cuyas consecuencias son difíciles de mensurar a priori... 


Una guerra del siglo XXI, posmoderna, higiénica, calculada. Una guerra retransmitida 24hs que desgarra el tejido de los días, mutilando la psiquis de las poblaciones y destruyendo las redes de confianza tendidas entre nosotros. 

Pero no quisiera que se me malentendiera, el problema no es el independentismo. El independentismo es solo un síntoma de un mal mucho más profundo y preocupante. El independentismo es el signo de la enfermedad mortal que sufre la dimensión de la representación política en nuestro tiempo. Y prueba de ello es que la crisis terminal de la política representativa que en estos días se saldará con un doble fracaso y un exiguo y parcial triunfo que no alcanzará para paliar la nostalgia de certezas que alguna vez creímos poseer. 

El doble fracaso es que ninguna de las entidades en pugna por legitimar su representación saldrán fortalecidas de esta confrontación. El Reino de España está herido de muerte. Su Rey se ha convertido en un cadáver político, cuya corona no podrá sobrevivir el tsunami que se avecina. Su Reino ya no es de este mundo. Es más bien el residuo de un imaginario anticuado que ha perdido incluso su relevancia como símbolo de unidad. 

Pero no lo tendrá mejor una hipotética República catalana. Nace partida en medio, forzada en su constitución a abrir una brecha intestina que pudrirá la euforia de su constitución.

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Y, sin embargo… todo continuará más o menos como siempre, porque el cemento social, eso que nos une a los unos con los otros, ha dejado de ser el orden político de la sociedad, su representación institucional. Hoy lo que nos une con su despiadada frialdad matemática y su geometría no euclidiana que resiste toda representación, es el orden del capital en su fase de virtualidad extrema. La independencia de Catalunya es, en términos de re-distribución real del poder, un acontecimiento insignificante, mal que les pese a quienes aspiran a una epopeya "poscolonial."

Así y todo, lo que es seguro, y los buenos modales ya no podrán ocultar, es el resentimiento mutuo que crece como el moho en las esquinas oscuras de las casas abandonadas durante largo tiempo a la mirada de sus propietarios. Un resentimiento que irá creciendo con el correr de los días hasta que acabemos cocinando el gato de nuestro vecino o envenenando a su perro.

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La adopción de una posición apolítica en estas circunstancias no es comprensible ni respetable. El procés, por un lado, y la respuesta que el llamado procés está produciendo dentro de Catalunya y en el resto de España, exige nuestra más concentrada y seria atención.

Ahora bien, la peligrosidad del momento que vivimos se traduce en los temores que padecemos cuando volcamos nuestras opiniones en el espacio público. No es un momento cualquiera de la vida política. Atravesamos uno de esas instancias en las que, a veces sin notarlo, coqueteamos de manera morbosa con diferentes formas de violencia y autodestrucción. Estamos dispuestos a todo. 


Los independentistas quieren dar el salto definitivo hacia otro escenario representativo sin contar con el consenso imprescindible para que su afrenta no se traduzca en una arrogante arbitrariedad. Los unionistas se deleitan secretamente con el ejercicio coercitivo del Estado. En la intimidad de sus consciencia parecen morbosamente predispuestos a la represión más brutal.

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Lo constatamos el día en el cual se celebró el referéndum. El accionar represivo de la Guardia Civil y la Policía Nacional mostró de manera rotunda que el Estado está dispuesto a hacer uso de la fuerza para preservar su existencia. La apariencia de contención que muestra en estos días es ilusoria. España es una poderosa maquinaria de Guerra. Sus tropas están distribuidas por los cinco continentes, acompañan los contingentes del Imperio en su guerra contra los “enemigos de Occidente,” y sus cuadros de inteligencia participan de las labores más oscuras de esta cruzada en las mazmorras de nuestras democracias liberales.

