LOS PREMIOS




No quería escribir sobre Vargas Llosa. Me daba pereza y no tenía muy claro qué era lo que quería decir. Sin embargo, ahora mismo creo que hay que decir dos palabras sobre el aparato mediático y hacia donde nos dirige la campaña que han lanzado los medios del establishment planetario para continuar hundiendo en el olvido el fracaso del modelo neoliberal.

Pero el asunto es tan complicado que voy a hacer referencias cruzadas, cortocircuitadas, como diría Zizek, para que el asunto se vea como lo que es: una jugada de marketing para sostener el modelo del horror y del terror.

Vamos a comenzar por lo primero, por Vargas Llosa. Un tipo al que dediqué muchas lecturas en mi juventud. Un tipo que me permitió soñar con esos mundos imaginarios que se encontraban en la tangente de la realidad, y al que no podemos dejar de honrarle en cuanto escritor de ficción. No cabe la menor duda que disfrutamos con su pasión onírica y artística, con sus reconstrucciones históricas, con los extraordinarios bosquejos sociales de su primera época.

Sin embargo, muchos de sus más fieles lectores de la primera hora, todavía ignorantes del giro político que había ocurrido en su vida, nos sorprendimos cuando descubrimos en quién se había convertido el peruano.

Recientemente, Ignacio Ramonet desvelaba, en Le Monde Diplomatique la manera en la cual se produjo ese giro. En 1967 declaraba el eximio novelista sobre la revolución cubana:

“Dentro de diez, veinte o cincuenta años, habrá llegado a todos nuestros países, como ahora a Cuba, la hora de la justicia social y América Latina entera se habrá emancipado del imperio que la saquea, de las castas que la explotan, de las fuerzas que hoy la ofenden y la reprimen. Yo quiero que esa hora llegue cuanto antes y que América Latina ingrese de una vez por todas en la dignidad y en la vida moderna, que el socialismo nos libere de nuestro anacronismo y de nuestro horror”.

Sin embargo, poco después, Vargas Llosa va a sufrir una mutación que corre por los mismos senderos de las mutaciones políticas y sociales que se estaban viviendo en el escenario público. No hay nada original en su nuevo arrebato de pasión, como no había nada original en su alabanza a la revolución cubana en aquellos años del 67, entre Berkeley y París, cuando el hilo de la tensión revolucionaria que tiraba a un mismo tiempo por los derechos de la autoexpresión individual y la justicia social definitivamente se rompió. El artista Vargas Llosa decidió exclusivamente por la libertad individual, como muchos de sus contemporáneos, olvidando el componente social de su compromiso de transformación.

Como un camaleón taimado (adjetivo que le propinó a Evo Morales al que acusó de criollo mentiroso en una nota del siempre puntual periódico El País), Vargas Llosa supo apurar su propia mutación con la vista puesta en los nuevos ideales de su tiempo. Dos obras, nos cuenta Ramonet, están detrás de la articulación de su nueva cosmovisión: Camino de servidumbre, de Friedrich Hayek, y La sociedad abierta y sus enemigos, de Karl Popper.

Me acuerdo de esos libros. El libro de Popper fue el primer libro de filosofía que leí en mis años mozos. Debía tener trece o catorce años cuando lo extraje de su lugar en la enorme biblioteca de mi padre y devoré los dos volúmenes en los cuales Popper, con una literatura afilada y una argumentación retorcida rastreaba los totalitarismo del siglo XX en las obras de Platón y de Hegel. También me acuerdo del libro de Hayek, que también ocupaba un lugar en la biblioteca de mi padre, junto a las obras de Milton Friedman, en aquel tiempo en el cual las odas a la libertad radical la entonaban los carceleros y los asesinos de todas las dictaduras de nuestro continente. Curiosa epopeya la de Vargas Llosa que supo olvidarse de su pasado libertario para enfundarse la vestimenta de la libertad del mercado, militando junto a aquellos que habían sido sus enemigos.

Desde entonces, los reconocimientos políticos y literarios de Vargas Llosa se han multiplicado. Ha sido consagrado por la prensa corporativa, ha sido fotografiado junto a los literatos de moda, ha sido galardonado por nobles y eximios a todo lo largo y ancho del planeta, y en cada ocasión ha quedado claro, como en el último anuncio de los premios Nóbel, que el galardón no está dedicado únicamente al creador de ficción, sino también a la posición militante que ha adoptado desde su giro copernicano hacia la derecha política. Como el propio Vargas Llosa puso de manifiesto recientemente: “Si mis opiniones políticas han sido tenidas en cuenta, pues en buena hora. Me alegro”.

Mientras tanto, la Universidad San Pablo CEU, una universidad católica con claras tendencias ultramontanas, han obsequiado a José María Aznar de España, y a Álvaro Uribe de Colombia (dos amigos personales del novelista) con el premio internacional titulado “La Puerta del recuerdo” por la “decidida lucha (que ambos mandatarios han realizado) contra el terrorismo y por sus compromisos con las víctimas.”

Recordemos brevemente a quiénes se condecora. José María Aznar, uno de los promotores más inflamados de la guerra de Irak en Europa, tiene el honor de la complicidad con una operación militar promovida por razones extraordinariamente ambiguas a las que se opusieron, no sólo la mayor parte de los Estados soberanos del mundo, sino también una inmensa mayoría de la ciudadanía planetaria en manifestaciones directas. Una guerra que ha dejado, según cuentan los más optimistas, entre 600.000 y 1.200.000 víctimas, y en la historiografía los ejemplos edificantes de Abu Graib, Guantánamo y los vuelos secretos (vuelos que recuerdan al anecdotario de horror de la Argentina dictatorial en los años 70, demostrando de ese modo la continuidad del imperio del terror).

El señor Álvaro Uribe, a pesar del triste apoyo ciudadano que el presidente colombiano ha recibido en las urnas en retieradas ocasiones, posee un prontuario de desapariciones, ejecuciones y complicidades criminales de una extensión de la que pocos mandatarios en el mundo pueden presumir. Recordemos que el expresidente Uribe recibió un premio semejante de manos de la corona española con motivo, según se dijo, de ser un promotor de la libertad. También recibió de George W. Bush la medalla de honor por razones análogas: ser un paladín de la justicia y la libertad, por su lucha contra el terrorismo y a favor de las víctimas.

Mientras tanto, permítanme que les recuerde el escenario en el cual nos estamos moviendo. Después de una oleada de privatizaciones en los años noventa en la periferia del primer mundo, que contribuyó a la pauperización de las economías locales y lanzó a la miseria a cientos de millones de personas en todo el mundo, la década que siguió nos recibió con una crisis financiera profunda en el corazón de la metropoli.

Dos años después de declarada formalmente la crisis (hasta entonces negada por todos pese a haber sido anunciada por aquellos que los tertulianos/voceros del establishment desprecian) la prensa corporativa y la cultura vuelven a rendirse a las exigencias de eso que hemos dado en llamar "neoliberalismo", e inicia en Europa una operación a gran escala de privatizaciones, después de (1) socorrer a la banca con dinero público y (2) ofrecer al sector privado la seguridad de que, sea lo que sea que ocurra en la próspera negociación que se avecina en sectores claves como la educación, la salud y la seguridad, presa apetecida durante largo tiempo por el capital privado, el marco estará servido para facilitar los masivos despidos que se necesitan en el hasta entonces sector público, para reiniciar los procesos de reestructuración empresarial, que de seguro, además, estarán respaldados con subvenciones "inteligentes" que acabarán por llevar al Estado a la bancarrota. Lo cual, a su vez, facilitará la expansión de las operaciónes privatizadoras, so pretexto de dinamizar la economía e impulsar el pleno empleo, etc., etc.

Las subjetividades europeas están siendo colonizados a una velocidad vertiginosa. Por medio de un aparato bien engrasado de información que fragmenta la resistencia ciudadana, haciendo ininteligible las protestas que ocurren a un lado y otro del continente para los ciudadanos de a pié que no se sienten solidarizados con lo que ocurre en Francia, Grecia, Reino Unido o España, y un aparato de creación de opinión que ha borrado del vocabulario las nociones esperanzadoras que hace apenas dos años nos hacía creer que era posible un cambio de rumbo, los ciudadanos europeos, como en otra época ocurrió con argentinos, brasileros o mexicanos, asisten boquiabiertos al remate/saqueo que ha emprendido el capital corportivo fusionado con la burocracia estatal.

En estas circunstancias no es alocado sospechar que los aparatos e instituciones culturales y educativas forzados a redefinirse en función de la integración economicista europea, sirven perfectamente (como nunca antes) a las exigencias del capital, trastocando los espacios de pensamiento que pudieran problematizar y desafiar las operaciones que se están llevando a cabo.

Los premios son una parte del tinglado que estamos montando para este nuevo cambio de rumbo, este giro copernicano, al cual la ceguera de los pueblos, la irresponsabilidad de los técnicos y la complicidad de sus dirigentes, artistas y comunicadores, nos están llevando. Un cambio de rumbo que significa un cambio de identidad que resultará irreconocible a la luz de nuestros ideales aun vigentes.

China nos ha mostrado (para la felicidad de algunos y la distracción de la mayoría) que el capitalismo no necesita ya de la democracia como socia en su itinerario hacia el fin de la historia anunciada por Fukuyama.

Esto debería ayudarnos a comprender la naturaleza de los premios. Palabras como "libertad" y "justicia" son equívocas. También "democracia" y "verdad". Hay que preguntarse en cada caso concreto: ¿Qué libertad defienden los Vargas Llosa, los Uribe y los Aznar? ¿La libertad de quién? ¿Qué significa su justicia? ¿Justicia definida y administrada por quiénes y para quiénes? ¿Y qué dicen cuando dicen democracia? ¿Qué pueblo hay detrás de sus campañas libertarias, qué intereses dicen representar? ¿Cuáles son las verdades a las que atienden? ¿las verdades de las armas de destrucción masiva o las verdades del asesinato político sistemático promovido desde el Estado durante el mandato de Uribe? ¿Cuál es la verdad de Vargas Llosa, a cual de los dos Vargas deberíamos creerle? ¿Al Vargas que anticipó y denunció una operación continental de aniquilación que se extendió desde Guatemala hasta Tierra del Fuego y que costó la vida a medio millar de personas? ¿O al que defiende un modelo que llevó a ese mismo continente a la miseria más absoluta durante los 80 y los 90?

En fin... quería decir dos palabras sobre la naturaleza de los premios y la naturaleza de los premiados de moda.

Y DE PRONTO SUPIMOS LA VERDAD...



Y tuvo que ser Néstor Kirchner, con su muerte, con ese último acto de su vida, quien pusiera en evidencia otra mentira. Esta vez, el engaño concertado de todos estos años, traducido en los reiterados eslóganes que la gentuza malpudiente y sus empleados obsecuentes repitieron en coro a través de las ajadas figuras de la televisión argentina, o difundieron por medio de las letras traicioneras de la prensa gráfica.

¿Se acuerda lo que decían esta gente que no por mediocre deja de ser mala?

