MUROS


Introducción

Para empezar, voy a referirme a la fórmula de Hannah Arendt «el derecho a tener derechos», y sus posibles sentidos en las presentes circunstancias en las que la situación geopolítica vuelve a adoptar una lógica nacionalista excluyente.

En segundo término, quiero hacer referencia a la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948, en relación con el movimiento transnacional de los actuales derechos humanos surgido en la década de 1970, acomodándose a las nuevas formas de gobernanza neoliberal.

En tercer lugar, ofreceré algunos datos generales acerca de la situación de los refugiados y migrantes en el mundo de acuerdo con las estadísticas más recientes que maneja el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los refugiados.

Diré un par de cosas sobre los muros, sobre su multiplicación a partir de 1989 (fecha en la cual, pensamos, la caída del muro de Berlín, el derrumbe de la llamada «cortina de hierro», prometía convertirse en el final de todos los muros).

En este sentido, quiero enfatizar la dimensión simbólica de los muros. La retórica que articulan los muros pone de manifiesto una debilidad inherente de los Estados-nación. La soberanía de los Estados ha sido debilitada por las fuerzas transnacionales cuyas lógicas neoliberales gobiernan el actual orden global. Los muros son una respuesta gestual de esta debilidad inherente, cuyo objetivo es aplacar la incertidumbre y la conflictividad que supone para las poblaciones el haber sido despojadas de su capacidad democrática de dirigir su destino.

Sobre el «derecho a tener derechos»: un apunte

Comienzo con una cita de Hannah Arendt en su libro Los orígenes del totalitarismo. Dice Arendt:

Una vez han perdido su patria, las personas se quedan sin hogar,
Una vez que han abandonado sus Estados, se convierten en personas sin Estado;
Una vez son privados de sus derechos humanos, se vuelven personas sin derechos, el desperdicio de la tierra.


La tesis central de Arendt es la siguiente. Pese a que la Declaración universal de los derechos humanos proclama que los seres humanos tienen derechos por el mero hecho de ser humanos, la situación de los refugiados y migrantes en el pasado y en la actualidad demuestra que, solo cuando se les reconoce a los seres humanos el estatuto de ciudadanía están verdaderamente protegidos. Los derechos de ciudadanía incluyen: el derecho a la educación, al voto, a la sanidad, a la cultura, etc.

En ese sentido, los derechos humanos deben ser precedidos por el reconocimiento del «derecho a tener derechos”. Porque solo cuando se reconoce a las personas su pertenencia a un cuerpo político, los derechos específicos (civiles, políticos, sociales, económicos, culturales y medioambientales) tienen relevancia.

Algunas pensadoras, como Seyla Benhabib, sostienen que la expresión «derecho a tener derechos» hace referencia a dos cosas. La primera palabra, «derecho» (en singular) señala que moralmente todos los seres humanos, por el mero hecho de ser miembros de la especie humana, son merecedores del derecho de igual consideración. En cambio, los «derechos» (en plural) hacen referencia a los derechos específicos reconocidos en función del primer reconocimiento moral.

Hay muchas cosas que se pueden decir al respecto de esta lectura que hace Benhabib de la fórmula de Arendt del «derecho a tener derechos». Hay quienes critican la deriva «moral» de Arendt y prefieren una lectura más bien «política». Los derechos humanos, dicen, no puede derivarse de un dato antropológico, sino que es el resultado de la acción política. Pero esto lo dejamos para otra ocasión. Lo importante es que Arendt sostiene que el reconocimiento de este derecho, para ser verdaderamente efectivo, necesita algo más que su mera enunciación.

Los Estados-nación son por lo general excluyentes. La soberanía del Estado se articula en primer término definiendo quiénes son parte del «nosotros» constituido como unidad política, y quiénes son los «extranjeros». Aunque los derechos humanos no son efectivamente una realidad en este momento, dice Benhabib, de todas maneras contamos con un «ideal regulativo internacional» que está dando forma a un conjunto de normales legales internacionales cuyo propósito es proteger a los individuos más allá de su pertenencia y reconocimiento por parte de un Estado-nación.

Ahora bien, el problema con el que nos encontramos es que el orden internacional está atravesando una profunda crisis. Las organizaciones y los organismos internacionales denuncian este hecho. Recientemente, Antonio Guterres, Secretario General de Naciones Unidas, ha señalado que estamos al borde del abismo de una disolución del orden internacional, con todo lo que ello implica en términos del mantenimiento de la paz mundial y respeto universal de los derechos humanos. Amnistía Internacional, por su parte, ha señalado de manera reiterada el retroceso de las cuestiones relativas a los derechos humanos en las mesas de negociación internacional.

Sin un orden supranacional capaz de exigir a los Estados el reconocimiento y respeto de los derechos humanos, las advertencias de Arendt resultan de enorme actualidad. Si a los seres humanos no se les reconoce su pertenencia a una comunidad política, con todos los derechos que eso supone, lo único que les queda a los individuos son los derechos humanos. Pero cuando los seres humanos son solamente seres humanos, acaban siendo menos que nada. Dice Arendt: 


Nos volvemos conscientes de la existencia de un derecho a tener derechos (y eso quiere decir: vivir en un marco de referencia dentro del cual somos juzgados de acuerdo con nuestras acciones y opiniones) y un derecho de pertenencia a alguna clase de comunidad organizada, solo cuando, de pronto, emergieron millones de personas que habían perdido o no podían recuperar esos derechos debido a su nueva situación política global.


Algunos datos 


El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los refugiados señaló en 2015 que existen alrededor de 70.000.000 de personas desplazadas de manera forzada en el mundo, de los cuales alrededor de 25.000.000 son refugiados. A estos números hay que sumar a los inmigrantes «sin papeles», los indocumentados, que residen en países que no les han concedido permiso legal; y aquellos que se encuentran en detención indefinida sin proceso; y los millones de ciudadanos que no pueden ejercer efectivamente su ciudadanía debido al impacto de las políticas neoliberales en la organización pública de los Estados.


El orden neoliberal

La crisis de 2008 ha supuesto notorias mutaciones en las comprensiones y valoraciones de algunos de los imaginarios hegemónicos de nuestras sociedades contemporáneas. La crisis puede entenderse simplemente como una crisis económico-financiera, o puede interpretarse como una crisis integral de las formas institucionales del capitalismo en su fase neoliberal.