Sin embargo, también descubrimos ese día (el día del referéndum) que la fuerza del Estado no es poder o autoridad política, sino eso: mera fuerza. El fenómeno es endémico en Occidente. La representación política tiene los pies de barro. Se sostiene exclusivamente debido a la fuerza abrumadora y la omnipresencia de sus instrumentos de sometimiento.

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El domingo, 8 de octubre, sin embargo, por primera vez en la historia de Catalunya, una manifestación de centenares de miles de "unionistas" inundaron las calles de Barcelona, demostrando que la revolución no será incolora, inodora e insápida como el agua. No hay revolución light o independencia soft disponible, y las cachiporras del 1 de octubre serán una caricia frente a la brutalidad con la cual amenaza responder el Estado la arrogancia independentista. Los unionistas se sienten amenazados. Muchos de ellos, ciudadanos catalanes, exigen al gobierno la implementación de los artículos 155 y 116 de la Constitución. Eso significa que el conflicto intestino es inevitable.

Todo esto es bien sabido por parte de los líderes políticos, sin embargo, hay una parte del pueblo catalán que parece estar despertándose a la situación recién ahora. No podrá evitarse la quiebra social una vez se haya consumado el quiebre constitucional y se pretenda la vigencia de una nueva legalidad que no goza de la aceptación de la totalidad de la ciudadanía, por las deficiencias formales en su promulgación y por la intensa presión internacional que supondrá el sitio que le espera a Catalunya.

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Dicho esto, vuelvo al propósito de este artículo, que es más estrecho de lo habitual, porque no intenta dar respuestas a lo que acontece, sino desplegar interrogantes. Porque en él me propongo esbozar una guía para formar mi propio entendimiento sobre la cuestión, y la articulación de una construcción heurística que me permita juzgar los acontecimientos que impone la efectividad de la historia, al mismo tiempo que invento herramientas analíticas que me liberen del determinismo, con el fin de elaborar alternativas todavía inexistentes ante una situación enroscada en sus propias lógicas suicidas y reiteraciones patológicas.

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Por supuesto, mi presuposición es que esta escena ya la vimos. Es una repetición. Y, como toda repetición, ella misma es una expresión de la cautividad de los sujetos en la historia. Sin embargo, este momento también contiene la clave para reformular de manera creativa esta experiencia de cualidades casi oníricas, extravagante. Por ese motivo, propongo a mis lectores catalanes y españoles que nos aboquemos a articular, aunque sea esquemáticamente, dos líneas argumentales.

La primera línea argumental consistiría en contrastar analíticamente dos fotografías que vertebran la actual disputa identitaria. Esos elementos están organizados en dos escenarios muy simples.

(A) El primer escenario es aquel en el cual se estableció la Constitución de 1978. Uno de los extremos de esa construcción escenográfica es la refundación del Reino de España como una monarquía parlamentaria compuesta por un conjunto heterogéneo y conflictivo de territorios, pueblos y naciones entre los que se encuentra Catalunya.

(B) El segundo escenario es el de una hipotética República catalana, bajo cuyo paraguas se acomodarían dos tipos de ciudadanos. Unos ciudadanos cuya identificación con el ordenamiento representativo está fundado en su identidad como pueblo y nación, y otra parte que cuestiona esa unidad histórico-sociológica y se opone a la representación política impuesta por los secesionista sobre esas bases.

Habiendo establecido las dos fotografías estáticas que marcan los límites de un tránsito temporal (1978-2018), dos fotografías “excavadas” en el tiempo, como muestras fosilizadas con las cuales el geólogo intenta reconstruir una historia hecha siempre y exclusivamente de “tránsitos,” pasamos al análisis de los advenimientos.

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Es muy importante ser consciente que nada se “sustrae” de la historia, sino que simplemente se oculta, se disfraza o muta. Muchos en estos días piensan que la Constitución de 1978 se puede borrar de un plumazo como si nunca hubiera existido, y en un ejercicio voluntarista pretenden negarle toda entidad efectiva, como si se tratara exclusivamente de un papel mojado que puede echarse al cubo de la basura sin que ello suponga consecuencia alguna.