“La gente quiere que los echen, la gente quiere que se mueran, la gente quiere que los maten”, dijo en cierta ocasión Elisa Carrió, mientras el Dr. Grondona se frotaba las manos encandilado, y ambos pretendían hablar la voz del pueblo.

Pero detrás del odio caricaturesco y la hipocresía afeminada de Grondona, enfilados bajo una única bandera cuyo único sello de identidad no consiste más que en odiar a la pareja presidencial, débiles de espíritu, débiles de pensamiento, los Macri, los Duhalde, los Cobos, los Solá, los Michetti y los de Narváez, se enfundaban la representatividad de las clases más recalcitrantes y perversas que tiene y tuvo siempre la Argentina.

Durante mucho tiempo sentenciamos: a esta gente la engañan. Clarín y La Nación la engaña. Pero eso también es una mentira. Esta gente quiere ser engañada, quiere escuchar las bestialidades que escucha cada día, quiere que las mentiras se vuelvan sangre de su sangre para sostener el falso privilegio de su falsa cultura, frívola, miope, echa de retazos de gestos vacíos, de lecturas sin fondo, de pensamientos de polvo para el viento de nadie.

Y de pronto supimos la verdad… una verdad que todos sospechábamos pero que algunos no se atrevían a decir bien fuerte, porque había miedo. Un miedo que no era el que producían los Kirchner, como nos querían hacer creer las divas y los divos de la manipulación de siempre. El miedo era el ostracismo social, la persecución mediática, el vacío, la burla.

¿Se acuerdan de esos días aciagos de la derecha vernácula cuando era posible hacernos creer que la gente odiaba a los Kirchner? ¿Se acuerdan de esas frases sublimes en las que pretendían convencernos que hasta el pueblo los detestaba? Hoy la plaza está atestada. A vuelto el aluvión zoológico a la ciudad. Ni los golpes militares, ni las políticas de empobrecimiento, ni la concertada operación de difamación mediática ha logrado que el pueblo se rindiera.

Ayer me escribió mi hermano. Emocionado me contó que había hecho acto de presencia con sus hijos en nuestra plaza de Mayo. Orgulloso habló del pueblo, de la patria, del futuro, de la libertad y de la justicia, esas palabras sagradas que el capitalismo “espiritual” de los noventa nos arrebató, esas palabras que las bestias de la cultura local, atragantada con los valores menores del recato formal, la lexicografía y la estudiada modulación bucal, decidió abandonar para esconderse ante sí misma su propia mediocridad.

Pero el pueblo ha hablado otra vez, ha vuelto a decir: “eso es mentira”, y ha firmado la sentencia del mentiroso.

El pueblo amó a Kirchner y lo dice con la voz firme e inundada de pena para que todos escuchen quién es su lider. Y ama a su presidenta en quien confía. Y su amor no es trivial, es el amor de un pueblo que se sabe a su vez querido por sus líderes. Un pueblo al que este movimiento de transformación devolvió la dignidad que se le había arrebatado con la pretensión de hacerlos esclavos para siempre.

El pueblo ama a Kirchner y ama a su presidenta, porque ellos le han devuelto la ilusión de la libertad. Hoy el pueblo es más sabio, más paciente. Sabe que detrás de las palabras vacías de los Duhalde y macris mafiosos, de las Michettis de turno, de los Cobos traidores y de los De Narváez oportunistas no hay más que el látigo del capataz de siempre, que vela por los intereses de sus patrones en detrimento de la vida, la salud y el bienestar de todos.

Y de pronto supimos la verdad… que aquí en la tierra hay un pueblo grande, un corazón ardiente que comparten millones, un alma inflamada de ilusión que Néstor Kirchner y la presidenta ayudaron a despertar.

Hay que hacer de esta muerte un destino ineludible, un “sí” rotundo a este rumbo de libertad y justicia, y un “no” decidido a las músicas falsas de estas sirenas de la derrota, a los mentirosos de siempre, a estos empleados del mes, que ahora escondido bajo sus camas esperan el veredicto del pueblo que los sabe traidores.

¡Viva Néstor! ¡Viva Cristina! ¡Viva la Patria!

PELIGROS Y LEALTADES


Acabo de escribirle a mi madre para que compre un ejemplar de Página12 y me lo mande por correo. Quiero guardar en papel los testimonios y los análisis de Mempo Gardinelli, Horacio González, José Pablo Feinmann y otros que se han sentado a escribir en estos momentos agitados, turbios, apesadumbrados en los que aun está caliente el cadáver de Néstor Kirchner.

En la nota de ayer, la coincidencia fue que en los días anteriores había recibido una catarata de mensajes “basura” de parte de “amigos” y conocidos apurados ante la proximidad (?) de las elecciones de octubre de 2011 por seguir inculcando (inoculando) un odio envasado de lugares comunes y retorcijones de espíritu. Fue por eso que al sentarme frente al ordenador no pude evitar hacer un recordatorio de las maldades concebidas por aquellos que durante todos estos años, en las reuniones y encuentros virtuales, siempre encontraban ocasión para ofrecer su cuota de ignorancia y resentimiento.

Pero hoy es otro día, y hay que pensar en el pasado con la vista puesta en el futuro. Además del hombre, Néstor Kirchner era un líder político. Eso significa que su muerte humana debe necesariamente leerse ideológica y estratégicamente por nosotros. Que no nos engañen las frases altisonantes de las bestias opositoras. Que no nos engañen las alocuciones de los Bergoglio y los Bergman, los agentes espirituales de las derechas vengativas. En estas horas tristes que el ciudadano de a pie vive con el alma acongojada esperando que se abran las puertas de la Casa de Gobierno para dar su último adiós a su líder, en los conciliábulos los traidores urden tramas para la capitulación de nuestros sueños.

Hay que estar prevenidos. El destino nos ha puesto delante de la cara el escollo absoluto de la contingencia y nos pregunta: ¿Qué harás con el pasado que se te ha regalado? A nosotros, que somos hijos de una generación aniquilada, que somos fruto de una política de shock dispuesta para idiotizarnos, a nosotros que hemos sido adiestrados para servir sin hacer preguntas en las escuelas de negocios, que hemos tenido que reinventarnos, reeducarnos, rebelarnos ante el pasado para recuperar el sueño de una libertad auténtica, sacudiéndonos la inercia de la imbecilidad consumista y superficial que nos rodea, nos toca mirar el pasado con la vista puesta en el futuro de todos. Un futuro amenazado desde dentro y desde fuera.

Ayer, después de la muerte de Néstor Kirchner, el Washington Post informó que en la bolsa de Nueva York, las acciones de las empresas que operan en Argentina crecieron en su valor de manera exponencial debido a la posibilidad de que las políticas populistas se vean interrumpidas. Mientras tanto, en las redacciones de Clarín y La Nación respiran hondo y se preguntan frotándose las manos si esta desgracia no detendrá el proceso de transformación en el mercado audiovisual impulsado por el Ejecutivo. Los familiares de militares detenidos y juzgados celebran y calculan la interrupción de los procesos judiciales. Los industriales hacen cuentas y descuentan que la debilidad de la presidencia y la estampida hipotética de la militancia kirchnerista ante el desconcierto de la pérdida de su líder impondrá un freno a las amenazas de reformas laborales y planes redistributivos del gobierno.

En el país de hoy hay quienes lloran, pero también quienes suspiran aliviados especulando que la muerte de Kirchner ha puesto punto final al sueño de una Argentina más justa. Lo que toca es volver al pasado para que la memoria no nos permita traicionarnos, y mirar al futuro, ciertos de que no hay otra escapatoria más que la lealtad.

NÉSTOR KIRCHNER


Abrí la compu y me encontré con la noticia en el diario El País. Un frío me corrió por la espalda. Me fuí a página 12, pero no tuve acceso. Después a Clarín, y me encontré con la confirmación de la noticia. El presidente Kirchner había muerto.

La cabeza me dió un vuelco. Le dije a Agus lo que pasaba con un extraño presentimiento que fue cobrando forma a medida que pasaban las horas. Al rato empezamos a recibir las primeras intervenciones a través de facebook. Mientras millones de argentinos lloraban la muerte del ex presidente y enviaban sus condolencias a Cristina Fernández, otros se reían y hacían bromas groseras acerca de lo ocurrido. Mi hermano me envió un mensaje apesadumbrado. Le dije que me debatía entre la tristeza y la rabia.

Llevo meses escuchando a mucha gente diciendo barbaridades sin fundamentos acerca de este gobierno. Un gobierno que a muchos de nosotros nos devolvió la esperanza, que a muchos de nosotros nos hizo soñar con regresar a la patria después de muchos años de avergonzado alejamiento de un país que festejó con los asesinos y los estafadores de la dictadura la estrategia de vaciamiento del menemismo.

En todos estos años de imbecilidades, de mensajes vacíos pero rabiosos, de argumentos energúmenos, de declaraciones altisonantes acerca del asco que producía en las espasmódicas histéricas la inteligencia de la presidenta, he intentado guardar cierta cordura.

Me he explicado un millón de veces, he escrito artículos, he mantenido discusiones con "infradotados" indignados que repetían sus banalidades como un coro de fanáticos hipnotizados, he intentado que la gente tomara conciencia de la razón detrás del encono irracional que reina en el país, de la inmoderada estrategia de violencia verbal que escupe una oposición desarticulada y vaciada de contenido político, completamente entregada a la servidumbre de los poderosos y el status quo de siempre.

Sin embargo, hoy es otra cosa. Hoy me asiste la tristeza y la rabia, y la convicción de que es el momento de dar la mejor de nuestras batallas. Porque lo que ahora mismo se ha puesto de manifiesto, pese a las palabras hipócritas de los líderes opositores, es que han inyectado en el país un veneno que será difícil de neutralizar.

Detrás de las palabras de condolencia de los dirigentes opositores, lo que queda es una masa de gente idiotizada (sus bases) que se ha alimentado con las banalidades y barbaridades de un discurso desmedido y que ahora repiten como idiotas lugares comunes que, ante la muerte del expresidente y el dolor de muchos conciudadanos que respaldaban este proyecto triunfador en las urnas, pone de manifiesto el talante antidemocrático y corrosivo que los alimenta.

Es hora de militancia redoblada, decía hace unos minutos Raimundi a través de su Facebook. Eso significa recordar a cada minuto dónde y quiénes son nuestros enemigos, qué representan, cuál ha sido su historia, dónde estuvieron cuando se debatieron los ejes de este país nuevo en ciernes.

La Argentina de hoy, aunque les pese a quienes envalentonados por las huestes mediáticas repiten al unísono de la corruptela oficial, las mentiras del INDEC y el despilfarro, quienes se vuelven moralistas y se acuerdan de una pobreza que nunca les importo cuando se estaba inventando, mientras festejaban con champaña la aniquilación de la clase media y la fabricación de la indigencia, esta Argentina - decía - es una Argentina más justa.

