CARNE, LENGUAJE Y SOCIEDAD



He escrito una larga respuesta a la entrada anterior. Sin embargo, he pensado que es preciso decir algo acerca de las ideas de fondo que animan mi posición antes de ir a los detalles.

Pese a la estridencia con la cual algunos autores post-modernos han anunciado la clausura de la relación entre la filosofía y la política, sigo creyendo que no es posible, si queremos eludir la arbitrariedad partidista, dar cuenta de lo que nos atañe como ciudadanos, sin explicitar filosófica, o incluso teológicamente, nuestras posiciones.

Por lo tanto, lo que sigue a continuación es un análisis muy breve de los términos que figuran en el título elegido para esta entrada, y una conclusión que servirá como nexo para la entrada que publicaré mañana, que es la respuesta sin rodeos a algunas afirmaciones que se desprenden del testimonio publicado y que representan, en buena medida, las preocupaciones y dudas de una parte importante de la sociedad argentina que todavía pretende que el pasado debe sepultarse en la memoria, o redescribirse de modo que los crímenes cometidos se absuelvan, como decía en una nota, por medio de una justicia salomónica, pretendidamente compasiva y orientada a la liberación del futuro. Detrás de estas posiciones, como hemos visto, sin arrepentimiento alguno, se repite con énfasis que el camino de la reconciliación es el camino del perdón, y se confunde el perdón con la impunidad.

Empecemos con la carne. Con el término “carne”, decía Merleau-Ponty, nos referimos al hecho de que nuestro espíritu (nuestra mente, nuestra ánima) es de manera ineludible un espíritu encarnado. Un ser encarnado es un ser que sólo resulta inteligible con su mundo.

Tracemos imaginariamente un círculo a nuestro alrededor. Todo lo que vemos, escuchamos, gustamos, olemos, sentimos dentro y fuera de nuestro cuerpo, todo lo que pensamos (en forma de pensamientos o en la forma de trastornos del pensamientos – como decía Nussbaum), todo eso, decía, es nuestro mundo, un mundo que está hecho, de un modo paradógico, con nuestra propia sangre, con cada palpitación nuestra. En el momento en el cual cesa nuestra respiración, no sólo nuestro cuerpo se trasforma en cadáver, sino que, como decía Cortazar, una nube desaparece del cielo: un mundo deja de existir.

Por lo tanto, nuestro cuerpo, nuestros cuerpos, son de manera inextricable en el mundo en el que somos. Y ese mundo nuestro al que llegamos cuando ya está empezado, y al que dejamos aún en movimiento para quienes nos perviven, se nutre de nuestras miradas que lo pintan con nuestros colores.

Pero además ese mundo nuestro que habitamos los humanos es un mundo hecho de palabras. Palabras que se dicen en la conversación porque son hijas de la conversación. Nuestro mundo es un poema y un relato, pero también una orden policial y una declaración jurada. Nuestro mundo humano es incomprensible sin la palabra, y por ello, a diferencia del mundo de los animales, es un mundo en el que existe la mentira. Los animales saben fingir, pero no mienten. No saben mentir, no pueden mentir, pero nosotros sí. La mentira sirve para muchas cosas: confunde, esconde, divierte, asusta, aterroriza, reconforta, sirve como refugio y consuelo, nos regala con aliento cuando nos sentimos desfallecer.

Pero las palabras no son meros instrumentos a disposición de los hombres, adminículos que usamos para decir o confesar u ordenar cosas. Las palabras son la red en la que se teje el vestido que nos constituye, la sociedad donde nos iniciamos como tal y cual, la que nos da un nombre, la que nos permite descubrir/inventar nuestra identidad. Sin la sociedad no somos nada. O mejor, somos menos que nada, porque la nada de uno, sólo puede ser la negación de ser que endilgamos de manera rotunda y criminal a nuestros enemigos. "Nada" empieza con N, como los NN, esos que son, pero no son nada, esos que hay que hacer salir de la nada para convertirlos en muertos, para darles sepultura, que es la manera que tenemos los humanos (esos animales peculiares que viven en comunidades constituidas por la palabra) para vencer a la muerte, justamente, en el lugar de las palabras, ofreciendo al futuro memoria, un nombre y un apellido sobre una placa, no sólo al héroe, sino al ciudadano común que ha pasado por esta tierra nuestra mezclando su sangre con la sangre de los otros, en este cuerpo nuestro que es el mundo de todos.

Crímenes contra la carne. Crímenes contra el lenguaje. Crímenes contra la sociedad. Crímenes contra la esencia de lo humano. Crímenes de lesa humanidad. De eso hablamos. De haber cometido crímenes contra todos nosotros. Crímenes contra el mundo. Por eso hemos dicho: esos crímenes son imprescriptibles, porque al atentar contra uno, atentan contra todos.

ESCUCHAR Y SER ESCUCHADO. Testimonio de la hija de un militar procesado por delitos de lesa humanidad.

Hace mucho tiempo que la cuestión de los Derechos Humanos, la cuestión específica del terrorismo de Estado en la Argentina en la década de 1970, ocupa un espacio privilegiado en este blog.

Quienes me conocen saben, como he dicho en otras ocasiones, que no ha pasado un sólo día en las últimas tres décadas en el que este tema no haya sido objeto de mi preocupación.

Cualquiera que se haya encontrado conmigo, en cualquier circunstancia, ha sabido por mí que en la Argentina, una generación fue literalmente aniquilada. Hace unos días J.P. Feinmann contaba en Página12 que entre 1973 y 1977 desaparecieron 105 chicos del colegio Nacional Buenos Aires. Algunos de ellos tenían 15 y 16 años. Primero se los aterrorizó con la tortura, luego se los ejecutó y finalmente se hicieron desaparecer los rastros de su existencia, imponiendo de ese modo un castigo crónico a los familiares de esas primeras víctimas.

Hace algunas semanas publiqué una entrada que lleva por título “Una noche de 1977, Argentina”. En ella relataba un evento de aquella época que resultó especialmente importante en mi vida. Mi accidental visita al hospital de Campo de Mayo donde, luego me enteré, decenas de mujeres dieron a luz a sus bebés antes de ser ejecutadas. Sus hijos (recién nacidos) fueron desaparecidos. Aun se espera el reconocimiento de la identidad de 400 personas, entonces recién nacidos o niños de escasa edad, que fueron apropiados en diversas operaciones. Para ilustrar la actualidad de esta cuestión, cabe destacar que hace apenas una semana, gracias al empeño de las Abuelas de Plaza de Mayo, con escasa repercusión en los diarios de mayor tirada del país, el nieto 102 fue recuperado. El apropiador se encuentra actualmente en situación de búsqueda y captura.

“Una noche de 1977, Argentina” animó a los lectores a realizar comentarios. Uno de ellos, el de una joven que se dio a conocer como “Cande”, objetó mi interpretación sobre los acontecimientos de aquellos años. Ha quedado constancia de ese primer intercambio a continuación de la entrada referida. Más tarde, recibí de ella una comunicación privada en la que ampliaba su testimonio y argumento.

Al principio pensé en responderle exclusivamente a ella, pero luego se me ocurrió que era justo ofrecerle un espacio en el cual pudiera plantear abiertamente sus dudas, en donde pudiera poner de manifiesto su posición acerca del asunto. Nada sería más indigno que no escuchar su testimonio. Nada sería más necio que hacer oídos sordos a su experiencia. No tenemos que tener miedo a escuchar a nuestros contrincantes. Todo lo contrario, debemos estar dispuestos a permitir que aquellos que disienten digan su verdad.

Como he dicho en alguna entrada, lo que nos permite adoptar una posición valiente frente a cualquier argumento es que creemos en la realidad, creemos que al final la verdad tiene la contundencia irrefutable de la tierra sobre la cual caminamos. La verdad es inconmovible. Podemos engañarnos, podemos ser engañados, pero el empeño de las cosas en ser lo que son siempre acaba resultando ineludible.

Yo no creo que haya una verdad a la medida de cada subjetividad. Si alguna vez lo creí, o profesé doctrina semejante, me arrepiento de ello. Sólo hay una verdad, que no es tuya ni mía, pero puede ser el empeño de cada uno de nosotros. Si no dejamos que el dolor, la vergüenza o el prejuicio largamente masticado nos obligue a lo contrario, un día la verdad nos hará libres. Ahí está nuestra historia, nuestra verdadera historia que no puede ser escondida para siempre, ahí están nuestros muertos que continúan llamando a la puerta de nuestra conciencia, ahí esta el amor y el sufrimiento y la confusión en el alma nuestra. Ahí está la realidad que nos daña y nos conmueve, pero que también nos ofrece refugio y muchas veces cariño.

A continuación pongo a disposición de los lectores la entrada de Cande:

Hola Manu. Gracias por la sinceridad y transparencia de tu respuesta. Sé de corazón que decís lo que creés y que tu empatía es real. Gracias.

Mucha gente como vos cree que la justicia está actuando, nadie se toma el trabajo de ver cuán irregular puede ser un juicio en el que toda la prueba se resume a la palabra de unos testigos contra la de unos acusados. Suponiendo de entrada que unos son víctimas y los otros sus victimarios. La historia sacará a la luz las condenas a cadena perpetua de hombres "reconocidos" por la voz, los zapatos, el perfume o las manos. Los juicios están siendo llevados a cabo por un gobierno que tiene entre sus ministros a confesos montoneros y erpianos cuyos currículums se encuentran en muchos libros escritos por ellos mismos. Absolutamente todos los jueces que juzgan militares tienen iniciados procesos de juicio político ante el Consejo de la Magistratura.

