LA CUESTIÓN CATALANA: NĀGĀRJUNA EN IBERIA


Bienaventurados los humildes, pues ellos heredarán la tierra.
Mateo 5:5.

La cuestión estatal y el derecho a decidir

Le preguntaron en rueda de prensa a la portavoz del Departamento de Estado del gobierno estadounidense, Heather Nauert, acerca del referéndum catalán: ¿cuál es la posición del gobierno de Donald Trump acerca de este asunto? La respuesta era predecible:No queremos interferir en cuestiones nacionales, dejaremos que el gobierno y la gente allí lo solucionen." Otros Estados asumen el silencio que impone la lógica westfaliana que aún prevalece en nuestros tiempos, al menos entre los aliados. El independentismo catalán, por su parte, argumenta que sus decisiones políticas tienen la legitimidad que le otorga el derecho internacional, supraestatal, cosmopolita, el de los derechos humanos, que triunfa sobre las legislaciones estatales, específicamente, el derecho a la autodeterminación de los pueblos.

El maestro budista, Marx y el billete de 100 rupias

En una oportunidad, un maestro budista me explicó la teoría de la vacuidad, tal como la interpretó el santo Nāgārjuna, utilizando para ilustrarla un billete de 100 rupias indias. Se sacó el billete del bolsillo interior de su hábito monástico y lo estiró frente a mis ojos. El billete estaba allí, con toda la rotundidad que tienen los billetes, que la mente corriente solo en raras ocasiones cuestiona. 
La explicación que me dio el maestro sobre la naturaleza última del billete recuerda a los más leídos las elaboraciones sobre el fetichismo de la mercancía en la obra de Marx, la teoría de la reificación en Lukacs, y otras hipóstasis que deconstruyó la fenomenología heideggeriana. 

El billete de 100 rupias aparece a los usuarios del instrumento económico como dotado de un poder intrínseco. Al ver el billete, las personas corrientes le concedemos autonomía y un poder propio e independiente, natural (en contraposición a "meramente convencional"). Y sobre la base de esa aprehensión se lo codicia hasta el punto del vicio, e incluso del crimen. Razones no faltan, por supuesto. El poder funcional del billete es evidente. Lo que cuenta, en todo caso, es lo que puede hacerse con el mismo. Nos permite concretar nuestros deseos a través de su abstracta representación. El dinero compra incluso la felicidad (eso dicen). Sin embargo, al mirar el billete, lo que prima es su rotunda apariencia de "soberano poder". 


Sin embargo, un análisis sosegado del billete como cosa fetichizada, y de la consciencia alienada que lo contempla, descubre que las 100 rupias, por sí mismas, independientemente de la compleja gramática cultural que lo sostiene, es una realidad cuasi espectral. Por supuesto, un espectro no deja de asustar por el mero hecho de ser una proyección supersticiosa de la mente individual o el imaginario colectivo. Que existe, existe. Otra cosa es cómo lo haga. Y es justamente aquí donde está la confusión y anida el peligro.

Ni el papel, ni la tinta, ni la simbología impresa en su semblante y reverso hacen al billete lo que es (un billete). El billete de 100 rupias es fruto de un acto sacramental (constitucional) que lo consagra, y una feligresía sin cuya fe no existe poder soberano en la "cosa" o "ente" (ahora elevada a la categoria de "ídolo").

Sacramentos, constituciones y espectros


Las instituciones políticas y los regímenes legales están hechos de la misma sustancia vaporosa y efectiva. Son espectros (el soberano y su reino) que conmueven, ordenan, someten, asustan, angustian o aniquilan. En nuestro tiempo son divinidades seculares que exigen una renovada teología política (posmoderna). 

Entre los ibéricos de estos días, constata Nāgārjuna, se vive un tiempo de zozobra. Están muriendo tardíamente algunos dioses, y otros nuevos pretenden ocupar su lugar. 

