SOBRE LAS VIOLENCIAS

Foto: Luiz Vasconcelos. 

Mientras el gobierno hace negocios para que los grandes jugadores del capitalismo financiero ganen miles de millones de dólares a costa del empobrecimiento de la población presente y las generaciones futuras, fracasa la mesa de negociación establecida para fijar el salario mínimo de los argentinos. En un gesto de profundo desprecio frente a  los más desfavorecidos, el gobierno aumenta la base salarial a 10.000 pesos (la demanda era de 15.000 pesos, para acercar a la mesa de los más pobres, la canasta básica), que el gobierno acuerda a pagar a partir de ¡julio de 2018! La insensibilidad es notoria: el gobierno les asegura a los más carenciados un futuro de hambre y de penurias.

En otro rubro, se sabe que el gobierno está intentando a cualquier costo desplazar a la justicia electoral de la gestión y fiscalización electoral, poniendo en entredicho la legitimidad de las próximas elecciones de medio término en las que se plebiscita el modelo implementado por Cambiemos durante la primera mitad de su mandato. 


Vuelve entonces la palabra "fraude" a flotar en el aire, instalándose en un espacio público crispado, como señal de mal augurio. 

Primero, el gobierno intentó imponer el voto electrónico, pese a las abundantes objeciones técnicas, llegando a comprar por anticipado (en uno de los habituales negocios turbios que caracterizan a Mauricio Macri y su horda de CEOs) las terminales de votación electrónico. 

Ahora le toca el turno a la manipulación de la justicia electoral. El forcejeo es un espejo de otras interferencias institucionales del ejecutivo que desdice su supuesta intención republicana de respetar la división de poderes. El gobierno sabe que su fortaleza consiste exclusivamente en la suma de la debilidad de una oposición dividida, y el blindaje mediático que le permite comprar voluntades en su empeño por transformar a la Argentina en una economía al servicio de las élites.

Sin embargo, en lo que concierne al fraude electoral, debemos ser precavidos. Lo que nos enseña la política contemporánea es que, contrariamente a lo que piensa la izquierda tradicional, el neoliberalismo ha hecho propia una vieja ecuación: "Cuanto peor, mejor".

El desorden, el conflicto, la crisis, solo hace mella sobre los más desfavorecidos, y catapulta a los más inescrupulosos a nuevas oportunidades de negocios a través de la explotación de las mayorías. Esto es verdad en los Estados Unidos. Esto sigue siendo verdad en Europa. Ocurre en África, en Asia y en América Latina.

Más allá de las banderías políticas, la definición de la actual situación social y política por parte de la ex-presidenta Cristina Fernández es un hallazgo acertado: "Nos están desordenando la vida". Ese acto de desorden no es casual o fruto de la impericia: se promueve con el propósito de imponer un "nuevo orden". La crisis supone una oportunidad para establecer un modelo de caracter neoliberal (el estado al servicio del capital financiero) y neocolonial (la destrucción del tejido social arraigado en una cultura nacional y popular de proyección fraterna y regional).

A esta altura, y en vista de lo que está ocurriendo en otros sitios de la región, sumado al autoritarismo autista del gobierno, que más allá de los gestos, solo conoce sus propios intereses y lealtades ideológicas, es difícil (muy difícil) creer que (llegado el punto sin retorno al que conduce el ninguneo) no regrese la violencia política a la Argentina.

¿Quién será responsable de esa violencia? Las élites culturales volverán a acusar a las clases populares, a los movimientos sociales y a sus líderes, estigmatizando su imprudencia. ¿Pero hay acaso mayor imprudencia que la que hoy se comete en la Argentina por parte del gobierno?

Millones de compatriotas arrojados sin esperanza al desasosiego del desempleo y al hambre, mientras una élite económica juega en la timba financiera con el destino de nuestros nietos.

¿Hay acaso mayor violencia que el recorte sin miramientos del presupuesto destinado a las ayudas sociales y a la cobertura de derechos adquiridos (pensiones, jubilaciones, salud, educación, etc.) mientras un grupo de CEOs juega con la dignidad de millones que ven cómo sus familias, sus hijos, sus comunidades son arrojadas a la penuria de la indigencia y el delito?

