LA COMPRENSIÓN DEL OTRO. De la política al más allá.


Introducción

El título de este post comenzó siendo “La oportunidad”. Quería mostrar que, más allá de los peligros que acechan al proyecto "nacional y popular" que pretende encarnar el kirchnerismo, el triunfo de Cambiemos puede servirnos para profundizar el reconocimiento de derechos de una manera más amplia. Lo cual no quita reconocer la peligrosidad que supone para los intereses populares un gobierno neoliberal y neoconservador como el de Mauricio Macri, que ha llegado al poder a través del voto popular, con enormes recursos debido al control territorial del Estado y de los distritos más populosos y ricos del país, con las espaldas bien guardadas por el poder mediático y judicial. Los recientes nombramientos de miembros de la Corte Suprema por decreto confirman nuestros temores. Algo de eso diré a continuación.

Ahora bien, cuando leí las noticias sobre las elecciones en Francia se me ocurrió que un elemento importante que estábamos olvidando en nuestro análisis y que es crucial que recuperemos si queremos establecer una estrategia constructiva para los próximos años es el hecho de que el triunfo cuantitativo de Cambiemos oculta una importante derrota cultural. Esta derrota (no cuantitativa, repito, sino cualitativa) puede ser el trampolín desde donde pensar el proceso de empoderamiento colectivo del cual habló Cristina Fernández en su discurso despedida en la Plaza de Mayo. Por esa razón, el título alternativo del post es: “La izquierda de la derecha; y al revés”. Algo más diré sobre esto. 

Finalmente, las declaraciones de Máximo Kirchner sobre la necesidad de hacer un Frente para la Victoria más amplio, más incluyente, me hicieron pensar en la necesidad de vehicular una idea de Argentina como totalidad que nos permita pensar kirchnerismo y macrismo como momentos dialécticos de un mismo  proceso de construcción identitaria. Lo que es evidente, más allá de la retórica de unidad que promueve Cambiemos, el mismo resuena porque existe un malestar de fondo al que hace referencia. Ese malestar gira en torno a la conflictividad de la vida social y el anhelo de unión con el que se topa. En síntesis, ¿Es posible, en una situación de antagonismo como la que vivimos, trabajar en pos de una identidad común fundada en la diferencia? Parece necesario encontrar alguna fórmula alternativa que nos permita interrumpir los ciclos de disyunción que caracterizan a la Argentina fraticida. Es en este sentido que titulé al artículo: "La comprensión del otro. De la política al más allá". Con esto no me refiero a una suerte de consenso solapado a la Rawls, aunque es evidente que algún tipo de consenso procedimental es indispensable en las sociedades modernas. En el caso de una sociedad como la nuestra, necesitamos algo más "sustancial". A continuación desplegaré algunos argumentos en esta dirección

(1)

Comienzo con una evidencia. 

Los problemas más acuciantes a los que se enfrenta la política argentina actual giran en torno a lo sesgado de los juicios respecto a nuestros contrincantes en el debate. Es un lugar común recurrir a la suspicacia respecto a las motivaciones morales de nuestros antagonistas. 

Podría ser que, ahora que el kirchnerismo ha dejado circunstancialmente el poder (después de doce años de estigmatización ininterrumpida por parte de una oposición desgarrada por el odio y el prejuicio) haya llegado la hora de comenzar a abordar el análisis de los discursos y las políticas públicas de otro modo. No en función de hipotéticas “motivaciones perversas” que se despliegan de cara a la galería – lo cual ineludiblemente nos lleva a deformar la argumentación estudiada – sino en vista de su estricto contenido ideológico. Se trata de abordar la política críticamente: echando luz sobre las condiciones de posibilidad de lo que se explicita y se hace, en contraposición a la mera crítica ideológica. 

Por supuesto, las retóricas de gobernantes, políticos opositores y comunicadores en general, deben confrontarse con la realidad de los hechos. No hay duda que se miente, y que se lo hace descaradamente. Los últimos doce años han sido un festín de publicistas, escrachadores, denunciadores seriales y mentirosos inveterados. Es obvio (y no tan obvio), como señala Ignacio Ramonet, que en nuestra época se desinformar informando, que los discursos y las puestas en escenas se articulan, no sólo para mostrar, sino también (y en gran medida) para ocultar la realidad. 

