Ayer Página12 publicó una nota sobre algo que advertimos en su momento. Pese a la importancia de la cuestión, no fueron muchos los medios que se hicieron eco de la información: a partir del testimonio y denuncias realizadas por un eurodiputado, la Organización Mundial de la Salud (OMS) en la “carne” de uno de sus directivos (el director adjunto Keiji Fukuda), está siendo investigada por el Consejo de Europa en Estrasburgo por supuestas exageraciones en los diagnósticos que promovieron las compras masivas por parte de los Estados miembros de las vacunas para enfrentar la gripe A. Algo similar había ocurrido durante la supuesta pandemia de la gripe aviar. Por lo tanto, el fenómeno no es nuevo.
En primer lugar, recordemos que entre las curiosas anécdotas que nos regaló la presente “pandemia”, una que resulta particularmente interesante es la que gira en torno al modo en el cual algunos medios de información corporativos atacaron violenta y repetidamente a quienes se convirtieron en portavoces de las denuncias de manipulación mediática que las empresas farmacéuticas estaban imponiendo sobre la opinión pública con el fin de realizar el lucrativo negocio.
Un ejemplo grotesto de esta estrategia de descrédito la protagonizó el diario El País de España, que incluso tuvo que ofrecer disculpas por la reacción masivamente negativa que produjo entre sus lectores una nota humillante sobre la monja benedictina que se hizo famosa por sus investigaciones respecto al asunto divulgados por internet.
Ahora que ha pasado el ruido mediático, la justicia nacional y la política europea se ha visto obligada a tomar cartas en el asunto. Se han descubierto conexiones sospechosas entre la OMS y las corporaciones farmacéuticas y documentación que compromete a la organización en la campaña “publicitaria” que mantuvo atemorizado al planeta durante varios meses que, como hemos dicho, permitió y justificó, en medio de una profunda crisis económica-financiera la transferencias de importantes cantidades de dinero del sector público al sector privado en forma de venta de millones de dosis de vacunación. Aunque un porcentaje importante de pedidos se ha suspendido, sigue siendo un negocio estupendo lo sucedido.
La gripe, como una tormenta, ha pasado sin dejar rastro en nuestra memoria. Pero haríamos mal en permitir que las escenas vividas durante aquellos días se esfumaran de nuestra conciencia sin sopesar antes bien el significado de las mismas. Debemos parar, recoger nuestra mirada y pensar en el asunto. De otro modo, la aceleración mediática nos hace presas fáciles, una y otra vez, de las estrategias que ponen en funcionamiento los poderosos. Recordemos que no sólo en los estamentos internacionales, sino también en la política nacional y local, las repercusiones de la gripe fueron utilizadas para sacar diversos tipos de ventajas.
Pensando en este asunto, hay dos cuestiones que me gustaría recalcar. En primer lugar, creo que debemos tomar conciencia que las sospechas que ha provocado la actuación de la OMS son particularmente preocupantes si tomamos en consideración que la mayoría de las agencias nacionales de salud tomaron decisiones de acuerdo con los diagnósticos y recomendaciones de dicha organización. El encadenamiento burocrático, en efecto dominó, permitió ejecutar una estrategia manipulativa llevando falsa información desde lo más alto de las jerarquías burocrático-corporativas hasta el último rincón de servicios educativos y sanitarios, afectando de ese modo la vida de los individuos de maneras difícilmente mensurables.
Por lo tanto, la primera cuestión que me preocupa gira en torno al modo en el cual la difuminación de la frontera entre las funciones del estado-burocrático y la corporación-capitalista amenaza hoy más que nunca a colonizar los últimos rincones del mundo de la vida.
La segunda cuestión gira en torno a un pronunciado olvido. Peter Berger y Th. Luckmann adelantaron en los años 60 la noción de “cosificación” en el ámbito de la teoría social. Aquí cosificación se refiere a un fenómeno bastante común. Dice Berger y Luckmann:
“La cosificación es la visión de los productos humanos como si fueran otra cosa que productos humanos: como si fueran hechos naturales, como consecuencias de leyes cósmicas o manifestaciones de una voluntad divina. La cosificación implica que el hombre es capaz de olvidar su autoría del mundo humano.”
Esta noción tiene especial relevancia para el asunto que estamos tratando. Recordemos que la gripe en cuestión, que fue conocida en primer término como gripe “porcina”, no es producto de una circunstancia meramente natural, de un accidente ocurrido independiente de la actividad del hombre, sino todo lo contrario, que dicha gripe tuvo origen en la manipulación inapropiada y largamente denunciada de algunos mataderos de cerdos en las megafactorias mexicanas cercanas a la frontera estadounidense donde las grandes corporaciones del sector han decidido deslocalizar sus instalaciones a fin de esquivar la legislación preventiva que existe en los Estados Unidos.
Aquí la noción de cosificación resulta muy apropiada, como resulta apropiada la utilización de dicha categoría para pensar catástrofes como las ocurridas en estos días en Haiti, en la que además de la desgraciada ocurrencia del terremoto, la mano del hombre ha fabricado las condiciones necesarias para que el suceso natural pudiera potencializar sus efectos. Pero también es apropiado para pensar otras circunstancias, como es el conflicto palestino-israelí, o la guerra en Irak y Afganistan, que a muchos de nuestros contemporáneos se les aparece como si fueran designios que son ajenos a las voluntades humanas, producto de alguna maldición divina, o de la dotación genética o racial de los habitantes de esos lares.
Pero, definitivamente, no es así. Todos estos terribles acontecimientos son productos del quehacer humano, de decisiones que toman los seres humanos, muchas veces enmascarados y atrapados en sus roles corporativos o burocráticos, como parte de un mecanismo demoledor que es incapaz de pensar con un entendimiento no instrumental las circunstancias con las que se enfrenta.
LA DISPUTA DE LOS HISTORIADORES
Hoy me gustaría decir algunas cosas sobre el pasado colectivo a la luz de algunas “soluciones terapéuticas” a las que estamos acostumbrados en el ámbito privado.
Creo que no me equivoco si digo que cierta comprensión derivada del freudismo ha sabido imponer a nuestra cultura la idea de que el pasado debe ser “superado” y que esa superación pasa por enfrentar primero, y luego “aprender a olvidar”.
En este sentido, el pasado es una suerte de fantasma, de quimera, que el analista nos ayuda a confrontar con el propósito de despotenciar.
En estos días tan llenos de confusión y rabia que transita la Argentina, una parte de la ciudadanía alega argumentos análogos en relación a los juicios por crímenes de lesa humanidad que se juzgan en nuestros tribunales.
El ex-presidente y ahora candidato Duhalde ha inflamado el debate aludiendo a la extensión del tiempo transcurrido como alegato a favor de una amnistía, el perdón y el olvido que la sociedad argentina se debe a sí misma como requisito indispensable para poder encarar el futuro.
Permítanme ahora dos palabras respecto a un debate, relevante para el asunto que nos convoca, que ocurrió durante la década de los años ochenta en Alemania, que fue bautizado con el nombre de la “disputa de los historiadores”.
De acuerdo con los llamados “revisionistas” en esta disputa, entre los cuales se encontraba Ernst Nolte, el Nacionalsocialismo debía entenderse en el contexto de la necesidad del pueblo alemán de combatir el comunismo. De tal suerte, decía Nolte, que el exterminio de judíos podía interpretarse como una “copia” de las purgas estalinistas. Auschwitz, de acuerdo con esta perspectiva, no era más que un ejemplo de innovación técnica suscitado por el temor de los nazis a convertirse ellos mismos en víctimas de la agresión comunista.
Como puede comprobarse, la argumentación revisionista de Nolte guarda un estrecho paralelismo con la noción de los dos demonios con la que justifican sus crímenes quienes se plegaron a la doctrina de la “Seguridad Nacional”. De acuerdo con esta línea de pensamiento, la estrategía de torturas, desaparición de personas y sustracción de identidad acometida por la dictadura militar de manera sistemática y festejada por una parte de la sociedad civil que se benefició con dichas estrategias y aún permanece legal y moralmente impune, no sería más que el producto del temor a caer en manos de los comunistas, y los centros clandestinos donde se cometían estos crímenes horrendos contra la humanidad, no serían sino un espejo de los que los propios “izquierdistas" realizaban.
A este pasado, nos dice la mirada terapéutica, es necesario responder con el olvido o con el “perdón” colectivo.
Con respecto al perdón invocado hace algunas semanas por Diego Guelar (PRO), cabe recordarle que éste (el perdón) es un acto personalísimo que sólo está facultado a ofrecer la víctima, sin coacción alguna. El perdón no puede ser otorgado burocráticamente por la ley, porque no pertenece al orden del discurso judicial, sino al orden moral de las personas.
Al olvido o “superación” terapéutica, cabe responder como hiciera Habermas en su momento respecto a los revisionistas, recordando la deuda que la actualidad tiene contraida con el pasado en el contexto de una solidaridad entre “los nacidos después y los que los han precedido, una solidaridad con todos los que por la mano del hombre, han sido heridos alguna vez en su integridad corporal o personal.
Esa solidaridad sólo puede testimoniarse y generarse por la memoria.
Creo que no me equivoco si digo que cierta comprensión derivada del freudismo ha sabido imponer a nuestra cultura la idea de que el pasado debe ser “superado” y que esa superación pasa por enfrentar primero, y luego “aprender a olvidar”.
En este sentido, el pasado es una suerte de fantasma, de quimera, que el analista nos ayuda a confrontar con el propósito de despotenciar.
En estos días tan llenos de confusión y rabia que transita la Argentina, una parte de la ciudadanía alega argumentos análogos en relación a los juicios por crímenes de lesa humanidad que se juzgan en nuestros tribunales.
