ESPAÑA TIEMBLA


Primera sesión de investidura

A pocas horas de la segunda sesión de investidura, España tiembla. La «extrema derecha» y la «derecha extrema», como se califican ahora al bloque de Vox, Partido Popular y lo que resta de Ciudadanos, todavía cautivo en la inercia de su época de esplendor electoral, parece haber urdido un golpe de efecto para impedir que la coalición de izquierdas PSOE-Unidas Podemos finalmente forme gobierno. 

Mientras tanto, los defensores de la patria española no dejan de embarrar el «buen nombre» de sus instituciones, obligando al funcionariado judicial y administrativo a actuar contra la credibilidad de sus agencias, con el fin de forzar resultados inocuos, que están pasándole factura al Reino internacionalmente. España está siendo arrinconada por los de adentro, desde afuera. El Tribunal Supremo de Justicia Europeo, la Euro-cámara, los jueces de primera instancia y alzada en otros países de la Unión, todos parecen coincidir en sus resoluciones y sentencias de que algo no funciona como debiera.


Sin embargo, no hay que perderse en el bosque. Hay que prestar buena nota de los árboles que lo conforman. La batalla discursiva por los votos pone de manifiesto, no solo el conflicto fratricida entre las derechas, la centro izquierda y las izquierdas españolas, sino, también, los conflictos «cajoneados» de la periferia territorial, que hoy acapara las ansiedades y las fobias del Reino.


El discurso de Rufián en la primera sesión de investidura fue doblemente brutal. Brutal contra Pedro Sánchez, quien no le paró los pies, sino que lo dejó seguir amablemente en su andanada, mostrando de este modo su disposición, con tal de conseguir la abstención de ERC que exigen las circunstancias, sino también contra JxC. 


Como en otras ocasiones, escenificó su amor por la lengua y la cultura castellana, con el fin de ofrecer sus definiciones republicanas. ¿Qué es la identidad, después de todo? ¿Un nombre? ¿Qué es Catalunya? ¿Qué es España? ¿Nombres en disputa? 

Nārgārjuna regresó a Iberia cargado de razones:

«Todo es posible cuando la vacuidad es posible. 
Nada es posible cuando la vacuidad no es posible». 

De este modo, Sánchez y Rufián se convirtieron en impensados aliados antiesencialistas, defendiendo cada uno, eso sí, definiciones de identidad antitéticas, que exigirán algo más que una dialéctica deconstructiva. Porosidad y mestizaje son gestos que exige la discusión política del nuevo tiempo, en una época que complota a favor de los fundamentalismos, los muros y las exclusiones. 

Mientras Rufián reconocía su amor por Cervantes y Rosalía, rompiendo los moldes de una cultura pacata y pueblerina que se afirma en su impermeabilidad, Sánchez recordó eso de las «sociedades plurales», y contrapuso a la independencia, la interdependencia. También habló de soberanías compartidas, y garantizó (veladamente) que la ley (la constitución) no estará por encima de la democracia. Aunque, de paso, recordó a los presentes que la democracia, como el ser, «se dice de muchas y variadas maneras».

«Rufián, filósofo dialéctico», podría haberse titulado está nota. 


En su alocución, el político catalán puso blanco sobre negro los desafíos que impone el momento. La abstención se justifica, nos dijo, por el espanto que une a las llamadas «fuerzas progresistas» ante el espectáculo peligroso que ofrece la derecha desbocada. Pero también apuntó al interior de Catalunya, a la pulseada política en la que se juega el ser o no ser de la anhelada república, en la que no solo está en cuestión quiénes somos, sino también para quién somos. 

La violencia (propia o ajena) no vale la pena, bajo ninguna circunstancia – sentenció Rufián; y aclaró, para no dejar dudas en el tintero de los comentaristas, que no se refería a los jóvenes catalanes que se manifestaron en los últimos meses repudiando la sentencia del Tribunal Supremo, sino a aquellos adultos irresponsables que, de un lado y del otro del mostrador de la política, apuestan al «cuanto peor, mejor» como estrategia, con el único propósito de lograr a través del miedo y de la histeria de los colectivos que los secundan, la cuota de poder que necesitan para continuar apareciendo en las marquesinas. 

«A mí no me roba España - concluyó el representante de ERC - a mí me roba Rato, Bárcenas, Millet y Pujol». El nombre de Pujol conmocionó a los televidentes de TV3 que seguían en aquel momento, con un oído, las razones expuestas en las Cortes Generales y, con el otro, los discursos en el Parlament de Catalunya defendiendo al President Torra ante el hipotético «Coup d'état» perpetrado por medio de una resolución administrativa elevada a estatuto de sentencia judicial. Después de tanto argumento contra las hipérboles jurídicas en el llamado «juicio del siglo» (los golpes, rebeliones y sediciones imaginarias defendidas por la fiscalía, la abogacía del Estado y la acusación popular), el Parlament se despachó con una calificación de «golpe de estado» para la inhabilitación de la Junta electoral haciendo gala del parentesco de aqueos y troyanos.

Sea como sea, más allá de la exageración terminológica, lo que es evidente a esta altura es que la inhabilitación se instrumentalizó expresamente para truncar la investidura de Pedro Sánchez, con el fin de obstruir los acuerdos alcanzados entre PSOE-Unidas Podemos y ERC. 

Segunda sesión de investidura

Hoy los diputados decidirán sobre la presidencia de Pedro Sánchez. Dicen que se trata de un experimento inédito en la historia de la democracia reciente de España: un gobierno de coalición progresista, decidido a darle la vuelta a la página del pasado reciente, con el fin de «encaminar» una solución social y territorial para el país. 

A los ojos de las derechas rabiosas, la coalición es un engendro («Frankestein», repiten algunos de sus diputados). Para otros, como los representantes del Partido Regionalista de Cantabria, o la díscola Ana Orana, de Coalición Canaria, o el representante del Foro de Asturias, la propuesta del PSOE de Pedro Sánchez pone «en peligro (la unidad de) España». 

Sin embargo, no están solos los defensores de esa unidad hipostasiada. Comparten cartel, contra las aspiraciones de un gobierno progresista, los llamados «antisistema» de la CUP, que han prometido, no obstante, ser generosas con sus apoyos a los proyectos que valgan la pena durante la legislatura; y las hidalgas e hidalgos de JxC, que no le hacen asco a ir de la mano con los recalcitrantes del PP, Vox y Ciudadanos.

Mientras tanto, PSOE, Unidas Podemos, PNV, ERC, EH-Bildu y el largo etcétera que componen Teruel Existe, Más País, Compromís, NC y BNG, se complotan para llevar adelante eso que Rufián definió con gesto escalofriante como la unión ante «el espanto», y que Sánchez pretendió matizar (con la retórica grandilocuente de «camaradas» o «compañeros» de otra época) señalando esa pasión que les es común, la «política», que frente a la «antipolítica», decía, altisonante, pretende «cambiar el mundo» - eso sí, moderadamente. 


Al final, una nota sobre la intervención de Aitor Esteban, el representante del PNV, probablemente, el más optimista y cauto de los convidados al banquete, quien justificó su voto afirmativo ofreciendo un argumento incontestable: el país no aguanta más provisionalidad y parálisis. Después de tanto «ruido y furia» (menos faulkneriano, en realidad se refirió a «Fast & Furious»), Esteban afirmó: «podemos felicitarnos», da la impresión de que, pese a los riesgos y obstáculos que se asoman en el horizonte, habrá gobierno. Lo que venga después, lo dirá el tiempo. 

EL VEREDICTO

Quienes tenían dudas sobre la posición europea respecto a la actuación procedimental de la justicia española en la cuestión abierta por el independentismo catalán en el caso en torno al procés pueden ir dejando de lado reparos y reconocer, llanamente, que las instituciones europeas no aceptan los subterfugios jurídicos como sustitutos de la política, al menos en su jurisdicción, y especialmente en lo que concierne a disputas territoriales. Existe un hilo de continuidad entre las decisiones de los últimos años de los tribunales alemanes, belgas y británicos, y el veredicto del Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) que conocimos esta semana.

