PASTORAL


I. La Carta 


Espero que estés bien. Me pareció genial la iniciativa de K. El asado estuvo estupendo, y también la «algarabía» que acompañó el festejo. Pude reencontrarme con amigos que no veía desde hacía mil años, y rememorar anécdotas que explican lo que nos ha movilizado para asistir al festejo. También conocí gente estupenda, buenos amigos de K que ayudaron a organizar la celebración de la efemérides de nuestro querido marplatense. Todo esto se agradece y se aplaude. 

Sin embargo, después vinieron las «conversaciones», que me dejaron un sabor amargo, y un malestar en el cuerpo. Por supuesto, no hay que descontar el clima, que no ayudó. Todos andábamos apretados y torcidos. Sin embargo, la oscuridad de los tiempos que corren me ha vuelto impaciente con ciertos asuntos. 

Después del «tentempié» en el club de natación, donde celebramos el encuentro, nos fuimos a un bar en lo viejo. En la puerta, estuve hablando con unos y otros sobre la «guerra que se avecina» y la «cíclica imbecilidad humana». Hubo quienes se esforzaron en «resucitar», de manera nostálgica, un pasado sin futuro. Volvimos a hablar, una vez más, sobre las históricas ofensas padecidas que justificaban la resurrección de la «estrategia del quilombo».  

En realidad, me fui a dormir temprano y me levanté al alba (también lluviosa y gris). M. me llevó a la estación de Renfe, donde tuvimos tiempo de sopesar las impresiones del día anterior, festejar los reencuentros y ocurrencias, y reafirmar lealtades ahora encanecidas. Volví en el tren pensando en escribir un artículo sobre lo acontecido, pero acabé desistiendo. Eso sí, tomé notas en mi cuaderno de apuntes. Transcribo algunas de ellas:

1) Comenzar la entrada con la escena
 de la novela de Philip Roth Pastoral Americana (primer capítulo, titulado «Paradise remembered»). La ocasión: el Xº aniversario de graduación de una escuela de Newark donde se revela la verdad sobre «Swede Levov», el héroe americano al que le pasó la historia por encima. Alternativa: la película de Denys Arcand, «La decadencia del imperio americano». 

2) Una cita que resume la novela de Roth: «La gente cree que la historia es algo de larga duración, pero ocurre de repente y te pasa por encima» (estoy parafraseando).

3) Otra cita, esta vez textual, de Octavio Paz en El laberinto de la soledad. «Las épocas viejas nunca desaparecen completamente y todas las heridas, aun las más antiguas, manan sangre todavía».

4) Algunos conceptos para tener en cuenta: «tiranía de la mayoría», «policía moral». Depende en qué lado de la frontera, el color de tu bandera (...) Nadie se libra. Alguien me dice en lo más oscuro de la noche: «Si piensas así, no eres pueblo». Le pregunto: «¿Tú eres pueblo?» Me contesta: «Si, yo soy pueblo, y tú no. Lo demuestra el hecho que pienses de ese modo». El silogismo es perfecto. Imagino que el diálogo fue el mero efecto de los cubatas consumidas. Don't worry, Be happy.  

5) De todas maneras, me acordé de la anécdota que el periodista argentino Horacio Verbitsky (el autor de El vuelo) cuenta en Vida de perro. Verbitsky, el nieto de un ucraniano al que colgaron de un árbol en su patria natal, escucha a un «argentino de raza» poner en entredicho su nueva identidad. Verbitsky (el joven) le contesta que, si sigue jodiendo, le pondrá un balín en medio de las cejas. La violencia no es lo mío, el acento lo pongo en el concepto. En un mundo de exiliados, refugiados y migrantes, donde unos van, y otros vuelven, la idea de «la patria» debe dar paso a «la matria», cuyo amor, metafóricamente, no conoce fronteras. Debemos reescribir la matria mirando hacia el futuro que somos. Alguien dirá: «Pero, nosotros tenemos una historia, una lengua, unas heridas que sanar». El otro le contestará: «Yo también». O, mejor aún: «¿Y a mí qué me cuentas?»

6) Otra cita interesante vertida durante la noche: «No importa que la cosa avance. Lo importante es que les jodamos la vida». Les pregunto: «¿A quién?» «A todos. Lo que queremos es que sufran como nosotros sufrimos». Le digo que me parece una excelente descripción de una psicopatología muy difundida entre asesinos seriales y youtubers que acaban masacrando a compañeros de escuela
. Tengo la impresión que no entendió mi comentario, porque agrega: «Se trata de generar una estrategia de empatía, para que sepan lo que sentimos». No digo nada, pero pienso (creo que acertadamente) que el ejercicio de empatía no se impone, se practica en carne propia. Dos novelas sobre el tema además de Pastoral Americana de Roth: El agente secreto de Conrad y Los demonios de Dotoievski. También, Los hermanos Karamazov. ¿Quién podría olvidar cómo recordaba Aliosha el sermón del Padre Zosima?:

Pues tenéis que saber estimados míos, que cada uno de nosotros es culpable por todos y por todo en la tierra, sin duda alguna, no solo de la culpa general de la humanidad, sino por todos y por cada uno de los hombres en particular, en esta tierra. Esta consciencia es La Corona de toda la vida monacal y de todo hombre en este mundo.

7) Contra el fatalismo y el moralismo: nadie puede hacer justicia ajusticiando, porque la justicia es un revulsivo contra estos dos males que corroen nuestras vidas individuales y colectivas: el fatalismo y el moralismo.

8) Lo opuesto del resentimiento. Alguien me dice: «Estoy desilusionado», y se pasa dos horas tratando de convencerme que soy un «cristiano» (utiliza el término como un calificativo despectivo), porque le digo que «la desilusión es un privilegio que no todos pueden darse». Argumento: «Tengo hijos, ergo, creo». O, para decirlo de otro modo: ¿cómo no creer en el futuro si has aceptado que el mundo seguirá sin vos?

9) Los mitos vigentes de nuestro tiempo: «El fin de la historia» y «El choque de civilizaciones». Lo alucinante es el modo en el cual los hemos integrado en nuestra vida personal. De qué manera se han convertido en el sentido tácito sobre el cual existimos. Creemos que nuestro fin personal es el fin en sí mismo, y que la única manera de ser-con-los-o
tros es afirmando nuestro ser-contra-los-otros.

10) ¿Podemos hacer algo mejor que tirar piedras o hacernos nihilistas en pijamas? Con esto no quiero decir que las piedras no sirvan para nada, nunca y en ningún sitio, o que no podamos emborracharnos (de vez en cuando, al menos), mientras deambulamos en nuestro living-room para llorar las penas de nuestra finitud. Pero no podemos hacer «profesión de tirapiedras», ni vanagloriarnos de nuestro «nihilismo de salón». Ya lo decía Cortazar en 1962. Creo que el «joven» Marx hubiera estado de acuerdo conmigo, pero no estoy ciento por ciento seguro.

11) Al final quiero decir algo sobre el «respeto moral» (en clave kantiana) y sobre el «reconocimiento mutuo» (en clave hegeliana), pero sospecho que a «nadie», en esta época, le importa esas cosas. La intensidad mata sutileza. Sin embargo, hay que hacer un esfuerzo y volver a pensar el reconocimiento en todas sus múltiples, diversas y contradictorias acepciones. «¿Quién
 eres tú?» O, mejor: «¿Quién sos vos?» 