Pero es posible, precaviéndose con la contrastación empírica de los hechos y los discursos, echar luz sobre los trasfondos que animan a los contendientes. Metodológica y estilísticamente, se echa en falta un Chomsky en nuestras latitudes, alguien que tenga la capacidad para desmontar los discursos confrontándolos con la realidad. Lo más próximo que se ha intentado en los últimos años ha sido el programa 6-7-8 y sus órbitas mediáticas, cuya estrecha relación "personal" con el gobierno le ha costado una credibilidad más amplia, pese a los aciertos del formato y el objetivo definido. 

Lo que necesitamos es hacer comprensible al otro. Entender su estrategia, por supuesto, pero también la ontología, la antropología y la ética que sustenta su visión del mundo. La caricaturización de nuestros contrincantes los convierte en blanco fácil de nuestros ataques, pero lo alejan de nosotros como objetos de entendimiento. Los monstruos no existen. Los agentes, incluso aquellos que actúan en principio de manera incomprensible, que nos indignan o subvierten nuestras emociones, lo hacen en el marco de sus propias lógicas existenciales. Entender esas lógicas es imprescindible si queremos tener lucidez a la hora de juzgar los escenarios humanos.

Los fragmentos discusivos y los actos y medidas puntuales son incomprensibles fuera de sus contextos. Entender a nuestros antagonistas supone prestar atención a los ideales que los animan, las mutaciones que sufren, el mestizaje que traen consigo las alianzas que establecen con otros agentes. En definitiva, ser conscientes del movimiento de la vida humana, específicamente, de su dimensión socio-política. 

Para ello debemos huir de los estereotipos, sin olvidar que las matrices y categorías que utilizamos para ordenar la experiencia no son enteramente arbitrarias. Debemos volvernos asiduos lectores de los libros de nuestros contrincantes, conocedores dedicados de su argumentación, asiduos escuchas de sus discursos, atentos a los dilemas y paradojas a las que se enfrentan.  Solo así seremos capaces de articular más claramente nuestras propias opciones morales y políticas.Después de todo, la política, como la religión, no puede juzgarse desde una perspectiva neutral. En nuestro caso, ni el kirchnerismo, ni el macrismo, tienen, tendrán, o deberían tener, la última palabra.

(2)

El resultado de las elecciones francesas de las últimas horas señala que el Frente Nacional ha sido derrotado por la coalición de Nicolás Sarkozy y el Socialismo. Estos han establecido una alianza, como en ocasiones anteriores (una suerte de cordón sanitario alrededor de la derecha radical representada por Marine Le Pen) con el fin de proteger a la República del radicalismo racista y xenófobo. 

Desde el punto de vista cuantitativo, sin embargo, el triunfo de la coalición es relativo.  Si prestamos atención a la totalidad del campo donde se enfrentan las diversas fuerzas, el “extremismo” resulta victorioso en un sentido fundamental: empuja al resto de los agentes a inclinarse a la derecha para captar el malestar que ha empoderado a los ultras. Es decir: triunfa culturalmente.

De manera análoga, aunque el triunfo cuantitativo de Mauricio Macri es indiscutible, éste sólo fue factible a través de una “kirchnerización” discursiva de Cambiemos, que debió adoptar ideales ajenos a su identidad histórica para captar el voto descontento que quiso deshacerse de 12 años de kirchnerismo nominal, pero no de los derechos adquiridos durante este período. 

Aquellas políticas que atenten contra los pilares del imaginario cultural hegemónico deberán enfrentarse a diversas formas de resistencia popular. La estrategia del macrismo consiste en camuflar esos cambios, al tiempo que dispone la trama narrativa para hacer un giro cultural que le permita regresar al núcleo ideológico duro del cual es heredero.

Sin embargo, los tránsitos de ida y de vuelta no están asegurados. Como ocurre en la vida individual, las experiencias colectivas producen mutaciones imprevisibles. Los intereses sectoriales en pugnan pesan, pero también la idiosincrasia de la población, los malestares y frustraciones, lo que en cada momento histórico es aconsejable y permisible.