El mensaje del tribunal tiene una doble vertiente. Mucho se ha discutido en los últimos años sobre el fondo y la forma. Primero fueron los independentistas los que se escudaron en la verdad del fondo para romper el status quo estatutario y constitucional
con el arrebato parlamentario del 6 y 7 de septiembre, con el desafío del 1 de octubre, a continuación y, finalmente, con la fallida declaración unilateral de independencia. En aquel trance, el gobierno español se presentó a sí mismo como el guardián de las formas legales, el estado de derecho, que, según decía, garantizaba la convivencia de todos. Mientras tanto, el independentismo, ante las dificultades evidentes que supone siempre ser una minoría (en un «Estado Autonómico» o «nación de naciones»; pero, además, en su propio territorio, pese a la mayoría circunstancial en términos de representación parlamentaria) reclamaba su legítimo derecho a ir más allá de las leyes vigentes, para ejercer plenamente su soberanía de manera unilateral. De este modo, fondo y forma se contraponían para justificar los intereses de las partes. 

Ahora las tabas se han vuelto del revés. Ciertos sectores del Estado, y personalidades destacadas de la política española, patalean contra la Unión y ponen en cuestión la decisión del TJUE, reclamando la preeminencia incuestionable de la soberanía estatal por sobre las instituciones de la Unión, exigiendo con ello que se incumpla la decisión emitida por el órgano que representa la «guinda» del pastel que constituye el marco jurídico-institucional de la justicia europea, constituido por sus tribunales de base, sus instancias superiores estatales y supra-estatales. El pretexto, como siempre, son las razones de fondo. Quienes exigen el incumplimiento de las garantías defendidas por el TJUE aducen razones de Estado y de «Justicia mayúscula» contra los privilegios de inmunidad parlamentaria reconocidos por el tribunal. Mientras tanto, los independentistas festejan el apego a las formas procedimentales que defienden los magistrados del alto tribunal, y desdeñan comprensiblemente las pretendidas «justificaciones de fondo» que pretenden quienes impugnan como improcedente un veredicto redactado con la vista puesta en la defensa del «estado de derecho» y las garantías fundamentales. 

De este modo, hace falta una mirada más «hegeliana» sobre el conflicto para entender los límites que impone la mirada kantiana sobre el asunto de justicia con la cual se enfoca el conflicto y su eventual resolución. Forma y fondo, como nos enseñó Hegel, van de la mano, y cuando parten aguas, se ven disminuidas, como ocurre con la estética posmoderna y la ética procedimental. La forma define al fondo dialécticamente, y viceversa. 

De este modo, como ocurre con la mayoría de las sentencias, más allá de su contenido, el veredicto pone «blanco sobre negro» y obliga a barajar los naipes y dar de nuevo para empezar otra partida. 

Esta vez, las consignas para todos los involucrados son: 

(1) Ceñirse a las formas establecidas (aunque estas mismas formas estén en discusión y busquen ser rebatidas o subsumidas por un nuevo formato constitucional);

(2) aceptar que no se puede ir con prisas (las prisas del procés y las prisas del constitucionalismo han causado un descrédito generalizado de la cultura hispano-catalana, que ha destrozado sus respectivas pretensiones de democraticidad y sentido común, además de daños innecesarios a una parte importante de la población); y 

(3) dirimir políticamente los conflictos (es decir, forjar compromisos consensuados, y poner paños fríos a la frustración que supone la dinámica en la distribución fáctica de fuerzas en la sociedad en cada circunstancia concreta, recordando que no hay peor pecado en democracia que los esencialismos que intentan congelar la dinámica social). 

Como sucede con todos los conflictos, estos no afectan exclusivamente a los involucrados directamente con la disputa. Muchas terceras personas resultan maltratadas por los hechos y son convertidas en moneda de cambio en las luchas que las élites diseñan y acometen para lograr la consecución de sus objetivos. Quienes son atraídos a la vorágine de violencia silenciosa o explícita que en estos días recorre el territorio del Estado español (en Madrid y en Barcelona, para decirlo de algún modo) con los lemas y los coloridos y estridentes emblemas nacionalistas como pretexto, deben pagar por las consecuencias de los errores de aqueos y troyanos, como esclavos de las circunstancias. 

Todo esto sin descontar aquello para lo que en última instancia sirve el conflicto territorial en esa otra dimensión menos visitada por los opinadores habituales. En la lucha abierta entre «neoliberales progresistas» y «neoliberales populistas», las riñas identitarias vuelven invisible el verdadero mal: una forma de vida, una «miseria planificada» que, a los ojos de todos los que quieren ver, se ha vuelto insostenible.  

LAWFARE Y GUERRA MEDIÁTICA


El Papa contra el Lawfare

Hace unos meses, el Papa Francisco criticó duramente el uso del Lawfare y las prisiones preventivas. El Lawfare consiste en un despliegue jurídico, cuyo propósito exclusivo es la persecución y encarcelamiento de opositores políticos que, al ser acompañado por los medios de comunicación, se convierte también en una «guerra mediática» que busca dañar y deslegitimar a los líderes políticos y sociales frente a la opinión pública. 

Esta guerra judicial contra oficiales locales, pero también, en una suerte de jurisdicción universal, contra aquellos líderes políticos que atentan contra intereses estratégicos, estatales o corporativos, es «una nueva forma de intervención exógena», ha dicho el Papa, «cuyas armas son el uso indebido de procedimientos legales y tipificaciones judiciales».

En América Latina, el lawfare y la guerra mediática se han implementado de manera sistemática para erradicar a los gobiernos de tendencias populares y socialistas, y sus raíces en los movimientos populares. Se ha dicho que el Lawfare en América Latina es la aplicación por otros medios de la llamada «Operación Cóndor», un plan de inteligencia que las dictaduras militares latinoamericanas implementaron durante la década de 1970 y 1980, en tándem con la CIA de los Estados Unidos, para aniquilar a las izquierdas populares en la región. 

Yo acuso

Ayer, la expresidente y actual vicepresidente electa de la Argentina, Cristina Fernández de Kirchner, durante tres «largas» horas, realizó su descargo frente al tribunal que la juzga por causas de corrupción. En dicha presentación, cuya divulgación el tribunal intentó limitar, prohibiendo su transmisión en directo (pese a que la acusación de la fiscalía había sido transmitida en vivo previamente), la expresidente acusó al tribunal y al gobierno saliente de Mauricio Macri de haber participado en un plan sistemático de lawfare y guerra mediática contra políticos y líderes sociales, e incluso familiares y amigos. 

Como el propio New York Times destacó en su momento, esta estrategia fue la que permitió a Mauricio Macri llegar al poder; y luego, durante el período de su gobierno, garantizar su gobernabilidad, pese a las políticas regresivas de reendeudamiento, devaluaciones, ajustes y solapada privatización de sectores estratégicos de la economía, utilizando a la corporación mediática, en colaboración con la Unidad de Información Financiera (dirigida por un exHSBC procesado por lavado de dinero), y la Oficina Anticorrupción (dirigida por Laura Alonso, una de las principales promotoras del fake-news del asesinato del fiscal Nisman, y representante de Paul Singer, uno de los principales tenedores de deuda argentina), la magistratura y los servicios de inteligencia.  

La defensa de Cristina Fernández de Kirchner, cuya estrategia consistió en denunciar al propio tribunal de complicidad y de participación directa en este plan estratégico, enumeró de manera consistente las irregularidades en los procesos, y desenmascaró la estrecha colaboración de los grandes medios, los servicios de inteligencia, la magistratura, y del propio ejecutivo, especialmente de aquellos estamentos que se encuentran directamente bajo la dirección de la presidencia, en la tarea de acoso, persecución y encarcelamiento de opositores. 

Catalunya en el espejo latinoamericano

En Europa, en general, y en Catalunya en particular, pese a la plausibilidad de las denuncias por el uso del Lawfare en su propia jurisdicción, la suerte de los líderes políticos y los militantes sociales latinoamericanos ha sido menospreciada por los grandes medios, cuando no justificada por la mayoría de las plumas de peso en la prensa local. 

En Catalunya, algunos casos merecen una mención especial. La periodista independentista Pilar Rahola, notable por su doble vara y su encono contra los líderes populares latinoamericanos hasta el punto de la fobia, pese a sus propias denuncias sistemáticas contra el uso flagrante de la justicia para dirimir conflictos políticos en el Estado español, ha sido una defensora a ultranza de las fuerzas políticas de la derecha latinoamericana que han emprendido con éxito la persecución de los líderes políticos y la estigmatización de las fuerzas populares de izquierda por medios similares, llegando hasta el punto de apoyar públicamente a Mauricio Macri, un presidente que simpatiza enteramente con la visión promovida por la Fundación Mont Pelerin, y principal promotor de este tipo de estrategia, decisiva para cambiar de raíz la estructura socioeconómica del país, e imponer la moral e institucionalidad que exige el mercado neoliberal. 