Mi padre tenía 24 años en 1970, cuando la violencia se instaló en Argentina. Hoy tiene casi 65 años. Está preso hace más de dos años sin juicio en un penal común, igual que 954 militares más que prestaron servicios en la década del ’70. Hablé mucho con mi padre sobre esto, él hizo cosas de las que no se enorgullece (tanto como cualquier soldado que sobrevive a la guerra), pero jamás fue cruel o violó la ley. Es absolutamente inocente de lo que se lo acusa y está esperando el juicio con la inocente esperanza de que todo se aclare. Tiene el ánimo estable y sereno. Varón de tantos dolores, sabe de una cierta alegría que habita en el alma más allá de toda tristeza. Está en paz con Dios, el encierro lo llevó a rezar, meditar y leer más que nunca en su vida. Para mí es un placer pasar el tiempo con él, lo admiro más desde que está preso.

En 1997 mis padres adoptaron una bebita muy enferma. Contra todo pronóstico, mi hermanita vivió 9 años radiantes, los mejores de nuestras vidas. En 1997 la justicia encontró a mi padre apto para adoptar a mi hermana, hoy lo considera tan peligroso que le niega la excarcelación a un hombre que en 30 años no violó siquiera una ley de tránsito.

Lamento profundamente las vidas humanas que la violencia fraticida se cobró en los ´70. Lamento los innegables excesos cometidos por todos los contendientes. Lo poco que recuerdo de esa época me eriza la piel, lo que investigo y leo me deja perpleja. Comprendo el dolor de perder a alguien amado, todavía lloro a mi hermanita. También conozco la sed de venganza de quien padece injusticias. Todo lo humano me es afín. Pero por sobre mis deseos y los deseos de la gente que padeció la violencia de los 70, debe imperar la justicia legal. Y si hubiera un camino alternativo, yo lo tomaría. Si hubiera otra forma de hacer justicia, la aceptaría. Estoy segura de que la única forma es la ley, del intento contrario tenemos tantos tristes ejemplos en los '70...

Ignoro cómo se hace justicia cuando hay culpas que repartir y adjudicar, ignoro si es justo o injusto que gran parte de los 954 militares presos muera en la cárcel. Ignoro si es justo que ningún terrorista esté siquiera procesado. No lo sé. No sé cuántos de esos hombres fueron inhumanos y crueles y cuántos de ellos cumplieron con su deber de estado en buena fe. No sé cuántos hoy son perseguidos por venganza, justicia o ley. Lo que sí sé es que ninguna atrocidad justifica otra atrocidad. Ningún exceso se remedia con otro exceso. Permitir que la ley se viole, es volvernos vulnerables todos.

No pretendo hacer borrón y cuenta nueva. Sé que es imposible. Creo que a la Patria se la recibe sin beneficio de inventario, igual que a la familia. El pasado no se puede negar, aunque duela. Asumir el pasado implica asumir que no se puede cambiar, que pretender repararlo es absurdo como no sea redoblando esfuerzos en volver más sano y humano el presente. La ley penal en un estado de derecho es irretroactiva y taxativa, y eso es así para protegernos a todos...y todos significa todos, aunque las víseras nos griten pidiendo venganza. Ese es, para mí, el verdadero límite de la ley humana. Violar la ley para pretender aplicarla es rídiculo.

Hoy muchas víctimas del terrorismo están pidiendo se re abran sus causas en la justicia porque quieren ver presos a los montoneros y erpianos que mataron a sus familiares. Yo no creo que esto arroje verdad sobre lo que ocurrió hace tanto tiempo. Creo que es un camino seguro a juicios viciados y falaces como los de hoy. No creo que sea mejor para alguien que la hija de Firmenich y la de Verbisky vivan el horror que vivo yo hoy. No quiero eso. No quiero que una guerra vieja siga consumiéndose generaciones nuevas. Los nietos de Videla y los nietos de Gorriarán Merlo merecen inventar su propia historia y merecen sobre todo la oportunidad de soñar una patria distinta.

Violar la ley hoy puede parecernos tan lícito como les pareció a los violentos de los '70, nuestra cuasa puede ser tan justa como la que presiguieron ellos, y sería tan malo como lo fue entonces, e igual que antes las consecuencias serían nefastas. La verdad es que los '70 fueron espantosos, pero la ley no permite, mal que nos pese a veces, punir lo ocurrido hace treinta años. Y la racionalidad de esta decisión soberana de la ley radica en que es imposible encontrar pruebas objetivas (o sea más allá de los testimonios personales que, sabemos, pueden ser mentirosos) capaces de quitarle a un hombre algo tan preciado como su libertad. Buscar la verdad de corazón, sin esterotipos, estrenando la mirada y sin asustarse es la única salida que veo. Porque cuando la búsqueda de la verdad es realmente sincera, a los pueblos les pasa lo mismo que a las personas, trae la paz.

Eso creo Manu. Espero tus comentarios.

EL PUNTO CERO DE LA HISTORIA



Ahora me gustaría que pensemos una objeción que suele hacerse a la visión que planteé en el post anterior respecto a la crítica al individualismo. La crítica se dirige más o menos a la cuestión de los logros genuinos que el “liberalismo” genérico trajo consigo al ofrecer a las personas ocasión para trascender los límites provincianos impuestos por sus respectivas comunidades. Creo que la objeción es valiosa, porque nos permite plantear la cuestión desde una perspectiva diferente a la que adoptamos en la mayoría de los casos. Es cierto que con el advenimiento de la modernidad los seres humanos han alcanzado un estatuto de libertad al cual difícilmente podríamos seriamente oponernos. Basta con pensar en las experiencias de algunos colectivos en aquellas comunidades que se encuentran ahora mismo experimentando las tensiones de su propia modernización, como ocurre con algunos pueblos musulmanes y la condición que en estos viven las mujeres, por ejemplo, para darnos cuenta de que hay ciertos “logros” a los que no podemos renunciar. Objeciones semejantes pueden hacerse respecto al instrumentalismo y la democracia liberal. Pese al reduccionismo atomizante que promueven (lo cual fácilmente se trastoca en totalitarismo globalizador) en ambos casos reconocemos que pese a la insuficiencia de nuestro actual estado de cosas, no parece razonable negar ciertos logros relativos.

Por lo tanto, la respuesta a la objeción no puede girar de manera revisionista y nostálgica en torno a las hipotéticas bondades de las culturas o civilizaciones que nos precedieron como paradigmas de la realización humana. Lo que necesitamos es un tipo de narración que nos permita evaluar esos logros que la modernidad trajo consigo, esos logros a los que el liberalismo y el marxismo se adhirieron, esos logros que de un modo u otro forman parte del trasfondo de comprensión común de estos dos antagonistas modernos, que están asociados positiva o negativamente al individualismo, al racionalismo instrumental y al atomismo político, y a partir de allí intentar elaborar, desde el seno mismo de la experiencia moderna (de la modernidad entendida como experiencia de los propios sujetos modernos) las inadecuaciones de esas autocomprensiones. Esto nos permitirá articular, dar forma, inventar y descubrir, la instancia dialéctica que ahora mismo estamos transitando.

Permítanme decir dos cosas sobre este asunto para clarificar lo que queremos decir. En cierto modo, siguiendo de manera incómoda a Hegel, podemos hablar de la historia, nuestra historia occidental que habitamos, enfatizando dos grandes instancias dialécticas. Una de ellas pertenece a nuestro pasado y está relacionada con la mutación cosmológica que acabó de tomar forma de manera clara durante el siglo XVII, que nos instaló definitivamente en la modernidad. La dialéctica se dió entonces, como explica Habermas, entre los antiguos y los modernos, en la forma de una querella que exige la legitimación de este nuevo tiempo que es la modernidad. El proceso no ha terminado: la historia no es un único hilo desplegado en el tiempo. Como ya hemos indicado, hay procesos alternativos a la modernización occidental que ahora mismo transitan instancias análogas a las mentadas.

La segunda instancia dialéctica es la que estamos viviendo ahora mismo en las sociedades occidentales. Por lo tanto, lo que estoy diciendo es más o menos viejo pero quiero reivindicarlo de todas maneras aunque pueda resultar paradógico en vista a mi propia resistencia y el descrédito de eso que se ha dado en llamar la “postmodernidad”. Lo que quiero decir es que eso que primero se llamó postmodernidad no es una instancia histórica a la cual podamos hacer referencia, porque lo que ahora mismo estamos viviendo no es algo nuevo, sino las viejas instancias cosmológicas, antropológicas y éticas de siempre en estado de putrefacción.

En cierto modo, el anuncio nietzscheano de la muerte de Dios, junto a su "profecía" de la prolongación durante doscientos años del dominio del último hombre, son una perfecta ilustración de lo que está ocurriendo. Lo que intentamos, en todo caso, es imaginar el futuro. Lo que pretendemos es ofrecer los mecanismos discursivos, filosóficos, poéticos, religiosos, científicos, para una nueva humanidad, un nuevo hombre, un nuevo paradigma. De la misma manera que pensadores como Descartes o científicos como Copérnico ofrecieron los trazos iniciales, los bosquejos inaugurales del mundo nuevo de la modernidad que ahora aparece como llegando a su fin, estamos buscando, inventando, descubriendo, aquello que hoy está convirtiéndose en nuestro futuro.

Pero para ello debemos comprender perfectamente lo que dejamos atrás. Eso que yo me empeño en llamar liberalismo, por ejemplo, que incluye en mi peculiar vocabulario las formas más extremas de socialismo científico y todas las derivaciones instrumentales que ha producido el siglo pasado: el fascismo, el nazismo y el totalitarismo stalinista y maoísta, el imperialismo estadounidense y el terrorismo milenarista de Alqeda, para poner sólo algunos casos, son el trasfondo de significaciones ineludibles a partir de las cuales construiremos ese futuro que ahora buscamos. No podemos cometer el error de los modernos, no podemos pensar esta instancia dialéctica como una mera ruptura con el pasado. Más bien, en línea con un hegelianismo histórico al que hemos desnudado de pretensiones de ontología ineludible, podemos decir que hay en el presente un palpito de integración, de síntesis de lo antiguo y lo moderno, de la sabiduría olvidada de nuestros ancestros premodernos y la tecnologías de la identidad disciplinada que ha traído consigo la modernidad. Hay también el palpito de una integración con otros procesos históricos alternativos, como ocurre con Oriente, que están forzándonos, para bien y para mal, hacia una nueva autocomprensión de la cual resultará quién sabe qué cosa.