Sin embargo, cuando miramos hacia el pasado, constatamos que es inconcebible la Constitución de 1931 sin su antecedente de 1812, y es incomprensible la de 1978, sin el antecedente de la primera. Basta con echar un vistazo a las grandes revoluciones modernas (la estadounidense, la francesa, la rusa o la cubana) para entender hasta qué punto el pasado anida en el presente, más aún cuando pretende negarlo absolutamente, sin residuo, y en qué medida el voluntarismo acaba siendo esclavo de su propia ilusión de poder. 

Las revoluciones no acaban para siempre con el pasado, sino que lo reescriben, lo absorben, lo digieren y lo excretan. Incluso en su más abierta confrontación con la tradición, no pasan de ser iteraciones brutales de lo que fue. Sus excrecencias no desaparecen del mundo, sino que lo cubren, convirtiéndose en el abono de donde surgiran  a los gusanos y bacterias que amenazarán la salud de nuestros cuerpos institucionales del futuro.

Estamos presenciando o, mejor aun, somos partícipes, de un acontecimiento de enorme relevancia para la historia de España y Europa, con repercusiones inconcebibles más allá de sus fronteras actuales. Pondré un único ejemplo: ¿Cómo se rearticularía la relación entre Catalunya, España y América Latina con una ruptura de por medio? Ni una palabra se ha dicho al respecto, pese a la enorme relevancia que tiene esa relación para el futuro de todas las entidades en disputa. Eso muestra el caracter eurocéntrico y la dimensión provinciana del conflicto. Tal vez el enfrentamiento España-Catalunya es la insospechada expresión de un nuevo orden de representación política mundial que apuesta por la balcanización planetaria como respuesta a una globalización cuya lógica ha desbordado la voluntad política de dominio.

O tal vez no sea todo esto más que otra burbuja, como tantas otras, otro shock que aprovecharán las élites financieras y económicas para sacar réditos del sufrimiento de las mayorías. Es decir, otra burbuja que al explotar solo dejará un reguero de heridos y una nueva distribución de fuerzas. 


Sea como sea, estamos ante una de esas escenas en la que los individuos y los pueblos intentan satisfacer, en la fugacidad de un instante, el anhelo de ser conductores de sus destinos. 

Tal vez, esta tarde, el Parlament de Catalunya declare su independencia. Pero, pase lo que pase, minutos después de haberlo hecho, en medio de los festejos de unos, y los  gritos de guerra de los otros, la historia volverá a seguir su curso, y volveremos a ser huérfanos de nosotros mismos, marionetas del destino, expresiones arrogantes de nuestra pasión por una libertad que siempre nos elude.



EL CATALANISMO INVENTA A SU OTRO



Las calles en disputa

Las calles de Catalunya se llenaron de senyeras, banderas españolas y estandartes europeos. La estampa fue inesperada. Las esteladas reinaban en Catalunya de manera rotunda. Después de semanas de manifestaciones independentistas, la sensación era que el 50% de la población que en las urnas no acompañó a los partidos independentistas que forman la coalición Junts pel sí + la CUP, ni participó del referéndum convocado por el Parlament el 1 de octubre, no tenían nada que decir. Muchos creíamos que esa mitad del país era indiferente a la suerte echada por el independentismo, o simplemente era una ficción que repetían los políticos para justificar sus fracasos electorales y la soledad que acostumbra rodear sus intervenciones públicas. Como afirmaba hace algunas semanas Iñaki Gabilondo, la mención a la “mayoría silenciosa," un tropo habitual de la prensa españolista, no tiene relevancia política alguna.

Hoy, una nutrida multitud que dice representar ese otro 50% (o reclama ser  esa "mayoría silenciosa" mentada por los políticos) salió finalmente a la calle, acompañada de un contingente de españoles venidos de otros rincones del territorio para asistir a la manifestación, y mostró su músculo amenazante al gobierno exigiéndole en ocasiones respuestas de mano dura frente a la crisis, y un repudio sin cortapisas a las pretensiones de los líderes independentistas de acelerar el proceso de independencia la próxima semana. 