El ex-presidente y ahora candidato Duhalde ha inflamado el debate aludiendo a la extensión del tiempo transcurrido como alegato a favor de una amnistía, el perdón y el olvido que la sociedad argentina se debe a sí misma como requisito indispensable para poder encarar el futuro.
Permítanme ahora dos palabras respecto a un debate, relevante para el asunto que nos convoca, que ocurrió durante la década de los años ochenta en Alemania, que fue bautizado con el nombre de la “disputa de los historiadores”.
De acuerdo con los llamados “revisionistas” en esta disputa, entre los cuales se encontraba Ernst Nolte, el Nacionalsocialismo debía entenderse en el contexto de la necesidad del pueblo alemán de combatir el comunismo. De tal suerte, decía Nolte, que el exterminio de judíos podía interpretarse como una “copia” de las purgas estalinistas. Auschwitz, de acuerdo con esta perspectiva, no era más que un ejemplo de innovación técnica suscitado por el temor de los nazis a convertirse ellos mismos en víctimas de la agresión comunista.
Como puede comprobarse, la argumentación revisionista de Nolte guarda un estrecho paralelismo con la noción de los dos demonios con la que justifican sus crímenes quienes se plegaron a la doctrina de la “Seguridad Nacional”. De acuerdo con esta línea de pensamiento, la estrategía de torturas, desaparición de personas y sustracción de identidad acometida por la dictadura militar de manera sistemática y festejada por una parte de la sociedad civil que se benefició con dichas estrategias y aún permanece legal y moralmente impune, no sería más que el producto del temor a caer en manos de los comunistas, y los centros clandestinos donde se cometían estos crímenes horrendos contra la humanidad, no serían sino un espejo de los que los propios “izquierdistas" realizaban.
A este pasado, nos dice la mirada terapéutica, es necesario responder con el olvido o con el “perdón” colectivo.
Con respecto al perdón invocado hace algunas semanas por Diego Guelar (PRO), cabe recordarle que éste (el perdón) es un acto personalísimo que sólo está facultado a ofrecer la víctima, sin coacción alguna. El perdón no puede ser otorgado burocráticamente por la ley, porque no pertenece al orden del discurso judicial, sino al orden moral de las personas.
Al olvido o “superación” terapéutica, cabe responder como hiciera Habermas en su momento respecto a los revisionistas, recordando la deuda que la actualidad tiene contraida con el pasado en el contexto de una solidaridad entre “los nacidos después y los que los han precedido, una solidaridad con todos los que por la mano del hombre, han sido heridos alguna vez en su integridad corporal o personal.
Esa solidaridad sólo puede testimoniarse y generarse por la memoria.
LA PRENSA Y LA BANCA
Nos enteramos que el presidente Obama va a tener algunos problemas (reales o dramatizados) con la banca en vista a su decisión de efectivizar parte de la regulación prometida durante su campaña. Dicen que dicen que le espera un afiebrado combate con los poderosos del sector financiero que no quieren que dichas políticas se expandan a la comunidad europea.
Mientras tanto, la prensa internacional ha puesto un grito al cielo para defender el derecho a la libertad de expresión en países como Venezuela y Bolivia. Lo que se pone en entredicho es la legitimidad de los gobiernos democráticos a implementar códigos reguladores que pongan coto a ciertas prácticas informativas desestabilizadoras en manos de los poderes corporativos que ponen en jaque la soberanía popular.
Puede que resulte extraños a algunos que equiparemos estas dos circunstancias. Quienes se extrañan tienen, cuanto menos, una muy breve memoria histórica. A modo de ilustración, recordemos que la primera guerra de Irak se caracterizó, entre otras cosas, por la importancia que concedió la Administración Bush a eliminar de las pantallas de sus conciudadanos cualquier referencia explícita a la muerte de sus propios soldados. Hasta hace bien poco, la prensa norteamericana había aceptado obedientemente la consigna de no mostrar los cadáveres de los soldados llegados a territorio estadounidense a fin de minimizar el derrotismo de la nación.
Otro dato interesante es el que nos regaló Donald Rumsfeld cuando promocionaba su “guerra contra el terror”. Descarado, el poderoso personaje ofreció a los periodistas e intelectuales del mundo importantes recompensas pecuniarias por sus esfuerzos por mejorar la imagen esdaounidense en el mundo.
En vista de esto, no nos queda más remedio que reconocer que el terreno donde debatimos la cuestión de la llamada libertad de expresión se encuentra muy embarrado. Las denuncias sobre el depotismo blando (y no tan blando) de las democracias occidentales es tan antiguo como Tocqueville. Por lo tanto, blandir un principio abstracto a la cara de nuestros contrincantes políticos resulta absurdo si lo que deseamos es alcanzar algún acuerdo en torno a las situaciones que nos incumben.
Recordemos que hace bien poco se produjo un golpe de estado en Honduras. Que pese a las muchas apariencias de indignación, la comunidad internacional acabó aceptando y promoviendo el status quo. Nadie piensa en invadir Honduras para reestablecer a su legitimo presidente e investigar la violación de derechos humanos. Recordemos que desde la clausura de la base militar en Ecuador, que siguió al ataque perpretado por el ejercito Colombiano, se han instalado y reforzado en Latinoamérica 12 bases militares que amenazan a Venezuela. Recordemos que el congreso de los EEUU ha otorgado más de 100 millones de dólares a grupos opositores del gobierno de Chávez para financiar sus actividades antigubernamentales (imaginemos que el gobierno iraquí ofrece a sus organizaciones 100 millones de dólares para financiar campañas en los EEUU en contra de la política antiterrorista del gobierno de turno).
Una actitud crítica necesita de un doble movimiento:
1.Lo primero es generar una suerte de “extrañamiento” ante el mundo en que vivimos. Eso significa que enfrentamos las circunstancias históricas que nos tocan vivir con ingenuidad, haciendo preguntas incómodas, preguntas similares a las que realizan los niños cuando se enfrentan a las contradicciones de sus padres.
2.Una vez hemos puesto en evidencia dichas contradicciones, volvemos a la realidad en posesión de una mirada renovada, que nos permita pensar el mundo por nosotros mismos.
Con respecto a la banca y la prensa. Puede que en otros momentos históricos fuera extremadamente importante proteger a la opinión pública, protegiendo los medios de comunicación (periodiquitos de muy baja circulación, por ejemplo) que tenían a su disposición para enfrentarse al poder soberano del rey o al poder burocrático-estatal militarizado. Pero las circunstancias han cambiado.
Las grandes corporaciones mediáticas no sólo se encuentran plenamente comprometidas con intereses que no nos conciernen como ciudadanos de a pie, sino que ellas mismas resultan el principal peligro para la libertad de expresión. En buena medida, parte del deterioro de las democracias occidentales tienen en su raíz el modo en el cual el capital ha colonizado, como diría Habermas, el mundo de la vida y acampado sobre el sistema burocrático-estatal.
1.¿A quiénes representan estas corporaciones mediáticas? No a la verdad, tan desprestigiada, la pobre, después de décadas de postmodernismo emancipador/silenciador.
2.Después de la crisis y el saqueo de los fondos públicos, acompañado del consabido costo social, ¿qué legitimidad tiene la demanda de los bancos financistas a exigir que el Estado contenga sus ánimos regulatorios ahora (dicen) que la crisis de crecimiento ha comenzado a menguar (lo cual no quiere decir que la crisis social que vive el planeta esté a la vista de desaparecer, sino todo lo contrario)?
Ofrezcámosle al mundo la mirada ingenua que se merece, y volvamos renovados para enfrentar estas preguntas.
Mientras tanto, la prensa internacional ha puesto un grito al cielo para defender el derecho a la libertad de expresión en países como Venezuela y Bolivia. Lo que se pone en entredicho es la legitimidad de los gobiernos democráticos a implementar códigos reguladores que pongan coto a ciertas prácticas informativas desestabilizadoras en manos de los poderes corporativos que ponen en jaque la soberanía popular.
Puede que resulte extraños a algunos que equiparemos estas dos circunstancias. Quienes se extrañan tienen, cuanto menos, una muy breve memoria histórica. A modo de ilustración, recordemos que la primera guerra de Irak se caracterizó, entre otras cosas, por la importancia que concedió la Administración Bush a eliminar de las pantallas de sus conciudadanos cualquier referencia explícita a la muerte de sus propios soldados. Hasta hace bien poco, la prensa norteamericana había aceptado obedientemente la consigna de no mostrar los cadáveres de los soldados llegados a territorio estadounidense a fin de minimizar el derrotismo de la nación.
Otro dato interesante es el que nos regaló Donald Rumsfeld cuando promocionaba su “guerra contra el terror”. Descarado, el poderoso personaje ofreció a los periodistas e intelectuales del mundo importantes recompensas pecuniarias por sus esfuerzos por mejorar la imagen esdaounidense en el mundo.
En vista de esto, no nos queda más remedio que reconocer que el terreno donde debatimos la cuestión de la llamada libertad de expresión se encuentra muy embarrado. Las denuncias sobre el depotismo blando (y no tan blando) de las democracias occidentales es tan antiguo como Tocqueville. Por lo tanto, blandir un principio abstracto a la cara de nuestros contrincantes políticos resulta absurdo si lo que deseamos es alcanzar algún acuerdo en torno a las situaciones que nos incumben.
Recordemos que hace bien poco se produjo un golpe de estado en Honduras. Que pese a las muchas apariencias de indignación, la comunidad internacional acabó aceptando y promoviendo el status quo. Nadie piensa en invadir Honduras para reestablecer a su legitimo presidente e investigar la violación de derechos humanos. Recordemos que desde la clausura de la base militar en Ecuador, que siguió al ataque perpretado por el ejercito Colombiano, se han instalado y reforzado en Latinoamérica 12 bases militares que amenazan a Venezuela. Recordemos que el congreso de los EEUU ha otorgado más de 100 millones de dólares a grupos opositores del gobierno de Chávez para financiar sus actividades antigubernamentales (imaginemos que el gobierno iraquí ofrece a sus organizaciones 100 millones de dólares para financiar campañas en los EEUU en contra de la política antiterrorista del gobierno de turno).
