"VOLVER AL MUNDO"

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Poster de Amnistía Internacional 

Hay momentos y sucesos especialmente interesantes porque desnudan de manera notoria el entramado ideológico y los prejuicios que subyacen a un determinado grupo político o gobierno, pese a la “cosmética comunicacional” que practiquen. 


En este caso, quiero referirme brevemente a lo que desnuda la detención de Milagro Sala y la rabia que el macrismo empieza a acumular frente a las denuncias de los organismos internacionales y las organizaciones no gubernamentales que están transparentando el poco apego que tiene el gobierno a los asuntos relativos a la institucionalidad. 

Recordemos brevemente a qué nos referimos: primero fue el Grupo de Trabajo de Naciones Unidas sobre Detención Arbitraria; luego la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH); también, la Mesa Directiva del Parlasur; diversas organizaciones internacionales por la defensa de los derechos humanos como Amnistía Internacional o el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS); y el actual titular de la Organización de Estados Americanos (OEA). También han denunciado la detención: el Primer Ministro de Canadá Justin Trudeau en su reciente visita a la Argentina, como científicos, investigadores universitarios y rectores de todo el país.

Para cualquier observador más o menos objetivo, esto es un lugar común desde el día 1 del mandato de Mauricio Macri, que comenzó con la teatralizada ruptura de la continuidad democrática, imponiendo un presidente ad hoc durante un día, para escenificar la refundación del país (me refiero a Federico Pinedo, el presidente de 24 horas); y siguió con la imposición (a dedo) y por Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) de dos magistrados de la Corte Suprema; y continuó, con otro sin número de medidas extraordinarias que debilitan gravemente la institucionalidad de la República, como el veto ostentoso a leyes fundamentales, como la ley anti-despido; y más recientemente, y más escandalosamente, con la promulgación de un decreto que se salta la letra de la ley de blanqueo para incluir a familiares de funcionarios (contra todas las opiniones, incluidas las de sus propios legisladores) con el fin de beneficiar al presidente y su familia que se encuentran investigados por lavado de dinero, asociados a uno de los escándalos más resonados internacionalmente, como los Panama Papers.

Pero lo de Milagro Sala pone sobre el tapete otra cuestión. Recordarán ustedes que uno de los leitmotiv de la propaganda PRO durante su campaña fue: “Vamos a volver al mundo”. La idea era que la Argentina había estado aislada durante la década pasada y que era hora de hacer a la Argentina un país entre otros países importantes, sacándola de la esfera de influencia tercermundista latinoamericana. El estribillo era acompañado con el desprecio a Venezuela, Cuba, Bolivia, Ecuador, y también Brasil. “Volver al mundo”, era volver a los Estados Unidos y Europa.

Con ese argumento como punto de arranque, el gobierno presionó al congreso para promulgar los instrumentos que necesitaba para un arreglo (muy flojo para la Argentina) con los fondos buitres; y con esa misma lógica, impuso un nuevo entramado administrativo que favorece a las corporaciones en detrimento de la economía local; y con esa misma coherencia ideológica, eliminó retenciones y modificó la legislación y la reglamentación administrativa para seducir a los inversionistas que, por el momento, se conforman con los regalos financieros especulativos que el país le sirve en bandeja, mientras nos hundimos en un nuevo ciclo de endeudamiento.

Lo que el gobierno no parece haber entendido, o no está dispuesto a admitir, es que volver al mundo no significa solamente “volver a los mercados” y “volver a la timba financiera”. Quiere decir, también, volver a un entramado de instituciones, leyes, organizaciones, a una esfera pública internacional, a un poder blando que se ejerce a través de medios, redes sociales, activismo, etc., que en la jerga llamamos “regímenes de derechos humanos”.

La reacción del gobierno es preocupante, como son preocupantes las opiniones de intelectuales y periodistas del establishment que, en un reflejo autoritario, vuelven a repetir los viejos eslóganes del pasado, negándose a aceptar los reclamos internacionales con excusas banales que ponen al desnudo la ideología imperante.




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