LA IDEOLOGÍA DESPUÉS DE LA IDEOLOGÍA. Desencuentro en el Vaticano



En este post comento brevemente la nota de Carlos Pagni publicada hoy en el diario La nación titulada: "Un viaje a Roma que acentuó las diferencias"

Los apuntes de Pagni son muy interesantes. A nuestro entender da en el clavo con varias definiciones. Y nos obliga a pensar la coyuntura política con detenimiento, observándola, no sólo como la escenificación de egos enfrentados, sino como pugna entre posiciones ideológicas enfrentadas. Para nosotros, que andamos hace tiempo metidos en el tema de la relevancia incontestable de la religión en la esfera pública, lo que anda pasando en Argentina confirma algunas de nuestras sospechas.

Las fuentes de Pagni, que nosotros subimos y comentamos por este medio en algún momento (la de Natanson - en Le Monde diplomatique - o la de Feinmann - en Página 12, respecto a las nuevas espiritualidades y su sintonía con el individualismo y la atomización que exalta y promueve el capitalismo tardío en detrimento de otras formas encarnadas de existencia), valen la pena meditarlas con serenidad.

Como afirmamos apenas ayer en nuestro blog, deberíamos dejar de lado las rencillas personales (como las que pretendió instalar Elisa Carrió hablando del chismorreo del Papa y su hipotética promoción de los violentos), y entender que estamos asistiendo a una pugna ideológica de dimensiones globales. Por esa razón, propusimos en su momento, y animamos, un estudio comparado de la encíclica del Papa Francisco Laudato Si, y los textos del Dalai Lama que intentan ofrecer una alternativa budista a la modernidad capitalista y al modo de entablar un diálogo intercultural e interreligioso en la esfera secular. Algunos de los participantes en esos diálogos que se llevaron a cabo o se están llevando a cabo en Buenos Aires, Barcelona y Valencia, han entendido la importancia que tienen estos debates para ir hasta el fondo de los problemas que enfrentamos globalmente.

En breve, me parece que ha llegado el momento de dejar a un lado la anécdota y ponernos manos a la obra para pensar los fundamentos ideológicos del macrismo, los muchos caminos que desembocan en este momento histórico, para entender lo que anima a una parte no desdeñable de la población a darle su alma a un proyecto que promete enaltecer al individuo, ocultando su pertenencia comunitaria y sus tradiciones populares.

Esto puede resultar un insulto para quienes estamos comprometidos con las corrientes populares, pero es en realidad una confrontación ideológica que debe ser puesta en blanco y negro para que podamos discernir sus ventajas y desventajas, sus claroscuros.

No hay duda que el modernismo budista y otras formas espirituales en boga no son la solución definitiva a los problemas que tenemos. En muchos casos, sirven como cortina de humo para justificar el horror con una caricia de buena consciencia. La escena en la última reunión de Davos, en la cual los líderes políticos se sentaban juntos a realizar meditación Vipashyana (los mismos líderes que se amenazaban mutuamente horas antes boicotear sus agendas con el fin de eludir la responsabilidad frente a la catástrofe humanitaria en Medio Oriente) da cuenta de las contradicciones que enfrentan las nuevas espiritualidades. Sin embargo, descartar sus virtudes en su totalidad seria una reacción ciega que no podemos permitirnos.

También es imprescindible reconocer que el catolicismo, y en particular las formas que animan los movimientos populares en América Latina, no han sido aún capaces de dar cuenta de las sensibilidades del mundo contemporáneo, las mutaciones en los hábitos de comunicación, los espacios liberados de toda observancia religiosa, neutralizados por las peculiaridades de nuestra época.

Quienes crean, como se ha dicho en estos días, que la solución pasa por un republicanismo laicista, o un liberalismo que mantenga a raya las sensibilidades espirituales de los individuos, se engaña o nos engaña. La religión está en el mundo para quedarse y su influencia crecerá a medida que se profundice la crisis planetaria.

Por lo tanto, me parece que la única alternativa consiste en animarnos a otra clase de diálogo (no me refiero al diálogo superficial que propone el macrismo), sino un diálogo sincero con las tradiciones y corrientes que conforman este entramado de antagonismo ineludible que son la carne y el alma de la vida social.

CAMBIEMOS... DE PAPA




Horas después que Elisa Carrió, parte del ala dura de la coalición Cambiemos, acusara al Papa Francisco de promover la violencia en Argentina, el Jefe de Gabinete, Marcos Peña, señaló en rueda de prensa: "El Papa no es ni kirchnerista ni de Cambiemos".

Ansiosos, los funcionarios macristas se apresuran a poner paños fríos sobre la frialdad prodigada por Francisco a Mauricio Macri y su comitiva en el último encuentro en el Vaticano. Otros, menos propensos al dialoguismo que promueven de boquilla los contertulios de la "nueva política argentina", exigen que se ponga coto a la injerencia papal en los asuntos de Estado, al tiempo que se asume con cierta incomodidad que el Papa no dijo pío, ni hizo gesto discernible para la gran audiencia. Se insiste: las relaciones con la Santa Sede son cordiales y fructíferas. La sintonía entre los dos líderes de Estado, protocolar pero próxima.

Aunque es evidente que, más allá de las simpatías particulares, que corren por cuenta propia de cada uno de los protagonistas, no se puede aseverar con seriedad que el Papa sea kirchnerista o simpatizantes de Cambiemos, también es evidente que, a menos que queramos echar en saco roto sus intervenciones públicas y sus publicaciones recientes, el Papa Francisco se ha convertido en el mundo, al menos discursivamente, en un tábano, molesto por las críticas que articula contra el poder político y corporativo que gobierna el planeta.

Las quejas no se han echo esperar. Angela Merkel o Donald Trump, hicieron saber su disconformidad públicamente. Jeb Bush, el hermano de George W., hizo una declaración semejante a la que hace unas horas replicó Elisa Carrió. El nudo del entuerto para el Partido Republicano fueron las veladas críticas del Papa a la política antiinmigratoria que pretenden imponer. La respuesta fue recordarle que no se meta en asuntos que no le conciernen: la tan mentada separación de la Iglesia y el Estado. Otros ejemplos que nos vienen a la memoria fueron (1) el escándalo que supuso su discurso en la Eurocámara, poniendo a parir a toda la Europa de los Partidos Populares, o (2) sus lacerantes discursos contra la estrategia de la Unión Europea ante la crisis de los refugiados.

Entre la derecha católica global, este Papa es una incomodidad. La incomodidad ha llegado a un grado tal que ya no se esconden ni maquillan las antipatías que suscita el Pontífice. Prelados, Arzobispos y Cardenales, de un lado y otro del Atlántico, se indignan ante su política "populista". En ese sentido, no asombra la reacción visceral de los "radicales" de Cambiemos, ni la puja mediática con los hacedores de imagen del macrismo, como ocurrió con Duran Barba recientemente, antes y después de las elecciones.