De manera distorsionada, eso es lo que se sospecha detrás de las nostalgias que alimentan el New Age, el esoterismo, la orientalización de nuestra cultura y el hartazgo de una vida reducida a las exigencias de las esferas corporativas y burocráticas de nuestras sociedades. Esos malestares nuestros son un síntoma de lo que se avecina y se aleja a un mismo tiempo. De manera más clara, hay que preguntarse si las transformaciones en marcha nos permitirán resolver, o tan siquiera afrontar los peligros eco-lógicos a los que nos ha empujado la tecnología, los desbarajustes sociales producidos por el economicismo reinante, y la progresiva imposición de una tiranía política-corporativa "espectáculo" de la que nos hablaba con juicios ambiguos Baudrillard.

Superar los ídolos de la modernidad no significa matar a las divinidades que ocultan dichos ídolos, los bienes genuinos a los que aspirábamos que nuestra actual autocomprensión no puede acomodar. Es aquí donde lo antiguo y lo moderno deben dejar de querellarse a fin de legitimar el fin de su propio tiempo a favor de un tiempo nuevo. Pero esa superación tampoco puede ser una mera mezcolanza de tecnología y espiritualidad al servicio de la eficiencia. La muerte del hombre debe ser la recuperación del hombre en su integridad, del hombre integral, decía Maritain, una suerte de resurrección civilizacional: un anthropos reconciliado plenamente con su animalidad, con su corporalidad, al tiempo que vuelve a ponerse erecto para otear al horizonte en busca de su destino/trascendencia. En cierto modo es volver al punto cero de la historia de la especie, a la primera palabra, al primer eco convertido en vos del otro, con la experiencia de haber acertado y errado a un mismo tiempo en el despliegue de nuestro ser.

CUATRO PREGUNTAS, CUATRO RESPUESTAS Y UNA CODA FRENTE A LA CONFUSIÓN DOGMÁTICA LIBERAL


En vista a las reiteradas acusaciones de que nuestras críticas no vienen acompañadas de nada positivo, voy a explicar mi posición a partir de cuatro preguntas fundamentales. La estructura de la argumentación pretende ofrecer un diagnóstico, apuntar a las causas de los problemas, constatar la posibilidad de una cura, y promover un tratamiento. Esas cuatro preguntas son:

1- ¿Cuáles son nuestros problemas?
2- ¿Cuáles son las causas de nuestros problemas?
3- ¿Cuál es el ideal de convivencia y desarrollo que nosotros imaginamos?
4- ¿Cuáles son las medidas básicas que necesitamos implementar para alcanzar ese ideal?

1-¿Cuáles son nuestros problemas?
a- Hay un problema ecológico: estamos destruyendo la base material de nuestra existencia.
b- Tenemos un problema de justicia social: estamos descartando amplios sectores de la sociedad para sostener nuestro proyecto de crecimiento.
c- Tenemos un problema político: el gran capital controla y distorsiona la democracia a través de los mass media, el entretenimiento y la continua exacerbación del consumo.

2- ¿Cuáles son las causas de nuestros problemas?
Nosotros vemos dos causas "cosmovisionales" fundamentales detrás de todo esto:
a- Una concepción de la persona, del yo, del individuo, que lo imagina arrojado en un espacio de competencia natural, salvaje, con todos los demás individuos. Es decir, una concepción individualista radical.
b- Una concepción del desarrollo humano que solo pone atención a una clase muy peculiar de libertad (la libertad negativa), en la que se pretende que lo único a lo que tenemos que comprometernos es a evitar cualquier obstáculo para que la gente pueda hacer lo que quiera con su vida. Esta noción de libertad está acompañada de una peculiar manera de entender el bien o el fin humano, en términos de progreso económico, material, capacidad de consumo, productividad, etc. Estas dos concepciones las defendemos "religiosamente", es un dogma moderno que ha impuesto la "escolástica" liberal y que se ha convertido en una suerte de "sentido común" de nuestra época.

3-¿Cuál es el ideal de convivencia y desarrollo que nosotros imaginamos? Es decir, ¿Es posible encontrar una solución?
Nosotros creemos que si. Imaginamos un mundo que esté más en acuerdo con los Evangelios cristianos, con la Iglesia primitiva, con la visión budista de la compasión y la Sangha, con el comunitarismo político, y no con el exclusivismo liberal de los derechos que imagina lo supraindividual y lo suprafamiliar como amenaza.
Parece incuestionable que, desde el punto de vista ontológico, somos individuos sólo en la medida de nuestra participación en nuestras comunidades de pertenencia. La comunidad, además de preservar nuestra existencia material, nos inicia a una lengua, ofrece las condiciones para el desarrollo de nuestra personalidad. En la medida de los dones recibidos, nuestras obligaciones y deudas. Nuestras acciones deben contribuir a asegurar la continuidad y la sostenibilidad de dichas comunidades. A nuestro modo de ver, el dogma liberal del individuo atomizado y la libertad negativa radical mina dicha continuidad y sostenibilidad.

4- ¿Cuáles son las medidas básicas que debemos implementar para alcanzar nuestro ideal?
De manera general, debemos cambiar nuestra manera de pensar acerca de lo que es la persona humana y el lugar que ocupa en el concierto de la naturaleza. Eso significa romper, por un lado, con la visión instrumentalista de la modernidad, y en particular, romper la fascinación que produce la ideología liberal. No somos entidades autónomas cuya tarea consista en dominar indiscriminadamente la naturaleza (el mundo animado e inanimado) con el fin de extraer el mayor beneficio de la misma, ni atomos social que podamos autodefinirnos con independencia absoluta de la comunidad de pertenencia que ha hecho posible nuestra individualidad. Somos animales, dependientes y racionales, como le gusta decir a MacIntyre. Es decir, somos, ineludiblemente, seres naturales, que desarrollan sus habilidades específicas a través de la participación comunitaria (dependencia), especificidades que tienen que ver con el desarrollo de nuestras "virtudes" racionales.

Ahora vamos al detalle:

a- Frente al problema ecológico:
Ya hemos hecho referencia más arriba al instrumentalismo, y lo hemos tratado más extensamente en otras entradas. Para lo que nos interesa ahora mismo, cabe agregar que las corporaciones y la burocracia estatal son los estamentos o esferas sobre los que debemos establecer la mayor responsabilidad en lo que respecta a la continuidad de las condiciones de posibilidad de la existencia viviente en el planeta y su calidad. Y esto en vista a la medida del daño que producen los agentes sistémicos; y en la medida de los beneficios relativos que dichas prácticas sistémicas significan para quienes participan de dichas esferas. Por eso necesitamos una legislación y un aparato judicial-policial que asegure controles y sanciones que pongan coto a la ambición indiscriminada o domestiquen las tendencias intrínsecas a la racionalización indiscriminada de los recursos cuando estos hagan peligrar la salud de nuestro hogar planetario y la supervivencia de sus habitantes (humanos y no humanos)

b- Frente a la injusticia social:
La propiedad privada no puede ser un bien absoluto (esto no lo dijo Marx, sino Santo Tomás de Aquino, el llamado Doctor Angélico). La propiedad privada tiene como límite la necesidad humana. Eso quiere decir, como sostiene el Dalai Lama, que la acumulación exponencial de capital, el aumento de la brecha de la renta entre ricos y pobres, y las prácticas financieras usureras que ponen en peligro la economía productiva, son inmorales. Inmorales quiere decir que quienes las practican no merecen nuestro respeto, como no merecen nuestro respeto los chorros, los mentirosos, los maltratadores y los asesinos. Estamos instalados en la creencia de que las prácticas económicas y financieras son "neutrales" moralmente. Es decir, que no les cabe a ellas los juicios de bondad o de maldad, de justicia o de injusticia. Ese es otro de los dogmas de la "religión" liberal.

d- Con respecto a las amenazas que penden sobre la democracia:
Todo lo anterior, es decir, nuestros problemas y concepciones erróneas, se sostienen porque la práctica política se ha puesto al servicio exclusivo de los intereses económicos. Estos grupos económicos se encuentran decididamente involucrados en la saturación del discurso con el fin de confundir a la opinión público. En buena medida, los grandes medios de comunicación y las fabricas de entretenimiento, son las que están detrás del concertado esfuerzo por hacer razonable una ideología que en realidad es perniciosa para todos nosotros.
Por lo tanto, desde el punto de vista político nos urge reconstruir una sociedad democráticamente más participativa. Necesitamos poner coto a la concentración de medios, escapar a la imposición de una cultura exclusivamente individualista y consumista (de eso se trata la telebasura ¿no es cierto?). Debemos volver a debatir, discutir, pensar conjuntamente. Debemos tomar decisiones soberanas desde la base social.

Conclusión:

Hay muchos que aun creen, pese a las evidencias en contra, que la solución pasa por crecer más, por desregular la economía, por liberar al poder de los obstáculos al ejercicio de su voluntad. La razón detrás de esta convicción es la creencia de que el progreso es fruto exclusivo de la libertad individual, fuente última de la creatividad, reducida en nuestra época a la soberanía técnica que imponemos a lo real.

Hay muchos que aun creen, pese a las evidencias en contra, que el problema a la inseguridad social(la contracara de la injusticia social)se resuelve aislando, encerrando, removiendo de "nuestros" barrios, a la población "inservible", a los "desperdicios humanos", como decía Bauman, creados por nuestra sociedad de consumo. Esa exclusión puede ser física, pero también informativa. Un ejemplo de ello son las víctimas del hambre anunciadas con estrépito antes de la llamada "crisis" económica que han sido "desaparecidas" por silenciamiento.