Sin embargo, Rahola no es un caso aislado. La televisión pública catalana, y la mayoría de los grandes medios (con La Vanguardia a la cabeza, y los otros haciendo fila india), se han posicionado de manera decisiva contra los gobiernos populares que, en la pasada década, han realizado las más grandes transformaciones sociales en el continente a favor de los desfavorecidos.

Si, pero...

Todos estos medios coquetean abiertamente con las fuerzas golpistas promercado, alzando su voz exclusivamente en casos de incuestionable violación de los derechos humanos, como ocurre actualmente en Bolivia, donde un grupo racista perpetra fechorías que recuerdan a las más atroces formas de perversión moral de la humanidad (asesinatos étnicos refrendados por el poder político y judicial). 


Sin embargo, incluso en esos casos, siempre las denuncias son precedidas con reflexiones pretendidamente edificantes y moralistas acerca de la nunca comprobada responsabilidad de Evo Morales en un fraude que, hoy sabemos, no existió, pese al esfuerzo demostrado por el Secretario General de la Organización de Estados Americanos (OEA), Luís Almagro, por interrumpir la continuidad institucional en Bolivia, y forzar una salida semejante en Venezuela a las órdenes de las exigencias de Washington. 

¿«Solidaridad» u oportunismo?

En estos días en los que tanto se habla sobre el juicio contra los líderes del procés, los independentistas catalanes deben poner blanco sobre negro y definir claramente su posición sobre esta plaga que acecha a las democracias a lo largo y ancho del planeta. 

Hace unos días, un centenar de organizaciones, líderes políticos y sociales e intelectuales de Argentina se manifestaron abiertamente contra el uso del lawfare y las prisiones preventivas en España, entre ellas la Organización «Abuelas de Plaza de Mayo». 

Mientras tanto, personalidades destacadas de Catalunya, como Pilar Rahola, quien batalla contra el lawfare y la persecución mediática en su propio país, parece defenderla en el caso israelí, cuya estrategia histórica de persecución judicial contra el enemigo palestino es un signo de Realpolitik que no se puede desdeñar cuando uno es portador de los estandartes de la civilización occidental; o la ignora, la justifica o la apoya públicamente, como ocurre en los casos latinoamericanos, cuando se utiliza contra gobiernos y líderes políticos que defienden modelos sociopolíticos que resultan despreciables para el establishment neoliberal y pseudorepublicano que defiende públicamente la periodista. 

Vargas Llosa

El caso de Vargas Llosa merece un apartado. En su artículo del 1 de diciembre de 2019, titulado «El fin de Evo Morales», publicado simultáneamente en Madrid y los principales medios latinoamericanos, el Nobel peruano festeja el derrocamiento de Evo Morales, contra el cual lanza su pluma envenenada y racista. 

De acuerdo con Vargas Llosa, lo que presenciamos en Bolivia es el resultado del levantamiento de un pueblo valiente en defensa de su libertad. Sin embargo, nos dice el peruano, en un fragmento que quedará esculpido en nuestra memoria, «el problema son los muertos»:

¿Dónde está el problema, pues? Está en los 23 muertos, la mayoría heridos de bala, que se produjeron durante los violentos disturbios que tuvieron lugar en distintas ciudades de Bolivia a raíz del intento de fraude electoral que sublevó a los ciudadanos y los echó a la calle a protestar. ¿Quiénes les dispararon? La acusación de que fueran los policías y soldados no está demostrada aún y hay razones más que suficientes para asegurar que los partidarios del exmandatario, en especial los cocaleros del Chapare y los ciudadanos de El Alto, militantes del MAS, estaban armados hasta los dientes (lo están todavía) y causaron, por lo menos en parte, buen número de aquellas víctimas. Ojalá que los tribunales bolivianos lo establezcan con precisión y los culpables sean sancionados con severas penas de cárcel.

En julio de 2019, Vargas Llosa, Luís Almagro (actual Secretario General de la OEA y principal promotor de la intervención militar contra Venezuela, y responsable directo del golpe en Bolivia), Sebastián Piñera (presidente de Chile) y Mauricio Macri (presidente argentino), participaron del 31º Aniversario de la Fundación Libertad en Argentina, donde Vargas Llosa tuvo palabras elogiosas hacia Almagro y anticipó hasta cierto punto la embestida que preparaba el diplomático uruguayo al servicio de Washington, y donde los presidentes Piñera y Macri dialogaron de manera amable y cómplice sobre las transformaciones morales e institucionales que exige Latinoamérica para embarcarse decididamente, ahora sí, en el camino hacia la utopía neoliberal. 

Los eventos en Chile y la derrota de Macri en Argentina, demuestran que en la región, contrariamente a lo que señala (¿ingenuamente?) Rahola en su artículo del 24 de noviembre en La Vanguardia, titulado «Continente en Llamas», no es la corrupción o la debilidad institucional lo que falla, sino el hecho de que, como todo territorio apetecido por el poder neoimperial y corporativo, es un campo de batalla, en el que se enfrentan las fuerzas populares y las élites que se nutren de la desposesión y la explotación. Rahola, claramente, tiene su corazón vendido a esas élites. 

¿La patria o la clase?

Como señala en su página web, la Fundación Internacional para la Libertad, presidida por Mario Vargas Llosa, nació en octubre de 2002 y «tiene como principales objetivos la defensa y promoción de los principios de la libertad, la democracia y el Estado de Derecho. Su constitución ha sido una iniciativa de intelectuales y referentes de Think Tanks de ambos lados del Atlántico (Estados Unidos, Iberoamérica y Europa)». La Fundación «apuesta por aquellos principios cuya instauración constituyen las bases de la democracia, la libertad y la prosperidad, adoptando estrategias destinadas a combatir en el campo de las ideas aquellas que amenazan estos valores».

Para aquellos que estudiamos los orígenes del neoliberalismo, la retórica es conocida, porque la Fundación Internacional para la Libertad forma parte del entramado de Think Tanks inspirados por la Fundación Mont Pelerin que, en 1947, sentó las bases y ejemplificó la estrategia que desde entonces, de manera exitosa, ha promovido el modelo neoliberal de gobernanza global, fundado en una peculiar comprensión de la naturaleza y la sociabilidad humana, del orden moral y del mercado capitalista.

Ahora bien, cuando echamos un vistazo al consejo académico de la Fundación, nos encontraremos con curiosidades dignas de una línea en nuestro artículo.  Una treintena de nombres pretenden garantizar la credibilidad y autoridad intelectual del emprendimiento. Algunas son bien conocidas, como es el caso de Enrique Krauze o Marcos Aguinis; otros traen aciagos recuerdos, como el exministro de Economía Ricardo López Murphy; otros, como Xavier Sala i Martin, un economista de culto entre los independentistas, y asiduo de los medios de comunicación catalanes, son menos conocidos fuera de las fronteras de Catalunya, pero asiduo y ostentoso entrevistados en las mesas de opinión de TV3.  

La presencia de Sala i Martín en la Fundación de Vargas Llosa para la libertad nos dice mucho de la democracia por la que decimos luchar en nuestro territorio. Vargas Llosa, el feroz antiindependentista que arengó desde el púlpito a la ciudadanía española en Barcelona frente a la Estación de Francia, y el independentista de cuño, que predijo el «Adéu a Espanya» en uno de sus libros de trincheras publicados en tiempos de ilusiones, se unen en este Think Tank paradigmático para Iberoamérica, con el fin de rendir culto y proclamar su fidelidad última a una visión muy peculiar de la libertad, bajo la cual todas las querellas identitarias quedan subsumidas. 

Esto muestra claramente, como ha sido siempre, que, antes que la patria está la clase, y cuando está la patria, es siempre por intereses de clase que se ondean sus banderas. Es bien sabido que entre los ricos, pese a hablar diferentes idiomas, lo que se venera es «la distinción» (Bourdieu): el buen gusto y las buenas maneras. El resto es para el pueblo llano, que, a veces, ignorante, está dispuesto a «barallar-se i morir» en nombre de sus amos. 

