BUDDHISM: ¿EL NUEVO ESPÍRITU DEL CAPITALISMO EN LA ERA DE LA GLOBALIZACIÓN Y LA EXCLUSIÓN?





Estos fragmentos se redactaron en el marco de un debate en las redes sociales con algunos amigos budistas. Mi intención en un futuro próximo es articular un post más elaborado. Por el momento, para seguir sumando perspectivas, los expongo a vuestra consideración. 


(1)

Para quienes no estén familiarizados con su filosofía más sofisticada, no resultará seguramente interesante. Pero, para quienes hayan intentado ahondar en sus nociones, creo que puede resultar sugerente.

Como ustedes saben, en la versión de Nagarjuna y su linaje, el Buda define la realidad última como "vacía de existencia inherente". Eso no quiere decir, en modo alguno, que las entidades no existan, sino que no tienen esencia. Su verdad relativa es que surgen en dependencia de causas y condiciones.

A partir de allí, uno puede preguntarse, con un propósito eminentemente político en mente, y con la vista puesta en la necesidad de integrar diversos horizontes de sentido (algunos de ellos irrenunciables para nosotros), si la vacuidad (la ausencia de esencia) de un capitalista opresor y explotador, es idéntica a la vacuidad de un oprimido y explotado.

La respuesta es que las vacuidades [son paradógicamente idénticas y distintas]. 
  1. Si fueran [verdaderamente idénticas], podríamos establecer la vacuidad de las manzanas sobre las naranjas, y las acciones buenas sobre las acciones negativas. 
  2. [Si fueran verdaderamente distintas] tendríamos que dar cuenta de algún elemento esencial que las diferencie. Pero, eso destruiría toda la lógica de la argumentación.


Lo que es realmente interesante es lo que distingue y hace irreductible las vacuidades. [Para mí, en este punto], lo más importante es valorar la diferencia "residual" de la vacuidad (la identidad relativa).

Por ese motivo, me adhiero a una versión hiper-realista en lo que respecta a la negación de las esencias (o vacuidad), contra las versiones relativistas y posmodernas en boga [que pese a su entonación sagrada de la diferencia acaban reduciéndola a mera ficción: o sopa cósmica indiferenciada].

Las consecuencias políticas de ello deberían inferirse con cierta facilidad. Sin embargo, las corrientes principales del Budismo occidental contemporáneo (y, por qué no, también del Budismo tradicional) tienden a hacer caso omiso de este problema (por razones estrictamente "ideológicas", en sentido marxista), o a interpretarlas según el modelo que Dostoievski ilustró con el fragmento del "Gran Inquisidor".

(2)

Lo que es paradójico es que las dos verdades son idénticas y distintas. 
  1. Si enfatizamos la distinción, acabamos sustantivando la división “apariencia y realidad”. 
  2. Si enfatizamos la identidad, acabamos reificando una verdad en detrimento de la otra, en cualquiera de las versiones disponibles. 
Por ese motivo, propongo una suerte de hiper-realismo que vaya más allá de toda alternativa reduccionista. 

Sin embargo, no estoy pensando estas cuestiones con un propósito metafísico en mente. Estoy pensando en ello convencido que debemos recuperar la ética y la política como filosofía primera. Por ese motivo insisto en establecer como punto de partida una visión hiper-realista.

Una perspectiva realista ni reifica ni reduce los fenómenos a un lenguaje descriptivo alternativo. Está con lo que hay, y trabaja a partir de allí todo el potencial que la experiencia encarnada ofrece a través de sus dimensiones subsidiarias (arte, religión, ciencia).

Por otro lado, no podemos establecer (1) que la verdad relativa y la verdad última son completamente distintas y, a continuación, afirmar que (2) eso no significa que “todo vale”; sin que ello suponga (3) serias consecuencias éticas y políticas. Algo importante queda despreciado en el tránsito entre (1) y (2).

(3)

La idea de que un CEO o un comandante militar pueda establecer, a través de argumentos metafísicos, que la última verdad acerca de sí mismo es “vacuidad” (lo que sea que signifique para él o ella esa palabra mágica), resulta en consecuencias tramposas y peligrosas. Por eso pienso que debería ser una prioridad escribir un nuevo análisis, en la línea de Weber, que podría llamarse “Nuevo Budismo como espíritu del hiper-capitalismo” o algo por el estilo.

A modo de ilustración, daré algunos ejemplos. 

Como ustedes saben, en Argentina ganó las elecciones un candidato que representa un proyecto político socialmente regresivo, que está implementando un programa de austeridad terrible (e innecesario), tomando una enorme cantidad de deuda en un escenario financiero enloquecido y destruyendo la frágil industria local, produciendo altas tasas de desempleo, con el fin de bajar los costos laborales, creando millones de nuevos pobres.

Lo que me interesa es la conexión de la retórica de este gobierno con eso que yo llamo “el Budismo corporativo”, que le permite jugar de manera perversa con todo el conjunto de distinciones que alimenta el binomio “realidad-apariencia”, de manera muy sintomática.

Hace unas horas leía las declaraciones de su socio más importante en esta contrarrevolución conservadora que está sufriendo América Latina, al presidente Michel Temer, quien señalaba que su política estaba inspirada en la que llevó adelante Margaret Thatcher en Gran Bretaña. 

Mauricio Macri decía cosas semejantes antes de iniciar su campaña populista en el 2015 con el fin de hacerse con la presidencia. Muchos de sus seguidores son inflamados defensores de las obras de Ayn Rand, Friedrich Hayek y Mario Vargas Llosa, en una combinación explosiva que adornan con la “sabiduría” de la auto-ayuda y las nuevas espiritualidades, entre las cuales, el Budismo y sus derivados tienen un rol destacado. 