12) Hoy el ejercito boliviano recibió impunidad parlamentaria y judicial para matar. Trump legalizó los asentamientos israelíes en Palestina. Son noticias habituales, cotidianas, que van llenando el mundo de confusión y de rabia. Hay una veintena de explosiones populares a lo largo y ancho del planeta cuyos horizontes futuros resultan indescifrables. En Chile prometen una nueva constitución. En Bolivia un nuevo genocidio de indigenas. Creer que el cambio es bueno por sí mismo es una estupidez. La novedad es ineludible, pero conduce, con igual facilidad, tanto al paraíso, como al infierno. Todo depende de los ingredientes que contenga la pócima que los promueve. Hay que pensar y ser implacables, tanto con la soberbia de los injustos, como con la soberbia de los justos. La historia nos obliga a ser precavidos.

13) Sobre lo que me cae cerca. Todo es bastante complicado, absurdo, incluso delirante. Estoy donde debería estar, entre necios que se rasgan las vestiduras. Esta claro que no hace falta leer muchos libros de historia para darse cuenta que en todas las tragedias lo que sobran son «boludos».

Bueno, todo esto explica un poco el día, la noche y lo que pasó después.
Abrazos, 


II. Sobre la República, Libro I

Mientras repasaba mis notas transcritas en la sección anterior recordé Las Repúblicas de Platón y Badiou [1]. Pensé que había cierto paralelismo en la construcción del venerado Libro I en el cual Sócrates se enfrenta al desafío nihilista de Trasimaco, y la noche de festejos a la que me refiero más arriba. 

El texto de Platón comienza del siguiente modo en su versión clásica:  

Bajé ayer al Pireo con Glauco, hijo de Aristón, para dirigir mis oraciones a la diosa y ver como se verificaba la fiesta que por primera vez iba a celebrarse. La Pompa de los habitantes del lugar me pareció preciosa; pero a mi juicio, la de los tracios no se quedó atrás. Terminada nuestra plegaria, y vista la ceremonia, tomamos el camino de la ciudad. Polermarco, hijo de Cénalo, al vernos desde lejos, mandó al esclavo que le seguía que nos alcanzara y nos suplicara que le agradásemos. El esclavo nos alcanzó y, tirándome por la capa, dijo:
- Polemarco os suplica que le esperéis [Traducción de Miguel Candel]

En la versión de Alain Badiou, se lee lo siguiente:

El día en que toda esta inmensa historia comenzó, Sócrates volvía del barrio del puerto, flanqueado por el hermano más joven de Platón, un llamado Glauco. Habían ido a darle unos besitos a la diosa de la gente del norte - esos marinos borrachos - y nada se habían perdido de la fiesta en honor, ¡una gran premier! Tenía buena pinta, por lo demás, el desfile de los nativos del puerto. Y las carrozas de la Gente del Norte, sobrecargada de damas bien descubiertas, tampoco estaban nada mal.

Lo que sigue a este prólogo son dos debates en torno a la justicia. El primero es el que mantiene Sócrates amigablemente con el anciano Céfalo, y el segundo, más acalorado, el que enfrenta a Sócrates con el sofista Trasimaco. Con un poco de imaginación, la noche de la celebració
n que describo en la sección anterior puede leerse a la luz de la obra platónica. La referencia a Pastoral americana de Roth y «La decadencia del imperio americano» dan pie a una conversación en torno a la vejez, a la decadencia, a la desilusión y a la culpa. A esto sigue la discusión sobre el poder y la resistencia al poder. Sin embargo, aquí lo que me interesaba destacar era el moralismo, y lo que este acaba haciendo con las «resistencias», cuando las traduce al lenguaje del resentimiento y el fatalismo. El fenómeno no afecta solo a las derechas xenófobas o racistas. También al «izquierdismo» y a las «política de la identidad», cuando se articulan de manera «vengativa». 

Transcribo dos citas, esta vez siguiendo el texto de Badiou. Dice Céfalo, hablando sobre la vejez y la justicia: 

Situémonos en el momento en que alguien comienza a pensar en serio que se va a morir. Es entonces presa de preocupaciones y temores respecto de ciertas cosas que antes le importaban poco. Recuerda historias que se cuentan a propósito del Infierno, en especial, que allí se hace justicia por las injusticias cometidas aquí. En otros tiempos, en cuanto bon vivant, se burlaba de esas fábulas. Ahora, en cuanto Sujeto, se pregunta si son verdaderas. Debilitado, al fin, por la vejez, nuestro hombre, al imaginarse en el umbral del más allá, escucha con atención aguda todos esos relatos fabulosos. Acosado por la desconfianza y por el pavor, pasa revista a las injusticias que pudo haber cometido durante su vida. Si encuentra que las hay en gran cantidad, entonces, por la noche, se despierta bruscamente, aterrorizado como un niño visitado por una pesadilla, y para él los días ya no son sino una espera envenenada. Si su examen de conciencia no revela nada injusto, se siente entonces ganado por una agradable esperanza, aquella a la que el poeta llama la «nodriza» de la vejez.

Y más abajo, debatiendo con Trasimaco sobre la justicia, dice Sócrates: 

Es así como suceden las cosas, y de ningún modo como has afirmado hace un rato que sucedían. En cuanto a saber si la vida del justo es mejor y más feliz que la del injusto, pregunta que nos habíamos prometido plantearnos, se puede decir que ahora conocemos su respuesta, e incluso que esa respuesta es evidente, ya que se deriva de inmediato de todo lo que acabamos de decir. No obstante, mirémoslo más de cerca. No se trata de una simple astucia retórica, sino de la regla según la cual importa vivir.

De este modo, Sócrates, Platón y Badiou nos recuerdan que la regla según la cual importa vivir se descubre contemplando con atención el espejo de la muerte, donde el Sujeto es interrogado en nombre de la Justicia.  

______

[1] BADIOU, Alain. La República de Platón. Traducido por María del Carmen Rodríguez. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2013. 

BOLIVIA


Golpe


La prensa europea, en su mayor parte, se plegó al relato de las derechas vernáculas en América Latina, y replicó, con matices, el entusiasmo de la Administración Trump, que se apresuró a festejar el golpe. Algo semejante ocurrió en 2002, ante al golpe contra Chávez. Y unos años más tarde, ante el golpe contra Zelaya. Estos y otros comportamientos revelan una política de Estado.

Esta vez, Trump fue más que explícito en su apoyo a los golpistas. Felicitó en un comunicado a las Fuerzas Armadas de Bolivia por el trabajo realizado en «pos de la democracia y la felicidad del pueblo boliviano». El mensaje es consonante con la larga historia de intervencionismos de los Estados Unidos en la región. También el rol de la OEA reveló el lugar que ocupa en el tablero geopolítico como cabeza de playa del imperialismo estadounidense. 

En principio, el silencio y la aparente indiferencia europea ante el golpe en Bolivia llama la atención, como llaman la atención las «exóticas» justificaciones que se utilizan para minimizar la significación que tiene el golpe en términos económicos, políticos y sociales, y las consecuencias que tendrá para el futuro de Sudamérica. Digo «en principio», porque no hace falta mucha perspicacia para comprender que estos silencios e indiferencias son parte del decorado que exige el momento. 

Anti-populismo

A nadie se le escapa que América Latina, pese a lo variopinto de su geografía y su cultura, conforma un bloque en el cual las vicisitudes nacionales se traducen en epidemias regionales. 

La derrota del llamado «bloque populista», después de más de una década de victorias electorales y relativos éxitos de gestión (y algunos sonados fracasos), en un período que se bautizó, tal vez ingenuamente, como «posneoliberal», lo articuló una Santa Alianza formada por (1) el poder corporativo (en el cual el rol del periodismo fue crucial); (2) el eje transatlántico; y (3) un poder judicial convertido en brazo armado del poder financiero y los sectores clave de la economía local, que convirtieron en enemigos a los contrincantes políticos, persiguiéndolos, acorralándolos y encarcelándolos. 