Pero entiéndaseme bien. Se trata de una Argentina más justa, no de una Argentina justa, a secas. Es una Argentina que necesita de nosotros, una Argentina en camino. Por supuesto, las estructuras políticas están llenas de oportunistas que se cambian de camiseta como de calzoncillos. Habrá que tomar medidas, indudablemente, pero lo primero es reconocer la voluntad política que el matrimonio Kirchner supo adoptar como motivación política. Voluntad de transformación. Una transformación que no puede ser fácil, que no es bufar i fer ampollas, como dicen los catalanes, porque es contracultural, porque se encuentra enfrentada a una cultura enquistada en la psiquis de una parte de la ciudadanía argentina, cínica, escéptica, desconfiada, individualista y clasista, que de paso ha sabido preservarse de la responsabilidad que le toca en la fabricación de la miseria y el dolor bajo la cosmética de la indiferencia y la repugnancia hacia todo aquello que no responda a una política del privilegio, hacia toda política de emancipación ciudadana.

Esa es la Argentina estirada que practica con descaro la crueldad ante el groncho, y que en estas horas, como ocurrió en ocasiones anteriores cuando el expresidente sufrió crisis cardíacas semejantes, muestran la espantosa herencia que los une a las lenguas malas y cotorreras que exclamaban ¡Viva el cáncer! ante la enfermedad y muerte de Eva Perón.

Pero además de los "monstruos" de siempre, de esas caricaturas avaras, hay también la complicidad de aquellos que escuchan en silencio, sin condenar de modo alguno a las bestias más peludas de la crueldad que habitan en sus casas, aquellos que en silencio se sonríen ante las desubicadas muestras de crueldad de sus amigos o conocidos, o se limitan a un gesto vacío de reproche para afirmar después, con la mariconada: "Yo no soy Kirchnerista, pero guardo el luto". Señal de ser un pusilánime perdido, un idiota de esos que piden permiso para decir lo que se tiene que decir y callan para siempre cualquier idea que no sea la que todos repiten de manera unánime en el círculo de clase que impone su tabú con estridencias.

A todas esas personas les deseo con todo el alma que les salga un grano en el culo que les impida sentarse con comodidad durante un año largo y sufrido. Un mal menor, indudablemente, pero que puede ayudarles a recordar de la importancia de la virtud. Para el resto, gente de bien que en estas horas sufre y presiente dificultades futuras, mi más sentido pésame y mi ánimo a continuar con la lucha. ¡Viva la patria!

ESPIRITUALIDAD Y TERROR



Lo que me interesa en esta entrada es hacer un par de apuntes acerca de lo que encontrarán los lectores de ahora en más en este blog. En cierto modo, entramos en una nueva fase. Habiendo acabado mi disertación doctoral en torno a la cuestión de la identidad moderna, emprendo a continuación, paralelamente, dos itinerarios. En esta entrada voy a decir dos palabras sobre cada uno de estos libros en los que estoy trabajando

En primer lugar, de la mano de Charles Taylor, quien me guió a través de la exploración de la identidad moderna, y del teólogo John Milbank, intentaré cartografíar dos cuestiones que han sido de interés a estos dos autores contemporáneos, con el fin de establecer las conexiones entre sus dos relatos acerca del advenimiento de la secularización. Estos dos relatos están sintetizados en el voluminoso tratado, recientemente publicado por Taylor (2007), titulado A Secular Age, en el que nos advierte que la genealogía del orden moral moderno, el llamado “marco inmanente” que caracteriza la era secular, puede ser establecido desde dos perspectivas. Por un lado, a través de una narración que ponga en evidencia las mutaciones producidas en el seno de la cristiandad latina para elevar el nivel de compromiso cristiano de los habitantes de la Europa Occidental, dirigida a eliminar la brecha entre las élites y las masas en lo que concierne a su explicita adhesión y compromiso religioso, que acabará en la reforma protestante y el surgimiento de la llamada sociedad disciplinaria (Foucault). Por el otro lado, el llamado “desvío intelectual” (explorado por autores como John Milbank y Catherine Pickstock) en el que se intenta dar cuenta de lo ocurrido tras la muerte de Tomás de Aquino, en el ámbito intelectual, y que tiene como principal protagonista de este desvío al escotismo y el nominalismo ockhamista.

Abordar estas cuestiones es relevante:
1. Porque es imprescindible discernir los tránsitos hacia la modernidad en términos de mutaciones operacionales (lo cual implica abordar el impacto de la ciencia y la tecnología aplicada al ámbito de la materia inanimada, los organismos animados y la esfera sociocultural humana), y

2. Porque es necesario descubrir de qué manera las "teorías" han sido articuladas a partir de estos desarrollos, o han promovidos dichos desarrollos, desembocando de este modo en una mutación cosmovisional dramática como la ocurrida en el siglo XVII, en el cual nuestra cosmología, nuestra antropología y nuestra ética han sido trastocadas de manera radical.

Por lo tanto, esta exploración es importante porque nos permitirá acabar de delinear lo hecho en "Charles Taylor y la Identidad Moderna" en lo que se refiere a la explicación de la conformación de la modernidad, especialmente a la luz de los desarrollos y desafíos que nos llegan de tres importantes teorizadores de la modernidad como son Alasdair MacIntyre, Jürgen Habermas y Michel Foucault.

Pero hay una segunda área de importancia que esta conectada con la cuestión del terror que no podemos dejar de considerar y que, por cierto, ocupa un lugar relevante en la última obra de Taylor, a través del pormenorizado estudio de la obra de René Girard.

Pero mi propia exploración tiene como columna vertebral tres investigaciones antecedentes que pretenden particularizar las cuestiones abstractas sobre la relación entre tecnología, sociedad disciplinaria y terror que ya están previstas en las obras anteriores. Se trata de los estudios de Zygmnut Bauman, Marguerite Feitiowitz y Stanley Cohen que han explorado respectivamente la relación entre holocausto y modernidad, lenguaje y terror en la dictadura argentina de los años 70/80, y los estados de negación frente a las atrocidades y el sufrimiento a nivel individual y colectivo.

Lo que me interesa, por lo tanto, es:

1.Establecer las peculiaridades de la modernidad en lo que respecta a la relación de los individuos con la trascendencia y el modo en el cual los lenguajes del orden moral moderno tienden a animar, suspender o cerrar cualquier referencia hacia eso que llamamos trascendencia.
2.Establecer las peculiaridades de la modernidad en lo que respecta a la relación de los individuos y las colectividades con el fenómeno de la violencia ejecutada de manera sistemática, implementada tecnológica y burocráticamente.

Pero estas dos cuestiones tienen además un orientación crítica en lo que respecta a un tipo de espiritualidad en boga que asume la necesidad de operar sobre el marco inmanente a fin de reinaugurar el locus trascendente de la experiencia, la dimensión transmundana de las identidades, pero al precio de una nueva vuelta de tuerca en la marcha reformista que tiene como principal vehículo la disciplina corporal/mental para entrar en contacto con una eternidad escindida del tiempo y de la historia, con el fin de producir una fuga (vacacional) frente a las exigencias de la egocentricidad (vease el interesante trabajo antropológico-filosofico de Ernst Tugendhat, "Egocentricidad y mística").

Lo que pretendo es demostrar de qué manera la “nueva espiritualidad” (la supernova espiritual de la que habla Taylor), en el presente estadio tecnológico de nuestra civilización, se ha convertido en un peligroso condimento del orden sistémico que ayuda a reafirmar las tendencias "negacionistas" que la modernidad ha exacerbado a través del distanciamiento de los actores con los efectos morales de sus propias actividades y la inclusión de dichas actividades en un orden jerárquico que promueve una responsabilidad flotante. La interpretación de Bauman sobre el evento del holocausto ilustra esta relación entre modernidad y holocausto de manera singular.

Esta “nueva espiritualidad”, obsesionada con (1) el yo (y su disciplina); y (2) el presente (y la presencia-consciencia corporal/mental); junto con la presunción de que (3) la labor evolutiva del anthropos se reduce al logro de un "infinito malo", en términos hegelianos, en el que el individuo qua individuo y en la soledad de su individualidad sea capaz de alcanzar una plenitud absoluta; al tiempo que abstrae de dicho relato (4) toda referencia histórica que le asocia con el marco social que da cabida a la conformación de su identidad y su orientación estético/moral; esta "nueva espiritualidad", decía, justifica la determinación excluyente de su objeto (el yo presente o yo presencial) a partir de la convicción de que los cambios planetarios que necesitamos implementar sólo pueden ocurrir a partir de una revolución en la interioridad del yo. Pero este yo es interpretado de manera "desencarnada" (aunque obsesionado con la sensualidad); "a-histórico" (aunque se apunta a una visión biológicamente evolucionista que utiliza como análogo de un marco hipotéticamente análogo de evolución espiritual); y "atomista" desde el punto de vista social (aunque se anota a una versión reduccionista de la interdependencia en la cual, debido a la obsesiva necesidad de eludir toda jerarquía, apuesta por la inarticulación de todo valor intrínseco).

Lo que pretendo es demostrar que una afirmación de estas características (la preeminencia de la revolución de los sujetos) resulta comprensible en el marco de un universo holístico, en el cual los individuos, al transformarse, transforman el cosmos, porque forman parte del orden del ser. Pero resulta completamente inapropiada mientras los individuos habitan imaginarios fragmentados, sobre la base de un trasfondo cosmológico caracterizado por su neutralidad valorativa. Para estos individuos, el yo es amo y señor del universo entero. Todas las relaciones del yo resultan sospechosamente utilitaristas, y todos los sujetos convertidos en objetos, meros instrumentos para el logro de la realización personal. La ética del yo es una ética convertida en techne dirigida a la "eficacia" en el uso de los recursos vitales.

La nueva espiritualidad, que se articula sobre la demarcación estricta que la modernidad tardía ha establecido entre lo público y lo privado, sólo puede aspirar a una reintegración moral con la totalidad (a través de sus prácticas post-románticas) en aquellos espacios exclusivos en los cuales el yo descansa de las exigencias de la egocentricidad que le impone el ámbito corporativo y burocrático interesado exclusivamente en dotar a las individualidades con los instrumentos o medios que aseguren la maximización de su eficiencia como componentes de la estructura sistémica de la que forman parte; y una contracultura que pese a sus encomiables pretensiones antisistémicas mantiene intacta la escisión entre las esferas de la economía capitalista, la burocracia estatal y la esfera de la vida, estéril a la hora de articular una transformación globalizante.

Por supuesto, este apunte es muy pero muy incompleto. Lo que pretendo es, simplemente, ofrecer una suerte de índice que explique hacia donde van a ir dirigidos los artículos y comentarios que iré colgando en esta página a partir de ahora. Estas entradas serán ejercicios que no formarán parte de los libros proyectados, pero que se irán redactando en la periferia de la reflexión central y con motivo de ella.

UN HALLAZGO PARADIGMÁTICO


(1)

Un año después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, y cuando aun se estaban juzgando los abominables crímenes cometidos en la Alemania nazi, científicos estadounidenses iniciaron en Guatemala una investigación, promovida por el Departamento de Salud Pública de la Administración de Harry Truman, con el fin de comprobar la efectividad de la penicilina para combatir las enfermedades de transmisión sexual.