La manifestación de hoy estuvo precedida por una movilización anterior convocada para mostrar el disgusto de la sociedad civil con la falta de diálogo entre las partes en disputa. La movilización vestida de blanco y con la única consigna de “hablar” para resolver el disgusto mutuo y salir del enroque autista que han asumido Madrid y Barcelona, llenó las plazas más importantes de la península.

La suma de estas marchas modifica hasta cierto punto la cartografía de estos últimos días, especialmente si se suma a esas manifestaciones sociales la creciente incertidumbre económica junto a algunas decisiones del empresariado. El gobierno de Rajoy puede mostrar apoyo popular en Bruselas, y atemorizar a la ciudadanía catalana con el descalabro económico, relativizando de ese modo la hegemonía en las calles de la que ha gozado el independentismo, y minando la certeza de sus adherentes de lo que el periodista Enric Juliana llama una "indepdendencia low-cost".

La encrucijada de Puigdemont


A estas horas es difícil saber qué hará el independentismo en los próximos días. Quedan solo 48 horas para que el President Carles Puigdemont asista al pleno del Parlament desde donde sus seguidores esperan se declare unilateralmente la independencia. 


Pablo Iglesias, invitado por la TV pública catalana, señaló anoche que una declaración unilateral resultaría contraproducente y asomaría a Catalunya al abismo de un retroceso institucional que será difícil de remontar. De acuerdo con el líder de Podemos, el Partido Popular parece “entusiasmado” con la posibilidad de que se le brinde una excusa que le permita aplicar los artículos 155 o 116 de la Constitución que autorizaran la suspensión de la autonomía y su intervención.

Sin embargo, hay que ser precavidos, la marcha de los llamados “unionistas,” junto con la exigencia tímida de los dialoguistas, y el claro mensaje de una parte del empresariado, agregan elementos hasta ahora imprevistos en el imaginario político de quienes defienden la vía rápida del independentismo. 


La fotografía de una Barcelona inundada de banderas españolas tiene peso y disminuye el impacto comunicacional que supuso para el independentismo a nivel internacional las vergonzosas imágenes de la guardia civil y la policia nacional pegándole a manifestantes pacíficos la semana pasada. Las decisiones corporativas de mover sus sedes administrativas a otras capitales de España alimenta los titubeos de quienes abogan por la confianza y la seguridad en los negocios. 

La amenaza de ulsterización de Catalunya

Los organizadores de la manifestación, Sociedad civil catalana, cifran la asistencia en 1.000.000 de personas. La Guardia urbana en 350.000. 


Cualquiera sea el número, la imagen televisiva resultó imponente. El ejercicio simbólico que permite la calle convierte ahora en problemática cualquier pretensión de las "facciones" en pugna de apropiarse de la totalidad de eso que llaman “el pueblo catalán.” Hay al menos dos Catalunyas, cada una de allas compuesta a su vez por otra multiplicidad de Catalunyas en pugna, que se aferran a representar la totalidad. Sin marco representativo legal aceptado por todos, estamos sujetos a la voluntad poder y a la capacidad de producir "hechos consumados." La anunciada declaración de independencia "unilateral" es expresión de ese complejo trasfondo. 

La tentación de una “ulsterización” de baja intensidad de Catalunya por parte del PP es hoy una realidad palpable. Enric Juliana lo advirtió hace unas semanas. La división dentro de la sociedad catalana es hoy una evidencia. Solo una salida dialogada puede evitar la tensión creciente que ha logrado empujar a la calle a muchos individuos hasta ayer indiferentes frente a la lucha política, aun cuando estuvieran en desacuerdo con el rumbo del país. Una declaración unilateral sedimentará la división convirtiendo el proceso en un doble hito: el que marca el quiebre (retórico-simbólico o efectivo) con la unidad histórica de facto de España, junto con la invención efectiva de un enemigo interno en el seno de la misma sociedad catalana.