Ocurrió con Chávez en Venezuela, con Zelaya en Honduras, con Lugo en Paraguay, con Dilma y Lula en Brasil, con Cristina en Argentina, y con Rafael Correa en Ecuador; mientras aquí, en España, los defensores a ultranza de sus respectivas democracias, cada uno envuelto en su propia y agitada bandera decorada con signos de pronta batalla, guardaban un silencio cómplice o tergiversaban los hechos para acomodarlos a sus propias circunstancias. 

Milicos

Ahora bien, el golpe perpetrado contra Evo y el pueblo boliviano se distingue en un aspecto crucial de los golpes blandos y el lawfare a los que nos tienen habituados los del establishment. Ha entrado en escena un nuevo-viejo actor (4) las fuerzas armadas. Esto eleva la alarma de peligro al nivel rojo. 

Porque, mientras aquí en España se discute sobre el franquismo «amagado» de la sociedad española, o se mientan los supremacismos identitarios, un golpe de Estado en Bolivia, perpetrado por las Fuerzas Armadas y apoyado por la diplomacia estadounidense y europea (un golpe de Estado perpetrado contra el experimento progresista más inusual y feliz que haya vivido el mundo en muchas décadas) es ignorando enteramente, no solo por las derechas explícitamente xenófobas y los nacionalismos excluyentes, sino también por aquellos cuyos lemas y postureos habituales presumen de progresismo. 

No hace falta ser muy leído (aunque se exige una buena cuota de desmemoria para no reconocerlo de este modo), que las proscripciones, los exilios, los asesinatos, los encarcelamientos, las desapariciones, las falsas denuncias, las extorsiones, han sido (en gran medida) acciones perpetradas por las derechas de la región para torcerles el brazo a las fuerzas populares, envalentonadas y ambiciosas de libertad e igualdad.  Mientras tanto, las fuerzas «progresistas europeas» optan por la indiferencia, o la intelectualización fácil, para evitar confrontar con el poder hegemónico en sus propios campos de batalla en asuntos que no valen la pena. 

Macri

La reacción del gobierno aún en funciones es una amenaza velada, dirigida contra el gobierno electo de Alberto Fernández (a quien llaman «el títere») y Cristina, la «yegua populista», la del nombre prohibido, la que en los dos lados del Atlántico provoca rechazos enconados inculcados por los periodistas y escritores «decentes».  

Al justificar el golpe, al describirlo como «inestabilidad institucional», y al retratar los acontecimientos como una mera dimisión del presidente Morales, consecuencia de sus propias faltas institucionales (su hipotético fraude), Macri y sus aliados en la región le guiñan un ojo a las Fuerzas Armadas, les reconocen el rol de «reserva moral de la patria», el rol que antiguamente servía para atizar sus intervenciones para interrumpir los procesos institucionales cuando la valoración ético-política de las élites lo juzgaban necesario. 

De este modo, la derecha latinoamericana, ahora en retroceso (lo vemos en Chile, en Ecuador, en Argentina, en Brasil), se guarda la carta de la violencia política ante la eventualidad del resurgimiento de una política progresista que ponga en cuestión la adquisición de nuevos privilegios por su parte. 

Racismo

Pero el golpe de Bolivia tiene un aspecto que debería avergonzar aún más al progresismo europeo, enfrentados al negacionismo institucional y mediático que los envuelve. El golpe en Bolivia es un golpe racista, perpetrado contra el gobierno indígena de la región, dirigido explícitamente contra estos colectivos. 

Hoy sabemos que la denuncia del supuesto fraude está en duda, que el informe de la OEA, una vez más, fue una jugada de la organización para facilitar la instauración de un gobierno títere en el Palacio Quemado. No debemos olvidar los repetidos enfrentamientos que durante los últimos catorce años tuvo el gobierno de Morales con la Embajada Estadounidense en el país, y las administraciones de turno en la Casa Blanca. 

La Unión Europea se ha desentendido enteramente de la cuestión y deja hacer. El gobierno de Sánchez, se ha desmarcado de la ambigüedad de la Euro-cámara y ha condenado la intervención militar, pero ha dado por bueno el informe de la OEA, permitiendo una interpretación laxa de los acontecimientos. 


***

La hipótesis del fraude electoral queda descartada

Hoy sabemos, porque así ha quedado constatado por el Center for Economic and Policy Research (CERP) en los Estados Unidos, que la OEA - presidida por Luís Almagro, quien fue en su momento expulsado del Frente Amplio por promover una intervención militar estadounidense en Venezuela, el mismo que llamó al expresidente español José Luís Rodríguez Zapatero «imbécil», por oponerse a una solución militar - ideó y ejecutó el «bulo» del fraude electoral para justificar la violencia y forzar la dimisión del gobierno de Morales, que, para ello exigía una intervención militar en toda regla para concretarse. La evidencia apunta a que Luís Almagro recibía órdenes desde Washington, y como en otras ocasiones, actúa perfectamente alineado a los intereses de la Casa Blanca, cuya beligerancia contra el bloque latinoamericanista es indudable. 

A estas horas en las que la prensa internacional y los gobiernos pro-mercado del viejo continente comienzan a tratar los eventos acaecidos en Bolivia como «hechos consumados» y blanquean a los golpistas, ni el fraude electoral, ni la certeza del triunfo rotundo de Evo Morales en primera vuelta pueden ya ponerse en duda. 

Como señala Ernesto Tiffenberg en su nota en Página12, lo único que les queda a quienes pretenden justificar el golpe es acudir a la explicación de la ilegalidad constitucional de la participación de Evo en las elecciones. Sin embargo, como señala Tiffenberg, la participación de Morales no solo fue refrendada en su momento por el Tribunal Supremo, sino que fue aceptada por la oposición, y defendida por la propia Organización de Estados Americanos que consideró «discriminatorio» impedir la participación de Evo Morales en el proceso eleccionario. 

Las conclusiones del CERP en su informe titulado «What Happened in Bolivia's 2019 Vote Count? The Role of the OAS Electoral Observation Mission» («¿Qué ocurrió en el recuento electoral boliviano de 2019? El rol de la misión de observación electoral de la OEA») señalan que el voto a favor de Morales es ampliamente superior a lo estrictamente necesario para un triunfo en primera vuelta. También deja entrever que la misión de la OEA en su informe actuó con motivaciones políticas y en detrimento de la transparencia que su rol exige. Luís Almagro exigía con virulencia y fanatismo la intervención estadounidense en Venezuela. Ha logrado un golpe en Bolivia y una ola de violencia que anuncia muertes y daños irreparables. La prensa europea hace la vista gorda. 

RAZÓN Y REVOLUCIÓN EN EL SIGLO XXI


Sobre la Revolución 

En una ocasión escuché a un historiador tibetano, en Oxford, explicando cuáles eran los motivos de su fascinación por la historia británica. Básicamente, lo que este historiador tibetano destacaba era que la historia británica estaba libre, en su mayor parte, de cualquier espíritu “revolucionario”. 

Supongo que, desde el punto de vista histórico-político, el historiador en cuestión no hacía más que poner de manifiesto una característica habitual de los pensadores budista (especialmente, los budistas tibetanos): afinidad con el espíritu conservador. No porque los budistas consideren que el actual statu quo sea deseable, o «el mejor de los mundos posibles», como decía Churchill respecto a las democracias liberales parafraseando a Leibniz, y mucho menos debido a que se encuentren en sintonía con la versión Fukuyamita del «fin de la historia» —aunque es cierto que en las décadas de los años ochenta, los noventa y más allá, algunos filósofos budistas occidentales parecen haber coqueteado con el posmodernismo e, indirectamente, con la visión termidoriana de la historia propuesta por la derecha estadounidense e incluso, en algún caso, con una interpretación folclórica del choque de civilizaciones (véase algunas interpretaciones del budismo esotérico como el sistema de Kalachakra respecto a la amenaza que supone el Islam). Tal vez, la mejor explicación para esos desvaríos ideológicos consista en analizarlos a la luz de la agenda geopolítica de cada cual, por eso de que «el enemigo de mi enemigo es [mi mejor] amigo». 