Al interpretarla de este segundo modo, podemos entender muchos de los malestares y los conflictos que vivimos actualmente. Todo parece estar en crisis: la democracia, la justicia social, el orden ecológico y, como no podía ser de otro modo, los derechos humanos.

Entre otras cosas esa percepción de una crisis general del capitalismo, que además amenaza convertirse en una «crisis de legitimidad»: ya no creemos que nuestras élites tengan una respuesta para los problemas que enfrentamos – al menos en Occidente – ha llevado a una reconsideración de los derechos humanos y de su historia. Uno de los temas más interesantes en este sentido es la creciente consciencia de que los derechos humanos, tal como estos se entendieron durante el período de su proclamación en 1948 y hasta mediados de la década de 1970, son muy diferentes a los actuales derechos humanos transnacionales.

La diferencia gira en torno a que los derechos humanos antes de la década de 1970 estaban asociados a un orden westfaliano, es decir, estaban asociados a la convicción de que el reconocimiento y respeto de los derechos humanos correspondía a los Estados-nación que debían diseñarse a partir de un modelo que les permitiera proveer a sus ciudadanos con las condiciones para el ejercicio de las libertades civiles y políticas, y los derechos relativos a la igualdad económica y social.

A partir de la década de 1970 ese programa de los derechos humanos es abandonado a favor de otro, cuyo objetivo exclusivo es la intervención humanitaria diseñada para intervenir cuando los Estados incumplen de manera flagrante sus responsabilidades, mientras los derechos a la igualdad o el desarrollo son reducidos al mero derecho a la subsistencia o supervivencia.

Eso significa que a partir de la década de 1970 los derechos humanos como imaginario, y las formas institucionales en las que se encarna, se alinean con los principios de la nueva razón del mundo, eso que llamamos el «neoliberalismo». En ese sentido, los derechos humanos y el neoliberalismo, como los dos grandes ejes de la globalización capitalista en nuestra era, se convierten en abiertos antagonistas de los Estados nación.

¡Good-bye, Berlín!

La caída del muro de Berlín simboliza el final de la Guerra fría: el final de un orden geopolítico del mundo, y el ascenso de la ideología del fundamentalismo del mercado y el mito de los derechos humanos al podio de los imaginarios sociales de nuestra época. Paradójicamente, la caída del muro de Berlín marca el inicio de una multiplicación exponencial de muros a todo lo largo y ancho del planeta.

Algunos de esos muros son famosos mundialmente y simbolizan de manera concentrada la nueva realidad geopolítica. El muro construido por el Estado de Israel para «encarcelar» a la población palestina y el muro construido por los Estados Unidos para contener las «invasiones bárbaras» en su frontera con México, ponen de manifiesto respectivamente el «choque de civilizaciones» y la profunda desigualdad que divide al norte y al sur global.

Sin embargo, hay muchos otros muros no tan conocidos que se extienden entre las comunidades políticas y en el interior de los territorios estatales como expresiones de la división ideológica, cultural, religiosa o la amenaza y vulnerabilidad que supone la desigualdad económica y social. Esta multiplicación de muros después de la caída de ese muro paradigmático que fue el muro de Berlín exige una explicación.

Como señala Wendy Brown, los muros son símbolos de una impotencia. Esa impotencia es la de los Estados-nación, cuya soberanía se ha visto debilitada por la globalización del sentido y la globalización del mercado, que ha derivado en una incapacidad intrínseca de los mismos de proveer a sus ciudadanos el tipo de estabilidad, seguridad, y sosiego institucional del cual en otra época se vanagloriaban. La construcción de los muros pretende apaciguar el malestar psicosocial de una ciudadanía desgarrada.

Desde esta perspectiva, la multiplicación de los muros es una reacción de impotencia por parte de los Estados frente a la amenaza que representa para su soberanía el neoliberalismo. En este sentido, los muros no solo son reprochables moralmente, sino que además, como respuesta política resultan ineficientes porque acaban exacerbando lo inevitable: la «globalización de la miseria» y l
a fragmentación social, incluso en las «sociedades avanzadas» que hace tiempo han comenzado a edificar sus propios amurallamientos para mantener apartados a «los diferentes» ante el abandono progresivo de los ideales de la igualdad y la ambigüedad que supone la retórica de la «tolerancia» para la efectividad de los derechos.








¿PARA QUÉ SIRVEN LOS CUADERNOS DE CENTENO?

¿Qué ayudan a ocultar los "cuadernos de Centeno" y las diligencias del fiscal  Stornelli y el juez Bonadío? La estrategia no es nueva. Fue el caballito de batalla que llevó a Macri a la presidencia y a Vidal a la gobernación. 

¿Acaso hemos olvidado lo que ocurrió con las dos megacausas que, primero, inyectaron a Cambiemos con la gasolina que aceleró su marcha hacia la Casa Rosada, y acabó de hundir al peronismo en la provincia de Buenos Aires? ¿Qué sabemos hoy de la causa de la muerte del fiscal Nisman y las acusaciones contra Anibal Fernández? Entonces, como ahora en el caso de los cuadernos, los periodistas del establishment daban fe de la solidez de las causas. Hoy sabemos que Nisman se pegó un tiro y de Anibal Fernández, si te he visto, no me acuerdo. En breve: operaciones mediático-judiciales como la que aparentemente está en marcha para condenar a la expresidenta Cristina Fernández. Las similitudes de las estrategias de proscripción encubierta en Brasil y Ecuador han sido repetidamente explicadas y suenan plausibles. 

De este modo, interpreto el caso de los cuadernos (sin meterme en los detalles de la causa) como una estrategia más de distracción llevada a cabo por el mismo equipo que logró imponer a un presidente estafando a sus votantes (la seguidilla de contradicciones y mentiras se ha vuelto viral en las redes - basta con echar un vistazo al famoso debate entre Macri y Scioli para medir el tamaño de la infamia). En todo caso, lo que se oculta con todas estas tretas es la discusión de fondo: la lucha de clases. 

En el caso del macrismo, la perspectiva es clara: "neoliberal" en un sentido transparente de su conceptualización. La apoteosis de cierta comprensión del sistema de mercado que se autodefine como desincrustado de la sociedad y, por ese motivo, se entiende impune frente a cualquier criterio de control extra-económico (ético, político o religioso). En contraposición, los sectores populares de la ciudadanía reivindican el imperativo de controlar a las fuerzas del mercado. Eso significa, como explica el Papa Francisco, por ejemplo, que "no todo está permitido". 