INMIGRACIÓN Y BILINGÜISMO



Sobre los consensos

Leo en La Vanguardia un artículo titulado «bilingüismo», de Imma Monsó. Comienza con una de esas reflexiones habituales sobre lo que ha supuesto educarse o no educarse en catalán, sobre la brecha generacional y sobre todas esas cosas tan repetidas en el discurso oficial por eso del «consenso de país» (¿consenso? ¿intocable? ¿«inaceptable plantear siquiera la cuestión», como dice Tardà, «porque nos ha costado tanto» [1]? ¿como la Constitución española, pero acompañado con un tono de indignación más polite?). Si hay que dialogar, debatir, discutir, debemos poder hacerlo sobre todo, sin cortapisas, sin vacas sagradas a las que les debamos pleitesía, sin rasgarnos las vestiduras, sin impunidad manifiesta (¿no es esa la idea?). Abierto el melón, muchas semillas.  

Sin embargo, el artículo me deparaba una sorpresa, porque se construye, como la misma autora reconoce, a partir del premio Cervantes concedido a Joan Margarit, un autor que escribe en ambas lenguas, castellano y catalán. Para eso sirven a veces los premios, dice Monsó, «para refrescar la cuestión del bilingüismo», que no es solo una cosa de catalanes (agrego yo), sino también de inmigrantes de todos los colores. Es decir, un fenómeno universal en tiempos de globalización (y antes también), que no solo afecta a los que están, y siguen estando por los siglos de los siglos amén, sino también a los que se fueron, y vinieron, y siguen «fuyendo» (o huyendo) en su inacabable exilio a través de los desiertos hacia la tierra prometida. 

Ilustraciones

El otro día, sin ir más lejos, me encuentro nuevamente con mi vecina, que hace años parlotea sus necedades sobre chinos, magrebíes, subsaharianos e (imagino) sudacas, mientras compartimos incómodos el cubículo del ascensor, y vuelve a preguntarme, por enésima vez: «¿En tu tierra también hacen las cosas blablablabla?». Un bufón escondido en mi alma me obliga a contestarle: «En mi tierra no, ¿y en la suya?». «¿La mía?». «Si, la suya. ¿Porque usted es de Rumanía, no es cierto?». «¡No! Soy de aquí, de toda la vida». «Hubiera jurado que era rumana. Siempre creí que era rumana. Qué curioso, porque si es de aquí, no lo parece». La mujer se fue francamente dolida. La dejé ir, así, con un poco de malicia, pero también con espíritu pedagógico.

Hace unos meses, un chico muy majo, oriundo de Horta, me contó «muy suelto de cuerpo» que viajó a Madrid por cosas de trabajo, y allí, su huésped, le echó en cara lo mal que hablaba el castellano, y le corrigió varias veces los giros lingüísticos y las expresiones que utilizaba. En fin, primero me reí, pero como buen argentino le dije: «¿vos sos boludo, o te hacés?». 


«Boludo» es una palabra perfecta, única, extraordinaria. Es la única palabra que ofende sin ofender, que puede ser, tanto una muestra de cariño, como un improperio. En este caso «ser boludo» significaba darle autoridad a un madrileño (por mera pertenencia territorial) para que te diga de qué está hecho el castellano, y quién manda en su expresión. Si a un argentino, o a cualquier otro latinoamericano, un madrileño le hiciera un comentario semejante, solo resultaría en una carcajada infinita. 

Normalització y privilegios

Por eso, cuando estudié catalán, decidí abandonar el Consorci per a la Normalització Lingüística, y continuar en la Escola Oficial d'Idiomes, donde un profesor valenciano (un gran profesor valenciano), me confirmó lo que ya sabía: que el catalán se habla de muchas maneras, como ocurre con todas las lenguas del mundo en las diez direcciones: este, oeste, sur, norte, las cuatro direcciones intermedias, el cielo y el infierno. 


En este sentido, aunque es comprensible y necesaria la codificación institucional, la pasión codificadora mata a la experiencia lingüística que se enriquece en la hibridación, en la apropiación «comunista» de los recursos que tenemos a la mano. Como ocurre con la religión, nadie es dueño de la «herencia de la palabra revelada», y quienes así lo pretenden, los burócratas eclesiásticos o políticos, y sus feligreses o seguidores militantes, los usan para conseguir y afianzar privilegios (siempre: no hay más).

Recuerdo que una profesora en el CPNL insistía que debíamos tener, para aprobar, el acento de un catalán de Barcelona, si es posible de la zona alta (esto último lo infiero). Ante la evidencia de que los catalanes, como el ser, se dicen de muchas maneras, el argumento de «la profe» fue conciso y policial. Aquí se te valorará por el acento normalizado que te enseñamos. Punto y pelota. Me fui a la EOI.

Vida de perro


Esto me recuerda una historia que todo catalán, inglés, francés, español, holandés, flamenco o alemán de estos días debería grabarse en su cabeza si no quiere problemas. La historia la cuenta el bueno de Horacio Verbitsky, un extraordinario periodista argentino que, en Vida de perro (a Verbitsky, como a Diógenes, se le conoce como «el perro»), contó lo siguiente. Verbitsky era nieto de un ucraniano que había sido ahorcado en su tierra natal. Su padre había llegado huérfano al país siendo un niño, se había convertido en un extraordinario periodista, y su nieto (Horacio) una figura clave de la historia del país.


Verbitsky es el autor, por ejemplo, del libro El vuelo, un reportaje-entrevista al capitán Scilingo, quien pilotaba regularmente uno de los «vuelos de la muerte» que tenía por objeto deshacerse de prisioneros, drogándolos primero, para que se ahogaran cuando los arrojaban al río o al mar, y de ese modo evitar que los cadáveres flotaran hasta las orillas de Uruguay.

La cuestión es que Verbitsky cuenta que, en su juventud, en cierta ocasión, un argentino de «pura cepa», de esos que hay aquí y allá en abundancia (me refiero a los «pura cepa») puso en cuestión sus derechos ciudadanos por eso de la «identidad condicional» (que tiene algo de «libertad condicional»). Verbitsky, que era manso en su voz, le respondió, con la osadía permitida en aquellos días de violencia generalizada en los que no se fingía la crueldad política con buenos modales o estridentes indignaciones: «Si me seguís jodiendo, terminarás con un balín en el medio de las cejas» (paráfrasis). La respuesta es anacrónica, pero admirablemente ilustrativa.

To be or not to be, that is the question


Todos sabemos cuál es la primera y última prerrogativa de la autoridad política: definir quiénes somos «nosotros», y quienes son «ellos». Produciendo de este modo, (legal o informalmente) ciudadanos de primera y de segunda, con derechos (de iure o de facto), de primera y de segunda.

Vox pretende definir el «nosotros» de manera estrecha y discriminatoria, xenófoba, racista - y de paso misógina
. Sin embargo, otras sociedades europeas cultivan tendencias análogas, aunque maquilladas por formas burocratizadas de discriminación que acaban produciendo efectos semejantes (e, incluso, en ocasiones, más dañinos para la autocomprensión de sus víctimas y el lugar que se les acaba asignando en el imaginario colectivo donde están insertas). 

Yo, personalmente, prefiero que me declares tu enemigo abiertamente (podré defenderme abiertamente), a que me juegues, de manera paternalista, de amigo condicional (¿acaso hemos de olvidar quién propuso el proyecto de implementar un «carnet del buen inmigrante» en este país; o que la «Ley de transitoriedad jurídica y fundacional de la república catalana» contemplaba otorgar ciudadanía automática a «todos los españoles» en el territorio de Catalunya; sin embargo, a nosotros, los latinoamericanos, y otros inmigrantes residentes, prácticamente nos triplicaba la exigencia de residencia para otorgarnos una ciudadanía con plenos derechos? [2]).

En ese sentido, estoy de acuerdo con Imma Monsó. La «normalización» no puede ser un anhelo políticamente atractivo. Cuando lo es, pone en entredicho las supuestas libertades que se dicen defender. Hay muchas maneras de ser un «facha» (esa palabra maldita), y no todas llevan por delante el estandarte español en este territorio extenso y variado, lleno de «admirables (e incontables) anormalidades» [3].


Koiné. Sobre la lengua común

Haríamos muy bien en tomar nota de las advertencias de pensadoras como Wendy Brown o Nancy Fraser, quienes nos dice que, pese a lo «bien intencionado de los proyectos políticos y las posturas teóricas», en muchas ocasiones acaban sirviendo para lo opuesto de lo que se pretendía. 