Resulta cínico condenar la violencia de los pobres y los oprimidos, y luego festejar y justificar la violencia de los ricos. El gobierno sabe lo que cosecha. Por eso el presidente se blinda policial y militarmente frente a la ciudadanía, y como en otras latitudes donde se imponen programas neoliberales, el espionaje, la represión de la protesta social y la estigmatización de los líderes sociales y políticos recalcitrantes frente al nuevo espíritu del neoliberalismo, prosperan.

CAMBIEMOS, CON OTRAS SIGLAS


El problema estratégico de la comunicación


Uno de los problemas más acuciantes de la política de izquierdas progresista en la Argentina de hoy gira en torno a la comunicación. 


Es posible que una afirmación de este tipo resulte desconcertante, especialmente cuando recordamos el modo en el cual la coalición gobernante, y en especial el núcleo duro del PRO, achaca a los errores comunicacionales algunas de sus hipotéticas derrotas sociales. 

El tarifazo, el 2x1, la cancelación de los subsidios a los discapacitados, todas estas y muchas otras medidas impopulares del gobierno, suscitaron una reacción bronca por parte de la sociedad. 

Los responsables de cartera en todos estos casos explicaron la reacción social refiriéndose a los problemas de comunicación que tiene el gobierno a la hora de explicar sus medidas.

Lo que se pretende es que esas medidas hubieran sido aceptadas por la gente si hubieran explicado correctamente. Cuando esta estrategia falla, se apela al reconocimiento del error y se hace marcha atrás. 

La comunicación entendida en el marco del derecho a la información

Por lo tanto, lo primero es señalar que no nos referimos a este tipo de comunicación, de carácter y propósito exclusivamente estratégico y manipulativo
. Lo que pretendemos en esta nota es otra cosa, prestar atención al derecho y necesidad de la ciudadanía a estar informada, a tener herramientas que le permita comprender el contexto y la relevancia de lo que está en juego en el debate actual en Argentina. 

A nuestro entender, lo más relevante en un mundo globalizado como el que habitamos
 es entender que lo que ocurre en la Argentina forma parte de una tendencia global. 

Ni la derrota del kirchnerismo, ni su contracara: el triunfo circunstancial del macrismo, es fruto exclusivo del complejo tejido socio-cultural, político y económico de la Argentina. Tampoco completamos la explicación atendiendo a la situación en clave regional. Lo que ocurre en Argentina es la ilustración de un conjunto de circunstancias que afectan el actual momento histórico en una variedad de maneras a todas las sociedades del globo. 

Una genuina comprensión de la especificidad del devenir nacional en todas las áreas antes mentadas, y los peligros que la actual configuración y equilibrio de poder en Argentina depende de la compresión que tengamos de lo que está ocurriendo globalmente. 

La cuestión social

Un espejo donde buscar una explicación de lo que está pasando en el país es Europa. Y el tema específico en donde esto se ve con más claridad es en la llamada cuestión social. La reciente historia social del continente permite reconocer tendencias y orientaciones básicas (contestadas por los movimientos populares, a despecho de la complicidad de la izquierda institucional) con plena vigencia empírica y normativa en la Unión Europea.

Uno podría pensar que lo “social” está ausente en Europa o ha sido empujado a los márgenes. Esto es así porque tendemos a pensar el neoliberalismo con presupuestos erróneos. 

El neoliberalismo, a diferencia del liberalismo clásico, se caracteriza por haber modificado de raíz la pretensión originaria de construir un estado mínimo. El Estado neoliberal está lejos de ser un pequeño Estado. Es un Estado tan “sobredimensionado” (si así quisiera explicárselo) como el Estado social, pero con una orientación radicalmente contrapuesta. 

Mientras que en el segundo caso, la función del Estado consiste en proteger a los miembros más débiles de la sociedad, poniendo freno a las tendencias depredadoras del mercado y aplicando respuestas a las crisis que produce; el Estado neoliberal se dedica fundamentalmente a modelar las estructuras normativas del estado con el fin de aumentar los rendimientos globales de la economía de mercado. Es decir, el Estado neoliberal tiene el propósito, por ejemplo, de flexibilizar el mercado de trabajo para aumentar el rendimiento del capital, o transformar el régimen impositivo con el fin de beneficiar a los actores más poderosos.