Hay muchos que aun creen, pese a las evidencias en contra, que el problema ecológico se resolverá exclusivamente con la aplicación de tecnologías más eficientes, acompañadas de una práctica new age, es decir, poniendo "tachitos" en las esquinas para que los individuos atomizados practiquen el reciclaje. Esta ecología soft no hace alusión alguna a nuestros hábitos de consumo, ni al marco capitalista que lo precipita.

Estamos, por lo tanto, frente a dos ideologías opuestas. Lo que nos toca es elegir la "racionalidad" de cada una de ellas. No se trata de elegir una estética determinada, o preguntarse qué personas o partidos están detrás de cada una de estas posiciones. Esas son cuestiones que se resolverán en cada caso llegado el momento de la aplicación práctica de las transformaciones o la conservación del status quo.

Determinar la racionalidad de nuestras posiciones es la primera responsabilidad que tenemos como agentes morales. Eso implica poner en cuarentena nuestros deseos e intereses particulares para juzgarlos en vista de criterios superiores. La racionalidad de nuestras posiciones, sin embargo, no la ofrece el hecho de seguir una cara famosa a la hora de construir nuestro discurso, ni al hecho de que la misma esté en consonancia con nuestros prejuicios.

Creo que esto último es algo a tener en cuenta, especialmente en estos días en los que los grandes medios de comunicación no sólo nos imponen sus argumentos, sino que adjudican a sus voceros (periodistas, intelectuales, artistas y famosillos de turno) un prestigio estético como alternativa a la racionalidad de sus críticas y propuestas. O para decirlo de otro modo, lo primero es saber qué es lo que defendemos. Una vez tenemos esto en claro tendremos que determinar quienes embanderan nuestra lucha. Pero como dice el dicho popular: no hay que poner el carro delante del burro.

Desde nuestra perspectiva, el proyecto "liberal" que aquí ponemos en entredicho acabará convirtiéndose en esa pesadilla de la ciencia ficción que todos conocemos, esa pesadilla largamente anunciada que se está haciendo realidad con cada día que pasa: un mundo con centros privilegiados de consumo, rodeados de un desierto de hambre y de penuria. Eso sí, el consumo de esos pocos será un consumo monumental que crecerá en paralelo a el creciente distanciamiento entre la renta de los ricos y la renta de los pobres.

Nosotros, en cambio, soñamos con un mundo donde, aunque perduren las diferencias, nuestro goce personal no necesite para lograrse del sufrimiento de los muchos. Por esa razón, ahora más que nunca, creemos que debemos defender la educación, la salud y el retiro público. Público no significa estatal, aun cuando ahora mismo el estado sea la mejor herramienta política disponible para lograr que estos bienes estén al alcance de todos. Eso no significa que el que quiera asistencia, educación y retiro privado no pueda optar por ello. Pero la sociedad en su conjunto tiene que comprometerse con lo público, con la creación de condiciones de inclusión. Eso implica poner coto al saqueo continuado que el gran capital realiza de los bienes públicos y la complicidad de la burocracia estatal en dicho saqueo.

Coda:

Espero que estas cuatro respuestas a las cuatro grandes preguntas planteadas despejen la pretensión de nuestros contrincantes en el debate que no dejan de acusarnos de escupir nuestras críticas por el mero placer del insulto, sin acompañar las mismas con solución alguna.

Puestos a ello, creemos que dicha acusación no hace más que confirmar que la confusión reinante en el debate es una cortina de humo que nuestros contrincantes en el debate se empeñan en producir a través de ataques ad hominem, chicanas de todo tipo y la indiferencia consabida cuando llevamos algo de seriedad a la discusión. Puede que todos estos estratagemas no tengan otra función que esconder la imposibilidad de sostener racionalmente las posiciones que se defienden. Es en este sentido que algunos de nosotros hablamos a veces del dogmatismo liberal y la fe en el consenso de los poderosos como de una "religión" de nuestro tiempo. Pero entiéndaseme bien, "religión" en el peor sentido de la palabra, y no en la bella acepción que evoca las esperanzas de un mundo mejor, un mundo renovado en la justicia y el amor, que es a lo que nosotros mismos aspiramos.

Ahora cedo la palabra al contrincante liberal para que defienda su programa.

LA BATALLA DEL PRESENTE Y EL TÚNEL DEL TIEMPO



Esta entrada tiene destinatarios muy concretos.

En primer lugar, me dirijo a las personas que habían alcanzado su plena madurez cronológica en la época en la cual se produjo el golpe de estado de 1976.

En segundo lugar, me dirijo a aquellos que pertenecen a mi generación. Es decir, aquellos que vivieron la dictadura militar, pero que no pueden ser responsabilizados por los posicionamientos que tuvieron en aquel momento, debido a su minoría de edad.

Finalmente, me dirijo a aquellos que nacieron inmediatamente después de la llegada de la democracia.


Las palabras y las cosas


Quiero, sin embargo, antes de dar comienzo a la argumentación, justificar el título. La palabra “batalla” puede resultar incómoda. Para evitar malentendidos, permitánme que explique la razón por la cual la he elegido. El diccionario de la Real Academia Española propone dos acepciones en el uso del término. Por un lado, la que apunta a los combates militares. Por el otro, hace también referencia a la agitación e inquietud interior del ánimo. Lo que pretendo con el título de esta entrada pendula entre estas dos acepciones.

Nos encontramos en una situación de extrema peligrosidad en estos momentos, debido, en cierto modo, a la agitación e inquietud interior de los argentinos. Es imprescindible tomar consciencia de esa agitación y esa inquietud. Es necesario explorar con paciencia y cuidadosamente lo que nos ha traído hasta este estado de cosas.Y eso por la sencilla razón de que es posible, y los signos apuntan en esa dirección, que la agitación e inquietud reinante acabe desembocando en un combate físico entre las partes involucradas.

En vista a la peligrosidad del presente estado de ánimo, y en consideración de la historia y el modo en que en la historia hemos ido resolviendo nuestros problemas como sociedad, resulta absolutamente irresponsable permitirse actuar de manera irreflexiva. Nuestra adhesión incondicional a los discursos de los grandes productores de opinión, y la adherencia frívola a la opinión común, resulta hoy más que nunca, moralmente reprochable. Por lo tanto, conmino a mis conciudadanos a que realicen un “examen de consciencia” para evitar esos males mayores que acechan en nuestro horizonte.

Con respecto a la referencia al "túnel del tiempo" y el fotograma de la serie televisiva que lo acompaña - fotograma de la serie televisiva que con tanta pasión visionábamos en nuestra niñez - las analogías son numerosas. Dejo en manos de los lectores la elaboración de las mismas.


El túnel del tiempo


Ahora pasemos a la cuestión central de la entrada. Lo primero es explicar porque razón es necesario realizar una distinción explícita respecto a nuestros interlocutores. 

Es importante reconocer que los diversos debates con los cuales la sociedad argentina esta comprometida en estos momentos exige de sus participantes la asunción de diversos grados de responsabilidad.

También es importante reconocer que no sólo nos distinguimos los unos de los otros en relación con el pasado y lo que debe ser hipotéticamente recordado y olvidado. También nos distinguimos respecto a lo que significa para cada cual el futuro. El futuro no es el mismo para un joven que en estos momentos estudia en un colegio secundario que lo es para una persona de sesenta años que ha recorrido la mayor parte de los estadios de su existencia.

Pero si el pasado y el futuro no son los mismos para todos, eso implica que habitamos presentes diversos. Este es un punto importante en el que no voy a extenderme. Me limito a reiterar: pese a que el tiempo se nos aparece como un “espacio” homogéneo y vacío en el cual tienen lugar diversos acontecimientos de manera simultánea, hay una manera de ser del tiempo que toma en consideración el lugar de los sujetos que lo habitan, que nos obliga a hablar de un entrecruzamiento de temporalidades que se articulan narrativamente en uno y otro caso. Al presente público, secular, del hoy que todos habitamos, cada uno de nosotros llega con la historia individual y colectiva que le corresponde.


Los derechos humanos y la memoria histórica


Habiendo aclarado estos conceptos básicos, pasemos, ahora sí, a lo que pretendíamos con la entrada. Como los temas son muchos y variados, voy a centrarme, en línea con lo que vengo haciendo en entradas anteriores, en un extremo del debate, que es el que gira en torno a los derechos humanos y la memoria histórica, como ilustración de otros debates que se están llevando a cabo ahora misma, o debieran llevarse a cabo, en todos las esferas de la actividad en nuestro país y el mundo.

En 1976, quienes hoy tienen más de sesenta años, el golpe militar los agarró, salvo circunstancias excepcionales, en la plenitud de sus facultades. Frente a lo que ocurría en el país, las posiciones de los protagonistas fue variada. En vista a lo que hemos aprendido de aquellos años, es muy importante que los ciudadanos analicen concienzudamente la posición que adoptaron en su momento. Esto por dos razones cruciales.

En primer lugar, porque en muchos casos nos permitirá descubrir de qué manera estábamos equivocados en nuestra defensa de ciertas posiciones.

En segundo lugar, porque nos permitirá evitar ser conducido a engaños análogos en el presente. Esto es especialmente importante si comprendemos que la violencia setentista fue el producto de un largo y madurado período de tiranía que se extendió desde 1955 hasta la tercera presidencia del general Perón, en el cual las clases privilegiadas utilizaron la fuerza o la proscripción (prohibición) para impedir el ejercicio pleno de la democracia a la ciudadanía.