El macrismo y los sectores populares (organizaciones sociales, sindicatos, la Iglesia católica social y políticamente militante, una parte del peronismo y el radicalismo alfonsinista, la izquierda en sus variopintas versiones y el kirchnerismo) miden sus fuerzas. 

El macrismo pretende imponer su modelo como la "única alternativa" viable, después de haber creado las condiciones de la debalce que autoriza una reforma estructural de largo alcance para la cual no tiene el consenso necesario. Las fuerzas populares pretenden ponerle freno visibilizando el carácter excluyente y represivo del gobierno. Es decir, poniendo en cuestión su legitimidad para tomar medidas de semejante magnitud que ponen en entredicho el futuro de todos. Sin embargo, la oposición está obligada a contenerse en su protesta (pese a que le va la vida en ello), debido a la distorsionante y malintencionada presión de los operadores mediáticos que acusan de golpismo cualquier crítica a la legitimidad de las políticas implementadas. 

El órdago consiste en ceñir a la oposición institucionalmente, mientras se avanza tangencialmente en la construcción de una coyuntura en la que sea materialmente imposible desarmar la jugada. La carta del endeudamiento que facilitará el presupuesto de ajuste y hambre es en la que confían los estrategas del gobierno para declarar el hecho consumado. 

Por el momento, el FMI se mantiene alerta frente al equilibrio de fuerzas. La debilidad del gobierno y la conflictividad social como contraparte ha puesto paños fríos al eros de dominio de los acreedores organizados. Cuando haya signos de fortaleza (si los hay) el FMI dará finalmente luz verde y echará andar para los argentinos la cuenta regresiva. 

ALIENACIÓN Y SOBERANÍA POPULAR



El efecto más perverso de la política implementada por la coalición Cambiemos es el modo en el cual ha horadado la soberanía popular. Lo ha hecho hasta el punto de llevar a la ciudadanía a una experiencia de alienación que amenaza con volverse crónica. A menos que una coalición opositora ponga freno al proyecto elitista de Cambiemos y el "peronismo perdonable", la soberanía popular de los argentinos está en entredicho


El mayor éxito de la "estrategia refundacional" de Mauricio Macri es que ha logrado articular e imponer una masiva “expropiación” simbólica del país. Ahora esa expropiación simbólica comienza a materializarse definitivamente a través de un doble mecanismo: (1) un ambicioso y despiadado programa de ajuste; que acabará coronado con (2) un nuevo programa de desguace del Estado y privatizaciones que aseguran pingües tasas de ganancia.  

Todo el fenómeno recuerda al mecanismo de acumulación original descrito por Marx en El Capital, la “acumulación por desposesión”  (D. Harvey) de los bienes colectivos para que regresen a las manos de quienes se consideran “sus verdaderos dueños”. 

Sabemos que nuestro destino ya no se define en casa. La democracia en Argentina se ha convertido en un mero mecanismo legal, vacío de legitimidad. Las élites locales e internacionales siempre han desconfiado de las democracias reales. Por ello se aferran a las meras formalidades que vuelven impunes a los estafadores electorales como Mauricio Macri y sus secuaces. El presidente debe explicaciones a los inversores en New York (su base electoral), mientras a la población local le pide sacrificios y paciencia, y cuando no se aviene a ello, le propina golpizas y balas. 

Mientras tanto, la discusión pública no gira ya en torno al país que anhelamos colectivamente. Los medios de comunicación frivolizan la tragedia incluso cuando la espectacularizan: el hambre, el hurto de la esperanza, la angustia cotidiana del pueblo, la violencia y la muerte, nos conmueven emocionalmente, pero se presentan más bien como efectos de catástrofes naturales o infortunios de nuestro ADN peronista, groncho. “No somos un país normal” – repiten encantados los voceros del sentido común, naturalizando las desgracias que el gobierno ha manufacturado con sus medidas. 

En este marco, no hay tiempo para pensar cómo organizar la vida colectiva. La necesidad, la urgencia, el miedo a la exclusión ocupan todo el espacio de nuestra consciencia, volviéndonos de este modo inermes ante las minorías explotadoras. No hay tiempo para pensar qué dejaremos como herencia a las generaciones futuras, solo queda la estresante tarea cotidiana de sobrevivir al desorden promovido por el gobierno para facilitar su “proceso de reorganización nacional”. En el mito de los setenta años de peronismo y decadencia se escuchan los ecos del moralismo de las derechas de siempre que, enfundadas en sus botas lustradas en el pasado, han pateado el tablero una y otra vez ante la amenaza plausible que las mayorías despertaran a un sueño de emancipación. Hoy las derechas han usurpado el poder estafando electoralmente al pueblo con falsas promesas. 

Por ese motivo, la democracia argentina se ha convertido, en palabras de Peter Mair, en una democracia del vacío, un artilugio mecánico que desprotege al pueblo al imponerle un inmerecido respeto institucional hacia aquellos que tejen sus traiciones y los reprimen. Como decíamos, hoy nuestro destino se define en otro sitio. Es la “entidad impersonal”, nebulosa, inexplicable, que no podemos sentar en el banquillo de los acusados de ningún tribunal, “el mercado”, el que tiene en sus manos nuestras vidas. 

En este sentido, el país ya no nos pertenece. 

En este contexto, la pregunta que en estos días sobrevuela las conversaciones de los autodenominados “periodistas” del establishment mediático y sus invitados de cartón en los estudios de televisión es si se trata de ineptitud o voluntad política lo que explica la catástrofe que vive Argentina. Solo un desconocedor de la historia puede pretender que se tome en serio un interrogante semejante. Lo que hay detrás de la acción de gobierno es una contundente e impiadosa voluntad de poder. 

La consecuencia para la ciudadanía es una experiencia de profunda alienación, entendida esta como pérdida de poder y falta de libertad. Es decir, el gobierno de Mauricio Macri, legalmente ungido en las urnas, se ha convertido en un ataque impiadoso y en toda regla contra la soberanía popular.