Recuerdo que, hace unos años (2016), un grupo de distinguidas personalidades del ámbito cultural catalán, conocido como Koiné (la lengua común), hicieron público un manifiesto en el que exigían que se llevara hasta las últimas consecuencias el programa de inmersión lingüística. Eso significaba, según ellos, terminar con la co-oficialidad del castellano, para convertir al catalán en la única lengua oficial del país. 

Las razones para emprender esa gesta patriótica se argumentaba del siguiente modo. El castellano es la lengua de «colonos involuntarios» que sirvieron al régimen dictatorial de Franco en su obsesiva represión de los catalanes y su lengua. La solución era volver a foja 0. Lo cual significaba remover al castellano de las instituciones y los espacios públicos del país. 

El pronunciamiento fue muy criticado, especialmente por ERC, pero los distinguidos firmantes no han desaparecido. Muy por el contrario, todo ellos siguen ocupando cátedras y lugares estratégicos desde donde continúan promoviendo una visión estrecha de la identidad catalana en el presente, y amparándose en la autoridad que concede la verdad histórica de los abusos pasados, para promover una suerte de «limpieza lingüística» que, según ellos, exige la futura República catalana para lograr una genuina integración. 

La cosa no va de broma en tiempos de Trump y de Johnson. Recordemos que el castellano no es solo la lengua de los españoles, sino, también, la lengua materna de 400 millones de personas que, en su mayoría, nacieron y se educaron en América Latina (entre los cuales se cuentan numerosos descendientes de catalanes), que conforman una cuantiosa variedad de colectivos de inmigrantes en todo el territorio peninsular, y muy especialmente, en Catalunya. 

Los idiomas del Estado

El catalán es una lengua excelente, preciosa, digna de ser conocida y cultivada. Como todas las lenguas, es una gran lengua, que además de respeto, exige cuidado. Para ello es necesario, evidentemente, tomar precauciones, especialmente si tenemos en cuenta su vulnerabilidad y su historia. Eso exige el estímulo de su estudio y su uso, primero, para que continúe existiendo, pero además, para que crezca, e incluso se expanda más allá de sus fronteras originales. 

En este sentido, el Estado español tiene muchas deudas pendientes. Por ejemplo, el Estado debería comprometerse a incentivar su estudio, junto con el resto de las lenguas vernáculas, en todas las comunidades. Las facultades y departamentos especializados deberían incluir programas dedicados a su estudio y promoción. Las escuelas y los institutos deberían contar con cursos introductores en toda la geografía peninsular con el fin de facilitar la comprensión mutua, el respeto y la inmersión de todos los españoles en todas las comunidades.

La política como lingüística

Ahora bien, dicho esto, es evidente que la lengua no puede utilizarse como pretexto político, ni puede servir como marcador social. El grupo Koiné en su momento concebía la catalanidad en función del uso de la lengua catalana, y la voluntad de pertenencia a un colectivo marcado por esa características, mientras que señalaba al resto de los habitantes del país, como hemos dichos, como colonos involuntarios, al servicio de la posdictadura franquista (representada por el PP, el PSOE y el resto de los partidos españolistas, cualquier fuera su compromiso ideológico). 

Sería absurdo negar que existen corrientes de opinión que se sienten identificadas con este discurso. Los firmantes de aquella convocatoria no salieron de ningún sitio, sino que son frutos que echan sus raíces en discursos diseminados dentro de la sociedad catalana. Eso no significa que la inmensa mayoría comulgue con esta visión de las cosas, pero tampoco que estos discursos sean residuales, especialmente si pensamos en el carácter influyente de los firmantes del manifiesto. 

Sobre proyectos descarriados

Como señalaban Brown y Fraser, los proyectos y las teorías políticas tienen vida propia. Una vez se han articulado, como las novelas o las películas, resulta difícil prever sus consecuencias. En los Estados Unidos de Donald Trump, por ejemplo, la discusión en torno a la asimilación ha tomado tintes preocupantes. Incluso los republicanos se han visto empujados a tener que defender la diversidad que caracteriza a la sociedad estadounidense ante el éxito electoral que Trump supo conseguir con su encendido discurso anti-latino y anti-migración. El uso del castellano se ha vuelto en épocas recientes blanco de críticas y sus usuarios frecuentemente estigmatizados por quienes consideran un atrevimiento que esta lengua de «pobres e inmigrantes» se disemine en la sociedad.

Si bien es cierto, como señala el Senador Rubio en el video que adjunto más abajo, que hablar inglés en los Estados Unidos es un derecho y una ventaja que facilita la inclusión y el ascenso social, la frontera entre los derechos y las obligaciones resulta muchas veces difícil de establecer, y no resulta fácil garantizar que la exigencia de asimilación no acabe afectando los derechos fundamentales de otros, como ocurre con la libertad de expresión, que incluye el derecho de poder expresarse libremente en la lengua y el modo que uno crea conveniente. 

Si el castellano es interpretado en Catalunya como la lengua de «nuestros enemigos», o su utilización se percibe como amenazante o dañina, es casi seguro que quienes hablen dicha lengua serán juzgados de manera peyorativa. Hay algunos signos de que algo de este tipo está filtrándose en la sociedad catalana, poco a poco. 

Obviamente, no se trata de un torrente, pero deberíamos ser lo suficientemente inteligentes y precavidos para no negar el goteo de discriminación e intolerancia, ahora que repararlo resulta fácil y barato. Cuando las cosas «se salgan de madre», alguien se preguntará: ¿cómo hemos llegado a este punto? Pero entonces todo será excusas y acusaciones mutuas. Alguien debería decir alto y claro, que los distinguidos profesores que firmaron hace tres años el manifiesto Koiné merecen también, como los exaltados de Vox, un «cordón sanitario». 