(3)

Ahora bien, los dilemas frente a los que nos sitúa una sociedad plural, confrontada por anhelos contradictorios e identidades agonísticas, nos obligan a cuidar los mecanismos constitucionales que la democracia nos ofrece con el fin de superar las tentaciones siempre presentes de la violencia. 

Eso no significa que la única vía sea una "democracia consensual". La unidad no consiste exclusivamente en guardar ciertas formas, ni siquiera en apostar a una razón comunicativa y dialóguica blindada procedimentalmente para encontrar una vía media que conforme a todas las partes.

Además, estamos obligados a prestar atención a las asimetrías que los marcos procedimentales, las formas en las cuales se ciñe el hipotético diálogo, ocultan.

En ese sentido, dos esferas preocupan especialmente a quienes no ostentan poder y dinero en esta encrucijada: la justicia y los medios de comunicación.  Sin resolver la parcialidad de la primera, y promover la multiplicación genuina de las voces, las decisiones finales que la ciudadanía toma en las contiendas electorales se tornan ilegítimas (aunque pudan presumir de legalidad). Esto ocurre cuando los agentes políticos se sienten amenazados jurídicamente o silenciados en la esfera pública.  


LOS ARGENTINOS Y SUS DERECHOS





1. El mundo de la vida (el mundo de la cultura y la cotidianeidad) está acosado por dos subsistemas: el capital corporativo (dinero) y el Estado burocrático (poder). En épocas recientes hemos visto como el capital corporativo y el Estado burocrático actúan conjuntamente, no ya como competidores, sino como socios incestuosos, haciendo más difícil a los ciudadanos tener control sobre sus vidas.

2. Los medios de comunicación masiva y las redes sociales han transformado la esfera pública, ampliándola, pero también dislocándola y diluyéndola en un océano de voces en el cual resulta difícil para las mayorías orientarse. Sólo a través de una estrategia concertada de los movimientos políticos y sociales de «los de abajo» (como ejemplifica la consciencia en el terreno medioambiental, fruto del empeño estridente de los grupos ecologistas durante más de cincuenta años) pueden afectarse positivamente los «imaginarios sociales».

3. Los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández fueron importantes, especialmente si los contrastamos con lo que le antecedió (saqueo del Estado y quiebre institucional). Lejos estuvieron de cumplir con todos los anhelos de emancipación, igualdad y solidaridad que nos motivan, pero fueron capaces de poner en marcha un movimiento de reivindicaciones que se asocia a los grandes hitos históricos de resistencia popular del continente.

4. Sin embargo, hay una parte importante de la ciudadanía argentina que ha asumido el discurso mediático corporativo como propio, y habita un imaginario en el cual el kirchnerismo (como en otras épocas el comunismo o, actualmente, el islamismo) es el origen de todos los males. Un imaginario de estas características es (no debería hacer falta decirlo) absolutamente fraudulento. Los conflictos de la sociedad argentina no nacieron con el kirchnerismo, ni van a terminar cuando el kirchnerismo desaparezca.

5. Borrachos de aversión, los armadores políticos (periodistas, consultores de imagen y publicistas) construyeron una alternativa política al kirchnerismo en la cual ubicaron en el centro de la escena a Mauricio Macri y su «equipo» de trabajo. La tradición política de Macri es neoconservadora y neoliberal. Tiene una mirada elitista de la política (los asuntos importantes se discuten entre los que cuentan: el famoso «círculo rojo», es decir, de espaldas a la ciudadanía). Entiende la economía con una mezcla bien sazonada de libre mercado e instrumentalización de los recursos del Estado. Basta echar un vistazo a sus héroes más allá de nuestras fronteras para constatar de qué estamos hablando: (1) Donald Trump; (2) José María Aznar y Rajoy; (3) Mario Vargas Llosa.

