CUATRO PREGUNTAS, CUATRO RESPUESTAS Y UNA CODA FRENTE A LA CONFUSIÓN DOGMÁTICA LIBERAL


En vista a las reiteradas acusaciones de que nuestras críticas no vienen acompañadas de nada positivo, voy a explicar mi posición a partir de cuatro preguntas fundamentales. La estructura de la argumentación pretende ofrecer un diagnóstico, apuntar a las causas de los problemas, constatar la posibilidad de una cura, y promover un tratamiento. Esas cuatro preguntas son:

1- ¿Cuáles son nuestros problemas?
2- ¿Cuáles son las causas de nuestros problemas?
3- ¿Cuál es el ideal de convivencia y desarrollo que nosotros imaginamos?
4- ¿Cuáles son las medidas básicas que necesitamos implementar para alcanzar ese ideal?

1-¿Cuáles son nuestros problemas?
a- Hay un problema ecológico: estamos destruyendo la base material de nuestra existencia.
b- Tenemos un problema de justicia social: estamos descartando amplios sectores de la sociedad para sostener nuestro proyecto de crecimiento.
c- Tenemos un problema político: el gran capital controla y distorsiona la democracia a través de los mass media, el entretenimiento y la continua exacerbación del consumo.

2- ¿Cuáles son las causas de nuestros problemas?
Nosotros vemos dos causas "cosmovisionales" fundamentales detrás de todo esto:
a- Una concepción de la persona, del yo, del individuo, que lo imagina arrojado en un espacio de competencia natural, salvaje, con todos los demás individuos. Es decir, una concepción individualista radical.
b- Una concepción del desarrollo humano que solo pone atención a una clase muy peculiar de libertad (la libertad negativa), en la que se pretende que lo único a lo que tenemos que comprometernos es a evitar cualquier obstáculo para que la gente pueda hacer lo que quiera con su vida. Esta noción de libertad está acompañada de una peculiar manera de entender el bien o el fin humano, en términos de progreso económico, material, capacidad de consumo, productividad, etc. Estas dos concepciones las defendemos "religiosamente", es un dogma moderno que ha impuesto la "escolástica" liberal y que se ha convertido en una suerte de "sentido común" de nuestra época.

3-¿Cuál es el ideal de convivencia y desarrollo que nosotros imaginamos? Es decir, ¿Es posible encontrar una solución?
Nosotros creemos que si. Imaginamos un mundo que esté más en acuerdo con los Evangelios cristianos, con la Iglesia primitiva, con la visión budista de la compasión y la Sangha, con el comunitarismo político, y no con el exclusivismo liberal de los derechos que imagina lo supraindividual y lo suprafamiliar como amenaza.
Parece incuestionable que, desde el punto de vista ontológico, somos individuos sólo en la medida de nuestra participación en nuestras comunidades de pertenencia. La comunidad, además de preservar nuestra existencia material, nos inicia a una lengua, ofrece las condiciones para el desarrollo de nuestra personalidad. En la medida de los dones recibidos, nuestras obligaciones y deudas. Nuestras acciones deben contribuir a asegurar la continuidad y la sostenibilidad de dichas comunidades. A nuestro modo de ver, el dogma liberal del individuo atomizado y la libertad negativa radical mina dicha continuidad y sostenibilidad.

4- ¿Cuáles son las medidas básicas que debemos implementar para alcanzar nuestro ideal?
De manera general, debemos cambiar nuestra manera de pensar acerca de lo que es la persona humana y el lugar que ocupa en el concierto de la naturaleza. Eso significa romper, por un lado, con la visión instrumentalista de la modernidad, y en particular, romper la fascinación que produce la ideología liberal. No somos entidades autónomas cuya tarea consista en dominar indiscriminadamente la naturaleza (el mundo animado e inanimado) con el fin de extraer el mayor beneficio de la misma, ni atomos social que podamos autodefinirnos con independencia absoluta de la comunidad de pertenencia que ha hecho posible nuestra individualidad. Somos animales, dependientes y racionales, como le gusta decir a MacIntyre. Es decir, somos, ineludiblemente, seres naturales, que desarrollan sus habilidades específicas a través de la participación comunitaria (dependencia), especificidades que tienen que ver con el desarrollo de nuestras "virtudes" racionales.

Ahora vamos al detalle:

a- Frente al problema ecológico:
Ya hemos hecho referencia más arriba al instrumentalismo, y lo hemos tratado más extensamente en otras entradas. Para lo que nos interesa ahora mismo, cabe agregar que las corporaciones y la burocracia estatal son los estamentos o esferas sobre los que debemos establecer la mayor responsabilidad en lo que respecta a la continuidad de las condiciones de posibilidad de la existencia viviente en el planeta y su calidad. Y esto en vista a la medida del daño que producen los agentes sistémicos; y en la medida de los beneficios relativos que dichas prácticas sistémicas significan para quienes participan de dichas esferas. Por eso necesitamos una legislación y un aparato judicial-policial que asegure controles y sanciones que pongan coto a la ambición indiscriminada o domestiquen las tendencias intrínsecas a la racionalización indiscriminada de los recursos cuando estos hagan peligrar la salud de nuestro hogar planetario y la supervivencia de sus habitantes (humanos y no humanos)

b- Frente a la injusticia social:
La propiedad privada no puede ser un bien absoluto (esto no lo dijo Marx, sino Santo Tomás de Aquino, el llamado Doctor Angélico). La propiedad privada tiene como límite la necesidad humana. Eso quiere decir, como sostiene el Dalai Lama, que la acumulación exponencial de capital, el aumento de la brecha de la renta entre ricos y pobres, y las prácticas financieras usureras que ponen en peligro la economía productiva, son inmorales. Inmorales quiere decir que quienes las practican no merecen nuestro respeto, como no merecen nuestro respeto los chorros, los mentirosos, los maltratadores y los asesinos. Estamos instalados en la creencia de que las prácticas económicas y financieras son "neutrales" moralmente. Es decir, que no les cabe a ellas los juicios de bondad o de maldad, de justicia o de injusticia. Ese es otro de los dogmas de la "religión" liberal.

d- Con respecto a las amenazas que penden sobre la democracia:
Todo lo anterior, es decir, nuestros problemas y concepciones erróneas, se sostienen porque la práctica política se ha puesto al servicio exclusivo de los intereses económicos. Estos grupos económicos se encuentran decididamente involucrados en la saturación del discurso con el fin de confundir a la opinión público. En buena medida, los grandes medios de comunicación y las fabricas de entretenimiento, son las que están detrás del concertado esfuerzo por hacer razonable una ideología que en realidad es perniciosa para todos nosotros.
Por lo tanto, desde el punto de vista político nos urge reconstruir una sociedad democráticamente más participativa. Necesitamos poner coto a la concentración de medios, escapar a la imposición de una cultura exclusivamente individualista y consumista (de eso se trata la telebasura ¿no es cierto?). Debemos volver a debatir, discutir, pensar conjuntamente. Debemos tomar decisiones soberanas desde la base social.

Conclusión:

Hay muchos que aun creen, pese a las evidencias en contra, que la solución pasa por crecer más, por desregular la economía, por liberar al poder de los obstáculos al ejercicio de su voluntad. La razón detrás de esta convicción es la creencia de que el progreso es fruto exclusivo de la libertad individual, fuente última de la creatividad, reducida en nuestra época a la soberanía técnica que imponemos a lo real.

Hay muchos que aun creen, pese a las evidencias en contra, que el problema a la inseguridad social(la contracara de la injusticia social)se resuelve aislando, encerrando, removiendo de "nuestros" barrios, a la población "inservible", a los "desperdicios humanos", como decía Bauman, creados por nuestra sociedad de consumo. Esa exclusión puede ser física, pero también informativa. Un ejemplo de ello son las víctimas del hambre anunciadas con estrépito antes de la llamada "crisis" económica que han sido "desaparecidas" por silenciamiento.

Hay muchos que aun creen, pese a las evidencias en contra, que el problema ecológico se resolverá exclusivamente con la aplicación de tecnologías más eficientes, acompañadas de una práctica new age, es decir, poniendo "tachitos" en las esquinas para que los individuos atomizados practiquen el reciclaje. Esta ecología soft no hace alusión alguna a nuestros hábitos de consumo, ni al marco capitalista que lo precipita.

Estamos, por lo tanto, frente a dos ideologías opuestas. Lo que nos toca es elegir la "racionalidad" de cada una de ellas. No se trata de elegir una estética determinada, o preguntarse qué personas o partidos están detrás de cada una de estas posiciones. Esas son cuestiones que se resolverán en cada caso llegado el momento de la aplicación práctica de las transformaciones o la conservación del status quo.

Determinar la racionalidad de nuestras posiciones es la primera responsabilidad que tenemos como agentes morales. Eso implica poner en cuarentena nuestros deseos e intereses particulares para juzgarlos en vista de criterios superiores. La racionalidad de nuestras posiciones, sin embargo, no la ofrece el hecho de seguir una cara famosa a la hora de construir nuestro discurso, ni al hecho de que la misma esté en consonancia con nuestros prejuicios.

Creo que esto último es algo a tener en cuenta, especialmente en estos días en los que los grandes medios de comunicación no sólo nos imponen sus argumentos, sino que adjudican a sus voceros (periodistas, intelectuales, artistas y famosillos de turno) un prestigio estético como alternativa a la racionalidad de sus críticas y propuestas. O para decirlo de otro modo, lo primero es saber qué es lo que defendemos. Una vez tenemos esto en claro tendremos que determinar quienes embanderan nuestra lucha. Pero como dice el dicho popular: no hay que poner el carro delante del burro.