Sin embargo, los pensadores budistas no creen que haya mucho que podamos hacer para mejorar nuestra situación existencial si nuestro enfoque es exclusivamente «inmanente», intramundano. Todo lo contrario. Cualquier empeño, focalizado exclusivamente en alguna versión de progreso personal o colectivo intramundano, está llamado, en última instancia, al fracaso. ¿Por qué motivo? Por la intrínseca condicionalidad de todo lo que existe, por el carácter tramposo de las aprehensiones que tenemos del mundo, de los otros y de nosotros mismos. Si nuestro objetivo último no es liberarnos enteramente de este condicionamiento,  de nuestra ignorancia, y nuestras emociones negativas (nuestras aversiones y aferramientos), nos dicen, no haremos más que ir dando tumbos en el ciclo de la existencia (sāmsāra), en la eterna repetición del sufrimiento y la frustración (dukkha). Por lo tanto, el objetivo último es la libertad (individual y colectiva), a través del despertar (bodhi). 

Sin embargo, esto no conduce necesariamente a los pensadores budistas hacia una suerte de pesimismo existencial (aunque hay signos evidentes de una «huida del mundo» en muchos feligreses), porque, desde esta perspectiva, todos los individuos poseen «naturalmente» un telos, que consiste, ni más ni menos, en la libertad, que no es otra cosa que la actualización plena de nuestro potencial ilimitado de encarnar la verdad y el amor que, conjuntament, constituyen una suerte de «materia prima» de todo lo que es (dharma). 

Por consiguiente, desde el punto de visto socio-político, lo mejor que podemos hacer es crear las condiciones de posibilidad para que los individuos actualicen dicho potencial. El monacato budista apunta en esa dirección: construir conjuntamente una forma de convivencia que nos permita, a cada uno individualmente, alcanzar nuestro bien supremo, distribuyendo nuestros recursos y responsabilidades para lograr nuestro fin último: la liberación y la iluminación. 

En este contexto, podemos entender porque la democracia liberal es, en muchos sentidos, atractiva para muchos filósofos budistas contemporáneos (eso, o un paternalismo bonachón—«monárquico» o aristocrático): la democracia liberal, al menos en su formulación normativa más sencilla, pretende crear y proteger un espacio neutralizado de convivencia donde los individuos puedan elegir y seguir sus propios caminos de autorrealización. Por supuesto, en el caso de las democracias liberales, el giro inmanentista resuelve la cuestión en una dirección completamente diferente. Los miembros del monacato budista coinciden en que el camino de autoconocimiento y autotransformación conlleva poner límites, justamente, a los compromisos exclusivamente inmanentistas. 

En este punto cabe recordar que la democracia moderna echa sus raíces en la tradición griega, en contraposición a la tradición judeo-cristiana, cuyo trasfondo es enteramente diferente. Basta comparar a Sócrates con Moisés para notar lo que diferencia a estas tradiciones. Mientras Sócrates exige argumentos, el Dios de Moisés no entiende de razones. La historia occidental se explica, en parte, como una larga y muchas veces travestida confrontación entre sus dos fuentes primarias, nunca enteramente armonizadas: Atenas y Jerusalén. 

Ahora bien, volviendo al budismo tibetano, es interesante notar la afinidad que tiene esta tradición con el conservadurismo estadounidense —y aquí no me estoy refiriendo, como bien explica Leo Strauss en Liberalismo antiguo y moderno, a lo que distingue a un demócrata de un republicano— sino al marco de referencia que tienen en común: la profunda resistencia ante cualquier intento de transformación revolucionaria. Hannah Arendt y Claude Lefort, cada uno a su manera, y más recientemente Charles Taylor, han analizado esta cuestión comparando las tres «revoluciones»: la inglesa (1688), la estadounidense (1776) y la francesa (1789). 

En este sentido, el concepto clave para entender la modernidad, como bien señala Alasdair MacIntyre, es, precisamente, la «revolución». Sea que la expliquemos en el contexto cosmológico-antropológico (la revolución científica), sea que la expliquemos en el marco  epistemológico, como «giro copernicano» hacia el sujeto; sea que la pensemos en términos políticos y socio-económicos, como la invención de la autonomía y otras nociones análogas.  


Sobre la razón moderna y posmoderna 

Taylor ofrece una interpretación elaborada de la modernidad que él denomina «la era secular», una era (la nuestra) en la cual creer en Dios, o cualquier otro principio trascendente, resulta más difícil que hace 500 años, puesto que ni Dios, ni ningún otro principio trascendente justifican de manera hegemónica, o sirven como fundamento de nuestro orden social, ni explican la realidad material que nos envuelve y de la que formamos parte. Eso no significa, necesariamente, nos aclara, que la opción de la trascendencia esté cerrada para nosotros, pero es solo una opción entre otras. 

En ese marco secular, nos dice Taylor, una de las claves de nuestra situación es que vivimos de manera «bifocal». 

  • Por un lado, estamos vinculados a nuestra experiencia a partir de una cierta visión del mundo, cierto trasfondo de significación que consideramos «propio». 
  • Por el otro lado, vivimos «desvinculados», porque sabemos que nuestra manera de aprehender y vivir la realidad es sólo una entre otras muchas, de las que, por cierto, somos muy conscientes, e incluso llegamos a tener hasta cierto punto una experiencia directa. Nuestros vecinos no son peores que nosotros, pese a afirmarse en creencias muy diferentes a las que nosotros profesamos. Incluso nosotros mismos, en nuestro itinerario incesante en la búsqueda de la identidad, puede que hayamos transitado caminos análogos en el pasado o una alternativa posible en el futuro. 

De manera semejante, Leo Strauss en «¿Qué es la educación liberal?», señala que una de las características salientes de la modernidad es que hemos perdido la guía segura y definitiva que significaba ser parte de una tradición. 

Ahora estamos expuestos a la lectura de grandes libros, de autores con grandes mentes, que se contradicen entre sí. Para ello debemos adoptar una doble perspectiva. Por un lado, debemos considerar estos textos como grandes textos de nuestra cultura, o grandes textos de la humanidad. Pero, luego, tenemos que ponernos en una situación paradójica. Nosotros, que somos en todo caso «mentes inferiores», debemos juzgar las contradicciones entre los autores, mediar entre ellas, sacar nuestras propias conclusiones, todo esto a partir del diálogo imaginario que establecemos entre ellos. 

¿Cuál es el problema? Que podemos caer en dos perversiones. 

  • Por un lado, podemos imaginar que somos superiores porque somos más modernos, porque hemos venido después que ellos. 
  • O, por el contrario, podemos creer que nuestro juicio es superior porque somos conscientes de la relatividad de toda posición que pretenda ser integral, la cual, al fin y al cabo, depende de una perspectiva. 
A estas dos conclusiones las llama Strauss «ilusiones simplistas». 

Creo que Taylor estaría de acuerdo enteramente con Strauss en este sentido. Nuestra tradición (nuestro trasfondo de sentido no siempre articulado) nos permite vivir en el mundo y relacionarnos con él de manera directa, vincularnos de manera encarnada. Pero, al mismo tiempo, ese trasfondo (la epistemología moderna y sus tentáculos) contiene un elemento que nos permite y nos exige un cierto distanciamiento, una cierta relativización/desvinculación respecto que se traduce, finalmente, en el hecho de que juzgamos como más profundo a ese relativismo implícito, que a la tradición misma. En esa tensión entre vinculación/desvinculación se encuentra un nudo importante al cual deberemos dar respuesta, asociado políticamente a la tensión entre lo local y lo global, y a las perspectivas particularistas y universalistas. 