Una actitud crítica necesita de un doble movimiento:
1.Lo primero es generar una suerte de “extrañamiento” ante el mundo en que vivimos. Eso significa que enfrentamos las circunstancias históricas que nos tocan vivir con ingenuidad, haciendo preguntas incómodas, preguntas similares a las que realizan los niños cuando se enfrentan a las contradicciones de sus padres.
2.Una vez hemos puesto en evidencia dichas contradicciones, volvemos a la realidad en posesión de una mirada renovada, que nos permita pensar el mundo por nosotros mismos.
Con respecto a la banca y la prensa. Puede que en otros momentos históricos fuera extremadamente importante proteger a la opinión pública, protegiendo los medios de comunicación (periodiquitos de muy baja circulación, por ejemplo) que tenían a su disposición para enfrentarse al poder soberano del rey o al poder burocrático-estatal militarizado. Pero las circunstancias han cambiado.
Las grandes corporaciones mediáticas no sólo se encuentran plenamente comprometidas con intereses que no nos conciernen como ciudadanos de a pie, sino que ellas mismas resultan el principal peligro para la libertad de expresión. En buena medida, parte del deterioro de las democracias occidentales tienen en su raíz el modo en el cual el capital ha colonizado, como diría Habermas, el mundo de la vida y acampado sobre el sistema burocrático-estatal.
1.¿A quiénes representan estas corporaciones mediáticas? No a la verdad, tan desprestigiada, la pobre, después de décadas de postmodernismo emancipador/silenciador.
2.Después de la crisis y el saqueo de los fondos públicos, acompañado del consabido costo social, ¿qué legitimidad tiene la demanda de los bancos financistas a exigir que el Estado contenga sus ánimos regulatorios ahora (dicen) que la crisis de crecimiento ha comenzado a menguar (lo cual no quiere decir que la crisis social que vive el planeta esté a la vista de desaparecer, sino todo lo contrario)?
Ofrezcámosle al mundo la mirada ingenua que se merece, y volvamos renovados para enfrentar estas preguntas.
COMO SE FABRICA INFORMACIÓN o el modelo de abracadabra de la nueva ética periodística.
Lo primero es presentarle con la noticia en cuestión. Para ello, ofrezco a continuación el título elegido por EL PAÍS de España para "describir" el suceso:
MUERE UN ESTUDIANTE EN UNA MANIFESTACIÓN EN VENEZUELA
Al titular le sigue el siguiente encabezado:
Varias ciudades venezolanas son escenario de protestas a favor y en contra el cierre de un canal de televisión contrario al Gobierno.- Nueve policías han resultado heridos en la ciudad de Mérida
Una nota similar fue publicada por el diario LA NACIÓN de la Argentina. Es muy probable que notas similares hayan sido reproducidas en la mayoría de los medios corporativos que profesan con entusiasmo su antichavismo a costa de la verdad.
Mi intención en este post es pedagógica. Lo que vale para esta nota sirve también a la hora de enfrentar otras informaciones vertidas por estos u otros rotativos y empresas audiovisuales.
En la foto elegida para ilustrar el triste suceso, en ambos casos (me refiero a LA NACIÓN Y EL PAÍS) aparece un nutrido grupo de jóvenes que muestran un cartel en el que se lee: “Chávez, estás ponchao”.
A pie de foto leemos que se trata de estudiantes que se oponen al gobierno por la clausura de RCTVI, el medio en cuestión.
¿Qué es lo que el lector apresurado acabará guardando en su memoria para ir dando forma al trasfondo a partir del cual articulara sus opiniones explícitas en el futuro? Que un joven, un estudiante, fue asesinado durante unas protestas a favor de la “libertad de prensa”. Es decir: en el imaginario del hipotético lector, un joven ha sido asesinado por defender la verdad y la justicia frente a la tiranía y populismo de Chávez.
Pero lo que ocurre es que nada puede ser más contrario a la realidad, porque el jóven asesinado de apenas 15 años, no era un opositor al gobierno de Chávez, sino que era un simpatizante de la revolución bolivariana. Como ocurrió en otras ocasiones ya probadas, la oposición al chavismo, ha dado muerte a una persona que participaba en un marcha a favor del gobierno, a una persona que se manifestaba en contra de la manipulación a favor de intereses corporativos de una cadena mediática.
Pero de esto sólo nos enteramos si nos introducimos en el cuerpo de la nota. El propósito ha sido logrado, porque como sabemos, la mayoría de los ciudadanos apenas si ojeamos los diarios. Lo que quedan son los impactos que producen los titulares.
Todos nosotros somos gente grande. Sabemos que una tapa de periódico, en papel o en formato digital, no está diseñada al azar. Tenemos una larga lista de manipulaciones de este tipo en nuestros archivos. El periodista Pascual Serrano, por ejemplo, ha ofrecido enorme cantidad de documentos que ponen de manifiesto que estas empresas informativas funcionan más como agencias publicitarias ideológicas que como fuentes fidedignas.
Por supuesto, cada uno está en su derecho de defender la ideología, el proyecto político que más le plazca y promover el modelo de convivencia que crea más adecuado. Sin embargo, cuando en el debate público observamos la brutal asimetría que los intereses corporativos tienen a su favor, y la manera en la cual con desparpajo se despacha el poder con las mentiras más desopilantes, las personas de buena voluntad, al menos en su fuero interno, deberían resistirse a ello.
Creo que deberíamos hacer un esfuerzo en esa dirección. Ser más valientes, animarse a ir contracorriente.
Permitir que "formateen" nuestras convicciones, asentir a las formalidades y a la imagen como si ésta no estuviera ya cargada de ideología, es prueba, por un lado, de ignorancia, y por el otro, en vista al acceso que tenemos actualmente a perspectivas alternativas, de una profunda y patotera cobardía.
Ante semejante manipulación: ¿podemos seguir leyendo estos periódicos con la ingenuidad que acostumbramos?
MUERE UN ESTUDIANTE EN UNA MANIFESTACIÓN EN VENEZUELA
Al titular le sigue el siguiente encabezado:
Varias ciudades venezolanas son escenario de protestas a favor y en contra el cierre de un canal de televisión contrario al Gobierno.- Nueve policías han resultado heridos en la ciudad de Mérida
Una nota similar fue publicada por el diario LA NACIÓN de la Argentina. Es muy probable que notas similares hayan sido reproducidas en la mayoría de los medios corporativos que profesan con entusiasmo su antichavismo a costa de la verdad.
Mi intención en este post es pedagógica. Lo que vale para esta nota sirve también a la hora de enfrentar otras informaciones vertidas por estos u otros rotativos y empresas audiovisuales.
En la foto elegida para ilustrar el triste suceso, en ambos casos (me refiero a LA NACIÓN Y EL PAÍS) aparece un nutrido grupo de jóvenes que muestran un cartel en el que se lee: “Chávez, estás ponchao”.
A pie de foto leemos que se trata de estudiantes que se oponen al gobierno por la clausura de RCTVI, el medio en cuestión.
¿Qué es lo que el lector apresurado acabará guardando en su memoria para ir dando forma al trasfondo a partir del cual articulara sus opiniones explícitas en el futuro? Que un joven, un estudiante, fue asesinado durante unas protestas a favor de la “libertad de prensa”. Es decir: en el imaginario del hipotético lector, un joven ha sido asesinado por defender la verdad y la justicia frente a la tiranía y populismo de Chávez.
Pero lo que ocurre es que nada puede ser más contrario a la realidad, porque el jóven asesinado de apenas 15 años, no era un opositor al gobierno de Chávez, sino que era un simpatizante de la revolución bolivariana. Como ocurrió en otras ocasiones ya probadas, la oposición al chavismo, ha dado muerte a una persona que participaba en un marcha a favor del gobierno, a una persona que se manifestaba en contra de la manipulación a favor de intereses corporativos de una cadena mediática.
Pero de esto sólo nos enteramos si nos introducimos en el cuerpo de la nota. El propósito ha sido logrado, porque como sabemos, la mayoría de los ciudadanos apenas si ojeamos los diarios. Lo que quedan son los impactos que producen los titulares.
Todos nosotros somos gente grande. Sabemos que una tapa de periódico, en papel o en formato digital, no está diseñada al azar. Tenemos una larga lista de manipulaciones de este tipo en nuestros archivos. El periodista Pascual Serrano, por ejemplo, ha ofrecido enorme cantidad de documentos que ponen de manifiesto que estas empresas informativas funcionan más como agencias publicitarias ideológicas que como fuentes fidedignas.
Por supuesto, cada uno está en su derecho de defender la ideología, el proyecto político que más le plazca y promover el modelo de convivencia que crea más adecuado. Sin embargo, cuando en el debate público observamos la brutal asimetría que los intereses corporativos tienen a su favor, y la manera en la cual con desparpajo se despacha el poder con las mentiras más desopilantes, las personas de buena voluntad, al menos en su fuero interno, deberían resistirse a ello.
Creo que deberíamos hacer un esfuerzo en esa dirección. Ser más valientes, animarse a ir contracorriente.
Permitir que "formateen" nuestras convicciones, asentir a las formalidades y a la imagen como si ésta no estuviera ya cargada de ideología, es prueba, por un lado, de ignorancia, y por el otro, en vista al acceso que tenemos actualmente a perspectivas alternativas, de una profunda y patotera cobardía.
Ante semejante manipulación: ¿podemos seguir leyendo estos periódicos con la ingenuidad que acostumbramos?
Entre la justicia y la infamia
Hace algunas horas, UNICEF denunció la desaparición de quince niños de los hospitales haitianos. Se trata, muy seguramente, de una serie de secuestros que alertan acerca de la existencia de organizaciones dedicadas al tráfico de personas en la isla.