Desde nuestra perspectiva, el proyecto "liberal" que aquí ponemos en entredicho acabará convirtiéndose en esa pesadilla de la ciencia ficción que todos conocemos, esa pesadilla largamente anunciada que se está haciendo realidad con cada día que pasa: un mundo con centros privilegiados de consumo, rodeados de un desierto de hambre y de penuria. Eso sí, el consumo de esos pocos será un consumo monumental que crecerá en paralelo a el creciente distanciamiento entre la renta de los ricos y la renta de los pobres.

Nosotros, en cambio, soñamos con un mundo donde, aunque perduren las diferencias, nuestro goce personal no necesite para lograrse del sufrimiento de los muchos. Por esa razón, ahora más que nunca, creemos que debemos defender la educación, la salud y el retiro público. Público no significa estatal, aun cuando ahora mismo el estado sea la mejor herramienta política disponible para lograr que estos bienes estén al alcance de todos. Eso no significa que el que quiera asistencia, educación y retiro privado no pueda optar por ello. Pero la sociedad en su conjunto tiene que comprometerse con lo público, con la creación de condiciones de inclusión. Eso implica poner coto al saqueo continuado que el gran capital realiza de los bienes públicos y la complicidad de la burocracia estatal en dicho saqueo.

Coda:

Espero que estas cuatro respuestas a las cuatro grandes preguntas planteadas despejen la pretensión de nuestros contrincantes en el debate que no dejan de acusarnos de escupir nuestras críticas por el mero placer del insulto, sin acompañar las mismas con solución alguna.

Puestos a ello, creemos que dicha acusación no hace más que confirmar que la confusión reinante en el debate es una cortina de humo que nuestros contrincantes en el debate se empeñan en producir a través de ataques ad hominem, chicanas de todo tipo y la indiferencia consabida cuando llevamos algo de seriedad a la discusión. Puede que todos estos estratagemas no tengan otra función que esconder la imposibilidad de sostener racionalmente las posiciones que se defienden. Es en este sentido que algunos de nosotros hablamos a veces del dogmatismo liberal y la fe en el consenso de los poderosos como de una "religión" de nuestro tiempo. Pero entiéndaseme bien, "religión" en el peor sentido de la palabra, y no en la bella acepción que evoca las esperanzas de un mundo mejor, un mundo renovado en la justicia y el amor, que es a lo que nosotros mismos aspiramos.

Ahora cedo la palabra al contrincante liberal para que defienda su programa.

LA BATALLA DEL PRESENTE Y EL TÚNEL DEL TIEMPO



Esta entrada tiene destinatarios muy concretos.

En primer lugar, me dirijo a las personas que habían alcanzado su plena madurez cronológica en la época en la cual se produjo el golpe de estado de 1976.

En segundo lugar, me dirijo a aquellos que pertenecen a mi generación. Es decir, aquellos que vivieron la dictadura militar, pero que no pueden ser responsabilizados por los posicionamientos que tuvieron en aquel momento, debido a su minoría de edad.

Finalmente, me dirijo a aquellos que nacieron inmediatamente después de la llegada de la democracia.


Las palabras y las cosas


Quiero, sin embargo, antes de dar comienzo a la argumentación, justificar el título. La palabra “batalla” puede resultar incómoda. Para evitar malentendidos, permitánme que explique la razón por la cual la he elegido. El diccionario de la Real Academia Española propone dos acepciones en el uso del término. Por un lado, la que apunta a los combates militares. Por el otro, hace también referencia a la agitación e inquietud interior del ánimo. Lo que pretendo con el título de esta entrada pendula entre estas dos acepciones.

Nos encontramos en una situación de extrema peligrosidad en estos momentos, debido, en cierto modo, a la agitación e inquietud interior de los argentinos. Es imprescindible tomar consciencia de esa agitación y esa inquietud. Es necesario explorar con paciencia y cuidadosamente lo que nos ha traído hasta este estado de cosas.Y eso por la sencilla razón de que es posible, y los signos apuntan en esa dirección, que la agitación e inquietud reinante acabe desembocando en un combate físico entre las partes involucradas.

En vista a la peligrosidad del presente estado de ánimo, y en consideración de la historia y el modo en que en la historia hemos ido resolviendo nuestros problemas como sociedad, resulta absolutamente irresponsable permitirse actuar de manera irreflexiva. Nuestra adhesión incondicional a los discursos de los grandes productores de opinión, y la adherencia frívola a la opinión común, resulta hoy más que nunca, moralmente reprochable. Por lo tanto, conmino a mis conciudadanos a que realicen un “examen de consciencia” para evitar esos males mayores que acechan en nuestro horizonte.

Con respecto a la referencia al "túnel del tiempo" y el fotograma de la serie televisiva que lo acompaña - fotograma de la serie televisiva que con tanta pasión visionábamos en nuestra niñez - las analogías son numerosas. Dejo en manos de los lectores la elaboración de las mismas.


El túnel del tiempo


Ahora pasemos a la cuestión central de la entrada. Lo primero es explicar porque razón es necesario realizar una distinción explícita respecto a nuestros interlocutores. 

Es importante reconocer que los diversos debates con los cuales la sociedad argentina esta comprometida en estos momentos exige de sus participantes la asunción de diversos grados de responsabilidad.

También es importante reconocer que no sólo nos distinguimos los unos de los otros en relación con el pasado y lo que debe ser hipotéticamente recordado y olvidado. También nos distinguimos respecto a lo que significa para cada cual el futuro. El futuro no es el mismo para un joven que en estos momentos estudia en un colegio secundario que lo es para una persona de sesenta años que ha recorrido la mayor parte de los estadios de su existencia.

Pero si el pasado y el futuro no son los mismos para todos, eso implica que habitamos presentes diversos. Este es un punto importante en el que no voy a extenderme. Me limito a reiterar: pese a que el tiempo se nos aparece como un “espacio” homogéneo y vacío en el cual tienen lugar diversos acontecimientos de manera simultánea, hay una manera de ser del tiempo que toma en consideración el lugar de los sujetos que lo habitan, que nos obliga a hablar de un entrecruzamiento de temporalidades que se articulan narrativamente en uno y otro caso. Al presente público, secular, del hoy que todos habitamos, cada uno de nosotros llega con la historia individual y colectiva que le corresponde.


Los derechos humanos y la memoria histórica


Habiendo aclarado estos conceptos básicos, pasemos, ahora sí, a lo que pretendíamos con la entrada. Como los temas son muchos y variados, voy a centrarme, en línea con lo que vengo haciendo en entradas anteriores, en un extremo del debate, que es el que gira en torno a los derechos humanos y la memoria histórica, como ilustración de otros debates que se están llevando a cabo ahora misma, o debieran llevarse a cabo, en todos las esferas de la actividad en nuestro país y el mundo.

En 1976, quienes hoy tienen más de sesenta años, el golpe militar los agarró, salvo circunstancias excepcionales, en la plenitud de sus facultades. Frente a lo que ocurría en el país, las posiciones de los protagonistas fue variada. En vista a lo que hemos aprendido de aquellos años, es muy importante que los ciudadanos analicen concienzudamente la posición que adoptaron en su momento. Esto por dos razones cruciales.

En primer lugar, porque en muchos casos nos permitirá descubrir de qué manera estábamos equivocados en nuestra defensa de ciertas posiciones.

En segundo lugar, porque nos permitirá evitar ser conducido a engaños análogos en el presente. Esto es especialmente importante si comprendemos que la violencia setentista fue el producto de un largo y madurado período de tiranía que se extendió desde 1955 hasta la tercera presidencia del general Perón, en el cual las clases privilegiadas utilizaron la fuerza o la proscripción (prohibición) para impedir el ejercicio pleno de la democracia a la ciudadanía.

Tomando en consideración de qué modo el discurso y la práctica “antiperonista” alimentó un clima de violencia que desembocó, primero, en un enfrentamiento armado, y en segundo término, en los crímenes de lesa humanidad ejecutados por la dictadura militar bajo el auspicio de una parte de la sociedad civil embarcada en un “proyecto de reconstrucción nacional”, empeñado en erradicar todo foco de resistencia para transformar las estructuras económicas en su beneficio, tomando en consideración todo esto, decía, es preciso que los agentes antipopulares de la actualidad se hagan cargo de la carga afectiva negativa que con su lenguaje y cosmovisión maniquea están legando a las generaciones futuras.

A quienes forman parte de mi generación, es decir, a aquellos que vivieron su niñez bajo la dictadura, nos resulta de crucial importancia reconocer hasta qué punto (en qué medida) el lenguaje al que fuimos iniciado en aquellos años de terror, en los cuales la violencia física iba acompañada de una sistemática distorsión de la expresión para acomodar el crimen a la legalidad, ha formateado nuestras estructuras y formas básicas de pensamiento.

La reiteración de la confrontación política y social en los términos del presente no es más que la manifestación cíclica del impacto que la imposición de las formas básicas de interpretación en las que fuimos cuidadosamente adoctrinado en aquella época.

Por lo tanto, en lo que respecta al pasado, es imprescindible que adoptemos un posicionamiento crítico que nos permita liberarnos de dichas imposiciones autoritarias, con el fin de reestablecer un orden democrático en nuestra propia consciencia. Lo cual nos permitirá comprendernos a nosotros mismos en el contexto de ese relato de engaños y temores que vivimos en el período de la recuperación democrática, un período en el cual la inconsciencia, la frivolidad y el temor permitieron asestar un golpe mortal a los esfuerzos de recuperación de nuestros derechos.