Más allá de las simpatías o antipatías personales, lo cierto es que la posición del Papa en la agenda global es contraria a la estrategia que está imponiendo Macri en Argentina, y otros gobernantes en la región y en el mundo. Denodado crítico del neoliberalismo, Francisco no puede permanecer incólume ante un gobierno que expresa con decidido empeño la voluntad de poder de los grupos corporativos, que encarna una concepción indiferente a la justicia social, que se regodea de una libertad absoluta en detrimento de los derechos humanos. Los gestos dicen algo, sin interferir institucionalmente, con el fin de preservar, justamente la exigencia de la política en una era secular. Eso no lo priva de poner en evidencia lo que considera contrario a su filosofía, encarnada en la Doctrina Social de la Iglesia, en consonancia con una larga tradición teológica y filosófica en América Latina.

Nos hemos acostumbrado a una estrategia comunicacional que se apropia de los símbolos políticos populares, como los del peronismo o el radicalismo, con el fin de desmantelarlos.

O se hace pasar por encarnación de valores cristianos o espirituales, con el propósito de transvaluarlos.

O se apropia de la retórica de los derechos humanos, la democracia o el republicanismo, para someter a su arbitrio sus instituciones y tergiversar la memoria de sus luchas.

Estamos ante una estrategia comunicacional que no sólo afecta nuestro bolsillo, sino que promete expropiar nuestros discursos y herramientas de resistencia.

Frente a la concertada e ininterrumpida campaña electoral en la que estamos sumergidos, nuestra tarea consiste en distinguir lo que promueven los voceros del multimedia y el conglomerado de intereses que representa, de lo que verdaderamente tenemos enfrente.
¿Qué es lo que tenemos enfrente? No hace falta caer en la caricatura personal para hacer notar que el macrismo es la expresión más acabada en la región de un neoliberalismo brutal, renovado discursivamente, pero fiel encarnación de la "voluntad de poder" de los grupos concentrados, al servicio de una visión del mundo que promueve una suerte de neo-darwinismo (la supervivencia del más fuerte), divorciado enteramente de cualquier noción justicia social y a favor de la eficiencia de los mercados, que se contradice enteramente con el genuino ecologista integral que demanda la sociedad civil y el compromiso con los derechos humanos de la "multitud" en la era de la globalización.

Todo esto, sin embargo, no es una invención local, como parecen querer hacernos creer algunos de sus más conspicuos representantes, sino la mera expresión rio-platense de una amenaza que se cierne contra el planeta en su conjunto.


LEGITIMIDAD Y REPRESIÓN



¿Qué tipo de legitimidad tienen los representantes y las instituciones democráticas cuando una parte no desdeñable de la ciudadanía deja de reconocerles autoridad moral y política? 


¿Qué legitimidad tienen los jueces, por ejemplo, la Corte Suprema de Justicia, cuando la ciudadanía comienza a pensar que la misma actúa de manera parcial, interesada, o arbitraria? 

Hay un número nada despreciable de ciudadanos que creen (a ciencia cierta: es decir con conocimiento de causa) que jueces como Bonadio, o fiscales como Saenz, o aun, pero, tipos como Lorenzetti, han perdido toda credibilidad y toda imparcialidad. 

Ahora bien, el problema que se esconde detrás de esta "ilegitimidad" legalizada es que la autoridad sólo puede sostenerse a través de dos vías: 

1) La primera es la vía auténticamente, genuinamente, democrática. La legitimidad se debe al respeto espontáneo que los ciudadanos tienen hacia sus representantes e instituciones. 2) La segunda vía se logra a través de la mentira y/o la opresión. 

A menos de tres meses de gobierno, el gobierno de Mauricio Macri, acompañado de un poderoso aparato mediático que acecha y persigue de manera concertada la persecución de las líneas editoriales opositoras, junto con la arbitraria actuación de las cortes, parece haber elegido la segunda vía. En ese sentido, da la impresión que se apresta a gobernar sin el respaldo de la voluntad popular, que si aun lo tiene, se deteriora aceleradamente con el correr de los días. 

Gobernar de espaldas al pueblo, contra los intereses de los ciudadanos, y en franca parcialidad a favor de quienes históricamente han oprimido, excluido y saqueado al país, es lo que define una tiranía antipopular. 

El peligroso desliz hacia la mano dura, acompañada de un esfuerzo denodado por atacar los símbolos de las tradiciones populares, la persecución a los líderes políticos opositores hasta su encarcelamiento (el caso de Milagro Sala no debería en ningún momento minimizarse), el desatinado desprecio hacia el ejercicio de la libertad de expresión popular y la criminalización de la protesta social, sólo puede llevar al conflicto y la violencia.

A nosotros no nos asombra que sean justamente los partidos políticos de la coalición Cambiemos quienes ejecuten semejante programa regresivo. Pese a que sus líderes se auto-erigieron como los defensores de las instituciones republicanas, la libertad de expresión, y el consensualismo liberal, siempre supimos que los movimientos que atraviesan la historia argentina no desaparecerían de un día para otro, ni las tendencias y hábitos aprendidos mutarían por arte de magia. 

No creímos la burda estrategia cosmética de quienes alabaron el diálogo mientras vituperaban a sus contrincantes, ni nos dejamos arrear como otros por la retórica del odio que a tantos incrédulos convirtió en cómplices de este nuevo fracaso nacional.

Cada uno de nosotros es heredero de un pasado histórico (tal vez de varios).

Los macristas y muchos de sus seguidores actuales (no todos), son herederos de esa tradición argentina de iluministas e iluminados que siempre ha creído que el país es de unos pocos (entre los que pretenden estar), y que los movimientos populares deben mantenerse, por las buenas o por las malas, lejos del poder.

En el pasado esa tradición se definía así misma con el glamuroso nombre de “anti-peronismo” puro y duro. Las más tristes páginas de nuestra historia están escritas por el anti-peronismo y su iracundia ciega.

Habiendo mutado el peronismo en una fuerza aburguesada, con un sindicalismo acomplejado y mafioso, el anti-kirchnerismo se encargó de renovar aquel odio para una nueva generación antipopular que puede “peronizarse” sin complejos, adoptando el folclore de las masas contra sus intereses. El anti-kircherismo, mientras tanto, se convirtió en el nuevo símbolo de ese odio y ese desprecio pretérito que asume el país como una maldición, y al pueblo argentino organizado, como una desgracia a la cual debe someterse o hacer desaparecer.


¿LA PATRIA ES UN INVENTO?


No hace falta que te diga que la situación es preocupante, en varios sentidos. Escudarse en la historia de la corrupción K, o hacer mención de La Cámpora como dulcificación del entuerto que vive el país, suena más a justificación que a justicia.

Te envío esta nota con la ingenua esperanza que haya un votante macrista que se tome en serio, de algún modo, las promesas "prometidas" en campaña. Habrá que enmendar.

"La solución no es volver al Kirchnerismo", me dirás.

Muy bien, pero ¿habrá una alternativa más potable que un rejunte de CEOs que volverán mañana o pasado o entro de cuatro años con la experiencia en el manejo del Estado, y una legislación a su gusto para acomodar el país a su conveniencia? Te recuerdo, por si acaso no te diste cuenta, que ellos no juegan en tú equipo. Juegan en el suyo, y vos no formás parte del mismo.