La estrategia populista del gobierno de Macri se esfuerza en sintonizar con estas nuevas sensibilidades. Por ejemplo, el consejo de Ministros del gobierno de Macri, cuando se reúne, no discute las políticas públicas. Lo que se enfatiza es que ellos hacen “retiros espirituales”, en chacras y estancias campestres, en las que, en su mayor parte, se esfuerzan en el diseño de  estrategias comunicacionales que acompañan la implementación del plan de austeridad, que es el verdadero objetivo del gobierno. 

Sin embargo, el gobierno no habla de austeridad, ni habla de ajustes, ni habla de desempleo, ni habla de recortes sociales. El gobierno habla de "sinceramiento". Lo que vemos, lo que sentimos, lo que percibimos e interpretamos, no es la realidad, es pura apariencia. Detrás de todos estos fenómenos esta la verdad, la cual se representa con la salud de su presidente, la belleza de la primera dama, el éxito social, y la ola de personajes hollywoodense que en estos días invaden el escenario porteño convertido en el teatro en el que se despliega nuestro "regreso al mundo verdadero", después de doce años perdidos en las meras apariencias. 

Por su puesto, soy consciente que Argentina es un país raro (aunque uno debería preguntarse, ¿qué país no lo es?), pero justamente, esa rareza es la que resulta más interesante a la hora de desenmascarar el aspecto ideológico detrás de toda esta movida, y la extraña asociación de “tradiciones” detrás de los cambios culturales que acompañan estos cambios estructurales en la economía y la sociedad argentina.

(4)

Otro ejemplo: hace algunos meses, en Valencia (España), se organizó un retiro de meditación con un importante maestro occidental, Alan B. Wallace. En el mismo estuvo presente Rodrigo Rato, un famoso político español del Partido Popular, ex Presidente del Fondo Monetario Internacional, que está siendo investigado por estafas al Estado y otros actos de corrupción usuales. Lo interesante es la enorme publicidad que se le dio al asunto y, según me cuentan quienes participaron en el evento, la relevancia que le dio la propia organización y muchos de los participantes a la presencia del exministro de Hacienda. Hay una extraña y peligrosa promiscuidad entre muchos budistas occidentales y el establishment que da que pensar, comenzando con la fascinación con Hollywood y lo que eso implica en el imaginario colectivo a nivel global.

Pensando en el Budismo tibetano, especialmente, entiendo la estrategia del Dalai Lama y su séquito por razones obvias. Sin embargo, las opiniones políticas del Dalai Lama son recibidas por muchos de sus seguidores de manera acrítica, ciega, debido justamente a una articulación religiosa que tiende a suspender cualquier disidencia (en cualquier área) como una suerte de desviación moral peligrosa. Pero eso ha dado como resultado una suerte de homogenización del imaginario de los budistas occidentales asociados al Budismo tibetano, en lo que respecta a su percepción política del mundo que resulta muy problemática.

Obviamente, si pensamos en esa autoridad política que de facto tiene el Dalai Lama, debido a la autoridad religiosa de la que esta investido entre sus seguidores, y la comparamos con el modo en el cual cuestionamos esa misma pretensión de autoridad e "interferencia" política cuando la ejercita otro líder religioso, como ocurre con el Papa Francisco, salta a la vista lo problemático del asunto. Supongo que habrá que analizar cuánto en este solapamiento entre el orden religioso y político está relacionado con los diferentes modelos de acomodamiento en las sociedades del Atlántico norte.  

Con esto, sin embargo, no estoy promoviendo una política laicista de completa separación, ni mucho menos. Sólo intento poner de manifiesto que, pese a su pretensión de lo contrario, la comunidad budista occidental en modo alguno escapa a las tensiones entre lo teológico y lo político. Vale la pena, en este sentido (y prometo continuar con este análisis en otro post, analizar, por ejemplo, el Ratnavali de Nagarjuna, a la luz de un texto muy interesante de Al-Farabi sobre Platón, sobre el cual Leo Strauss nos llamó la atención). 


(5)

Otro ejemplo puede ayudar a entender lo que quiero decir. Poco después del comienzo de la llamada “crisis de los refugiados”, el Dalai Lama fue entrevistado en Alemania. En ese momento, el debate acerca de lo que debía hacerse con los recién llegados estaba en plena ebullición. El Dalai Lama opinó entonces que los refugiados no podían ser recibidos por Europa debido a su gran número y recomendó que se hicieran esfuerzos para resolver los problemas que habían producido la crisis en Siria. Con el tiempo, esa opinión del Dalai Lama fue modificándose, pero el daño ya estaba hecho. La entrevista inundó las redes sociales, acompañando la opinión con la siguiente descripción del Dalai Lama: “El refugiado más longevo del mundo opina que...”. Además de ser falsa dicha descripción, el carácter ideológico de la entrevista resultaba evidente. Pero lo interesante es la manera en la que se replicó dicha argumentación entre los budistas tibetanos, quienes rápidamente respondieron renunciando a articular argumentos decididos a favor de una política responsable que asumiera los costos de la tragedia.

Por supuesto, la posición del Dalai Lama era interesante e “iluminada” en muchos sentidos. Podía ayudar a pensar con más amplitud las causas del problema. Sin embargo, en su conjunto, resultó negativa. Como juzgo negativa su militante manifestación de amistad con George W. Bush. 

Recuerdo, hace algunos años, su visita a Buenos Aires. Participé de todos los eventos que realizó. En todos ellos no dejaba de nombrar a su  “very dear friend, George W. Bush”. Obviamente, muchos de nosotros nos sentimos avergonzados ante tantas muestras de simpatías hacia un gobernante que, seguramente cumplió un rol importante en la causa tibetana frente a la opresión China, pero que ha sido tan pernicioso para muchos otros pueblos del mundo. 

