LA IMAGINACIÓN ALTERNATIVA

Lo que me propongo a continuación es una muy breve reflexión en torno al modo en el cual podría efectuarse un tránsito a otro modelo de convivencia terrestre.

En realidad se trata de pensar cuáles son las condiciones de posibilidad para que dicha transición pudiera llevarse a cabo. Creo que hay elementos suficientes para ponderar la posibilidad de una mutuación, pero también obstáculos y resistencias profundas que dificultan la consecución de dichas transformaciones.

Lo primero es recordar que una transformación política de cualquier tipo necesita, fundamentalmente, de una comprensión e internalización teórica por parte de los actores, del significado de dicha transformación. Pero como bien se ha indicado, la comprensión teórica significa en este caso la puesta en práctica de dicha teoría en el mundo.

Por lo tanto, de lo que aquí estamos hablando es de una serie de prácticas que tienen sentido para los implicados en la transformación política. Como ha indicado el filósofo canadiense Charles Taylor, lo que da sentido a las prácticas es el imaginario social en el cual dichas prácticas se encuentran intrincadas.

¿A qué se refiere Taylor cuando habla de “imaginarios sociales”?
No a los esquemas intelectuales que la gente defiende, sino a las maneras en las cuales imaginamos nuestra existencia social, el modo en el cual nos relacionamos con los otros, las expectativas, nociones normativas e imágenes que subyacen a dichas expectativas.

Por tanto, aquí hablamos de imaginación en contraposición a teoría no sólo en cuanto se trata de algo que no es objeto explícito, necesariamente, de nuestra actividad intelectual, y por tanto, actividad exclusiva de una minoría, sino de las comprensiones comunes que hacen posible nuestras prácticas y el modo en el cual compartimos cierto sentido de legitimidad.

Eso que hemos llamado “la crisis”, y que con tanto esmero los medios corporativos se esfuerzan en circunscribir al ámbito económico-financiero, es en realidad el desenlace de un prolongado proceso de deslegitimación de las prácticas básicas y comunes de las llamadas sociedades democráticas liberales.

Los imaginarios sociales que subyacen y dan legitimidad a las prácticas que definen nuestras democracias se han ido deteriorando paulatina y sistemáticamente hasta convertirse, para una mayoría creciente de las comunidades planetarias (aquellas que viven bajo su reinado, y aquellas otras que forman parte de la periferia aun no “iluminada” por las ventajas y justicia de dicho sistema de pensamiento y acción) en escenografías vacías utilizadas por el poder fáctico para mantener a la población alejada de las verdaderas decisiones que se consideran demasiado importantes para que estén en manos de las masas.

Veamos que ha ocurrido con tres formas esenciales de nuestro imaginario social moderno.

El ejercicio democrático aparece, a la mayoría de la población, amañado por las grandes corporaciones que ejecutan una ruidosa puesta en escena que colabora en la producción de alienación perpetua de los individuos, principal factor de pujanza en las economías de mercado.
Dicha puesta en escena se caracteriza por una fingida pugna de alternativas que en modo alguno ponen en entredicho la estructura subyacente de nuestro modo de vida, pero que sirve como válvula de escape, como mecanismo catártico, para vehicular las frustaciones de la población.

En cuanto a la esfera pública, llamada a ser el ámbito extra-político e ilustrado que pusiera coto y articulara el sentir y comprensión “del pueblo” a través del ejercicio de sus intelectuales, el poder corporativo, a través de la producción, multiplicación, frivolización, relativización y distribución de opinión ha acabado por transformar dicha esfera en un dominio del mandarinato. Algo similar ha ocurrido y se está agudizando en nuestras universidades. La mayoría de la población se encuentra prevenida ante la multiplicación de falsedades producidas por los medios, y la vaciedad del pensamiento académico. Aún así, el desconcierto sirve para mantener a la población a raya, en cuanto el poder aliena por medio del exceso.