Ahora toca hacer oposición, desde el kirchnerismo, o desde fuera del kirchnerismo: desde otro PJ, desde el radicalismo. desde el socialismo, el troskismo, el comunismo, el ecologismo o desde donde vos quieras.

Si no les marcas la cancha, te van a pasar por encima. Lo que está en juego no es solamente tu sueldo, tus vacaciones, tus derechos. Está la remontada que tendrán que hacer tus hijos, y sus hijos y, quién sabe, los hijos de tus nietos, para volver adonde nosotros estamos.

"¿Dónde estamos?", te preguntarás con una mueca de sobrador en el rostro.

Bueno, estamos en un país donde los ciudadanos tienen ciertos derechos básicos. O, si querés, en un país donde se discuten los derechos, donde se los exige, y donde esas exigencias tienen un peso. Así como vamos, no parece que en un par de meses esto siga igual. Los derechos están a la baja, indudablemente.

Estamos en un país donde no debería salir gratis la represión policial (menos aún cuando es desproporcionada y sistemática).

Un país donde la deuda soberana  no debería discutirse en un contertulio privado ministerial, con intereses, cuanto menos, morosos democráticamente.

Un país donde no se debería "disparar primero y  preguntar después", como dice el periodista Mario Wainfeld, sino que las decisiones se tomen legal y legítimamente a la luz de una realidad fehaciente y no el humor ideológico del momento.

Pondré un caso concreto: el retroceso que supone volver a la arbitrariedad de la detención "por portación de cara". Por si no te enteraste, ahora te pueden detener y pedirte identificación porque sí. Porque se le da la gana al cana de la esquina.

Si pensás en el estado deplorable de las fuerzas de seguridad que el propio macrismo (con poca convicción) denuncia, y la vergonzosa herencia de Federales y metropolitanos que acumulan causas entre sus oficiales, suboficiales y agentes rasos, la decisión del Tribunal Superior de Justicia Porteña no parece acertada. Además de ser, en muchos sentido, ilegítima una decisión de esta índole. Sin duda, que la decisión de detención la tome de manera administrativa un "cana" (a la luz de los sucesos de estos días - las complicidades evidentes de las fuerzas de seguridad con el crimen organizado, en el caso de los tres prófugos, y otras historias más o menos olvidadas del pasado reciente) es a todas luces un retroceso tremendo para la democracia.

Tenés dos posibilidades: apoyas la medida o no la apoyas. Vos elegís. Esto también es democracia. No sólo poner una papeleta cada cuatro años.

No me vengas con el tiempo libre que le debemos a Mauricio y su equipo. No me vengas con tu aversión rutilante antiK.

"Vos no podés hablar porque sos K" o alguna sonsera por el estilo que es, discursivamente, inobjetablemente una sonsera, además de una franca ruptura con los procesos de comunicación democrática.

"Los K son todos corruptos", decís. Y si hace falta, te la tomo. Pero... ¿eso qué tiene que ver?

Que los K sean todos corruptos, o que lo sean algunos, o sean todos santos de tu devoción no cambia absolutamente nada.

Ahora, lo que tenés es un gobierno enfrente que está decidiendo hacia dónde vamos, y la cosa no pinta bien. Las acciones de hoy, no serán reversibles de un día para otro.

¿Qué decís? Las cosas claras. Lo mismo sobre las órdenes de represión y los despidos exprés.

Si el retruque es que son "todos ñoquis", estás desinormado. No repitas como sonso. No seas un "ñoqui" del pensamiento. Hasta la propia vice-presidente tuvo que recular. Fue tan apresurada su decisión, tan política, que
 terminó echando embarazadas y discapacitados. ¿Cuántas injusticias se realizan en este apresuramiento? ¿Cuánta discriminación se ejercita detrás de este apuro por sacarse de encima a la gente con la excusa de que son todos "ñoquis" militantes? Ser ñoqui está mal, sin duda. Pero, ¿ser militante? ¿Ahora tenés que mostrar el carnet de afiliación o tu Facebook para saber si tu decisión democrática es o no es aceptable por las autoridades?

Conclusión: echan, sistemáticamente, con un propósito en vista. Refundar el estado a su gusto y placer. El trabajador al servicio absoluto del capital multinacional y sus representantes locales. Ejecutivos de corbata que se han cagado sistemáticamente en sus propios trabajadores en la empresas que han dirigido y que harán lo mismo en nuestra patria. Con vos o sin vos.

 El problema es la legitimidad y la legalidad de un despido, más allá de la opción ideológica del gobierno en funciones. Pero esto último, por supuesto, también está en disputa: La forma y el fondo. La existencia misma de la patria está en disputa. 

CAZA DE BRUJAS. EL PRINCIPIO DEL MAL

Aquí y allá, en las redes sociales, se estigmatiza y persigue a quienes comulgan con las ideas del Frente para la Victoria. Muchos se guardan, otra vez, de confesar sus preocupaciones ante la embestida del nuevo gobierno que ha dado, no sólo un golpe de autoridad, sino que ha asumido la impunidad como modus operandi. Los decretos vienen acompañados por un completo desprecio: por la ley y los jueces que tanto defendieron cuando eran oposición.

Empeñado en un cambio "revolucionario" al mejor estilo conservador (revolucionar significa originalmente "volver al origen") el gobierno exige a la "nueva república", impiedad con los antagonistas políticos. La persecución será brutal, en línea de continuidad con el estilo de oposición que se practicó durante la última década. Señalar a los antagonistas como enemigos destruye la convivencia democrática. Asumir las contradicciones de la convivencia y la pluralidad de voces, promover las simetrías en el reparto de la palabra es el quid de la práctica democrática. Pero aquí no vengo a defender al gobierno kirchnerista. Su herencia está en disputa. Lo que me interesa es lo que tenemos ahora, que es el gobierno de Mauricio Macri, sus decisiones y sus prácticas. Otra vez, el nudo de la cuestión son los medios, la comunicación, la construcción cultural del nuevo período que apareció apelando al amor, y terminó convirtiéndose en maltratador. 

El último ejemplo es un hashtag que está circulando en el cual se boicotea un programa televisivo que se emite por la televisión pública como escarmiento a los participantes que han militado activamente en la campaña electoral a favor del candidato del FpV. El programa en cuestión es la telenovela "La Leona", protagonizada por actores como Pablo Echarri y Nancy Dupla (cuyas cualidades, sinceramente, no sería capaz de juzgar, porque mi consumo de estos géneros es escaso), quienes han manifestado su afiliación al kirchnerismo, y por ello mismo son estigmatizados. 

Aunque el caso es menor, si se lo compara con otras iniciativas de envergadura como son (1) la (de facto) anulación de la ley de medios que vuelve a facilitar la posición dominante de los grandes medios, y su hegemonía casi absoluta en algunos lugares del país, o (2) la política que está implementando el titular del Sistema Federal de Medios y Contenidos Públicos, Hernán Lombardi, clausurando programas, despidiendo masivamente empleados, etc., y (3) otras actividades gubernamentales que claramente atentan contra la calidad democrática en este rubro, vale la pena hacer mención del caso porque es sintomático. 