Pero además, nos encontramos ahora en el momento culminante de nuestra existencia. En esa edad en la cual tomamos sobre nuestras espaldas la responsabilidad de las generaciones venideras, imponiendo nuestra propia impronta al futuro. Que no nos pase como les pasó a algunos de nuestros padres, que estuvieron voluntaria o involuntariamente ausentes cuando más se les necesitaba.

Finalmente, quiero decir dos palabras a las generaciones recién llegadas. El futuro es vuestro sólo circunstancialmente. Llegará un día en el que, como ocurre con nosotros, no será acerca de vosotros mismos, de vuestros intereses, que deberán discutir, sino acerca del futuro de vuestros hijos, como hoy nos toca a nosotros discutir y pelear por el futuro de los nuestros.

Cuando en el debate político los participantes toman consciencia de que es un futuro en el que ellos mismos no participarán lo que les preocupa y les anima en la batalla del presente, en ese momento es que nos convertimos en ciudadanos plenos, anteponiendo los bienes comunes que a todos nos convocan a nuestros intereses privados.

INSEGURIDAD Y RESPONSABILIDAD: Estado, empresa y ciudadanía.



"Inseguridad"


El término hace referencia a la delincuencia, al clima de relativa anarquía que reina en las calles, que suscita temor y angustia entre la ciudadanía. 

Los medios de comunicación nos regalan, día a tras día, imágenes y relatos de esa violencia concertada. Frente a ello, los ciudadanos responden con virulencia exigiendo mano dura. 

Las respuestas políticas son diversas. Por un lado, se afilan los métodos de control y vigilancia. Se pretende modernizar a las fuerzas del orden equipándolos con armamento más sofisticado y tecnologías de vigilancia más insidiosas con el fin atajar el problema por medio de un aparato represivo bien engrasado. Por el otro, se pretende ir a la raíz del problema abordando las causales sociales, económicas y políticas subyacente.


Mano dura o transformación social 

Para empezar a entender lo que nos incumbe es necesario, sin embargo, articular los relatos que hacen inteligible las posiciones de quienes se adhieren a cada una de estas posiciones. 

Quienes levantan el estandarte de la mano dura y exigen mayor vigilancia y represión, quienes promueven una justicia más acelerada a la hora de juzgar los delitos de esta índole y exigen un régimen carcelario que impida que las penas impuestas no se cumplan en su integridad, tienden a enfatizar que el delincuente características negativas inherentes: el delincuente es un enemigo sustancial que debe ser perseguido y (en vista a que no es posible exterminarlo) someterlo a una estricta vigilancia y castigo. 

Para estas personas, el país se divide entre (1) aquellos que forman el círculo de las personas de decentes, las personas de bien, y (2) aquellos otros que amenazan el bienestar de los buenos, irrumpiendo en sus existencias violentamente con su maldad. 

Quienes abanderan la segunda solución señalan que la delincuencia echa sus raíces (en su mayor parte) en las distorsiones que produce una distribución injusta de los recursos y oportunidades que afecta de manera prolongada a amplios sectores de la comunidad, empujando a muchas de estas personas al delito como alternativa al atolladero de indignidad en el cual se encuentran cautivos.


El delito y la pobreza


Las actuales circunstancias de inseguridad exigen que el Estado ejercite su rol coercitivo y represivo, especialmente ante la extensión del fenómeno discutido. Pero haríamos mal en creer que la solución al problema de la inseguridad es un problema de índole policial. Los índices de delincuencia evidencian que existe una correlación con la inequidad. Es decir, existe una conexión indiscutible entre pobreza y delito.


El debate sobre la pobreza en el Chaco

Un caso que se cita con peculiar insistencia es el de la provincia de Chaco. Muchos de nosotros hemos tenido ocasión de ver imágenes estremecedoras de lo que ocurre en esta provincia argentina. Los “enlatados” de la web nos muestran una población infantil afectada por la desnutrición y sus secuelas. El problema es que la tragedia se utiliza como propaganda política contra el gobierno nacional. Sin pretender eximirlo de responsabilidad, me interesa que prestemos atención a otros factores que suelen mantenerse silenciados. 

Durante el mes de agosto, el escritor chaqueño Mempo Gardinelli mantuvo una correspondencia abierta con el empresario sojero Gustavo Grobopocatel. El tema de la discusión fueron los efectos del actual modelo productivo agroindustrial sobre la población local. De las epístolas redactadas por ambos extraigo la siguiente conclusión: existe una responsabilidad compartida de la miseria de la provincia por parte del Estado negligente a la hora de encontrar soluciones ante el flagelo de la indigencia y la pobreza, y no en menor medida, en el sector corporativo, en este caso las corporaciones agrarias favorecidas por una renta extraordinaria, que su afán de rapacidad contribuyen al malestar societal. 

Eso es justamente lo que pasa desapercibido a una parte importante de la ciudadanía que insiste en hacer pesar sobre un Estado debilitado por las prácticas neoliberales la responsabilidad absoluta sobre la situación del país. Desde este punto de vista, el emprendimiento privado se encuentra encuentra libre de toda responsabilidad porque es constitutivo de su naturaleza y su sentido la búsqueda exclusiva del beneficio y la expansión de la tasa de ganancia. 

Contra este “lugar común” de nuestra cultura es que propongo revistiera un par de ideas que pueden ayudarnos a clarificar el tema. Para ello voy a remitirme muy brevemente al análisis tomista de la justicia. Apreciar ciertas soluciones históricas puede ayudarnos a echar luz sobre ciertas auto-comprensiones tácitas que definen nuestras encrucijadas. El punto de partida o principio básico sobre el cual se articulan las ideas que presentaré a continuación es que el  fin o sentido último de la práctica política es el bien común.  


Lo justo

De acuerdo con MacIntyre, Tomás comienza su discusión sobre el contenido de la justicia humana dilucidando su relación con el justo. Lo justo, dice Tomás, es lo que se le debe rectamente al otro en vista de la ley natural y la ley positiva. Es decir, lo justo es lo que define las relaciones que una persona tiene con las otras, y en ese sentido la justicia nombra, por un lado, “la virtud de vivir de acuerdo con esas normas” y “la voluntad constante y perpetua de dar a cada persona su merecido o lo que se le debe como el criterio de lo recto requerido de cada uno de nosotros.”

Recordemos que, siguiendo a Aristóteles, Tomás distingue dos modos de la justicia. Por un lado, la justicia distributiva, cuyos requisitos se satisfacen cuando cada persona recibe en proporción a su contribución, es decir, recibe lo que es debido con respecto a su status, cargo y función, y en la medida de cómo los haya cumplido, contribuyendo de ese modo al bien de todos. Por el otro lado, la justicia conmutativa, cuyos requisitos se cumplen cuando se restituye, en la medida de lo posible, el mal realizado, y cuando las penas por las malas obras son proporcionales a las ofensas cometidas.

Esta distinción es  importante para la cuestión que estamos debatiendo. La discusión respecto a la inseguridad tiene que tomar en consideración estos modos de justicia. Un ejemplo de ello es la manera en la cual se enfatizan, de acuerdo con nuestros adversarios políticos, las soluciones represivas, manteniendo desatendidas de manera notoria las cuestiones relativas a la justicia conmutativa que se encuentran relacionadas con el tipo de restitución a los males prolongados sufridos por quienes se encuentran sujetos a existencias miserables debido a políticas económicas, políticas y sociales que han estado al servicio de una minoría de la sociedad.


La propiedad privada y su excepción

Un ejemplo que trae a colación MacIntyre sobre el análisis de Tomás sobre el tema que estamos discutiendo es el modo en el cual éste se enfrenta a la cuestión del hurto. La condena del mismo, nos dice, se justifica sobre la presuposición de la propiedad privada. Sin embargo, debemos tomar en cuenta que, a diferencia de los liberales modernos como Hume o Locke, que rechazaron cualquier límite a la propiedad privada, Tomás de Aquino se adhirió a la concepción patrística en este respecto. Dice MacIntyre:

"Si alguien estuviera en una necesidad desesperada, o tiene a otros de los cuales es responsable que están en semejante necesidad, entonces esa persona puede tratar como parte de la propiedad comunitaria de los seres humanos cualquier cosa que de otra forma pertenecería a otro, que le salvara a él o a ella, o a los otros de los cuales es responsable, de perecer; lo cual no está requerido similarmente de la persona que hasta entonces haya sido el dueño de esa propiedad, con tal de que sólo los que así convierten la propiedad privada en propiedad común no tenga ningún otro recurso. La propiedad está limitada por las necesidades humanas."


El estado y el poder corporativo

Creo que si esto es cierto para la época de Santo Tomás es aun más cierto para nuestra época. Sin embargo, no voy a detenerme a explorar esta cuestión en profundidad. Lo único que pretendo ahora mismo es poner sobre el tapete, un poco para exorcizar los demonios neoliberales que mantienen cautivos, es recordar que en esta época de la modernidad tardía en la cual la burocracia estatal y la esfera corporativa tienden a funcionar de manera conjunta, es apropiado acentuar la co-responsabilidad de todos los actores en la construcción social de la realidad.

Los gobiernos son más débiles de lo que suele pensarse. Los mecanismos burocráticos, como decíamos, son el producto de las negociaciones que llevan a cabo poderosos lobbies para dar con canales fluidos que permitan maximizar los beneficios de sus respectivos grupos económicos. Por lo tanto, es imprescindible que la ciudadanía no desatienda a la responsabilidad corporativa o pretenda que un mero gobierno (que al fin y al cabo se encuentra siempre sujeto a la actividad plebiscitaria de su población) es responsable absoluto de las miserias de nuestra patria.