6. Desde el punto de vista comunicacional, como ocurre con otros políticos de la nueva derecha mundial, Cambiemos se presentó con un doble discurso: el de la efectividad empresarial (sus ministerios están dirigidos en su mayor por CEOs de grandes multinacionales) y el de la nueva espiritualidad (que combina una ética hedonista, condimentada por cierta visión neo-estoica o neo-budista de la realidad, que recupera en clave retórica nociones ilustradas como «beneficencia mutua» con aditamentos de «compasión» o «altruismo» budista en clave caritativa).

7. En esta misma dirección, el discurso de Mauricio Macri durante la campaña enfatiza el individualismo en detrimento de cualquier noción fuerte de lo colectivo. Dos datos bastan para confirmar esta intuición: (1) el reiterado uso del segundo pronombre singular durante la campaña (el «vos», en detrimento al «nosotros») y (2) su reticencia a hablar de la patria. Incluso en el momento de la asunción, cuando eludió jurar por la patria y, en cambio, lo hizo por una categoría subjetiva como es la «honestidad». Echando un vistazo a los archivos más recientes, descubrimos que, para Macri, los temas de soberanía están supeditados a las necesidades del mercado. Ejemplo de ello fueron sus definiciones acerca del tema Malvinas y su alineación con la política exterior estadounidense desde el primer día.

8. Lo anterior no es una crítica, sino simplemente la constatación de los elementos ideológicos que sustentan a la fuerza política triunfadora. Lo que se evidencia es, en breve, que Cambiemos se alinea con una cierta manera de entender la sociabilidad y la individualidad humana. 


9. Ahora bien, si echamos un vistazo al mundo que nos rodea, constatamos que el giro hacia la derecha neoliberal y neoconservadora en Argentina no es una anomalía local. Todo lo contrario, el giro se da a escala mundial. El capitalismo siempre se ha caracterizado por su tendencia a la monopolización. El Estado moderno ha sido al mismo tiempo su posibilidad y su límite. Pero el neoliberalismo ha logrado domar al Estado, agigantando de este modo sus posibilidades y derrumbando todo límite pretérito. Los resultados han sido y están siendo catastróficos. Las consecuencias en términos de sufrimiento humano y deterioro medioambiental, trágicos.

10. Desde el 2007, con la manifestación de los desequilibrios de la ruleta financiera alrededor de las sub-prime, que trajo consigo la masiva transferencia de recursos del Estado a las corporaciones, vía salvamento bancario, Europa vive las consecuencias de esta política plutocrática. Los resultados están a la vista. Los países del sur de Europa se encuentran quebrados, con deudas que ascienden, en algunos casos al 160% de su PBI. Sometidos a privatizaciones masiva, ajustes estructurales que ponen en crisis los sistemas sanitarios y educativos, y mantiene a una parte sustancial de la población desempleada (el 21% en España, por ejemplo), o precarizada. Mientras tanto, bancos y empresas reciben subvenciones directas e indirectas, y sus cuentas cierran anualmente con números de crecimiento astronómico.

11. En América Latina, pionera en la implementación del modelo neoliberal en los años noventa, un conjunto de gobiernos progresistas triunfaron en elecciones libres con políticas dirigidas a recuperar el rol del Estado, y la política genuinamente democrática. En Argentina, dicho proceso giró en torno a tres ejes fundamentales: políticas sociales, soberanía y derechos humanos. El éxito relativo del proyecto político es incuestionable. Más allá de los problemas, los datos objetivos son elocuentes: desendeudamiento sin ajuste (Argentina tiene la tasa de deuda relativa más baja del mundo: 19% del PBI); exitosa política de reparación histórica en derechos humanos, acompañada por una ambiciosa política de ampliación de derechos; y un abanico de medidas efectivas para minimizar la desigualdad estructural.

12. La respuesta a este proyecto ha sido un ataque concertado, instrumentalizado a través de los monopolios globales comunicacionales, acompañado de la judicialización permanente de la política pública y el blindaje judicial de las corporaciones económicas. No estamos hablando de un fenómeno local. Boaventura de Sousa Santos habla en su Sociología del Derecho de los mecanismos utilizados por el neoliberalismo para lograr el «epistemicidio» de los pueblos del sur: (1) los ataques a los imaginarios sociales emancipadores a través de una aceitada industria informativa y cultural que hace mella entre la ciudadanía, y (2) un entramado jurídico institucional que perpetua las estructuras neocoloniales que se encuentran al servicio del capital transnacional.

