LA DEMOCRACIA Y SUS CIRCUNSTANCIAS
Pasan los días y las tapas de periódicos se amontonan sin
que se atisbe un cambio en la estrategia de los grandes medios. Las mentiras,
por efecto y por defecto, se han vuelto tan burdas que se necesita una cuota
extraordinaria de ingenuidad para creerse el libreto.
Por supuesto, de acuerdo con la agenda impuesta, el “relato”,
entendido exclusivamente como ficcionalización de la realidad, es el del gobierno nacional que no le hace “asco “ a la
manipulación y al engaño para mantener al pueblo sumido en la ignorancia por
medio de un clientelismo que necesita para perpetuarse de la voracidad
recaudadora y el engaño concertado. El Indec, la cadena nacional y el "futbol para todos" son los
emblemas de "este gobierno corrupto", cuasi-dictatorial.
Sin embargo, aunque es evidente que la gestión oficial puede
y debe estar sujeta a diversos cuestionamientos y es deseable que así sea en una
democracia vigorosa que no le teme al antagonismo, a esta altura del partido y
con los antecedentes que tenemos a la mano, parece inteligente,
independientemente de nuestras simpatías y antipatías ideológicas o personales,
hacer un paréntesis y sopesar nuestras adherencias.
La militancia antikirchneristas de algunos de los
periodistas-estrella de otras épocas que ahora ponen la cara para embestir de
manera sesgada e inescrupulosa contra el gobierno nacional, al tiempo que no
escatiman esfuerzo para esconder la mugre que esconden sus patrones, está
causando estragos. Quienes ayer se vanagloriaban de independientes, hoy se
atrincheran en sus posiciones lanzando improperios e insultos ante evidenciadas conductas de parcialidad y sus desencubiertas motivaciones y alineamientos. El escrache y la denuncia se han convertido en los géneros
hegemónicos de la prensa argentina. Se multiplican las difamaciones y los gestos denigrantes. Con apretada indignación, los puños y las mandibulas apretadas, las noticias se ofrecen a los espectadores y escuchas con rabia concentrada. Apenas queda lugar para el debate de ideas, entre
otras cosas, porque se ha ejercitado hasta el desvarío la refutación ad-hominem y no se ha tenido recato a la hora de herir de manera innoble a los enemigos.
Esta situación resulta difícil de entender para la mayoría
de los ciudadanos, aún cuando se ha convertido en el lugar común de la cultura local. La política, el espectáculo y el delito se exponen a la mirada voyeurista comerciando con nuestros peores instintos. Los comentarios a pie de página dan fe del placer insidioso que encuentran los escribas de turno a la hora de incendiar los foros utilizando los peores insultos y aludiendo desvergonzadamente a las comparaciones más absurdas.
Aún así, la política tiene peculiaridades, características definitorias, que no valen en otras esferas de la actividad humana. Ni la economía (por debajo), ni la filosofía (por encima) pueden jamás hacer justicia a la política.
Aún así, la política tiene peculiaridades, características definitorias, que no valen en otras esferas de la actividad humana. Ni la economía (por debajo), ni la filosofía (por encima) pueden jamás hacer justicia a la política.
Es bien sabido que la política nos preserva de la muerte violenta ritualizando la
guerra. En las revoluciones, la liturgia política se suspende y, con ello, se
desatan las violencias de las partes involucradas en el conflicto.
La democracia es una liturgia que consagra en su altar a la
voluntad popular. De manera ritualizada, los ciudadanos participan en las
elecciones entre un conjunto de destinos posibles en el marco de un trasfondo de
poderes “no-democráticos” que condicionan los discursos y los actos.
Latinoamérica tiene una larga historia de frustraciones y
rotundos fracasos en su intento por establecer un ciclo virtuoso de prácticas
democráticas. Esta frustración se encuentra asociada, indudablemente, al hecho de
que hablamos del continente en el cual se registran las mayores desigualdades
sociales, un continente donde las minorías privilegiadas se aferran a las
condiciones de su preeminencia utilizando para ello lo que tienen a la mano.
Nuestra historia refleja ese despliegue despiadado de crueldades y mentiras, de
traiciones y oportunismos.
Hay quienes, ingenuamente, creen que las épocas de los golpes
militares y los genocidios han quedado atrás. Pero esas prácticas del poder
absoluto están grabadas en nuestro ADN. La derecha continental, aliada con el
internacionalismo corporativo, ha mostrado que no ha renunciado a la fuerza con
el fin de preservar el status quo. Desde el fallido golpe contra Hugo Chávez
Frías en el 2002, en el cual participaron La Moncloa de José María Aznar y la
Casa Blanca de George W. Bush, hasta el reciente “golpe blando” contra el
presidente Fernando Lugo en Paraguay, se han sucedido los ecos de un pasado de
humillación que para muchos parecía definitivamente superado.
Pero como nos enseñó Freud respecto a la psique, nada se
pierde definitivamente en la historia personal y colectiva. El pasado y el
presente conviven, como ocurre con las arquitecturas de diferentes épocas en
una gran urbe.
Tenemos que acostumbrarnos a que, pese a todo, los noventa
llegaron para quedarse, aunque el kirchnerismo lo haya acorralado con la
intención de una refundación nacional y popular de la patria. De la misma
manera, los ochenta y los setenta, y los cincuenta, y cada década de nuestra
historia aun palpita en los discursos y en los gestos de los protagonistas, los
ciudadanos del presente que encarnan consciente o inconscientemente, articulada
o inarticuladamente, esa historia que somos.
El golpismo de otras épocas, transmutado, vuelve a alzar su
voz. Puede que la institución militar y policial no cumpla ya con el rol que
tuvo en otras épocas, pero los discursos ponen de manifiesto que se anda en
busca de otros mecanismos destituyentes desde hace rato. Las escenas que
semanalmente la prensa local y el griterío histérico que llama a defender a la
patria de la dictadura “camporista” que encabeza la presidente, forma parte de
ese relato golpista que puede leerse sin demasiado esfuerzo en cualquiera de
nuestros libros de historia, y que ahora espera el advenimiento de
circunstancias favorables para dar su zarpazo de ahogado.
Una sociedad pluralista está condenada, si pretende fundarse
en una democracia real, en sacar a la luz los conflictos, transparentarlos. Eso
significa, en primer lugar, esquivar la pretensión ideológica que espera
convencernos de que existe una política sin confrontación.
Las alternativas a una democracia radical son, o bien un
consensualismo bienestarista o una tiranía dura o blanda. Las democracias
populistas latinoamericanas, entre ellas la democracia argentina, con todas sus
dificultades e imperfecciones, son intentos diversos de las mayorías del continente por reanimar el espíritu democrático largamente vapuleado, un experimento con el fin de recuperar sus pilares fundacionales. Esa es
la apuesta por los derechos humanos que caracteriza nuestra época.