Sobre el Choque de civilizaciones y el neoliberalismo 

Me encuentro con un «filósofo cristiano» en su cafetería habitual en Enric Granados, frente al Seminario de Barcelona, donde imparte clases de filosofía política. Conversamos largamente. Me llama la atención acerca de la radicalidad del «particularismo» cristiano. Luego me pregunta de manera perentoria: 

«¿Estás dispuesto a reconocer que el cristianismo es la fuente teológica de la modernidad, que toda nuestra discusión sobre la posmodernidad, la globalización, el multiculturalismo, etc., tiene fuentes teológicas cristianas?» El teólogo Ivan Illich definía esa interpretación con una fórmula: la modernidad no es otra cosa sino «la corrupción de lo mejor»: el cristianismo. 

No le contesto. Continúo observándolo, con una pizca de perplejidad, aunque no asombrado por su obstinación culturalista y su nostalgia por revivir una santa cruzada civilizatoria. Por supuesto, no niego la evidencia de que puede rastrearse un hilo causal que uniría a estos fenómenos hasta formar un rosario de equivalencias para colgarle al cuello a la modernidad en clave eurocéntrica. Pero la afirmación de esta originalidad detrás del mundo actual es, cuanto menos, una distorsión grave y peligrosa. Aquí también podríamos hablar del «mito de los orígenes» (el agua del río serpenteante que atraviesa la llanura tiene su fuente exclusivamente en las altas montañas). 

Lo que hoy parece obvio es que otras tradiciones, como el budismo y otras «cosmovisiones» mundiales, son una alternativa «teológica» para el nuevo orden mundial, y que la lucha por la hegemonía planetaria es, en parte, una confrontación entre estas alternativas teológicas.  

Por supuesto, sería una simplificación atenderse a las filosofías de la historia popularizadas por Fukuyama y Huntington en la década de los noventa para explicar nuestras circunstancias actuales, pero es razonable pensar que las nociones del «fin de la historia» y el «choque de las civilizaciones» apuntan hacia algo crucial en la definición de nuestra época. 

Hace unos años, por ejemplo, podíamos leer el tema de los derechos humanos confrontando estas dos perspectivas. (1) La noción kojeviana del fin de la historia apuntaba precisamente a la idea de que habíamos alcanzado un estadio en la historia de la humanidad en el cual se habían resuelto (o íbamos en camino de resolver) nuestros dos grandes desafíos: 
  • El que concierne al logro de nuestros recursos (el triunfo del capitalismo); y 
  • El que concierne al logro del reconocimiento mutuo (gracias a la hegemonía de la democracia liberal, asociado a la utopía de los derechos humanos, como imaginarios planetarios). 
(2) Huntington, en cambio, señalaba que esa pretensión se topaba con una resistencia mucho mayor de la que estaba dispuesto a reconocer Fukuyama: la matriz de pensamiento occidental estaba siendo desafiada por otras civilizaciones, especialmente, la civilización China y la civilización islámica, que estaban poniendo en cuestión el fundamento mismo de Occidente. 

Sin embargo, como señala Zizek, el problema es que el capitalismo (especialmente en su fase neoliberal) no está asociado a una cultura determinada, no forma parte, ni es inherente a ninguna civilización. Su «universalidad» está vacía de «mundo simbólico-cultural». «Capitalismo» es el mero nombre de “una máquina económica, neutral en términos simbólico-culturales, que opera perfectamente tanto con valores asiáticos como con cualquier otro. 

Sobre el «principio esperanza» 

En este marco, señala Ricardo Forster, hay que leer el pesimismo en el que abrevan autores «anticapitalistas» como Byung-Chul Han o Wolfgang Streeck en contraposición a las formas de resistencia que a comienzos del milenio irrumpieron en América Latina. Dice Forster:

Lo peor siempre puede ocurrir, y en los hechos ya está ocurriendo a nivel planetario y no apenas en los países periféricos, pero eso no supone que no puedan surgir alternativas que busquen caminos de reparación y que se expresen en acciones políticas refundadoras de un horizonte social distinto al que ofrece la desolación neoliberal. 

Si es cierto, como señalan los pesimistas, que —en palabras de Forster— lo que sostiene al neoliberalismo es «la fabricación de individuos que sueñan con una libertad que los sujeta a una nueva fuente de sometimientos y/o a la desolación de lo común, de lo compartido; en definitiva, de la socialización fragmentada y destruida como núcleo de una acción liberadora», entonces, digo yo, tendremos que pensar en qué se encarna hoy la esperanza, la vida más allá de la vida, la liberación, en tiempos como los nuestros en los cuales las culturas se ven inermes ante la ubicuidad de esa máquina que es capaz de asumir, incluso, la máscara de sus más acérrimos enemigos.

En este sentido, más allá del desafío sustantivo que supusieron los populismos latinoamericanos (y más allá de las nostalgias que nutrieron sus gestos —por ejemplo, la lealtad a esa otra revolución, menospreciada por el establishment académico, la Revolución cubana) no dejan de ser una expresión del tiempo pos-revolucionario que vivimos. 

Para algunos, el ethos pos-revolucionario que subyace a estos movimientos populistas los condena a una praxis política que es mero «simulacro». Para otros, entre los que se encuentra el propio Forster, aunque el populismo latinoamericano no promete en modo alguno un «más allá del capitalismo», implica una genuina «revelación» que vuelve a abrirle la puerta al «principio esperanza». 

¿En qué consiste esa revelación? El populismo ha desnudado la contingencia del neoliberalismo, y con ello, ha roto el «efecto ilusorio de su eternización» —dice Forster. 

En este sentido, de manera semejante al modo en el cual los atentados del 11S (las Torres Gemelas derrumbándose a la vista de todos) volvieron caduco el espejismo del «fin de la historia», para dar paso al «fin del siglo americano», los populismos latinoamericanos hicieron patente, nada más y nada menos que en el patio trasero del imperio, que «otro mundo (sigue siendo) posible», pese a las derrotas coyunturales, y el poder aparentemente invencible al que nos enfrentamos. 

EL ANTIPERONISMO

La posibilidad de que "el mundo inferior y terrible", la "gente baja y mala", pueda llegar a mandar, la posibilidad de la "democracia" en el viejo sentido tradicional del término —como gobierno de los libres pobres— no volvió a conocerla Europa [durante mucho tiempo]

Pero la "democracia", el fantasma espectral de la irrupción de los pobres libres en el escenario político, volvió con la crisis de las monarquías absolutas y con el estallido de las revoluciones...

ANTONI DOMÈNECH

El triunfo y la grieta


Alberto y Cristina Fernández ganaron ayer las elecciones presidenciales en Argentina de manera holgada y en primera vuelta (7 u 8 puntos porcentuales de diferencia respecto a su competidor: Mauricio Macri, acompañado del experonista Miguel Pichetto, ahora devenido un antiperonista mayúsculo). En la provincia de Buenos Aires, María Eugenia Vidal, alguna vez la estrella “pop” del oficialismo en retirada, fue derrotada con rotundidad por Axel Kicillof. La herencia que dejan Macri y Vidal a los argentinos es la de un Estado quebrado y ausente que se tradujo socialmente en miseria, pauperización generalizada, inseguridad en alza y “más grieta”. 

Sin embargo, estrictamente hablando, lo que es notable no es la derrota del oficialismo, sino el sustantivo apoyo que recibió de una parte de la ciudadanía la coalición gobernante que reúne a los militantes y simpatizantes PRO, con los radicales conservadores, los neoconservadores de diversos pelajes, y el creciente ultra-tradicionalismo de algunos sectores asociados al fundamentalismo religioso católico o evangélico. 