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[1] En su respuesta a Iceta, en el El periódico, Joan Tardà le explica al socialista por qué razón es inaceptable plantear siquiera la cuestión de la inmersión lingüística en Catalunya. Las razones se reducen a una: «nos ha costado tanto y es un éxito». Uno puede hacer el ejercicio imaginario de reemplazar «inmersión lingüística» por «Constitución» y lo que obtendrá es una argumentación espejo de suma 0. 
Ahora bien, mi intención no es poner en cuestión la inmersión lingüística o la Constitución española. Se trata de instrumentos jurídicos que no entran dentro del horizonte de mi crítica actual. Lo que pretendo, exclusivamente, es echar luz sobre el moralismo político que anida en la política local en estos momentos, que acaba haciendo inviable cualquier tipo de compromiso, con los efectos perniciosos que ello supone, en última instancia, para los sectores más vulnerables de la sociedad. 
Todo esto no quita que haya reivindicaciones justas e injustas, y que no todas estarán, al final del día, en pie de igualdad, pero el camino a recorrer para determinar qué lado de la balanza tiene más peso es más largo de lo que a los implicados les gustaría reconocer. 
De un lado y del otro se esfuerzan por presentarse a sí mismos como impolutos o víctimas de las circunstancias, pero los registros históricos no dejan a nadie bien parado. Y, lo que es más importante: los conflictos mismos que preocupan a la opinión pública parecen haberse convertido en «cortinas de humo» que blindan la explotación económica frente a la discusión democrática. Todos los actores, por izquierda y por derecha, han acabado aceptando que el orden sistémico neoliberal que habitamos es el aire que respiramos. De este modo, suman al moralismo y el resentimiento, una cuota importante de fatalismo.  
[2] En el capítulo 8, del título I, de la llamada «Ley de transitoriedad» se establecía que la nacionalidad catalana podía adquirirse a partir de los 5 años de residencia de los extranjeros en el territorio. Esto en la práctica casi triplicaba la ley de extranjería vigente en la jurisdicción española que, por ejemplo, para los latinoamericanos, aún hoy exige 2 años de residencia previa para iniciar los procesos de nacionalización. 
Ahora bien, se ha argumentado que, comparada con las leyes de otros Estados europeos, la ley catalana era generosa con los extranjeros, pero el argumento es falaz, porque el punto de comparación debe hacerse siempre con la ley vigente anterior en el territorio en cuestión, que en este caso era la que regía las condiciones de los solicitantes en el momento de la hipotética transición en España. 
Obviamente, si comparamos la ley catalana con la de otros países (creo que en Estados Unidos se exigen 10 años, como Gran Bretaña; y en los casos de Alemania y Suiza, si no me equivoco, son aún más exigentes), pero, respecto a la ley española, la ley catalana de transitoriedad era claramente un retroceso para algunos de los implicados. 
Enfatizo este punto teniendo en cuenta que esa ley no fue fruto de una negociación entre fuerzas independentistas y no independentistas (no participaron las derechas habituales: PP, Ciudadanos, ni el PSOE, tampoco los Comuns), sino que fue el resultado exclusivo de las negociaciones entre la CUP, exConvergentes y ERC. 
Eso dice mucho de algo que debemos afrontar. En ese «tira y afloje» entre las fuerzas independentistas, hay sectores que tienen una concepción de la igualdad, de la libertad, de la ciudadanía y de la democracia que no encaja perfectamente con la «visión republicana» que se promueve de cara a la galería. El sector conservador-neoliberal que, dicho sea de paso, tiene una enorme capacidad de veto frente a las iniciativas de los sectores populares del espectro político en Catalunya, pone en entredicho constantemente las políticas progresistas, e incluso impide que se discutan abiertamente los problemas de fondo que tiene la sociedad catalana. 
Lo estamos viendo con mucha claridad en estos días en los que se empieza a hablar de una mesa de negociación, pero lo hemos visto a lo largo de toda la historia de Catalunya en otros registros. Pensemos la manera en la cual las derechas locales han pactado sistemáticamente con las derechas de Madrid cuando lo que estaba en juego eran los privilegios de clase, o cuando la visión que se defendía o promovía coincidía con la particular auto-comprensión que tiene ese bloque de una Catalunya conservadora política y culturalmente, y neoliberal económica y socialmente. 
A esta altura todas estas cosas, deberían ser más o menos evidentes. Sino lo son, deberíamos empezar a preguntarnos, qué hemos hecho nosotros para merecer esto. 
[3] A quienes crean que este asunto sobre la nacionalidad, su reconocimiento y adquisición es una cuestión menor, les recuerdo que la primera y la más importante prerrogativa que tiene el «soberano» es definir «quiénes somos», distinguiéndonos de quienes no lo son. 
En este marco, cabe recordar que en ese documento pretendidamente fundacional, en el cual el «soberano» no tenía (en principio) otro límite más que su propia voluntad (era expresión de un «estado de excepción» que daría lugar, eventualmente, a un marco jurídico estatal independiente), se decidió que: solo serían catalanes los españoles que, o bien hubieran nacidos en el territorio, o habitasen en otros territorios, en caso que fueran descendientes de catalanes. En cambio, los extranjeros nacidos en Catalunya, no serían catalanes de origen, aunque podrían demandar su nacionalidad a posteriori través de un procedimiento específico. También se decidió poner fin a la relación especial con los países latinoamericanos que, por motivos históricos, reconocía la ley de inmigración española, al equiparar las exigencias para la adquisición de ciudadanía plena de estos con el resto de los nacionales de otros países. Las razones detrás de esas decisiones deben ser interpretadas y explicadas.
A primera vista, el debate puede parecer trivial o secundario, pero tiene relevancia si, en vez de quedarnos exclusivamente en los detalles jurídicos, pasamos a los imaginarios subyacentes que explican las alternativas descartadas por el soberano a la hora de articular la norma. En la historia sudamericana de liberación estas discusiones fueron habituales, y la propia Revolución francesa estuvo marcada  por los extensos debates promovidos por quienes pertenecían a categorías humanas no reconocidas plenamente, o reconocidas parcial o condicionalmente. 

PASTORAL


I. La Carta 


Espero que estés bien. Me pareció genial la iniciativa de K. El asado estuvo estupendo, y también la «algarabía» que acompañó el festejo. Pude reencontrarme con amigos que no veía desde hacía mil años, y rememorar anécdotas que explican lo que nos ha movilizado para asistir al festejo. También conocí gente estupenda, buenos amigos de K que ayudaron a organizar la celebración de la efemérides de nuestro querido marplatense. Todo esto se agradece y se aplaude. 

Sin embargo, después vinieron las «conversaciones», que me dejaron un sabor amargo, y un malestar en el cuerpo. Por supuesto, no hay que descontar el clima, que no ayudó. Todos andábamos apretados y torcidos. Sin embargo, la oscuridad de los tiempos que corren me ha vuelto impaciente con ciertos asuntos. 

Después del «tentempié» en el club de natación, donde celebramos el encuentro, nos fuimos a un bar en lo viejo. En la puerta, estuve hablando con unos y otros sobre la «guerra que se avecina» y la «cíclica imbecilidad humana». Hubo quienes se esforzaron en «resucitar», de manera nostálgica, un pasado sin futuro. Volvimos a hablar, una vez más, sobre las históricas ofensas padecidas que justificaban la resurrección de la «estrategia del quilombo».  

En realidad, me fui a dormir temprano y me levanté al alba (también lluviosa y gris). M. me llevó a la estación de Renfe, donde tuvimos tiempo de sopesar las impresiones del día anterior, festejar los reencuentros y ocurrencias, y reafirmar lealtades ahora encanecidas. Volví en el tren pensando en escribir un artículo sobre lo acontecido, pero acabé desistiendo. Eso sí, tomé notas en mi cuaderno de apuntes. Transcribo algunas de ellas:

1) Comenzar la entrada con la escena
 de la novela de Philip Roth Pastoral Americana (primer capítulo, titulado «Paradise remembered»). La ocasión: el Xº aniversario de graduación de una escuela de Newark donde se revela la verdad sobre «Swede Levov», el héroe americano al que le pasó la historia por encima. Alternativa: la película de Denys Arcand, «La decadencia del imperio americano». 

2) Una cita que resume la novela de Roth: «La gente cree que la historia es algo de larga duración, pero ocurre de repente y te pasa por encima» (estoy parafraseando).

3) Otra cita, esta vez textual, de Octavio Paz en El laberinto de la soledad. «Las épocas viejas nunca desaparecen completamente y todas las heridas, aun las más antiguas, manan sangre todavía».

4) Algunos conceptos para tener en cuenta: «tiranía de la mayoría», «policía moral». Depende en qué lado de la frontera, el color de tu bandera (...) Nadie se libra. Alguien me dice en lo más oscuro de la noche: «Si piensas así, no eres pueblo». Le pregunto: «¿Tú eres pueblo?» Me contesta: «Si, yo soy pueblo, y tú no. Lo demuestra el hecho que pienses de ese modo». El silogismo es perfecto. Imagino que el diálogo fue el mero efecto de los cubatas consumidas. Don't worry, Be happy.  

5) De todas maneras, me acordé de la anécdota que el periodista argentino Horacio Verbitsky (el autor de El vuelo) cuenta en Vida de perro. Verbitsky, el nieto de un ucraniano al que colgaron de un árbol en su patria natal, escucha a un «argentino de raza» poner en entredicho su nueva identidad. Verbitsky (el joven) le contesta que, si sigue jodiendo, le pondrá un balín en medio de las cejas. La violencia no es lo mío, el acento lo pongo en el concepto. En un mundo de exiliados, refugiados y migrantes, donde unos van, y otros vuelven, la idea de «la patria» debe dar paso a «la matria», cuyo amor, metafóricamente, no conoce fronteras. Debemos reescribir la matria mirando hacia el futuro que somos. Alguien dirá: «Pero, nosotros tenemos una historia, una lengua, unas heridas que sanar». El otro le contestará: «Yo también». O, mejor aún: «¿Y a mí qué me cuentas?»

6) Otra cita interesante vertida durante la noche: «No importa que la cosa avance. Lo importante es que les jodamos la vida». Les pregunto: «¿A quién?» «A todos. Lo que queremos es que sufran como nosotros sufrimos». Le digo que me parece una excelente descripción de una psicopatología muy difundida entre asesinos seriales y youtubers que acaban masacrando a compañeros de escuela
. Tengo la impresión que no entendió mi comentario, porque agrega: «Se trata de generar una estrategia de empatía, para que sepan lo que sentimos». No digo nada, pero pienso (creo que acertadamente) que el ejercicio de empatía no se impone, se practica en carne propia. Dos novelas sobre el tema además de Pastoral Americana de Roth: El agente secreto de Conrad y Los demonios de Dotoievski. También, Los hermanos Karamazov. ¿Quién podría olvidar cómo recordaba Aliosha el sermón del Padre Zosima?:

Pues tenéis que saber estimados míos, que cada uno de nosotros es culpable por todos y por todo en la tierra, sin duda alguna, no solo de la culpa general de la humanidad, sino por todos y por cada uno de los hombres en particular, en esta tierra. Esta consciencia es La Corona de toda la vida monacal y de todo hombre en este mundo.