Conclusión

Para concluir, regresemos a la cuestión de la inseguridad tomando en consideración la propuesta tomista. En ese sentido, es apropiado reconocer que existe una deuda pendiente (en la cual hemos incurrido todos, no sólo este u otro gobierno, no sólo el Estado, y especialmente aquellos que se han beneficiado con políticas de saqueo) con una parte de la población que se encuentra en estado de extrema necesidad. 

Eso implica que las llamadas "políticas de seguridad" deben tomar en consideración el daño prolongado y continuado inflingido a nuestros compatriotas, adoptando frente al delincuente una suerte de doble criterio: por un lado, debemos reconocer que, pese a ser efectivamente un delincuente a la hora de delinquir, es también una víctima de políticas socio-económicas que muchos de nosotros hemos apoyado activamente, o permitido que se promuevan gracias a nuestra indiferencia o pasividad política, y a través de las cuales nos hemos beneficiado de un modo u otro aun a costa de estos sectores. 

RAZONES DE JUSTICIA



Hace unos días asistí a una acalorada “discusión” a través de Facebook. El motivo del cruce de palabras y velados insultos entre los participantes se debió a que una de las personas posteó, como es habitual en la red social, una adhesión, esta vez a la investigación abierta por la justicia argentina en relación con la violación de derechos humanos y crímenes de lesa humanidad durante la época franquista. De inmediato, los participantes argentinos olvidaron que el tema que se estaba discutiendo eran los crímenes del régimen franquista y comenzaron a despotricar contra el actual gobierno nacional debido, según decían, a la utilización que el mismo realiza de los derechos humanos para lograr otros objetivos espurios.

Planteada la cuestión, y en línea con lo que decía en el post anterior, lo que me propongo ahora es echar un poco de luz sobre el tema sin entrar a juzgar a priori las motivaciones de mis adversarios políticos. Digo que no entraré a juzgar a priori sus motivaciones porque lo primero será construir un argumento acertado que dé con la verdad a la que nos enfrentamos. Habiendo logrado determinar el carácter de la materia en cuestión, y habiendo mostrado la racionalidad moral de la posición adoptada, y determinado que dicha racionalidad se encuentra en línea de continuidad con los principios a los cuales se adhieren mis adversarios, la negativa de los mismos de aceptar el orden de la conclusión (las premisas y las conclusiones que se siguen de ellas) sólo puede adjudicarse, esta vez si, a razones espurias que nada tienen que ver con la conclusión en sí.

Pasemos, por lo tanto, a determinar la materia y el alcance de la misma, adoptando a continuación un acercamiento adecuado a la naturaleza de la misma.

La posición del adversario es la siguiente:

  1. En lo que respecta al asesinato, apropiación ilícita de identidad, tortura y desaparición de personas durante la época de la llamada dictadura militar, lo acontecido debe considerarse en el marco de una “guerra”.
  2. Eso significa que se cometieron crímenes, pero tales que pueden ser justificados por la belicosidad y crueldad de los contrincantes en el conflicto. Es decir, la existencia de razones suficientes (un grupo armado que atentaba contra las fuerzas del orden y la ciudadanía) justifica la respuesta cívico-militar de aquellos años.
  3. Por lo tanto, los juicios que se están llevando a cabo en relación con estos crímenes deberían interrumpirse debido a:
    • que dichos juicios no hacen más que obstaculizar una auténtica reconciliación nacional, enfrentando a diversos sectores de la sociedad en una pugna revisionista sin fin que desatiende nuestras obligaciones actuales y el diseño de un futuro más justo y
    • que dichos crímenes, como decíamos, forman parte de un conflicto armado, una guerra, en la cual uno y otro bando incurrieron en acciones deleznables (la llamada teoría de los dos demonios), lo cual hace “injusto” el juicio exclusivo a uno de los bandos de dicho conflicto. Lo que se pide en este caso es juzgar también a los “guerrilleros” involucrados.

Lo primero es determinar los hechos, y aceptar, aunque más no sea por un principio básico de legibilidad de lo real, los datos contrastados que tenemos a nuestra disposición ahora mismo.

No cabe la menor duda que hubo un enfrentamiento armado. Aun cuando es posible hablar de una asimetría radical en lo que concierne a las fuerzas en disputas, cabe señalar que la violencia se cobró vidas de uno y otro lado. Sin embargo, el número de fuerzas militares y policiales asesinadas o caídas en combate durante aquellos años no alcanza el número de 500 víctimas. Mientras los asesinatos y desapariciones causados por la dictadura militar alcanzan el número de 30.000 según los datos oficiales iniciales o 10.000 de acuerdo con los defensores de la causa cívico-militar. Creo que este es un dato importante a tener en cuenta.

En segundo término, sabemos que nuestra legislación vigente, que se encuentra en consonancia con una tendencia creciente y sostenida de la legislación internacional, distingue un tipo de delitos corrientes, de otros delitos que califica de “lesa humanidad”, con el fin de hacer de estos últimos crímenes imprescriptibles. El Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, en su artículo 7 define a los crímenes de lesa humanidad del siguiente modo:

“Artículo 7- Crímenes de lesa humanidad

1.A los efectos del presente Estatuto, se entenderá por "crimen de lesa humanidad" cualquiera de los actos siguientes cuando se cometa como parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil y con conocimiento de dicho ataque:
a) Asesinato;
b) Exterminio;
c) Esclavitud;
d) Deportación o traslado forzoso de población;
e) Encarcelación u otra privación grave de la libertad física en violación de normas fundamentales de derecho internacional;
f) Tortura;
g) Violación, esclavitud sexual, prostitución forzada, embarazo forzado, esterilización forzada u otros abusos sexuales de gravedad comparable;
h) Persecución de un grupo o colectividad con identidad propia fundada en motivos políticos, raciales, nacionales, étnicos, culturales, religiosos, de género definido en el párrafo 3, u otros motivos universalmente reconocidos como inaceptables con arreglo al derecho internacional, en conexión con cualquier acto mencionado en el presente párrafo o con cualquier crimen de la competencia de la Corte;
i) Desaparición forzada de personas;
j) El crimen de apartheid;
k) Otros actos inhumanos de carácter similar que causen intencionalmente grandes sufrimientos o atenten gravemente contra la integridad física o la salud mental o física.”

Debemos aclarar que gracias a los testimonios de las víctimas, que no todas las personas detenidas, torturadas y desparecidas durante la operación fueron personas que habían elegido la violencia como medio para la lucha política. Las personas que sufrieron los ataques a su libertad, su propiedad y su vida se dedicaban a los más diversos quehaceres de la vida pública, y no se encontraban en todos los casos comprometidas, como decíamos, con la lucha armada. Digo esto para que quede claro que en la mayoría de los casos las víctimas no resultaban peligrosas físicamente para los victimarios. En el momento de su asesinato eran personas indefensas que podrían haber sido sometidas sin dificultad a una detención legal, juzgados de acuerdo con las leyes vigentes y condenadas, si así cupiera, en relación con los delitos cometidos. Por el contrario, como es de público conocimiento, por razones que ahora mismo no vamos a analizar, se decidió que era más provechoso someter a los sospechosos a detención ilegal, creando de este modo la figura del desaparecido, lo cual trajo consigo una expansión de las condenas que se prolongo en el tiempo y el espacio, “encarcelando” con ello a los familiares, amigos y conocidos de las víctimas del desaparecido que se vieron sometidas a un régimen de confinamiento psicológico debido a la incertidumbre y angustia que produce toda desaparición.

Ahora bien, dejemos esta cuestión de lado y pasemos a la cuestión de la imprescriptibilidad de dichos delitos. Por supuesto, hay muchos delitos deleznables que merecen ser condenados. Pero nuestra legislación (y en general la legislación internacional está en acuerdo con ello), por razones que deberían justificarse en el marco de la filosofía del derecho determina que los delitos corrientes prescriben. Eso significa, por ejemplo, que el envenenamiento alevoso que una madre realiza con su hijo, pese al horror y la reprobación social que conlleva, llegará un día que no podrá ser juzgado penalmente. Creo que hay buenas razones que pueden aducirse a favor de la prescripción, pero prefiero no entrar en la cuestión ahora mismo para cumplir con mi objetivo presente.

En cambio, el “legislador” ha llegado (con cierta unanimidad) a que existen ciertos delitos anunciados más arriba que no deben prescribir. Es decir, que el Estado al que le concierne en primera instancia u otros Estados o Cortes internacionales si así fuera necesario deberían prestar atención y llevar a proceso, debido al hecho de que dichos crímenes se cometen contra la esencia misma de la humanidad amenazando de ese modo, de manera especial, a las comunidades en su integridad y de manera sistemática.

Lo que se discute ahora mismo es si esos crímenes deben ser perseguidos y condenados. Las leyes de Obediencia debida y Punto final, junto a los indultos presidenciales de Menem, interrumpieron los procesos y condenas iniciados durante la democracia contra dichos crímenes. Pero siendo dichas decisiones esencialmente “políticas” (recordemos que al ser imprescriptibles la interrupción de los procesos y condenas son excepcionales pero no afectan a la naturaleza de dichos crímenes) y motivadas, fundamentalmente, y así lo hicieron saber los propios promotores de las mismas, de la necesidad de estabilidad democrática exigida en aquella época ante la amenaza de nuevos golpes militares, parece de derecho y obligación por parte del Estado, la reapertura de dichas causas. Al contrario de lo que se pretende, las causas en cuestión no han sido juzgadas, sino sus procesos interrumpidos por circunstancias ajenas a las causas en sí.

