RATTAZZI Y EL TONTO DE OLIVOS


Sobre el COVID-19 y la doctrina del shock

Cada país manifiesta sus propios síntomas culturales cuando le toca enfrentarse a la pandemia. En las últimas entradas he hablado de España, en donde, junto con Italia, el COVID-19 se está cebando de manera agresiva con los ancianos.

Algunos epidemiólogos e infectólogos, como Oriol Mitjà, han sido contundentes. La epidemia podría haberse evitado, pero la falta de previsión está haciendo estragos. A esta hora, las proyecciones son preocupantes. Los casos confirmados ascienden a casi 12.000, pero no hay dispositivos disponibles para realizar pruebas masivas a la población, por lo que, se calcula, deben haber cerca de 100.000 infectados bajo la punta del iceberg. Mientras tanto, las UCIs del país se preparan para recibir una oleada de casos graves, con escasez de recursos y personal. La sanidad española está reclutando residentes y estudiantes. 


En este escenario de catástrofe, no faltan los darwinistas sociales que reclaman que los Estados dejen de intervenir y permitan que la «mano invisible» de la biología descarte a los más débiles y el resto continúe con sus vidas normalmente. En Linkedln, la plataforma laboral corporativa, he leído a numerosos usuarios defendiendo la política de Boris Johnson de permitir que el virus campe a sus anchas con argumentos análogos: el remedio es peor que la enfermedad, «la sensatez consiste en permitir la autorregulación económica y sanitaria». Neoliberalismo a tope.

La posición no es minoritaria. Son muchos los que creen, pese a las advertencias de la mayoría de los expertos de que lo que estamos viendo está lejos de ser el climax de la epidemia, que la reacción social es exagerada, y muchos otros los que ven en la ingeniería social diseñada por los gobiernos en todo el globo signos de una voluntad política autoritaria.

Indudablemente, el COVID-19 nos enfrenta a cuestiones de este tipo: (1) ¿qué relación existe entre la realidad, lo imaginario y lo ficticio de la pandemia?; o (2) ¿No son las prácticas de control de seguridad, territorio, población, como dice Foucault, una prueba de la dimensión biopolítica de la crisis?



Por otro lado, acecha el peligro de que la retórica estatal y los paquetes de medidas que comienzan a articularse para paliar la crisis en el terreno económico y social muestren otra vez la asimetría oligárquica que ha prevalecido en las últimas décadas en el mundo y la crisis se convierta en otra oportunidad para el saqueo de lo común. 

A estas horas, sin embargo, el gobierno de Pedro Sánchez en España, está lanzando un «programa de reconstrucción» que podría suponer un golpe sustantivo a la ortodoxia neoliberal en el país. Veremos qué pasa. Mientras tanto, en Argentina, el gobierno de Alberto Fernández abandona definitivamente cualquier miramiento hacia las obsesivas exigencias heredadas de intransigencia fiscal, pone en cuarentena la discusión sobre la deuda, y se embarca en un programa de inversión social de gran envergadura que pone nuevamente la agenda «keynesiana» en el orden del día. 

Sin embargo, más allá de todas estas cuestiones concretas relativas al COVID-19 que hemos de enfrentar con urgencia para evitar que el estado de shock se convierta en otra ocasión de vampirismo capitalista, tenemos que enfrentar la retórica cultural que nutre los imaginarios sociales neoliberales en los que (1) la pseudo-ciencia de la economía ortodoxa, esa extraña combinación de ética hiper-individualista y neoconservadurismo, (2) la meritocracia corporativa y (3) el darwinismo social que asoma la nariz promoviendo exclusiones masivas y eugenesia social en cada crisis, obstaculizan una política que ponga fin al ajuste y reemprenda un modelo económico inclusivo.

Rattazzi

Cristiano Rattazzi es un personaje conocido en la Argentina. Bufonesco y obcecado en su ideología, el presidente de la FCA Automóviles Argentina es la cara más visible y «resistente» del empresariado macrista en los medios y de los patoteros mediáticos que le hacen coro. 

Defiende a capa y espada, pese a la evidencia que supone la catástrofe económica y social que vive el país, y el endeudamiento astronómico que constriñe los horizontes de crecimiento futuro creado por la negligencia «cambiemita», las medidas promovidas por el anterior gobierno, respondiendo a las denuncias de corrupción sistemática que acechan judicialmente a la mayor parte de los funcionarios de la coalición PRO-Cambiemos con la excusa de una «legalidad» construida a base de testaferros y triquiñuelas jurídicas de escasa o nula moralidad.