En breve, creo que en cuestiones políticas, la opinión del Dalai Lama es como la de cualquier otra persona, y no deberíamos de modo alguno tomarlo como un referente absoluto. E insisto en esto, recalcando que el Dalai Lama es un referente crucial en mi vida espiritual. Sus enseñanzas han ido conformando en los últimos treinta años mi discurso filosófico y religioso de manera rotunda, hasta el punto de considerarme en este sentido, uno de sus seguidores.

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Ahora bien, no creo que esta posición del Dalai Lama sea circunstancial. Por el contrario, creo que está asociada a un conservatismo que es bastante evidente entre los budistas tibetanos, en general. Pero no quiero hacer de este el tema de mi conversación, aunque considero que para la articulación de una narrativa emancipatoria, y debido al enorme peso que tiene la posición del Dalai Lama a nivel global, resulta finalmente un obstáculo.

Por ejemplo, siempre me ha resultado muy sintomática la resistencia de la izquierda frente a la causa tibetana. Por supuesto, en parte, esto es comprensible si uno piensa en las simpatías que suscitó el maoísmo entre muchos izquierdistas en su momento, y la fuerte tradición antirreligiosa, atea, que caracteriza a esta corriente. Sin embargo, creo que hay algo más profundo y problemático, que está asociado (como contrapartida) a la actitud de “estudiada” indiferencia de los budistas tibetanos frente a otras reivindicaciones de justicia en el mundo.

Ejemplos de ello son las narrativas oficiales del Budismo tibetano importadas a América Latina. Pero, también, la manera en la cual el budismo tibetano se ha embarcado en una agenda de integración con la ciencia contemporánea. 

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Hace algunos años participé en el Summer Research de Mind and Life organizado en Alemania. Tuve ocasión de hablar con Mattieu Ricard. Lo que me llamó la atención fue la sesgada y (en muchos sentidos "superficial") comprensión de los problemas inmediatos que estamos padeciendo a nivel global. Aunque un experto en cuestiones del corazón, Ricard era completamente indiferente a los efectos políticos de su discurso en América Latina, donde tiene numerosos seguidores entre la derecha política heredera del pinochetismo. 

Eso me ha hecho pensar en los sectores dominantes del Budismo tibetano como en el Opus Dei de la Iglesia Católica. Aunque también asocio algunos elementos nocionales, utilizados ideológicamente, como es el karma, a sus análogos calvinistas, como la predestinación, que permiten una fuerte justificación de clase.

Todo esto no tiene el propósito de menoscabar la religión budista, su pedagogía, el camino espiritual que propone, ni a sus líderes espirituales y sus iglesias en Occidente. Lo que pretende es promover un debate abierto, crítico, que implica una suerte de rebelión entre aquellos de nosotros que admiramos y nos identificamos con el budismo en Occidente, de manera semejante al modo en el cual nos hemos rebelado contra las tentaciones teológico-políticas que intentan coartar nuestra libertad democrática o suspender nuestras luchas a favor de la justicia social.

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Hace unos años tuve la oportunidad de charlar extensamente con Stephen Batchelor. Acababa de publicar su controvertido libro After Buddhism. Obviamente, además de su obra, lo que me llamó la atención fue el ataque concertado contra la misma (y contra su persona) de los representantes occidentales más reputados (Alan Wallace, tal vez, el más articulado en su crítica, rondando la condena personal). 

En aquel momento le llamé la atención a Batchelor acerca de un cuento de Jorge Luís Borges, “Los teólogos”, que cuenta la historia trágica de una confrontación entre dos importantes intérpretes católicos en el siglo XII. Convinimos que hasta cierto punto, en lo que concierne a la discusión filosófico-teológica, el Budismo en Occidente se encuentra aun cautivo del escolasticismo proselitista tibetano, que en muchos sentidos es pariente de nuestra historia de herejías y prohibiciones medievales.

Por supuesto, el escolasticismo tiene virtudes extraordinarias para destacar (aquí no lo utilizo como un adjetivo despreciativo), pero en momentos críticos como el que estamos viviendo, resulta un serio obstáculo a la hora de explorar temas que ni siquiera merecían consideración en el horizonte de una sociedad teocrática, o que no son interesantes para las autoridades y élites culturales por razones estratégicas o institucionales. 

Para mí, los temas más significativos giran en torno a cómo acomodar nuestra imaginación política actual, con las “verdades” que nos propone el budismo tradicional. Esta es la tarea pendiente. Hemos reinventado el budismo para que se acomode a nuestra política cultural y nuestras políticas identitarias, pero ¿qué vamos a hacer con la democracia y la justicia social en la era de la globalización y la exclusión?

(9)

Volviendo a la distinción “apariencia-realidad” que estamos discutiendo, creo que tenemos que hacer un esfuerzo crítico para cancelar la hegemonía de esta distinción en nuestra descripción de la realidad. Y tenemos que hacerlo utilizando la argumentación analítica y la crítica cultural. 

Por otro lado, tenemos que combatir la idea de “interioridad” (de una vida interior) que es más genuina, "más auténticamente lo que verdaderamente somos", que lo que manifestamos pública o socialmente.

Obviamente, hay importantes razones para hablar de una “revolución interior”, pero el discurso tiene una faceta perversa que debe ser corregida. Esto puede sonarle terrible a algunos, pero además de ser muy marxista y wittgensteiniano (by the way) es muy budista. Porque si tuviera que decirlo utilizando una imagen emblemática, diría que un auténtico maestro budista se define (precisamente) como alguien que no tiene vida privada tal como nosotros la entendemos. 

Cuando uno lee los textos del Canon Pali, por ejemplo, si hay algo que llama la atención es justamente esa ausencia de “privacidad” del Buda. Uno podría creer que "irse de retiro", aislarse, consiste en “privar-se”, pero es justamente lo contrario. Uno se va de retiro para cancelar su privacidad, o más bien, para aprender a superar enteramente la distinción público-privado, con el fin de poner la totalidad de su propia vida a la luz. Por eso resulta tan burda la jugada ideológica de presentar a nuestros líderes en su vida cotidiana, en su privacidad, intentando hacérsenos tragar que lo más auténtico de ellos es lo que no nos muestran, aquello que sesgadamente ponen de manifiesto en su vida íntima. 