En vista a esto, escribí esta mañana: 

1. Caza de brujas

Campañas republicanas a través de las redes sociales, de personas que defienden los derechos humanos, civiles y políticos. Espacialmente, la libertad de expresión. 

Necesitábamos que llegaran al poder (ustedes, quienes retwitean este tipo de mensajes y otro semejantes que ensalzan una República ficticia) para empezar a entender lo que significa la justicia, la legitimidad democrática, la institucionalidad. 

Les agradecemos los avances, la pluralidad de voces. Les agradecemos que nos hayan abierto los ojos. 

¿Cómo no se nos ocurrió antes que para preservar el diálogo constructivo, para terminar con los gestos autoritarios, para empezar a pensar como un sólo país, lo que teníamos que hacer era desaparecer a la otra mitad que no está de acuerdo con nosotros? 

La verdad, es maravilloso saber que han evolucionado, que practican yoga y meditación. Que son amorosos, y cordiales, y siempre tienen una palabra amable, que cuando se indignan con sus contrincantes políticos no les empieza a espumar la boca, ni se les ponen ensangrentados los ojos, ni se les retuerce el gesto y agarrotan los músculos pensando en su archi-enemigo K.

Pero ahora sabemos perfectamente lo que tenemos que hacer. Tenemos que dejar de votar a los candidatos que consideramos más acordes con nuestras convicciones políticas, tenemos que dejar de leer los libros que ustedes consideran basura, tenemos que dejar de informarnos a través de periódicos y programas televisivos o radiales que ofenden su derecho a tener un país libre de parias. Aunque son pocos, aunque son una minoría casi insignificante, estos medios son una verdadera amenaza contra la unidad nacional de todos los argentinos, contra el republicanismo, contra la decencia que se merece este país. 

Seguro que si hacemos todas esas cosas, y pedimos disculpas por haber sido K. Si aceptamos libremente el proceso de re-acondicionamiento social que nos proponen, entonces tendremos un país normal, un país a la medida de sus deseos. ¿Será que nuestro egoísmo no nos deja ver que la democracia consiste justamente en eso?

Entendemos su indignación y compartimos su preocupación. Sabemos que pensamos de manera diametralmente y que harán lo imposible para hacernos desaparecer. Lo hicieron en el pasado quienes les precedieron con otras generaciones de argentinos y argentinas que, según decían, tampoco tenían derecho a soñar con un país diferente al vuestro y disputar democráticamente la orientación de los gobiernos que los representaran. Está en los libros de historia, a los que hace falta que de vez en cuando le eches un vistazo. No es un invento de última hora. 

Lo han hecho censurando, prohibiendo, clausurando, torturando, matando, difamando, estigmatizando, confeccionando listas negras, perturbando la paz, atemorizando, mal informando, apropiándose de los medios de comunicación, silenciando escritores, periodistas, ciudadanos.

Y ahora, una vez más, a menos de un mes de gobierno, después de haber ganado las elecciones, han comenzado otra de vuestras caza de brujas y no tienen límites. Las editoriales se acumulan vertiginosamente, los insultos se renuevan todos los días, las tergiversaciones, las mentiras. 

También sabemos que toda esta campaña ominosa no es fruto espontáneo de la malignidad aislada de los individuos, sino que es el resultado de una subcultura del país que ahora se ha convertido en mayoritaria, es la cultura impuesta por los grandes medios, quienes les han enseñado a ser malos, sin más. 


2. El mal

La filósofa húngara Agnes Heller solía decir que "el mal" no debía confundirse con el mal carácter. El mal carácter hace que, debido a las emociones negativas, una persona cometa actos reprochables. Pero la persona de mal carácter sufre sus propias acciones negativas, sus vicios, sus pecados, sabe que hace algo malo, y es capaz de arrepentirse.

El mal, en cambio, quiere hacer pasar por bueno lo que es malo. Crea principios para defender el mal, haciéndolo pasar como algo bueno. El mal, decía Heller, es como una infección que se apropia del alma de la gente, y la hace actuar de manera perversa. 

Parece que a una parte de la sociedad argentina se le ha inoculado el mal. Lo han hecho y lo siguen haciendo los medios de comunicación dominantes, que están al servicio de ciertos intereses minoritarios, pero que han encontrado en una organización política la herramienta para lograr un poder casi absoluto. No sólo son los dueños de la economía nacional; no sólo son dueños de los medios de comunicación; sino que además actúan como dueños de la república, saltándose todos los equilibrios de poderes. El propósito es desmantelar todos los mecanismos institucionales que limiten ese poder absoluto de facto que pretenden detentar. Los medios de comunicación y sus periodistas estrella son quienes tienen la obligación de naturalizar la mirada de las élites entre las masas.  

3. ¿Cómo responder?

Pese a todo, nuestra respuesta tiene que ser medida, como nos enseñaron quienes nos precedieron. Tenemos que mantener la mente fría, aunque el corazón esté caliente. Tenemos que utilizar la ocasión para juntarnos físicamente en nuestros barrios con quienes piensan como nosotros, y organizarnos para pensar juntos, para estudiar juntos, para quebrar el bloqueo informativo en el cual nos hemos sumido y estar listos. 

Porque el macrismo sólo podrá mantener el poder, como lo hizo Menem en el 95, si no hay una alternativa. Nosotros somos la alternativa que tiene que alimentarse, con la inteligencia crítica, con la lectura, con la creación de nuevos lazos comunicantes entre nosotros, y una organización celular que nos permita superar esta enfermedad de odio.

Nuestros contrincantes políticos son sólo eso, contrincantes políticos. Odiarlos no beneficia a nadie, espacialmente, no nos beneficia a nosotros. 

Un día, cuando la enfermedad que se les ha inoculado empiece a debilitar su influencia entre los agentes infectados, si somos inteligentes, si trabajamos con empeño y cariño, cuando se den cuentan que han estado padeciendo una forma de locura, tendrán un lugar donde refugiarse.  Pero para que esto sea posible, no te enojes con tu vecino. Estúdialo, como quien estudia un ejemplar botánico, y estúdiate a tí mismo, para evitar que la enfermedad del odio que el otro porta en su alma, te contamine. 

DAVOS: UNA NUEVA VISITA AL MUNDO FELIZ




¿Laboratorio HSBC?

La entidad bancaria HSBC tiene un lugar sospechoso en la arquitectura del macrismo. Todos recuerdan, quiero creer, la resonada causa internacional que involucró al banco. Es cierto que la mayoría de los grandes medios argentinos no quiso hacerse eco de la misma. Pero los más versados recordarán haber leído sobre el asunto en el New York Times o el Herald Tribune o el Financial Times. En todo caso, la investigación, semejante a la acometida contra la FIFA entre las grandes ligas bancarias, puso al descubierto un entramado delictivo de lavado de dinero que la entidad operaba en todo el mundo.

Para premiar al HSBC por sus buenos servicios a la comunidad, Mauricio Macri decidió fichar a dos de sus abogados (abogados que litigaron contra el Estado argentino en esta megacausa) en la misma "Unidad de Información Financiera", dedicada a investigar encubrimiento y lavado de dinero, que los tenía en la mira.