7) Contra el fatalismo y el moralismo: nadie puede hacer justicia ajusticiando, porque la justicia es un revulsivo contra estos dos males que corroen nuestras vidas individuales y colectivas: el fatalismo y el moralismo.

8) Lo opuesto del resentimiento. Alguien me dice: «Estoy desilusionado», y se pasa dos horas tratando de convencerme que soy un «cristiano» (utiliza el término como un calificativo despectivo), porque le digo que «la desilusión es un privilegio que no todos pueden darse». Argumento: «Tengo hijos, ergo, creo». O, para decirlo de otro modo: ¿cómo no creer en el futuro si has aceptado que el mundo seguirá sin vos?

9) Los mitos vigentes de nuestro tiempo: «El fin de la historia» y «El choque de civilizaciones». Lo alucinante es el modo en el cual los hemos integrado en nuestra vida personal. De qué manera se han convertido en el sentido tácito sobre el cual existimos. Creemos que nuestro fin personal es el fin en sí mismo, y que la única manera de ser-con-los-o
tros es afirmando nuestro ser-contra-los-otros.

10) ¿Podemos hacer algo mejor que tirar piedras o hacernos nihilistas en pijamas? Con esto no quiero decir que las piedras no sirvan para nada, nunca y en ningún sitio, o que no podamos emborracharnos (de vez en cuando, al menos), mientras deambulamos en nuestro living-room para llorar las penas de nuestra finitud. Pero no podemos hacer «profesión de tirapiedras», ni vanagloriarnos de nuestro «nihilismo de salón». Ya lo decía Cortazar en 1962. Creo que el «joven» Marx hubiera estado de acuerdo conmigo, pero no estoy ciento por ciento seguro.

11) Al final quiero decir algo sobre el «respeto moral» (en clave kantiana) y sobre el «reconocimiento mutuo» (en clave hegeliana), pero sospecho que a «nadie», en esta época, le importa esas cosas. La intensidad mata sutileza. Sin embargo, hay que hacer un esfuerzo y volver a pensar el reconocimiento en todas sus múltiples, diversas y contradictorias acepciones. «¿Quién
 eres tú?» O, mejor: «¿Quién sos vos?» 

12) Hoy el ejercito boliviano recibió impunidad parlamentaria y judicial para matar. Trump legalizó los asentamientos israelíes en Palestina. Son noticias habituales, cotidianas, que van llenando el mundo de confusión y de rabia. Hay una veintena de explosiones populares a lo largo y ancho del planeta cuyos horizontes futuros resultan indescifrables. En Chile prometen una nueva constitución. En Bolivia un nuevo genocidio de indigenas. Creer que el cambio es bueno por sí mismo es una estupidez. La novedad es ineludible, pero conduce, con igual facilidad, tanto al paraíso, como al infierno. Todo depende de los ingredientes que contenga la pócima que los promueve. Hay que pensar y ser implacables, tanto con la soberbia de los injustos, como con la soberbia de los justos. La historia nos obliga a ser precavidos.

13) Sobre lo que me cae cerca. Todo es bastante complicado, absurdo, incluso delirante. Estoy donde debería estar, entre necios que se rasgan las vestiduras. Esta claro que no hace falta leer muchos libros de historia para darse cuenta que en todas las tragedias lo que sobran son «boludos».

Bueno, todo esto explica un poco el día, la noche y lo que pasó después.
Abrazos, 


II. Sobre la República, Libro I

Mientras repasaba mis notas transcritas en la sección anterior recordé Las Repúblicas de Platón y Badiou [1]. Pensé que había cierto paralelismo en la construcción del venerado Libro I en el cual Sócrates se enfrenta al desafío nihilista de Trasimaco, y la noche de festejos a la que me refiero más arriba. 

El texto de Platón comienza del siguiente modo en su versión clásica:  

Bajé ayer al Pireo con Glauco, hijo de Aristón, para dirigir mis oraciones a la diosa y ver como se verificaba la fiesta que por primera vez iba a celebrarse. La Pompa de los habitantes del lugar me pareció preciosa; pero a mi juicio, la de los tracios no se quedó atrás. Terminada nuestra plegaria, y vista la ceremonia, tomamos el camino de la ciudad. Polermarco, hijo de Cénalo, al vernos desde lejos, mandó al esclavo que le seguía que nos alcanzara y nos suplicara que le agradásemos. El esclavo nos alcanzó y, tirándome por la capa, dijo:
- Polemarco os suplica que le esperéis [Traducción de Miguel Candel]

En la versión de Alain Badiou, se lee lo siguiente:

El día en que toda esta inmensa historia comenzó, Sócrates volvía del barrio del puerto, flanqueado por el hermano más joven de Platón, un llamado Glauco. Habían ido a darle unos besitos a la diosa de la gente del norte - esos marinos borrachos - y nada se habían perdido de la fiesta en honor, ¡una gran premier! Tenía buena pinta, por lo demás, el desfile de los nativos del puerto. Y las carrozas de la Gente del Norte, sobrecargada de damas bien descubiertas, tampoco estaban nada mal.

Lo que sigue a este prólogo son dos debates en torno a la justicia. El primero es el que mantiene Sócrates amigablemente con el anciano Céfalo, y el segundo, más acalorado, el que enfrenta a Sócrates con el sofista Trasimaco. Con un poco de imaginación, la noche de la celebració
n que describo en la sección anterior puede leerse a la luz de la obra platónica. La referencia a Pastoral americana de Roth y «La decadencia del imperio americano» dan pie a una conversación en torno a la vejez, a la decadencia, a la desilusión y a la culpa. A esto sigue la discusión sobre el poder y la resistencia al poder. Sin embargo, aquí lo que me interesaba destacar era el moralismo, y lo que este acaba haciendo con las «resistencias», cuando las traduce al lenguaje del resentimiento y el fatalismo. El fenómeno no afecta solo a las derechas xenófobas o racistas. También al «izquierdismo» y a las «política de la identidad», cuando se articulan de manera «vengativa». 

Transcribo dos citas, esta vez siguiendo el texto de Badiou. Dice Céfalo, hablando sobre la vejez y la justicia: 

Situémonos en el momento en que alguien comienza a pensar en serio que se va a morir. Es entonces presa de preocupaciones y temores respecto de ciertas cosas que antes le importaban poco. Recuerda historias que se cuentan a propósito del Infierno, en especial, que allí se hace justicia por las injusticias cometidas aquí. En otros tiempos, en cuanto bon vivant, se burlaba de esas fábulas. Ahora, en cuanto Sujeto, se pregunta si son verdaderas. Debilitado, al fin, por la vejez, nuestro hombre, al imaginarse en el umbral del más allá, escucha con atención aguda todos esos relatos fabulosos. Acosado por la desconfianza y por el pavor, pasa revista a las injusticias que pudo haber cometido durante su vida. Si encuentra que las hay en gran cantidad, entonces, por la noche, se despierta bruscamente, aterrorizado como un niño visitado por una pesadilla, y para él los días ya no son sino una espera envenenada. Si su examen de conciencia no revela nada injusto, se siente entonces ganado por una agradable esperanza, aquella a la que el poeta llama la «nodriza» de la vejez.

Y más abajo, debatiendo con Trasimaco sobre la justicia, dice Sócrates: 

Es así como suceden las cosas, y de ningún modo como has afirmado hace un rato que sucedían. En cuanto a saber si la vida del justo es mejor y más feliz que la del injusto, pregunta que nos habíamos prometido plantearnos, se puede decir que ahora conocemos su respuesta, e incluso que esa respuesta es evidente, ya que se deriva de inmediato de todo lo que acabamos de decir. No obstante, mirémoslo más de cerca. No se trata de una simple astucia retórica, sino de la regla según la cual importa vivir.

De este modo, Sócrates, Platón y Badiou nos recuerdan que la regla según la cual importa vivir se descubre contemplando con atención el espejo de la muerte, donde el Sujeto es interrogado en nombre de la Justicia.  

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[1] BADIOU, Alain. La República de Platón. Traducido por María del Carmen Rodríguez. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2013. 

BOLIVIA


Golpe


La prensa europea, en su mayor parte, se plegó al relato de las derechas vernáculas en América Latina, y replicó, con matices, el entusiasmo de la Administración Trump, que se apresuró a festejar el golpe. Algo semejante ocurrió en 2002, ante al golpe contra Chávez. Y unos años más tarde, ante el golpe contra Zelaya. Estos y otros comportamientos revelan una política de Estado.