DEMOCRACIA O NEOLIBERALISMO

Como señala Wolfgang Streeck, la democracia se caracteriza por ser un tipo de régimen que, “en nombre de los ciudadanos, utiliza la autoridad pública para modificar la distribución de los bienes que resultan de las fuerzas de mercado”. En contraposición a la democracia, los gobiernos plutocráticos que asumen los mandatos y principios neoliberales son aquellos que suprimen las demandas de la sociedad, especialmente aquellas demandas que provienen de los trabajadores sindicalizados y otros actores sociales. El Estado que los gobiernos neoliberales aspiran a construir es un Estado fuerte, pero orientado a torcer la voluntad popular. Como señala Streeck, "el mercado puede volverse inmune a los correctivos democráticos a través de una reeducación neoliberal de los ciudadanos o a través de la eliminación de la democracia". En el primer caso, de lo que se trata es de adoctrinar al público sobre la teoría económica estándar que promueve el gobierno. Un ejercito de fundamentalistas del mercado invaden los plató de televisión, las radios y otros medios de prensa explicándonos por qué razón la justicia del mercado, en contraposición a la justicia social, es la única justicia posible. 


Hace unos días, el periodista Alejandro Bercovich nos recordaba que el problema de la Argentina no es Macri, ni ninguno de los protagonistas de la saga Cambiemos (los cambios de gabinete y las florituras estéticas con las que se encara la crisis no hacen a la diferencia). Aunque cada uno de ellos (pensemos en Caputo, Aranguren en su momento o el mismo Peña), como otros políticos de diferente signo, deberán dar cuenta personal de su accionar público en el contexto de un debido proceso, político o penal. Lo que verdaderamente está en cuestión es el rumbo económico impuesto al país.

No obstante, dicho de esta manera, la cuestión parece mucho menos grave de lo que verdaderamente es. Puede dar la impresión de que basta con un giro “técnico” en la política económica, o la invención creativa de alguna argucia financiera, para que podamos darle la vuelta a la encrucijada. Los periodistas del establishment hacen cuentas, piensan en términos electorales y vaticinan diferentes escenarios a partir de correcciones ad hoc que esperan Macri se resuelva a realizar. Pero lo cierto es que ninguna medida del gobierno puede resolver el problema, porque el problema es, estrictamente hablando, la totalidad de la economía política que encarna el gobierno. Y eso significa, todo el entramado político, social y cultural que propone el macrismo que no es, ni más ni menos, que un atentado contra la sociedad en su conjunto, a favor de las mayorías privilegiadas.

Una cadena de equivalencias vincula las miles de protestas que se llevan a cabo a todo lo largo y ancho del territorio argentino semana tras semana. Vincular esos malestares (trabajadores despedidos, discapacitados deshauciados, maestros pauperizados, científicos hambreados, comerciantes fundidos, niños desnutridos, universidades desfinanciadas, jubilados estafados, etc.), hacer visible que todos ellos son el resultado del modelo gubernamental-corporativo de apropiación y explotación, la misma lógica de desposesión, es la tarea clave que tiene hoy la ciudadanía y sus dirigentes si no quieren ser reducidos a mero decorado mendicante en un futuro próximo.  

Las formas legales no definen el carácter democrático de un gobierno. A decir verda, la legitimidad de las democracias liberales está en crisis en el mundo entero. El malestar entre las ciudadanía s planetarias del norte y el sur global se extienden  produciendo toda clase de radicalismos (xenofobias, nacionalismos exacerbados, fundamentalismos de todo tipo) como respuestas patológicas ante el fracaso del proyecto emancipador que prometía la democracia popular traicionada. 

Las razones de esa crisis de legitimidad son fáciles de entender cuando uno piensa de qué manera, especialmente a partir de mediados de la década de 1970, la tendencia global ha estado orientada a poner a los Estados al servicio exclusivo del capital, en detrimento de la población trabajadora y el cada vez más grueso segmento social excluido del campo del trabajo debido a las políticas concertadas de empleo y desempleo.

El gobierno macrista tiene (apenas) la legalidad de una democracia formal. Pero ninguna elección (ningún contrato) es un cheque en blanco. La legitimidad democrática se negocia con cada medida adoptada. Si el contrato se rompe por parte de una de las partes, es legítimo que la parte traicionada exija una revisión. El propio Locke, padre del liberalismo moderno, promovió el derecho a la rebelión frente a la injusta imposición de impuestos. Hoy es el pueblo argentino llano el que es sometido a una tasa de miseria, fruto de la doble estafa que se perpetró con el reendeudamiento y las facilidades establecidas para la masiva fuga de capitales y la timba financiera implementada por el gobierno. 

El reendeudamiento y la cesión de la autoridad soberana al FMI por parte del gobierno condiciona no solo al gobierno actual sino a todo gobierno futuro, cualquiera sea el signo político que represente. Sin embargo, aún estamos a tiempo de frenar el crecimiento exponencial de la deuda que nos convertirá en un país de morosidad crónica durante las próxima décadas, forzado a deshacerse de su patrimonio para cumplir con las exigencias financieras contraídas, y sus secuelas. 

Una alternativa al actual modelo no puede ser miope. Evidentemente, la alternativa política a este modelo debe ser honesta. Como decía Yanus Varoufakis a sus conciudadanos griegos hace unos años parafraseando a Churchill, lo que se nos exige es “sangre, sudor y lágrimas”. No saldremos de esta catástrofe por arte de magia. 

El macrismo también nos exige un sacrificio, pero es un sacrificio sin futuro. El nuevo programa político tiene que estar fundado en la convicción y la voluntad de escapar al abismo abierto por la actual administración. Hasta el momento, la brutal transferencia de riquezas que ha hecho más ricos a los ricos a costa de las grandes mayorías ha sido una estafa descomunal, pero aun somos los dueños colectivos de las “joyas de la familia” . El proceso de privatización no se ha puesto aun en marcha. Es cierto, la transferencia de riquezas a los ricos ha sido brutal, pero aún estamos a tiempo de una catástrofe mayor. De acuerdo con los mismos principios liberales que defendió Locke, una rebelión popular contra las medidas de ajuste que impone el gobierno está plenamente legitimada. 

¿ARGENTINA FUE? ¿HABRÁ QUE INVENTAR OTRA PATRIA?


En esta nota quiero decir algo negativo. Escucho muchas veces que los entrevistadores televisivos demandan a sus interlocutores buenas noticias. Especialmente cuando es evidente que las malas noticias se multiplican, como ocurre actualmente en la Argentina.

El listado de desaguisados perpetrados por el actual gobierno, y el cúmulo de engaños cotidianos que se despliegan para tapar la “catástrofe” socio-económica y política que vive el país, es aparentemente interminable. En ese contexto, se ha convertido en un latiguillo pedir alguna buena noticia. ¿Qué podemos hacer en estas circunstancias? En esa encrucijada, el entrevistado se ve compelido a dar alguna señal de aliento, alguna expresión esperanzadora. ¿Pero qué pasaría si reconocemos abiertamente que “estamos en el horno”? Eso no significa necesariamente adoptar una posición fatalista. 