La manifestación unionista no se dirigió en sus alocuciones y en sus gestos  a la Catalunya independentista,solo se mostró en sus gestos: lo que se pretendía era romper la ilusión de una hegemonía absoluta. Ni unos ni otros podrán reclamar una mayoría absoluta que, de todos modos, las urnas demuestran falaz, pese al gravedad simbólico de las movilizaciones de masa. 


Los oradores


La proyección internacional de los principales oradores elegidos por los organizadores para transmitir el mensaje no puede disimularse. 


Mario Vargas Llosa, un Premio Nobel de literatura que, pese a su reconocido sesgo ideológico neoliberal y neoconservador y su sospechoso encono antipopulista que esgrime en sus intervenciones periodísticas como lobbista (además de sus notoria esgrima antidemocrática a la hora de enfrentarse a sus "enemigos": alentó el golpe a Hugo Chávez que el expresidente Aznar animó y festejó), mantiene incólume la popularidad internacional que le otorgó su membresía entre el abigarrado grupo de escritores que formó el llamado "boom latinoamericano," y su reconocimiento Nóbel "sospechosamente político" a su obra literaria. 

En un encendido discurso en el que tuvo tiempo para destacar su experiencia biográfica y exaltar de su pedigrí intelectual, el peruano acusó veladamente al independentismo de "racista" y, más abiertamente, de ser heredero de un nacionalismo que "sembró de cadáveres el continente." 

Menos recalcitrante, pero igualmente inflamado, el ex ministro socialista y expresidente del Parlamento europeo Josep Borrell, fue más allá. Reivindicó una Europa sin fronteras, una Europa solidaria a la que contrapuso el proyecto secesionista, que - según dijo - es la antítesis de esa europeidad del derecho y la solidaridad. Tuvo tiempo de denunciar a la televisión pública catalana por su aparente sesgo y arbitrariedad, y llegó a calificar su servicio informativo como una “vergüenza,” abogando a continuación por tomar el control de los servicios públicos de información autonómicos para romper el cerco ideológico que, según explicó,  mantiene cautiva a la población catalana con sus mentiras.

Europa, presente


Las banderas europeas resultaron un acierto para la construcción del relato unionista. La semana pasada, el independentismo se ganó el favor de la opinión pública internacional al viralizarse las brutales imágenes de represión que llevaron a cabo las fuerzas de seguridad del Estado decididas a evitar un referéndum que estaba llamado a discurrir pacíficamente, pese a la ilegalidad de la convocatoria dictada por los tribunales. También contribuyó a la simpatía de esa opinión pública el ridículo que sufrió el gobierno de Rajoy, el cual padeció la habilidad táctica del independentismo, cosechando con ello una imagen de negligencia, inoperancia policial y desorientación ejecutiva. 


En este caso, sin embargo, al identificarse abiertamente con la Unión Europea, el unionismo envío un mensaje claro a sus socios continentales de que España es una salvaguarda de los valores de la Unión frente al aventurismo catalán, lo cual dificulta aún más la posible aceptación de una medida unilateral como la declaración de independencia por parte del Govern.

El embrollo ideológico


Como señaló acertadamente Enric Juliana en La Vanguardia, el actual procés independentista tiene su origen en
 una explícita estrategia de la antigua CIU por frenar el avance de una coalición de izquierda en Catalunya debido a los desgarros de la crisis económica a partir del 2012. 