Quienes no sepan exactamente de qué se está hablando cuando hablamos de "lavado de dinero", les cuento. Wikipedia la define de este modo:

"El lavado de dinero (también conocido como lavado de capitales, lavado de activos, blanqueo de capitales u operaciones con recursos de procedencia ilícita o legitimación de capitales) es una operación que consiste en hacer que los fondos o activos obtenidos a través de actividades ilícitas aparezcan como el fruto de actividades legales y circulen sin problemas en el sistema financiero."

Por lo tanto, no se trata de ahorristas de clase media que ponen sus pesos en cuentas extranjeras, en Suiza o Panamá, por ejemplo. Si lo hacen, estos ahorristas acompañan en su estrategia financiera a narcotraficantes, terroristas, personas que se dedican a la trata de personas, o al contrabando de especies en peligro de extinción, o al negocio de la pedofilia, o al juego, o a la corrupción política o sindical y otras mafias corporativas acorbatadas.

Entre los nombres que aparecen en la lista que el HSBC estuvo obligado a publicitar en la causa internacional en su contra, algunos de los principales involucrados argentinos (4.004 fueron las cuentas señaladas de entre 70.000 investigadas en el mundo) forman parte del gabinete nacional o están estrechamente relacionados con algunos de sus miembros, o son empresas con representantes poderosos en el gabinete: la familia Blaquier está en primera fila, Fortabat, el titular de la Bolsa de Comercio, Adelmo Gabbi, el Grupo sojero Los Grobo, Clarín - con el sobrino de Héctor Magnetto - y sus socios del fondo Hicks, entre otros. Lo interesante, en todo caso, son las coincidencias, las ecuaciones entre los ministros, funcionarios y empresas para las cuales trabajaron, y las listas.

Más asombrosa resulta la siguiente coincidencia: según me informan, el HSBC (el banco acusado mundialmente por ser el mayor lavador de dinero de la historia del capitalismo) es, a partir de este año, el banco elegido por las autoridades de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires para gestionar sus cuentas.

Y, más patético el esperpento cuando leémos en una nota color del diario La Nación del día de ayer, en la sección titulada LAB HSBC (¿Laboratorio HSBC?), en la que te cuentan cosas lindas sobre la entidad financiera (preocupada por dejar atrás su pasado oscuro y presentarse glamurosa a la nueva sociedad argentina). Ayer, por ejemplo, se asoció al banco con "La Martina", una marca de indumentaria de polo convertida en un fenómeno mundial gracias a que "el HSBC creyó en ella".

Muy bien, pero como si se tratara de una joda (aunque seguro que es pura coincidencia), cinco minutos después, el portal de La Nación nos informa que Prat-Gay ha vuelto a tomar deuda, esta vez en una suerte de Megacanje II por decreto, por miles de millones de dólares, y que los principales beneficiarios de la movida son los mismos de siempre: el HSBC está en primera línea, junto al City Bank, el J.P.Morgan y el Deutsche Bank.

No dispuestos a dejarnos descansar, La Nación vuelve a asombrarnos a la mañana siguiente con una noticia extraordinaria. El jefe de Estado, Mauricio Macri, habitué del World Economic Forum de Davos, ha invitado a Sergio Massa a acompañarlo.





Macri y Massa en La montaña mágica

Dejemos de lado por un momento la retórica dialoguista con la que envuelven los medios todas las iniciativas del nuevo gobierno, y centrémonos en la significación que tiene una jugada de estas características para el proyecto en ciernes.

Es evidente que una política regresiva como la que proyecta el gran capital en Argentina, necesita de un amplio consenso político. Debe presentarse como política de Estado, aun cuando se trata de una política particularista, que solo responde a los intereses de una minoría "muy minoritaria".

Creo que uno de los errores discursivos de muchos análisis de las últimas semanas ha sido enfatizar la novedad que supone el nuevo gobierno, como si el de Macri fuera verdaderamente el primer gobierno de derechas que alcanza la presidencia a través de las urnas.

Esto es muy discutible si pensamos, por ejemplo, en los gobiernos de Menem y De la Rúa como gobiernos que pertenecen al mismo signo político. El macrismo puede leerse cómodamente en línea de continuidad con aquellos (aunque en un registro histórico diferente).

Si pensamos en los nombres de quienes hoy dirigen el país, y los aliados en el mundo empresarial, la continuidad es aún más clara: los orígenes ucedeístas de todos los implicados en los saqueos noventista son bastante claros. A modo de ejemplo, recordemos la "asombrosa" declaración de Domingo Cavallo días antes del balotaje, ensalzando a sus discípulos: Melconian, Frigerio, Stulzeneger y Prat-Gay (sobre todo a Prat-Gay).

Por otro lado, si nos remitimos a la historiografía, la invitación de Macri a Massa recuerda a la gran concertación que lanzó el riojano devenido ucedeista con el fin de acelerar el giro cultural que era necesario para producir la transformación antipopular de los 90.

El propio Scioli, que hoy representa "otra" Argentina, fue parte de ese engranaje que convenció a los argentinos que el proceso de privatizaciones no sólo era deseable, sino inevitable.

Por supuesto, las fuerzas populares no desaparecieron durante los noventa. Estuvieron allí, presentes, pero silenciadas. Una estrategia semejante, de estigmatización y persecución se empieza a vislumbrar en el horizonte. La represión ya vino, o está al caer.

Aunque los tiempos son otros, los acompañamientos de la UCR y de una parte del pejotismo durante los noventa al proyecto neoliberal, se asemejan a la simbiosis ucerreista en Cambiemos que protagonizó Ernesto Sanz, y los coqueteos del Massismo con las élites macristas.

Desde las primeras horas, la disponibilidad de la tropa de Massa ha permitido que el nuevo presidente y "su equipo" desplegaran su estrategia de choque en un terreno allanado por su complacencia. Las razones son variadas, y no vienen a cuento ahora mismo. Lo importante es que se alían decididamente contra la soberanía nacional y a favor de un nuevo "consenso de Washington" que asoma en el horizonte con fuerza y decisión, con el objetivo de reconquistar las posiciones perdidas.

Macri tiene un país extraordinario para ofrecer en Davos: un país desendeudado; una opinión pública preparada para asumir un enorme sacrificio, o ser forzada a hacerlo; un panorama regional e internacional complejo que complota contra los intereses del Sur; una necesidad imperiosa en la pugna planetaria por la hegemonía por reconquistar las grandes reservas naturales que el "populismo progresista" de la última década había escatimado a las grandes multinacionales; y un terreno fértil para una nueva arquitectura financiera usuraria.

Festejar que "la oposición" viaje a Davos con el presidente, con el propósito de sellar el giro geopolítico y geoeconómico en marcha, resulta perturbador. Quienes lo festejan, asumo, lo hacen con la ingenuidad predispuesta por un analfabetismo notorio en cuestiones históricas.