Desde mi perspectiva, lo que nos está ocurriendo (lo que hemos manufacturado cultural y electoralmente) nos condena a un fracaso estrepitoso e irreversible, y aceptar que el país está en bancarrota, atrapado en una jaula financiera que lo convertirá una vez más en un moroso crónico y, por ello, en un paciente terminal conectado a un respirador artificial, un gesto de realismo.

Otra manera de decirlo es que “Argentina fue”, pese a que el nombre persevere en el tiempo. Es posible que quien lea estas líneas me juzgue un agorero pasado de moda que anuncia el fin de la historia, nuestra historia. Y desde cierto punto de vista, la percepción es acertada. Argentina vive hoy el fin de su historia. Aunque eso no significa necesariamente que vayamos a desaparecer. Todo lo contrario, se multiplicarán los conflictos, la represión, incluso la guerra de todos contra todos por los desperdicios que dejen caer los poderosos a los esquilmados habitantes de la patria. Es posible que haya un nuevo amanecer, pero durará un pestañeo reconocer que es al mismo día de fracaso y traición que despertamos. Argentina como proyecto histórico colectivo está acabada. 

Tuvimos nuestra oportunidad, pero no supimos aprovecharla como debíamos. No hay una tercera vencida para nosotros. El 2001 nos sirvió para convertirnos en fénix, el 2018 en cambio nos trae de regreso a la jaula de hierro del endeudamiento, esta vez doblemente blindada por el poder financiero internacional que se prepara para dar su golpe de gracia. 

Para ese poder financiero, el éxito de Macri no es otra cosa que su fracaso como presidente de los argentinos. El programa político era desde el comienzo empujar el país a una debacle económica y social, producir un terremoto, una tormenta, un tsunami, que permitiera en medio del pánico y la bronca colectiva llevarse al país al huerto. El Estado argentino agoniza. Las riquezas colectivas quedan a disposición de sus herederos privados que se repartirán las joyas de la familia para cobrarse las deudas pendientes. Deudas que se multiplicarán año tras año, convirtiendo al pueblo argentino en un pueblo esclavo. 

Si me piden buenas noticias, no las tengo. Pero no soy pesimista, simplemente intento ser realista. La gente se muere, las parejas se separan, los Estados dejan de existir. Argentina fue. Habrá que inventar otra patria. Necesitamos volver a pelear por nuestra independencia.

LUCHA SOCIAL O RESILIENCIA COOL


Wolfgang Streeck era hasta hace un par de años un académico desconocido en el mundo, cuyos artículos eran referencia exclusiva de expertos e investigadores radicales. La crisis de 2008, como ocurrió con otros destacados investigadores de las ciencias sociales, lo llevó a la fama. Sus ideas comenzaron a circular en las redes, y sus textos se tradujeron a varios idiomas. En castellano contamos con las traducciones de Editorial Katz y Traficantes de sueño de sus dos publicaciones más recientes: Comprando tiempo y ¿Cómo termina el capitalismo? Ensayos de un sistema en decadencia. Dos lecturas imprescindibles para contextualizar las agonizantes experiencias que vive la sociedad argentina desde la asunción de Mauricio Macri.


En esta nota quiero hacer referencia a una categorización de Streeck que resulta especialmente relevante para entender la alternativa cultural que nos ofrece Cambiemos como antídoto frente al desbarajuste estructural que su equipo de comunicación naturaliza, en completo acuerdo con la concepción ideológica neoliberal, cuya principal tarea consiste en abstraer enteramente de la discusión pública los intríngulis de la economía, ahora entregada enteramente a los tecnócratas de turno (en este caso, un oscuro periodista económico devenido ministro, un mesadinerista elevado a la categoría de presidente del Banco Central, y el funcionariado del FMI que maneja a los títeres detrás de bambalinas).

Mientras tanto, en la calle, evidentemente, aún se discute de economía, y más específicamente, en una sociedad cultivada y militante como la nuestra, se discute de economía política, y se resiste a la transvaloración y el ajuste que el gobierno avanza de manera inescrupulosa sobre la Argentina. 

Hace unos días, el grupo Fragata dio en el clavo cuando definió la orientación y espíritu subyacente que anima al presidente de la república, su odio y desprecio de clase que le hace pensar que la Argentina es "un país de mierda", que solo puede avanzar si se lo transforma de raíz, amputándole su idiosincracia, haciendo tabula rasa, aniquilando su idiosincracia popular.

Macri es el representate de las élites locales, entre las cuales él mismo es, paradójicamente, un arribista; y se proyecta en el mundo ambicionando convertirse en un jugador de las grandes ligas cuando regresé (junto con el resto de su funcionariado) al ámbito privado del cual proviene, con el capital engordado y las influencias multiplicadas. 

Ahora bien, a este desprecio y violencia responde la sociedad argentina de dos maneras. (1) Hay quienes se resisten, se juntan y movilizan para evitar las consecuencias presentes y futuras del descalabro causado, intentando construir una alternativa popular que ponga freno a la topador de la economía financiarizada y el saqueo. Pero, también, (2) quienes han comprado la receta sociocultural que fomenta Cambiemos con sus formas, y se acogen a su estrategia de resiliencia cool. 

A esta otra estrategia quiero referirme, pensando en el extendido negacionismo que practica una parte de la ciudadanía argentina de manera sistémica. No es coincidencia casual que el negacionismo del genocidio perpetrado durante la dictadura suela ir acompañado de un negacionismo del actual proceso de subasta del país que pone también en compromiso el futuro generacional de nuestra sociedad. 

De este modo, si no hay resistencia y lucha, para que este estado de cosas sea sostenible, la cultura de masas incentiva como alternativa, siguiendo a Streeck, cuatro tipos de comportamientos:

1) Coping. Se nos invita a enfrentar la adversidad con paciencia y buen humor. Hay que aguantar, conscientes que lo que nos pasa es producto de algo así como "nuestro karma", nuestra historia de fracasos, el infeccioso populismo que corre por nuestras venas mestizas, peronistas, negras (del cual deberíamos deshacernos de una vez para siempre: "es ahora o nunca"). Se habla de 70 años de decadencia. En la figura se reconoce el odio de clase, el gorilismo que caracteriza a muchos devenidos republicanos, paradójicamente indiferentes a la propia constitucionalidad que dicen defender, en un gesto de desprecio excluyente que, curiosamente, los hace herederos de esos otros 70 años de autoritarismo que acompañaron la lucha social de los de abajo que ellos defenestran.