Esta denuncia indica que al horror de la catástrofe natural, sigue el horror de la evidencia del mal. Ni los terremotos, ni los huracanes son portadores del mal, como pretendió, a poco de conocerse la tragedia, un fundamentalista cristiano de los Estados Unidos, uno de esos que se rasga las vestiduras ante las tribunas en las marchas "PRO VIDA", que señaló que lo ocurrido era la consecuencia del pacto que los haitianos habían establecido con Satán en la época de su independencia.
El mal sólo puede ser cometido por un sujeto humano, por el hombre, quien esta dotado de razón y libertad, y por lo tanto, cada una de sus acciones puede ser interpretada a la luz de su autonomía.
Lo que quiero en este post es hacer una muy breve reflexión general que gira en torno al lugar que debemos dar a una noticia de este tipo. Lo más fácil consiste en interpretar estos hechos (a los secuestros me refiero), como una muestra más de los aspectos residuales de nuestro modo de vida. Hay personas – pensamos- cuyas actividades son delictivas: bandidos y terroristas. Ante estas personas, ante estas organizaciones, la responsabilidad de los Estados y la comunidad internacional es protegernos, a nosotros, la gente decente.
Creo que esta es una lectura completamente errónea. El problema que tenemos, es que aquellos que tienen en sus manos la responsabilidad de “asegurar” la paz y la decencia en el mundo, resultan las personas más peligrosas para nuestro bienestar como comunidad y nuestra supervivencia como especie.
Mucho se ha dicho, desde la aparición del libro de Saviano sobre la camorra, acerca de las analogías entre las prácticas corporativas, enquistadas en las burocracias estatales, y las prácticas criminales de la mafia. Creo que cualquier persona medianamente sensible, comprende, por ejemplo, que el complejo industrial-militar en los Estados Unidos es el principal promotor de la guerra en el mundo. Sabemos perfectamente, que después de 150 años de injerencias norteamericanas en Haiti, después de 150 años de favores por parte del amigo "americano", esta pequeña isla que no ha sufrido embargos, ni se ha visto condenada a bloqueos y atentados terroristas por parte de la mayor potencia del mundo, es hoy y lo ha sido desde hace mucho tiempo, la nación más empobrecida y miserable del planeta.
Cuando los Estados Unidos asumen arbitrariamente el rol de dirigir el rescate, desembarcan sus marines y mercenarios, y otorgan al señor Clinton la función de comandante de la operación, el mismo Clinton que impuso a la sociedad haitiana durante su mandato en la casa blanca las ominosas fórmulas neoliberales que hundieron al país en una catastrofe humanitaria; y cuando Europa, la Europa de los derechos humanos, de la democracia, de la justicia social, hace silencio y baja la cabeza, se saca la foto y vocifera moralista ante la violencia de los propios haitianos, comprendemos que la línea que separa a los traficantes de niños y los gerentes y políticos que deciden nuestra suerte, es mucho más estrecha de lo que pensamos.
Destruyen sociedades, imponen el hambre y la miseria, bombardean inescrupulosamente poblaciones civiles, hunden las economías regionales, persiguen, matan, encarcelan y hacen desaparecer a sus enemigos, corrompen las instituciones democráticas, protegen a sus socios tiranos, y condenan al ostracismo a los líderes que pretenden actuar a favor de su población, nos vigilan, nos registran, nos contralan y nos intoxican día y noche con la mentira. Y todo esto, que realizan sin pestañear, como decía Nietzsche sobre el último hombre, lo hacen sobre el fundamento, para ellos irrenunciable, del derecho a la propiedad privada, es decir, el derecho al saqueo, el derecho a ser dueño de esclavos, el derecho a beneficiarse a cualquier costo, el derecho a ser ladrón y asesino, el derecho a ser corrupto.
Esta es la moral que nos inculcan, la moral a la que somos iniciados en nuestras universidades de élite, en la que nos enseñan que el camino hacia la cúspide de nuestras carreras se basa en la asunción e interiorización de la verdad sobre la cual establece su reino el poderoso y que sus gerentes, sus políticos y sus periodistas están dispuestos a defender a cualquier coste, la verdad que proclama el derecho privilegiado del poderoso a delinquir.
Por lo tanto, amigos míos, deberíamos pensarlo todo de nuevo. Nuestro sentido común hace aguas por todos lados. En la euforia permanente a la que nos someten los medios, el infame posa como justo, mientras el perverso hace gala de su fidelidad al bien.
El planeta no aguanta más tiempo nuestra indiferencia, nuestra cuota de imbelicidad, nuestra contribución de maldad.
Allí donde miramos, allí donde pongamos el ojo y el oído, para ver y escuchar el sufrimiento y el reclamo de justicia, veremos siempre la misma escena, la misma repetida escena hasta el hartazgo. El poderoso, que con mano de hierro aplasta sin temblar a otro hombre, a otra mujer, a otro niño, justificando su violencia por medio de ese argumento repugnante que le otorga su derecho a tener, que el coro mediático entona sin que le tiemble la mano a la hora de escribir la sentencia que ejecuta al inocente.
Aquellos de nosotros que en nuestra vida cotidiana, defendemos al sinvergüenza porque nos cae simpático, y como bufones correteamos tras su sombra en busca de la bendición que promete el éxito. Aquellos de nosotros que atropellamos al indefenso y permanecemos silenciosos frente a las tropelias de los poderosos. Aquellos de nosotros que embobados admiramos al arrogante que mirándose en el espejo pretende un privilegio que ningún hombre debería arrogarse, que es el de usar a su prójimo como si se tratara de cosa. Todo nosotros, decía, deberíamos preguntarnos:
“¿Qué diremos, pues? ¿Que debemos permanecer en el pecado para que la gracia se multiplique?" (Rm 6,1)
Esta denuncia indica que al horror de la catástrofe natural, sigue el horror de la evidencia del mal. Ni los terremotos, ni los huracanes son portadores del mal, como pretendió, a poco de conocerse la tragedia, un fundamentalista cristiano de los Estados Unidos, uno de esos que se rasga las vestiduras ante las tribunas en las marchas "PRO VIDA", que señaló que lo ocurrido era la consecuencia del pacto que los haitianos habían establecido con Satán en la época de su independencia.
El mal sólo puede ser cometido por un sujeto humano, por el hombre, quien esta dotado de razón y libertad, y por lo tanto, cada una de sus acciones puede ser interpretada a la luz de su autonomía.
Lo que quiero en este post es hacer una muy breve reflexión general que gira en torno al lugar que debemos dar a una noticia de este tipo. Lo más fácil consiste en interpretar estos hechos (a los secuestros me refiero), como una muestra más de los aspectos residuales de nuestro modo de vida. Hay personas – pensamos- cuyas actividades son delictivas: bandidos y terroristas. Ante estas personas, ante estas organizaciones, la responsabilidad de los Estados y la comunidad internacional es protegernos, a nosotros, la gente decente.
Creo que esta es una lectura completamente errónea. El problema que tenemos, es que aquellos que tienen en sus manos la responsabilidad de “asegurar” la paz y la decencia en el mundo, resultan las personas más peligrosas para nuestro bienestar como comunidad y nuestra supervivencia como especie.
Mucho se ha dicho, desde la aparición del libro de Saviano sobre la camorra, acerca de las analogías entre las prácticas corporativas, enquistadas en las burocracias estatales, y las prácticas criminales de la mafia. Creo que cualquier persona medianamente sensible, comprende, por ejemplo, que el complejo industrial-militar en los Estados Unidos es el principal promotor de la guerra en el mundo. Sabemos perfectamente, que después de 150 años de injerencias norteamericanas en Haiti, después de 150 años de favores por parte del amigo "americano", esta pequeña isla que no ha sufrido embargos, ni se ha visto condenada a bloqueos y atentados terroristas por parte de la mayor potencia del mundo, es hoy y lo ha sido desde hace mucho tiempo, la nación más empobrecida y miserable del planeta.
Cuando los Estados Unidos asumen arbitrariamente el rol de dirigir el rescate, desembarcan sus marines y mercenarios, y otorgan al señor Clinton la función de comandante de la operación, el mismo Clinton que impuso a la sociedad haitiana durante su mandato en la casa blanca las ominosas fórmulas neoliberales que hundieron al país en una catastrofe humanitaria; y cuando Europa, la Europa de los derechos humanos, de la democracia, de la justicia social, hace silencio y baja la cabeza, se saca la foto y vocifera moralista ante la violencia de los propios haitianos, comprendemos que la línea que separa a los traficantes de niños y los gerentes y políticos que deciden nuestra suerte, es mucho más estrecha de lo que pensamos.
Destruyen sociedades, imponen el hambre y la miseria, bombardean inescrupulosamente poblaciones civiles, hunden las economías regionales, persiguen, matan, encarcelan y hacen desaparecer a sus enemigos, corrompen las instituciones democráticas, protegen a sus socios tiranos, y condenan al ostracismo a los líderes que pretenden actuar a favor de su población, nos vigilan, nos registran, nos contralan y nos intoxican día y noche con la mentira. Y todo esto, que realizan sin pestañear, como decía Nietzsche sobre el último hombre, lo hacen sobre el fundamento, para ellos irrenunciable, del derecho a la propiedad privada, es decir, el derecho al saqueo, el derecho a ser dueño de esclavos, el derecho a beneficiarse a cualquier costo, el derecho a ser ladrón y asesino, el derecho a ser corrupto.
Esta es la moral que nos inculcan, la moral a la que somos iniciados en nuestras universidades de élite, en la que nos enseñan que el camino hacia la cúspide de nuestras carreras se basa en la asunción e interiorización de la verdad sobre la cual establece su reino el poderoso y que sus gerentes, sus políticos y sus periodistas están dispuestos a defender a cualquier coste, la verdad que proclama el derecho privilegiado del poderoso a delinquir.