EL PERIODISTA Y SUS SOMBRAS



(1)

Uno de los problemas más graves que tenemos en Argentina (ahora mismo) es el siguiente. No sólo los medios de comunicación opositores son prácticamente inexistentes (contrariamente a lo que se vociferó durante los últimos años: la dictadura K tenía supuestamente todo el aparato de comunicación copado) sino que los pocos que existen (por ejemplo, Página12 - diario que, les recuerdo, estuvo hackeado durante una semana) no se leen del otro lado del río.

La incomunicación es absoluta. "Nosotros" (quienes no simpatizamos con el gobierno de Macri) leemos La Nación, vemos TN, sacamos cuenta con cada edición del diario Clarín, escuchamos en la radio a los locutores oficialistas, etc. Si hacemos críticas, las hacemos siempre a partir de lo publicado por los medios hegemónicos, quienes marcan la agenda de la disputa y, por eso mismo, llamamos  "hegemónicos".

En cambio, nuestro contrincante político es un completo analfabeto respecto a nuestra perspectiva. Lee nuestros comentarios como si fuéramos marcianos u otra clase de seres venidos de un planeta lejano, con el oscuro propósito de arruinarles la vida, y eso es lo que refleja en las redes sociales.

El nivel de violencia simbólica que está ejerciendo el macrismo en este momento sobre una parte importante de la población y el eco de ello en la sociedad, no puede terminar bien.

En La Nación de hoy se publica una nota en la cual un periodista explica por qué razón en los primeros 100 días de gobierno está justificada esta estrategia. No quiero insistir en el asunto, pero me parece que la línea ya se cruzó, y que va a ser muy difícil recomponer este entuerto. Siempre estamos a un paso de la violencia.

(2)
Ahora, permítanme una nota lateral. Hace tres días, el 29 de diciembre, un tipo llamado Antonio De Turris asesinó a su mujer a puñaladas. El tipo está enfermo de manera terminal y deprimido. Dicen que después de apuñalar a su mujer quiso suicidarse, pero no lo logro (suele ocurrir). Se trata de un periodista del diario La Nación y  profesor de la Universidad Di Tella.

Dándose una vuelta por el portal digital de La Nación uno se entera que De Turris publicó para el matutino notas sobre fútbol, fondos buitres (holdouts), la muerte de Nissman y otras de política local. Llama la atención una nota titulada "Las caras de la barbarie", subtitulada "Golpiza a delincuentes", del día 04 de abril de 2014, en la cual intenta una suerte de explicación-justificación de un linchamiento ocurrido en la ciudad de Rosario en el cual dos jóvenes fueron apaleados hasta la muerte de uno de ellos por delitos que no habían cometido, al ser confundidos con maleantes. Ante la sucesión de linchamientos de aquellos días, decía De Turris:

Quienes patearon hasta el cansancio al delincuente (...) seguramente vieron allí una manera de descargar la tensión de vivir arrinconados, temerosos de que una entradera o una salidera o un empujón en un andén los confine a ver hasta el fin de sus días una película de terror, la de su propia vida. En definitiva, vieron en ese delincuente a un enemigo al que debían sacar del medio ellos mismos porque las autoridades no son capaces de hacerlo.

Imaginamos que De Turris tendrá una explicación-justificación semejante para su propia injusticia. Pero nuestro propósito no es linchar al ex-periodista de La Nación y profesor de Universidad Privada, sino poner el dedo en una indefensión que para muchos es invisible, la de estar sometidos a la perversidad de medios y comunicadores que se han autoerigidos como custodios de la patria y que han acabado con ello incendiándola. Por supuesto, no se trata de una decisión personal, sino de una decisión del mercado de la información. 

(3)
Si uno se pasea un rato entre los comentaristas de cualquier artículo de esos grandes portales de información de la Argentina (La Nación, Clarín, Perfil, etc.) se encuentra con una tsunami de necedades sin fin: abundan los insultos, la violencia, la perversidad.

Pero esto no empezó ayer, y no está limitado al anonimato de las redes. La gente dice esas mismas cosas que publica en bares, reuniones familiares, conversaciones en las porterías, taxis, clases de yoga y meditación o jugueterías.

En una ocasión, cuando vivía en San Miguel, en una reunión con el arzobispo de la zona, éste me sorprendió insultando al Papa Francisco, al que definió como un "lobo disfrazado de cordero", por su estrecha relación con el gobierno de Cristina Fernández y procedió a calumniarlo sin vergüenza alguna. Mientras escuchaba sus historias de traiciones y las hipotéticas agachadas de Bergoglio de las cuales era (según decía) testigo, yo pensaba hasta qué punto su entonación cerrada de las palabras y la utilización de ciertos vocablos ponía al descubierto sus prejuicios de clase.

Nuestra manera de referirnos a los contrincantes políticos de manera denigrante, las explícitas referencias al asesinato, la desaparición o la expulsión del país de nuestros antagonistas, no surgieron de la nada. Son el producto de una estrategia comunicacional diseñada para estigmatizar y discriminar. Periodistas como Jorge Lanata, Luís Majul o Alfredo Leuco, están entre los ejemplos más destacados de este tipo de retórica y propulsores indecentes de este estilo patotero en los medios de comunicación.

En otras latitudes se ejercita un discurso semejante. No es casual que la derecha estadounidense tenga varios personajes entre sus filas en la Cadena Fox que practican un periodismo barrabrava. En España, la derecha más casposa la ejercita a través de la Cadena COPE y en Venezuela son famosas algunas figuras que hacen de la discriminación y el desprecio sus armas predilectas para enardecer a su público. Figuras políticas como Donald Trump son producto de ese mismo mercado mediático. Al adoptar esta estrategia electoral, Trump no hace más que conectar con los bajos instintos de sus oyentes y televidentes. La madurez de una ciudadanía es proporcional a la capacidad de resistir el miedo y ser inmune a la exacerbación del odio que promueven sus líderes y comunicadores.

En Argentina son muchos los que han comprado este relato y lo practican en público y en privado. Varios conocidos me han sorprendido en los últimos meses publicando textos o imágenes vergonzosas,  como si la mera existencia de sus contrincantes políticos justificara su bestialidad moral. 

(4)
El programa 6-7-8 ya no está al aire. Y las voces disidentes son cada vez más escasas, en la televisión pública, y también en la televisión privada. Sin embargo, la violencia simbólica continúa manifestándose, cada vez con mayor furia y agresividad. Ya se han producido algunos hechos lamentables.

El autoritarismo y la arbitrariedad que el Gobierno Nacional ejercita, saltándose la ley o rompiendo los acuerdos básicos que la sociedad se ha autoimpuesto en la Constitucional Nacional, dan una muy peligrosa señal a la sociedad civil. El estado de derecho está transitando una tiempo de peligrosa ambigüedad. 

LA IMPOSTURA DEMOCRÁTICA



EL YO Y SU MÁSCARA

Mi nombre es Juan Manuel Cincunegui. Soy argentino, nacido en Buenos Aires. Ahora vivo en Barcelona, España. Estoy sentado en mi estudio tecleando una entrada en mi blog, el cual lleva el nombre pomposo "Claro del bosque", pensando en el Lichtung de Heidegger.

