PESADILLA SOLIPSISTA Y PORNOGRAFÍA DE CLASE MEDIA


La pandemia acelera su expansión. En España, desde mi última entrada, los contagiados confirmados se han multiplicado por dos (57.627), también los fallecidos (4.369). Los matemáticos sostienen que los datos son falsos respecto a los contagiados, y hablan de medio millón de personas con el virus en el cuerpo.

También las reacciones políticas a la crisis actúan como un corrosivo para la esperanza. En el terreno, el Estado está tomando las decisiones de siempre. Los más vulnerables no recibirán la ayuda que necesitan. La prioridad es salvar los negocios del sector privado, incluso ahora, cuando se encuentran sus estamentos gerenciales ya en plena fiebre de despidos y recortes.

El gobierno de Sánchez cometió errores infantiles. Al comienzo, cuando todos los signos apuntaban a que la epidemia se expandiría impiadosa en el territorio, y los especialistas globales conminaban a tomar acciones decididas para contener los contagios, las decisiones no llegaron. Timoratos, rezaron a sus santos predilectos y dejaron que el virus campara a sus anchas. 


Después, hubo rectificaciones, se movilizaron los (escasos) recursos del Estado neoliberalizado para afrontar la crisis, y se coordinó una acción conjunta a nivel estatal, pese a la oposición férrea de la derecha, los nacionalistas y los independentistas regionales. 

Pero, a continuación, volvió a ponerse en evidencia la ineficiencia generalizada. Sin ir más lejos, hace dos días, se descubrió que la esperada compra de pruebas que el gobierno había hecho a China había resultado un fraude. Ante la inutilidad de las pruebas, el gobierno chino emitió un comunicado indicando que España, en su apuro negligente, había comprado el material sanitario a una compañía sin licencia. Bochorno. 

La confianza ciudadana en sus líderes políticos se deteriora con cada día que pasa. Las odas a una reconstrucción que inauguraron la retórica gubernamental frente a la crisis rápidamente han caído en saco roto. Es cierto que no es responsabilidad exclusiva del ejecutivo español, el fracaso es también de la Unión Europea en su conjunto, que con su actitud (análoga a la que mostró frente a la población griega en su momento), da la razón a los euroescépticos, y confirma la «razonabilidad» del desencanto británico que condujeron al Brexit.

Italia continúa en su batalla, multiplicando contagiados y sumando muertos. La Unión Europea, en todo el proceso, ha sido como un familiar egoísta que prefiere mirar hacia otro lado para evitar afrontar la responsabilidad que exige la solidaridad. La alternativa para Italia ha sido pedir ayuda a Rusia, a China y a Cuba, nada más y nada menos, dejando a los fanáticos liberales con la boca abierta al comienzo, y con las mandíbulas apretadas a continuación.  

De este modo, el fracaso de Europa es atronador. Por su parte, España ha pedido ayuda a la OTAN, una organización trans-continental (Estados Unidos y Gran Bretaña llevan la voz cantante) poniendo otra vez en evidencia los endebles residuos de la «identidad europea» posbrexit. La respuesta de los gobiernos de los Países Bajos y Alemania ha sido contundente frente a los pedidos de auxilio en las últimas horas de los países más afectados. Rechazo de cuajo a cualquier medida extraordinaria. «Vuestros ciudadanos», parecen decir, «no son asunto nuestro» - y con ello han dejado en claro la motivación de los pioneros del Tratado de Maastricht.

Mientras tanto, las redes sociales se llenan de pornografía de clase media. Cada uno elige el escenario idílico que mejor le convenga, en su casa o apartamento, para mostrar la manera cool con la que enfrenta la tragedia. Mientras la gente se muere o lucha por su vida en UCIs y hospitales de campaña, y miles de millones de pobres se enfrentan al virus hacinados y desnudos, instructores de yoga, meditadores, expertos del mindfulness, diletantes literarios, famosos y personalidades de culto del arte, el entretenimiento, la cultura o el deporte, junto con youtubers y vendedores de humo, salen a la palestra para mostrar al mundo las «artes» de la buena vida. Al final, lo que cuenta en cada caso es la motivación detrás de estas explosiones de exhibicionismo y comunicación digital.

Lo cierto es que, entre la fe en un mañana más justo y la pesadilla solipsista, hay solo el espacio que separa a una inhalación de una exhalación, un chasquido.

El miedo suele ser un ingrediente imprescindible para agigantar nuestras tendencias egoístas y egocéntricas. Es cierto que también puede sacar lo mejor de nosotros mismos. Pero nada garantiza que la promesa de «otro mundo posible» no se abandonará por la distópica pesadilla de un mundo en el que cada uno encuentre su propia solución individual. Para evitarlo, habrá que enfrentar, no solo a «ellos» (a los que mandan), sino también a nosotros mismos (los que aterrados ante el peligro, obedecemos a nuestros más bajos instintos). 

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