Por lo tanto, amigos míos, deberíamos pensarlo todo de nuevo. Nuestro sentido común hace aguas por todos lados. En la euforia permanente a la que nos someten los medios, el infame posa como justo, mientras el perverso hace gala de su fidelidad al bien.
El planeta no aguanta más tiempo nuestra indiferencia, nuestra cuota de imbelicidad, nuestra contribución de maldad.
Allí donde miramos, allí donde pongamos el ojo y el oído, para ver y escuchar el sufrimiento y el reclamo de justicia, veremos siempre la misma escena, la misma repetida escena hasta el hartazgo. El poderoso, que con mano de hierro aplasta sin temblar a otro hombre, a otra mujer, a otro niño, justificando su violencia por medio de ese argumento repugnante que le otorga su derecho a tener, que el coro mediático entona sin que le tiemble la mano a la hora de escribir la sentencia que ejecuta al inocente.
Aquellos de nosotros que en nuestra vida cotidiana, defendemos al sinvergüenza porque nos cae simpático, y como bufones correteamos tras su sombra en busca de la bendición que promete el éxito. Aquellos de nosotros que atropellamos al indefenso y permanecemos silenciosos frente a las tropelias de los poderosos. Aquellos de nosotros que embobados admiramos al arrogante que mirándose en el espejo pretende un privilegio que ningún hombre debería arrogarse, que es el de usar a su prójimo como si se tratara de cosa. Todo nosotros, decía, deberíamos preguntarnos:
“¿Qué diremos, pues? ¿Que debemos permanecer en el pecado para que la gracia se multiplique?" (Rm 6,1)
EL MUNDO ES NUESTRO
Olvidemos la política por un momento y pensemos en los pajaritos que pían en el bosque, en las florcitas del campo, en los retoños que juegan abrigados con gorritos de lana con pompón y bufanda en la mañana invernal. Olvidemos las cosas que pasan en el mundo. No nos hagamos mala sangre, disfrutemos del té que viene de lejos, empaquetado por una distribuidora local, mientras relajamos nuestra mente mirando el horizonte inmaculado.
Pensemos en Dios, un poquito, o en el Buda, y digamos Aûm varias veces para que penetre en nuestro corazón la paz cósmica que buscamos. Llenemos nuestro espíritu de amor. No hagamos caso de las desgracias que los periódicos acumulan en sus páginas para hacernos mala sangre. Nada de eso. Pongamos buena onda a la vida. Aûm. Nada de “bochinche” y energía negativa.
Pensemos en gente linda, en gente con buena onda. No nos entretengamos irritados con los maleducados que abundan, con la gente sin clase que se pasea sin vergüenza en las orillas de nuestras ciudades. Nada de eso. Aûm. La vida puede ser maravillosa. Lo importante es saber vivirla con plenitud, encontrar los ingredientes adecuados para potencializar el disfrute. Debemos aprender a ser.
El universo complota a favor de nuestra felicidad. Somos nosotros los que estamos confundidos, ciegos al “secreto” oculto que se nos ofrece. Lo único que necesitamos es ser positivos y codearnos con la gente adecuada, con la gente “guay”, como dicen acá. No hagamos caso a nuestras angustias, permitamos que nuestro cuerpo energético expanda su sensibilidad para captar todo lo bueno que el universo tiene para ofrecernos.
No olvidemos que el amor es lo primero, y lo primero que nos manda el amor es amarnos a nosotros mismos, porque sólo así seremos capaces de amar a nuestros prójimos de manera completa y genuina. Sólo a través del amor que alimentamos en nuestro interior hacia nosotros mismos, sólo si nos damos permiso a sentir placer, a sentir felicidad, podremos extender ese sentimiento primordial a todo lo que nos rodea: los pajaritos que pían, los retoños que corretean por el jardín, la naturaleza que como una madre nos cobija y nos nutre. Aûm.
Cuidemos nuestro cuerpo, cuidemos nuestra figura, nuestra imagen. No necesitamos esforzarnos, sino ser, ser nosotros mismos, despreocupada y lentamente, con una pizca de escepticismo y una pizca de indiferencia. De ese modo es fácil lograr un equilibrio perfecto. Aûm.
Deja que pase lo que no te gusta. Deja que desaparezca lo que te angustia o te incomoda. Piensa que esas cosas son como una nube en el cielo. Están allí por un rato, pero no para quedarse. Aûm.
Olvidémoslo todo. Hagamos espacio en nuestro interior para que crezca la paz. Permitamos que aquello que no nos gusta desaparezca.
Y si no quiere desaparecer. Si se empecina en quedarse, bueno, en ese caso echémoslo a patadas y pongamos un cerrojo en la puerta para que no vuelva. Que los feos y los gronchos no vuelvan.
¡No vuelvan! ¡El mundo es nuestro!
Pensemos en Dios, un poquito, o en el Buda, y digamos Aûm varias veces para que penetre en nuestro corazón la paz cósmica que buscamos. Llenemos nuestro espíritu de amor. No hagamos caso de las desgracias que los periódicos acumulan en sus páginas para hacernos mala sangre. Nada de eso. Pongamos buena onda a la vida. Aûm. Nada de “bochinche” y energía negativa.
Pensemos en gente linda, en gente con buena onda. No nos entretengamos irritados con los maleducados que abundan, con la gente sin clase que se pasea sin vergüenza en las orillas de nuestras ciudades. Nada de eso. Aûm. La vida puede ser maravillosa. Lo importante es saber vivirla con plenitud, encontrar los ingredientes adecuados para potencializar el disfrute. Debemos aprender a ser.
El universo complota a favor de nuestra felicidad. Somos nosotros los que estamos confundidos, ciegos al “secreto” oculto que se nos ofrece. Lo único que necesitamos es ser positivos y codearnos con la gente adecuada, con la gente “guay”, como dicen acá. No hagamos caso a nuestras angustias, permitamos que nuestro cuerpo energético expanda su sensibilidad para captar todo lo bueno que el universo tiene para ofrecernos.
No olvidemos que el amor es lo primero, y lo primero que nos manda el amor es amarnos a nosotros mismos, porque sólo así seremos capaces de amar a nuestros prójimos de manera completa y genuina. Sólo a través del amor que alimentamos en nuestro interior hacia nosotros mismos, sólo si nos damos permiso a sentir placer, a sentir felicidad, podremos extender ese sentimiento primordial a todo lo que nos rodea: los pajaritos que pían, los retoños que corretean por el jardín, la naturaleza que como una madre nos cobija y nos nutre. Aûm.
Cuidemos nuestro cuerpo, cuidemos nuestra figura, nuestra imagen. No necesitamos esforzarnos, sino ser, ser nosotros mismos, despreocupada y lentamente, con una pizca de escepticismo y una pizca de indiferencia. De ese modo es fácil lograr un equilibrio perfecto. Aûm.
Deja que pase lo que no te gusta. Deja que desaparezca lo que te angustia o te incomoda. Piensa que esas cosas son como una nube en el cielo. Están allí por un rato, pero no para quedarse. Aûm.
Olvidémoslo todo. Hagamos espacio en nuestro interior para que crezca la paz. Permitamos que aquello que no nos gusta desaparezca.
Y si no quiere desaparecer. Si se empecina en quedarse, bueno, en ese caso echémoslo a patadas y pongamos un cerrojo en la puerta para que no vuelva. Que los feos y los gronchos no vuelvan.
¡No vuelvan! ¡El mundo es nuestro!
HAITI: Las oportunidades que ofrece el dolor ajeno.
Las imágenes son terribles. La información y los relatos que llegan desde el lugar de los hechos nos entumecen el alma y el cerebro. Resulta difícil pensar. Sin embargo, si nos dejamos arrastrar por los sentimientos, exclusivamente, y no pensamos, es posible (está siendo posible) que volvamos a presenciar lo que la historia ya nos había advertido que debíamos aprender.
Recuerdo hace un par de años, cuando se publicó el libro de Naomi Klein, The Shock Doctrine, lo difícil que resultó sostener el arrebato de inteligencia y lucidez que se transmitió a través del planeta entre los lectores de la investigación llevada a cabo por la periodista canadiense. Pese a que el libro se convirtió en un éxito editorial, y muchos activistas tuvieron en sus manos una copia del texto; pese a que autores de renombre, economistas y políticos que conocen desde adentro el funcionamiento burocrático estatal y la administración corporativa, señalaron la relevancia de la interpretación de Klein, lo dicho cayó rápidamente en saco roto.
Recuerdo que algunos periódicos dedicaron artículos a poner en entredicho las fuentes de la investigación, el diario El País publicó una nota en el que incluía el libro de Klein entre una docena de fuentes dudosas, entre ellas Wikipendia. Una parte de la sociedad reaccionó, como era de esperar, con una mezcla de indiferencia y socarrona repugnancia ante el mundo descrito por Klein.En algunos círculos, la lectura de la Doctrina del Shock era algo semejante a leer EL código Da Vinci. Recuerdo que una conocida argentina que estaba entusiasmada leyéndola me comentó que sus amigos con una mueca de desprecio le dieron a entender que se trataba de un panfleto que no merecía su tiempo.