2) Hoping. Se nos invita a la esperanza, a ilusionarnos con un futuro mejor que surgirá mágicamente después de haber atravesado las “catástrofes naturales” que padecemos, los "accidentes" que sufrimos, "las cosas que pasan" (entre las cuales se encuentran las decisiones programáticas del gobierno), y nos hayamos “desecho” de aquellos grupos y miembros de la sociedad que lo arruinan todo. Eso incluye, no solo a los dirigentes populares corruptos y las instituciones decadentes (sindicatos, movimientos sociales, kirchnerismo, organismos de derechos humanos, medios de comunicación y periodistas "desestabilizadores", etc.) sino también sectores populares no adscritos a ningún grupo, a quienes se estigmatiza vinculándolos con el crímen, o abiertamente a una inmigración invasora, concebida como delictiva.

3) Doping. A las estrategias anteriores pueden sumársele las ayudas externas para palear los efectos psicológicos que produce la crisis. Podemos aminorar el impacto que produce la vertiginosa decadencia producida por las decisiones políticas tomadas utilizando diferentes métodos narcotizantes: a las drogas, que extienden su reinado en amplios sectores de la sociedad, hay que sumar otros instrumentos aparentemente edificantes, pero que en muchos sentidos están al servicio de un propósito análogo (escapar a la fealdad del mundo que nos rodea): la meditación, el yoga y otras psicotécnicas destinadas a producir la felicidad artificial que tanto anhelamos.

4) Shopping. Pese a la malaria generalizada que nos rodea, a los que todavía están en disposición de hacerlo, se les conmina a seguir consumiendo, incluso a elevar su target de consumo, animársele al lujo para cumplir con el mandato consumista. Consumir en tiempos de crisis y miseria ofrece un doble beneficio. Como decía Santo Tomás acerca de los salvados, se goza no solo de la bienaventuranza del paraíso, sino también del placer de contemplar los padecimientos de quienes han sido castigados en el infierno. 

Los sectores más vulnerables multiplican su hambre y desesperación, convirtiéndose en un ejército de miserables que se amplía gracias a quienes hasta hace poco formaban parte de las clases medias ahora caídos en desgracia. Quienes por el momento se salvan, afilan sus armas para la guerra de clases que se asoma en el horizonte. Mientras tanto, las élites privilegiadas, como dioses olímpicos, contemplan indiferentes desde la absoluta distancia que de la riqueza absoluta que les prodiga la timba financiera o la renta agropecuaria extraordinaria, la acelerada debacle de la nación, con una mezcla de superficial filantropía y arrogante triunfalismo.



DOS PUEBLOS: CIUDADANÍA Y COMUNIDAD DE MERCADO


“Tenemos un problema comunicacional” – insisten algunas figuras mediáticas del gobierno cada vez que se les pregunta qué se hizo mal. El periodismo militante asiente cada vez más incómodo ante la aseveración de los referentes políticos que se excusan. Pero todos saben que ya no alcanza con la crítica formal. Lo que está en cuestión es el fondo de la cuestión.

El presidente parece confirmar la excusa de sus “ineficaces comunicadores”. En una muestra más de arrogancia política, se pone abiertamente contento cuando un cómico manifiesta de manera chabacana “su más genuino pensamiento” (lo que el presidente piensa verdaderamente de una parte de la ciudadanía) y participa del abuso enviándole un guiño a través de las redes sociales (el flan) que, acto seguido, produce la enervación de una parte de la ciudadanía que se siente justamente indignada ante el mamarracho mediático, mientras quienes se encuentran del otro lado del espejo de la grieta festejan orgásmicamente la patoteada. 

Mientras tanto, el propio Macri reconoce que (otra vez) se incumplirán las expectativas presupuestarias. El precio del dólar está por las nubes (muy lejos de lo proyectado para este año) y las expectativas de crecimiento asumidas están cuatro puntos y monedas por debajo de lo esperado. La economía real está descalabrada. Los despidos se multiplican. Los sectores más vulnerables viven una experiencia cotidiana de desesperación. 

El encorsetamiento del FMI augura años de malvivir para los argentinos de a pie. Esto servirá para asegurarle a los grandes jugadores del mercado que sus expectativas de ganancia no serán defraudadas. Mientras tanto, se desmantelan junto a las políticas sociales todos los proyectos de investigación y desarrollo inaugurados durante la última década, y todas las herramientas de incentivo para la industria nacional, cuyo éxito relativo hacia presumir a algunos que el futuro del país era próspero, pese a las evidentes limitaciones estructurales que supone nuestra situación geopolítica en un mundo en crisis, y nuestro heredado rol en el marco de la economía mundial en la era pos-imperial del todos contra todos. 

Mientras tanto, “el mayor escándalo de corrupción de la historia argentina” anunciado con estridencia en todos los medios oficiales, que la “Justicia” de Bonadio y sus secretarios investigan, para no ser menos, con igual corrupción en su rubro (violando todas las garantías procesales y parcialidad manifiesta) no alcanza para tapar el sol. El temor del gobierno (y de Wall Street, dicho sea de paso) es que a Macri no le alcancen los votos del año que viene para imponer los ajustes fiscales que (dicen) se necesitan para asegurar que Argentina no vuelva a la morosidad. 

Como señala Wolfgang Streeck, un “Estado deudor” tiene dos grupos políticos de referencia, “los ciudadanos y los acreedores”, a los que llama “dos pueblos”: el Staadvolk (la ciudadanía) y el Marktvolk (comunidad del mercado). En la década kirchnerista, en contra de las aspiraciones de la izquierda local, se trataba de ser leales a ambos “pueblos”. El kirchnerismo “honró” las deudas contraídas, excepto en aquellos casos en los que se reconocía un abuso flagrante que ponía en duda la viabilidad de la misma ciudadanía. La negativa del gobierno kirchnerista a pagar a los fondos buitres respondió a este posicionamiento. Razones no faltaban para sospechar que el disciplinamiento jurídico en Nueva York por parte del juez Griesa traería cola. Consecuencias a la vista. 