13. Ahora bien, en estos días hemos visto algunas cosas interesantes. Las dos preocupaciones centrales de Macri han girado en torno a dos organismos: el AFSCA, que preside Martín Sabatella, dedicada a monitorizar la política comunicacional e implementar la Ley de Medios Audiovisuales; y la Procuradoria General del Estado, presidida por Alejandra Gils Carbó, cuyo propósito es representar a la ciudadanía frente a todos los estamentos del Estado. Los medios de comunicación y la Justicia son los dos estamentos que utiliza el poder corporativo para pasar por encima de la democracia representantiva popular.

14. También hemos sabido, gracias al sinceramiento reciente de Alfonso Prat Gay, que el país no está tan mal como habían anticipado los formadores de opinión, y que, por ello, las medidas de choque que aparentemente se necesitaban pueden esperar.

15. El tema institucional que el macrismo, como el resto de la oposición de entonces, tanta importancia concedió, no parece ya una prioridad del actual gobierno. La derogación de la ley de Medios audiovisuales, la ley más debatida de la historia del país, fue realizada a través de un DNU.

16. Más preocupantes aún son los gestos en torno a la política de derechos humanos. Después de la editorial de La Nación, y la blanda respuesta de Mauricio Macri respecto a la necesidad de suspender los juicios por crímenes de lesa humanidad, las designaciones recientes y la reposición de los dictadores genocidas en el panteón del portal digital de Casa Rosada no alientan esperanzas en esta dirección. Su silencio al respecto durante sus discursos de jura y traspaso, resultó atronador.

17. Finalmente, una nota color: cuando diarios como La Nación y Clarín dejan sus estridencias de lado, Argentina es un país normal, con sus problemas, con sus dificultades, con sus triunfos y sus fracasos. Lo que Argentina no es y no fue durante los últimos años es lo que la opinión de la gente quiso creer: una dictadura al borde de su propio abismo. Noam Chomsky solía decir que uno de los consensos que se manufacturan para someter a sus pueblos es hacerles creer que viven en «Estados fallidos». La estrategia comunicacional en Argentina ha sido de manual.

18. Lo preocupante es lo siguiente. Lograron convertir la imagen de un gobierno medianamente normal, comprometido con el país y con su gente, pese a sus evidentes errores y sus casos de corrupción, en una dictadura que llevó al país a la quiebra y que utilizó los derechos humanos para sus propio beneficio electoral. Lograron eso, y convertir a Mauricio Macri y a su lobby, apoyados por los Mitre (La Nación) y los Magneto (Clarín), los mismos que escondieron a los muertos y a los desaparecidos, los mismos que apoyaron todas las dictaduras militares y todos los programas de empobrecimiento, en los «salvadores de la patria», los promotores de una abstracta unidad nacional.

19. A quienes pensamos en términos históricos y releemos con atención la retórica de los golpes militares y otras zancadillas en la historia a los movimientos populares, las odas a la Unidad de estos días, y las admoniciones a cerrar el pico de aquellos que no comparten la alegría de la abstracta unidad nacional, junto al glamuroso chismorreo sobre la primera dama y las galas del Colón, nos retrotraen a otras épocas.

Finalmente, no seamos ingenuos. Los Europeos vivieron el holocausto y asumieron el compromiso de los derechos humanos. Hoy dejan ahogar en sus costas a los niños, las mujeres y los ancianos refugiados de Siria, después de décadas de genocidio concertado fuera de sus fronteras. En Francia, el país de «la libertad, la igualdad y la fraternidad”, el partido de Le Pen, la derecha islamofóbica y xenófaba, se apresta a gobernar durante los próximos años. Los derechos adquiridos no son derechos asegurados. Hay que militar, no por el kirchnerismo per se, sino por aquello que la resistencia de los de abajo ha logrado, con sangre, sudor y lágrimas.

