LA IDEOLOGÍA DESPUÉS DE LA IDEOLOGÍA. Desencuentro en el Vaticano



En este post comento brevemente la nota de Carlos Pagni publicada hoy en el diario La nación titulada: "Un viaje a Roma que acentuó las diferencias"

Los apuntes de Pagni son muy interesantes. A nuestro entender da en el clavo con varias definiciones. Y nos obliga a pensar la coyuntura política con detenimiento, observándola, no sólo como la escenificación de egos enfrentados, sino como pugna entre posiciones ideológicas enfrentadas. Para nosotros, que andamos hace tiempo metidos en el tema de la relevancia incontestable de la religión en la esfera pública, lo que anda pasando en Argentina confirma algunas de nuestras sospechas.

Las fuentes de Pagni, que nosotros subimos y comentamos por este medio en algún momento (la de Natanson - en Le Monde diplomatique - o la de Feinmann - en Página 12, respecto a las nuevas espiritualidades y su sintonía con el individualismo y la atomización que exalta y promueve el capitalismo tardío en detrimento de otras formas encarnadas de existencia), valen la pena meditarlas con serenidad.

Como afirmamos apenas ayer en nuestro blog, deberíamos dejar de lado las rencillas personales (como las que pretendió instalar Elisa Carrió hablando del chismorreo del Papa y su hipotética promoción de los violentos), y entender que estamos asistiendo a una pugna ideológica de dimensiones globales. Por esa razón, propusimos en su momento, y animamos, un estudio comparado de la encíclica del Papa Francisco Laudato Si, y los textos del Dalai Lama que intentan ofrecer una alternativa budista a la modernidad capitalista y al modo de entablar un diálogo intercultural e interreligioso en la esfera secular. Algunos de los participantes en esos diálogos que se llevaron a cabo o se están llevando a cabo en Buenos Aires, Barcelona y Valencia, han entendido la importancia que tienen estos debates para ir hasta el fondo de los problemas que enfrentamos globalmente.

En breve, me parece que ha llegado el momento de dejar a un lado la anécdota y ponernos manos a la obra para pensar los fundamentos ideológicos del macrismo, los muchos caminos que desembocan en este momento histórico, para entender lo que anima a una parte no desdeñable de la población a darle su alma a un proyecto que promete enaltecer al individuo, ocultando su pertenencia comunitaria y sus tradiciones populares.

Esto puede resultar un insulto para quienes estamos comprometidos con las corrientes populares, pero es en realidad una confrontación ideológica que debe ser puesta en blanco y negro para que podamos discernir sus ventajas y desventajas, sus claroscuros.

No hay duda que el modernismo budista y otras formas espirituales en boga no son la solución definitiva a los problemas que tenemos. En muchos casos, sirven como cortina de humo para justificar el horror con una caricia de buena consciencia. La escena en la última reunión de Davos, en la cual los líderes políticos se sentaban juntos a realizar meditación Vipashyana (los mismos líderes que se amenazaban mutuamente horas antes boicotear sus agendas con el fin de eludir la responsabilidad frente a la catástrofe humanitaria en Medio Oriente) da cuenta de las contradicciones que enfrentan las nuevas espiritualidades. Sin embargo, descartar sus virtudes en su totalidad seria una reacción ciega que no podemos permitirnos.

También es imprescindible reconocer que el catolicismo, y en particular las formas que animan los movimientos populares en América Latina, no han sido aún capaces de dar cuenta de las sensibilidades del mundo contemporáneo, las mutaciones en los hábitos de comunicación, los espacios liberados de toda observancia religiosa, neutralizados por las peculiaridades de nuestra época.

Quienes crean, como se ha dicho en estos días, que la solución pasa por un republicanismo laicista, o un liberalismo que mantenga a raya las sensibilidades espirituales de los individuos, se engaña o nos engaña. La religión está en el mundo para quedarse y su influencia crecerá a medida que se profundice la crisis planetaria.

Por lo tanto, me parece que la única alternativa consiste en animarnos a otra clase de diálogo (no me refiero al diálogo superficial que propone el macrismo), sino un diálogo sincero con las tradiciones y corrientes que conforman este entramado de antagonismo ineludible que son la carne y el alma de la vida social.

CAMBIEMOS... DE PAPA




Horas después que Elisa Carrió, parte del ala dura de la coalición Cambiemos, acusara al Papa Francisco de promover la violencia en Argentina, el Jefe de Gabinete, Marcos Peña, señaló en rueda de prensa: "El Papa no es ni kirchnerista ni de Cambiemos".