Esta vez, Trump fue más que explícito en su apoyo a los golpistas. Felicitó en un comunicado a las Fuerzas Armadas de Bolivia por el trabajo realizado en «pos de la democracia y la felicidad del pueblo boliviano». El mensaje es consonante con la larga historia de intervencionismos de los Estados Unidos en la región. También el rol de la OEA reveló el lugar que ocupa en el tablero geopolítico como cabeza de playa del imperialismo estadounidense. 

En principio, el silencio y la aparente indiferencia europea ante el golpe en Bolivia llama la atención, como llaman la atención las «exóticas» justificaciones que se utilizan para minimizar la significación que tiene el golpe en términos económicos, políticos y sociales, y las consecuencias que tendrá para el futuro de Sudamérica. Digo «en principio», porque no hace falta mucha perspicacia para comprender que estos silencios e indiferencias son parte del decorado que exige el momento. 

Anti-populismo

A nadie se le escapa que América Latina, pese a lo variopinto de su geografía y su cultura, conforma un bloque en el cual las vicisitudes nacionales se traducen en epidemias regionales. 

La derrota del llamado «bloque populista», después de más de una década de victorias electorales y relativos éxitos de gestión (y algunos sonados fracasos), en un período que se bautizó, tal vez ingenuamente, como «posneoliberal», lo articuló una Santa Alianza formada por (1) el poder corporativo (en el cual el rol del periodismo fue crucial); (2) el eje transatlántico; y (3) un poder judicial convertido en brazo armado del poder financiero y los sectores clave de la economía local, que convirtieron en enemigos a los contrincantes políticos, persiguiéndolos, acorralándolos y encarcelándolos. 

Ocurrió con Chávez en Venezuela, con Zelaya en Honduras, con Lugo en Paraguay, con Dilma y Lula en Brasil, con Cristina en Argentina, y con Rafael Correa en Ecuador; mientras aquí, en España, los defensores a ultranza de sus respectivas democracias, cada uno envuelto en su propia y agitada bandera decorada con signos de pronta batalla, guardaban un silencio cómplice o tergiversaban los hechos para acomodarlos a sus propias circunstancias. 

Milicos

Ahora bien, el golpe perpetrado contra Evo y el pueblo boliviano se distingue en un aspecto crucial de los golpes blandos y el lawfare a los que nos tienen habituados los del establishment. Ha entrado en escena un nuevo-viejo actor (4) las fuerzas armadas. Esto eleva la alarma de peligro al nivel rojo. 

Porque, mientras aquí en España se discute sobre el franquismo «amagado» de la sociedad española, o se mientan los supremacismos identitarios, un golpe de Estado en Bolivia, perpetrado por las Fuerzas Armadas y apoyado por la diplomacia estadounidense y europea (un golpe de Estado perpetrado contra el experimento progresista más inusual y feliz que haya vivido el mundo en muchas décadas) es ignorando enteramente, no solo por las derechas explícitamente xenófobas y los nacionalismos excluyentes, sino también por aquellos cuyos lemas y postureos habituales presumen de progresismo. 

No hace falta ser muy leído (aunque se exige una buena cuota de desmemoria para no reconocerlo de este modo), que las proscripciones, los exilios, los asesinatos, los encarcelamientos, las desapariciones, las falsas denuncias, las extorsiones, han sido (en gran medida) acciones perpetradas por las derechas de la región para torcerles el brazo a las fuerzas populares, envalentonadas y ambiciosas de libertad e igualdad.  Mientras tanto, las fuerzas «progresistas europeas» optan por la indiferencia, o la intelectualización fácil, para evitar confrontar con el poder hegemónico en sus propios campos de batalla en asuntos que no valen la pena. 

Macri

La reacción del gobierno aún en funciones es una amenaza velada, dirigida contra el gobierno electo de Alberto Fernández (a quien llaman «el títere») y Cristina, la «yegua populista», la del nombre prohibido, la que en los dos lados del Atlántico provoca rechazos enconados inculcados por los periodistas y escritores «decentes».  

Al justificar el golpe, al describirlo como «inestabilidad institucional», y al retratar los acontecimientos como una mera dimisión del presidente Morales, consecuencia de sus propias faltas institucionales (su hipotético fraude), Macri y sus aliados en la región le guiñan un ojo a las Fuerzas Armadas, les reconocen el rol de «reserva moral de la patria», el rol que antiguamente servía para atizar sus intervenciones para interrumpir los procesos institucionales cuando la valoración ético-política de las élites lo juzgaban necesario. 

De este modo, la derecha latinoamericana, ahora en retroceso (lo vemos en Chile, en Ecuador, en Argentina, en Brasil), se guarda la carta de la violencia política ante la eventualidad del resurgimiento de una política progresista que ponga en cuestión la adquisición de nuevos privilegios por su parte. 

Racismo

Pero el golpe de Bolivia tiene un aspecto que debería avergonzar aún más al progresismo europeo, enfrentados al negacionismo institucional y mediático que los envuelve. El golpe en Bolivia es un golpe racista, perpetrado contra el gobierno indígena de la región, dirigido explícitamente contra estos colectivos. 

Hoy sabemos que la denuncia del supuesto fraude está en duda, que el informe de la OEA, una vez más, fue una jugada de la organización para facilitar la instauración de un gobierno títere en el Palacio Quemado. No debemos olvidar los repetidos enfrentamientos que durante los últimos catorce años tuvo el gobierno de Morales con la Embajada Estadounidense en el país, y las administraciones de turno en la Casa Blanca. 

La Unión Europea se ha desentendido enteramente de la cuestión y deja hacer. El gobierno de Sánchez, se ha desmarcado de la ambigüedad de la Euro-cámara y ha condenado la intervención militar, pero ha dado por bueno el informe de la OEA, permitiendo una interpretación laxa de los acontecimientos. 


***

La hipótesis del fraude electoral queda descartada

Hoy sabemos, porque así ha quedado constatado por el Center for Economic and Policy Research (CERP) en los Estados Unidos, que la OEA - presidida por Luís Almagro, quien fue en su momento expulsado del Frente Amplio por promover una intervención militar estadounidense en Venezuela, el mismo que llamó al expresidente español José Luís Rodríguez Zapatero «imbécil», por oponerse a una solución militar - ideó y ejecutó el «bulo» del fraude electoral para justificar la violencia y forzar la dimisión del gobierno de Morales, que, para ello exigía una intervención militar en toda regla para concretarse. La evidencia apunta a que Luís Almagro recibía órdenes desde Washington, y como en otras ocasiones, actúa perfectamente alineado a los intereses de la Casa Blanca, cuya beligerancia contra el bloque latinoamericanista es indudable. 

A estas horas en las que la prensa internacional y los gobiernos pro-mercado del viejo continente comienzan a tratar los eventos acaecidos en Bolivia como «hechos consumados» y blanquean a los golpistas, ni el fraude electoral, ni la certeza del triunfo rotundo de Evo Morales en primera vuelta pueden ya ponerse en duda. 

Como señala Ernesto Tiffenberg en su nota en Página12, lo único que les queda a quienes pretenden justificar el golpe es acudir a la explicación de la ilegalidad constitucional de la participación de Evo en las elecciones. Sin embargo, como señala Tiffenberg, la participación de Morales no solo fue refrendada en su momento por el Tribunal Supremo, sino que fue aceptada por la oposición, y defendida por la propia Organización de Estados Americanos que consideró «discriminatorio» impedir la participación de Evo Morales en el proceso eleccionario. 

Las conclusiones del CERP en su informe titulado «What Happened in Bolivia's 2019 Vote Count? The Role of the OAS Electoral Observation Mission» («¿Qué ocurrió en el recuento electoral boliviano de 2019? El rol de la misión de observación electoral de la OEA») señalan que el voto a favor de Morales es ampliamente superior a lo estrictamente necesario para un triunfo en primera vuelta. También deja entrever que la misión de la OEA en su informe actuó con motivaciones políticas y en detrimento de la transparencia que su rol exige. Luís Almagro exigía con virulencia y fanatismo la intervención estadounidense en Venezuela. Ha logrado un golpe en Bolivia y una ola de violencia que anuncia muertes y daños irreparables. La prensa europea hace la vista gorda. 

NO ME DIGAS QUE SOMOS UN PUEBLO

Milei viaja a España para apoyar a la extrema derecha, a esa derecha franquista y neoliberal que busca derrocar al gobierno de Pedro Sánchez...