THE NEW AGE


La “prensa oficialista” nos deleita con eufóricas odas a la nueva política del país (Fidanza, La Nación, 12/12/2015). El empeño consiste, en su mayor parte, en marcar las diferencias con el gobierno saliente, contrastar estilos y políticas de fondo. 

Una lectura serena del discurso de Mauricio Macri el día de su asunción nos permite discernir generalidades, estrategias residuales de campaña y proyectos efectivos.

Para sus periodistas adeptos, el eje central del mensaje presidencial es la unidad de todos los argentinos. Desmedidos en su adjetivación, sostienen que la diferencia más importante con la exmandataria, Cristina Fernández, es su vocación dialógica. Las fotografías durante su primer día presidencial lo reproducen en ese empeño: el encuentro con los postulantes que compitieron con él realza esa aspiración. 

Más difícil es ubicar en el mismo paquete (1) el desplante que supuso la tramitación de una cautelar a espaldas de los negociadores del FpV que acabó con la estrambótica decisión de la jueza Servini de Cubría de convertir en presidente durante 12 horas a Federico Pinedo  (Bruschtein, Página 12, 12/12/2015); o (2) la decisión unilateral (a través de un DNU) de intentar limitar la operatividad del AFSCA (un organismo autárquico) en su escalada contra Martín Sabatella; o, finalmente, (3) la insistencia por poner de patitas en la calle a la Procuradora Alejandra Gils Carbó, cuyo mandato es equivalente a un ministro de la Corte Suprema de Justicia. Muy lejos quedan las indignaciones que causaba la insistencia del Gobierno saliente de que el Ministro de la Corte, Carlos Fayt,debía renunciar teniendo en cuenta que había sobrepasado en más de una década la edad establecida en las leyes para el cumplimiento de su función. En esta línea, el pretendido respeto institucional que animó los debates durante los últimos años quedan en entredicho por su parcialidad evidente.

Es un lugar común de la nueva derecha global presentarse como principal defensora de las clases desfavorecidas, al tiempo que somete a la población a estrictas políticas de austeridad, recorta sus derechos laborales y despoja al Estado de los recursos necesarios para la articulación de una auténtica política social (Natanson, Le Monde Diplo Cono Sur, Nov. 2015). Lo que es nuevo, en todo caso, es la estrategia comunicacional, los estilos dispuestos, el New Age y el pseudo-budismo que instrumentaliza para cazar desprevenidos cómodamente instalados en los órdenes morales de la hipermodernidad.

Mientras esperamos las medidas de fondo, que hasta el momento no parecen imprescindibles en el campo económico, como con agitada vehemencia se predijo en campaña (Cufré, Página 12, 12/12/2015), vale la pena recordar que los períodos de endeudamiento producen una fugaz sensación de abundancia. La vicepresidenta, Gabriela Michetti, afirmó en su momento que consideraba un signo de “salud” el endeudamiento. La historia argentina reciente demuestra que endeudamiento y liberación de control de cambios ha supuesto siempre una masiva transferencia de recursos del sector público al sector privado.

Otros aspectos, más difíciles de cuantificar, giran en torno a algunas designaciones, las cuales manifiestan claramente que, más allá del carácter dialogante propuesto, el círculo efectivo del poder está repartido entre "familiares leales ideológicamente" y viejos conocidos de la aristocracia más brutal o sus descendientes. El caso del sobrino de Blaquier como gestor del Fondo de Garantía de Sustentabilidad es el más reciente. 

Entre las curiosidades del día de ayer, se destaca la restauración del retrato de Videla y sus acólitos en la página oficial de la Casa Rosada (toda una declaración de principios, preanunciada por la ominosa editorial del "día después" del diario La Nación en la que se llamaba sin pelos en la lengua a descontinuar los juicios por crímenes de lesa humanidad).


LOS DISCURSOS


Cuando escuchamos un discurso político, especialmente en el momento de una asunción presidencial como la que presenciamos o visionamos ayer, esperamos ver y escuchar algo sustancial. Todos los argentinos, supongo, esperábamos alguna definición, alguna respuesta a la pregunta que todos nos hacemos: ¿Y ahora qué? ¿Hacia dónde vamos?