Tuve ocasión de conocer a Naomi Klein durante su gira Europea de 2008. En ese momento estaba intentado llamar la atención acerca del modo en el cual el Estado de California enfrentaba los trágicos incendios de aquella época. La privatización de los servicios públicos, la pauperización del presupuesto, la alianza corporativa y burocrático-estatal conducía a la siniestra consecuencia de que los ciudadanos eran rescatados en base al tipo de pólizas de seguro que habían contratado. Esto ilustraba a la perfección el tipo de consecuencias que ciertas premisas ideológicas conllevan. En ello se pone de manifiesto lo desacertadas que son dichas premisas en vista a los parámetros morales a los que nosotros mismos nos adherimos. ¿Es posible defender un dilema ético, el rescate de un niño u otro, en vista al tipo de seguro que han contratado sus padres? En fin, pese a los esfuerzos argumentativos de la Sra. Klein, muchos salieron de la reunión con la convicción de que se trataba de otra muestra de paranoia izquierdista. Especialmente cuando Klein, enfrentada a la pregunta de uno de los asistentes, sostuvo que ella no consideraba de modo alguno al gobierno del venezolano Hugo Chávez como una dictadura.
Sin embargo, no deberíamos permitir que los esfuerzos que se han hecho para desacreditar sus hipótesis o el silenciamiento mediático que han hecho de sus investigaciones nos impidan pensar su interpretación acerca de los procedimientos operativos del capitalismo global. El pánico psicológico desatado durante los primeros meses de la crisis financiera en la cual aún estamos inmersos, o la paranoia que causaron las expectativas de una pandemia planetaria, estuvieron en la base de sospechosas operaciones de salvataje financiero, en un caso, o masiva inyección de capital a las poderosas corporaciones farmacéuticas que nadie ha explicado.
Aunque Klein, en su momento, reiteró hasta el hartazgo que su libro no pertenecía al género del complot, se multiplicaron los artículos que despreciaban sus interpretaciones en clave imaginativa y morbosa. La tesis central de su libro, sustentado por una docena de casos históricos que parecen confirmar su teoría, es que las catástrofes naturales y las crisis económicas y sociales son una ocasión perfecta para subvertir el orden a fin de redescribir racionalmente las condiciones imperantes a favor de las grandes corporaciones.
En algunas ocasiones, como ocurrió en el caso del huracán “Katrina” o con el Tsunami en el Sudeste asiático, las corporaciones y las administraciones burocráticas estatales aprovechan la desfiguración y la parálisis que producen las catástrofes para redefinir las reglas en su beneficio. En otras ocasiones, es la mano del hombre la que precipita la crisis, sea como consecuencia de fallas sistémicas o prácticas consuetudinarias malignas, como ocurrió con la crisis financiera, o por medio de estratégias de confusión que están diseñadas específicamente para forzar una situación crítica que permita maniobrar a los poderosos para establecer las mejores condiciones de dominio.
Por esa razón, nos advierte Klein, es imprescindible que las organizaciones sociales estén alerta, especialmente, cuando circunstancias trágicas como las que vive hoy Haiti se precipitan. Al contrario de lo que solía pensarse, las crisis son ocasiones de oro para el capital a fin de extender su dominio, no sólo a través de la privatización de los medios de producción y servicios, sino también a través de la socialización de las pérdidas, la redefinición del contrato social y la deslegitimación de los movimientos sociales de base.
La crisis financiera desatada durante el 2008 fue una muestra irrefutable de que las advertencias de Klein debían ser tomadas en serio. Ahora, la catástrofe en Haiti vuelve a poner en cuestión el modo en el cual las operaciones de rescate se están llevando a cabo, en nombre de quién dichas operaciones se realizan, y los objetivos que buscan. El descontento explícito que ha causado en la Comunidad Europea la intervención militarizada de los EEUU en Haiti evidencia los entramados de intereses subyacentes que pugnan por repartir los beneficios que la operación promete.
En su blog, Klein citaba hace unos días, a modo de ejemplo, la manera en la cual la Heritage Foundation, una de las más activas promotoras de políticas pro-corporativas en diversas situaciones de crisis, como en ocasión del huracán “Katrina”, publicitaba su participación en su página web pocas horas después de conocida la tragedia. La Heritage Foundation decía:
“In addition to providing immediate humanitarian assistance, the U.S. response to the tragic earthquake in Haiti offers opportunities to re-shape Haiti’s long-dysfunctional government and economy as well as to improve the public image of the United States in the region."
("Además de proveer asistencia humanitaria inmediata, la respuesta de EE.UU. para el trágico terremoto en Haití ofrece la posibilidad de re-formar el gobierno y la economía disfuncional de Haití, así como para mejorar la imagen pública de los Estados Unidos en la región".)
Recuerdo hace un par de años, cuando se publicó el libro de Naomi Klein, The Shock Doctrine, lo difícil que resultó sostener el arrebato de inteligencia y lucidez que se transmitió a través del planeta entre los lectores de la investigación llevada a cabo por la periodista canadiense. Pese a que el libro se convirtió en un éxito editorial, y muchos activistas tuvieron en sus manos una copia del texto; pese a que autores de renombre, economistas y políticos que conocen desde adentro el funcionamiento burocrático estatal y la administración corporativa, señalaron la relevancia de la interpretación de Klein, lo dicho cayó rápidamente en saco roto.
Recuerdo que algunos periódicos dedicaron artículos a poner en entredicho las fuentes de la investigación, el diario El País publicó una nota en el que incluía el libro de Klein entre una docena de fuentes dudosas, entre ellas Wikipendia. Una parte de la sociedad reaccionó, como era de esperar, con una mezcla de indiferencia y socarrona repugnancia ante el mundo descrito por Klein.En algunos círculos, la lectura de la Doctrina del Shock era algo semejante a leer EL código Da Vinci. Recuerdo que una conocida argentina que estaba entusiasmada leyéndola me comentó que sus amigos con una mueca de desprecio le dieron a entender que se trataba de un panfleto que no merecía su tiempo.
Tuve ocasión de conocer a Naomi Klein durante su gira Europea de 2008. En ese momento estaba intentado llamar la atención acerca del modo en el cual el Estado de California enfrentaba los trágicos incendios de aquella época. La privatización de los servicios públicos, la pauperización del presupuesto, la alianza corporativa y burocrático-estatal conducía a la siniestra consecuencia de que los ciudadanos eran rescatados en base al tipo de pólizas de seguro que habían contratado. Esto ilustraba a la perfección el tipo de consecuencias que ciertas premisas ideológicas conllevan. En ello se pone de manifiesto lo desacertadas que son dichas premisas en vista a los parámetros morales a los que nosotros mismos nos adherimos. ¿Es posible defender un dilema ético, el rescate de un niño u otro, en vista al tipo de seguro que han contratado sus padres? En fin, pese a los esfuerzos argumentativos de la Sra. Klein, muchos salieron de la reunión con la convicción de que se trataba de otra muestra de paranoia izquierdista. Especialmente cuando Klein, enfrentada a la pregunta de uno de los asistentes, sostuvo que ella no consideraba de modo alguno al gobierno del venezolano Hugo Chávez como una dictadura.
Sin embargo, no deberíamos permitir que los esfuerzos que se han hecho para desacreditar sus hipótesis o el silenciamiento mediático que han hecho de sus investigaciones nos impidan pensar su interpretación acerca de los procedimientos operativos del capitalismo global. El pánico psicológico desatado durante los primeros meses de la crisis financiera en la cual aún estamos inmersos, o la paranoia que causaron las expectativas de una pandemia planetaria, estuvieron en la base de sospechosas operaciones de salvataje financiero, en un caso, o masiva inyección de capital a las poderosas corporaciones farmacéuticas que nadie ha explicado.
Aunque Klein, en su momento, reiteró hasta el hartazgo que su libro no pertenecía al género del complot, se multiplicaron los artículos que despreciaban sus interpretaciones en clave imaginativa y morbosa. La tesis central de su libro, sustentado por una docena de casos históricos que parecen confirmar su teoría, es que las catástrofes naturales y las crisis económicas y sociales son una ocasión perfecta para subvertir el orden a fin de redescribir racionalmente las condiciones imperantes a favor de las grandes corporaciones.
En algunas ocasiones, como ocurrió en el caso del huracán “Katrina” o con el Tsunami en el Sudeste asiático, las corporaciones y las administraciones burocráticas estatales aprovechan la desfiguración y la parálisis que producen las catástrofes para redefinir las reglas en su beneficio. En otras ocasiones, es la mano del hombre la que precipita la crisis, sea como consecuencia de fallas sistémicas o prácticas consuetudinarias malignas, como ocurrió con la crisis financiera, o por medio de estratégias de confusión que están diseñadas específicamente para forzar una situación crítica que permita maniobrar a los poderosos para establecer las mejores condiciones de dominio.
Por esa razón, nos advierte Klein, es imprescindible que las organizaciones sociales estén alerta, especialmente, cuando circunstancias trágicas como las que vive hoy Haiti se precipitan. Al contrario de lo que solía pensarse, las crisis son ocasiones de oro para el capital a fin de extender su dominio, no sólo a través de la privatización de los medios de producción y servicios, sino también a través de la socialización de las pérdidas, la redefinición del contrato social y la deslegitimación de los movimientos sociales de base.
La crisis financiera desatada durante el 2008 fue una muestra irrefutable de que las advertencias de Klein debían ser tomadas en serio. Ahora, la catástrofe en Haiti vuelve a poner en cuestión el modo en el cual las operaciones de rescate se están llevando a cabo, en nombre de quién dichas operaciones se realizan, y los objetivos que buscan. El descontento explícito que ha causado en la Comunidad Europea la intervención militarizada de los EEUU en Haiti evidencia los entramados de intereses subyacentes que pugnan por repartir los beneficios que la operación promete.
En su blog, Klein citaba hace unos días, a modo de ejemplo, la manera en la cual la Heritage Foundation, una de las más activas promotoras de políticas pro-corporativas en diversas situaciones de crisis, como en ocasión del huracán “Katrina”, publicitaba su participación en su página web pocas horas después de conocida la tragedia. La Heritage Foundation decía:
“In addition to providing immediate humanitarian assistance, the U.S. response to the tragic earthquake in Haiti offers opportunities to re-shape Haiti’s long-dysfunctional government and economy as well as to improve the public image of the United States in the region."