Los guarismos a estas horas reconocen una masa electoral global del 40% que votó a Macri en las presidenciales, con epicentros en la capital, el interior de la provincia de Buenos Aires y, sobre todo, la provincia de Córdoba. Estos son los datos que hay que analizar. Porque, teniendo en cuenta el fracaso del macrismo en cualquiera de los términos en que se lo considere, y la profundidad del desajuste entre sus promesas de campaña y sus actos ejecutivos, resulta evidente que ha habido muchos ciudadanos que estaban dispuestos a tragarse el sapo y votarlo, pese a las pérdidas reales que ello pudiera significar en términos materiales y simbólicos. 

Las promesas

Se ha hablado mucho de lo bueno, de lo malo y de lo feo de la gestión macrista. Tres elementos suelen analizarse para sintetizar su fracaso basados en las promesas de campaña que llevó a Macri a la Casa Rosada en 2015:

1) “Pobreza 0”

2) Libertad de mercado

3) Transparencia institucional 

Un análisis sosegado demuestra que en las tres categorías el gobierno fracasó en sus objetivos explícitos. 

La campaña expresada en términos de “pobreza 0” fue rápidamente rearticulada, no como proyecto de gobierno, sino como ideal moral de los supuestos hacedores del cambio. Con ello, su base electoral, alimentada por la fobia recalcitrante hacia los “planes sociales”, el “clientelismo”, y el hipotético “choripanerismo” peronista, se vio doblemente frustrada. No solo aumentó la pobreza, y con ello la "estética de la miseria" que tanto asquea al votante macrista, sino que se multiplicaron las violencias y, con ello, los planes sociales dedicados a la contención frente a una economía financiera salvaje que solo podía sostenerse aplicando un mecanismo de subsistencia asistencialista que, en la era macrista, ha alcanzado niveles sin precedentes. 

Algo semejante ocurrió con la bandera de la “libertad de mercado”. Si los votantes de Macri en 2015 exigían furiosos su derecho a comprar dólares para viajar a Punta del Este, Miami o Europa, y hacían del fin del cepo cambiario una suerte de “toma de la Bastilla” para el siglo XXI, hoy, al final del camino, sus bases se encuentran con un cepo cambiario (literalmente) diez veces más estricto de aquel contra el cual se levantaron en armas en el 2015. Por otro lado, al “desorden de la economía” por el cual despotricaban los profesionales del rubro y que el macrismo venía resolver, ha seguido un caos financiero y una catástrofe productiva que ha hecho crecer el desempleo, la sub-ocupación, el hambre, la desnutrición, y la incertidumbre, hasta forzar el reconocimiento de un “estado de emergencia. 

Finalmente, el gobierno de Macri, llamado a ser el gran gobierno de la transparencia, se ha convertido en el campeón de una corrupción sistémica. Más allá de la corrupción endémica que afecta globalmente al sistema político en las democracias actuales, enrevesado con intereses corporativos y mafiosos, el gobierno de Macri puede jactarse de haber sumado a lo usual, la sistematicidad en el uso corporativo del Estado para el provecho privado, además de la pornográfica utilización de la extorsión judicial, las escuchas ilegales, las prisiones preventivas, el escrache mediático, la represión y violencia injustificada, y el saqueo a mansalva de recursos públicos como instrumentos de poder. La corrupción kirchnerista parece un chascarrillo pueril si lo comparamos con el tamaño y diversificación de la corrupción macrista. El macrismo ha convertido en ley la estafa al erario público. 

El antiperonismo: una pasión antidemocrática

Sin embargo, todo esto no hace más que acentuar la sorpresa que supone la excelente performance del macrismo en estas elecciones. ¿Cómo es posible que el 40% de la ciudadanía apoyara a un gobierno tan mediocre y corrupto, con resultados tan pobres, y guarismos tan negativos en todas las áreas de su desempeño? La respuesta es fácil. A Macri no se lo votó por lo que hizo, o por lo que pudiera hacer en el futuro (el grueso de sus votantes reconoce que el presidente no tiene luces y tampoco las tienen quienes habitan el círculo íntimo que lo acompaña. Se lo votó exclusivamente porque representa la única “opción realista” frente al peronismo (y muy especialmente, frente al kirchnerismo). 

Por ese motivo, parece claro que lo que necesitamos explicar es el antiperonismo, cuya más notoria característica es la fobia ciega contra todo aquello que lo define negativamente. Es decir: el objeto al que debemos llevar al "juicio político" es esa patología muy argentina. O, parafraseando a José Pablo Feinmann, esa “persistencia”, esa “obsesión” tan argentina que llamamos “antiperonismo”. 

Suele decirse entre los intelectuales argentinos de cuño liberal o conservador que el problema argentino que debemos resolver es el peronismo. Estos intelectuales se jactan frente a los intelectuales y científicos sociales extranjeros del carácter incomprensible de ese movimiento popular y esa construcción política (esa enfermedad nuestra). Pero el peronismo no es algo misterioso o incomprensible. Todo lo contrario. Es un fenómeno social y político perfectamente identificable históricamente. Los de abajo se rebelan frente a los poderes fácticos, se resisten y luchan, se organizan, elijen sus líderes, conquistan derechos, y recurren a la imaginación para afirmar sus costumbres de clase frente a los ricos que los explotan, los oprimen y los denigran. En la historia del peronismo hay luces y sombras, evidentemente, pero más allá de las circunstancias, el peronismo es, mejor o peor, una expresión de esa lucha popular por mejorar las condiciones de vida, cuestionar la distribución de los recursos, exigir el reconocimiento de la igualdad en la libertad. 

Más difícil es explicar el “odio antiperonista”, aunque es expresión también de un fenómeno universal: la fobia contra los pobres cuando estos se rebelan y pretenden estar en pie de igualdad frente a los ricos y privilegiados. Es en este contexto que encuentra explicación la militancia antiperonista de los “radicales conservadores”, el asco de ciertas clases medias revueltas en sus entrañas ante la posibilidad de un regreso de “la yegua y sus secuaces” — unas clases medias que, paradójicamente, han sido el producto de una movilidad social que manufacturaron las fuerzas políticas que orbitan en los movimientos populares entre los cuales destaca el peronismo.


Liberales, radicales conservadores y anarcocapitalistas

Por consiguiente, el antiperonismo es el verdadero objeto de reflexión que debemos privilegiar en los próximos años. Porque, como explicaba recientemente Thomas Pikketty, el misterio no está en la pobreza en sí misma (el fenómeno, probablemente, más estudiado empíricamente por las ciencias sociales desde su instauración), sino en la riqueza, que hace posible y fabrica pobreza, y que se mantiene sagazmente ajena a la mirada de los investigadores del establishment.

Nāgārjuna (ese gran filósofo dialéctico budista) explicaba hace casi dos milenios que la clave para superar la ignorancia consiste, en primer lugar, en identificar claramente el objeto para ser refutado. Otro filósofo budista, Shantideva, lo ilustraba diciendo que de nada sirve disparar la flecha si no conocemos el blanco al que deseamos dirigirla. En nuestro contexto eso implica que, aunque pasáramos mil años tratando de resolver los problemas sociales y políticos que padecemos, no lograríamos erradicarlos si antes no somos capaces de definir claramente el objeto que hemos de remover. 

En este sentido, y contra lo que repiten liberales y conservadores, la gente bien y la gente no tan bien que llenó las plazas con su "millón del 'Sí, se puede'”, el problema de la Argentina no ha sido en el pasado, no es en el presente, ni será en el futuro el peronismo y los movimientos políticos populares: el problema no son los pobres. 

Tampoco el mal del nuestro país está en la falta de educación, o la supuesta ausencia de “cultura del trabajo” — a la que apuntan los macristas y sus compañeros de viaje: los "radicales conservadores" antialfonsinistas, la derecha ultramontana, o los anarcoliberales de Espert.