El descubrimiento de estas investigaciones fue realizado por la doctora Susan Reverby, de la Universidad de Wellesley (Massachusetts), quien informó que durante 1946 y 1948, cerca de setecientos varones guatemaltecos fueron contagiados de sífilis, gonorrea y otras enfermedades de este tipo, primero utilizando prostitutas en las cuales se había comprobado la existencia de estas infecciones, pasando luego a inocular directamente a los involucrados, inyectándoles en sus penes las bacterias. De acuerdo con la Dra. Reverby, no existe constancia de que esas personas hayan sido curadas o hayan sido tratadas de manera adecuada.

La Secretaria de Estado de los Estados Unidos, Hillary Clinton, reconoció el pasado jueves estos hechos, y afirmó que quienes participaron en esta operaciones abominables conocían perfectamente la naturaleza de las mismas y el carácter inmoral de su participación en ellas. El presidente Obama telefoneó recientemente al presidente guatemalteco Álvaro Colom, quien calificó lo sucedido como “delitos de lesa humanidad”. Hasta aquí los hechos.

(2)

Descubrimientos de este tipo son ejemplares si pensamos que el trasfondo ideológico que justificó a las instituciones políticas, universitarias y empresariales estadounidenses para realizar tan siniestra operación, es el mismo que estuvo detrás de dos políticas particularmente perturbadoras que destruyeron las vidas de millones de personas en nuestro continente.

Sin temor a equivocarnos, creemos que la llamada "Doctrina de la Seguridad Nacional" que se implementó durante la década de los setenta en la Argentina y en el resto del continente, que costó la vida de cientos de miles de personas, acompañada por el llamado "Proyecto de Reorganización Nacional", inspirado en el neoliberalismo más extremo, que se prolongo más allá de la época dictatorial, alcanzando su cúspide durante la época del menemato y la Alianza, respondía a un patrón ideológico semejante al de nuestro siniestro ejemplo inicial.

En ambos casos estamos hablando de proyectos inspirados en un pragmatismo inescrupuloso, promovido por instituciones que justificaron experimentos perniciosos de esas características so pretexto de estar sirviendo al progreso y a la libertad.

Quienes implementaron dichas políticas, como ocurre en el caso ejemplar del que hemos hablado, conocían perfectamente la naturaleza de las operaciones que estaban realizando, el mal al cual sometían a la población afectada y el carácter inmoral de sus actividades. También ellos actuaron, so pretexto de servir a la patria, protegiéndola del enemigo comunista o promoviendo políticas de desarrollo que acabaron empujando la población a la miseria y al hambre. Pretender en todos estos casos que los fragmentos de la historia no se encuentran relacionados, es decir, que no corresponden o son el precipitado de una mismo concepción de lo real, o bien es una escandalosa muestra de inocencia o indiferencia, o bien un signo de brutal cretinismo.

Revisar nuestra historia y juzgarla es un ejercicio de libertad que resulta ineludible. Revisar la historia nos permite vislumbrar con mayor claridad la continuidad de aquellas políticas del horror en el presente.

Quienes pretenden lo contrario, quienes abogan por el olvido, quienes exigen a grito pelado el silencio, no hacen más que exigir al pueblo Latinoamericano que permanezca atado a la ignorancia, que se rinda a la apariencia de normalidad que impone el maltratador a su víctima.

Recordar y juzgar significa hacer nuestra la consigna "Nunca más".

El intento de golpe de Estado en Ecuador, que vivimos angustiados durante las últimas horas, no hace más que confirmar lo que presentíamos, la existencia de una operación concertada para debilitar a los gobiernos progresistas de la región.

El primero fue el golpe fallido producido en Venezuela a la presidencia de Hugo Chávez, en la que se puso en evidencia la connivencia estadounidense y de la derecha española. Siguieron los intentos golpistas en Bolivia para deponer al gobierno de Evo Morales en el que se pusieron de manifiesto las complicidades entre la Embajada estadounidense y los rebeldes. Recordemos que la operación acabó con un crímen horripilante. Treinta y ocho indígenas fueron linchados y asesinados en la provincia de Pando (recordemos, además, que personalmente constatamos de buenas fuentes, y denunciamos en este mismo blog, que existió un fuerte apoyo económico de una parte del empresariado catalán- que sería sólo un ejemplo del apoyo general que Europa brindó a las fuerzas separatistas santacruceñas en su intento por desestabilizar el gobierno de Morales para proteger sus intereses). A ello siguió la sublevación militar y el derrocamiento de Manuel Zelaya en Honduras. A lo que hay que sumar el acecho continuado que a través del socio colombiano, en la figura del uribismo, realizan los Estados Unidos sobre Venezuela, y el tratamiento tendencioso que la prensa oficial en Latinoamérica, en Europa y en Estados Unidos hace del Presidente Venezolano, para convertirlo en una suerte de monstruo facista, pese a haber sido protagonista de 15 elecciones democráticas en las que no se han constatado fraude de ningún tipo, de acuerdo con los veedores internacionales, y pese al empeño obsesivo de la derecha española que a través de las FAES, en complicidad con todos los grandes grupos mediáticos, pretenden corroer la legitimidad que el pueblo venezolano ha concedido a su lider.

Pero además, hemos visto, en Brasil, en Argentina, en Paraguay y en Costa Rica, para poner sólo algunos ejemplos, como los grandes poderes económicos, a través de sus aparatos mediáticos de propaganda, que insisten en presentarse como instancias objetivas e independientes, han intensificado su ofensiva en toda la región, a través de la desinformación y el engaño puro y duro, dejando patente que en la democratización de estos ámbitos de negocios, en la diversificación de las voces, nos jugamos el futuro de nuestras democracias.

Por otro lado, hemos ido viendo como, de hurtadillas, la administración Obama ha ido redefiniendo su posición en Latinoamérica. Después de varios años de relativo "abandono" de la región, en el que Estados Unidos ha dedicado sus "mejores" esfuerzos a controlar medio Oriente y Asia Central, descubrimos como, so pretexto de acabar con la lacra del narcotráfico, ha reestablecido su rol de patrullaje y control militar invirtiendo en una sofisticada red de bases militares, estratégicamente dispuestas sobre la geografía del continente americano para controlar a sus enemigos.

Por otro lado, en vista del crecimiento exponencial que está experimentando la región en términos económicos, debido, entre otras cosas, al "casino" financiero que ha llevado los precios de la materia prima a cifras desorbitadas en el comercio internacional, y unas políticas públicas inteligentes, es imprescindible que la sociedad se recaude avanzando hacia un modelo cada vez más redistributivo y participativo de ganancias.

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Hemos abierto esta entrada hablando de las abominables operaciones estadounidenses en suelo guatemalteco. Pero no hemos dicho nada sobre sus cómplices locales. Se trata de la condición necesaria para la implementación de las políticas de dominio, aquellos que exponen a sus conciudadanos a la indignidad, sometiéndolos incluso al asesinato y la tortura, con el fin de cumplir con los mandatos venidos de afuera. (Pensemos en el hecho de que apenas quince años después de los experimentos realizados a la población masculina guatemalteca, se inició en Guatemala una persecusión que costó, en el período que va desde 1960 a 1996, la módica suma de 200.000 desaparecidos, de los que Hillary Clinton y el presidente Obama no han dicho aun palabra alguna, pese a que se conoce de manera fidedigna - lo dicen los propios documentos desclasificados del Congreso estadounidense - de la promoción activa que realizaron sus predecesores en la violencia represiva).

Esos actores locales, que participaron activamente en el proyecto de dominio imperial estadounidense en el continente americano durante la guerra fría y que actuaron inescrupulosamente para hacer de nuestros países un modelo ajustado al llamado conceso de Washington no han desaparecido. Nuestros contrincantes están aquí, buscando de todos los modos posibles, revertir cualquier avance en la democratización real (en contraposición a "meramente" formal) de nuestras sociedades, y una verdadera participación en estas instancias de crecimiento, que nos permita desarrollar políticas autenticamente solidarias.

Pero sería ingenuo creer que nuestros enemigos llevan siempre la camiseta de nuestros contrincantes políticos. A veces se encuentran entre los vociferantes de nuestras propias líneas. Lo importante, en todo caso, es mantenerse alerta y continuar debatiendo hasta el hartazgo acerca de estos asuntos que a todos nos incumben, para continuar construyendo democracia.

Nuestros enemigos están dispuestos a todo. Están en poder de la palabra y de la fuerza bruta, mantienen en el encantamiento a amplios sectores de la población y han establecido un entramado de prevendas en el seno de los tres poderes, las fuerzas coercitivas y la prensa.

Para ellos la democracia sólo es tal en la mida de su propio éxito. No saben, ni quieren saber cómo actuar cuando las urnas les dan la espalda, cuando el pueblo toma la determinación de articular un proyecto diferente al que ellos mismos promueven. Lo único que les mueve es el poder, a cualquier precio.

Lo dicho vale como ejemplo y justificación de nuestro veredicto. Lo que toca es defender esta democracia nuestra latinoamericana que está dando lecciones de lo que significa verdaderamente la participación y el compromiso en la construcción ciudadana.

CORRUPTIO OPTIMI QUAE EST PESSIMA


Estimada Cande,

Primero que nada, te agradezco mucho que hayas decidido continuar con esta conversación. Como has visto, he publicado tu carta y escuchado tus razones. Ahora me gustaría decir algunas cosas al respecto.

Es innegable que cualquier persona que se encuentra en una posición semejante a la tuya tiene que experimentar un enorme sufrimiento. Como te decía en alguna de mis respuestas anteriores, aquellas personas que se han enfrentado a los delitos comunes de sus familiares y amigos, y les han acompañado en sus procesos y condenas, han experimentado cosas muy similares a las que vos misma estás expuesta.

Con respecto a esta cuestión, creo que hay dos temas que hay que señalar. En primer lugar, los crímenes de los individuos no son transferibles a sus familiares. Como vos, pienso que los descendientes de quienes cometieron delitos tienen derecho a hacer sus vidas, a contar su propia historia. Si como decías en otra comunicación, algunos de ustedes (me refiero a los familiares de acusados y condenados por crímenes de lesa humanidad) son discriminados por ser hijos o familiares de procesados y condenados, habría que tomar cartas en el asunto porque ese tipo de actitud no debería tolerarse en una democracia.

Sin embargo, es evidente que la justicia humana es imperfecta, en cuanto, al castigar al delincuente ineludiblemente daña a quienes le rodean. En este sentido, pese a que la intención original de la legislación liberal a este respecto es proteger al círculo social del delincuente de esa transferencia de penas que no le corresponde, parece de suyo que esta pretensión se enfrenta a una realidad ineludible que es el hecho de nuestra pertenencia comunitaria. Como somos seres comunitarios, el sufrimiento de los “nuestros” nos afecta. Por lo tanto, lo primero es darse cuenta que hay un conflicto, entre los bienes estrechos, aunque no por ello despreciables, a los que aspiramos como miembros de un clan familiar, y aquellos otros a los que aspiramos como ciudadanos. El conflicto entre estos dos aspectos de nuestra identidad que se definen a partir de bienes que a veces resultan contrapuestos, está en el fondo de tu dilema. La tragedia de la Antigona de Sófocles ilustra perfectamente la situación. La pregunta, como explicaba MacIntyre, es si existen o no elementos para superar la dialéctica que se establece entre la defensa que realizamos de nuestra familia y los deberes que tenemos como ciudadanos, o si en cambio, la tragedia se debe a que de suyo, de manera inherente, estos conflictos son irresolubles.