("Además de proveer asistencia humanitaria inmediata, la respuesta de EE.UU. para el trágico terremoto en Haití ofrece la posibilidad de re-formar el gobierno y la economía disfuncional de Haití, así como para mejorar la imagen pública de los Estados Unidos en la región".)
UNA BREVE OJEADA A LA REALIDAD
Los títulos del diario La Nación de hoy son escalofriantes.
Primero que nada, lo más importante. La catástrofe en Haiti, el más pobre de los países del contintente americano, que ha sufrido un terremoto en el cual se calculan más de cien mil muertos. Habría mucho que decir al respecto, mucho acerca de lo que se puede o no puede preveer y salvaguardar en un país pauperizado, saqueado, arruinado repetidamente y atomizado desde el punto de vista social. No es la primera catastrofe que azota al país, que además ha sufrido guerras e intervenciones, golpes de estado y violencia sin límites, pese a haber sido el país más custodiado y protegido de los Estados Unidos de América, entre otras cosas, por el valor estratégico que le concede (como una maldición) su proximidad con el archienemigo de la ciudad gótica, la Cuba castrista.
Pero no quiero detenerme en los títulos sobre asuntos internacionales. Permítanme que lea CON USTEDES los títulos que ya leyeron durante el desayuno. Me remitiré exclusivamente a los titulares, que trataré como un texto complejo, más allá de su valor indéxico,para sopesar el impacto de la confección publicitaria. Veamos de que manera tan sutil, tan inteligente, tan bienintencionada van ofrecen hoy a sus adherentes ideológicos el marco del pensamiento debido (¿Alguna relación con la obediencia debida?)
La primera nota hace referencia al embargo de los fondos buitres, al que le sigue (no tiene desperdicio el cretinismo) una encuesta (si, si, una encuesta) de esas que revelan intencionalidad macabra:
"¿Cómo califica el embargo de fondos del BCRA en EEUU? ¿Acertado, entendible, cuestionable, desacertado?"
Uno se pregunta: ¡¿nos están tomando el pelo?!
Inmediatamente después aparece la nota editorial del periódico. Título (no se lo pierdan): "Se impone un debate sereno", y se abre con la siguiente afirmación. “Es menester que oficialismo y oposición reanuden un diálogo constructivo y que la presidenta recapacite profundamente.”
En fin (suspiro y cansancio por mi parte), si alguien quería otra prueba irrefutable de imparcialidad, medite profundamente acerca del significado del adjetivo “profundamente” en esta nota editorial.
El siguiente título es ideológico. En el descubrimos lo que subyace al ruido mediático de manera más clara de lo habitual: “El desborde del gasto lleva a más presión inflacionaria”.
Lo cual se resume en una sola y paradigmática frase que todos conocemos al dedillo: ¡AJUSTE!
Si miramos el asunto en el contexto del giro social que ha impuesto a la agenda el gobierno de Fernández eso significa, como no podía ser de otro modo, reducir la presión impositiva (en un futuro no lejano) y desinvertir: Quot era demonstrantum.
A continuación, el queridísmo Rosendo Fraga, que siempre ofrece fundamentos suficientes y necesarios para apuntalar el proyecto opositor (¿proyecto opositor? ¿Alguien podría decirme de qué se trata?) da al debate un eslogan contundente: “Contra la sensatez, Kirchner redobla la apuesta”.
Y el muchacho Liendo, ese que sostuvo, en épocas de otras modas, que Domingo Cavallo era el Maradona de la economía mundial, nos ofrece sus recetas para salir de la “crisis”. Si, si, para salir de la crisis. Como si los números de la economía Argentina no fueran elocuentes, como si las tan manidas y denunciadas manipulaciones del INDEC se hubieran vuelto un lugar común de todos los participantes en el debate político, que no se acobardan a la hora de ofrecer diagnósticos y remedios “falsos” para nuestros ¿falsos problemas?
En fin, después del triste debate en torno a la “inseguridad jurídica” que se llevó a cabo hace apenas un par de semanas, en las que tuvimos la feliz participación (como en otras épocas de mayores libertades) de escuchar embelesados las opiniones personales de un “enviado” de Washington, que, sea dicho, con exaltado aprecio algunos medios se apuraron a reproducir para condenar al gobierno a través de la autoridad norteamericana en asuntos subcontinentales, la oposición en su conjunto nos ha enseñado que el método más efectivo para mejorar nuestra “seguridad jurídica” consiste en asegurarnos nuestra “inseguridad institucional”.
Hambrientos de justicia, ha pasado la hora de la mano dura con los delicuentes comunes, a favor de la mano blanda en relación con los superdelincuentes de la dictadura justificándolos con la llamada teoría de los dos demonios. Sin embargo, ¿No es un demonio la pobreza y la exlusión social?. Ahora nos volvemos sedientos a por más emociones para pasar el aburrido sábado de superacción que con nostalgia nos recuerda el modo que tenían los héroes del pasado de asegurarse que los países bananeros siguieran siendo bananeros, que los negros siguieran siendo los negros de siempre, que los pobres, ¡Dios lo quiera!, siguieran siendo los pobres de siempre, para que nuestra blanca esperanza justiciera pudiera seguir produciendo sus mejores misericordias y las mucamas (hay que decirlo) no nos salieran tan caras.*
*La fuente en donde he constatado la preocupación de la población argentina por el encarecimiento de las mucamas (léase: servicio doméstico; originalmente se decía de aquella que ofrecía su servicio "cama adentro") son todas las mujeres argentinas (familiares y amigas) con las que he tenido contacto en estos días quienes han manifestado de un modo u otro la arbitrariedad de imponer un tarifazo de este estilo a un bien de consumo al que "los argentinos están acostumbrados". Algunas mujeres me han informado que es una pena también por las mucamas, porque pierden la oportunidad de trabajar en una casa "decente".
Primero que nada, lo más importante. La catástrofe en Haiti, el más pobre de los países del contintente americano, que ha sufrido un terremoto en el cual se calculan más de cien mil muertos. Habría mucho que decir al respecto, mucho acerca de lo que se puede o no puede preveer y salvaguardar en un país pauperizado, saqueado, arruinado repetidamente y atomizado desde el punto de vista social. No es la primera catastrofe que azota al país, que además ha sufrido guerras e intervenciones, golpes de estado y violencia sin límites, pese a haber sido el país más custodiado y protegido de los Estados Unidos de América, entre otras cosas, por el valor estratégico que le concede (como una maldición) su proximidad con el archienemigo de la ciudad gótica, la Cuba castrista.
Pero no quiero detenerme en los títulos sobre asuntos internacionales. Permítanme que lea CON USTEDES los títulos que ya leyeron durante el desayuno. Me remitiré exclusivamente a los titulares, que trataré como un texto complejo, más allá de su valor indéxico,para sopesar el impacto de la confección publicitaria. Veamos de que manera tan sutil, tan inteligente, tan bienintencionada van ofrecen hoy a sus adherentes ideológicos el marco del pensamiento debido (¿Alguna relación con la obediencia debida?)
La primera nota hace referencia al embargo de los fondos buitres, al que le sigue (no tiene desperdicio el cretinismo) una encuesta (si, si, una encuesta) de esas que revelan intencionalidad macabra:
"¿Cómo califica el embargo de fondos del BCRA en EEUU? ¿Acertado, entendible, cuestionable, desacertado?"
Uno se pregunta: ¡¿nos están tomando el pelo?!
Inmediatamente después aparece la nota editorial del periódico. Título (no se lo pierdan): "Se impone un debate sereno", y se abre con la siguiente afirmación. “Es menester que oficialismo y oposición reanuden un diálogo constructivo y que la presidenta recapacite profundamente.”
En fin (suspiro y cansancio por mi parte), si alguien quería otra prueba irrefutable de imparcialidad, medite profundamente acerca del significado del adjetivo “profundamente” en esta nota editorial.
El siguiente título es ideológico. En el descubrimos lo que subyace al ruido mediático de manera más clara de lo habitual: “El desborde del gasto lleva a más presión inflacionaria”.
Lo cual se resume en una sola y paradigmática frase que todos conocemos al dedillo: ¡AJUSTE!
Si miramos el asunto en el contexto del giro social que ha impuesto a la agenda el gobierno de Fernández eso significa, como no podía ser de otro modo, reducir la presión impositiva (en un futuro no lejano) y desinvertir: Quot era demonstrantum.
A continuación, el queridísmo Rosendo Fraga, que siempre ofrece fundamentos suficientes y necesarios para apuntalar el proyecto opositor (¿proyecto opositor? ¿Alguien podría decirme de qué se trata?) da al debate un eslogan contundente: “Contra la sensatez, Kirchner redobla la apuesta”.
Y el muchacho Liendo, ese que sostuvo, en épocas de otras modas, que Domingo Cavallo era el Maradona de la economía mundial, nos ofrece sus recetas para salir de la “crisis”. Si, si, para salir de la crisis. Como si los números de la economía Argentina no fueran elocuentes, como si las tan manidas y denunciadas manipulaciones del INDEC se hubieran vuelto un lugar común de todos los participantes en el debate político, que no se acobardan a la hora de ofrecer diagnósticos y remedios “falsos” para nuestros ¿falsos problemas?
En fin, después del triste debate en torno a la “inseguridad jurídica” que se llevó a cabo hace apenas un par de semanas, en las que tuvimos la feliz participación (como en otras épocas de mayores libertades) de escuchar embelesados las opiniones personales de un “enviado” de Washington, que, sea dicho, con exaltado aprecio algunos medios se apuraron a reproducir para condenar al gobierno a través de la autoridad norteamericana en asuntos subcontinentales, la oposición en su conjunto nos ha enseñado que el método más efectivo para mejorar nuestra “seguridad jurídica” consiste en asegurarnos nuestra “inseguridad institucional”.