En todo caso, el problema ha sido, son y serán, siempre, los ricos, y los "trepas" —esa clase monstruosa— que los admiran y emulan, y los capataces que les sirven. El problema ha sido, es y será siempre el antiperonismo, la educación que manufactura exclusión, y la cultura de la esclavitud y la discriminación. 

El futuro posible

El 10 de diciembre comienza una nueva etapa para la Argentina. Las circunstancias son extremadamente difíciles. La herencia recibida es verdaderamente pesada en esta ocasión. 

Alberto Fernández, Cristina Fernández y el resto del Frente de Todos, además de los aliados que puedan unirse en los próximos meses, tienen ante sí la ocasión, una vez más, de darle la vuelta a la historia, dejando atrás este grave "tropiezo" de cuatro años en los que las clases populares aprendimos a ver desnudos en su crueldad a nuestros antagonistas. 

CHILE: EL FIN DE UNA ILUSIÓN



Alienígenas y comunistas


María Cecilia Morel Montes, la primera dama de Chile, la esposa del presidente Sebastián Piñera, caracterizó a los manifestantes que "invadían" las calles de Santiago como “alienígenas” y “extranjeros”. La prensa internacional de derecha no tuvo reparos en secundar sus dichos, calificando a las masivas protestas en el país andino de “comunistas”, fruto de la actividad subversiva de "países villanos" como Cuba o Venezuela. La estrategia es bien conocida.

La explicación resulta estrambótica y sintomática, especialmente si se conocen los datos de la desigualdad en Chile, un país que ha estado en boca de analistas, periodistas y académicos durante las últimas décadas como ejemplo de lo que tiene para ofrecer un buen programa de austeridad fiscal, y una economía ordenada y obediente a las recetas neoliberales que alientan los organismos multilaterales. 

Hoy, esos acérrimos publicistas del paraíso chileno "descubren" lo que para cualquier persona "decente", libre de prejuicios ideológicos, resultaba una evidencia palpable: que el "paradigma chileno" era una ficción oportunista. Chile es el país más desigual de Latinoamérica, una región - dicho sea de paso - cuyos registros estadísticos demuestran que es la más desigual del planeta. Chile, el ejemplo predilecto de periodistas, profesores y expertos liberales para validar sus recetas de buen gobierno, ocupa el décimo lugar entre los países más desiguales del mundo. ¡No es poca cosa saber esconder semejante realidad detrás de las máscaras del buen hacer!

La herencia pinochetista

Sin embargo, Chile no ha empezado a ser desigual ayer, ni antes de ayer, sino que ha forjado su hipotético éxito económico a través y gracias a esa desigualdad e injusticia social. 

Lo ha hecho blindando las estructuras de poder político para evitar la porosidad institucional que permitiría cuestionar el carácter elitista de su democracia, fundada (recordémoslo) en un régimen dictatorial que supo implementar el primer programa neoliberal integral de la historia. Un programa en cuyo diseño participaron, personalmente, sus más prominentes promotores internacionales: Milton Friedman y Fredrick Hayek, quienes desde el primer momento afirmaron su absoluta preferencia por la libertad de mercado por sobre la igualdad y la fraternidad entre los seres humanos, ignorando la crueldad y la muerte que sus programas de ajuste fiscal y privatizaciones exigían. Hayek decía en una famosa entrevista concedida al diario ultraconservador El mercurio en su visita a Chile de 1981:

Una sociedad libre requiere de ciertas morales que en última instancia se reducen a la mantención de vidas: no a la mantención de todas las vidas, porque podría ser necesario sacrificar vidas individuales para preservar un número mayor de otras vidas. Por lo tanto, las únicas reglas morales son las que llevan al "cálculo de vidas": la propiedad y el contrato.

Por lo tanto, el descalabro en Chile viene de lejos, y tiene fuentes ideológicas de calado. Frente a ello, sin embargo, la ciudadanía chilena no ha permanecido dócil. Muy por el contrario, la historia reciente ha estado marcada por protestas cívicas de estudiantes y trabajadores, a las que los gobiernos, tanto de centro izquierda, como de derecha, han respondido con una represión asesina. Recordemos que el saldo de la represión de los últimos días es de 18 muertos.  


Lealtad de clase: una izquierda para "los de arriba"

Las declaraciones del expresidente Ricardo Lagos en las últimas horas dan testimonio de la lealtad de clase que inspira a la dirigencia chilena. Pese a las diferencias cosméticas y estratégicas respecto a sus contrincantes electorales, la "izquierda" chilena ha sostenido de manera incuestionada la estructura de explotación que define al país. 

Es cierto, frente al carácter pornográfico de las declaraciones de la primera dama llamando alienígenas a sus conciudadanos, acusando de las revueltas a una supuesta internacional marxista, y reconociendo atemorizada ante el desborde social que tal vez había llegado el momento de "disminuir nuestros privilegios y compartir con los demás", las de Ricardo Lagos o Michelle Bachelet parecen equilibradas e inteligentes. Pero, bien miradas, son expresiones que apuntan al nudo del problema. 

La clase dirigente chilena, de "izquierda" y de derecha, responde a una lealtad de clase por sobre cualquier formalidad democrática. Las opiniones del presidente Lagos sobre lo que está ocurriendo en su país lo ponen de manifiesto. Sus explicaciones falaces sobre las causas del malestar, y, con ello, la condena implícita e inmisericorde de los manifestantes, desnuda la visión de clase que lo informa. 

De acuerdo con Lagos, Chile ha hecho mucho por los pobres, aunque no haya sido suficiente. Los pobres, para Lagos, son la "alteridad" de Chile, alienígenas o extranjeros que los privilegiados disciplinan y soportan, una amplia mayoría de la población hoy disfrazada de clase media a través de aceitados malabares estadísticos. Porque, más allá de lo que indica el PBI, la pobreza es endémica en el país andino. Afecta a un enorme porcentaje de la población, mientras otro minúsculo porcentaje concentra de manera obscena el grueso de la riqueza. 

En ese sentido, los asesinatos perpetrados por las fuerzas policiales y militares en estos días, y las denuncias de torturas y abusos que no resultan difíciles de imaginar a la luz de lo que hemos visto en las pantallas televisivas, dejan al descubierto la mezquindad y complicidad de la izquierda chilena, que ha co-gobernado y facilitado la gobernanza pinochetista en el país, perpetuando la estructura neocolonial que le ha valido el aplauso del establishment global. 

La posdemocracia europea contra la igualdad

Pero, el terremoto político de Chile no es un hecho aislado en la región. El fracaso estrepitoso del gobierno de Mauricio Macri en Argentina, que ha regresado al país al abismo financiero y a la pauperización masiva de la sociedad; la catástrofe social y política que ha producido el gobierno de Bolsonaro en Brasil, que ha dinamitado las políticas de igualdad implementadas por el gobierno anterior y las políticas de integración regional con sus "trumputeadas misóginas, eco-negacionistas y racistas"; y la fragilidad institucional que hoy aqueja a Ecuador, debido a la traición electoral de su presidente, quien ha impuesto un programa de ajustes y privatizaciones salvaje contra quienes lo condujeron al Palacio de Carondelet; todo esto, sumado a lo que acontece en otras latitudes de la región, marca un nuevo giro con dirección incierta. 


En este escenario, los intereses de Washington parecen estar en entredicho. Su apuesta por las derechas locales para sepultar los proyectos populistas de integración regional parece haber encontrado su límite en la resistencia popular a los salvajes programas de saqueo y desposesión impuestos sin miramientos sobre las ciudadanías.

También la "centro izquierda" europea se encuentra comprometida, para no decir nada de la centro derecha y su parentela extremista. La ambigüedad consistente en sus discursos frente a la emergencia neoconservadora y neoliberal alineada a Washington, so pretexto de ser el mal menor frente al "populismo de izquierdas"; la connivencia en la promoción de programas de ajuste y reendeudamiento impulsados a través de los organismos multilaterales; la intimidad promiscua entre las élites posdemocráticas para imponer un encaje a tono con la propia política interior de la Unión, definida en función de un orden económico y social en el cual la salud se mide en términos de libertad de mercado, en desmedro absoluto de la igualdad y la justicia social, acaba desautorizando (una vez más) cualquier pretensión europea de apego a la democracia y los derechos humanos.