Tomando en consideración de qué modo el discurso y la práctica “antiperonista” alimentó un clima de violencia que desembocó, primero, en un enfrentamiento armado, y en segundo término, en los crímenes de lesa humanidad ejecutados por la dictadura militar bajo el auspicio de una parte de la sociedad civil embarcada en un “proyecto de reconstrucción nacional”, empeñado en erradicar todo foco de resistencia para transformar las estructuras económicas en su beneficio, tomando en consideración todo esto, decía, es preciso que los agentes antipopulares de la actualidad se hagan cargo de la carga afectiva negativa que con su lenguaje y cosmovisión maniquea están legando a las generaciones futuras.

A quienes forman parte de mi generación, es decir, a aquellos que vivieron su niñez bajo la dictadura, nos resulta de crucial importancia reconocer hasta qué punto (en qué medida) el lenguaje al que fuimos iniciado en aquellos años de terror, en los cuales la violencia física iba acompañada de una sistemática distorsión de la expresión para acomodar el crimen a la legalidad, ha formateado nuestras estructuras y formas básicas de pensamiento.

La reiteración de la confrontación política y social en los términos del presente no es más que la manifestación cíclica del impacto que la imposición de las formas básicas de interpretación en las que fuimos cuidadosamente adoctrinado en aquella época.

Por lo tanto, en lo que respecta al pasado, es imprescindible que adoptemos un posicionamiento crítico que nos permita liberarnos de dichas imposiciones autoritarias, con el fin de reestablecer un orden democrático en nuestra propia consciencia. Lo cual nos permitirá comprendernos a nosotros mismos en el contexto de ese relato de engaños y temores que vivimos en el período de la recuperación democrática, un período en el cual la inconsciencia, la frivolidad y el temor permitieron asestar un golpe mortal a los esfuerzos de recuperación de nuestros derechos.

Pero además, nos encontramos ahora en el momento culminante de nuestra existencia. En esa edad en la cual tomamos sobre nuestras espaldas la responsabilidad de las generaciones venideras, imponiendo nuestra propia impronta al futuro. Que no nos pase como les pasó a algunos de nuestros padres, que estuvieron voluntaria o involuntariamente ausentes cuando más se les necesitaba.

Finalmente, quiero decir dos palabras a las generaciones recién llegadas. El futuro es vuestro sólo circunstancialmente. Llegará un día en el que, como ocurre con nosotros, no será acerca de vosotros mismos, de vuestros intereses, que deberán discutir, sino acerca del futuro de vuestros hijos, como hoy nos toca a nosotros discutir y pelear por el futuro de los nuestros.

Cuando en el debate político los participantes toman consciencia de que es un futuro en el que ellos mismos no participarán lo que les preocupa y les anima en la batalla del presente, en ese momento es que nos convertimos en ciudadanos plenos, anteponiendo los bienes comunes que a todos nos convocan a nuestros intereses privados.

INSEGURIDAD Y RESPONSABILIDAD: Estado, empresa y ciudadanía.



"Inseguridad"


El término hace referencia a la delincuencia, al clima de relativa anarquía que reina en las calles, que suscita temor y angustia entre la ciudadanía. 

Los medios de comunicación nos regalan, día a tras día, imágenes y relatos de esa violencia concertada. Frente a ello, los ciudadanos responden con virulencia exigiendo mano dura. 

Las respuestas políticas son diversas. Por un lado, se afilan los métodos de control y vigilancia. Se pretende modernizar a las fuerzas del orden equipándolos con armamento más sofisticado y tecnologías de vigilancia más insidiosas con el fin atajar el problema por medio de un aparato represivo bien engrasado. Por el otro, se pretende ir a la raíz del problema abordando las causales sociales, económicas y políticas subyacente.


Mano dura o transformación social 

Para empezar a entender lo que nos incumbe es necesario, sin embargo, articular los relatos que hacen inteligible las posiciones de quienes se adhieren a cada una de estas posiciones. 

Quienes levantan el estandarte de la mano dura y exigen mayor vigilancia y represión, quienes promueven una justicia más acelerada a la hora de juzgar los delitos de esta índole y exigen un régimen carcelario que impida que las penas impuestas no se cumplan en su integridad, tienden a enfatizar que el delincuente características negativas inherentes: el delincuente es un enemigo sustancial que debe ser perseguido y (en vista a que no es posible exterminarlo) someterlo a una estricta vigilancia y castigo. 

Para estas personas, el país se divide entre (1) aquellos que forman el círculo de las personas de decentes, las personas de bien, y (2) aquellos otros que amenazan el bienestar de los buenos, irrumpiendo en sus existencias violentamente con su maldad. 

Quienes abanderan la segunda solución señalan que la delincuencia echa sus raíces (en su mayor parte) en las distorsiones que produce una distribución injusta de los recursos y oportunidades que afecta de manera prolongada a amplios sectores de la comunidad, empujando a muchas de estas personas al delito como alternativa al atolladero de indignidad en el cual se encuentran cautivos.


El delito y la pobreza


Las actuales circunstancias de inseguridad exigen que el Estado ejercite su rol coercitivo y represivo, especialmente ante la extensión del fenómeno discutido. Pero haríamos mal en creer que la solución al problema de la inseguridad es un problema de índole policial. Los índices de delincuencia evidencian que existe una correlación con la inequidad. Es decir, existe una conexión indiscutible entre pobreza y delito.


El debate sobre la pobreza en el Chaco

Un caso que se cita con peculiar insistencia es el de la provincia de Chaco. Muchos de nosotros hemos tenido ocasión de ver imágenes estremecedoras de lo que ocurre en esta provincia argentina. Los “enlatados” de la web nos muestran una población infantil afectada por la desnutrición y sus secuelas. El problema es que la tragedia se utiliza como propaganda política contra el gobierno nacional. Sin pretender eximirlo de responsabilidad, me interesa que prestemos atención a otros factores que suelen mantenerse silenciados. 

Durante el mes de agosto, el escritor chaqueño Mempo Gardinelli mantuvo una correspondencia abierta con el empresario sojero Gustavo Grobopocatel. El tema de la discusión fueron los efectos del actual modelo productivo agroindustrial sobre la población local. De las epístolas redactadas por ambos extraigo la siguiente conclusión: existe una responsabilidad compartida de la miseria de la provincia por parte del Estado negligente a la hora de encontrar soluciones ante el flagelo de la indigencia y la pobreza, y no en menor medida, en el sector corporativo, en este caso las corporaciones agrarias favorecidas por una renta extraordinaria, que su afán de rapacidad contribuyen al malestar societal. 

Eso es justamente lo que pasa desapercibido a una parte importante de la ciudadanía que insiste en hacer pesar sobre un Estado debilitado por las prácticas neoliberales la responsabilidad absoluta sobre la situación del país. Desde este punto de vista, el emprendimiento privado se encuentra encuentra libre de toda responsabilidad porque es constitutivo de su naturaleza y su sentido la búsqueda exclusiva del beneficio y la expansión de la tasa de ganancia. 

Contra este “lugar común” de nuestra cultura es que propongo revistiera un par de ideas que pueden ayudarnos a clarificar el tema. Para ello voy a remitirme muy brevemente al análisis tomista de la justicia. Apreciar ciertas soluciones históricas puede ayudarnos a echar luz sobre ciertas auto-comprensiones tácitas que definen nuestras encrucijadas. El punto de partida o principio básico sobre el cual se articulan las ideas que presentaré a continuación es que el  fin o sentido último de la práctica política es el bien común.  


Lo justo

De acuerdo con MacIntyre, Tomás comienza su discusión sobre el contenido de la justicia humana dilucidando su relación con el justo. Lo justo, dice Tomás, es lo que se le debe rectamente al otro en vista de la ley natural y la ley positiva. Es decir, lo justo es lo que define las relaciones que una persona tiene con las otras, y en ese sentido la justicia nombra, por un lado, “la virtud de vivir de acuerdo con esas normas” y “la voluntad constante y perpetua de dar a cada persona su merecido o lo que se le debe como el criterio de lo recto requerido de cada uno de nosotros.”

Recordemos que, siguiendo a Aristóteles, Tomás distingue dos modos de la justicia. Por un lado, la justicia distributiva, cuyos requisitos se satisfacen cuando cada persona recibe en proporción a su contribución, es decir, recibe lo que es debido con respecto a su status, cargo y función, y en la medida de cómo los haya cumplido, contribuyendo de ese modo al bien de todos. Por el otro lado, la justicia conmutativa, cuyos requisitos se cumplen cuando se restituye, en la medida de lo posible, el mal realizado, y cuando las penas por las malas obras son proporcionales a las ofensas cometidas.

Esta distinción es  importante para la cuestión que estamos debatiendo. La discusión respecto a la inseguridad tiene que tomar en consideración estos modos de justicia. Un ejemplo de ello es la manera en la cual se enfatizan, de acuerdo con nuestros adversarios políticos, las soluciones represivas, manteniendo desatendidas de manera notoria las cuestiones relativas a la justicia conmutativa que se encuentran relacionadas con el tipo de restitución a los males prolongados sufridos por quienes se encuentran sujetos a existencias miserables debido a políticas económicas, políticas y sociales que han estado al servicio de una minoría de la sociedad.


La propiedad privada y su excepción

Un ejemplo que trae a colación MacIntyre sobre el análisis de Tomás sobre el tema que estamos discutiendo es el modo en el cual éste se enfrenta a la cuestión del hurto. La condena del mismo, nos dice, se justifica sobre la presuposición de la propiedad privada. Sin embargo, debemos tomar en cuenta que, a diferencia de los liberales modernos como Hume o Locke, que rechazaron cualquier límite a la propiedad privada, Tomás de Aquino se adhirió a la concepción patrística en este respecto. Dice MacIntyre:

"Si alguien estuviera en una necesidad desesperada, o tiene a otros de los cuales es responsable que están en semejante necesidad, entonces esa persona puede tratar como parte de la propiedad comunitaria de los seres humanos cualquier cosa que de otra forma pertenecería a otro, que le salvara a él o a ella, o a los otros de los cuales es responsable, de perecer; lo cual no está requerido similarmente de la persona que hasta entonces haya sido el dueño de esa propiedad, con tal de que sólo los que así convierten la propiedad privada en propiedad común no tenga ningún otro recurso. La propiedad está limitada por las necesidades humanas."


