LO QUE NOS UNE ES LO QUE NOS SEPARA. Respuesta a una carta abierta a Mauricio Macri



La carta abierta apareció primero en las redes sociales. Sin ninguna mala intención por nuestra parte, la copiamos y las subimos a nuestro blog.

En la primera versión de este post aparecía el texto, con el nombre y apellido de su autor y el texto que sigue a continuación.

A los pocos minutos, el autor de la carta abierta nos pidió amablemente que la removiéramos, y así lo hicimos.

Lamentamos sinceramente los inconvenientes que pudiera haberle causado.

De todas maneras, habiéndose la carta publicado anteriormente en las redes sociales, con su firma y en un espacio pensado justamente para que pudiera ser replicado y respondido, no consideramos en modo alguno que nuestra publicación pueda reprocharse éticamente.

Los contenidos volcados públicamente en las redes sociales vienen acompañados con el asentimiento implícito de su reproducción. A continuación publico exclusivamente mi respuesta. Vuelvo a reiterar que lamento el malentendido con el autor de la carta.

Querido amigo. 

Te agradezco mucho que te hayas tomado el trabajo de escribir esta carta abierta al nuevo presidente Mauricio Macri. Sin embargo, creo que al hacerla pública no sólo la dirigís al presidente electo (en breve nuestro nuevo Jefe de Estado), sino que con ella nos interpelás a todos. Por esa razón, quisiera contribuir con algunas ideas a tu misiva.

Comenzaré con el análisis de la situación que vive Argentina y las razones del triunfo de Macri, no porque quiera poner en cuestión dicho triunfo (el cual respeto simplemente porque es la decisión del pueblo soberano) sino porque tu análisis es estrecho, descontextualizado.

Como bien sabés, la descontextualización es la madre del cordero. Cuando prestamos atención a un objeto sin ver el marco en el cual se produce, generalmente fallamos en nuestro diagnóstico.

El triunfo de Macri se da en un contexto mundial particular. No es casual que las fuerzas neoconservadores y neoliberales avancen al unísono, no sólo en Latinoamérica, sino también en Europa y en los Estados Unidos.

El avance de la ultraderecha en Francia que se enfunda en el marco de la hegemonía neoconservadora y neoliberal del Partido Popular Europeo, y la radicalización del Partido Republicano en los Estados Unidos que mueve todo el tablero hacia la derecha de la derecha, no son datos menores.

Mientras nosotros reabrimos la discusión sobre el ALCA, y coqueteamos con desarmar el Mercosur a favor de la Alianza del Pacífico, quienes vivimos políticamente comprometidos por la lucha de los pueblos en Europa, nos enfrentamos a las amenazas de la firma (por debajo de la mesa) del TTIP. 

Por lo tanto, dudo que las razones del triunfo de Macri puedan leerse exclusivamente en términos locales.

Ni los movimientos a favor de la universalización del voto a comienzos del siglo XX, ni los movimientos de masas que expresó el Peronismo, ni la revolución libertadora, ni la Dictadura militar, ni el alfonsinismo, ni el menemismo, ni el delarruismo, ni el kirchnerismo, son fenómenos ajenos a los momentos históricos que vivió el mundo en cada una de estas etapas.

Por lo tanto, deberíamos mantenernos atentos a estos marcos, a los cambios en nuestros imaginarios locales y globales, a los avances del poder corporativo en el planeta, a las diversas resistencias que se articulan en el mundo, y ser conscientes que nuestras decisiones nacionales y regionales tienen una dimensión global ineludible.

En segundo término, el país no es sólo un terreno “fértil”, como en repetidas ocasiones te escuché afirmar, sino plenamente productivo. Las condiciones con las cuales se encuentra el macrismo son excepcionales (si pensamos en ellas en su contexto, por supuesto).

No nos olvidemos: estamos viviendo una reseción global. La crisis de las subprime y sus secuelas no se ha difuminado en el aire.

Los programas de ajuste son tremendos.