La austera y brutalizada Europa, que hoy se desangra a través de todos sus orificios territoriales debido a los malestares profundos que ha generado con sus políticas de desprecio hacia los intereses populares, y el oportunismo de sus élites regionales que los han traducido en reivindicaciones nacionalistas y xenófobas, había convertido a Chile en su niño mimado en América Latina y su ejemplo publicitario para contraponer a los Maduro, los Kirchner, los Correa y los Lula da Silva, la transparencia de un orden jurídico al servicio de la riqueza. 

Sin embargo, en su explosión de furia, la sociedad chilena ha dejado desnudo al rey y su corte: el problema, finalmente, no era el populismo (en todo caso, un síntoma). El problema es siempre el mismo en nuestra historia de luchas políticas y sociales: la desigualdad, la injusticia social, la desposesión y la explotación de los pueblos, el desprecio a los de abajo. Lo demás son cuentos de ricos, para seguir robándole a los pobres lo que por derecho les corresponde: vivir dignamente. 

DESAFECCIONES Y DISTURBIOS



Desafección I

Se habla mucho de la desafección de una parte de la población catalana respecto a España. No me extraña. Además de la historia de “larga duración”, los sucesivos gobiernos a nivel estatal han creado desconcierto y rabia entre la ciudadanía catalana, no solo en cuestiones relativas al llamado “problema territorial”, sino también en otras cuestiones que afectan de manera inmediata la vida cotidiana de los individuos y los colectivos.


De modo que la combinación de corrupción sistemática (esta vez sí, a nivel estatal y local) e injusticia social (esta vez también, a nivel estatal y local), junto con la narrativa identitaria (que también se asume de un lado y otro del Ebro, pese a sus estéticas opuestas)   han encontrado su "significante vacío". En ese marco, la formación  se ha convertido en una suerte de magma volcánica (fosilizada durante años por la estrategia separatista en la etapa “política” del procés) que en estos días de sobrecalientamiento ha explotado, esparciéndose por el territorio, produciendo ríos de lava de indignación y filtrándose en las "cavernas interiores" de la compleja sociedad catalana.

Desafección II

Menos se habla de las desafecciones que está sufriendo el independentismo frente al resto de la sociedad catalana. Pese a la insistencia comunicacional de los tertulianos locales, Catalunya es cada día más diversa, más plural, más contradictoria. Negarlo, so pretexto de que el reconocimiento de esa diversidad política y cultural sirve a las fuerzas “fascistas de ocupación", resulta doblemente peligroso. Primero, porque acaba extranjerizando a una parte de la población local que no acaba de acomodarse al ideal abstracto de una patria moralmente impoluta y unitaria; y, segundo, porque previene la asunción plena de las propias limitaciones a la hora de diseñar estrategias políticas de futuro. 

Todo esto nos deja atrapados, una vez más, en un voluntarismo mágico que acaba alimentando, en un nuevo ciclo espiralizado, el resentimiento y el moralismo reinante, emergente de las frustraciones que han producido, no solo los muros de piedra que impone la realidad estatal y la geografía política europea, sino también la "falsedad ideológica" que envolvió al mismo procés, con su fatal desenlace gestual, hoy traducido en términos jurídicos en una condena, cuanto menos, controvertida. 

Moralismo y voluntarismo 

En una época aún marcada por el imaginario posmoderno, pese a las exigencias de realismo que nos han impuesto las sucesivas crisis del capitalismo después del fin de la historia, estamos ante una doble encrucijada: (1) superar el moralismo reinante (feo para quien no comulga con la feligresía); y (2) el voluntarismo (que solo puede acentuar el resentimiento, y produce, además, desajustes intestinales). 

Obviamente, el moralismo y el voluntarismo afectan a todos los actores involucrados en el conflicto en el que estamos inmersos. Los unos, ponen el acento en la identidad y el derecho a la autodeterminación como alfa y omega de la justicia; los otros, hacen lo propio con el "orden y progreso" que impone el estado de derecho. Pero ni las ordenadas marchas multitudinarias organizadas por el independentismo oficial, ni las recurrentes referencias a la pulcritud cívica impuesta coercitivamente por un Estado cuyo poder, dicho sea de paso, sigue siendo inexpugnable pese a la dramatización de la protesta, convencen a quienes intentan observar la situación sin dejarse arrastrar por las emociones en curso, hábilmente capitalizadas por unos y otros para pertrecharse ante sus respectivos enemigos. 

Disturbios I

La discusión peregrina sobre la violencia de los manifestantes y la ferocidad represiva de las policías autonómica y nacional es más de lo mismo. Pese al fastidio que producen los tumultos y el impacto visual y emocional que producen automóviles y mobiliario urbano incendiados, pese a la medida ofuscación que producen los golpes de porra, los gestos autoritarios y las cargas concertadas de la policía (con las consecuencias previsibles que todo esto supone), la escenificación de la protesta sigue estando dentro de los parámetros habituales en un clásico futbolístico. 

Ha habido tarjetas amarillas, amenazas de expulsión, pero aún no estamos, ni siquiera frente a la antesala de un conflicto violento en toda regla. El moralismo de unos y otros (defensores solapados de las protestas "subidas de tono", o cultores de la "mano firme") exageran la dimensión del problema al que nos enfrentamos "en la calle". La grandilocuencia es muy latina, y los catalanes, como subgénero, no parecen estar muy alejados en sus "quijotescas" de la análoga pasión castellana. Otra cosa es la evidencia de una catástrofe política en ciernes. 

Disturbios II

Esto se explica cuando uno presta atención a la ausencia absoluta de perspectiva autocrítica reinante en el ala política del procés. No me refiero a hacer públicamente un mea culpa (pretensión absurda cuando en el "mercado electoral" la negociación está aún en marcha). Me refiero a la evidencia que supone volver a tropezar una y otra vez con la misma piedra (pasión humana, si las hay). 

En estos días se ha roto la formalidad rutinaria de la "fabrica independentista" que un hábil funcionariado libertario supo usufructuar para producir "preciosidades de masas" en las ocasiones requeridas. Ahora el procés ha dejado de ser un fenómeno de ingeniería política, para convertirse en un genuino fenómeno de expresión social. Omnium y la ANC se quejan de la falta de timing de los líderes políticos a la hora de conducir la nave, pero son en parte responsables de este traspasamiento político. Hablar de infiltrados y cloacas del Estado no convence. 

Realidad institucional 

Lo cierto es que el liderazgo institucional en estas horas está deshecho ("desfet" es la palabra). El Govern se ha convertido en un florero coronado por una flor mustia, angustiada y vacilante ante las brisas que la envuelven. 

Mientras tanto, en Madrid, en medio del enésimo revuelo electoral en curso, Pedro Sánchez se enfrenta a sí mismo y a la historia, después de haber perdido, quizá irremediablemente, el tren con destino a Finlandia. En la oposición, Pablo Iglesias se mira en el espejo y no se reconoce. Casado, como hemos visto, ha decidido dejarse la barba (tal vez para estar más a tono con el líder de Vox). Y Rivera ("pobre Rivera"), está como al comienzo, desnudo, viajando en la superficie publicitaria de un autobús que va a ninguna parte, haciendo gestos obscenos. 



NO ME DIGAS QUE SOMOS UN PUEBLO

Milei viaja a España para apoyar a la extrema derecha, a esa derecha franquista y neoliberal que busca derrocar al gobierno de Pedro Sánchez...