Creo que existe un tipo de racionalidad que puede rescatarnos de esta tragedia en la cual todo tu argumento parece estar atrapado. De acuerdo con tu línea de razonamiento, el único modo de resolver dicho conflicto es a través del olvido. O si no querés llamarlo de ese modo, a través de una indistinción de lo ocurrido. Cuando ponés a Gorriarán Merlo y a Videla en la misma ecuación, asumiendo una equivalencia de las responsabilidades, ofrecés a los enemigos de tu padre una legitimidad que hace aún más perversa la estrategia adoptada para combatirlos. Desde cualquiera de los dos puntos de vista que lo veas, sea que le concedas el estatuto de combatientes, o resuelvas que sus actividades fueron exclusivamente delictivas, la cuestión sigue girando en torno a la legitimidad de la estrategia asumida, la aniquilación de los grupos armados, y el asesinato y amedrentamiento de adherentes, simpatizantes y distraídos, junto a la promiscua necesidad de hacer cómplices del abominable crimen a la sociedad en su conjunto, al hacer de la desaparición de los que nos rodeaban un signo inequívoco de nuestro silencio traicionero a la verdad.

Además, como me referiré de manera más extensa a continuación, las fuerzas armadas, tentadas por una parte de la sociedad civil, comprometida con un proyecto político-económico muy preciso, asumieron voluntariamente un rol que se atribuyeron en función de una pretendida estatura patriótica y moral que les convertía – de acuerdo con su relato – en el último bastión del bien y de la legalidad del país. En este contexto, las violaciones cometidas a la patria durante aquellos años hacen inconmensurables los crímenes de unos y de otros en un sentido muy específico, en lo que respecta a la esencia de lo que somos como país.

Al actuar en representación de todo, al asumir el rol del Estado, los crímenes de las fuerzas armadas y los círculos civiles involucrados en el genocidio llevaron a la propia argentinidad al abismo, socavando de ese modo la articulación última que es condición de posibilidad de eso que llamamos Argentina. Es decir, la asunción maniquea que orienta la labor asesina del Estado, conduce a la Argentina al extremo de su disolución, al negar a sus partes su derecho a la existencia y a la responsabilidad. Eso significa, en el caso de las violaciones más flagrantes a los derechos humanos, fabricar la figura del no sido, del desaparecido, primero sujeto a la humillación de sí, para luego ser reducido a la nada de sí, proyectando una desmemoria radical de toda la sociedad al silenciar lo que había sido a partir de la justificación de procesos de reorganización nacional volcados al futuro de todos.

Pero fijate que esto no era nuevo en la Argentina. No era el producto exclusivo de la violencia setentista con la cual continuamente se justifica el accionar homicida. Se trató en realidad de un nuevo capítulo de silenciamiento que tuvo su ilustración más histriónica en la proscripción grotesca (durante 18 años), que fue acompañada con la persecusión inútil de un nombre y la complicidad concertada de una parte de la sociedad civil que se prestó a una sucesión de elecciones fraudulentas de suyo, al estar la soberanía popular de la inmensa mayoría de los argentinos arrinconada por decreto. No fue la primera vez. Hay entre los bombardeos a Plaza de Mayo y los fusilamientos sumarios en el '55 y Montoneros un vínculo innegable que convierte en inútil cualquier pretensión de que la violencia setentista fue producto exclusivo de las voluntades corrompidas de una generación obnubilada con la lucha revolucionaria.

Sin embargo, todo esto no explica por qué razón matar de esa manera, por qué razón hacer de los prisioneros objetos de tortura y humillación, por qué razón hacer desaparecer los cadáveres y robar a los niños y asesinar de manera espantosa a las madres que les habían amamantado, al tiempo que se sometía a la población civil a un amedrentamiento feroz, y a un concertado quiebre de su autoestima y moralidad que acabaría grotescamente en la pasión menemista por la impunidad y el derroche, la borrachera, el bacanal de injusticia insolidaria que llevó, por primera vez en su historia, a una Argentina de miseria indecible, de muerte por inanición.

Pasemos a la segunda cuestión. Dividamosla en dos partes. El primer tema es la cuestión procedimental. De acuerdo con tu relato, los juicios son nulos debido a la violación de aspectos procesales y probatorias esenciales en el derecho penal. Por otro lado, sostenés que los juicios que se están realizando están siendo promovidos por antiguos miembros de las organizaciones Montoneros y ERP. De esta forma, estas acusando al gobierno nacional y ponés en duda a todos los jueces.

Ahora mismo no tengo elementos suficientes para ofrecerte una respuesta fundamentada sobre estos dos extremos. Prometo investigar el asunto con detenimiento. Sin embargo, hay algo que resulta particularmente curioso acerca de tu acusación, el hecho de que resulte tan difícil condenar a los procesados. Si los juicios son una farsa, si todo está manipulado y amañado como decís, ¿por qué razón estas dilaciones? No hay duda que los delitos de los que se hablan se han cometido. Hay infinidad de pruebas al respecto. Y a menos que uno quiera convertirse en un negacionista haciendo pasar los crímenes por una farsa/espectáculo y defender, como hacen algunos, que no hubo desaparecidos y que los terroristas están disfrutando de largas vacaciones en Europa, este punto debilita la pretensión de que no existen garantías de ningún tipo, y que todo se hace con especial arbitrariedad. Por otro lado, las Naciones Unidas a través de sus relatores y otros organismos internacionales han dado fe de la probidad de los procesos en cuestión.

Por otro lado, las investigaciones y juicios que se están llevando a cabo no tienen como objeto juzgar la “dictadura” como totalidad, sino que están dirigidas, como no puede ser de otro modo, a deslindar las responsabilidades puntuales respecto a crímenes particulares que deben ser probados en cada caso individualmente. Todas las condenas que se han hecho hasta el momento, y todas las causas abiertas se refieren a crímenes cometidos por personas concretas contra personas concretas que deben ser probados de manera concreta, estableciéndose de manera individual la responsabilidad a partir de pruebas fehacientes. Por lo tanto, aunque no puedo ofrecerte una respuesta absoluta sobre la probidad de todas las causas y las posibles irregularidades en los mismos, tu afirmación me resulta meramente ideológica.

Hay una segunda cuestión que me interesa recalcar, y ésta es la importancia que das a la legitimidad de los juicios y los procedimientos con los cuales se juzga a los acusados. Digo que esto me interesa porque lo que aquí se pone de manifiesto es que los dos coincidimos en que este aspecto es esencial. De hecho, es el único argumento importante en tu defensa. Pero es justamente esto lo que la sociedad le achaca a quienes participaron en esos horrendos crímenes.

No cabe la menor duda que pese a que podemos poner en entredicho algunos de los procedimientos que se han llevado a cabo en estos últimos años en relación con los juicios, establecer cualquier paralelismo con los crímenes y ofensas a la dignidad de la persona ocurridos durante la dictadura resultaría patético. Se están realizando juicios, que no sólo son de público conocimiento sino que se encuentran publicitados en todos sus detalles. Muchos de los procesados se han acogido a toda clase de garantías, que se les ha concedido en vista a sus diversas circunstancias, sin hablar de la absoluta libertad que han tenido de utilizar todos los mecanismos legales nacionales e internacionales posibles para hacer conocer sus respectivas posturas.

Sé que existen organizaciones de hijos y nietos de militares detenidos, procesados y condenados que sostienen que sus familiares son presos políticos. Estas organizaciones, que tienen todo el derecho de manifestarse, pretenden que la situación que viven sus seres queridos es análoga a la que vivieron las organizaciones pro derechos humanos que surgieron como respuesta al aparato represivo del Estado. Pero seamos honestos, plantear un paralelismo es absurdo. De manera semejante, es absurdo plantear un paralelismo entre la respuesta del aparato represivo del Estado y la amenaza insurreccional de los 70.

El sufrimiento que vos experimentas es tan inmensamente diferente a lo que padecieron muchos de los hombres y mujeres que hoy piden justicia, que en tu relato te ves obligada a hablar de circunstancias ajenas a las causas para mostrarnos el dolor que sentís. Pero aquí estamos hablando de hombres y mujeres que saben que sus seres queridos fueron sometidos a suplicios indecibles, padres que saben que antes de ser asesinadas, sus hijas fueron repetidamente violadas, picaneadas, etc.

Yo tengo hijos. Cuando de noche me acuesto en la cama y pienso que uno de ellos puede ser raptado y desaparecido, toda mi alma se retuerce en pena, todo mi ser se llena de temor y salto de la cama para verlos dormir. ¿Vos creés realmente que se están juzgando crímenes políticos? Si es así, estamos hablando en dos lenguajes muy diferentes.

Por lo tanto, todas las detenciones, procesos y condenas que se se realizan se refieren a crímenes puntuales. No hay un juicio general contra “la dictadura” o contra “los genocidas”, sino juicios específicos por cuestiones concretas: torturas, asesinatos, apropiaciones ilegítimas, cometidas contra personas concretas, personas concretas como vos y como yo. En segundo término, sabemos que la justicia argentina es lenta (lamentablemente lenta), lo cual es terriblemente injusto, especialmente para aquellos que eventualmente sean sobreseídos o declarados inocentes. Pero esto no es algo que ocurra de manera exclusiva en el caso de estos crímenes (con toda la complejidad que los mismos tienen), sino que es una circunstancia general de la justicia que está a la espera de una profunda reforma administrativa.

Confucio decía que el vicio moral está asociado a la confusión en el uso de los términos. Yo creo que eso es verdad, y por lo tanto, si queremos debatir, discutir con seriedad y tratar de esclarecer la verdad histórica y ética que nos concierne, lo primero es no confundir peras con manzanas. Tenemos que ser precisos, de otro modo nos convertimos en sofistas. Propagandistas de ideología. No podemos llamar a una persona acusada por la comisión de delitos de lesa humanidad, cuya mejor defensa es la prescripción de los delitos en cuestión o el orden procedimental de los juicios que lo procesan, un prisionero político. Eso es un atentado al lenguaje, un crimen contra la verdad. Y aquí no estoy utilizando una metáfora, estoy hablando en serio. Si queremos entendernos, si queremos construir un futuro en paz para las generaciones futuras, este futuro tiene que estar fundado en la verdad. Y aquí la verdad la han certificado los muertos, los años de dictadura, la censura prolongada, el temor que llevamos en la piel, y doscientos años de historia patria que certifica que el último caso fue una reincidencia desaforada de algo que se venía practicando desde el comienzo en nuestra patria. Por lo tanto, el lugar de la discusión tiene que ser otro. Y estoy dispuesto a encontrar una alternativa, estoy dispuesto a buscar una solución que minimice el sufrimiento de todos (incluidos aquellos que de manera directa experimentan el dolor de ver a sus familiares sentados en el banquillo de los acusados después de tantos años), pero no sobre la base de una tergiversación de la realidad.