El estado y el poder corporativo

Creo que si esto es cierto para la época de Santo Tomás es aun más cierto para nuestra época. Sin embargo, no voy a detenerme a explorar esta cuestión en profundidad. Lo único que pretendo ahora mismo es poner sobre el tapete, un poco para exorcizar los demonios neoliberales que mantienen cautivos, es recordar que en esta época de la modernidad tardía en la cual la burocracia estatal y la esfera corporativa tienden a funcionar de manera conjunta, es apropiado acentuar la co-responsabilidad de todos los actores en la construcción social de la realidad.

Los gobiernos son más débiles de lo que suele pensarse. Los mecanismos burocráticos, como decíamos, son el producto de las negociaciones que llevan a cabo poderosos lobbies para dar con canales fluidos que permitan maximizar los beneficios de sus respectivos grupos económicos. Por lo tanto, es imprescindible que la ciudadanía no desatienda a la responsabilidad corporativa o pretenda que un mero gobierno (que al fin y al cabo se encuentra siempre sujeto a la actividad plebiscitaria de su población) es responsable absoluto de las miserias de nuestra patria.

Conclusión

Para concluir, regresemos a la cuestión de la inseguridad tomando en consideración la propuesta tomista. En ese sentido, es apropiado reconocer que existe una deuda pendiente (en la cual hemos incurrido todos, no sólo este u otro gobierno, no sólo el Estado, y especialmente aquellos que se han beneficiado con políticas de saqueo) con una parte de la población que se encuentra en estado de extrema necesidad. 

Eso implica que las llamadas "políticas de seguridad" deben tomar en consideración el daño prolongado y continuado inflingido a nuestros compatriotas, adoptando frente al delincuente una suerte de doble criterio: por un lado, debemos reconocer que, pese a ser efectivamente un delincuente a la hora de delinquir, es también una víctima de políticas socio-económicas que muchos de nosotros hemos apoyado activamente, o permitido que se promuevan gracias a nuestra indiferencia o pasividad política, y a través de las cuales nos hemos beneficiado de un modo u otro aun a costa de estos sectores. 

RAZONES DE JUSTICIA



Hace unos días asistí a una acalorada “discusión” a través de Facebook. El motivo del cruce de palabras y velados insultos entre los participantes se debió a que una de las personas posteó, como es habitual en la red social, una adhesión, esta vez a la investigación abierta por la justicia argentina en relación con la violación de derechos humanos y crímenes de lesa humanidad durante la época franquista. De inmediato, los participantes argentinos olvidaron que el tema que se estaba discutiendo eran los crímenes del régimen franquista y comenzaron a despotricar contra el actual gobierno nacional debido, según decían, a la utilización que el mismo realiza de los derechos humanos para lograr otros objetivos espurios.

Planteada la cuestión, y en línea con lo que decía en el post anterior, lo que me propongo ahora es echar un poco de luz sobre el tema sin entrar a juzgar a priori las motivaciones de mis adversarios políticos. Digo que no entraré a juzgar a priori sus motivaciones porque lo primero será construir un argumento acertado que dé con la verdad a la que nos enfrentamos. Habiendo logrado determinar el carácter de la materia en cuestión, y habiendo mostrado la racionalidad moral de la posición adoptada, y determinado que dicha racionalidad se encuentra en línea de continuidad con los principios a los cuales se adhieren mis adversarios, la negativa de los mismos de aceptar el orden de la conclusión (las premisas y las conclusiones que se siguen de ellas) sólo puede adjudicarse, esta vez si, a razones espurias que nada tienen que ver con la conclusión en sí.

Pasemos, por lo tanto, a determinar la materia y el alcance de la misma, adoptando a continuación un acercamiento adecuado a la naturaleza de la misma.

La posición del adversario es la siguiente:

  1. En lo que respecta al asesinato, apropiación ilícita de identidad, tortura y desaparición de personas durante la época de la llamada dictadura militar, lo acontecido debe considerarse en el marco de una “guerra”.
  2. Eso significa que se cometieron crímenes, pero tales que pueden ser justificados por la belicosidad y crueldad de los contrincantes en el conflicto. Es decir, la existencia de razones suficientes (un grupo armado que atentaba contra las fuerzas del orden y la ciudadanía) justifica la respuesta cívico-militar de aquellos años.
  3. Por lo tanto, los juicios que se están llevando a cabo en relación con estos crímenes deberían interrumpirse debido a:
    • que dichos juicios no hacen más que obstaculizar una auténtica reconciliación nacional, enfrentando a diversos sectores de la sociedad en una pugna revisionista sin fin que desatiende nuestras obligaciones actuales y el diseño de un futuro más justo y
    • que dichos crímenes, como decíamos, forman parte de un conflicto armado, una guerra, en la cual uno y otro bando incurrieron en acciones deleznables (la llamada teoría de los dos demonios), lo cual hace “injusto” el juicio exclusivo a uno de los bandos de dicho conflicto. Lo que se pide en este caso es juzgar también a los “guerrilleros” involucrados.

Lo primero es determinar los hechos, y aceptar, aunque más no sea por un principio básico de legibilidad de lo real, los datos contrastados que tenemos a nuestra disposición ahora mismo.

No cabe la menor duda que hubo un enfrentamiento armado. Aun cuando es posible hablar de una asimetría radical en lo que concierne a las fuerzas en disputas, cabe señalar que la violencia se cobró vidas de uno y otro lado. Sin embargo, el número de fuerzas militares y policiales asesinadas o caídas en combate durante aquellos años no alcanza el número de 500 víctimas. Mientras los asesinatos y desapariciones causados por la dictadura militar alcanzan el número de 30.000 según los datos oficiales iniciales o 10.000 de acuerdo con los defensores de la causa cívico-militar. Creo que este es un dato importante a tener en cuenta.

En segundo término, sabemos que nuestra legislación vigente, que se encuentra en consonancia con una tendencia creciente y sostenida de la legislación internacional, distingue un tipo de delitos corrientes, de otros delitos que califica de “lesa humanidad”, con el fin de hacer de estos últimos crímenes imprescriptibles. El Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, en su artículo 7 define a los crímenes de lesa humanidad del siguiente modo:

“Artículo 7- Crímenes de lesa humanidad

1.A los efectos del presente Estatuto, se entenderá por "crimen de lesa humanidad" cualquiera de los actos siguientes cuando se cometa como parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil y con conocimiento de dicho ataque:
a) Asesinato;
b) Exterminio;
c) Esclavitud;
d) Deportación o traslado forzoso de población;
e) Encarcelación u otra privación grave de la libertad física en violación de normas fundamentales de derecho internacional;
f) Tortura;
g) Violación, esclavitud sexual, prostitución forzada, embarazo forzado, esterilización forzada u otros abusos sexuales de gravedad comparable;
h) Persecución de un grupo o colectividad con identidad propia fundada en motivos políticos, raciales, nacionales, étnicos, culturales, religiosos, de género definido en el párrafo 3, u otros motivos universalmente reconocidos como inaceptables con arreglo al derecho internacional, en conexión con cualquier acto mencionado en el presente párrafo o con cualquier crimen de la competencia de la Corte;
i) Desaparición forzada de personas;
j) El crimen de apartheid;
k) Otros actos inhumanos de carácter similar que causen intencionalmente grandes sufrimientos o atenten gravemente contra la integridad física o la salud mental o física.”

Debemos aclarar que gracias a los testimonios de las víctimas, que no todas las personas detenidas, torturadas y desparecidas durante la operación fueron personas que habían elegido la violencia como medio para la lucha política. Las personas que sufrieron los ataques a su libertad, su propiedad y su vida se dedicaban a los más diversos quehaceres de la vida pública, y no se encontraban en todos los casos comprometidas, como decíamos, con la lucha armada. Digo esto para que quede claro que en la mayoría de los casos las víctimas no resultaban peligrosas físicamente para los victimarios. En el momento de su asesinato eran personas indefensas que podrían haber sido sometidas sin dificultad a una detención legal, juzgados de acuerdo con las leyes vigentes y condenadas, si así cupiera, en relación con los delitos cometidos. Por el contrario, como es de público conocimiento, por razones que ahora mismo no vamos a analizar, se decidió que era más provechoso someter a los sospechosos a detención ilegal, creando de este modo la figura del desaparecido, lo cual trajo consigo una expansión de las condenas que se prolongo en el tiempo y el espacio, “encarcelando” con ello a los familiares, amigos y conocidos de las víctimas del desaparecido que se vieron sometidas a un régimen de confinamiento psicológico debido a la incertidumbre y angustia que produce toda desaparición.

Ahora bien, dejemos esta cuestión de lado y pasemos a la cuestión de la imprescriptibilidad de dichos delitos. Por supuesto, hay muchos delitos deleznables que merecen ser condenados. Pero nuestra legislación (y en general la legislación internacional está en acuerdo con ello), por razones que deberían justificarse en el marco de la filosofía del derecho determina que los delitos corrientes prescriben. Eso significa, por ejemplo, que el envenenamiento alevoso que una madre realiza con su hijo, pese al horror y la reprobación social que conlleva, llegará un día que no podrá ser juzgado penalmente. Creo que hay buenas razones que pueden aducirse a favor de la prescripción, pero prefiero no entrar en la cuestión ahora mismo para cumplir con mi objetivo presente.

En cambio, el “legislador” ha llegado (con cierta unanimidad) a que existen ciertos delitos anunciados más arriba que no deben prescribir. Es decir, que el Estado al que le concierne en primera instancia u otros Estados o Cortes internacionales si así fuera necesario deberían prestar atención y llevar a proceso, debido al hecho de que dichos crímenes se cometen contra la esencia misma de la humanidad amenazando de ese modo, de manera especial, a las comunidades en su integridad y de manera sistemática.