Aquellos que vivimos con los "ojos abiertos" en la Europa del ajuste y los atentados terroristas, del desempleo, los refugiados y la xenofobia, sabemos que el nivel de sufrimiento social es extraordinario y que las polarizaciones políticas e identitarias que esto suscita desborda a la ciudadanía, la cual se encuentra confundida y paralizada frente a la debacle que paulatinamente va desarmando los empoderamientos locales.

La confusión y la parálisis ha dado lugar al saqueo del esfuerzo colectivo, a la privatización de lo público, al desgüace del estado del bienestar.

Pensar de espaldas a esta situación es miope.

Un país desendeudado, que ha sabido recuperar infraestructuras cruciales, que ha tendido caminos, que ha cultivado los recursos humanos imprescindibles para el crecimiento de una alternativa económica a la mera producción de materias primas, que ha beneficiado el tendido de nuevas formas de comunicación social, que ha empoderado una comunidad y ha recuperado los valores identitarios sin caer en el chauvinismo, me parece que debe ser, no sólo valorado, sino reconocido por la actual administración.

Sin embargo, querido amigo, a algunos de nosotros nos parece que esa no es la actitud que el macrismo y la oposición ha mantenido durante los últimos años, y de ningún modo es el talante que ha transmitido a la ciudadanía en las últimas semanas.

Viví en Argentina durante cuatro años, y puedo asegurarte que no exagero cuando digo que me encontré con un país con una oposición que manufacturó su identidad recurriendo al odio y al resentimiento.

De ningún modo comparto la estigmatización solapada que hacés del gobierno de Cristina Fernández de Kirchner.

Muy por el contrario, estoy convencido que es una manera sesgada de quitarse de encima responsabilidad. La grieta no la inventó el kirchnerismo. Toda la imaginería mediática opositora fue una oda a la mala educación, a la ausencia del respeto en la convivencia democrática.

Si te tomaras el trabajo de volver hacia atrás y escuchar los discursos diarios que han alimentado a la población a través de los medios de comunicación dominante, reconocerías que la lógica de la confrontación no ha sido precisamente una práctica exclusiva del gobierno kirchnerista.

Todo lo contrario, la facilidad con la cual se ha insultado, maltratado, estigmatizado, perseguido a quienes piensan que los gobiernos de Cristina Fernández de Kirchner y de Néstor Kirchner merecían su  apoyo ha sido sistemática.

En ciertos círculos muy próximos al núcleo del macrismo, el silenciamiento al pensamiento entonces oficialista ha sido la norma. Los extraños ataques a Página12 en los últimos seis días y la nula repercusión pública del asunto en los medios corporativos es una prueba que la genuina libertad de expresión no está entre los valores que defiende la fuerza política en la cual ponés tus esperanzas. 

Por lo tanto, me parece que no es justo decir que el macrismo entra en el juego del pasado.

El macrismo se ha alimentado del odio, del revanchismo, desde el comienzo y ha crecido a partir de esa confrontación.

Y las últimas semanas han mostrado claramente que detrás del posmo-budismo que el macrismo promueve, lo que se intenta es desempoderar y borrar de la historia estos años de gigantescos logros.
  
Pero cualquiera que tenga una pizca de memoria sabe que esto no es un fenómeno nuevo.

Ese fue el proyecto que impulsó la Libertadora a partir del 55 (olvidar a Perón), y lo que pretendió el Proceso de Reorganización Nacional a partir del 76 (hacer desaparecer las revueltas populares de los '60 y los '70): borrar el pasado, borrar las luchas populares, refundar el país.

No es casual que se haya buscado horadar el traspaso, que hayamos tenido durante doce horas un presidente que nadie votó, tratando de repetir como en un espejo invertido el fracaso de la democracia en el año 2001.

Por esa razón, no creo que no tenga importancia la entrega de los atributos.
La tiene: porque el presidente entrante, en una democracia funcional, debería saberse un presidente normal, elegido en unas elecciones normales, que recibe normalmente los atributos del poder...

Esa democracia normal podría existir. 

Pese a los gritos de fraude que se han repetido incansablemente desde el primer día y en cada convocatoria electoral por una oposición suspicaz, este gobierno devolvió a la democracia su normalidad.

