SOBRE EL PENSAMIENTO UTÓPICO Y LA POLÍTICA PRAGMÁTICA


En este post me referiré a dos cuestiones. Por un lado, me gustaría decir algo sobre el "neocomunismo". En este sentido, me parece que la discusión que está teniendo lugar en ese marco plantea una serie de problemas muy interesantes que pueden ayudarnos a dar forma discursiva a la confrontación entre los reformistas débiles y los reformistas estructurales que se está planteando ahora mismo en el seno del kirchnerismo.

Por otro lado, me gustaría que abordáramos una cuestión ilustrativa: la seguridad (frente a la delincuencia común y el crimen organizado), que se ha convertido en un punto central, no sólo en el reproche opositor al gobierno K, sino, también, uno de los asuntos claves que dividen las aguas en el seno del propio kirchnerismo, y que puede darnos alguna pista acerca de lo que se cuece en la olla de donde saldrá el plato de donde todos comeremos.

Reitero: me refiero a la seguridad como ilustración que puede clarificar la naturaleza ideológica del paradigma del reformismo débil, que en vista a su pragmatismo y su centrismo electoralista, siempre corre el peligro de reproducir las tesis de las llamadas "derechas liberales", haciendo finalmente indistinguible (o sólo distinguible desde el punto de vista de una cierta estética) las opciones políticas de los votantes.

Ahora bien, para hablar del "neocomunismo" es necesario hacer una muy sucinta referencia a los problemas globales, nacionales y locales que nos aquejan. Hemos hecho esto en otros artículos. Por ello, rogamos al lector que visualice y rememore algunos de los desafíos que la maquinaria mediática ha archivado en los últimos años para dar rienda suelta a la fascinación que ha causado el descalabro financiero. En breve: me refiero a cuestiones centrales que nos conciernen a todos. La ecología, el hambre y la guerra, que de manera sintética nos esclareció en su momento George W. Bush cuando en una de sus ilustres intervenciones sentenció: "en el año 2020, el mundo estará sumido en un conflicto permanente por el aire y el agua".

Frente a este panorama, se ha vuelto a desatar el debate en torno al comunismo en el cual lo más significativo es (sigue siendo) la posibilidad de enfrentar el juicio definitivo de nuestra época, que ha logrado cerrar el horizonte de nuestras alternativas existenciales. Por supuesto, hay muchas maneras de decirlo. Una de ellas: el capitalismo (más o menos humano) es la única opción del homo sapiens sapiens. Y con ello, la confrontación política (e ideológica) queda reducida a establecer los criterios que definen en el seno de esta visión del hombre, la naturaleza y la historia, las posiciones que convierten a ciertos actores en progresistas, en neoconservadores, y en toda la gama de posiciones intermedias que tenemos a la vista.

Hablar de neocomunismo (es decir: volver a hablar de comunismo), como decía Badiou recientemente, implica, hoy, volver a pensar filosóficamente el capitalismo. Por supuesto, la palabra “comunismo” (en buena medida “proscrita” a partir de 1989), no deja de ser para nosotros sino un significante vacío (Laclau) que hace referencia a los malestares “radicales” de un modelo existencial que combina en su seno la aspiración a los goces paradisíacos que provee el privilegio y el glamour, y la más horrorosa de las secuelas de exclusión que ha conocido la historia de nuestra especie. 

Hablar de neocomunismo significa, en primer lugar, tomarse en serio el hecho incontestable de que la apuesta capitalista que prometía acabar con el hambre y el miedo en el planeta, en su carrera triunfalista hacia la hegemonía absoluta de nuestros imaginarios, ha fabricado más desperdicios humanos que ningún otro sistema imperante en nuestro mundo desde su origen. Por lo tanto, el debate neocomunista consiste, en breve, en atreverse a pensar el capitalismo, ahora que el capitalismo, como una esfera parmideana, parece no tener ya un afuera.

Por supuesto, no es únicamente alrededor del comunismo que se debaten estas cuestiones. Otra de las discusiones interesantes en el seno de la cultura del Atlántico Norte que en los últimos años se ha interceptado con el debate del neocomunismo a través de la labor infatigable de dos de sus más prestigiosos exponentes, Slavoj Zizek y John Milbank, es la que gira en torno a la naturaleza del cristianismo, de su catolicidad, leída desde la radicalidad de su “socialismo” primitivo.

Pero dejemos esto para otra ocasión. Lo que me interesaba evidenciar, en todo caso, es que existe una discusión de fondo. Y esto, para que podamos visualizar, aunque más no sea tras las penumbras del “marco inmanente” (Taylor) de la globalización contemporánea, “la utopía”, es decir, el lugar del afuera del capitalismo, sea en clave trascendente, o como una trascendencia en la propia inmanencia, que se articula de manera escatológica, a partir de una negación, de un "no", que es el "no" a esta forma mercantilizada de existencia que, como ha señalado en su momento con maravillosa claridad Karl Polanyi, es una anomalía en la historia de nuestra especie: la creencia de que la vida social debe estar sometida al mercado, al convertir el trabajo (al propio ser humano), y la tierra (la naturaleza) en commodities.