Lo que se discute ahora mismo es si esos crímenes deben ser perseguidos y condenados. Las leyes de Obediencia debida y Punto final, junto a los indultos presidenciales de Menem, interrumpieron los procesos y condenas iniciados durante la democracia contra dichos crímenes. Pero siendo dichas decisiones esencialmente “políticas” (recordemos que al ser imprescriptibles la interrupción de los procesos y condenas son excepcionales pero no afectan a la naturaleza de dichos crímenes) y motivadas, fundamentalmente, y así lo hicieron saber los propios promotores de las mismas, de la necesidad de estabilidad democrática exigida en aquella época ante la amenaza de nuevos golpes militares, parece de derecho y obligación por parte del Estado, la reapertura de dichas causas. Al contrario de lo que se pretende, las causas en cuestión no han sido juzgadas, sino sus procesos interrumpidos por circunstancias ajenas a las causas en sí.

Por lo tanto, dos conclusiones parecen desprenderse de lo analizado más arriba.
  1. Que quien defiende la obligación por parte del Estado y la Comunidad Internacional de llevar a proceso y condenar dichos crímenes no afirma que los guerrilleros no hayan cometido crímenes (prescritos), sino que defiende la legislación vigente, convirtiéndose de ese modo en un defensor de la seguridad jurídica básica (las víctimas de crímenes de lesa humanidad pueden estar seguras de que no importa el tiempo que pase sus sufrimientos serán reparados penalmente)
  2. Que los argumentos de quienes pretenden interrumpir los procesos y condenas de los criminales no se apoyan en razones de derecho, sino que lo hacen sobre la base de posiciones políticas.

De este modo, llegamos a la curiosa circunstancia de que en su inmensa mayoría las acusaciones de los defensores de los procesados y condenados pueden ser sujetos a sus propios criterios de argumentación:
  1. Pretenden definir la cuestión políticamente, en contraposición a hacerlo en el ámbito de la justicia que es su ámbito natural de resolución. Con ello pretenden una intervención del ejecutivo, lo cual pone en entredicho la división de poderes que con tanta sonoridad dicen defender.
  2. Obstaculizan la verdadera reconciliación, que sólo puede estar fundada en la justicia, y no en una asimétrica imposición de fuerza o amenaza.
  3. Al tiempo que ponen en entredicho el futuro al pretender una ruptura con el ordenamiento jurídico presente que se ciña a la medida de sus pretensiones partidistas, poniendo de ese modo en cuarentena el ordenamiento jurídico en su integridad e interrumpiendo, de ese modo, la continuidad democrática tan largamente esperada por los argentinos.

ÉTICA DE LA DISCUSIÓN



Hoy quiero pensar sobre lo que significa discutir con alguien. Creo que es un tema importante.
Para empezar, quiero defender algo que mis amigos pueden corroborar. Mis relaciones con la gente no están fundadas de manera exclusiva en la afinidad ideológica que puedo tener con ellos. Tengo amigos que pertenecen a los más variados grupos humanos, que se adhieren a las más variadas ideologías, que sostienen una variedad indecible de posiciones.

Eso no significa que me adhiera a la injustificada creencia de que todo el mundo tiene “derecho” a decir lo que quiera impunemente. Por el contrario, creo que al hacer público nuestro pensamiento estamos, de un modo u otro, invitando a nuestros interlocutores a poner a prueba nuestras afirmaciones.

De este modo, la discusión se convierte en una buena ocasión para cotejar nuestros pensamientos con los de nuestros adversarios circunstanciales con el fin de asegurarnos, en primer lugar, de no estar diciendo una burrada, o adoptando un posicionamiento sesgado o limitado.

Ninguno de nuestros argumentos es definitivo. Todos ellos pueden ser mejorados y subsanados de un modo u otro. Incluso cuando nos acompaña la razón, es evidente que una buena discusión puede ayudarnos a refinar nuestra aprehensión de las cosas, o dar mayor peso a aspectos de la cuestión que hemos desatendido.

Esto implica que adoptamos a priori una peculiar noción de verdad. Si creemos que nuestras opiniones pueden ser mejoradas, aceptamos que no todas las afirmaciones que hacemos sobre los hechos tienen el mismo valor. O lo que es lo mismo, que estamos dispuestos a reconocer que de las discusiones podemos salir con una mejor comprensión de las cosas.

Este último punto es importante, en primer lugar, porque nos impone una “ética” de la discusión que resulta irrenunciable si queremos mantener el encuentro con los otros en el límite de la discusión sin pasar al insulto, si queremos hacer de nuestro encuentro con los otros una ocasión virtuosa y no una oportunidad manipuladora con el fin de sacar provecho de nuestra argumentación retórica.

Discutir, nos dice el diccionario de la Real Academia Española en su primera acepción, ocurre cuando dos o más personas examinan atenta y particularmente una materia. Eso implica, por lo tanto, que a la hora de discutir debemos prestar atención, primero, al objeto examinado, intentando ceñirnos al mismo para que el debate no se transforme en una batiburrillo de afirmaciones desarticuladas en las que es imposible alcanzar algún tipo de conclusión.

Discutimos para llegar a una conclusión. Es cierto que no siempre llegamos a una conclusión definitiva cuando participamos en esta práctica humana tan importante, pero si hemos sido virtuosos, es decir, si hemos sido atentos y honestos, dicha participación nos ofrecerá, como mínimo, alguna ganancia epistémica negativa. Podremos reconocer, por ejemplo, argumentos equivocados o limitados a los que nos adheríamos, mejorando nuestra posición inicial en nuestras futuras discusiones. De este modo, es posible afilar y fundamentar nuestros posicionamientos respecto a las variadas materias de nuestro interés.

Muy diferente es cuando en la discusión reina el desorden y los participantes intervienen en el mismo con el único propósito de reafirmarse arbitraria y tozudamente en sus posiciones. Lo que se evidencia en estas ocasiones es que no hay manera de llegar a conclusión común alguna y que el ejercicio sólo sirve para descalificar personalmente a los contrincantes como si se tratara de una contienda y no una práctica humana de entendimiento.

Discutimos para conocer la verdad. Como dijimos antes, esa verdad es inconquistable de manera absoluta, pero la reflexión bien meditada y la honestidad intelectual puede ayudarnos a tener un vislumbre de la misma.

Por lo tanto, reitero. Para practicar la discusión es necesario:
1.Determinar la materia sobre la cual discutimos
2.Ceñirnos concienzudamente al objeto elegido
3.Estar dispuesto a poner a prueba, generosamente, nuestros argumentos (Es decir, no aferrarse a los mismo de manera partidista)
4.Todo ello con el fin implícito de llegar a una conclusión al respecto.

Lo más contrario al ejercicio de la discusión es "hablar por hablar". En la discusión lo que buscamos no es otra cosa que la verdad. La verdad exige un alto grado de virtud: generosidad, paciencia, disciplina, entusiasmo, atención y veracidad.

UNA NOCHE DE 1977, ARGENTINA

Fosa común descubierta en Tucumán. 
Pensar el horror

Me gustaría pensar despacio un tema que tengo atragantado hace muchos años. Digo que quiero pensarlo "despacio" porque, de un tiempo a esta parte, nuestros adversarios políticos parecen haber recuperado cierto desparpajo a la hora de hablar de un tema tan escabroso como el que plantearemos a continuación, y la mera reacción ante la ofensa puede hacer claudicar a la inteligencia tentándonos con una reacción impulsiva. Lo que quiero decir es que pese a lo doloroso de los hechos de los que aquí se habla, debemos aferrarnos a la inteligencia.

Por otro lado, lo que todo esto significa es que la sociedad argentina no ha resuelto la cuestión. Que aun anidan en su interior grupos recalcitrantes que ponen en peligro el consenso de la justicia y los derechos humanos. Argentina no sólo sigue siendo una sociedad herida, sino que, además, sigue siendo una sociedad enfrentada, dividida. La violencia está durmiendo una siesta. Mirar hacia otro lado no resolverá nuestros problemas.

Una escena


Cuando en 1976 las Fuerzas Armadas se hicieron con el poder a través de un golpe civico-militar, yo tenía nueve años. Pese a mi corta edad, eso no me previno a que viviera de primera mano algunos eventos paradigmáticos de aquellos años que creo merecen ser recordados. Me ceñiré a una de esas memorias porque es, quizá, lo suficientemente ilustrativa como para iniciar una reflexión acerca de la cuestión ética y política detrás de los acontecimientos de aquellos años. 


Corría 1977. Mi madre estaba embarazada de seis meses de quien iba a llevar el nombre de Juan Cruz. Estábamos en Bella Vista, un pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires donde mi familia tenía una casa de fin de semana.  

Mi padre estaba ausente por razones que ahora desconozco. Eran las ocho o nueve de la noche de un día de invierno. Como solía hacer mamá, nos fue bañando a uno por vez antes de llevarnos a la cama. Sin embargo, debido a un esfuerzo o a un tropiezo tuvo una pérdida, que a poco se convirtió en hemorragia. Rápidamente, nos subió a los seis hermanos en la camioneta, metió algunas mantas en el maletero, y salimos disparados hacia el hospital más cercano de la zona, el Hospital Militar de Campo de Mayo. 

Ante la prohibición por parte de las autoridades de que los niños entráramos en el edificio, y siendo yo el hermano mayor, antes de ingresar mi madre me recordó que debía cuidar a mis hermanos. Desde la ventanilla del automóvil espié el edificio que en mi memoria guardé como un sitio oscuro y lúgubre. Pero no pasó mucho tiempo, porque mi madre regresó más asustada que antes, encendió el vehículo, y sin decir palabra regresamos a la carretera en dirección a Buenos Aires. Le habían negado asistencia. A decir verdad, la habían tratado de muy mala manera.