Eso es justamente lo que hacen las autoridades europeas en todos sus estamentos: erosionar el derecho de trabajo y debilitar a los sindicatos, no solo dejando de proteger los derechos adquiridos, sino destruyéndolos de manera sistemática. 

Esto se logra, no solo a través de la implementación de políticas económicas contingentes, sino a través de una transformación radical del edificio normativo, con repercusiones judiciales de largo alcance que aseguran (previsibilidad) al capital frente a las pretensiones (juzgadas abusivas) de los trabajadores en sus convenios colectivos.

En Europa, fue la complicidad de la izquierda al facilitar la edificación de ese sistema normativo, restrictivo en derechos y regresivo en términos salariales, lo que acabo destruyendo el potencial transformador de una sociedad movilizada, aprisionada ahora con el chaleco de fuerza de una red de leyes y normas jurídico-administrativas que convierten en estériles todos los reclamos.

La alternativa argentina

En Argentina, el edificio normativo que pretende imponerse está en ciernes. El massismo, algunas de las corrientes del Pj y el randazzismo son el equivalente en el país de esa izquierda europea cómplice que, al construir la cárcel social normativa, facilitó el nuevo encarcelamiento de las fuerzas populares que buscan una alternativa al destino que se les impone.

A dos años del "golpe electoral" de la extrema derecha argentina, la única alternativa viable para evitar la consolidación de un proyecto neoliberal cuyo posible fracaso anuncia el ascenso de opciones neofascistas (y no el regreso de opciones progresistas como suponen algunos ingenuamente) es un bloqueo legislativo que impida que las políticas contingentes se enquisten en el ADN del cuerpo normativo, naturalizando la injusticia social legalizada.

Por ese motivo, el llamado "peronismo responsable", el que dice haber acompañado al gobierno de manera equilibrada, y el "massismo constructivo", que firmó todas las leyes que necesitaba Macri para avanzar sobre los trabajadores y los más necesitados, han sido los más perversos síntomas de la derrota popular. 

La frase: “Les votamos las leyes que necesitaban para gobernar”, no es otra cosa que la confesión de ser parte de un mismo proyecto restaurador en Argentina. La alternativa pulcra que mutará en establishment neoliberal plenamente funcional cuando se agote la bestialidad del ajuste y la sociedad exija un cambio que las élites maquillarán con una nueva fachada inane de "liberalismo social" frente al daño ya acometido.

La elección de Alberto Fernández como jefe de campaña de Florencio Randazzo (hasta la fecha) muestra que existe un pretensión de nuevo ciclo. Un acuerdo de lista única, refutaría mis pretensiones (al menos en parte). 


Sin embargo, por el momento, de manera análoga a lo ocurrido en la época menemista, y de modo semejante a lo ocurrido con el socialismo europeo en los años de gloria de un neoliberalismo engordado con el capital originario hurtado a los pueblos, Massa y Randazzo representan la promesa firme de colaborar en la consolidación del proyecto de Cambiemos, eso sí, con otras siglas. 

UN MACRISTA EN BARCELONA



El otro día conocí una pareja de argentinos en Barcelona, en una cafetería en Enric Granados. Cuando escucharon mi acento argentino iniciaron una conversación. Yo estaba sentado con mi mujer en una mesa próxima a la de ellos.

Me contaron que su hija había decidido estudiar en Barcelona, y ellos estaban en la ciudad, entre otras cosas, para preparar su estadía.

Me hablaron largo rato acerca de las ventajas de Barcelona, una ciudad maravillosa. Pronto estuvieron comparándola con Buenos Aires y Argentina en general. Contrastando la seguridad y la inseguridad de una sociedad y otra, de la gente civilizada y los bárbaros de nuestro país. Argentina, me dijeron, se ha vuelto insufrible. Imaginé cuales podían ser sus simpatías políticas, pero no quise adelantarme. Los escuché.

Según el hombre, la desgracia argentina había sido el kirchnerismo. Pero Macri (decía) había salvado al país de convertirse en Venezuela o en Cuba. (Según él) ahora teníamos la oportunidad de acabar para siempre con el peronismo. Pero para eso había que tener valor y meter presa a Cristina y acabar con La Cámpora. Para lograrlo (señalaba) había que educar al pueblo ignorante y aplicar mano dura.

"¡Basta de vivos! ¡Basta de corruptos! El país necesita transparencia" (vociferaba).

