HORACIO GONZÁLEZ: ¿QUÉ SIGNIFICA PENSAR (EN POLÍTICA)?
En el programa 6-7-8 de ayer, el
sociólogo y actual director de la Biblioteca Nacional, Horacio González,
participó de un debate en el cual salieron a la luz algunas cuestiones que nos
interesan.
Efectivamente, como enunciaba
González, de un tiempo a esta parte viene evidenciándose una suerte de
agotamiento en el arsenal discursivo entre los defensores del actual modelo.
Este agotamiento, nos dice González, es producto de una inercia en la
confrontación como trampolín para la construcción de identidad. De esa confrontación con sus otros
más significativos en cada etapa de su despliegue y desarrollo fueron surgiendo diferentes kirchnerismos. En su ADN, esta "anomalía" (Forster) que nació en el 2003 de la mano de Néstor Kirchner, tiene entre sus caracteres la agudeza ante la contingencia radical, lo cual le ha permitido, pese a las permanencias incuestionables de algunas de sus apuestas, y la explícita anunciación por parte de sus líderes de su empeño en los ideales que orientan al movimiento, explotar circunstancias adversas como si se tratara de magníficas oportunidades para su crecimiento.
Sin embargo, de acuerdo con González, la mecánica confrontativa como modelo de construcción identitaria está llegando a un punto muerto. De acuerdo con el sociólogo, la disputa en la Argentina está en empate técnico (pese al tan mentado éxito kirchnerista en la batalla cultural que Beatriz Sarlo anunció hace largo, y los logros eleccionarios indiscutibles). Lo que necesitamos, nos dice González, es volver la mirada sobre nosotros mismos, ejercitar el autodiscernimiento. Lo cual, se apura a decirnos el director de la Biblioteca Nacional, no significa eludir el compromiso que implica la lucha política, ni menospreciar la capacidad ofensiva de nuestros antagonistas. Si algo es seguro en estos días, es que la derecha no se amilana ante nada. Paraguay y las repercusiones que el golpe tuvo en Argentina, auguran dificultades que nos tendrán que mantener alerta. No es teatral la preocupación de los mandatarios de la región ante los eventos.
Parte de la preocupación de
González surge, en lo inmediato, a partir de los acontecimientos de la semana
pasada en torno a la convocatoria de Moyano al paro y la movilización. Sería
fácil, como se ha hecho, que el abracadabra del dirigente sindical, quien ayer
mismo exaltaba el proceso histórico abierto en el 2003 con la llegada de Néstor
Kirchner al poder y ahora se alinea con los más férreos e intransigentes
opositores al gobierno, sea interpretado en clave maniquea. El problema está,
sin embargo, en la significación que tiene la dislocación en sí, más allá del
contenido de dicha dislocación.
Moyano se convirtió en opositor.
Ahora dice de este gobierno lo que dijeron en semanas anteriores las
caceroleras y los caceroleros de Recoleta, que este gobierno es peor que la dictadura
y cosas por el estilo, para juntar voces al griterío de su protesta. Pero lo
interesante no es su oposición, sino que un juego de malabares de estas
características sea posible en la Argentina. Hemos visto otros casos, pero lo
de Moyano, pese a los antecedentes de la ruptura por todos conocidos
(recordemos ese fin de semana incierto en el cual el dirigente de la CGT amenazó con un
paro general y movilización debido al exhorto judicial que llegaba de Suiza),
parece ponernos sobre la evidencia de una política de la inmediatez que permite
cualquier travestismo.
Es ahí donde González apunta
cuando nos llama a un discurso en el que además del afrontamiento a los
poderosos de turno, señalados (con razón) como enemigos públicos del proyecto
nacional y popular que se invoca, debemos afilar nuestra tarea autorreflexiva
para constatar los motivos que subyacen a nuestra movilización política. Está
demás decir que no pretendemos diluir u ocultar el carácter agonístico que
define lo político. Pero está claro que el peligro del moralismo en política
no sólo atañe a las derechas liberales en su empeño por desmovilizar las
colectividades. Hay un moralismo de signo progresista que impide una discusión
seria acerca de algunas cuestiones centrales del proceso. Por ejemplo: sabemos
que el énfasis de Moyano en cuestiones como la del mínimo no imponible y la
ampliación del derecho a la AUH fue una mascarada que escondía intenciones
plebiscitaria frente al proceso eleccionario en el que se disputa su liderazgo
frente a la CGT. También sabemos que el apoyo tácito de Scioli y el
reacomodamiento del rompecabezas opositor están atados a las dificultades que
conlleva el tránsito sucesorio del 2015. Tres años es mucho, pero también un
suspiro, especialmente cuando hay limitaciones que avivan las esperanzas de
muchos que pretenden quedarse con la jefatura de gobierno o aspiran a ver a sus
fuerzas políticas encabezando el proceso futuro.
José Pablo Feinmann, hace pocos
meses, habló del asunto de manera desacertada cuando lo entrevistaron para La
Nación. Pese a que el medio elegido para decir lo que dijo y el modo en el cual
lo dijo acabaron en un escándalo de pasillos y la turbación de sus fieles, lo interesante
fue la advertencia: cuidado con una política que no se ocupa de las ideas y los
argumentos, y en cambio se empeñe exclusivamente en la difícil e ineludible tarea de posicionar en el tablero sus fichas y reagrupar sus fuerzas. En el TEG las ideologías (como bien se sabe) no cuentan: basta con distinguir los colores y recordar la misión que se nos encomienda.
Un argumento
semejante fue el que ofreció González anoche, lo cual produjo un revuelo entre los
contertulios que salieron a defenderse como si el director de la Biblioteca
Nacional hubiera ido "a por ellos". Se lo acuso de tibio, de sutil,
de generoso (peyorativamente), razonando que las épocas eran demasiado
peligrosas para andarse con remilgos. El golpe de Estado en Paraguay y el
alineamiento ideológico que produjo entre los representantes de la derecha nacional,
no son cuestiones baladíes. Tampoco son intrascendentes las operaciones
mediáticas que están a la orden del día con su cuota inflada de mentiras y tergiversaciones. El fichaje oportunista de Moyano y cia abre una puerta a un
escenario al que hay que permanecer muy atento. El populismo reaccionario es un
fenómeno universal y exitoso. La posibilidad de reconducir a una parte de los
trabajadores a una realineación ideológica está siempre latente. La xenofobia y
el individualismo militante de las clases en ascenso no son característica
exclusiva de las clases medias acomodadas. Todo lo contrario.
El kirchnerismo
supo unir al desarrollo y la expansión económica, y al proyecto redistribucionista, bienes que no son inherentes a esos posicionamientos socioeconómicos: ejemplo de
ello son el énfasis en los derechos humanos, lo cual incluye una solidaridad
desconocida con propios y extraños. La afrenta de Moyano hace temer muchas
cosas, especialmente si prestamos atención al discurso emblemático de su hijo
Pablo, quien representa una buena parte de la sensibilidad de base. Creer que
la derecha no puede capitalizar la bronca y hacerse con esos apoyos y votos en
un futuro no tan lejanos, es desconocer nuestra historia y la historia en
general.
Los llamados de González y de
Feinmann en su momento, tienen un común denominador. Hay que parar la pelota y
pensar, no sólo estratégicamente, instrumentalmente, sino con "prudencia”. Lo
de Moyano no tendría que haber pasado. Hay que hacerse cargo.
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