Escucho en la sala a mis hijos jugando, y actividad culinaria en la cocina. La ciudad está más o menos tranquila en vísperas de año nuevo.

En medio de todo esto, tengo la sensación incontestable de "ser yo mismo".

Bajo todos los puntos de vista convencionales, yo soy yo. Lo reconocen, mi mujer, mis hijos, mi madre, mis hermanos, mis estudiantes y otros compañeros de trabajo. Todos ellos pueden dar testimonio de mi identidad. ¿quién soy yo, sino soy "yo mismo"? El veredicto será unánime en caso de ser interrogados: "yo soy yo".

Sin embargo, una reflexión más "filosófica" cuestiona esta certeza.

A lo largo de los años han cambiado muchas cosas en mi vida, y esos cambios han producido notorias repercusiones en mi "manera de ser". Mis gustos, mis opiniones políticas, mis convicciones religiosas, mis amistades, hasta mi cuerpo ya no es lo que era. Todas estas cosas y muchas otras han ido variando sin pausa. 

En este contexto podríamos preguntarnos: ¿Cuál de todas estas manifestaciones o verdades que he encarnado es la más verdadera? O, para decirlo de otro modo, más coloquial, quizá: ¿Cuál es mi verdadero yo?

Una respuesta posible y plausible es que el yo está vacío de existir de una manera definitiva, que ninguna de las instancias o manifestaciones de eso que llamo "yo" es última o absoluta, sino meramente circunstancial. Eso no significa que sea arbitraria, que sea cualquier cosa que me plazca o le plazca a quienes me rodean. El yo no es el resultado de una actividad puramente voluntarista, sino más bien la compleja consecuencia provisoria de una intrincada red de causas y condiciones.

Ahora bien, aunque el yo está vacío de existir de manera "intrínseca" de este u otro modo, siempre está buscando apropiarse de una identidad concreta. Cuando lo hace, sin embargo, corre el peligro de reificarse, de creerse más sólido y definitivo de lo que realmente es,   cayendo de ese modo en una suerte de alienación. Cuando esto ocurre, el yo actúa más o menos como un impostor, pretende ser algo que no es. Se atribuye una identidad imposible, permanente, unitaria y autosuficiente. 

LA DEMOCRACIA Y SUS IMPOSTURAS

La democracia nos muestra que algo semejante ocurre con la identidad colectiva. 

Lo social, el campo donde se disputa la política, es un fenómeno siempre cambiante, cuya identidad (su horizonte de sentido, su dirección) es imposible de determinar de manera definitiva de una vez para siempre. La sociedad, decía Ernesto Laclau, es imposible. Sin embargo, siempre está buscándose a sí misma, inventándose a sí misma, atribuyéndose una identidad. 

A través del sedimento de la historia que da forma a una identidad provisional y la voluntad política (la libertad), el sujeto político, fruto de acuerdos y discordias, adopta cada vez una determinación circunstancial. 

La sociedad se vuelve de derechas o de izquierdas, socialista o neoliberal, oligárquica o populista, comunitarista, machista, xenófoba, racista o lo que sea. 

Ahora mismo no voy a entrar en el tema del modo en que esto ocurre. Lo que me interesa es ese fenómeno extraño que es la sumatoria de voluntades individuales y el inestable sujeto colectivo que surge en una contienda electoral. 

A diferencia de lo que ocurría con el Antiguo Régimen, en el cual el rey ocupaba el lugar vacío de la sociedad de manera absoluta como representante de Dios en la Tierra,  en la democracia ese lugar vacío sólo se ocupa circunstancialmente, provisionalmente, imperfectamente por el representante político.

En este sentido, el representante es legítimamente una suerte de impostor: se calza la máscara de la autoridad y ejercita en el marco de la escenografía institucional, el poder. 

Bajo todos los puntos de vista convencionales, si el representante ha cumplido con los requisitos formales previstos y no ha incurrido en maniobras reprochables, se convierte en el legitimo representante del pueblo o la sociedad. Sin embargo, lo es siempre imperfectamente. Por esa razón, cuando pretende serlo de manera absoluta, se convierte en una mentira de sí mismo, incluso desde el punto de vista convencional.

LA TENTACIÓN KIRCHNERISTA

La tentación kirchnerista consistió en intentar convertirse en el auténtico, genuino representante del pueblo argentino por siempre jamás. 

Hasta cierto punto, esto parecía comprensible si lo pensamos históricamente:  

(1) Por la herencia peronista que lo avalaba, y lo que el peronismo ha representado en nuestra historia.  

(2) Por el carácter cuasi-fundacional de la situación en la cual accedió al poder Néstor Kirchner. 

Y (3) por la pugna que entabló el kirchnerismo con los poderes concentrados que llevaron a la Argentina al quiebre social y político del 2001, herederos de una tradición impopular que se remonta al siglo XIX, pero cuyos símbolos en el siglo XX lo convirtieron en el "afuera" de la patria: la llamada "Revolución libertadora", el Onganiato, la dictadura militar del 76, el menemismo, el delarruismo, la debacle del 2001.

Lo cierto es que, más allá de lo mucho o poco que pueda achacarse a los poderes mediáticos corporativos del fracaso electoral del FpV que llevó a Mauricio Macri a la presidencia, quizá el principal error del kirchnerismo haya sido olvidar que, en la democracia, el lugar de la representación política es siempre un lugar vacante.

¿EL MACRIARATO?

El macrismo debe abstenerse de cometer el error democrático de insistir con su estrategia de discontinuidad institucional con el gobierno saliente. Estrategia ideada con el fin de justificar el establecimiento de un nuevo orden, un nuevo comienzo. 

Los elementos simbólicos de esa escenificación de ruptura institucional comenzaron con el "conflicto de la envestidura", que en clave cuasi medieval, fue resuelto a través del poder judicial, invistiendo como presidente a Federico Pinedo, teatralizando un "estado de excepción", creando de este modo una discontinuidad en la línea de sucesión democrática. 

En segundo término, judicializando el período democrático anterior como si se tratara de una anomalía o un gobierno ilegítimo, sometiéndolo a un escrutinio exagerado por medio de auditorias publicitadas de manera rimbombante, dramatizando la herencia recibida, persiguiendo a sus militantes y simpatizantes en los estamentos del Estado y en el mundo de la cultura, señalándolos en listas publicitadas por los grandes medios y desarmando el exigüe aparato comunicacional de esta oposición como si se tratara del aparato de un Estado totalitario (hemos visto que ese aparato era insignificante: el apagón informativo es casi completo, aparte del movimiento en las redes sociales).

La Argentina del 2015 merecía una transición democrática normal, no el estado de excepción en el cual nos hemos sumido, el cual se alimenta de persecuciones y estigmatización, enardece la oposición, y hace imposible la convivencia democrática de cara al futuro, haciendo pasar la normalidad de la transición democrática como una reedición de la debacle 2001-2003.

Con todo esto se pretende volver a foja 0. Es decir: "organizar", "reorganizar", o como decía el presidente Mauricio Macri antes de asumir (refiriéndose a Carlos Saúl Menem, "un transgresor") "refundar" la patria a la medida de los intereses de los intereses de clase y las grandes corporaciones multinacionales.