Pero el nuevo gobierno no quiere normalidad, porque pretende una refundación del país. Tiene que hacernos creer que su administración es, como vos decís, "una oportunidad". 

Todos los ejes, desde la política de los derechos humanos, pasando por la política internacional, la política educativa, económica, laboral y social, están en cuestión. Se trata de un cambio de paradigma radical.

El problema es que las elecciones se ganaron con un 2% de diferencia y en segunda vuelta, y por tanto, no hay espacio político para una transformación tan radical sin producir un quiebre institucional, y es allí donde acabamos como estamos, con la manifestación clara de un país quebrado. Van a hacer lo posible por judicializar la política, por defenestrar el pasado. 

No porque Macri "entró en el juego", sino porque Macri quiere jugar ese juego, porque lo alienta y lo promueve. 

Por esa razón, creo que no podés pedirle a los kirchneristas que bajen las banderas, que abandonen sus reivindicaciones y dejen de pelear por sus convicciones. Ahora el kirchnerismo es oposición. 

Lo que te ofrezco por mi parte es una oposición muchísimo más digna de lo que nunca fue la oposición al kirchnerismo, pero, por lo que a mí me toca, no permitiré que nos pasen por arriba. 

El macrismo tiene una Corte Suprema adepta (como la tuvo Menem) unos Tribunales cortados a su medida, los medios de comunicación lo apoyan incondicionalmente. Son parte de su aparato de campaña y de gobierno. La derecha internacional está saltando en una pata. Y los lobbies de las multinacionales ocupan puestos en los mismos ministerios.


El "posmo-budismo" macrista, el cosmpolitismo cool que combina el odio y la buena onda en las redes sociales, nos pide que nos quedemos en el molde. 

Nosotros les respondemos que la democracia no empieza ni termina con ningún gobierno.

La democracia no es solamente elecciones, sino la práctica cotidiana de los pueblos en la búsqueda de una justicia social que se pisotea todos los días y que estamos obligados a defender. 

Esa búsqueda de justicia política y social no puede ser acallada ni comprada. 

Ustedes votaron a Macri.

Nosotros aceptamos los resultados y nos adaptamos a nuestro rol en esta nueva etapa: somos la oposición. 

Esto es lo que nos separa. 

Lo que nos une es la política 

De eso se trata la democracia


EL PODER Y LA GLORIA. Sobre los atributos y la legitimidad política.


Las transiciones ponen de manifiesto la debilidad de la legitimidad política de las democracias seculares modernas. Sin un Dios o algún otro fundamento, como la ley inmemorial o la constitución en un tiempo original, la legitimidad de los números es esquiva y la gobernabilidad la principal preocupación de las autoridades electas.

En este sentido, sólo me referiré tangencialmente a la telenovela de los últimos días en torno a los atributos presidenciales. Lo que me interesa, en todo caso, es explorar el tema del carisma que tanta gravitación tiene en nuestra geografía política, no sólo entre los populistas progresistas, sino también entre los candidatos de la nueva derecha, conservadora y liberal, como el mismo Mauricio Macri, quien ha sido sobre-caracterizado por uno de sus periodistas afines como una suerte de “Mandela argentino” (más allá del ridículo que supone semejante descripción) al tiempo que se lo define como una suerte de "restaurador" de un orden institucional republicano perdido, pese que ni en el distrito que gobernó (CABA), ni en sus primeras expresiones antes de asumir su rol como Jefe de Estado, haya dado muestra alguna de semejante talante. 

Muy por el contrario. Pareciera que Macri pretende poner entre paréntesis el orden institucional (en una suerte de "estado de excepción blando") con el propósito de retrotraer la política argentina (en la medida de lo posible) al status quo anterior al 2003. El propósito, según él mismo deslizó antes de las elecciones presidenciales de octubre, es borrar al Kirchnerismo de los libros de historia, convertirlo en una mera nota a pie de página.