En su alegato contra el gobierno de Alberto Fernández, Rattazzi exige compensaciones para sus empresas, al tiempo que patalea por la «montaña» de impuestos que pesan sobre las mismas. En un caso evidente de falta de lógica formal, los silogismos de Rattazzi, como los datos arbitrarios a los que se refiere para defender sus tesis, ni siquiera son dignos de refutación, especialmente cuando sus afirmaciones ya han sido rebatidas en numerosas ocasiones por los especialistas
. Él insiste en esgrimir sus argumentos en todos los foros a los que se lo convoca invocando datos falsos, estadísticas revueltas y fraudulentas, y afirmando axiomas alejados de cualquier criterio moral sustantivo.

Sin embargo, para Rattazzi, el coronavirus también es una oportunidad. El problema es que él cree, como en la crisis del 2008, que la pandemia tiene que servir al capital para imponer otro ciclo de autoexpansión basado en la sobreexplotación y la profundización del ajuste. 


Para el empresario, el COVID-19 tiene que traducirse en una bajada de impuestos a los más ricos entre los ricos, la eliminación de subsidios, recorte en el gasto social, todo esto - nos dice - para emprender una transformación épica del país que permita «a la gente (finalmente) ganar plata haciendo cosas útiles, para ellos y el país». Por ese motivo celebra al coronavirus concibiéndolos como un momento excepcional para hacer las cosas de un modo diferente, «porque así - sentencia - no vamos a ningún lado». 

Cara oscura del shock, Rattazzi vuelve a insistir con el vetusto discurso del cambio que propusieron en su momento Macri y sus aliados, el cual, al traducirse en medidas concretas, nos condujo al descalabro en el cual vive actualmente el país. 


Lo cierto es que, una y otra vez, enfrentados a las consecuencias regresivas que imponen los saqueos y la sobreexplotación que promueven los gobiernos neoliberales, la solución que se exige, de un lado y otro de la frontera ideológica, es más intervención estatal, políticas expansivas e inversión. 

La diferencia, en todo caso, es que los Rattazzi de turno que publicitan las usinas comunicacionales de la derecha económica y política del país, quieren convencernos de que la obligación de contención del Estado debe estar dirigida exclusivamente a garantizar, por medio de pingües ayudas y subsidios, a las élites empresariales y corporativas, a expensas del resto.

Y el tonto

Leí la noticia en La Vanguardia de Barcelona. Un preparador físico argentino de 40 años, quien había regresado al país de EE.UU. unos días antes, le dio una golpiza al guardia de seguridad del edificio del barrio de Olivos donde vive cuando el vigilante le reprochó que no había respetado la cuarentena.

Las imágenes de la cámara de seguridad capturaron la brutal agresión del individuo, que acabó quebrándole la nariz al guardia y enviándolo al hospital. Horas después, por iniciativa del propio ministro del Interior, la policía dio con el hombre, quien fue, primero, detenido
 y, luego, confinado en su casa bajo custodia policial, sujeto en el futuro a la condena correspondiente por los delitos de agresión y haber infringido el decreto del poder ejecutivo que exige la cuarentena obligatoria a todos los individuos llegados desde el exterior, especialmente procedentes de zonas de riesgo. 

El presidente Alberto Fernández fue contundente con el preparador físico. En una entrevista se refirió al «cheto» («pijo» en España) y aseguró que sería inflexible con todo aquel que violase la cuarentena. Concluyó:

«Estoy buscando donde vive ese señor para ir a encerrarlo personalmente, para que todos entiendan que no se puede jugar de ese modo, no se puede ser tan estúpido y no darse cuenta del riesgo en el que ponen a la gente».

Un hilo invisible se tiende entre personajes bufonescos como Rattazzi y el tonto de Olivos. Los une un desprecio similar por la vida del prójimo, y la prepotencia que les otorgan sus respectivos privilegios. Uno es millonario y el otro es musculoso. Ambos explotan su poder circunstancial despreciando los anhelos y necesidades del resto. Ambos, Rattazzi y el tonto, comparten una visión del mundo en la cual lo único que cuenta son ellos mismos.

La sociedad tendrá que decidir qué tipo de oportunidad supone la pandemia: 


1. La que nos propone Rattazzi y los neodarwinistas sociales del sálvese quien pueda, quienes exigen subvenciones y ayudas para sus empresas, al tiempo que desprecian los derechos y necesidades de los trabajadores y los millones de excluidos que el propio sistema, ineludiblemente, fábrica; 

2. O, por el contrario, la que defienden aquellos que imaginan, al decir «otro mundo es posible», una sociedad en la que no sobra absolutamente nadie.

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