Por lo tanto, dos conclusiones parecen desprenderse de lo analizado más arriba.
  1. Que quien defiende la obligación por parte del Estado y la Comunidad Internacional de llevar a proceso y condenar dichos crímenes no afirma que los guerrilleros no hayan cometido crímenes (prescritos), sino que defiende la legislación vigente, convirtiéndose de ese modo en un defensor de la seguridad jurídica básica (las víctimas de crímenes de lesa humanidad pueden estar seguras de que no importa el tiempo que pase sus sufrimientos serán reparados penalmente)
  2. Que los argumentos de quienes pretenden interrumpir los procesos y condenas de los criminales no se apoyan en razones de derecho, sino que lo hacen sobre la base de posiciones políticas.

De este modo, llegamos a la curiosa circunstancia de que en su inmensa mayoría las acusaciones de los defensores de los procesados y condenados pueden ser sujetos a sus propios criterios de argumentación:
  1. Pretenden definir la cuestión políticamente, en contraposición a hacerlo en el ámbito de la justicia que es su ámbito natural de resolución. Con ello pretenden una intervención del ejecutivo, lo cual pone en entredicho la división de poderes que con tanta sonoridad dicen defender.
  2. Obstaculizan la verdadera reconciliación, que sólo puede estar fundada en la justicia, y no en una asimétrica imposición de fuerza o amenaza.
  3. Al tiempo que ponen en entredicho el futuro al pretender una ruptura con el ordenamiento jurídico presente que se ciña a la medida de sus pretensiones partidistas, poniendo de ese modo en cuarentena el ordenamiento jurídico en su integridad e interrumpiendo, de ese modo, la continuidad democrática tan largamente esperada por los argentinos.

ÉTICA DE LA DISCUSIÓN



Hoy quiero pensar sobre lo que significa discutir con alguien. Creo que es un tema importante.
Para empezar, quiero defender algo que mis amigos pueden corroborar. Mis relaciones con la gente no están fundadas de manera exclusiva en la afinidad ideológica que puedo tener con ellos. Tengo amigos que pertenecen a los más variados grupos humanos, que se adhieren a las más variadas ideologías, que sostienen una variedad indecible de posiciones.

Eso no significa que me adhiera a la injustificada creencia de que todo el mundo tiene “derecho” a decir lo que quiera impunemente. Por el contrario, creo que al hacer público nuestro pensamiento estamos, de un modo u otro, invitando a nuestros interlocutores a poner a prueba nuestras afirmaciones.

De este modo, la discusión se convierte en una buena ocasión para cotejar nuestros pensamientos con los de nuestros adversarios circunstanciales con el fin de asegurarnos, en primer lugar, de no estar diciendo una burrada, o adoptando un posicionamiento sesgado o limitado.

Ninguno de nuestros argumentos es definitivo. Todos ellos pueden ser mejorados y subsanados de un modo u otro. Incluso cuando nos acompaña la razón, es evidente que una buena discusión puede ayudarnos a refinar nuestra aprehensión de las cosas, o dar mayor peso a aspectos de la cuestión que hemos desatendido.

Esto implica que adoptamos a priori una peculiar noción de verdad. Si creemos que nuestras opiniones pueden ser mejoradas, aceptamos que no todas las afirmaciones que hacemos sobre los hechos tienen el mismo valor. O lo que es lo mismo, que estamos dispuestos a reconocer que de las discusiones podemos salir con una mejor comprensión de las cosas.

Este último punto es importante, en primer lugar, porque nos impone una “ética” de la discusión que resulta irrenunciable si queremos mantener el encuentro con los otros en el límite de la discusión sin pasar al insulto, si queremos hacer de nuestro encuentro con los otros una ocasión virtuosa y no una oportunidad manipuladora con el fin de sacar provecho de nuestra argumentación retórica.

Discutir, nos dice el diccionario de la Real Academia Española en su primera acepción, ocurre cuando dos o más personas examinan atenta y particularmente una materia. Eso implica, por lo tanto, que a la hora de discutir debemos prestar atención, primero, al objeto examinado, intentando ceñirnos al mismo para que el debate no se transforme en una batiburrillo de afirmaciones desarticuladas en las que es imposible alcanzar algún tipo de conclusión.

Discutimos para llegar a una conclusión. Es cierto que no siempre llegamos a una conclusión definitiva cuando participamos en esta práctica humana tan importante, pero si hemos sido virtuosos, es decir, si hemos sido atentos y honestos, dicha participación nos ofrecerá, como mínimo, alguna ganancia epistémica negativa. Podremos reconocer, por ejemplo, argumentos equivocados o limitados a los que nos adheríamos, mejorando nuestra posición inicial en nuestras futuras discusiones. De este modo, es posible afilar y fundamentar nuestros posicionamientos respecto a las variadas materias de nuestro interés.

Muy diferente es cuando en la discusión reina el desorden y los participantes intervienen en el mismo con el único propósito de reafirmarse arbitraria y tozudamente en sus posiciones. Lo que se evidencia en estas ocasiones es que no hay manera de llegar a conclusión común alguna y que el ejercicio sólo sirve para descalificar personalmente a los contrincantes como si se tratara de una contienda y no una práctica humana de entendimiento.

Discutimos para conocer la verdad. Como dijimos antes, esa verdad es inconquistable de manera absoluta, pero la reflexión bien meditada y la honestidad intelectual puede ayudarnos a tener un vislumbre de la misma.

Por lo tanto, reitero. Para practicar la discusión es necesario:
1.Determinar la materia sobre la cual discutimos
2.Ceñirnos concienzudamente al objeto elegido
3.Estar dispuesto a poner a prueba, generosamente, nuestros argumentos (Es decir, no aferrarse a los mismo de manera partidista)
4.Todo ello con el fin implícito de llegar a una conclusión al respecto.

Lo más contrario al ejercicio de la discusión es "hablar por hablar". En la discusión lo que buscamos no es otra cosa que la verdad. La verdad exige un alto grado de virtud: generosidad, paciencia, disciplina, entusiasmo, atención y veracidad.

UNA NOCHE DE 1977, ARGENTINA

Fosa común descubierta en Tucumán. 
Pensar el horror

Me gustaría pensar despacio un tema que tengo atragantado hace muchos años. Digo que quiero pensarlo "despacio" porque, de un tiempo a esta parte, nuestros adversarios políticos parecen haber recuperado cierto desparpajo a la hora de hablar de un tema tan escabroso como el que plantearemos a continuación, y la mera reacción ante la ofensa puede hacer claudicar a la inteligencia tentándonos con una reacción impulsiva. Lo que quiero decir es que pese a lo doloroso de los hechos de los que aquí se habla, debemos aferrarnos a la inteligencia.

Por otro lado, lo que todo esto significa es que la sociedad argentina no ha resuelto la cuestión. Que aun anidan en su interior grupos recalcitrantes que ponen en peligro el consenso de la justicia y los derechos humanos. Argentina no sólo sigue siendo una sociedad herida, sino que, además, sigue siendo una sociedad enfrentada, dividida. La violencia está durmiendo una siesta. Mirar hacia otro lado no resolverá nuestros problemas.

Una escena


Cuando en 1976 las Fuerzas Armadas se hicieron con el poder a través de un golpe civico-militar, yo tenía nueve años. Pese a mi corta edad, eso no me previno a que viviera de primera mano algunos eventos paradigmáticos de aquellos años que creo merecen ser recordados. Me ceñiré a una de esas memorias porque es, quizá, lo suficientemente ilustrativa como para iniciar una reflexión acerca de la cuestión ética y política detrás de los acontecimientos de aquellos años. 


Corría 1977. Mi madre estaba embarazada de seis meses de quien iba a llevar el nombre de Juan Cruz. Estábamos en Bella Vista, un pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires donde mi familia tenía una casa de fin de semana.  

Mi padre estaba ausente por razones que ahora desconozco. Eran las ocho o nueve de la noche de un día de invierno. Como solía hacer mamá, nos fue bañando a uno por vez antes de llevarnos a la cama. Sin embargo, debido a un esfuerzo o a un tropiezo tuvo una pérdida, que a poco se convirtió en hemorragia. Rápidamente, nos subió a los seis hermanos en la camioneta, metió algunas mantas en el maletero, y salimos disparados hacia el hospital más cercano de la zona, el Hospital Militar de Campo de Mayo. 

Ante la prohibición por parte de las autoridades de que los niños entráramos en el edificio, y siendo yo el hermano mayor, antes de ingresar mi madre me recordó que debía cuidar a mis hermanos. Desde la ventanilla del automóvil espié el edificio que en mi memoria guardé como un sitio oscuro y lúgubre. Pero no pasó mucho tiempo, porque mi madre regresó más asustada que antes, encendió el vehículo, y sin decir palabra regresamos a la carretera en dirección a Buenos Aires. Le habían negado asistencia. A decir verdad, la habían tratado de muy mala manera.

Después de una semana en incubadora, Juan Cruz murió en un hospital de la capital. Lo supe a través de una amiga de la familia que se quedó con nosotros para cuidarnos durante aquellas semanas. Después de escuchar el relato meticuloso y velado de esta persona, me retiré a la cocina, y un llanto incontenible me salió desde lo más hondo del alma. Fue una suerte de aullido, como si se hubiera abierto un abismo en mi interior, como si el mero contacto accidental con el horror me hubiera impregnado toda la existencia con el miedo.

Pese a que mi hermano mayor había muerto algunos años antes de leucemia, ese fue el primer llanto que me suscitó la muerte, la fragilidad de la vida humana, el desconcierto de nuestra existencia en esta tierra. Pero como decía, había algo más: eso es lo que sé ahora, después de treinta años, habiendo visto el modo en el cual esa escena en el hospital militar de Campo de Mayo se desplegó en mi vida como una ilustración de un país y de una historia que me forzaría al autoexilio. 