Y es por ese motivo (un motivo de política cultural) que tenemos que ir en profundidad y refutar cualquier residuo positivo de la vacuidad. 

Cuando los budistas hablan de vacuidad hablan de un fenómeno exclusivamente negativo, sin residuo. Pero si es así, y no queremos quedar cautivos de una perspectiva nihilista, tenemos que llevar el argumento hasta sus últimas consecuencias. 

Y allí, lo que nos encontraremos es que la negación como negación es idéntica en todos los casos, pero como siempre es la negación de un particular, en cada caso es diferente. 

Por ese motivo, si tengo que decir qué es y quién es en última instancia el CEO o el comandante militar o (para el caso, el revolucionario, el santo o el trabajador) diré que es precisamente (aunque circunstancialmente) eso que tengo delante, que obviamente puede y debe ser entendido como algo mucho más complejo, multidimensional y contradictorio pero, de seguro, no es la transparente realidad/espaciosidad que figura en nuestros libros de autoayuda budista.

(10)

Bueno, esa es precisamente la versión ideológica que convierte al Budismo en Occidente en sospechoso en el campo político, y en un obstáculo para cualquier cambio emancipador. 

Pero vamos por partes: 

Con respecto a la idea de adoptar una visión hiperrealista, lo que quiero decir es que existe una tentación muy grande en seguir atados a la dualidad "apariencia y realidad". La cual se articula del siguiente modo:  

  1. Los fenómenos son aprehendidos como si fueran verdaderamente existentes (como poseedores de una suerte de "esencia" objetiva), cuando en realidad están vacíos de existencia inherente; 
  2. Eso significa que son ilusorios;
  3. Pero hay una manera más verdadera de percibirlos; 
  4. Sin embargo, eso no significa que nosotros adoptemos una postura que afirma que "todo vale" (nihilismo), porque si queremos acceder a esa perspectiva iluminada que nos permitirá ver las cosas como realmente son, tenemos que ser personas éticamente saludables. 
Esta es la primera línea argumentativa. La segunda línea argumentativa nos dice que, obviamente, 

  1. nosotros no tenemos acceso a esa visión iluminada, pero 
  2. hay seres iluminados y administradores de esa sabiduría iluminada (su sacerdocio) que si lo tienen. 
Por lo tanto, podemos renunciar a nuestras opiniones y ponernos a disposición de esa expertise para resolver nuestros dilemas ético-políticos. 

Obviamente, el caso más flagrante de ideología en estado puro ocurre cuando el practicante le pide al maestro que le haga un "mo" (adivinación) porque no quiere pagar el precio de tomar una decisión y necesita que alguien la tome por él o ella. 

Pero en términos políticos ocurre algo parecido. Simplemente, la mayoría de los budistas pasan de la película, como si vivieran en Marte, o en una suerte de Shangri-la. 

Vimos algo semejante en esta campaña electoral en los Estados Unidos, cuando el Dalai Lama se sumergió en Londres en la campaña de apoyo a Hillary Clinton de manera abierta. O, cuando el Dalai Lama, en su primera intervención frente a la crisis de refugiados defendió la postura alemana de que Europa no podía recibir a todos los refugiados. Con el tiempo, esa postura fue cambiando, pero la gente en los centros budistas tendió a repetir lo que su líder religioso proponía como opinión política, sin filtro crítico de por medio. 

(11)

Volviendo al tema anterior: en realidad, lo que el argumento de la vacuidad refuta es una noción metafísica (la existencia de una esencia [existencia inherente] y no los fenómenos mismos). Por lo tanto, no plantea una alternativa a los fenómenos que percibimos, sólo niega que existan de cierto modo. 

Es decir, la vacuidad no dice nada acerca del mundo, sino del modo en que el mundo existe. La vacuidad nos regresa a nuestra responsabilidad individual y colectiva de manera brutal y sin residuo. Nos obliga a preguntarnos sin mediaciones:¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Por qué experimentamos el mundo como lo experimentamos? Y estamos de regreso en el surgimiento dependiente, la causalidad en todas sus dimensiones: materiales, biológicas, psicológicas, espirituales, políticas, etc. todas las que quieras. Y con ello, la demanda ineludible de estar llamados (por las circunstancias existenciales mismas) a articular proyectos individuales y colectivos con diversos bienes o metas significativas en el horizonte. 

Pero es ahí donde aparece la ideología en estado puro. En vez de concentrarnos en cambiar la realidad, hacemos lo que se ha hecho desde siempre, "posponemos" los juicios sobre esta realidad tan complicada que tenemos delante, y nos desembarazamos del costo que supone pensarla y transformarla aquí y ahora. Es decir, adoptamos una postura conservadora, encontramos un sinnúmero de justificaciones para que las cosas sigan estando como están. 

(12) 

Recuerdo hace unos años, escuchando a un famoso historiador tibetano, en Oxford, hablando de su fascinación y su enorme admiración por la monarquía inglesa y su confesión (extraordinaria para mi en aquel momento) de que la monarquía británica era lo que ponía coto a las fuerzas revolucionarias que podían acabar con la estabilidad del país (de ahí su admiración). 

Obviamente, el impacto de la llamada "Revolución Cultural China" para los tibetanos ha sido una tragedia, y obviamente, en su caso, es comprensible esa fascinación con lo que el historiador llamaba la "historia evolutiva de Gran Bretaña" en contraposición con la "historia revolucionaria francesa o rusa", por ejemplo. 