Como señaló Cristina Fernández, la discusión en torno a los atributos esconde otra preocupación más profunda: la de la imagen de autoridad que pretende el presidente electo. A diferencia de Néstor Kirchner, cuya tarea fue restituir la figura presidencial después de un fracaso rotundo de la legitimidad política sufrida en la debacle de 2001, Macri es un presidente normal, que surge en unas elecciones normales, en circunstancias normales. La situación argentina es como la de cualquier país democrático del mundo. El contexto no es el más favorable debido a la profunda crisis multidimensional que azota a todo el globo, pero, en términos relativos, los recursos disponibles son envidiables. Prueba de ello es el sintomático (aunque también preocupante) entusiasmo internacional  suscitado por el cambio de gobierno: “hay torta para repartir”.

Todo eso significa que el macrismo tiene que hacer frente a una realidad. Los votos no alcanzan a la hora de consolidar un liderazgo político. La democracia, entendida de manera estrecha (como mera tramitación electoral) no es suficiente. Se necesitan otros aditamentos. En palabras de Agamben: "el poder y la gloria", las liturgias, los gestos sacramentales, las fuentes de legitimidad más allá de la desnuda mundanidad y el beneplácito popular frente a la gestión cotidiana. 

El kirchnerismo fue definido por sus seguidores como una anomalía (y lo fue en gran medida), aunque fruto de una historia que es posible rastrear genealógicamente para descubrir su lógica interna. Su personalidad es fruto combinado de voluntades y exigencias coyunturales. Argentina exigía una refundación. De este modo, el Kirchnerismo supo convertirse en heredero de una estirpe de gloriosas resistencias populares, imponiendo a través de ella su propia trascendencia (la "historia" tan mentada) y sus ceremonias de consagración. El macrismo está obligado a crear una ruptura en el tiempo (presentándose a sí mismo como una refundación) o aceptarse como heredero institucional de un ciclo fundado por el kirchnerismo.  

La respuesta de Cristina ante el desplante del presidente electo es interesante. Primero, porque pese a la enorme importancia que concede la mandataria a la escenificación del poder a través del contacto transparente con el pueblo, le ha señalado que no son los atributos (el lugar y la hora de la asunción: el bastón y la banda) los que le permitirán realizar plenamente lo que consiguió en las urnas: la autoridad política, sino la eficaz administración del estado para ganarse el favor del pueblo. 

De esta manera, se da la paradoja que Cristina Fernández (la presidenta populista) le señala al capo de los CEOs, cuyo discurso gira, precisamente, en pretender superar la política de las emociones y los gestos vacíos,  que preste atención a la gestión. No será a través de ceremonias que tendrá el beneplácito del pueblo, sino a través de la seria administración del Estado que ahora debe conducir. 

La bronca de Macri es sintomática. Pone de manifiesto lo que hay detrás de la pretendida transparencia zen que el periodismo adicto le ha endilgado estos días: una cuidadosa puesta en escena, una liturgia mediática que se alimenta, como en un espejo convexo, de la más pura concepción de la política en términos de confrontación. 

Hasta allí las odas al consenso. Hasta allí la pretensión de ir más allá de la grieta. Como dijo Cristina: "hasta allí llega el amor". "El amor después del amor" es la ley, la institucionalidad. Algo hacia lo cual el macrismo sólo tiene un respeto de boquilla: la disputa en torno a la continuidad de la Procuradora General del Estado, Alejandra Gils Carbó, y Martín Sabatella frente al Afsca lo demuestran con creces.



LA DESDIBUJADA OROGRAFÍA DE LA GRIETA





Deberíamos preguntarnos: ¿a qué se debe este enorme malentendido entre nosotros, esta grieta profunda que atraviesa toda la historia de nuestro país? Sólo la miopía histórica o el cinismo puede hacer creer a alguien que la última versión de esta pugna protagonizada por el Kirchnerismo es el origen de esta “eterna” disputa identitaria.

Por supuesto, podemos seguir echándonos los trastos a la cabeza los unos a los otros. Y es probable que eso sea lo que tengamos que seguir haciendo durante mucho tiempo.

