LA COMPRENSIÓN DEL OTRO. De la política al más allá.


Introducción

El título de este post comenzó siendo “La oportunidad”. Quería mostrar que, más allá de los peligros que acechan al proyecto "nacional y popular" que pretende encarnar el kirchnerismo, el triunfo de Cambiemos puede servirnos para profundizar el reconocimiento de derechos de una manera más amplia. Lo cual no quita reconocer la peligrosidad que supone para los intereses populares un gobierno neoliberal y neoconservador como el de Mauricio Macri, que ha llegado al poder a través del voto popular, con enormes recursos debido al control territorial del Estado y de los distritos más populosos y ricos del país, con las espaldas bien guardadas por el poder mediático y judicial. Los recientes nombramientos de miembros de la Corte Suprema por decreto confirman nuestros temores. Algo de eso diré a continuación.

Ahora bien, cuando leí las noticias sobre las elecciones en Francia se me ocurrió que un elemento importante que estábamos olvidando en nuestro análisis y que es crucial que recuperemos si queremos establecer una estrategia constructiva para los próximos años es el hecho de que el triunfo cuantitativo de Cambiemos oculta una importante derrota cultural. Esta derrota (no cuantitativa, repito, sino cualitativa) puede ser el trampolín desde donde pensar el proceso de empoderamiento colectivo del cual habló Cristina Fernández en su discurso despedida en la Plaza de Mayo. Por esa razón, el título alternativo del post es: “La izquierda de la derecha; y al revés”. Algo más diré sobre esto. 

Finalmente, las declaraciones de Máximo Kirchner sobre la necesidad de hacer un Frente para la Victoria más amplio, más incluyente, me hicieron pensar en la necesidad de vehicular una idea de Argentina como totalidad que nos permita pensar kirchnerismo y macrismo como momentos dialécticos de un mismo  proceso de construcción identitaria. Lo que es evidente, más allá de la retórica de unidad que promueve Cambiemos, el mismo resuena porque existe un malestar de fondo al que hace referencia. Ese malestar gira en torno a la conflictividad de la vida social y el anhelo de unión con el que se topa. En síntesis, ¿Es posible, en una situación de antagonismo como la que vivimos, trabajar en pos de una identidad común fundada en la diferencia? Parece necesario encontrar alguna fórmula alternativa que nos permita interrumpir los ciclos de disyunción que caracterizan a la Argentina fraticida. Es en este sentido que titulé al artículo: "La comprensión del otro. De la política al más allá". Con esto no me refiero a una suerte de consenso solapado a la Rawls, aunque es evidente que algún tipo de consenso procedimental es indispensable en las sociedades modernas. En el caso de una sociedad como la nuestra, necesitamos algo más "sustancial". A continuación desplegaré algunos argumentos en esta dirección

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Comienzo con una evidencia. 

Los problemas más acuciantes a los que se enfrenta la política argentina actual giran en torno a lo sesgado de los juicios respecto a nuestros contrincantes en el debate. Es un lugar común recurrir a la suspicacia respecto a las motivaciones morales de nuestros antagonistas. 

Podría ser que, ahora que el kirchnerismo ha dejado circunstancialmente el poder (después de doce años de estigmatización ininterrumpida por parte de una oposición desgarrada por el odio y el prejuicio) haya llegado la hora de comenzar a abordar el análisis de los discursos y las políticas públicas de otro modo. No en función de hipotéticas “motivaciones perversas” que se despliegan de cara a la galería – lo cual ineludiblemente nos lleva a deformar la argumentación estudiada – sino en vista de su estricto contenido ideológico. Se trata de abordar la política críticamente: echando luz sobre las condiciones de posibilidad de lo que se explicita y se hace, en contraposición a la mera crítica ideológica. 

Por supuesto, las retóricas de gobernantes, políticos opositores y comunicadores en general, deben confrontarse con la realidad de los hechos. No hay duda que se miente, y que se lo hace descaradamente. Los últimos doce años han sido un festín de publicistas, escrachadores, denunciadores seriales y mentirosos inveterados. Es obvio (y no tan obvio), como señala Ignacio Ramonet, que en nuestra época se desinformar informando, que los discursos y las puestas en escenas se articulan, no sólo para mostrar, sino también (y en gran medida) para ocultar la realidad. 

Pero es posible, precaviéndose con la contrastación empírica de los hechos y los discursos, echar luz sobre los trasfondos que animan a los contendientes. Metodológica y estilísticamente, se echa en falta un Chomsky en nuestras latitudes, alguien que tenga la capacidad para desmontar los discursos confrontándolos con la realidad. Lo más próximo que se ha intentado en los últimos años ha sido el programa 6-7-8 y sus órbitas mediáticas, cuya estrecha relación "personal" con el gobierno le ha costado una credibilidad más amplia, pese a los aciertos del formato y el objetivo definido. 