Pero, qué ocurre cuando miramos la historia del imperio inglés desde otra perspectiva, cuando la miramos desde la de los excluidos y oprimidos, y observamos lo que estos han padecido, no durante una generación, sino durante siglos, y lo hacemos prestando atención a los ideales que ese imperio decía representar y defender en el mundo (democracia y justicia social) y las verdaderas consecuencias de su acción. 

No creo que quepan muchas dudas ahora mismo que el Budismo tibetano es profundamente conservador desde el punto de vista político y socio-económico. Lo fue antes de la llegada de los chinos a Tíbet, y lo sigue siendo en el exilio. La noción de justicia social es prácticamente inexistente, y con respecto a la democracia no caben muchas dudas que no es precisamente una noción relevante en su imaginario. Como en la filosofía política clásica, platónica, o en la política medieval cristiana, la política es, al fin de cuentas, cuestión de sabios o filósofos, no es algo que concierna directamente a los individuos. 

Pero todo eso sería más o menos irrelevante si esta visión de las cosas no estuviera asociada, cada vez con mayor fuerza, con las élites culturales, políticas y financieras que "comandan" el capitalismo global. 

Yo creo que el budismo occidental, como en otra época el protestantismo calvinista, se ha convertido en el "nuevo espíritu del capitalismo global". Obviamente, eso no quiere decir (como bien señala Zizek) que el capitalismo sea homólogo al Budismo, pero si que el budismo es "homologable" al capitalismo global, y es allí donde debe entrar la crítica ideológica.

(13) 

Con respecto a la pregunta acerca de la actitud o postura que debamos cultivar con respecto a algunos líderes políticos que consideramos "enemigos o antagonistas" ideológicos (al menos circunstanciales) de nuestros ideales emancipadores, quisiera decir unas palabras, porque es un tema recurrente en los argumentos que promueven una suerte de quietismo político. 

Mi respuesta, en breve es: "Cuáles sean las consecuencias personales para ellos: que se vayan al infierno imaginado por Dante, o sufran en los ciclos de existencia descritos en la imaginería indo-tibetana, no es el tema de esta discusión. 

Y para refrendar mi posición, contaré una anécdota: 

Recuerdo una ocasión en la que, comiendo con Dagri Rimpoché en Barcelona, nos contó la historia del día en el cual recibieron la noticia de la muerte de Mao Tse Tung en su monasterio en Tíbet. Los militares chinos alinearon a todos los monjes en el patio y les comunicaron que Mao había muerto. Evidentemente los oficiales chinos esperaban una muestra de respeto por parte de los tibetanos. Sin embargo, después de un rotundo silencio que llenó el patio del monasterio, Dagri Rinpoche, que entonces era un hombre joven, no pudo contener la risa. Comenzó a reírse a carcajadas. Para horror de los chinos, a los pocos instantes, la muerte de Mao se convirtió en una carcajada cósmica. 

Lo que quiero decir con todo esto es que debemos escapar al chantaje ideológico que nos incapacita, nos paraliza o nos "divierte" de los asuntos éticos y políticos fundamentales que tenemos la responsabilidad de resolver, obligándonos a posponer la justicia "más allá de esta vida", con el fin de preservar (de ahí el conservadurismo) el mundo tal como lo conocemos.

Obviamente, yo no creo en una justicia implacable o perfecta (en este mundo). No creo que el tema de la justicia sea cuestión de "todo o nada". Por el contrario, creo que una de las cualidades que debe encarnar un bodhisattva es asumir cierto grado de injusticia contra sí mismo para hacer nuestras relaciones posibles, viables. Pero estamos en una situación extrema que merece un tipo de seriedad que la discusión "teológica" (con todos mis  respetos) no tiene. 

Qué vaya a pasar con un líder político o un CEO que contribuye a una catástrofe medioambiental, que pone en riesgo la vida de todos, o promueve una política económica que destituye las vidas de seres humanos de todo su potencial emancipador, que es autor intelectual o material de un genocidio, no es el tema que me incumbe aquí y ahora. 

Obviamente, desde una perspectiva religiosa o espiritual, esta persona merece todo nuestro amor y cuidado, y es parte de nuestra vocación no excluirla de nuestra esfera de consideración y trabajar por su salvación espiritual personal. 

Pero, repito, ese no es el tema. Estamos hablando de regresar la discusión a una dimensión "realista" en la que podamos juzgar de manera no partisana las causas y las condiciones de una experiencia colectiva emancipadora, sin las constricciones que nos impone la política fundamentalista, que nos obliga a suspender nuestro juicio para acomodarse a ideales que, finalmente, acaban poniéndose al servicio de las oligarquías dominantes.

(14)

Con respecto a la prioridad de lo ético-político por sobre lo metafísico y soteriológico, hay varias razones para ello, pero la más importante (quizá) es que tenemos que aceptar que nuestros argumentos tienen que acomodarse a un escenario multicultural, pluralista en términos religiosos, que nos exige traducciones en un escenario secular de disputa en el cual, algunos de nuestros ítems argumentativos acaban siendo puestos al servicio de una política regresiva. 


No quiero ahondar en el tema. Quienes, como yo, hemos frecuentado centros budistas en Occidente, que hemos tenido una experiencia de primera mano entre la comunidades budistas en Oriente, e intentamos entender los argumentos que se vierten en el espacio público, no deja de sorprendernos, por momentos, cuán conservadoras y oligárquicas son muchas de las posturas que se asumen. Especialmente entre los budistas occidentales tibetanos y otros colectivos asociados. 

Y esto debería llamarnos la atención, y deberíamos tener una actitud crítica al respecto, especialmente si mantenemos vivos en otras esferas los ideales emancipadores de democracia y justicia social. 

De otro modo, vivimos una suerte de doble vida. Por un lado, promocionamos toda clase de respuestas contraculturales y emancipadoras (tanto en la política cultural e identitaria, como en la ecología), pero, por el otro, estamos al servicio de ideales que se asocian de manera "desvergonzada" con los poderes que hacen sostenible el capitalismo global en su versión más salvaje.