Primero, porque la pugna entre nosotros es asimétrica. Ha habido anomalías, por supuesto, pero poniendo en la balanza las décadas y los siglos, la violencia de los poderosos (la violencia de las armas, pero también de las palabras cautivas) ha sido la gran triunfadora de la mayoría de las batallas. Y la prueba de ello es la desigualdad, crónica, brutal: la verdadera grieta que caracteriza a nuestra sociedad.

En segundo término, porque la política, mal que nos pese, incluso en el marco de los consensos mínimos, se caracteriza por la pugna agonística entre los contrincantes que escenifican la pluralidad de medios y de fines en una sociedad.

Incluso en casos como el nuestro, después de una década de éxitos notorios, de avances impensables en circunstancias extremas, de festejos genuinos por derechos conquistados, cada uno de esos logros, cada una de esas metas alcanzadas, cada milímetro ganado a la injusticia, puede convertirse en causa de nuestra propia sepultura. Así ocurrió en el '55, en el '76, en el '89, y aquí estamos.

Todo en la vida termina: también el ímpetu de las naciones, y el coraje de los rebeldes.

Por eso, más que nunca, toca hacerle frente a la adversidad con inteligencia. La adversidad requiere, no sólo voluntad y lucidez, sino también imaginación.

De este lado, quien puede dudarlo, están los explotadores, los amos, los victimarios, los opresores. De este otro, los explotados, los esclavos, los excluidos y expulsados, las víctimas, los oprimidos. Ese es el mundo en el que vivimos, el mundo con su grieta de hoy y de siempre. 

Ahora bien, más allá de las banderas políticas, más allá de las siglas partidarias, más allá de los reconocimientos superficiales de los unos y de los otros y las falsas lealtades, hay quienes luchan por una Patria Grande y un mundo más justo que nos incluya a todos.

Hay también quienes sólo piensan en salvar el pellejo o apropiarse de un privilegio a costa de los otros. Es aquí donde la orografía de esa grieta de la que tanto  hemos hablado en estos últimos años resulta ambigua, difícil de dibujar con precisión: los hay  de esta estirpe traicionera en todos lados, a la izquierda y a la derecha de las baterías, en el centro también y más allá. Los egoístas se pasean engreídos entre quienes explícitamente se vanaglorian de ser brutalmente eficientes e inescrupulosos, pero también se camuflan entre los que se resisten a la injusticia. Hay egoístas que pasan de todo y otros que se ufanan de servir a la humanidad. 

En estos días de transición le hemos visto la cara a muchos expresando con sus muecas la ambición que los anima.

Esa es también la historia de nuestra Argentina inmigrante: historia de socialistas convertidos en conservadores, de radicales convertidos en liberales, de peronistas reconvertidos al menemismo y de  dictadores convertidos en demócratas republicanos. Hay parias de todos los colores y de todas las formas.

Es la historia de un país que lucha por encontrarse a sí mismo, darle forma a una identidad más allá del folclore de su fútbol mundialista, su mate y su dulce de leche. Un país que todavía pugna por enumerar el canon de sus próceres. Un país desconsolado ante la paradoja de su retórica fundacional de libertad, igualdad y fraternidad, y sus cíclicas recaídas en la barbarie de la opresión, la explotación y la crueldad. 

Por supuesto, yo elijo a los desposeídos, a los explotados, a las víctimas. No me atraen las astucias y estéticas de los explotadores, ni su moral travestida: ilustrada, católica, budista o posmoderna. Yo no acompaño los proyectos eficientes a costa de la gente, ni los discursos del orden que afilan los instrumentos de la tortura.

Puede que nuestra vida humana sea sólo un instante de inteligencia fortuita en la inmensidad de la nada de un universo inerte y despiadado.

O, quizá, el obsequio de un Dios todopoderoso y bondadoso.

O, tal vez, la oportunidad inconcebible de autoconsciencia en la historia de una evolución azarosa.

Sea cual sea el trasfondo narrativo que contiene nuestro presente, las preguntas que ahora nos conciernen son:
¿Para qué esta vida humana?
¿Para qué la cultura?
¿Para que la política?
Cuando la vida no es solo biología, sino también "construcción colectiva", cultura, política, lo que nos incumbe no es sólo nuestro yo separado, independiente, atrincherado, sino el "nosotros" que nos regala un nombre y un lugar en la historia. 