Un buen soldado no tortura, no chupa a la gente y la liquida, no participa en la desaparición de personas. Un buen soldado sabe que hay reglas de la guerra, convenciones inviolables. Un buen soldado, si además es cristiano, sabe que los hombres no pueden confundir los fines y los medios. Un buen soldado sabe que de la existencia de Auswitch, de Pol-Pot y los campos de concentración stalinistas fueron construidos, implementados y administrados de manera eficiente por soldados como él mismo, y por lo tanto, después de un siglo de terror totalitario, no caben ya justificaciones, no caben respuestas opacas como: “no sabíamos a qué clase de enemigo nos enfrentábamos”, como leí en la entrada principal de la página de “Hijos y nietos de prisioneros políticos”, la organización de la que te hablé más arriba. Un buen soldado sabe lo que es debido y lo que no es debido a un hombre de bien. Por lo tanto, no se trata de una guerra, se trata de lo que en ese conflicto (sea que le llamemos guerra o mera represión) se hizo que no debía hacerse.

Otra cuestión es la facilidad con la cual se utilizan algunos términos que no hacen más que confundir el pensamiento. No podemos llamar a una persona acusada por delitos de lesa humanidad “prisionero político”, como tampoco podemos decir que los errores cometidos fueron el resultado de la falta de habilidad de las fuerzas armadas para enfrentarse a una guerra revolucionaria. Si queremos llevar a buen puerto nuestros razonamientos deberíamos ser honestos con nosotros mismos. Lo que se juzgan no son hechos cometidos en combate, la totalidad de los delitos cometidos son flagrantes violaciones a la dignidad humana. La tortura, el encarcelamiento ilegal, el fustigamiento ensañado a la que se sometió a los prisioneros, el robo de bebés, etc., incluso si consideráramos el asunto desde tu perspectiva, serían considerados delitos de guerra que merecerían el mayor de los castigos, pero es aún peor cuando pensamos que a lo largo y ancho de Latinoamérica cientos de miles de personas perecieron debido a la obnubilada afirmación de una ideología espantosa a la que algunos todavía siguen apoyando neciamente, pese a las muchas muestras que nos ha dado la historia desde entonces.

Como te decía, nuestra coincidencia en lo que respecta a las cuestiones procedimentales pone de manifiesto un bien al cual los dos nos adherimos. Los dos creemos en ese bien que es la justicia, y creemos que un Estado tiene la responsabilidad de ofrecer garantías a sus ciudadanos de que los mecanismos de coerción y represión no van a utilizarse de manera indiscriminada. Estoy convencido, como vos, que estas cuestiones son fundamentales, que es absolutamente imprescindible asegurar, garantizar los derechos fundamentales de los reos, independientemente de los delitos que estos hayan cometido. Esto es justamente lo que se encuentra en el núcleo de la discusión que estamos teniendo. Y aquí es donde pasamos al tema central que debemos resolver entre nosotros, que consiste en determinar dónde tiene que ponerse el acento en esta circunstancia. Porque de tu relato, lo que se desprende es que no deberíamos realizar ningún tipo de distinción respecto a los crímenes cometidos, que la mera existencia del enemigo terrorista explica y justifica lo ocurrido después. Pero lo que yo creo, si querés que lo diga en términos contemporáneos, es que ningún 11 S justifica Guantánamo. Que Guantánamo es un medio a través del cual se disciplina y aterroriza a toda la sociedad. No hay ninguna necesidad de utilizar esos mecanismos de persecusión y represión. Si así se hace, lo que tenemos es un plan concertado con el fin de mantener bajo el zapato cualquier reivindicación de la sociedad civil. Algo análogo ocurrió en la Argentina.

El efecto que produjeron las actuaciones cívico-militares durante los años de la dictadura en la Argentina no fueron casuales. Si uno vuelve la mirada hacia atrás, al imaginario de nuestra historia, cae en la cuenta que fueron el resultado trágico de una interpretación antidemocrática y elitista que ha imperado en la sociedad argentina, probablemente, desde el comienzo mismo de su historia como imaginario postcolonial.


Otra cuestión importante que planteas es el tema de los crímenes cometidos por los guerrilleros, subversivos o terroristas (cualquiera sea el término que quieras utilizar). Creo que aquí hay un malentendido. Yo no defiendo las actividades de los grupos armados. Creo que esa no es la cuestión que se esta planteando de modo alguno. Pero dejame que te diga por qué me resisto a calificar un argumento de este tipo como apropiado para resolver la cuestión. Lo voy a explicar utilizando una sentencia latina que me enseñó un maestro jesuita que tuve:

corruptio optime quae est pessima.

Es decir, la corrupción del mejor es lo peor.

En primer lugar, no me estoy refiriendo a tu padre. Me estoy refiriendo a aquellos que sean culpables de los crímenes que se les imputan. Si tu padre está aun siendo juzgado, aun podemos y debemos presumir su inocencia. Pero la cuestión es que hay quienes han sido juzgados y a quienes se les ha probado un crimen. Un crimen o unos crímenes que no se asemejan a los de sus enemigos militares en el hecho de que se esperaba de ellos lo mejor, lo apropiado, lo justo, porque en cierto modo tenían sobre sí la responsabilidad absoluta del destino de la patria.

Lo voy a poner en los propios términos castrenses. Yo conozco bastante bien el mundo militar porque durante muchos años estuve muy cerca de círculos emparentados con la oficialidad de las tres fuerzas. Los crímenes cometidos fueron una verdadera traición a la Nación. Porque lo que estamos juzgando es una herida y una vergüenza terrible que pesa sobre todos nosotros. Yo no me siento avergonzado por los criminales y los delincuentes. A ellos se los persigue y se los reprime, y así se hizo. Pero cuando el poder público que tiene que estar allí para protegernos física y moralmente comete crímenes de la naturaleza de los que estamos hablando, su corrupción es inconmensurable, porque es la corrupción del mejor, de quien debía cuidarnos, de quien se había hecho cargo, de quien se había hecho responsable de actuar con justicia.

De nuevo, no estoy hablando de tu padre, estoy hablando de aquellos que hayan cometido esos crímenes. Pero hay algo más que quisiera decir, como ilustración, como ejemplo, sobre un tipo de crimen en particular que aun hoy día se sigue cometiendo mientras sea el caso que existan individuos que desconozcan su identidad. El argumento es un poquitín complicado, pero vale la pena pensarlo porque echa un montón de luz y nos hace entender de manera más justa lo que está en juego en el presente del pasado, y por qué resulta ineludible si queremos construir un futuro auténtico no hacer simplemente borrón y cuenta nueva.

Cuando una persona es apropiada, su cuerpo físico no cambia un ápice. Sigue teniendo el mismo cuerpo físico que tuvo antes de la apropiación. Decimos que hay una apropiación de identidad porque lo que se le roba a esa persona es su genealogía. ¿Qué es la genealogía? Es el relato de nuestros orígenes a partir del cual podemos contar nuestra historia. El problema es que cuando le preguntas a alguien ¿Vos quién sos? Todas las respuestas que damos tienen que ver con nuestra historia. Nadie dice algo como: soy este cuerpo que tenes delante. Porque eso no nos dice nada. La identidad es el tránsito que nos lleva del pasado al futuro, que comienza con esa película a la que llegamos cuando ya estaba empezada, que es la historia de los nuestros.

Apropiar la identidad de alguien es eso, robarle su genealogía, robarle su historia. Pero aquí hay algo curioso, ¿Sabés cómo empiezan los Evangelios? ¿Sabés cuál es la primera frase del Nuevo Testamento? Bueno, el primer capítulo dice así: Genealogía de Jesús. Libro del origen de Jesucristo. Jesucristo hijo de David, hijo de Abrahán. Abrahán engendró a Isaac. Isaac engendró a Jacob. Jacob engendró a Judá y a sus hermanos, etc. etc.

Independientemente de tu padre, independientemente de lo que nos pasó a vos y a mi en aquellos años y lo que estamos viviendo ahora mismo debido a eso. ¿Te das cuenta lo que significa que el Estado, no un criminal, un delincuente, un terrorista, sino el Estado, las Fuerzas Armadas y sus socios civiles, que pretendían ser el baluarte de la moralidad, que juraban por Dios y la patria sobre la Biblia, que llegaron con la pretensión de devolver a la patria el orden y la dignidad perdida, lo que significa la corrupción de los mejores? Significa lo peor, lo más abominable.

Por eso creo que no debemos mezclar los argumentos. No hay ningún crimen de los enemigos que pueda justificar lo que ocurrió en esos centros de detención, ningún crimen que justifique haber dejado parir a esas madres y después de haber dado a luz, haberles arrancado a sus hijos de entre los brazos para ejecutarlas, ninguna justificación para hacer que alguien sufra durante treinta años la desaparición absoluta de un ser querido. Y te digo más, Cande, si sólo hubieran sido combatientes, pero no, murieron maestros, profesores, sindicalistas, obreros, abogados, periodistas, tontos que pasaban por la esquina (¿Te acordas de la frase de Camps?), y quienes los mataron fueron aquellos que tenían el poder del Estado (los mejores) que con su actividad se convirtieron en los peores.

Creo que tu argumento es muy débil, sobre todo porque no hay arrepentimiento alguno, no hay juicio moral alguno. Lo que pretendés es llevar la discusión a un terreno en el cual los crímenes se neutralicen por medio de un silogismo salomónico que haga que los horrores inimaginables de unos (quienes cometieron esos delitos de lesa humanidad) contra todos nosotros (no sólo contra sus enemigos, porque el silencio fue para todos, porque la represión fue para todos y cada uno de nosotros, porque el miedo y la rabia y los años de vergüenza y de culpa fueron para todos nosotros), lo justifique el hecho de que esos otros, a los que perseguían, eran criminales. Pero es que aún siéndolo, a ellos no se le puede exigir lo que se le exige a quien ha tomado por voluntad propia hacerse responsable de la nación.

Corruptio optimi quae est pessima.

Yo creo que lo primero, si queremos entendernos, es tomar la decisión radical, generosa con la patria, corajuda y valiente, de hacernos cargo de lo que nos toca. Aquellos militares que asesinaron, torturaron y se apropiaron indebidamente de niños, aquellos civiles que diseñaron y empujaron a esos militares al crimen, deberían recordar las enseñanzas sobre el honor que recibieron en las academias y en los colegios cristianos donde estudiaron. Deberían comprender que con su falsas bravuconadas de hoy, vuelven a poner al país en una encrucijada, a este país nuestro que juraron defender, y que sin embargo, por ignorancia, por miedo, o por lo que sea, ayudaron a quebrar, material y moralmente durante tantas y tantas décadas.