El macrismo, en cambio, actúa, según la categorización de Streeck, como un “Estado consolidado”. En el marco de la crisis fiscal que azota el país, el gobierno se ha decidido de manera rotunda a favor de la comunidad del mercado, poniendo en primer plano los compromisos con los acreedores en desmedro de los compromisos público-políticos que tiene con la ciudadanía. 

Sin embargo, un espectro acecha al gobierno de Macri, un espectro que se ha puesto de manifiesto ante la perspectiva del “tiempo intermedio”. El tiempo intermedio es el calculado período que se extiende entre la irrupción patente del colapso financiero que agita la amenaza aún teórica del default y las proyectadas elecciones generales. Algunos hablan ya de adelanto de elecciones para esquivar al espectro, conseguir legitimidad política, y aplicar con dureza el "proceso de reorganización nacional" que, dicen, necesita la patria ("después de 70 años", insisten, "de irresponsabilidad popular"). 

Sea lo que sea que ocurra en los próximos meses, lo cierto es que a esta altura ya podemos decir que el camino emprendido el 10 de diciembre de 2015 fue la peor opción disponible. Eso no significa que "podamos volver" al pasado. En política no solo el fatalismo es malo como consejero, también la nostalgia es una invitación al fracaso. La construcción de una alternativa kirchnerista o peronista no puede ser una repetición de los douze années glorieuses. Entre otras cosas, porque entre nosotros hay un "nombre que nos sucede". Ese nombre es Macri, y todo lo que Macri representa para una parte de ese “nosotros” que a duras penas es la sociedad argentina.

LA IMAGINACIÓN POLÍTICA. DISTOPÍA MACRISTA VS. UTOPÍA POPULAR


El problema central de la política argentina en este momento es que el debate gira de manera desencaminada y casi exclusivamente alrededor de cuatro cuestiones: 

1. El carácter regresivo del modelo distributivo (los pobres hacen más ricos a los hiper-ricos). 

2. El carácter represivo del modelo institucional (lo cual incluye, no solo la represión de la protesta social, sino también la persecución de los opositores políticos y el escarnio jurídico-mediático). 

3. La corrupción sistémica que afecta al entramado funcionarial de Cambiemos, con vinculaciones con los intereses corporativos que suponen mucho más que meros “conflictos de intereses”. 

4. El exponencial reendeudamiento del Estado argentino, acompañado de una masiva fuga de capitales, el exorbitante déficit fiscal y el preocupante desequilibrio de la balanza comercial.

Estos cuatro temas, que a la opinión pública aparecen como los más importantes de la agenda de discusión, son en realidad exclusivamente sintomáticos. El acento debería estar puesto en otro sitio, la raíz última de los problemas que enfrentamos: el proyecto político que encarna el macrismo. 

Eso no significa que estos temas no sean importantes. Obviamente, la preocupación que suscitan está plenamente justificada: la gente no llega a fin de mes, hay asesinatos a sangre fría cometidos por la fuerza de seguridad, cada día se descubre un nuevo caso multimillonario de corrupción, y el porcentaje del presupuesto dedicado al pago de los intereses de la deuda es cada día más abultado. Sin embargo, ni la pobreza y la indigencia, ni la represión, ni la corrupción, ni el reendeudamiento, por sí mismos, deberían entenderse como "pruebas suficientes" para condenar al gobierno de Macri o, para el caso, cualquier otro gobierno. Una guerra, una catástrofe medioambiental, un desastre financiero, podrían hacer comprensibles en parte esta situación. 

Por lo tanto, visto el síntoma, tenemos que ir a buscar el problema en otro sitio. Para ello comenzaría preguntándome: ¿Qué proyecto de país nos ofrece Cambiemos? Es cierto, llegó a la presidencia insistiendo en estos tres asuntos (más bienestar, más seguridad y orden público, y más transparencia), y efectivamente, en ningún caso cumplió con lo prometido, e incluso ha empeorado estas áreas notoriamente. No obstante, repito, esta no parece ser la cuestión de fondo. 

Y continuaría preguntándome: ¿Qué Argentina nos propone el macrismo que imaginemos? ¿Cómo sería un país en el que los objetivos del macrismo se lograran? ¿Qué tipo de sociedad y qué tipo de relaciones políticas tendríamos los argentinos entre nosotros? ¿Qué tipo de gente nos propone que seamos? ¿Qué clase de compromisos sociales y a qué tipo de proyectos globales pretende que nos sumemos? 

¿Qué tipo de mujeres y de hombres habitarán el ideal mundo macrista? ¿Cómo se educará un niño argentino modelado en la utópica macrilandia del futuro prometido? ¿Acabará como Esteban Bullrich, el ministro de educación ilustrado? ¿Queremos que nuestros hijos hablen como Peña? ¿Qué traten a sus empleadas como Triaca? ¿Cómo queremos hablar los argentinos? ¿Cuáles serán nuestras diversiones? ¿A qué seremos fieles? A la patria no parece el caso. ¿"A Boca" - como dijo el presidente? 

¿Cuál será la definición de la justicia y del bien que promoverá la hipotética república macrista? ¿Qué haremos con la crueldad, por ejemplo? ¿Condecorarla? ¿Con los derechos humanos? ¿Mofarnos de ellos? ¿Con la justicia social? ¿Dibujarla? 

¿Nos gusta de verdad una política hecha a golpes de coaching y encuestas telefónicas? ¿Somos tan burros los argentinos? ¿Queremos ser como nuestros periodistas estrella, como Lanata, Longobardi o Leuco? ¿Ese es el modelo de honestidad periodística a la que aspiramos? ¿Queremos que todo el mundo se reduzca a lo que encontramos en las páginas de los diarios Clarín y La Nación y lo que nos dicen las radios y programas televisivos del "monopolio"? ¿Qué tipo de inteligencia admiramos? ¿La "chabacana inteligencia" de los comunicadores que nos propone la "política-entretenimiento" que alienta el gobierno con sus tertulianas y tertulianos de moda? 

Esta es la utópica república que nos propone Cambiemos, una república gobernada por la tecnocracia de la comunicación y otras delicias de la asesoría política.

Prestemos atención a los modelos que tienen para ofrecernos. 