Ansiosos, los funcionarios macristas se apresuran a poner paños fríos sobre la frialdad prodigada por Francisco a Mauricio Macri y su comitiva en el último encuentro en el Vaticano. Otros, menos propensos al dialoguismo que promueven de boquilla los contertulios de la "nueva política argentina", exigen que se ponga coto a la injerencia papal en los asuntos de Estado, al tiempo que se asume con cierta incomodidad que el Papa no dijo pío, ni hizo gesto discernible para la gran audiencia. Se insiste: las relaciones con la Santa Sede son cordiales y fructíferas. La sintonía entre los dos líderes de Estado, protocolar pero próxima.

Aunque es evidente que, más allá de las simpatías particulares, que corren por cuenta propia de cada uno de los protagonistas, no se puede aseverar con seriedad que el Papa sea kirchnerista o simpatizantes de Cambiemos, también es evidente que, a menos que queramos echar en saco roto sus intervenciones públicas y sus publicaciones recientes, el Papa Francisco se ha convertido en el mundo, al menos discursivamente, en un tábano, molesto por las críticas que articula contra el poder político y corporativo que gobierna el planeta.

Las quejas no se han echo esperar. Angela Merkel o Donald Trump, hicieron saber su disconformidad públicamente. Jeb Bush, el hermano de George W., hizo una declaración semejante a la que hace unas horas replicó Elisa Carrió. El nudo del entuerto para el Partido Republicano fueron las veladas críticas del Papa a la política antiinmigratoria que pretenden imponer. La respuesta fue recordarle que no se meta en asuntos que no le conciernen: la tan mentada separación de la Iglesia y el Estado. Otros ejemplos que nos vienen a la memoria fueron (1) el escándalo que supuso su discurso en la Eurocámara, poniendo a parir a toda la Europa de los Partidos Populares, o (2) sus lacerantes discursos contra la estrategia de la Unión Europea ante la crisis de los refugiados.

Entre la derecha católica global, este Papa es una incomodidad. La incomodidad ha llegado a un grado tal que ya no se esconden ni maquillan las antipatías que suscita el Pontífice. Prelados, Arzobispos y Cardenales, de un lado y otro del Atlántico, se indignan ante su política "populista". En ese sentido, no asombra la reacción visceral de los "radicales" de Cambiemos, ni la puja mediática con los hacedores de imagen del macrismo, como ocurrió con Duran Barba recientemente, antes y después de las elecciones.

Más allá de las simpatías o antipatías personales, lo cierto es que la posición del Papa en la agenda global es contraria a la estrategia que está imponiendo Macri en Argentina, y otros gobernantes en la región y en el mundo. Denodado crítico del neoliberalismo, Francisco no puede permanecer incólume ante un gobierno que expresa con decidido empeño la voluntad de poder de los grupos corporativos, que encarna una concepción indiferente a la justicia social, que se regodea de una libertad absoluta en detrimento de los derechos humanos. Los gestos dicen algo, sin interferir institucionalmente, con el fin de preservar, justamente la exigencia de la política en una era secular. Eso no lo priva de poner en evidencia lo que considera contrario a su filosofía, encarnada en la Doctrina Social de la Iglesia, en consonancia con una larga tradición teológica y filosófica en América Latina.

Nos hemos acostumbrado a una estrategia comunicacional que se apropia de los símbolos políticos populares, como los del peronismo o el radicalismo, con el fin de desmantelarlos.

O se hace pasar por encarnación de valores cristianos o espirituales, con el propósito de transvaluarlos.

O se apropia de la retórica de los derechos humanos, la democracia o el republicanismo, para someter a su arbitrio sus instituciones y tergiversar la memoria de sus luchas.

Estamos ante una estrategia comunicacional que no sólo afecta nuestro bolsillo, sino que promete expropiar nuestros discursos y herramientas de resistencia.

Frente a la concertada e ininterrumpida campaña electoral en la que estamos sumergidos, nuestra tarea consiste en distinguir lo que promueven los voceros del multimedia y el conglomerado de intereses que representa, de lo que verdaderamente tenemos enfrente.
¿Qué es lo que tenemos enfrente? No hace falta caer en la caricatura personal para hacer notar que el macrismo es la expresión más acabada en la región de un neoliberalismo brutal, renovado discursivamente, pero fiel encarnación de la "voluntad de poder" de los grupos concentrados, al servicio de una visión del mundo que promueve una suerte de neo-darwinismo (la supervivencia del más fuerte), divorciado enteramente de cualquier noción justicia social y a favor de la eficiencia de los mercados, que se contradice enteramente con el genuino ecologista integral que demanda la sociedad civil y el compromiso con los derechos humanos de la "multitud" en la era de la globalización.