Hambrientos de justicia, ha pasado la hora de la mano dura con los delicuentes comunes, a favor de la mano blanda en relación con los superdelincuentes de la dictadura justificándolos con la llamada teoría de los dos demonios. Sin embargo, ¿No es un demonio la pobreza y la exlusión social?. Ahora nos volvemos sedientos a por más emociones para pasar el aburrido sábado de superacción que con nostalgia nos recuerda el modo que tenían los héroes del pasado de asegurarse que los países bananeros siguieran siendo bananeros, que los negros siguieran siendo los negros de siempre, que los pobres, ¡Dios lo quiera!, siguieran siendo los pobres de siempre, para que nuestra blanca esperanza justiciera pudiera seguir produciendo sus mejores misericordias y las mucamas (hay que decirlo) no nos salieran tan caras.*
*La fuente en donde he constatado la preocupación de la población argentina por el encarecimiento de las mucamas (léase: servicio doméstico; originalmente se decía de aquella que ofrecía su servicio "cama adentro") son todas las mujeres argentinas (familiares y amigas) con las que he tenido contacto en estos días quienes han manifestado de un modo u otro la arbitrariedad de imponer un tarifazo de este estilo a un bien de consumo al que "los argentinos están acostumbrados". Algunas mujeres me han informado que es una pena también por las mucamas, porque pierden la oportunidad de trabajar en una casa "decente".
LOS MACHOS
Veo caer la nieve a través del ventanuco de mi estudio. La Argentina veraniega me queda muy lejos. Un encuentro familiar en la pantalla de Skype me recuerda que mientras aquí temblamos, enfundados en nuestras “cazadoras” y pasamontañas, en Argentina se cuecen los que aún permanencen en sus apartamentos citadinos o se asan bajo un sol abrazador los que tienen la fortunda de disfrutar de sus vacaciones al aire libre.
Estoy releyendo un libro de Kwame Anthony Appiah sobre la ética de la identidad que compré en Buenos Aires hace tres años, en mi última visita. La discusión de fondo es antiquísima. Nos cruzamos con ella en cada instancia de nuestra existencia pública y privada. Se trata de responder a una pregunta que no sólo aqueja a los filósofos, sino a todos, en diferentes circunstancias. Se lo pregunta el hombre o la mujer cuando en el contexto de su rol laboral se ve azotado por un repentino cambio de fortuna. Se lo pregunta el hombre o la mujer cuando llega o se aleja de una cita clandestina con su amante. Se lo pregunta el político cuando saluda a las masas que lo llevan a lo más alto de su gloria pública o cuando en un helicóptero escapa a la rabia de sus conciudadanos. ¿Somos realmente libres? ¿Somos nosotros los hacedores de lo que somos? ¿Somos realmente responsables de nuestra vida? ¿O acaso nuestra existencia es el producto indecible del destino, la confluencia de causas y condiciones que nos son enteramente ajenas, pero que nos determinan? ¿Somos libres? ¿O acaso somos un nudo, un punto en la confluencia de líneas de fuerza en una estructura impersonal que nos trasciende y ejecuta?
Appiah propone que la aparente dicotomía entre libertad y determinación es una ilusión. Cada uno de estos términos pertenece a órdenes diferentes del discurso. Y recurre a Kant para ofrecer su argumento en el que renueva la distinción clásica entre la esfera de la naturaleza, de la determinación mecánica, y la racionalidad, que de acuerdo con Kant, es lo que ofrece al hombre la dignidad de la libertad moral.
Por lo tanto, nos dice Appiah, todo depende de lo que deseamos explicar. El alto ejecutivo o el político de turno, responsables de las estructuras burocráticas y corporativas de nuestro sistema, enfatizan la libertad cuando quieren hacer valer su individualidad y sacar provecho a situaciones ventajosas. “Son ellos – nos dicen - lo que han logrado beneficio o estabilidad, los que han ofrecido crecimiento o renovado la institucionalidad política con su habilidad o genio.”
Pero cuando las papas queman, cuando la responsabilidad los abruma, cuando se ciernen sobre ellos la acusadora verdad, hacen bien en recordarnos que son víctimas del destino, que su actividad no es más que una instancia neutra de un sistema malvado que no les ha dado otra alternativa. El ejecutivo y el político, pero también el marido o esposa infiel, el periodista vendido, el médico negligente y el intelectual berreta sabemos pendular nuestro discurso entre las instancias de autocongratulación e impunidad. Somos héroes y víctimas dependiendo de los interlocutores y circunstancias a los que nos enfrentamos.
Las olas y el viento, y el relativo éxito veraniego que anuncia cierta bonanza para la economía argentina, no disminuye la virulencia del coro opositor. Se acabaron las fiestas, y con la prisa que los buitres muestran ante una presa agonizante, se han apresurado muchos a lanzar sus candidaturas. Cuando todavía le quedan por delante dos largos años de gobierno a la presidenta Cristina Fernández, el anuncio no parece acertado, ni augura prudencia. Algunos de los candidatos han dejado entrever con bastante mal gusto, que la carrera presidencial se reduce a poner a prueba sus habilidades y no la aspiración a dar respuesta inteligente a algunos persistentes males de nuestra vida política, económica y social.
Si a esto se suma la “rebelión” de los machos, esos que salen al ruedo a hacerse un nombre cuando la patota acompaña, parece que el año entrante nos depara un escenario de renovados engaños y traiciones a la verdad y al respeto.
Es sabido que la memoria mediática es breve. Sin embargo, deberíamos hacer acopio de fuerzas y resistir la tentación de la moda en los asuntos importantes. No cabe duda de que hay poco tiempo disponible en la vida cotidiana para realizar análisis exhaustivos de la realidad, pero al menos deberíamos prevenirnos de hacer alianzas tácitas con los más cobardes, con los que apuñalan por la espalda, esos que acaban siempre dejando su huella de indignidad en la historia.
Estoy releyendo un libro de Kwame Anthony Appiah sobre la ética de la identidad que compré en Buenos Aires hace tres años, en mi última visita. La discusión de fondo es antiquísima. Nos cruzamos con ella en cada instancia de nuestra existencia pública y privada. Se trata de responder a una pregunta que no sólo aqueja a los filósofos, sino a todos, en diferentes circunstancias. Se lo pregunta el hombre o la mujer cuando en el contexto de su rol laboral se ve azotado por un repentino cambio de fortuna. Se lo pregunta el hombre o la mujer cuando llega o se aleja de una cita clandestina con su amante. Se lo pregunta el político cuando saluda a las masas que lo llevan a lo más alto de su gloria pública o cuando en un helicóptero escapa a la rabia de sus conciudadanos. ¿Somos realmente libres? ¿Somos nosotros los hacedores de lo que somos? ¿Somos realmente responsables de nuestra vida? ¿O acaso nuestra existencia es el producto indecible del destino, la confluencia de causas y condiciones que nos son enteramente ajenas, pero que nos determinan? ¿Somos libres? ¿O acaso somos un nudo, un punto en la confluencia de líneas de fuerza en una estructura impersonal que nos trasciende y ejecuta?
Appiah propone que la aparente dicotomía entre libertad y determinación es una ilusión. Cada uno de estos términos pertenece a órdenes diferentes del discurso. Y recurre a Kant para ofrecer su argumento en el que renueva la distinción clásica entre la esfera de la naturaleza, de la determinación mecánica, y la racionalidad, que de acuerdo con Kant, es lo que ofrece al hombre la dignidad de la libertad moral.
Por lo tanto, nos dice Appiah, todo depende de lo que deseamos explicar. El alto ejecutivo o el político de turno, responsables de las estructuras burocráticas y corporativas de nuestro sistema, enfatizan la libertad cuando quieren hacer valer su individualidad y sacar provecho a situaciones ventajosas. “Son ellos – nos dicen - lo que han logrado beneficio o estabilidad, los que han ofrecido crecimiento o renovado la institucionalidad política con su habilidad o genio.”
Pero cuando las papas queman, cuando la responsabilidad los abruma, cuando se ciernen sobre ellos la acusadora verdad, hacen bien en recordarnos que son víctimas del destino, que su actividad no es más que una instancia neutra de un sistema malvado que no les ha dado otra alternativa. El ejecutivo y el político, pero también el marido o esposa infiel, el periodista vendido, el médico negligente y el intelectual berreta sabemos pendular nuestro discurso entre las instancias de autocongratulación e impunidad. Somos héroes y víctimas dependiendo de los interlocutores y circunstancias a los que nos enfrentamos.
Las olas y el viento, y el relativo éxito veraniego que anuncia cierta bonanza para la economía argentina, no disminuye la virulencia del coro opositor. Se acabaron las fiestas, y con la prisa que los buitres muestran ante una presa agonizante, se han apresurado muchos a lanzar sus candidaturas. Cuando todavía le quedan por delante dos largos años de gobierno a la presidenta Cristina Fernández, el anuncio no parece acertado, ni augura prudencia. Algunos de los candidatos han dejado entrever con bastante mal gusto, que la carrera presidencial se reduce a poner a prueba sus habilidades y no la aspiración a dar respuesta inteligente a algunos persistentes males de nuestra vida política, económica y social.
Si a esto se suma la “rebelión” de los machos, esos que salen al ruedo a hacerse un nombre cuando la patota acompaña, parece que el año entrante nos depara un escenario de renovados engaños y traiciones a la verdad y al respeto.
Es sabido que la memoria mediática es breve. Sin embargo, deberíamos hacer acopio de fuerzas y resistir la tentación de la moda en los asuntos importantes. No cabe duda de que hay poco tiempo disponible en la vida cotidiana para realizar análisis exhaustivos de la realidad, pero al menos deberíamos prevenirnos de hacer alianzas tácitas con los más cobardes, con los que apuñalan por la espalda, esos que acaban siempre dejando su huella de indignidad en la historia.
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