CONTINUIDADES: DEL 11-S A LA CRISIS DE REFUGIADOS


George W. Bush es informado del atque terrorista el 11 de septiembre de 2011



Hace algunos años, en la época en la cual la llamada “Guerra contra el Terror” todavía preocupaba a la opinión pública, se debatió la legitimidad de la tortura. El filósofo John Gray dio en el clavo cuando explicó que aceptar la tortura oficialmente implicaba transformar enteramente nuestros imaginarios y prácticas sociales. En breve, si la tortura era legitimada oficialmente, como pretendían algunos importantes ideólogos neo-conservadores y otros “realistas”, debíamos considerar serias transformaciones en nuestras institucionales y prácticas sociales. Gray caricaturizaba el resultado de semejante mutación diciendo que sería pertinente que nuestros médicos recibieran una educación adecuada para asistir en las cámaras de tortura a los especialistas del tema, con el fin de lograr mayor eficacia en la implementación de la tecnología en uso. De manera semejante, los niños deberían recibir en su currículo escolar la información necesaria para poder distinguir entre los usos legítimos e ilegítimos de la tortura por parte de la sociedad, e incluso debería ser promovida la práctica de la tortura como una posible vocación a la cual un niño podía ser "llamado" (como ser bombero, policía o jugador de fútbol). Los psicólogos deberían ser entrenados para asistir terapeútica y preventivamente a los torturadores. Sin hablar de la difícil tarea que supondría para los legisladores y jueces, llamados a la casuística y la prudencia quirúrgica en cada caso. Todo el tejido social se vería reconfigurado si esto ocurriera.Y la sociedad en su conjunto debía prepararse para asistir económicamente y honrar, como se hace con los bomberos, policías, artistas, científicos y deportistas destacados.

Desde el 11 de septiembre del 2011 (elegida esta fecha como símbolo inaugural del nuevo paradigma) – aunque deberíamos retrotraernos a la desaparición de la Unión Soviética como acontecimiento determinante en la cancelación efectiva, a nivel simbólico, de lo que nos diferencia a “ellos” de “nosotros” en términos morales – han ocurrido un sinnúmero de acontecimientos que han relativizado de manera creciente, e incluso socavado, nuestro compromiso con los ideales universalistas que encarnan los derechos humanos.

Quizá, el acontecimiento más catastrófico para nuestra propia auto-comprensión (desde el establecimiento de los centros de detención de Abu Ghraib y Guantánamo, y la indisimulada justificación de todos los medios al servicio de un único fin: acabar con el terrorismo yihadista) sea la respuesta que la Unión Europea está dando ante la llamada "crisis de refugiados". 

Los efectos “colaterales” de nuestra resistencia a hacernos cargo de esta crisis se están haciendo sentir de manera creciente en los cimientos morales del proyecto europeo. En muchos sentidos, la desintegración política que estamos experimentando está asociada o, más bien, se ha visto acelerada, por los temores crecientes de la sociedad civil frente a la parálisis política que ha producido el “acontecimiento” de los refugiados. La incapacidad de Europa (de sus líderes políticos y de sus intelectuales y referentes “espirituales”) de tomar cartas en el asunto de manera responsable, asumiendo – no sólo los costos materiales del desafío, sino también invirtiendo en una respuesta discursiva capaz de preservar los imaginarios que legitiman a la Unión, ha dado carta blanca a los euro-escépticos y a los más recalcitrantes en el escenario, a ganar importantes posiciones. Esto está produciendo una implosión en la frágil construcción identitaria europea.

La tibia, vacilante, contradictoria, política europea frente a la crisis de refugiados está produciendo algo análogo a lo que John Gray advertía cambiaría si nos atrevíamos a legitimar la tortura: una mutación acelerada de todas las instituciones y prácticas sociales, y su comprensión última. La agenda política, reflejada en los discursos que se entrecruzan en el esfera pública, da cuenta de una creciente polarización y radicalización en este asunto, pero lo que es más importante, una reconfiguración de las fronteras de lo posible y lo pensable moralmente por nosotros.

Fueron los acontecimientos televisados, como el ataque terrorista a las Torres Gemelas de  Nueva York, y sus réplicas en territorio europeo, los que forzaron una re-figuración de la realidad en la que vivimos. El mundo no volverá a ser el mismo - nos decíamos - después del 11-S. Pese a que, en términos objetivos, el atentado a las Torres Gemelas fue sólo uno entre otros muchos sucesos de la “Guerra” en la que han estado embarcados los Estados occidentales en su intento por mantener su hegemonía planetaria en una época global crecientemente multi-polar y excluyente. 

De manera semejante, las imágenes de los centenares de cadáveres de refugiados (entre ellos ancianos, mujeres y niños – sobre todo niños) descubiertos en las playas europeas; las  fotografías descarnadas de desplazados avanzando a través del continente en busca de socorro; las imágenes de los campos hacinados en Grecia; su represión, en países como Hungría; la visión de multitudes vociferante oponiéndose a la recepción en Alemanía; o las noticias incomprensibles de la propia legislatura danesa, oponiéndose a la implementación de una respuesta humanitaria, respetuosa de la dignidad de los solicitantes; todo esto ha convertido este momento en un umbral, del otro lado del cual, acechan los peores fantasmas de Europa. Fantasmas que la despojarán de su frágil y cuestionada legitimidad. Pese que estos acontecimientos son uno más en el entramado de relatos de injusticia de los que Europa es, en su mayor parte, principal responsable, y que explican los campos atestados de Medio Oriente, África y Asia. 