Un presidente es el representante del pueblo. No está allí para mandar, sino para obedecer el mandato de su pueblo. Suponemos que ha escuchado la voluntad popular y ha tomado las riendas del gobierno para servirlo, conduciéndolo hacia el propósito que explícita o implícitamente ha expresado con su voto el soberano (el pueblo).

En ese sentido, esperamos que en una discurso inaugural se desplieguen, aunque más no sea de manera imprecisa, los grandes ejes de la política por venir. En ese sentido, ¿cómo no incluir en el discurso algún elemento utópico? Aunque la utopía sea eso: un no-lugar. Y, por ello, un fin inalcanzable, irrealizable, es en esa mística utópica donde los pueblos abrevan sus esperanzas y alimentan su voluntad de autogobierno.  

El objetivo de la democracia no es establecer una serie de mecanismos procedimentales que nos permitan elegir a un gestor experimentado para nuestra empresa. En la práctica democrática los ciudadanos ejercitan y construyen su identidad colectiva y su diferencia, dándole forma a su destino común. Por esa razón, la pregunta “¿hacia dónde vamos ahora?” es tan importante, y el impasse retórico tan perturbador e incisivo. Queremos saber, imaginar, cual es el horizonte de nuestra travesía colectiva.

Los discursos políticos, como ocurre también con la expresiones artísticas, exigen una especial sensibilidad.  De la misma manera que hay que entrenar la mirada y el oído para disfrutar de un cuadro o una sonata, debemos entrenar nuestra sensibilidad para apreciar la retórica política.  

En muchos sentidos, vivimos en una época en la que el arte y la política están de capa caída. En muchos sentidos hemos perdido esas habilidades, tan prominentes en otras épocas. Con el arte y la política ha pasado algo semejante a lo ocurrido con el lenguaje religioso. La distancia entre el espectador u oyente y la expresión a la que se le invita, es análoga a la distancia entre amplias masas de la ciudadanía y la retórica política.

¿Cómo suplimos en nuestro tiempo este vacío? El crítico de arte se ha convertido en el sacerdote de nuestro tiempo en el ámbito de la expresión artística. Consumimos más crítica, más comentario literario, que arte mismo. De manera semejante, consumimos más periodismo que política, y más terapia que espiritualidad. Pero ni lo que dice el critico es arte, ni lo que dice el periodista es política, ni lo que expresa el terapeuta es religión o espiritualidad.

Ahora bien, si nuestro anhelo es ser verdaderamente, genuinamente, auténticamente libres, tenemos que aprender a mirar, a escuchar, a interpretar por nosotros mismos, a participar en primera persona en todas estas esferas. En la esfera política, que es la que aquí nos interesa, se trata de volver a las fuentes. Leo Strauss nos animaba a volver a las fuentes de la filosofía política. Es decir, a los pensadores y a los discursos de los dirigentes. En nuestro caso, tenemos que prestar atención a las expresiones de nuestros líderes, aprender a interpretarlas, a leer entrelíneas. Es decir, educarnos a trabajar con la textura de la política allí donde se producen sus expresiones más elocuentes.

De lo contrario, estamos condenados a ser prisioneros de la frivolidad que manufactura el lenguaje publicitario y el corsé de las redes sociales.

Por su puesto, de manera análoga a lo que ocurre con el arte contemporáneo y la espiritualidad terapéutica que desacreditan el arte mayúsculo y la genuina espiritualidad, una parte importante del descrédito de la política se la debemos a los propios políticos que han traicionado su esfera de acción poniéndose en manos de periodistas, asesores de imagen y publicistas.

Pero eso no significa que el arte, la espiritualidad o la política en sí mismas sean esferas a descartar a favor de un modo más pragmático de comunicación, como el que nos propone la política de gestión empresarial (la cual, por definición, no puede ser auténticamente democrática, sino sólo “formalmente” democrática). La política de gestión propone un orden funcional jerarquizado que sólo prevé el alineamiento de la ciudadanía, y no la discusión abierta de los asuntos públicos en un plano horizontal.