Ayer, Pablo Iglesias le recordó a la periodista y lobbista Pilar Rahola (defensora acérrima de los gobiernos de extrema derecha en América Latina, y enemiga consumada de la República Bolivariana de Venezuela y otros gobiernos progresistas de la región como el de Lula, Correa, Morales o los Kirchner) que CIU – el actual PdeCat, que hoy conduce el procés desde la presidencia del Govern – no solo fue el soporte explícito de todas las políticas regresivas implementadas por el gobierno español, apoyando las iniciativas más retrógradas en términos sociales del Partido Popular durante la época pujolista y la de su delfín, Artur Mas, sino también, un socio de hierro, aun en medio del procés, en la estrategia por frenar el avance vertiginoso de Podemos como alternativa frente al bipartidismo a nivel estatal, y su amenazante ascenso en la propia Catalunya. 

Rahola en Buenos Aires, Vargas Llosa en Barcelona

La periodista Pilar Rahola es una ilustración, por un lado, del embrollo ideológico del independentismo y, por el otro, de los vasos comunicantes entre los actores en pugna. Ambos comparten un eurocentrismo agresivo e intervencionista, e igualmente reclaman un respeto para sí mismos, sus pertenencias y sus símbolos, lo que jamás conceden a sus contrincantes. 


Rahola viajó a Buenos Aires en 2015 para apoyar la candidatura de Mauricio Macri. Sus viajes han sido parte de una abultada agenda combativa en América Latina en su cruzada antipopulista, en la que no ha tenido prurito en defender a los líderes que promueven en el Latinoamerica las políticas de sus contrincantes en España. 

El caso de Mauricio Macri, sin embargo, es especialmente ilustrativo. El presidente argentino, quien saltó a la fama mundial gracias a las filtraciones periodísticas conocidas como "Panama Papers," es un estrecho socio político e ideológico de Mariano Rajoy. Miembro de la Sociedad Mont Pelerin, a la cual pertenecen  el propio Vargas Llosa, Albert Rivera y José María Aznar, el elegido por Rahola en su imaginario geopolítico es un implacable implementador de las políticas promovidas por Popper, Hayek, Von Mises, y Friedmann - los llamados "Masters of the Universe" del neoliberalismo. 

Macri es un representante consumado de las élites corporativas en América Latina que ha prometido acabar "a sangre y fuego" con el populismo en la región. Después de dos años al frente del Estado, el presidente está en la mira de las organizaciones y organismos internacionales de derechos humanos (ONU, CIDH, Amnistía Internacional, etc.) por su política concertada de detenciones ilegales, negacionismo del genocidio perpetrado por la dictadura, una agenda antiinmigratoria que imita en tono local las vociferantes humillaciones de su amigo Trump en los Estados Unidos, y lo que es aún más triste: el regreso de las desapariciones forzadas en la Argentina. Todo esto acompañado de la ejecución de un brutal ajuste de corte neoliberal auspiciado por los mercados financieros que ha empujado a millones de ciudadanos a la pobreza y la indigencia.

Identidad e ideología

Desde el punto de vista ideológico, por lo tanto, el parentesco entre Pilar Rahola y Mario Vargas Llosa es estrecho. Ambos son fervientes enemigos de los llamados populismos y promueven sus agendas con desparpajo contra las mayorías excluidas del continente latinoamericano, promoviendo el libre mercado y la formalidad del "Estado de derecho" liberal, como tenazas contra los reclamos de justicia social de las mayorías postergadas, mientras en Europa promueven sus propias agendas identitarias.

Esta sola ilustración prueba que la pugna identitaria no se traduce necesariamente en un desencuentro ideológico entre las partes. Los catalanes tienen derecho a decidir. Nosotros lo suscribimos y creemos que las urnas son el único camino decente para resolver el conflicto. Por otro lado, denunciamos la represión violenta del gobierno español y exigimos una investigación que deslinde las responsabilidades, establezca con claridad los excesos cometidos e identifique a quienes cometieron abusos. 


Dicho esto, como señalaba ayer el líder de Podemos, Pablo Iglesias,  habrá que sopesar nuevamente la actual distribución de fuerzas en la contienda, y volver a barajar, poniendo en juego, no solo las aspiraciones identitarias, sino también las convicciones ideológicas arbitrariamente distribuidas bajo el color de las diferentes banderas.

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