EUROPA SE MIRA EN UN CAMPO DE REFUGIADOS

Campo de refugiados en Grecia



La “crisis de refugiados” – como se la ha bautizado, ha puesto en jaque el imaginario europeo. Nadie duda (seriamente) de la responsabilidad que tiene la propia Europa (su política exterior) en las circunstancias que han suscitado la tragedia. Nadie duda tampoco que la política migratoria ha resultado un fiasco que puede llegar a convertirse en una tragedia histórica que hunda definitivamente los ideales que alguna vez alimentaron la auto-comprensión de Europa, y con ello el músculo de su Unión.

Nadie duda que la acumulación de errores en este sentido han dado lugar, y están acelerando el proceso de “desintegración” que padece la unión. El Brexit es, en parte, producto de una campaña deshonesta de los “populistas” británicos, pero fundamentalmente, es el resultado de una serie de circunstancias a la que han contribuido los tecnócratas al mando, por un lado, y los titubeos de una izquierda fantasmal, incapaz de hacerse cargo de la responsabilidad frente a una crisis que, prologándose en el tiempo, y afrontada con mano de hierro por el Bundesbank, amenazaba con destruir el frágil constructo identitario de los pueblos de Europa.

Por ese motivo, vale la pena regresar brevemente al dilema que enfrentamos sintetizando las posiciones extremas del debate implícito que subyace a la crisis de refugiados. La pregunta  es, en principio, simple y milenaria: ¿Qué es Europa?


Los pensadores más conservadores e idealistas se han desvivido por plantearla en términos abstractos de mil maneras, despojándola de las complejidades que encierra su actual encarnación contemporánea, enfatizando un legado político-cultural - de ambigua relevancia en este caso - mientras sus contrincantes en el debate desacreditan las idealizaciones restauradoras endilgándole el mote de mera ideología negacionista (en el sentido marxista del término).

Para los primeros, Europa no es un territorio, un accidente geográfico, un conjunto variopinto de poblaciones humanas asentadas en un perímetro más o menos reconocible. Por el contrario, para este primer grupo, Europa es antes que ninguna otra cosa una suerte de ideal cultural, moral y político. El cual puede ser entendido en términos soteriológicos o espirituales; o bien puede ser reducido a una elevada meta histórica intramundana cuando se practica una suerte de autocontención discursiva secular.  Europa, nos dicen, es el producto de una herencia única, la confluencia de un matrimonio – el de Atenas y Jerusalén, cuya proyección se extiende a todo lo largo y ancho del planeta. Europa está llamada a ser, en el más febril de los ensueños, la Tierra misma.

Para otros, en cambio, Europa es una suerte de “logo”, una marca registrada, detrás de la cual se esconde el capital financiero, infiltrado en el entramado político-institucional con el fin de facilitar su operatividad, quebrar las resistencias sociales que aún alimentan el anhelo de recuperación del estado de bienestar, de una política redistributiva más justa e igualitaria, y una política democrática más radical.  

La crisis de refugiados se ha convertido indudablemente en el más serio desafío a la concepción idealista de Europa, y la más nítida evidencia del carácter ideológico detrás de su retórica etnocéntrica. Sin el pretendido compromiso de modelarse a sí misma a la luz de los ideales ilustrados y los derechos humanos, Europa es simplemente “ideología”, y las políticas abocadas a su expansión y consolidación pierden toda otra legitimidad que no sea el poder mismo: la mera excepcionalidad que impone el antagonismo con otras regiones del mundo en esta lucha de civilizaciones a la que ha sido reducida la política exterior.

Por ese motivo, cuando pensamos en la crisis de refugiados, y nos detenemos ante las reacciones políticas y sociales que está suscitando a lo largo del continente el dolor y la injusticia que padecen tantos millones arrojados a un océano de vulnerabilidad; cuando constatamos que, atemorizados por la inseguridad y la escasez de la crisis económica, nos resistimos al cumplimiento de nuestras propias promesas de respeto a la humanidad y nos entregamos sin filtros a la xenofobia, el racismo y la discriminación; resulta tan perturbador. Los refugiados nos obligan a mirarnos frente al espejo. Y al hacerlo, nuestro reflejo horada la pretensión de una falsa identidad, de una historia y un destino común traicionado. No somos lo que pretendíamos ser. Y eso nos enoja y nos violenta. Todos los horrores de nuestro pasado se cristalizan en los íconos trágicos que ha ido construyendo esta crisis, todas nuestras dudas acerca de la sociedad que estamos construyendo salen a la luz como monstruos nacidos en una pesadilla.


La crisis de refugiados se ha convertido en el talón de Aquiles de la construcción europea. Sin embargo, cabe advertir que no son las “invasiones bárbaras”, los ejércitos de terroristas, las bombas en Madrid, Londres y París, las que ponen en cuestión quiénes somos, sino la dureza de nuestros corazones y las limitaciones de nuestra inteligencia que, obstinadas en el miedo, están haciendo trizas el sueño de Europa. 

P.S.

Como señala Slavoj Zizek, Europa debe asumir la responsabilidad que le cabe en la presente crisis. Y hace referencia a Jürgen Habermas, quien de manera rotunda se opone al sentimentalismo reinante. No se trata de recibir a los refugiados en casa. Se trata de que la Unión Europea, y los Estados miembros, se hagan cargo de la situación. 
El tema es cómo hacerlo, cómo organizar la operación. Lo que no podemos seguir haciendo es lavarnos las manos ante la catástrofe. Obviamente, existen diversas opciones. Una de ellas consiste en utilizar el músculo diplomático con el fin de forzar a los socios árabes más ricos a recibir un contingente de refugiados. Este se ha convertido en un argumento habitual entre los euro-escépticos. 
Sin embargo, es obvio que Europa no puede exigir algo de este estilo. Los países árabes están gobernados por crueles dictaduras que sólo se sostienen debido al lugar que ocupan en el engranaje capitalista. 
La posición de Zizek consiste en militarizar los campamentos de refugiados en Medio-Oriente, con el fin de organizar los desplazamiento de refugiados a Europa. En este sentido, la falta de asunción plena de la responsabilidad por parte de Europa, no sólo resulta problemática en términos de principios, sino que es un impedimento para la articulación de una solución práctica a un problema demasiado evidente como para poder esconderse debajo de la alfombra. 