Una vez más, de todo corazón. Con cariño, te ofrezco mi pensamiento. Muchas gracias.

CARNE, LENGUAJE Y SOCIEDAD



He escrito una larga respuesta a la entrada anterior. Sin embargo, he pensado que es preciso decir algo acerca de las ideas de fondo que animan mi posición antes de ir a los detalles.

Pese a la estridencia con la cual algunos autores post-modernos han anunciado la clausura de la relación entre la filosofía y la política, sigo creyendo que no es posible, si queremos eludir la arbitrariedad partidista, dar cuenta de lo que nos atañe como ciudadanos, sin explicitar filosófica, o incluso teológicamente, nuestras posiciones.

Por lo tanto, lo que sigue a continuación es un análisis muy breve de los términos que figuran en el título elegido para esta entrada, y una conclusión que servirá como nexo para la entrada que publicaré mañana, que es la respuesta sin rodeos a algunas afirmaciones que se desprenden del testimonio publicado y que representan, en buena medida, las preocupaciones y dudas de una parte importante de la sociedad argentina que todavía pretende que el pasado debe sepultarse en la memoria, o redescribirse de modo que los crímenes cometidos se absuelvan, como decía en una nota, por medio de una justicia salomónica, pretendidamente compasiva y orientada a la liberación del futuro. Detrás de estas posiciones, como hemos visto, sin arrepentimiento alguno, se repite con énfasis que el camino de la reconciliación es el camino del perdón, y se confunde el perdón con la impunidad.

Empecemos con la carne. Con el término “carne”, decía Merleau-Ponty, nos referimos al hecho de que nuestro espíritu (nuestra mente, nuestra ánima) es de manera ineludible un espíritu encarnado. Un ser encarnado es un ser que sólo resulta inteligible con su mundo.

Tracemos imaginariamente un círculo a nuestro alrededor. Todo lo que vemos, escuchamos, gustamos, olemos, sentimos dentro y fuera de nuestro cuerpo, todo lo que pensamos (en forma de pensamientos o en la forma de trastornos del pensamientos – como decía Nussbaum), todo eso, decía, es nuestro mundo, un mundo que está hecho, de un modo paradógico, con nuestra propia sangre, con cada palpitación nuestra. En el momento en el cual cesa nuestra respiración, no sólo nuestro cuerpo se trasforma en cadáver, sino que, como decía Cortazar, una nube desaparece del cielo: un mundo deja de existir.

Por lo tanto, nuestro cuerpo, nuestros cuerpos, son de manera inextricable en el mundo en el que somos. Y ese mundo nuestro al que llegamos cuando ya está empezado, y al que dejamos aún en movimiento para quienes nos perviven, se nutre de nuestras miradas que lo pintan con nuestros colores.

Pero además ese mundo nuestro que habitamos los humanos es un mundo hecho de palabras. Palabras que se dicen en la conversación porque son hijas de la conversación. Nuestro mundo es un poema y un relato, pero también una orden policial y una declaración jurada. Nuestro mundo humano es incomprensible sin la palabra, y por ello, a diferencia del mundo de los animales, es un mundo en el que existe la mentira. Los animales saben fingir, pero no mienten. No saben mentir, no pueden mentir, pero nosotros sí. La mentira sirve para muchas cosas: confunde, esconde, divierte, asusta, aterroriza, reconforta, sirve como refugio y consuelo, nos regala con aliento cuando nos sentimos desfallecer.

Pero las palabras no son meros instrumentos a disposición de los hombres, adminículos que usamos para decir o confesar u ordenar cosas. Las palabras son la red en la que se teje el vestido que nos constituye, la sociedad donde nos iniciamos como tal y cual, la que nos da un nombre, la que nos permite descubrir/inventar nuestra identidad. Sin la sociedad no somos nada. O mejor, somos menos que nada, porque la nada de uno, sólo puede ser la negación de ser que endilgamos de manera rotunda y criminal a nuestros enemigos. "Nada" empieza con N, como los NN, esos que son, pero no son nada, esos que hay que hacer salir de la nada para convertirlos en muertos, para darles sepultura, que es la manera que tenemos los humanos (esos animales peculiares que viven en comunidades constituidas por la palabra) para vencer a la muerte, justamente, en el lugar de las palabras, ofreciendo al futuro memoria, un nombre y un apellido sobre una placa, no sólo al héroe, sino al ciudadano común que ha pasado por esta tierra nuestra mezclando su sangre con la sangre de los otros, en este cuerpo nuestro que es el mundo de todos.

Crímenes contra la carne. Crímenes contra el lenguaje. Crímenes contra la sociedad. Crímenes contra la esencia de lo humano. Crímenes de lesa humanidad. De eso hablamos. De haber cometido crímenes contra todos nosotros. Crímenes contra el mundo. Por eso hemos dicho: esos crímenes son imprescriptibles, porque al atentar contra uno, atentan contra todos.

ESCUCHAR Y SER ESCUCHADO. Testimonio de la hija de un militar procesado por delitos de lesa humanidad.

Hace mucho tiempo que la cuestión de los Derechos Humanos, la cuestión específica del terrorismo de Estado en la Argentina en la década de 1970, ocupa un espacio privilegiado en este blog.

Quienes me conocen saben, como he dicho en otras ocasiones, que no ha pasado un sólo día en las últimas tres décadas en el que este tema no haya sido objeto de mi preocupación.

Cualquiera que se haya encontrado conmigo, en cualquier circunstancia, ha sabido por mí que en la Argentina, una generación fue literalmente aniquilada. Hace unos días J.P. Feinmann contaba en Página12 que entre 1973 y 1977 desaparecieron 105 chicos del colegio Nacional Buenos Aires. Algunos de ellos tenían 15 y 16 años. Primero se los aterrorizó con la tortura, luego se los ejecutó y finalmente se hicieron desaparecer los rastros de su existencia, imponiendo de ese modo un castigo crónico a los familiares de esas primeras víctimas.

Hace algunas semanas publiqué una entrada que lleva por título “Una noche de 1977, Argentina”. En ella relataba un evento de aquella época que resultó especialmente importante en mi vida. Mi accidental visita al hospital de Campo de Mayo donde, luego me enteré, decenas de mujeres dieron a luz a sus bebés antes de ser ejecutadas. Sus hijos (recién nacidos) fueron desaparecidos. Aun se espera el reconocimiento de la identidad de 400 personas, entonces recién nacidos o niños de escasa edad, que fueron apropiados en diversas operaciones. Para ilustrar la actualidad de esta cuestión, cabe destacar que hace apenas una semana, gracias al empeño de las Abuelas de Plaza de Mayo, con escasa repercusión en los diarios de mayor tirada del país, el nieto 102 fue recuperado. El apropiador se encuentra actualmente en situación de búsqueda y captura.

“Una noche de 1977, Argentina” animó a los lectores a realizar comentarios. Uno de ellos, el de una joven que se dio a conocer como “Cande”, objetó mi interpretación sobre los acontecimientos de aquellos años. Ha quedado constancia de ese primer intercambio a continuación de la entrada referida. Más tarde, recibí de ella una comunicación privada en la que ampliaba su testimonio y argumento.

Al principio pensé en responderle exclusivamente a ella, pero luego se me ocurrió que era justo ofrecerle un espacio en el cual pudiera plantear abiertamente sus dudas, en donde pudiera poner de manifiesto su posición acerca del asunto. Nada sería más indigno que no escuchar su testimonio. Nada sería más necio que hacer oídos sordos a su experiencia. No tenemos que tener miedo a escuchar a nuestros contrincantes. Todo lo contrario, debemos estar dispuestos a permitir que aquellos que disienten digan su verdad.

Como he dicho en alguna entrada, lo que nos permite adoptar una posición valiente frente a cualquier argumento es que creemos en la realidad, creemos que al final la verdad tiene la contundencia irrefutable de la tierra sobre la cual caminamos. La verdad es inconmovible. Podemos engañarnos, podemos ser engañados, pero el empeño de las cosas en ser lo que son siempre acaba resultando ineludible.

Yo no creo que haya una verdad a la medida de cada subjetividad. Si alguna vez lo creí, o profesé doctrina semejante, me arrepiento de ello. Sólo hay una verdad, que no es tuya ni mía, pero puede ser el empeño de cada uno de nosotros. Si no dejamos que el dolor, la vergüenza o el prejuicio largamente masticado nos obligue a lo contrario, un día la verdad nos hará libres. Ahí está nuestra historia, nuestra verdadera historia que no puede ser escondida para siempre, ahí están nuestros muertos que continúan llamando a la puerta de nuestra conciencia, ahí esta el amor y el sufrimiento y la confusión en el alma nuestra. Ahí está la realidad que nos daña y nos conmueve, pero que también nos ofrece refugio y muchas veces cariño.

A continuación pongo a disposición de los lectores la entrada de Cande:

Hola Manu. Gracias por la sinceridad y transparencia de tu respuesta. Sé de corazón que decís lo que creés y que tu empatía es real. Gracias.

Mucha gente como vos cree que la justicia está actuando, nadie se toma el trabajo de ver cuán irregular puede ser un juicio en el que toda la prueba se resume a la palabra de unos testigos contra la de unos acusados. Suponiendo de entrada que unos son víctimas y los otros sus victimarios. La historia sacará a la luz las condenas a cadena perpetua de hombres "reconocidos" por la voz, los zapatos, el perfume o las manos. Los juicios están siendo llevados a cabo por un gobierno que tiene entre sus ministros a confesos montoneros y erpianos cuyos currículums se encuentran en muchos libros escritos por ellos mismos. Absolutamente todos los jueces que juzgan militares tienen iniciados procesos de juicio político ante el Consejo de la Magistratura.

Mi padre tenía 24 años en 1970, cuando la violencia se instaló en Argentina. Hoy tiene casi 65 años. Está preso hace más de dos años sin juicio en un penal común, igual que 954 militares más que prestaron servicios en la década del ’70. Hablé mucho con mi padre sobre esto, él hizo cosas de las que no se enorgullece (tanto como cualquier soldado que sobrevive a la guerra), pero jamás fue cruel o violó la ley. Es absolutamente inocente de lo que se lo acusa y está esperando el juicio con la inocente esperanza de que todo se aclare. Tiene el ánimo estable y sereno. Varón de tantos dolores, sabe de una cierta alegría que habita en el alma más allá de toda tristeza. Está en paz con Dios, el encierro lo llevó a rezar, meditar y leer más que nunca en su vida. Para mí es un placer pasar el tiempo con él, lo admiro más desde que está preso.

En 1997 mis padres adoptaron una bebita muy enferma. Contra todo pronóstico, mi hermanita vivió 9 años radiantes, los mejores de nuestras vidas. En 1997 la justicia encontró a mi padre apto para adoptar a mi hermana, hoy lo considera tan peligroso que le niega la excarcelación a un hombre que en 30 años no violó siquiera una ley de tránsito.