Lo que necesitamos es hacer comprensible al otro. Entender su estrategia, por supuesto, pero también la ontología, la antropología y la ética que sustenta su visión del mundo. La caricaturización de nuestros contrincantes los convierte en blanco fácil de nuestros ataques, pero lo alejan de nosotros como objetos de entendimiento. Los monstruos no existen. Los agentes, incluso aquellos que actúan en principio de manera incomprensible, que nos indignan o subvierten nuestras emociones, lo hacen en el marco de sus propias lógicas existenciales. Entender esas lógicas es imprescindible si queremos tener lucidez a la hora de juzgar los escenarios humanos.

Los fragmentos discusivos y los actos y medidas puntuales son incomprensibles fuera de sus contextos. Entender a nuestros antagonistas supone prestar atención a los ideales que los animan, las mutaciones que sufren, el mestizaje que traen consigo las alianzas que establecen con otros agentes. En definitiva, ser conscientes del movimiento de la vida humana, específicamente, de su dimensión socio-política. 

Para ello debemos huir de los estereotipos, sin olvidar que las matrices y categorías que utilizamos para ordenar la experiencia no son enteramente arbitrarias. Debemos volvernos asiduos lectores de los libros de nuestros contrincantes, conocedores dedicados de su argumentación, asiduos escuchas de sus discursos, atentos a los dilemas y paradojas a las que se enfrentan.  Solo así seremos capaces de articular más claramente nuestras propias opciones morales y políticas.Después de todo, la política, como la religión, no puede juzgarse desde una perspectiva neutral. En nuestro caso, ni el kirchnerismo, ni el macrismo, tienen, tendrán, o deberían tener, la última palabra.

(2)

El resultado de las elecciones francesas de las últimas horas señala que el Frente Nacional ha sido derrotado por la coalición de Nicolás Sarkozy y el Socialismo. Estos han establecido una alianza, como en ocasiones anteriores (una suerte de cordón sanitario alrededor de la derecha radical representada por Marine Le Pen) con el fin de proteger a la República del radicalismo racista y xenófobo. 

Desde el punto de vista cuantitativo, sin embargo, el triunfo de la coalición es relativo.  Si prestamos atención a la totalidad del campo donde se enfrentan las diversas fuerzas, el “extremismo” resulta victorioso en un sentido fundamental: empuja al resto de los agentes a inclinarse a la derecha para captar el malestar que ha empoderado a los ultras. Es decir: triunfa culturalmente.

De manera análoga, aunque el triunfo cuantitativo de Mauricio Macri es indiscutible, éste sólo fue factible a través de una “kirchnerización” discursiva de Cambiemos, que debió adoptar ideales ajenos a su identidad histórica para captar el voto descontento que quiso deshacerse de 12 años de kirchnerismo nominal, pero no de los derechos adquiridos durante este período. 

Aquellas políticas que atenten contra los pilares del imaginario cultural hegemónico deberán enfrentarse a diversas formas de resistencia popular. La estrategia del macrismo consiste en camuflar esos cambios, al tiempo que dispone la trama narrativa para hacer un giro cultural que le permita regresar al núcleo ideológico duro del cual es heredero.

Sin embargo, los tránsitos de ida y de vuelta no están asegurados. Como ocurre en la vida individual, las experiencias colectivas producen mutaciones imprevisibles. Los intereses sectoriales en pugnan pesan, pero también la idiosincrasia de la población, los malestares y frustraciones, lo que en cada momento histórico es aconsejable y permisible.

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Ahora bien, los dilemas frente a los que nos sitúa una sociedad plural, confrontada por anhelos contradictorios e identidades agonísticas, nos obligan a cuidar los mecanismos constitucionales que la democracia nos ofrece con el fin de superar las tentaciones siempre presentes de la violencia. 

Eso no significa que la única vía sea una "democracia consensual". La unidad no consiste exclusivamente en guardar ciertas formas, ni siquiera en apostar a una razón comunicativa y dialóguica blindada procedimentalmente para encontrar una vía media que conforme a todas las partes.

Además, estamos obligados a prestar atención a las asimetrías que los marcos procedimentales, las formas en las cuales se ciñe el hipotético diálogo, ocultan.

En ese sentido, dos esferas preocupan especialmente a quienes no ostentan poder y dinero en esta encrucijada: la justicia y los medios de comunicación.  Sin resolver la parcialidad de la primera, y promover la multiplicación genuina de las voces, las decisiones finales que la ciudadanía toma en las contiendas electorales se tornan ilegítimas (aunque pudan presumir de legalidad). Esto ocurre cuando los agentes políticos se sienten amenazados jurídicamente o silenciados en la esfera pública.  


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