NOSOTROS, EUROPA

Campo de refugiados en Calais

Nosotros, la Europa-condón,
La Europa de la abominación,
La Europa fea, retorcida, cretina...

La Europa escandalosa que no se avergüenza de sí misma.
La Europa soberbia y pretenciosa...

La Europa de Heidegger y otros cuantos como él:magníficos filósofos de la oscuridad que se venden en el FNAC.

La Europa que aún se dice (y se cree) "alfa y omega" de la cultura universal,
Como si no hubieran existido Auschwitz, Birkenau o Treblinka, ni sus otras vergüenzas de la humanidad...

Pero por sobre todas las cosas:
La Europa hipócrita...
Altisonante ¡eso sí!
pero hipócrita...

Racista hasta los tuétanos
Y explotadora habitual.
Que se hace llamar: 

"Defensora de los derechos humanos..."
Y se indigna gratuitamente por una dignidad que no sabe y no quiere respetar...

Ella (él), que se hizo rica justificando el saqueo con la florida retórica de la escolástica española,
que inventó la tortura inquisitorial, modernizada en Guantánamo y en Abu Ghraib,
que inventó los campos de exterminio, que luego exportó (innovadora) para deleite de su clase empresarial,
que inventó el negocio lucrativo de la esclavitud, que luego convirtió en flexibilización laboral,
que inventó la aniquilación nuclear, y la destrucción medioambiental,
y la más sofisticada y sistemática explotación infantil y sexual que se hayan conocido jamás sobre la faz de la tierra...

Ella (él), la corrupta, de pies a cabeza...
Democráticamente corrupta...
Corruptos sus políticos por exceso.
Corruptos sus ciudadanos por defecto.

Enfundada en el moralismo de los mediocres,
maniqueos, fanáticos (liberales o de otro tipo)
amantes del único y absoluto y omnipresente y omnipotente Dios-dinero...

La Europa corruptora de nuestras "almas bellas"
(latinoamericanas, africanas, asiáticas)
convertidas, en vuestros claustros y salas de lectura
en capataces coloniales al servicio de la peor barbarie que llaman "civilización".

Eso, Europa, "la civilizada".
Pero, por sobre todas las cosas:
Europa, la miedosa, acobardada,
la que aterrada se rindió al Imperio de la crueldad...
La "vieja Europa" que mentaba George W. Bush y que Mr. Obama se apuró a lustrar como un zapato...

Esa "vieja Europa" orgullosa que en aquellos días exaltados de protestas contra la Guerra de Irak nos hizo soñar que éramos otros que nosotros mismos,
pero en los que acabamos descubriendo que éramos los de siempre:
La Europa colaboracionista (al mejor estilo francés).

La Europa de los académicos,
de los intelectuales,
de los científicos,
de los cineastas,
de los periodistas,
de los artistas,
de los poetas de entrecasa
y terremotos en el living-room.

Ay, Europa del ajuste,
de la austeridad,
del hambre,
de la miseria,
de la tristeza,
de la angustia como política cultural.


Ay, Europa de las dos velocidades
que supo reinventar su estandarte
para convertirlo en símbolo de la desigualdad
de la tiranía y el egoismo institucional.

La Europa restauradora.
Al final, siempre triunfadora,
pese a los titubeos y las vacilaciones y las bellas maneras de esa otra "europa",
pequeña, minúscula, soñadora, bondadosa,
que duerme con la cabeza apoyada
en los laureles cosechados en sus mejores días de glorias estéticas...

Ay, Europa de los PIGS y los barking dogs...
Europa de la derecha militante "a diestra y siniestra",
Europa fascista, pero también socialista, comunista y ecologista

¡Me da igual! Es solo Europa: 
la vieja, cansada y explotadora Europa,
sofisticadamente distraída,
y vulgarmente inocente...
La Europa de siempre...

¡Aquí estamos!

NI UNA MENOS

Marcha en la ciudad de Buenos Aires
El machismo no se cambia de un día para el otro. Necesitamos toda una vida para dejar de ser machistas.
No se deja de ser machista sólo por fuerza de voluntad. Necesitamos estrategias pedagógicas, necesitamos prácticas, necesitamos instituciones. 
No dejo de ser machista por haber puesto un “me gusta” en mi muro. 
Yo soy machista, pero estoy convencido que no debería serlo. La pregunta es ¿Qué voy a hacer para dejar de ser machista? 
Lo primero es estar atento a mis propias perspectivas y actitudes machistas. Tengo que verme con claridad, sacarme la máscara y trabajar con ello. 
Porque estoy condicionado a serlo, porque he sido educado para serlo, porque mis amigos son machistas, porque consumo publicidad para machistas, porque me informo a través de machistas, porque estoy inmerso en un universo de lenguajes y gestos machistas. 
Entonces, decir "No" a la discriminación de género, decir No al machismo, decir No a todas las formas de violencia que ejercemos contra las mujeres consiste en asumir un compromiso. 
Los compromisos son promesas que nos hacemos a nosotros mismos y a los otros. Esa promesa consiste en ser uno mismo a la luz de la mirada del otro. En este caso, las otras son ustedes (las mujeres) las que nos están mirando. 
Ayer salieron a la calle y nos dijeron muy claro a nosotros (los varones): ¡Ni una Menos!, y pusieron al descubierto nuestra hipocresía. 

NO ME DIGAS QUE SOMOS UN PUEBLO

Milei viaja a España para apoyar a la extrema derecha, a esa derecha franquista y neoliberal que busca derrocar al gobierno de Pedro Sánchez...