Detrás de las paredes

Hace años, en una nota de Página 12, apareció una fotografía del Hospital militar de Campo de Mayo. Apenas la vi, recordé la noche de 1977 en la que acudimos con mi madre y mis hermanos en busca de asistencia. Ese era el sitio donde se trasladaban mujeres embarazadas secuestradas, algunas de ellas desde el centro de detención "Vesubio" para que parieran a sus hijos. Otras mujeres eran conducidas personalmente por un vecino de Bella Vista, Atilio Bianco, jefe de la maternidad clandestina, en su Ford Falcon. Los chicos y las chicas que nacieron de esas madres fueron, en su inmensa mayoría, apropiados ilegalmente, y se ha probado que al menos diesciseis de esas madres fueron asesinadas después de haber dado a luz en aquel centro de detención. Muchas otras  madres fueron desaparecidas.

Investigando la causa, descubrí que el padre de un compañero de colegio con quien yo tenía especial afinidad formaba parte del grupo de ginecólogos denunciados por su participación en las actividades clandestina que se llevaban a cabo en el centro. También supe que aquel hombre a quien yo habia tratado en muchos ocasiones había sido juzgado en calidad de cómplice en la causa de apropiación ilícita de de Atilio Bianco, quien ante la investigación iniciada por las organizaciones de derechos humanos, había optado por llevarse a los dos chicos apropiados fuera del país para eludir la justicia. 



Pedagogías del odio

No sé cuándo fue exactamente que tomé conciencia del horror que se había vivido en la Argentina. En mi primera adolescencia fui adoctrinado en la creencia de que el "ejercito comunista", el "ejercito rojo" - como se decía entonces, se estaba apoderando del mundo, y que los “subversivos” eran el brazo oculto y demoníaco de Moscú que intentaba apoderarse de nuestras vidas. Un día, sin embargo, vi la fotografía de una fosa común exhumada en Argentina.

Las vueltas de la vida quisieron que, recién llegada la democracia, sin saber de la ocupación del padre de mi amigo, lo invitara a este a que me acompañara a una conferencia que ofrecía Estela de Carlotto en un pequeño teatro de la calle Uruguay. Recuerdo que, a medida que escuchaba a Estela de Carlotto, un malestar físico iba conquistando mi cuerpo. Tuve que salir del local apurado. Vomité en la puerta. No volví a entrar. Mi compañero dijo alguna barbaridad acerca de las “locas putas éstas”, o algo por el estilo, y nos marchamos.

Sin embargo, la verdad se había cruzado en mi camino de manera irrefutable. Muchos de mis amigos eran miembros de familias conservadoras que estaban horrorizadas con la posibilidad de que las Fuerzas Armadas fueran juzgadas por sus delitos y se aferraban con uñas y dientes al discurso que habían aprendido en su adolescencia. 


Entre mis conocidos, al menos tres de ellos eran hijos de abogados representantes de los Comandantes en Jefe durante los juicios en su contra y convencidos procesistas. Otros eran hijos, sobrinos o primos de ex ministros de la Dictadura, jueces y fiscales cómplices, catedráticos católicos convencidos de la amenaza comunista y simpatizantes altisonantes de todo lo actuado sin defecto. 

Para estos chicos y estas chicas sin formación intelectual ni curiosidad manifiesta y evidentemente conformes con sus privilegios, los comandantes eran héroes de la patria que habían evitado que los comunistas se apoderaran del país. Sostenían las más desopilantes teorías sobre los desaparecidos. Como los negacionistas del holocausto nazi, algunos de ellos aseguraban que los desaparecidos eran un invento mediático destinado a engañar a la gente, o  que la mayoría de los desaparecidos vivían en el exterior disfrutando de unas largas vacaciones. 

En este contexto, intenté explicarme, intenté contarles lo que había descubierto, pero no había manera de hacer entender a “mi gente” que la vida no podía seguir siendo la misma después de haber visto lo que había ocurrido durante nuestra niñez, al saber del horror con el cual habíamos convivido y el nivel de complicidad de nuestros padres, familiares y maestros.



El retorno de la democracia

En 1984 marca un punto de inflexión. La negativa a tratar abiertamente la cuestión que me preocupaba me obligó a alejarme. Viví aquí y allá, con una mezcla de inconciencia y angustia indecible. Poco a poco fui alejándome de la gente que conocía, dejé de frecuentar a mis amigos convencionales, y busqué refugio en la literatura y el nomadismo. 

Sabía que no pertenecía al mundo de esa gente que era capaz de festejar la aniquilación y mofarse del dolor de la víctima. Pero tampoco, debido a mi origen y formación, a mi experiencia familiar, mi pasado adoctrinamiento, y el sentimiento de culpa que tenía por haber sido parte de ese mundo de indiferencia y odio, sabía dónde encontrar otra comunidad que estuviera dispuesta a contenerme.

La democracia argentina era todavía endeble. El país no estaba aun preparado para conocer la dimensión de la tragedia y los pormenores del cretinismo ciudadano que había reinado en esas épocas oscuras. 


En 1988, decidido a encontrar una solución, me marché. Viajé a lo largo y ancho de Latinoamérica en busca de respuestas, pero el mundo que me tocaba en suerte comenzaba a transitar una época de frívola violencia e indiferencia. Los ladrillos del muro de Berlín recién derruido estaban siendo utilizados para sepultar la verdad detrás de la lucha ideológica. El triunfalismo neoliberal, asociado a una cosmovisión que anunciaba simultáneamente el fin de la historia y el choque de la civilizaciones para imponer el terror imperial y la manipulación mediática de las masas, nos empujaba de manera casi ineludible a refugiarnos en un individualismo posmoderno que descalificaba cualquier reflexión política. 


Los límites de la espiritualidad oriental en la era neoliberal

Después de un tiempo en Europa, me fui a la India. Me hice monje. Fui el primer monje budista ordenado por el Dalai Lama. Me encerré en una ermita durante años, dispuesto a encontrar en la consciencia las respuestas que no había tenido a lo largo de mis años de errancia. Tuve la fortuna de poder enfrentarme a la rabia y a la decepción, a la locura que acechaba en mi corazón. Pero al final del camino, en la profundidad del alma, no encontré ninguna respuesta, sino mi propio rostro vacío.

En 1999, después de mi huida de América Latina hacia Oriente, el destino me llevó a Colombia. Llegué como instructor de meditación y profesor de filosofía budista. Pero allí volví a encontrarme con mi gente, o mejor: "con gente como mi gente" que, asustada y ciega frente a la violencia, exigía que se la defendiese de cualquier modo, a cualquier precio, dispuesta a cerrar los ojos y los oídos a la injusticia con tal de poder acceder a la promesa de sus vidas imaginadas por otros.

En el 2001, por esas casualidades del destino, en las mismas fechas en las que el atentado a las Torres Gemelas se hacían dueña de todas las pupilas del mundo, y la violencia y la sed de venganza volvía apoderarse de nosotros dando paso a una nueva "Guerra contra el Terror", dejé mis hábitos de monje y viaje a Buenos Aires.  Fui testigo durante las semanas que permanecí en Argentina de la furia y desconcierto de un pueblo saqueado y empobrecido por los herederos de esa misma dictadura militar que había diezmado una generación. 



2010. La sociedad argentina en su encrucijada

Han pasado diez años desde entonces. Muchas cosas han cambiado, pero la sociedad argentina sigue estando profundamente dividida. Hay quienes creen que la solución a nuestros problemas es volver a la mano dura, al exterminio de sus enemigos políticos y practican una mueca arrogante ante la justicia, reivindicando sus privilegios sin vergüenza, y exigiendo la continuidad de la impunidad a la que les han acostumbrado sus padres. 


Estos son los que reclaman el derecho al olvido, los que exigen a la víctima un perdón jurídico para sus verdugos sin arrepentimiento, los que fingen que los crímenes de lesa humanidad, la apropiación de niños, la aniquilación sistemática de jóvenes, la tortura, la desaparición de personas, la abominable imposición del terror, el saqueo concertado, la destrucción de lo que pertenecía a todos por derecho ciudadano, puede justificarse en virtud de la naturaleza del enemigo al que se enfrentaban las fuerzas del Estado. 

Esta gente no quiere saber nada de historia. Pretende someter la justicia a una reducción salomónica de las culpas. Se aferra con furia a la mentira porque sabe, de algún modo indecible, que en la verdad del horror, anida una amenaza a su propia identidad y privilegios; una amenaza que el testimonio de la víctima también supone para aquellos que optaron por aprovechar el momento haciéndose los distraídos.

LA ESFERA PÚBLICA (II): Reflexiones sobre la Iglesia y la ley de matrimonio igualitario.



Mientras redactaba este post el Senado de la Nación Argentina aprobó la modificación al Código Civil que autoriza el matrimonio a las parejas homosexuales.

Empecemos, como anunciamos en el post de ayer, hablando un poco acerca de la historia del surgimiento de la esfera pública como forma de nuestro imaginario social moderno. Esto nos servirá para encarar en los días que vienen la tarea de reflexionar sobre las manifestaciones de las que hemos sido testigos en éstos días y poder tomar una posición más reflexiva acerca de por qué razón la pretensión de autoridad última de la Iglesia católica necesariamente se encuentra en tensión con el orden moral moderno y, eventualmente, si es posible encontrar una escapatoria a la encrucijada que ese orden moral supone no sólo para la Iglesia, sino para la sociedad secular moderna en general, obligada a lealtades muchas veces contrapuestas.