Según él, ahora podemos ser parte del mundo. Macri es la esperanza (dijo el hombre). Por supuesto (reconoció) hay muchos obstáculos. Lo importante es dejarlo hacer. Aceptar los sacrificios que conlleva convertirnos en un país serio (e hizo un gesto abarcando con un gesto el continente europeo.

"¡Hay que terminar con las mafias!" (sentenció contundente)

Habló de Baradel, de los sindicatos, de los ñoquis kirchneristas, de los abogados laboralistas, de López, de Vido y Jaime, las causas de Hotesur, del asesinato de Nisman y el acuerdo con Irán. Dijo varias veces la palabra "populismo", e incluso se las arregló para hablar de la elegancia de Juliana Awada y de Lilita Carrió.

Después, me informó, de manera condescendiente, que Macri admiraba Barcelona y que la tenía como modelo mientras era Jefe de Gobierno en CABA. Enumeró los logros del presidente en aquella época, sin hacer referencia al subte o al abultado endeudamiento que dejó tras de sí.

Porteño de toda la vida (confesó), estaba harto de la delincuencia y los inmigrantes.

"Mano dura", volvió a decir, y dio un golpe sobre la mesa en sincronía. Acompañó su reclamo con el relato morboso de varios asesinatos siniestros ocurridos en las últimas semanas.

"No son chicos, son monstruos, tienen que ir todos en cana. La culpa de todo esto la tiene Zaffaroni", dijo el hombre refiriéndose al debate sobre la baja en la imputabilidad que en estos días enciende a los argentinos.

Escuché su diátriba pacientemente. Cuando el hombre acabó de despacharse, me tocó decir algo.

Intenté explicarle que la Barcelona que él tanto admiraba se caracteriza por haber votado contra los gobiernos del ajuste que hoy gobiernan España (y Europa) en general. La coalición gobernante es lo mejor de un proyecto ciudadano que responde con reconocimiento, redistribución y cosmopolitismo a la crisis global desatada por la financiarización de la economía y los efectos de la guerra, los refugiados y la xenofobia rampante que aqueja a todas las sociedades nord-atlánticas.

Entonces noté que la mención a los derechos humanos, la referencia a la actitud distintiva de la ciudad frente a los refugiados y a los inmigrantes, y la condena a las políticas de ajuste y la protección social de las autoridades locales frente a los abusos corporativos, le incomodaban. 


¿Se dan cuenta entonces que lo que admiran aquí es justamente lo que están intentando destruir en Argentina? (pregunté)

El hombre se acomodó en la silla y, con gestos evidentes de enfado, me contestó que "yo no entendía nada".

"Argentina es diferente. Usted no entiende porque no vive en el país. Desde aquí es fácil. Pero no hay punto de comparación. Los inmigrantes están destruyendo el país. El narcotráfico y la delincuencia son una plaga. ¿Usted sabe que los hospitales públicos de Buenos Aires se llenan de inmigrantes que van a hacer turismo médico? ¡Que se vuelvan a su país! Además no nos quieren. ¿Qué tengo que ver yo con un boliviano o un paraguayo?"

"De los derechos humanos no me hable. Son un curro de oportunistas y resentidos", sentenció. Su mujer asentía a todo lo que decía su marido con gesto compungido.

Sin embargo, en algún momento nuestras miradas se cruzaron. Ella frunció el labio en un gesto que transmitía incomodidad e incluso vergüenza. Quizá le avergonzaba el tono patotero y xenófobo que había adquirido el discurso de su marido. Cuando el hombre acabó con su relato, jadeaba.

Le sonreí sin mediar palabra. Le pregunté si me permitía invitarles alguna otra cosa: un café o una cerveza. Me dijo que "no" de manera rotunda. Le hizo un gesto al camarero para que le trajera la cuenta, y me dio la espalda.

Llegó el camarero. El hombre pagó la cuenta, y se fue apurado sin saludarme. Su mujerlo lo siguió detrás. A los pocos pasos se volvió y me dedicó una mirada apenada.

NO ME DIGAS QUE SOMOS UN PUEBLO

Milei viaja a España para apoyar a la extrema derecha, a esa derecha franquista y neoliberal que busca derrocar al gobierno de Pedro Sánchez...