Se trata, a todas luces, de una restauración neoconservadora y neoliberal que, pese a las diferencias enormes respecto a otras épocas (definitivamente no es una dictadura, aunque se acumulan los gestos autoritarios) se inscribe en una tradición muy clara de nuestra historia y debe ser leída como una variación de ese relato. 



EL ANTAGONISMO EN POLÍTICA Y LA "FELICIDAD"



Todos los individuos quieren ser felices y no quieren sufrir. Por supuesto, “felicidad” es sólo un nombre. Podríamos haber dicho: “Todos los individuos quieren vivir una vida plena y no quieren vivir una vida de insignificancia y sinsentido”. Sea como sea, cada uno de nosotros puede atestiguar esta pulsión.

Ahora bien, “felicidad”, “plenitud”, “sentido”, son significantes vacios. Esto quiere decir que en el lugar de "la felicidad" o "la plenitud" podemos poner muchas y diversas cosas. Hay quienes creen que la felicidad está relacionada con el placer sensorial o la sofisticación cultural (en el arte, la literatura o el deporte). Hay quienes la asocian al poder sobre la naturaleza u otros individuos. Hay quienes la buscan en el reconocimiento social o personal. En general, todas estas alternativas pueden producir algún atisbo o limitada experiencia de plenitud, pero es bien sabido que su capacidad de satisfacernos es limitada. Nunca hay suficiente placer, ni suficiente poder, ni suficiente reconocimiento para colmar nuestra sed.

Ahora bien, una de las consecuencias de nuestra búsqueda de felicidad es que en muchas ocasiones otros individuos se convierten en medios para nuestro fin. Esto da lugar a una intensa lucha entre nosotros para no ser reducidos o reducir a otros a medios para nuestros propósitos. En este sentido, podemos leer la historia de la humanidad como una lucha por el reconocimiento de nuestra autonomía y dignidad. Pero, también, una esfuerzo por despreciar esa lucha, por silenciarla.

Si pensamos históricamente en una noción como los derechos humanos, más allá de los aspectos paradójicos que tiene esta tradición, y que en su momento vale la pena analizar, los seres humanos hemos estado luchando denodadamente por ser reconocidos en nuestra identidad y diferencia. Las diversas formas de discriminación, explotación, opresión o exclusión que hemos sufrido han estado  siempre basadas en algún tipo de retórica que descalifica, de un modo u otro, a cierto grupo humano o individuos.

La democracia es un régimen político que se caracteriza por lo siguiente: el lugar del poder está vacío de manera absoluta. No hay un Dios, un rey u otra realidad ultramundana que pueda mentarse como fundamento último y definitivo del orden socio-político que habitamos. No hay ninguna ley universal, ni siquiera las leyes de la biología o del mercado, que pueda exigirse como tribunal supremo que legitime o des-legitime el orden político que somos. El lugar vacío del poder lo llena circunstancialmente el soberano (el pueblo) con sus representantes en una elección libre. Nadie (ni Cristina Kirchner, ni Mauricio Macri) representa de manera definitiva y absoluta al pueblo, y el propio pueblo tiene una identidad siempre en mutación.

Sin embargo, justamente por eso, la democracia se encuentra tensionada entre dos principios que le son inherentes. Estos principios son: (1) el de la amistad y (2) el del antagonismo político. 

Por un lado, la identidad política, para serlo, debe estar fundada en algún tipo de reconocimiento mutuo. Formar parte de una unidad política implica identificarse con un significante: somos argentinos todos por igual, nos identificamos con un nombre, una bandera, y hasta cierto punto con una historia común. 

Pero, al ser ese significante, un significante vacío, luchamos por darle un sentido determinado. Ninguno de los sentidos es un sentido último o definitivo. El sentido de nuestra identidad se encuentra en disputa. 

Por lo tanto, el segundo principio es el de la enemistad o antagonismo, que es inherente a la política democrática.

Si sólo hay amistad política, caemos en una suerte de totalitarismo en el cual las diferencias son acalladas. 

Si sólo hay enemistad política o antagonismo caemos en el otro extremo y nos desbarrancamos hacia la guerra civil.

Ahora bien, la razón de la amistad y la enemistad se definen en torno a la igualdad, la libertad y la fraternidad. Nuestros amigos son nuestros iguales, aquellos que respetan nuestra libertad, y con quienes podemos abrazarnos fraternalmente en un destino común. El antagonismo es producto de la desigualdad, del sometimiento y el desprecio moral.

Como ya hemos señalado, el antagonismo es parte inherente de la política democrática. Es un principio que asegura que los individuos y las colectividades avancen en el proceso de reconocimiento de aquellos derechos negados u olvidados. Sin antagonismo político, muchos de los derechos de los cuales hoy gozamos, no existirían. Han sido el fruto de luchas, muchas veces denodadas y cruentas, y el sacrificio de muchas mujeres y hombres que han dado su vida para que nosotros gocemos de ellos.

Lo que está en disputa es siempre la igualdad y la libertad de los individuos, principios indispensables si queremos una patria fraterna. Y, cuando hablamos de igualdad y libertad no nos referimos exclusivamente a una igualdad y a una libertad política y jurídica, sino también económica, cultural y medioambiental.

La Argentina ha logrado muchas cosas importantes en estas últimas tres décadas. Ha habido momentos de retroceso, pero hemos alcanzado una alta consciencia política – una ciudadanía exigente. Participamos en las decisiones políticas, las discutimos, las refrendamos o las rechazamos con pasión. Una ciudadanía exigente se traduce necesariamente en antagonismos. El antagonismo es, además de una posición en el campo de relaciones, una pasión. La pasión es una energía. Ser dueños de nuestras pasiones para evitar que el antagonismo oculte enteramente el principio de amistad y de ese modo caigamos en la guerra civil, es crucial en nuestra formación ciudadana.

Sin embargo, el moralismo, el emotivismo individualista, la “indiferencia” espiritual o el mero conformismo frente a la cosa pública son tan peligrosos y corrosivos del orden social como la confrontación violenta. La totalización de la sociedad en una suerte de bonhomía ciudadana puede llevar a una violencia aun mayor. Todas las grandes catástrofes humanas: genocidios y exterminios, guerras coloniales, esclavismo y otros males terribles de nuestra historia han necesitado del condimento de la complicidad de una ciudadanía indiferente ante el mal. 

Ahora mismo Argentina se debate entre estos dos extremos. Entre la complicidad ingenua de aquellos que piden silenciar o poner entre paréntesis la pugna política. Y aquellos que no han asumido el antagonismo como un fenómeno inherente a la democracia y lo asumen como excepcional.


La imperfección de nuestras sociedades es análoga a nuestra finitud como individuos. Seguiremos luchando por hacer nuestras comunidades y la humanidad en su conjunto más justas, aún sabiendo que la justicia no es un bien eterno que existe en las nubes metafísicas de algún filósofo, sino el resultado de un reconocimiento siempre frágil de cada uno y de todos de nuestro derecho a buscar eso que llamamos, a falta de un mejor nombre, "felicidad".

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