Dicho esto, pasemos a la periferia, al pensamiento desde la periferia, como insiste José Pablo Feinmann. Es decir, pasemos al debate que llevamos a cabo aquí aquellos de nosotros que hemos sufrido, o nos hemos beneficiado, con nuestra histórica situación “neocolonial”.

Desde el punto de vista circunstancial, se trata de visualizar lo que nos jugamos en este año electoral, las opciones “reales” y “utópicas” que tenemos a la vista. Lo que nos jugamos ideológicamente, y lo que pragmáticamente tenemos “a la mano”. Es decir, visualizar nuestros ideales y nuestras herramientas. 

Para hacerlo, como advertí, voy a tomar un tema candente, la seguridad, y utilizarlo como punto de partida para realizar una reflexión acerca de lo que nos jugamos en cada caso. 

Pero antes permítanme que clarifique que quiero decir con la palabra “seguridad” y que realice una breve disgresión que apunta a desanudar los usos que la seguridad ha tenido en las últimas décadas como mecanismo discursivo de control social. Es decir, de qué modo el miedo se ha convertido en el principal elemento de coacción política frente a un electorado sujeto (sometido) al poder corporativo.

En principio, aquí en Argentina, cuando nos referimos a la seguridad nos referimos a aquello que nos concierne frente a la delincuencia común y al crimen organizado (ej. el narcotráfico). En otras latitudes, y durante las últimas décadas, los problemas de seguridad hacían referencia a las amenazas terroristas (terrorismo internacional, como suele llamarse al terrorismo de corte islamista; o terrorismo local, como ocurre con los diversos movimientos de liberación nacional).

Como decía, aquí en Argentina, la cuestión de la inseguridad gira en torno a la delincuencia común y el narcotráfico. Entre ambos problemas, los analistas establecen de manera infatigable un nexo que hace muy compleja la situación. Por supuesto, nadie niega las causas sociales, políticas y económicas que subyacen el crecimiento de la delincuencia: los procesos de alienación y fragmentación social, fruto de políticas liberales articuladas en torno a la despiadada aplicación de recetas económicas neoliberales. 

Sin embargo, pese a tener a la vista el origen último de la delicuencia y el narcotráfico (consecuencias “lógicas” del modelo existencial capitalista que se alimenta de la exclusión y la aspiración descontrolada de goce y de glamour), las recetas que se ofrecen para abordar el problema son variadas y contrapuestas.

Nadie duda que es necesario, en primer lugar, tratar la patología en “urgencias”, lo cual implica, por ejemplo, implicarse en una política disuasoria apropiada para evitar la sangría constante que se está produciendo. Sin embargo, el reformismo débil, como en otras latitudes, tiende a menospreciar o a enfriar el debate en torno a las causas últimas. Se desentiende de la exclusión y ofrece en compensación un elaborado discurso que se alimenta de la experiencia traumática que produce la inseguridad para exigir soluciones cortoplacistas. 

El reformismo estructural, en cambio, se empeña en una descripción (objetiva) de la evolución del problema con el fin de encontrar una solución que tuerza la dirección de la historia para “redimir” (Benjamin) el pasado a través de un presente que rescate al excluido de su alteridad radical. Se trata, en última instancia, de definir una política social que se tome en serio el carácter excluyente de nuestro modelo de desarrollo al cual debimos (casi necesariamente) rendirnos frente al descalabro heredado, abocados, al mismo tiempo que desarrollamos nuestra labor instrumental, a mantener vivas nuestras aspiraciones “utópicas”; o rendirnos, como ha hecho el progresismo europeo, el reformismo liberal, al veredicto de muerte que ha clamado el neoliberalismo, al categorizar de facto la exclusión como un “daño colateral” ineludible en la larga marcha hacia la plena hegemonía corporativa que nos propone el capitalismo.

Esto nos lleva a lo siguiente: todo hace preveer que la verdadera discusión ahora mismo en Argentina, no se da entre los partidos opositores y el gobierno, sino más bien entre las diversas concepciones de lo real que pugnan por la articulación discursiva de nuestro presente y nuestro futuro dentro del propio aparato gubernamental. Deberíamos, de ahora en más, poner más atención a lo que aquí se cuece, como decía, en vista del fracaso de cualquier otra alternativa fuera del planeta kirchnerista.

Comentarios

  1. El neo-comunismo actual de nuestro presunto primer mundo, cansado de perseguir el pensamiento utópico, abandona la lucha de clases y se suma a la política pragmática, donde el dios mercado hace única la ley del máximo beneficio económico y donde todo vale.

    Los sindicatos creados `para la defensa de los trabajadores/as, se han convertido en corsé social y meros negociadores de los intereses de las castas dominantes , permitiendo el paulatino deterioro del “bienestar” conseguido.

    Los nuevos ídolos proyectan con desfachatez sus delirios de grandeza, para un público inducido a creer que también pueden llegar a ser individuos privilegiados,

    El materialismo como ideal consumista se apropia del sentido existencial y sirve de placebo frente a la inseguridad, que se vuelve sensación permanente, como si fuera la única opción.


    “No existen las ideologías” claman algunos, en el afán de intentar convencer que todo se resume en dominar o ser dominados

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