Lo primero: nos referimos a la esfera pública como un espacio común, compartido, donde los miembros de la sociedad se relacionan a través de diversos medios interrelacionados (medios impresos, electrónicos, etc.), con la intención de discutir ciertas cuestiones de interés común, con el fin de formarnos una opinión común acerca de dichas cuestiones.

De acuerdo con Habermas, la noción de "esfera pública" surgió en el siglo XVIII, a partir de la constatación de que era posible que dos personas estuvieran en contacto, pese a estar distanciadas fisicamente, a través de "medios de comunicación" y llegar a conclusiones conjuntamente Por supuesto, el surgimiento de este espacio dependió materialmente del llamado “capitalismo de imprenta”, pero además, fue necesario cierto contexto cultural.

Ahora bien, la esfera pública no es un mero lugar de encuentro, sino más bien un conjunto de lugares puntuales de encuentro que se entretejen para dar forma a un "metaespacio no presencial" que los incluye a todos.

Por supuesto, el Estado y la Iglesia también eran entonces y siguen siendo fenómenos metaespaciales, pero la diferencia es que la esfera pública se caracteriza por el hecho de ser independiente de la estructura política, aun cuando sus conclusiones son, de algún modo, mandatorias para el gobierno, en el sentido de que lo que en ella se determina tiene un carácter cuasiprescriptivo para el gobernante. De este modo, la esfera pública, en la cual participa potencialmente toda la sociedad, tiene la función de dar forma a una suerte de “mente común” respecto a los temas importantes sirviendo de este modo como guía a la acción gubernamental.

Por lo tanto, señalemos dos aspectos claves:
1.La esfera pública se entiende como un espacio exterior al poder. De ello se desprende que el poder político debe ser supervisado desde el exterior.
2.Debido a la multiplicación de los debates, la antigua idea premoderna de una sociedad sin divisiones ya no es posible. Las sociedades modernas están abocadas ineludiblemente al conflicto y la diferencia.

El antecedente de la esfera pública del siglo XVIII es la llamada “República de las Letras”, que era la expresión con la cual se reconocían a sí mismos los miembros de esa asociación internacional de sabios durante el siglo XVII que se caracterizó, a diferencia de lo que había ocurrido en la polis o la antigua república, por el hecho de haberse entendido a sí mismo como autónomos frente a las estructuras institucionales, dando pie de ese modo a una noción de “pueblo” como una entidad independiente de dichas estructuras.

Por supuesto, esta idea de internacionalidad y extrapoliticidad no es nueva. Ejemplos premodernos son la cosmópolis estoica y la Iglesia cristiana. Pero en el caso de la esfera pública lo novedoso es su secularidad radical.

Es muy importante entender que significa “secular” en este contexto. Se refiere a cierto comprensión de la relación entre la humanidad y el tiempo.

La concepción premoderna era que la sociedad se encontraba fundada en algo que trascendía el tiempo meramente humano, la acción común de los seres humanos. Esa trascendencia podía ser una entidad metafísica (Dios, la Eternidad, las Ideas platónicas, etc.) ; o algo ocurrido en el Tiempo inmemorial en el que los "héroes" habían constituido la sociedad. Un tiempo que era ontológicamente diferente al tiempo profano.

Ahora, en cambio, la acción común no necesita de una dimensión trascendente que la legitime. En ese sentido es radicalmente secular.

Lo peculiar de las sociedades seculares, por lo tanto, es que lo que las constituye es la propia acción colectiva. Esto, por supuesto, choca de lleno con la concepción premoderna para la cual, en dependencia de la visión que las personas tenían de sí mismas, sólo resulta inteligible una colectividad en la medida en que ésta es constituida por algo trascendente.

Por lo tanto, eso es justamente lo novedoso de la esfera pública moderna. Se trata de una agencia fundada puramente, exclusivamente, en sus propias acciones colectivas.

Finalmente, para darle otra vuelta de tuerca, veamos lo que diferencia a las concepciones del tiempo en la modernidad y en la premodernidad.

En el segundo caso, el tiempo profano existe en relación con un tiempo superior o primordial. La función de este tiempo superior o primordial es:

1. o bien ofrecer una referencia inmutable, y con ello una cierta unidad a la fragmentariedad y diversidad del tiempo profano
2. y/o permite una recuperación recurrente (litúrgica) de los acontecimientos fundacionales de la agencia (la sociedad colectiva) desplegada en el tiempo profano.

En cambio, la secularización moderna, entendida como rechazo del tiempo superior, y a favor del tiempo puramente profano, precipita una concepción de simultaneidad que sustituye la unidad trascendente (en cierto sentido “causal”), por la mera concurrencia en un punto de la línea del tiempo profano de una diversidad de eventos enteramente desvinculados (el periódico o el informativo es el artefacto moderno que ilustra de mejor modo esta simultaneidad)

En síntesis, la esfera pública es una forma del imaginario social moderno que se caracteriza por ser un espacio extrapolítico, secular y metatópico.

LA ESFERA PÚBLICA: Reflexiones en torno a la Iglesia y la ley de matrimonio igualitario


Hoy quiero referirme a la dimensión de la esfera pública. Lo voy a hacer tomando en consideración el actual debate sobre el matrimonio homosexual en Argentina. La batalla política, social y cultural que allí se está librando presenta el siguiente panorama:

1. El Cardenal Bergoglio y otras autoridades de la Iglesia, han declarado que el intento de modificar el código civil es parte de la “guerra contra Dios” que se está librando en la sociedad argentina y en el mundo en general.

2. Algunos sacerdotes “rebeldes”que han adoptado posiciones favorables al matrimonio civil de personas del mismo sexo han sido suspendidas “cautelarmente” de sus oficios y separados de sus comunidades.

3. Hemos visto, además de las manifestaciones a favor de la aprobación de la ley, numerosas marchas en contra de la misma. En la última manifestación frente al Congreso de la Nación abundaban menores, estudiantes de colegios católicos que han optado por dar asueto a nivel nacional a sus estudiantes para promover dichas manifestaciones. Algunos púberes y adolescentes sostenían pancartas del tipo: “Queremos una mamá y un papá”, y otras por el estilo.

4. Hemos asistido a la sorpresiva alianza entre evangelistas y católicos, que han reiterado con empeño los argumentos sobre la función procreadora del matrimonio, categorizando de enfermedades o desviaciones contra natura a las preferencias sexuales homosexuales y abundando en la pretensión de que la modificación de la ley de matrimonio civil igualitario representa una violación por parte del Estado de la obligación de proteger a los menores que ahora podrían ser adoptados por dichas parejas, con el consiguiente peligro de violación o perversión de sus propias tendencias naturales.

5. Se ha citado abundantemente a la ONU, a UNICEF y otras instituciones internacionales. Se han sacado a relucir estudios científicos, en la mayoría de los casos, de dudosa credibilidad.

6. Hemos sido testigo de una sociedad palpablemente prejuiciosa. Los foros de internet ardían al ritmo palpitante de las pasiones que despiertan estas cuestiones en las cuales (creemos) nos jugamos lo más esencial de nuestra identidad, nuestras orientaciones morales fundamentales, nuestros modos de vida más arraigados. Pero también hemos sido testigos de crueldades indecibles, frutos del miedo, del dogmatismo a ultranza y de la incapacidad de un sano raciocionio.

7. Se ha dicho mucho sobre la decadencia moral de nuestra civilización y, en un batiburrillo, se ha puesto a la homosexualidad, el aborto, la inseguridad ciudadana, la corrupción de Estado, el juicio a los militares, el autoritarismo K y el mal gusto de la pareja presidencial en una sóla frase, poniendo en evidencia en este caso el nivel de los argumentos esgrimidos y la “calaña” de quienes los profieren.

Todo esto me ha hecho pensar que es necesario dar un paso hacia atrás (por decirlo de algún modo), con el fin de analizar, no sólo el contenido, sino también el contenedor de todas estas opiniones, argumentaciones, exhabruptos, calamidades e hidalguías. Por ello quiero que hablemos de la esfera pública, de lo que implica participar en la esfera pública, de lo que se espera de nosotros en ella, a qué tenemos que resistirnos, etc.

En lo que sigue, y en los post que iré colgando durante los próximos días, voy a seguir muy de cerca a HABERMAS, Jürgen, Historia y Crítica de la opinión pública (Barcelona: Gustavo Gili, 2004) y a TAYLOR, Charles, Los imaginarios sociales modernos (Barcelona: Paidós, 2004).

Como he dicho, en vista de que el tema es muy amplio y exige un debate pormenorizado, voy a presentarlo en varios post. Lo que puedo adelantar es que tengo la sensación de que es posible abrir un campo de argumentación que nos permita discernir cierta ética comunicacional en lo que se refiere a la participación en la esfera pública. Esta ética podría estar justificada tomando en consideración la naturaleza misma de la esfera pública. Lo cual nos obliga a considera su origen histórico, lo que nos permitirá, por su parte, discernir su naturaleza y función. Por supuesto, el asunto está aun muy verde. Veremos si podemos dar con las palabras y la ordenación adecuada de las ideas.

Más o menos, la reflexión irá por esta vía:

Vamos a comenzar ofreciendo algunas indicaciones acerca de la historia del surgimiento de la esfera pública y algunas clarificaciones respecto a su peculiaridad. En especial, vamos a centrar nuestra atención en lo que implica el hecho de que la esfera pública sea considerada fundamentalmente “extrapolítica” (lo cual en modo alguno significa “apolítica”)

En segundo término, me gustaría explorar la posición eclesiástica en el tema de la homosexualidad a partir de dos ideas que, me parece, muchas veces no se toman suficientemente en cuenta.