Todo esto, sin embargo, no es una invención local, como parecen querer hacernos creer algunos de sus más conspicuos representantes, sino la mera expresión rio-platense de una amenaza que se cierne contra el planeta en su conjunto.


LEGITIMIDAD Y REPRESIÓN



¿Qué tipo de legitimidad tienen los representantes y las instituciones democráticas cuando una parte no desdeñable de la ciudadanía deja de reconocerles autoridad moral y política? 


¿Qué legitimidad tienen los jueces, por ejemplo, la Corte Suprema de Justicia, cuando la ciudadanía comienza a pensar que la misma actúa de manera parcial, interesada, o arbitraria? 

Hay un número nada despreciable de ciudadanos que creen (a ciencia cierta: es decir con conocimiento de causa) que jueces como Bonadio, o fiscales como Saenz, o aun, pero, tipos como Lorenzetti, han perdido toda credibilidad y toda imparcialidad. 

Ahora bien, el problema que se esconde detrás de esta "ilegitimidad" legalizada es que la autoridad sólo puede sostenerse a través de dos vías: 

1) La primera es la vía auténticamente, genuinamente, democrática. La legitimidad se debe al respeto espontáneo que los ciudadanos tienen hacia sus representantes e instituciones. 2) La segunda vía se logra a través de la mentira y/o la opresión. 

A menos de tres meses de gobierno, el gobierno de Mauricio Macri, acompañado de un poderoso aparato mediático que acecha y persigue de manera concertada la persecución de las líneas editoriales opositoras, junto con la arbitraria actuación de las cortes, parece haber elegido la segunda vía. En ese sentido, da la impresión que se apresta a gobernar sin el respaldo de la voluntad popular, que si aun lo tiene, se deteriora aceleradamente con el correr de los días. 

Gobernar de espaldas al pueblo, contra los intereses de los ciudadanos, y en franca parcialidad a favor de quienes históricamente han oprimido, excluido y saqueado al país, es lo que define una tiranía antipopular. 

El peligroso desliz hacia la mano dura, acompañada de un esfuerzo denodado por atacar los símbolos de las tradiciones populares, la persecución a los líderes políticos opositores hasta su encarcelamiento (el caso de Milagro Sala no debería en ningún momento minimizarse), el desatinado desprecio hacia el ejercicio de la libertad de expresión popular y la criminalización de la protesta social, sólo puede llevar al conflicto y la violencia.

A nosotros no nos asombra que sean justamente los partidos políticos de la coalición Cambiemos quienes ejecuten semejante programa regresivo. Pese a que sus líderes se auto-erigieron como los defensores de las instituciones republicanas, la libertad de expresión, y el consensualismo liberal, siempre supimos que los movimientos que atraviesan la historia argentina no desaparecerían de un día para otro, ni las tendencias y hábitos aprendidos mutarían por arte de magia. 

No creímos la burda estrategia cosmética de quienes alabaron el diálogo mientras vituperaban a sus contrincantes, ni nos dejamos arrear como otros por la retórica del odio que a tantos incrédulos convirtió en cómplices de este nuevo fracaso nacional.

Cada uno de nosotros es heredero de un pasado histórico (tal vez de varios).

Los macristas y muchos de sus seguidores actuales (no todos), son herederos de esa tradición argentina de iluministas e iluminados que siempre ha creído que el país es de unos pocos (entre los que pretenden estar), y que los movimientos populares deben mantenerse, por las buenas o por las malas, lejos del poder.

En el pasado esa tradición se definía así misma con el glamuroso nombre de “anti-peronismo” puro y duro. Las más tristes páginas de nuestra historia están escritas por el anti-peronismo y su iracundia ciega.

Habiendo mutado el peronismo en una fuerza aburguesada, con un sindicalismo acomplejado y mafioso, el anti-kirchnerismo se encargó de renovar aquel odio para una nueva generación antipopular que puede “peronizarse” sin complejos, adoptando el folclore de las masas contra sus intereses. El anti-kircherismo, mientras tanto, se convirtió en el nuevo símbolo de ese odio y ese desprecio pretérito que asume el país como una maldición, y al pueblo argentino organizado, como una desgracia a la cual debe someterse o hacer desaparecer.


NO ME DIGAS QUE SOMOS UN PUEBLO

Milei viaja a España para apoyar a la extrema derecha, a esa derecha franquista y neoliberal que busca derrocar al gobierno de Pedro Sánchez...