Lamento profundamente las vidas humanas que la violencia fraticida se cobró en los ´70. Lamento los innegables excesos cometidos por todos los contendientes. Lo poco que recuerdo de esa época me eriza la piel, lo que investigo y leo me deja perpleja. Comprendo el dolor de perder a alguien amado, todavía lloro a mi hermanita. También conozco la sed de venganza de quien padece injusticias. Todo lo humano me es afín. Pero por sobre mis deseos y los deseos de la gente que padeció la violencia de los 70, debe imperar la justicia legal. Y si hubiera un camino alternativo, yo lo tomaría. Si hubiera otra forma de hacer justicia, la aceptaría. Estoy segura de que la única forma es la ley, del intento contrario tenemos tantos tristes ejemplos en los '70...

Ignoro cómo se hace justicia cuando hay culpas que repartir y adjudicar, ignoro si es justo o injusto que gran parte de los 954 militares presos muera en la cárcel. Ignoro si es justo que ningún terrorista esté siquiera procesado. No lo sé. No sé cuántos de esos hombres fueron inhumanos y crueles y cuántos de ellos cumplieron con su deber de estado en buena fe. No sé cuántos hoy son perseguidos por venganza, justicia o ley. Lo que sí sé es que ninguna atrocidad justifica otra atrocidad. Ningún exceso se remedia con otro exceso. Permitir que la ley se viole, es volvernos vulnerables todos.

No pretendo hacer borrón y cuenta nueva. Sé que es imposible. Creo que a la Patria se la recibe sin beneficio de inventario, igual que a la familia. El pasado no se puede negar, aunque duela. Asumir el pasado implica asumir que no se puede cambiar, que pretender repararlo es absurdo como no sea redoblando esfuerzos en volver más sano y humano el presente. La ley penal en un estado de derecho es irretroactiva y taxativa, y eso es así para protegernos a todos...y todos significa todos, aunque las víseras nos griten pidiendo venganza. Ese es, para mí, el verdadero límite de la ley humana. Violar la ley para pretender aplicarla es rídiculo.

Hoy muchas víctimas del terrorismo están pidiendo se re abran sus causas en la justicia porque quieren ver presos a los montoneros y erpianos que mataron a sus familiares. Yo no creo que esto arroje verdad sobre lo que ocurrió hace tanto tiempo. Creo que es un camino seguro a juicios viciados y falaces como los de hoy. No creo que sea mejor para alguien que la hija de Firmenich y la de Verbisky vivan el horror que vivo yo hoy. No quiero eso. No quiero que una guerra vieja siga consumiéndose generaciones nuevas. Los nietos de Videla y los nietos de Gorriarán Merlo merecen inventar su propia historia y merecen sobre todo la oportunidad de soñar una patria distinta.

Violar la ley hoy puede parecernos tan lícito como les pareció a los violentos de los '70, nuestra cuasa puede ser tan justa como la que presiguieron ellos, y sería tan malo como lo fue entonces, e igual que antes las consecuencias serían nefastas. La verdad es que los '70 fueron espantosos, pero la ley no permite, mal que nos pese a veces, punir lo ocurrido hace treinta años. Y la racionalidad de esta decisión soberana de la ley radica en que es imposible encontrar pruebas objetivas (o sea más allá de los testimonios personales que, sabemos, pueden ser mentirosos) capaces de quitarle a un hombre algo tan preciado como su libertad. Buscar la verdad de corazón, sin esterotipos, estrenando la mirada y sin asustarse es la única salida que veo. Porque cuando la búsqueda de la verdad es realmente sincera, a los pueblos les pasa lo mismo que a las personas, trae la paz.

Eso creo Manu. Espero tus comentarios.

EL PUNTO CERO DE LA HISTORIA



Ahora me gustaría que pensemos una objeción que suele hacerse a la visión que planteé en el post anterior respecto a la crítica al individualismo. La crítica se dirige más o menos a la cuestión de los logros genuinos que el “liberalismo” genérico trajo consigo al ofrecer a las personas ocasión para trascender los límites provincianos impuestos por sus respectivas comunidades. Creo que la objeción es valiosa, porque nos permite plantear la cuestión desde una perspectiva diferente a la que adoptamos en la mayoría de los casos. Es cierto que con el advenimiento de la modernidad los seres humanos han alcanzado un estatuto de libertad al cual difícilmente podríamos seriamente oponernos. Basta con pensar en las experiencias de algunos colectivos en aquellas comunidades que se encuentran ahora mismo experimentando las tensiones de su propia modernización, como ocurre con algunos pueblos musulmanes y la condición que en estos viven las mujeres, por ejemplo, para darnos cuenta de que hay ciertos “logros” a los que no podemos renunciar. Objeciones semejantes pueden hacerse respecto al instrumentalismo y la democracia liberal. Pese al reduccionismo atomizante que promueven (lo cual fácilmente se trastoca en totalitarismo globalizador) en ambos casos reconocemos que pese a la insuficiencia de nuestro actual estado de cosas, no parece razonable negar ciertos logros relativos.

Por lo tanto, la respuesta a la objeción no puede girar de manera revisionista y nostálgica en torno a las hipotéticas bondades de las culturas o civilizaciones que nos precedieron como paradigmas de la realización humana. Lo que necesitamos es un tipo de narración que nos permita evaluar esos logros que la modernidad trajo consigo, esos logros a los que el liberalismo y el marxismo se adhirieron, esos logros que de un modo u otro forman parte del trasfondo de comprensión común de estos dos antagonistas modernos, que están asociados positiva o negativamente al individualismo, al racionalismo instrumental y al atomismo político, y a partir de allí intentar elaborar, desde el seno mismo de la experiencia moderna (de la modernidad entendida como experiencia de los propios sujetos modernos) las inadecuaciones de esas autocomprensiones. Esto nos permitirá articular, dar forma, inventar y descubrir, la instancia dialéctica que ahora mismo estamos transitando.

Permítanme decir dos cosas sobre este asunto para clarificar lo que queremos decir. En cierto modo, siguiendo de manera incómoda a Hegel, podemos hablar de la historia, nuestra historia occidental que habitamos, enfatizando dos grandes instancias dialécticas. Una de ellas pertenece a nuestro pasado y está relacionada con la mutación cosmológica que acabó de tomar forma de manera clara durante el siglo XVII, que nos instaló definitivamente en la modernidad. La dialéctica se dió entonces, como explica Habermas, entre los antiguos y los modernos, en la forma de una querella que exige la legitimación de este nuevo tiempo que es la modernidad. El proceso no ha terminado: la historia no es un único hilo desplegado en el tiempo. Como ya hemos indicado, hay procesos alternativos a la modernización occidental que ahora mismo transitan instancias análogas a las mentadas.

La segunda instancia dialéctica es la que estamos viviendo ahora mismo en las sociedades occidentales. Por lo tanto, lo que estoy diciendo es más o menos viejo pero quiero reivindicarlo de todas maneras aunque pueda resultar paradógico en vista a mi propia resistencia y el descrédito de eso que se ha dado en llamar la “postmodernidad”. Lo que quiero decir es que eso que primero se llamó postmodernidad no es una instancia histórica a la cual podamos hacer referencia, porque lo que ahora mismo estamos viviendo no es algo nuevo, sino las viejas instancias cosmológicas, antropológicas y éticas de siempre en estado de putrefacción.

En cierto modo, el anuncio nietzscheano de la muerte de Dios, junto a su "profecía" de la prolongación durante doscientos años del dominio del último hombre, son una perfecta ilustración de lo que está ocurriendo. Lo que intentamos, en todo caso, es imaginar el futuro. Lo que pretendemos es ofrecer los mecanismos discursivos, filosóficos, poéticos, religiosos, científicos, para una nueva humanidad, un nuevo hombre, un nuevo paradigma. De la misma manera que pensadores como Descartes o científicos como Copérnico ofrecieron los trazos iniciales, los bosquejos inaugurales del mundo nuevo de la modernidad que ahora aparece como llegando a su fin, estamos buscando, inventando, descubriendo, aquello que hoy está convirtiéndose en nuestro futuro.

Pero para ello debemos comprender perfectamente lo que dejamos atrás. Eso que yo me empeño en llamar liberalismo, por ejemplo, que incluye en mi peculiar vocabulario las formas más extremas de socialismo científico y todas las derivaciones instrumentales que ha producido el siglo pasado: el fascismo, el nazismo y el totalitarismo stalinista y maoísta, el imperialismo estadounidense y el terrorismo milenarista de Alqeda, para poner sólo algunos casos, son el trasfondo de significaciones ineludibles a partir de las cuales construiremos ese futuro que ahora buscamos. No podemos cometer el error de los modernos, no podemos pensar esta instancia dialéctica como una mera ruptura con el pasado. Más bien, en línea con un hegelianismo histórico al que hemos desnudado de pretensiones de ontología ineludible, podemos decir que hay en el presente un palpito de integración, de síntesis de lo antiguo y lo moderno, de la sabiduría olvidada de nuestros ancestros premodernos y la tecnologías de la identidad disciplinada que ha traído consigo la modernidad. Hay también el palpito de una integración con otros procesos históricos alternativos, como ocurre con Oriente, que están forzándonos, para bien y para mal, hacia una nueva autocomprensión de la cual resultará quién sabe qué cosa.

De manera distorsionada, eso es lo que se sospecha detrás de las nostalgias que alimentan el New Age, el esoterismo, la orientalización de nuestra cultura y el hartazgo de una vida reducida a las exigencias de las esferas corporativas y burocráticas de nuestras sociedades. Esos malestares nuestros son un síntoma de lo que se avecina y se aleja a un mismo tiempo. De manera más clara, hay que preguntarse si las transformaciones en marcha nos permitirán resolver, o tan siquiera afrontar los peligros eco-lógicos a los que nos ha empujado la tecnología, los desbarajustes sociales producidos por el economicismo reinante, y la progresiva imposición de una tiranía política-corporativa "espectáculo" de la que nos hablaba con juicios ambiguos Baudrillard.

Superar los ídolos de la modernidad no significa matar a las divinidades que ocultan dichos ídolos, los bienes genuinos a los que aspirábamos que nuestra actual autocomprensión no puede acomodar. Es aquí donde lo antiguo y lo moderno deben dejar de querellarse a fin de legitimar el fin de su propio tiempo a favor de un tiempo nuevo. Pero esa superación tampoco puede ser una mera mezcolanza de tecnología y espiritualidad al servicio de la eficiencia. La muerte del hombre debe ser la recuperación del hombre en su integridad, del hombre integral, decía Maritain, una suerte de resurrección civilizacional: un anthropos reconciliado plenamente con su animalidad, con su corporalidad, al tiempo que vuelve a ponerse erecto para otear al horizonte en busca de su destino/trascendencia. En cierto modo es volver al punto cero de la historia de la especie, a la primera palabra, al primer eco convertido en vos del otro, con la experiencia de haber acertado y errado a un mismo tiempo en el despliegue de nuestro ser.

NO ME DIGAS QUE SOMOS UN PUEBLO

Milei viaja a España para apoyar a la extrema derecha, a esa derecha franquista y neoliberal que busca derrocar al gobierno de Pedro Sánchez...