El discurso del nuevo presidente fue una clara expresión de este tipo de política de gestión empresarial. Las discusiones importantes no se llevan a la plaza pública. Como vimos en los últimos días, las negociaciones se realizan de espaldas a la ciudadanía, entre expertos o actores preeminentes que en todos los sentidos están exentos de la vigilancia a la cual se somete cualquier funcionario público en un régimen democrático. La política de peso se hace de espaldas al pueblo.

En la plaza se escenifica el voto de confianza, se hace un llamado a una falsa unidad que se nutre del des-empoderamiento de las diferencias. Se personifica una profesionalidad que asegure la eficacia a la hora de cumplir con los mandatos de los accionistas y votantes del nuevo proyecto en el cual la democracia, como ideal utópico, está subordinado a la geopolítica corporativa.

La escenificación política que vimos el día anterior a la asunción, en la despedida a Cristina Fernández de Kirchner, es la política que ha expresado de mejor o peor modo el kirchnerismo durante los últimos doce años. La política entendida, con sus más o con sus menos, como camino de liberación.

En este sentido, y pensando en los tiempos que corren, el kirchnerismo pretende ser un antídoto que nos libere del cautiverio del branding.

Por supuesto, hay siempre algo de “branding” en la política. Los políticos están siempre en campaña. Al elegir un candidato o una fuerza política, estamos eligiendo un estilo de vida, estamos sumando una dimensión clave en nuestra narrativa existencial.

Definirnos como radicales, peronistas, kirchneristas, macristas, troskistas, ecologistas, feministas o simplemente “apolíticos” viene acompañado con estilos y caracterizaciones distinguibles en muchas otras esferas de nuestra existencia.

No es lo mismo que elegir un par de zapatillas o jeans, o el lugar donde vacacionamos, pero no hay duda que hay una oscura (y tal vez indescifrable) conexión entre las diversas dimensiones de nuestra vida. Eso no significa, evidentemente que vivamos coherentemente, ni siquiera que podamos o debamos hacerlo.

Sin embargo, la comunicación política no puede reducirse al branding sin dejar de ser política y convertirse en una forma de despotismo soft.

Por esa razón, nuestra responsabilidad es aprender a leer la retórica política, aproximarnos a ella filosófica, incluso espiritualmente. Una educación democrática de calidad, una educación auténticamente liberal o libertaria exige ese componente. Necesitamos aprender política como necesitamos aprender a leer y escribir o hacer deportes, yoga o meditación. Una vida sin educación política es una vida de esclavitud.

Una aproximación de este tipo es lo que nos permitirá liberarnos de la dominación que el mercado ejerce sobre nuestra subjetividad, al mismo tiempo que nos ayuda a participar de esa tarea loable y necesaria que implica liberar  a la propia política de la dominación que ejercen sobre ella los medios de comunicación masivos.  

En esta dirección quisiera rescatar el fragmento final del discurso pronunciado por Cristina Fernández de Kirchner el día 9 de diciembre en la histórica Plaza de Mayo, en el cual la exmandataria señala el camino de construcción en el cual debemos comprometernos durante los próximos años aquellos que nos paramos en la vereda opositora.


Dice Cristina Fernández:

"Decirles mis queridos compatriotas, que cada uno de ustedes, cada uno de los 42 millones de argentinos, tiene un dirigente adentro. Que cuando cada uno de ustedes, cada uno de esos 42 millones de argentinos, sienta que aquellos en los que confió y depositó su voto lo traicionaron, tome su bandera, y sepa que él es el dirigente de su destino, y el constructor de su vida, que esto es lo más grande que le he dado al pueblo argentino, el empoderamiento popular, el empoderamiento ciudadano, el empoderamiento de las libertades, el empoderamiento de los derechos.
Gracias por tanta felicidad, gracias por tanta alegría, gracias por tanto amor. Los quiero. Los llevo siempre en mi corazón.
Y sepan que siempre estaré junto a ustedes.
Gracias a todos.”

NO ME DIGAS QUE SOMOS UN PUEBLO

Milei viaja a España para apoyar a la extrema derecha, a esa derecha franquista y neoliberal que busca derrocar al gobierno de Pedro Sánchez...