Algunos ibéricos contemplan azorados la violencia de sus dioses celosos y descubren lo que en realidad siempre se supo y no se quiso entender: que su dios uno y soberano no existe más allá del imaginario desbordado y barroco que lo sostiene y lo preserva. 

Ahora habrá que ver si el dios de sus contrincantes, que pretende ser más moderno (o, acaso, "posmoderno") que el antiguo dios que presidió el sacramento de sus ofrendas, está cortado con la misma tijera que el dios del que apostatan, o es otra cosa. ¿Aceptarán que eso que llaman "lo catalán" o "la catalanidad", como "lo español" o "la hispanidad" que rechazan, también son inventos teológicos, con sus dioses, sus sacerdotes, sus dogmas y su feligresía? 

Argumentos y objeciones

Tal vez, uno de los mayores problemas a los que nos enfrentamos en este contexto es a la confusión de dos líneas argumentales que al enfrentarse acaban resultando paradójicas. Por un lado, el independentismo arguye a favor de su meta enfatizando el carácter distintivo de la cultura catalana, aun cuando reconoce la ineludible pluralidad de las sociedades modernas avanzadas, que en el caso catalán es notable. Por el otro lado, promueve su objetivo por medio de una lógica pragmática que promete a quienes se adhieran a su proyecto (aun sin adherirse a su fe cultural) una mejora en sus condiciones de vida y mayores oportunidades en el seno de un proyecto que se ha bautizado como "ilusionante." 

Evidentemente, cada uno de estos argumentos contienen su cuota de verdad política y social, sin que eso suponga que estén libres de objeciones. De la misma manera que ocurre con el españolismo en su versión más barroca, lo que en estas circunstancias delata la intransigencia es la distorsionada percepción que nos hace concebir nuestros argumentos y (hay que decirlo) nuestros sentimientos, como autoevidentes. En política no hay (en general) autoevidencias como en las ciencias duras, sino realidades que deben ser sometidas a la hermenéutica cotidiana y, por ende, siempre resultan discutibles y abiertas a refutación.

Ni el llamado "constitucionalismo" que esgrime el consenso del '78 como última y definitiva carta triunfadora por sobre toda otra argucia discursiva, ni el llamado "derecho a decidir," entendido como derecho humano fundamental por quienes lo defienden sin las cualificaciones pertinentes, las tienen todas consigo. 

Una declaración unilateral de independencia en las actuales condiciones no parece sensata (excepto como estrategia política llevada a cabo para forzar una mesa de negociación). Tampoco la defensa a ultranza de una constitución anticuada a través del ejercicio represivo y el recorte de derechos parece dejar a España en una situación cómoda frente a la mirada internacional. La violación de derechos fundamentales es, a todas luces, inadmisibles. El despliegue policial y la litigación penal un despropósito desde el punto de vista político. 

A la luz de los últimos días

Las exigencias recurrentes a establecer una mesa de diálogo con el fin de: (i) proponer reformas constitucionales que resulten atractivas a la ciudadanía catalana, para permanecer en un marco normativo común que incluya a las diversas regiones que compondrían una hipotética España federal o confederal, y (ii) la necesidad de que ese proceso de reconstrucción española necesita de algún instrumento democrático de validación como un referéndum pautado con el Estado, parecen la única salida. 

En ese sentido, los "tira y afloje" de estos últimos días dan la impresión de ser los prolegómenos al capítulo final de una larga y dolorosa disputa: la última batalla por las voluntades antes de entablar una negociación final que acabe con acuerdo de algún tipo.

Lo que es seguro a esta altura del partido es que los políticos que dinamiten esta única ventana de entendimiento posible que se abre tímidamente en la medianera de los pueblos, quedarán en la historia como los autores materiales de un enfrentamiento que, a partir de aquí, sin soluciones consensuadas, solo puede acabar con daños colaterales, heridas que no cierran, violencias personales de todo tipo, y el deterioro, de facto o de iure, de las libertades personales.

Comentarios