La actividad económica ha dejado de ser lo que nuestros ancestros imaginaron y pretendieron, una práctica civilizadora, promotora de la paz entre los pueblos, debido a la asunción de una prosperidad común que los intereses privados estaban destinados a promover pese a las motivaciones egoístas subyacentes de los individuos, para convertirse en una forma de guerra por otros medios, en los que la barbarie y el canibalismo son resultado visible.

La indiferencia electoral, el desprestigio de la clase gerencial y el abultado descrédito de los medios de comunicación de masas muestran los signos de una alarmante situación de deslegitimación de nuestras prácticas sociales.

Aún así, es evidente que la deslegitimación no es suficiente como alternativa. La actividad revolucionaria necesita positivar modelos alternativos: plasmar en el mundo su teoría.

Debemos revisitar las diversas experiencias revolucionarias que se encuentran en el origen de nuestros imaginarios sociales occidentales, los modos en los cuales nuestros antepasados redescribieron sus identidades, a fin de enaltecer nuestro derecho a la rebelión, nuestro derecho al cambio.

Latinoamerica es hoy un laboratorio revolucionario. Busca dar forma a ese interrogante que dirige el sentido de los pueblos: ¿Quiénes somos? ¿Qué estamos llamados a ser?

El retrato derogatorio y caricaturesco que de este experimento ofrecen las grandes corporaciones mediáticas que nutren informativamente a nuestras democracias liberales no hace más que acentuar la evidente peligrosidad que dicha experiencia alternativa representa para el modelo dominante. Un modelo, como decíamos más arriba, que el imaginario social subyacente considera ya ilegítimo de manera amplia. Aún así, esta población, sometida a una sangrante alienación, es incapaz de imaginar siquiera una alternativa. Para muchos, el mito del fin de la historia anunciado por Fukuyama que auguraba el advenimiento del paraíso en la tierra a través del maridaje idílico entre el capitalismo y la democracia liberal, se ha convertido en la profecía de un infierno terrestre: totalitarismo blando (como nos prevenía Tocqueville) y profundas desigualdades.

No sabemos de antemano cuáles serán los resultados de esta apuesta histórica que los sudamericanos están llevando a cabo. Sin embargo, sea cual sea el derrotero de esta experiencia, es imprescindible enfrentarse al fenómeno con simpatía hermenéutica, es decir, intentando escuchar las voces que alimentan este desafío, las autointerpretaciones que promueven, conteniendo nuestros prejuicios, evitando las trampas que la propaganda fácil ofrece a fin de cegarnos a los auténticos bienes que subyacen a esas apuestas políticas y sociales.

Una transformación radical de nuestras prácticas no implica, necesariamente, una ruptura radical con nuestras convicciones, sino una recuperación de los imaginarios originales que promovieron las transformaciones pasadas y su rearticulación actual en vista a los bienes que aún nos inspiran.

Eso significa, para decirlo de modo torpe y problemático, volver a pensar la libertad, la igualdad y la fraternidad tomando en consideración los malestares que la sociedad disciplinaria ha traído consigo.

O, si preferimos una formulación diferente, por ejemplo, buscar en la noción cristiana de agapé, los orígenes de nuestro profundo compromiso (siempre frustrado) con la benevolencia práctica, la justicia, y la igualdad, que en este caso implican ofrecer las condiciones para que cada uno de nosotros tenga ocasión para descubrir/inventar el sentido último de nuestra existencia.

Comentarios

  1. YA QUE LA ECONOMIA TIENE FINALMENTE TANTA REPERCUSION EN NUESTRO ESTILO DE VIDA Y ÚLTIMAMENTE RESPONSABLE DE NUESTRO TORMENTO, HAGAMOS QUE UNA VERDADERA ECONOMIA SOCIAL, REPARTO DEL TRABAJO, DISTRIBUCIÓN EQUITATIVA,
    MERCADOS LIMPIOS, ACCESO A MEDICAMENTOS, RESPETO AL MEDIO AMBIENTE , ESE COTIDIANO EJERCICIO DE PONDERAR EN TERMINOS VALOR MONEDA NUESTRAS RELACIONES,PERMITA IMAGINAR LA ALTERNATIVA POSIBLE DE CONTINUIDAD.

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