1. El hecho de que la institución eclesiástica pertenece, originalmente y estructuralmente, a un orden moral que es ajeno, e incluso opuesto imaginariamente, al orden moral moderno surgido a partir del siglo XVII.

2. El hecho de que la pretensión de participación de la Iglesia en la esfera pública (una dimensión que sólo resulta inteligible en el marco de emergencia del orden moral moderno) se trasluce en su discurso en una tensión inherente que resulta imposible de soslayar y en buena medida, insuperable con el presente imaginario eclesiástico institucional.

En breve, las idealizaciones originales que fundan la sociedad política en lo prepolítico y que la justifican como defensa de ciertos derechos como la libertad son las que están detrás del surgimiento de la dimensión de la esfera pública moderna. Estas idealizaciones ponen en entredicho, justamente, la noción eclesiástica de sociedad y su justificación.

En tercer lugar, quiero saber si es posible, y en qué medida, y de qué modo, sostener un discurso religioso en el marco inmanente que impera en la actualidad, tanto para creyentes como no creyentes, y cuáles son las consecuencias de la asunción de esas mutaciones fundamentales en lo que respecta a la participación del poder eclesiástico en la esfera pública.

EL DÍA DESPUÉS


El domingo por la mañana bajé al pueblo. En el bar de la plaza me encontré con Santiago que leía embelesado el AVUI, donde se pormenorizaba la protesta catalana y se analizaba qué hay que hacer de aquí en más. Las fuentes catalanas (bastante más fiables cuando uno mira las fotos sabiendo lo que hay entre Plaza Catalunya y Diagonal) dicen que hubo 1.100.000 personas. Es decir, la manifestación más numerosa de toda la historia de Catalunya. El diario EL PAÍS, amparándose en una agencia subcontratista que le hizo los cálculos a la medida de sus intereses, dice que hubo 56.000. La diferencia no es escandalosa para quien se ha acostumbrado a leer los periódicos, no con la intención de encontrar en ellos la verdad, sino de conocer con mayor detalle los intereses que mueve a los emporios de la información.

Santiago estaba contento. Como no podía ser de otro modo, lo felicité por lo conseguido en la marcha, que no pretendía hacer otra cosa que hacer llegar al otro lado del río una voz unísona de repulsa contra los “ninguneos” que “España” dedica a esta “otra España” que se llama Catalunya. Me dijo que ahora lo que “toca" es administrar esta “victoria” de la calle.

Hoy es martes. En las últimas 48 horas la pancarta que proclamaba: “Som una nació”, ha quedado aplastada por la marea roja que ha producido el triunfo de la selección de fútbol española. Las calles se han llenado de banderas y se han repetido hasta el hartazgo los estribillos por todos conocidos (“soy español, español, español, etc.)

La copa del mundo se ha paseado por las calles de Madrid, pero también han sonado los petardos en Barcelona. EL PAÍS, siempre divulgando sus propios órdenes imaginarios dice que en la Plaza España de Barcelona se congregaron 75.000 personas para seguir el partido y ovacionar después a sus héroes. 75.000 personas que dejan a los 56.000 participantes de la marcha soberanista en una masa vociferantes de provincianos abocados a una pasión anacrónica: una lengua, una nación y el autogobierno.

Los periódicos catalanes de hoy se preguntan si los políticos estarán a la altura de las circunstancias. Si serán capaces de gestionar el malestar de la gente y el apoyo que ésta le ha dado al catalanismo, sin anteponer sus afanes electoralistas. Sin embargo, los problemas internos de Catalunya no se reducen a las malas artes de los políticos demagogos y los burócratas de turno. La pregunta es también si el “empresariado” catalán está dispuesto, y hasta qué punto, a renunciar a una parte de sus propios intereses a favor de este país y de esta gente. El pragmatismo tiene su coste y su precio. Nadie puede ser a un mismo tiempo juez y testigo. Hasta Poncio Pilatos sabía de estas cosas y se lavó las manos con detergente para evitar que le recordaran como el principal propiciante de un crímen. O, para decirlo de otro modo: el problema no son tanto los políticos que tenemos, sino más bien, el modo en el cual la política se encuentra secuestrada enteramente por la economía. Por lo tanto, no alcanza con un cambio de estilo, o un llamado a que "los políticos" se encuentren a la altura de las circunstancias. Se necesita un retorno a cierto republicanismo, cierto humanismo cívico que se enfrente al ethos de una sociedad exclusivamente comercial, en la cual ciertas virtudes están ausentes. Esas virtudes ineludibles que hacen posible la fundación de una "patria".

Por esa razón, pese a que mis simpatías por Catalunya son muchas, creo que hay cierta verdad en la idea de que una parte de este país, pese a sus sentencias definitivas y su gesto ceñudo, “juega a la víctima”. Como una mujer maltratada, muchos se sienten más seguros en una relación malavenida, que en la libertad. Dicen, sin embargo, que la manifestación del sábado marca un antes y un después. Veremos si es así, o acaso lo único que queda en los anales es el gol de Iniesta y Shakira contoneándose en el escenario.

GANAMOS


Alguien puede pensar que lo que sigue a continuación es puro voluntarismo, puro idealismo utópico. Puede ser. Pero dejó para otra ocasión los argumentos para rebatir una objeción de este tipo. Lo que quiero, en cambio, es explicar qué es lo que hay en esta derrota argentina que merece ser capitalizado. Digo “capitalizar”, pero por supuesto, no es eso. Es otra cosa. Pero ya se me entenderá a medida que avance.

Hace unos días, un amigo argentino me envió una nota de Mariano Grondona en la que hablaba del fútbol, del nacionalismo, de las olimpíadas griegas, de Aristóteles y de Churchill, para acabar con una de sus admoniciones habituales. En el último párrafo nos decía: no se atrevan a adueñarse de los goles para hacerse dueños de nuestro destino.

El asunto planteado por Grondona es algo que se viene repitiendo con insistencia en las últimas semanas por casi todos los comentaristas de los diarios Clarín y La Nación: ¡Cuidado! El gobierno K quiere capitalizar el triunfo de la selección para "llevarnos al huerto". Grondona con aquella útlima frase no hacía más que dar otra vuelta de tuerca a la intención de disociar algo que se ha insistido mucho en las últimas semanas desde los medios próximos al proyecto político del gobierno: “jugamos como vivimos”.

En este relato, la conjunción del juego y la vida está asociada a la intención popular de reivindicar un modo de ser denostado dentro y fuera de nuestro territorio. Un modo de ser que es, a un mismo tiempo, signo de lo mejor y lo peor que tenemos los argentinos.

Somos despelotados, pero creativos; arrogantes, pero encantadores; violentos en la verba que sabe con facilidad convertirse en labia poética. Somos chantas pero en nuestra lunfarda profundidad callejera.

Este relato esta asociado a un modo de ser que nos vuelve hipertensos, hiperbólicos y bipolares. Y eso significa que estamos ineludiblemente dispuestos al exabrupto, a una loca apuesta a la dislocación. Todo en nuestra historia convoca al desconcierto, a una crispación que está marcada por un individualismo exacerbado pero que, a diferencia de otros individualismos, cuyo énfasis está puesto en acentuar el monologismo, el "cada uno a la suya", al aislamiento por medio de formas bien estudiadas, el nuestro es un individualismo de una dialogicidad insoportable. Hablamos, gritamos, chillamos, discutimos como si la confusión de las palabras y las gesticulaciones estuvieran imbuidas de un erotismo soberano.

Maradona es un ejemplo desproporcionado (una caricatura, sino se tratara de un Dios caído, como suele retratarlo Galeano) que nos recuerda quiénes somos y cómo somos.

Aquí en Catalunya, un país que aprecio y admiro sin envidia alguna y sin el más mínimo intento por mi parte por parecerme a ellos, un fracaso rotundo como el que vivió ayer la selección argentina hubiera volcado a sus habitantes, de inmediato, a un vilependio del entrenador por fallar en la prágmatica tarea de ganar. Pero nosotros, "los argentinos de veras", los que sabemos que los próceres no son de bronces sino de carne y hueso, no hacemos leña del árbol caído.

Para nosotros, pese a la derrota rotunda, incontestable, absoluta, la experiencia es muy diferente. Nuestro cariño y agradecimiento hacia Maradona y el resto de la plantilla (Messi, Higuaín, Tevez, Agüero, Romero y compañía) no se ve contestado por una eliminación. Con cada gol que nos metían, con cada signo de impotencia, iba creciendo en nosotros la certeza de nuestra lealtad.

Nadie puede ganarle a los argentinos del todo cuando expresamos auténticamente lo que somos. Otros países pierden, pero nosotros no perdemos nunca del todo. Nadie puede gozar enteramente con ganarnos. Los alemanes se llevaron apenas un discreto triunfo deportivo, pero no se llevaron el triunfo definitivo. ¿Por qué? Porque hasta nuestras derrotas son monumentales, sobredimensionadas y amadas por nosotros. Porque nosotros, mal que nos pese, jugamos como vivimos, con todo el corazón, con toda el alma. Incluso perdiendo, ganamos. ¿Quién puede pensar que Hector, derrotado por Aquiles en el campo de batalla, aparentemente humillado al ser su cadáver maltratado por el vengativo griego, haya perdido del todo? Los humanos pierden, no los héroes. Los héroes viven sus momentos trágicos, que siguen mereciendo el canto de los grandes poetas que los inmortalizan. Este mundial no es una escena más, una instancia que debe ser olvidada. Como las derrotas sufridas por Odiseo en su regreso a Itaca, cada una de esas derrotas forma parte de una gran aventura. Gracias Diego.

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