Una imagen del "mejor equipo de los últimos 50 años" reunido en Chapadmalal dice más que mil palabras: ¿Queremos de verdad que nuestro gobierno haga “retiros espirituales”? ¿No nos da un poco de vergüenza? ¿Es razonable tener a una Ministra de Seguridad como Bullrich? ¿A un CEO como Aranguren en energía? ¿A un propietario y asesor de fondos buitres como representante de nuestras finanzas? ¿Queremos ser un país de idiotas? ¿De verdad, estos son los líderes políticos, los ejemplos ciudadanos que, esperamos, nos conducirán de regreso a Ítaca?

La oposición al Frente Cambiemos, a horas de una marcha de protesta que promete ser multitudinaria, tiene que empezar a pensar si se conforma con jugar con las reglas de juego que nos impone el “modelo Durán Barba”, que consiste en reducir la política a la promesa del mal menor, o si de una buena vez por todas se atreve a permitirnos que imaginemos otra cosa. Eso significa que como pueblo nos reapropiemos de los restos de las tradiciones utópicas y rebeldes que aun corren por nuestras venas, para imaginar otra cosa: una sociedad buena y justa. 

La distopía macrista exigió el sacrificio de los más vulnerables y las clases medias para hacer más ricos a los super-ricos. La utopía de una sociedad buena y justa, por supuesto, también exige sacrificios. La oposición al Frente Cambiemos tiene que ser clara y explicitar sin ambigüedades quienes pagarán los platos rotos, y pelearles la batalla para iniciar un nuevo ciclo de gobiernos al servicio de los intereses populares.

SOBRE ESCLAVOS Y REBELIONES


Bryant S. Turner cita en Vulnerability and Human Rights (1) el estudio de Kevin Bales sobre la esclavitud económica en India, un tipo de esclavitud – nos dice Bales – que es fruto del endeudamiento de los individuos en relación con sus prestamistas. 

De acuerdo con Bales, al abordar fenómenos de estas características tenemos que tener en cuenta que las éticas que subyacen a las dos partes en pugna (el prestamista y el deudor esclavizado) no son coincidentes. Las creencias de los propietarios no son las mismas que las creencias de los esclavos. Lo que Bales demuestra con su investigación empírica y lo que se pone de manifiesto en los testimonios de los involucrados es que los propietarios de estas personas no ven necesariamente como negativa la esclavización de otros individuos. Todo lo contrario, el propietario cree que la pérdida de derechos por parte del individuo esclavizado es el resultado del precio que desembolsó para apoyar al devenido esclavo en la tarea de su subsistencia.

De esta manera, nos dice Bales, la relación que se establece entre el propietario y el esclavo es paternalista y patriarcal. Los esclavos son reducidos a una condición infantil. Entre las prerrogativas de los propietarios se encuentran el disciplinamiento y el castigo de los esclavos. Esto con respecto a las normas. 

Pero, además, en lo que concierne a la justificación subyacente, el propietario asume su condición como natural, como un don divino, o como el fruto de una superioridad cultural o civilizacional del propietario sobre el esclavo.

La citade de Bales en el texto de Turner la encontramos en un capítulo dedicado a la teoría del reconocimiento, cuya obra seminal es la Fenomenología del Espíritu, especialmente las sección sobre el amo y el esclavo en el capítulo sobre la conciencia. Turner nos recuerda que una parte considerable del tiempo y del esfuerzo que dedica el propietario (el amo) para el sostenimiento del orden social está dirigido a demostrar (y convencer implícitamente) al esclavo por qué motivo la esclavitud no solo no es ilegal, sino que no es mala, sino beneficiosa para la sociedad en su conjunto desde el punto de vista económico, justificando de este modo las normas paternalistas.

En contraposición, los testimonios de ex-esclavos recogidos por Bales demuestran que ninguno de ellos duda de la absoluta maldad de la práctica de esclavitud que padecieron. Si a esto agregamos la larga historia de rebeliones de esclavos en las Indias occidentales británicas, comprendemos que el control de esclavos dependió, en última instancia, no en la persuasión, sino en el uso concertado de la violencia como amenaza (3).

Ahora bien, la teoría de reconocimiento no está circunscrita a las relaciones individuales, sino que también se extiende a las relaciones de grupos, comunidades y estados. 


Una parte considerable del esfuerzo comunicativo del actual gobierno argentino y de otros gobiernos latinoamericanos en esta nueva dispensación neoliberal en la región está dirigido a convencer a sus poblaciones (especialmente a las clases medias más desfavorecidas y a los grupos subalternos) que el saqueo a las riquezas naturales por parte del poder corporativo transnacional, y el recorte a los derechos fundamentales de la ciudadanía están plenamente justificados en vista a las necesidades globales del país y la expectativa de un mejor futuro.

Es conveniente recordar que la ética de los gobernantes y la ética de los gobernados no es coincidente. Para empezar, los actuales gobernantes creen que su posición de liderazgo es fruto de algún tipo de  superioridad (natural o cultural) que justifica el ejercicio de sus prerrogativas. Mientras que los gobernados que han logrado escapar del disciplinamiento impuesto por los opresores juzgan el estado de cosas como el fruto de una serie de "injusticias primitivas" en la distribución de los recursos materiales e intelectuales. 


El disciplinamiento y el castigo social se asume como un deber de las élites en su ejercicio de poder paternalista y patriarcal, mientras que la educación (en todas sus dimensiones) se promueve, no como instrumento de liberación y realización de los gobernados, sino para justificar la opresión concertada y la estigmatización de quienes se rebelan frente al esquema excluyente y opresor. 

En contraposición, quienes se resisten ante el poder castrador y represivo entienden el poder político, conciben el poder en línea con el principio zapatista del "mandar obedeciendo" por parte del gobernante y no un mandar oportunista motivado por el afán de autoencumbramiento (4). 

Por otro lado, la exigencia continua de reprimir la protesta social, de encarcelar a los líderes opositores, de silenciar a las voces disidentes, o de asesinar ejemplarmente a miembros de las minorías más vulnerables, demuestra que los pueblos no aceptan de buena gana una ética que naturaliza la explotación, sino que la conciben como inherentemente perjudical y moralmente deplorable. 




(1) TURNER, Bryant. Vulnerability and Human Rights. Pennsylvania: Pennsylvania University Press, 2003.

(2) BALES, Kevin. Disposable People: New Slavery in the Global Economy. Berkeley and Los Angeles. University of California Press.

(3) BALES, Kevin. “Slavery and the Human Right to Evil”. Journal of Human Rights 3 (1): 55-65.

(4) DUSSEL, Enrique. 20 Tesis de Política. Buenos Aires: Docencia, 2013.  

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