Después de una semana en incubadora, Juan Cruz murió en un hospital de la capital. Lo supe a través de una amiga de la familia que se quedó con nosotros para cuidarnos durante aquellas semanas. Después de escuchar el relato meticuloso y velado de esta persona, me retiré a la cocina, y un llanto incontenible me salió desde lo más hondo del alma. Fue una suerte de aullido, como si se hubiera abierto un abismo en mi interior, como si el mero contacto accidental con el horror me hubiera impregnado toda la existencia con el miedo.

Pese a que mi hermano mayor había muerto algunos años antes de leucemia, ese fue el primer llanto que me suscitó la muerte, la fragilidad de la vida humana, el desconcierto de nuestra existencia en esta tierra. Pero como decía, había algo más: eso es lo que sé ahora, después de treinta años, habiendo visto el modo en el cual esa escena en el hospital militar de Campo de Mayo se desplegó en mi vida como una ilustración de un país y de una historia que me forzaría al autoexilio. 



Detrás de las paredes

Hace años, en una nota de Página 12, apareció una fotografía del Hospital militar de Campo de Mayo. Apenas la vi, recordé la noche de 1977 en la que acudimos con mi madre y mis hermanos en busca de asistencia. Ese era el sitio donde se trasladaban mujeres embarazadas secuestradas, algunas de ellas desde el centro de detención "Vesubio" para que parieran a sus hijos. Otras mujeres eran conducidas personalmente por un vecino de Bella Vista, Atilio Bianco, jefe de la maternidad clandestina, en su Ford Falcon. Los chicos y las chicas que nacieron de esas madres fueron, en su inmensa mayoría, apropiados ilegalmente, y se ha probado que al menos diesciseis de esas madres fueron asesinadas después de haber dado a luz en aquel centro de detención. Muchas otras  madres fueron desaparecidas.

Investigando la causa, descubrí que el padre de un compañero de colegio con quien yo tenía especial afinidad formaba parte del grupo de ginecólogos denunciados por su participación en las actividades clandestina que se llevaban a cabo en el centro. También supe que aquel hombre a quien yo habia tratado en muchos ocasiones había sido juzgado en calidad de cómplice en la causa de apropiación ilícita de de Atilio Bianco, quien ante la investigación iniciada por las organizaciones de derechos humanos, había optado por llevarse a los dos chicos apropiados fuera del país para eludir la justicia. 



Pedagogías del odio

No sé cuándo fue exactamente que tomé conciencia del horror que se había vivido en la Argentina. En mi primera adolescencia fui adoctrinado en la creencia de que el "ejercito comunista", el "ejercito rojo" - como se decía entonces, se estaba apoderando del mundo, y que los “subversivos” eran el brazo oculto y demoníaco de Moscú que intentaba apoderarse de nuestras vidas. Un día, sin embargo, vi la fotografía de una fosa común exhumada en Argentina.

Las vueltas de la vida quisieron que, recién llegada la democracia, sin saber de la ocupación del padre de mi amigo, lo invitara a este a que me acompañara a una conferencia que ofrecía Estela de Carlotto en un pequeño teatro de la calle Uruguay. Recuerdo que, a medida que escuchaba a Estela de Carlotto, un malestar físico iba conquistando mi cuerpo. Tuve que salir del local apurado. Vomité en la puerta. No volví a entrar. Mi compañero dijo alguna barbaridad acerca de las “locas putas éstas”, o algo por el estilo, y nos marchamos.

Sin embargo, la verdad se había cruzado en mi camino de manera irrefutable. Muchos de mis amigos eran miembros de familias conservadoras que estaban horrorizadas con la posibilidad de que las Fuerzas Armadas fueran juzgadas por sus delitos y se aferraban con uñas y dientes al discurso que habían aprendido en su adolescencia. 


Entre mis conocidos, al menos tres de ellos eran hijos de abogados representantes de los Comandantes en Jefe durante los juicios en su contra y convencidos procesistas. Otros eran hijos, sobrinos o primos de ex ministros de la Dictadura, jueces y fiscales cómplices, catedráticos católicos convencidos de la amenaza comunista y simpatizantes altisonantes de todo lo actuado sin defecto. 

Para estos chicos y estas chicas sin formación intelectual ni curiosidad manifiesta y evidentemente conformes con sus privilegios, los comandantes eran héroes de la patria que habían evitado que los comunistas se apoderaran del país. Sostenían las más desopilantes teorías sobre los desaparecidos. Como los negacionistas del holocausto nazi, algunos de ellos aseguraban que los desaparecidos eran un invento mediático destinado a engañar a la gente, o  que la mayoría de los desaparecidos vivían en el exterior disfrutando de unas largas vacaciones. 

En este contexto, intenté explicarme, intenté contarles lo que había descubierto, pero no había manera de hacer entender a “mi gente” que la vida no podía seguir siendo la misma después de haber visto lo que había ocurrido durante nuestra niñez, al saber del horror con el cual habíamos convivido y el nivel de complicidad de nuestros padres, familiares y maestros.



El retorno de la democracia

En 1984 marca un punto de inflexión. La negativa a tratar abiertamente la cuestión que me preocupaba me obligó a alejarme. Viví aquí y allá, con una mezcla de inconciencia y angustia indecible. Poco a poco fui alejándome de la gente que conocía, dejé de frecuentar a mis amigos convencionales, y busqué refugio en la literatura y el nomadismo. 

Sabía que no pertenecía al mundo de esa gente que era capaz de festejar la aniquilación y mofarse del dolor de la víctima. Pero tampoco, debido a mi origen y formación, a mi experiencia familiar, mi pasado adoctrinamiento, y el sentimiento de culpa que tenía por haber sido parte de ese mundo de indiferencia y odio, sabía dónde encontrar otra comunidad que estuviera dispuesta a contenerme.

La democracia argentina era todavía endeble. El país no estaba aun preparado para conocer la dimensión de la tragedia y los pormenores del cretinismo ciudadano que había reinado en esas épocas oscuras. 


En 1988, decidido a encontrar una solución, me marché. Viajé a lo largo y ancho de Latinoamérica en busca de respuestas, pero el mundo que me tocaba en suerte comenzaba a transitar una época de frívola violencia e indiferencia. Los ladrillos del muro de Berlín recién derruido estaban siendo utilizados para sepultar la verdad detrás de la lucha ideológica. El triunfalismo neoliberal, asociado a una cosmovisión que anunciaba simultáneamente el fin de la historia y el choque de la civilizaciones para imponer el terror imperial y la manipulación mediática de las masas, nos empujaba de manera casi ineludible a refugiarnos en un individualismo posmoderno que descalificaba cualquier reflexión política. 


Los límites de la espiritualidad oriental en la era neoliberal

Después de un tiempo en Europa, me fui a la India. Me hice monje. Fui el primer monje budista ordenado por el Dalai Lama. Me encerré en una ermita durante años, dispuesto a encontrar en la consciencia las respuestas que no había tenido a lo largo de mis años de errancia. Tuve la fortuna de poder enfrentarme a la rabia y a la decepción, a la locura que acechaba en mi corazón. Pero al final del camino, en la profundidad del alma, no encontré ninguna respuesta, sino mi propio rostro vacío.

En 1999, después de mi huida de América Latina hacia Oriente, el destino me llevó a Colombia. Llegué como instructor de meditación y profesor de filosofía budista. Pero allí volví a encontrarme con mi gente, o mejor: "con gente como mi gente" que, asustada y ciega frente a la violencia, exigía que se la defendiese de cualquier modo, a cualquier precio, dispuesta a cerrar los ojos y los oídos a la injusticia con tal de poder acceder a la promesa de sus vidas imaginadas por otros.

En el 2001, por esas casualidades del destino, en las mismas fechas en las que el atentado a las Torres Gemelas se hacían dueña de todas las pupilas del mundo, y la violencia y la sed de venganza volvía apoderarse de nosotros dando paso a una nueva "Guerra contra el Terror", dejé mis hábitos de monje y viaje a Buenos Aires.  Fui testigo durante las semanas que permanecí en Argentina de la furia y desconcierto de un pueblo saqueado y empobrecido por los herederos de esa misma dictadura militar que había diezmado una generación. 



2010. La sociedad argentina en su encrucijada

Han pasado diez años desde entonces. Muchas cosas han cambiado, pero la sociedad argentina sigue estando profundamente dividida. Hay quienes creen que la solución a nuestros problemas es volver a la mano dura, al exterminio de sus enemigos políticos y practican una mueca arrogante ante la justicia, reivindicando sus privilegios sin vergüenza, y exigiendo la continuidad de la impunidad a la que les han acostumbrado sus padres. 


Estos son los que reclaman el derecho al olvido, los que exigen a la víctima un perdón jurídico para sus verdugos sin arrepentimiento, los que fingen que los crímenes de lesa humanidad, la apropiación de niños, la aniquilación sistemática de jóvenes, la tortura, la desaparición de personas, la abominable imposición del terror, el saqueo concertado, la destrucción de lo que pertenecía a todos por derecho ciudadano, puede justificarse en virtud de la naturaleza del enemigo al que se enfrentaban las fuerzas del Estado. 

Esta gente no quiere saber nada de historia. Pretende someter la justicia a una reducción salomónica de las culpas. Se aferra con furia a la mentira porque sabe, de algún modo indecible, que en la verdad del horror, anida una amenaza a su propia identidad y privilegios; una amenaza que el testimonio de la víctima también supone para aquellos que optaron por aprovechar el momento haciéndose los distraídos.

NO ME DIGAS QUE SOMOS UN PUEBLO

Milei viaja a España para apoyar a la extrema derecha, a esa derecha franquista y neoliberal que busca derrocar al gobierno de Pedro Sánchez...