Desde esta perspectiva, la única política que vale la pena es una política de la inclusión: la política del amor y del "cuidado de sí como cuidado del otro", como condición de posibilidad de la justicia.

El amor y la justicia en términos políticos significa se traducen del siguiente modo:
1. Honrar con el reconocimiento los derechos inalienables de todos.
2. Acogernos mutuamente en nuestra diferencia.
3. Ofrecer las condiciones educativas que nos hagan capaces de restringir nuestras tendencias dañinas, dar sentido a nuestras vidas individualmente y permitirnos servir al bien común.

El cuidado del otro comienza con el reconocimiento del dolor ineludible de la vida (con sus pérdidas y fracasos inherentes), la profundidad de la insatisfacción y la impotencia que nos afecta a todos. En ese contexto, la política se esfuerza por hacer nuestra convivencia pacífica, y construye un marco de libertad y justicia que le permita a nuestra comunidad contribuir con el bien común de la humanidad en su conjunto.

La alternativa a una política de este tipo es aquella que se desentiende de aquellos que se quedan en el camino, o asume su costo a regañadientes, negándose a honrar los derechos a una justa redistribución de la riqueza, apostando enteramente a la eficiencia y al éxito como valores absolutos, sin tomar en cuenta los desequilibrios y la injusticias constitutivas de un sistema que se nutre y agiganta empobreciendo y explotando.

En democracia tenemos (todos) el derecho, pero también la obligación, de juzgar qué políticas expresan el amor y el cuidado que anhelamos, y qué políticas, por el contrario, expresan el espíritu prometeico y suicida que nos está llevando a la desintegración de nuestros lazos de identidad, y a la destrucción de nuestra casa común.

Los argentinos se han puesto en manos de Mauricio Macri y sus asociados. La decisión del pueblo es soberana. El voto popular, sin embargo, no es un cheque en blanco a sus gobernantes. A quienes no lo votamos, se nos exige respeto a la democracia. Lo cual no implica que estemos obligados a silenciar nuestras desavenencias, nuestras críticas a las políticas implementadas, o el rumbo que se le impone al país. El presidente electo, por su parte, debe respetar el parejo balance de las urnas, ceñirse al mandato constitucional y a las instituciones de la República, tal como proclamó con estridencia  durante los años en los cuales actuó como opositor.  

A quienes lo votaron se les exige estar alertas. La democracia no es flor de temporada. Se hace todos los días. La política de la mercadotecnia en la que estamos sumidos nos obliga a precavernos: los envases discursivos no siempre coinciden con los contenidos de las políticas implementadas, y no todo lo que aparece en los periódicos o se anuncia en los grandes medios es palabra santa.

No es hora de juzgar que hizo el kirchnerismo en los últimos doce años.  De hacerlo, lo adecuado es asumir de manera generosa su herencia y actuar en consecuencia. Más allá de las disputas por los gestos y las formas que marcaron la agenda mediática de los últimos años, si contrastamos el presente con el fresco recuerdo de la debacle sabemos que ha sido una etapa de crecimiento, de expansión de derechos, de multiplicación de oportunidades. Entre otras cosas, hemos aprendido a querer la democracia como no supimos quererla durante muchos años, a pensar genuinamente en términos de derechos humanos, a asumir críticamente los discursos políticos y mediáticos, a mirar a nuestros hermanos y hermanas del continente con humildad y cercanía. Hemos dejado atrás la vergüenza de nuestras agachadas y silencios cómplices. Hemos abierto la puerta a la posibilidad (impensable en el 2003) de vivir en un país normal. 


El 10 de diciembre, Mauricio Macri será el nuevo presidente de los argentinos. El Kirchnerismo es la fuerza política que ha conducido al país a la posibilidad de esta transición político-institucional de envergadura. 

NO ME DIGAS QUE SOMOS UN PUEBLO

Milei viaja a España para apoyar a la extrema derecha, a esa derecha franquista y neoliberal que busca derrocar al gobierno de Pedro Sánchez...