SOBRE LAS VIOLENCIAS

Foto: Luiz Vasconcelos. 

Mientras el gobierno hace negocios para que los grandes jugadores del capitalismo financiero ganen miles de millones de dólares a costa del empobrecimiento de la población presente y las generaciones futuras, fracasa la mesa de negociación establecida para fijar el salario mínimo de los argentinos. En un gesto de profundo desprecio frente a  los más desfavorecidos, el gobierno aumenta la base salarial a 10.000 pesos (la demanda era de 15.000 pesos, para acercar a la mesa de los más pobres, la canasta básica), que el gobierno acuerda a pagar a partir de ¡julio de 2018! La insensibilidad es notoria: el gobierno les asegura a los más carenciados un futuro de hambre y de penurias.

En otro rubro, se sabe que el gobierno está intentando a cualquier costo desplazar a la justicia electoral de la gestión y fiscalización electoral, poniendo en entredicho la legitimidad de las próximas elecciones de medio término en las que se plebiscita el modelo implementado por Cambiemos durante la primera mitad de su mandato. 


Vuelve entonces la palabra "fraude" a flotar en el aire, instalándose en un espacio público crispado, como señal de mal augurio. 

Primero, el gobierno intentó imponer el voto electrónico, pese a las abundantes objeciones técnicas, llegando a comprar por anticipado (en uno de los habituales negocios turbios que caracterizan a Mauricio Macri y su horda de CEOs) las terminales de votación electrónico. 

Ahora le toca el turno a la manipulación de la justicia electoral. El forcejeo es un espejo de otras interferencias institucionales del ejecutivo que desdice su supuesta intención republicana de respetar la división de poderes. El gobierno sabe que su fortaleza consiste exclusivamente en la suma de la debilidad de una oposición dividida, y el blindaje mediático que le permite comprar voluntades en su empeño por transformar a la Argentina en una economía al servicio de las élites.

Sin embargo, en lo que concierne al fraude electoral, debemos ser precavidos. Lo que nos enseña la política contemporánea es que, contrariamente a lo que piensa la izquierda tradicional, el neoliberalismo ha hecho propia una vieja ecuación: "Cuanto peor, mejor".

El desorden, el conflicto, la crisis, solo hace mella sobre los más desfavorecidos, y catapulta a los más inescrupulosos a nuevas oportunidades de negocios a través de la explotación de las mayorías. Esto es verdad en los Estados Unidos. Esto sigue siendo verdad en Europa. Ocurre en África, en Asia y en América Latina.

Más allá de las banderías políticas, la definición de la actual situación social y política por parte de la ex-presidenta Cristina Fernández es un hallazgo acertado: "Nos están desordenando la vida". Ese acto de desorden no es casual o fruto de la impericia: se promueve con el propósito de imponer un "nuevo orden". La crisis supone una oportunidad para establecer un modelo de caracter neoliberal (el estado al servicio del capital financiero) y neocolonial (la destrucción del tejido social arraigado en una cultura nacional y popular de proyección fraterna y regional).

A esta altura, y en vista de lo que está ocurriendo en otros sitios de la región, sumado al autoritarismo autista del gobierno, que más allá de los gestos, solo conoce sus propios intereses y lealtades ideológicas, es difícil (muy difícil) creer que (llegado el punto sin retorno al que conduce el ninguneo) no regrese la violencia política a la Argentina.

¿Quién será responsable de esa violencia? Las élites culturales volverán a acusar a las clases populares, a los movimientos sociales y a sus líderes, estigmatizando su imprudencia. ¿Pero hay acaso mayor imprudencia que la que hoy se comete en la Argentina por parte del gobierno?

Millones de compatriotas arrojados sin esperanza al desasosiego del desempleo y al hambre, mientras una élite económica juega en la timba financiera con el destino de nuestros nietos.

¿Hay acaso mayor violencia que el recorte sin miramientos del presupuesto destinado a las ayudas sociales y a la cobertura de derechos adquiridos (pensiones, jubilaciones, salud, educación, etc.) mientras un grupo de CEOs juega con la dignidad de millones que ven cómo sus familias, sus hijos, sus comunidades son arrojadas a la penuria de la indigencia y el delito?

Resulta cínico condenar la violencia de los pobres y los oprimidos, y luego festejar y justificar la violencia de los ricos. El gobierno sabe lo que cosecha. Por eso el presidente se blinda policial y militarmente frente a la ciudadanía, y como en otras latitudes donde se imponen programas neoliberales, el espionaje, la represión de la protesta social y la estigmatización de los líderes sociales y políticos recalcitrantes frente al nuevo espíritu del neoliberalismo, prosperan.

CAMBIEMOS, CON OTRAS SIGLAS


El problema estratégico de la comunicación


Uno de los problemas más acuciantes de la política de izquierdas progresista en la Argentina de hoy gira en torno a la comunicación. 


Es posible que una afirmación de este tipo resulte desconcertante, especialmente cuando recordamos el modo en el cual la coalición gobernante, y en especial el núcleo duro del PRO, achaca a los errores comunicacionales algunas de sus hipotéticas derrotas sociales. 

El tarifazo, el 2x1, la cancelación de los subsidios a los discapacitados, todas estas y muchas otras medidas impopulares del gobierno, suscitaron una reacción bronca por parte de la sociedad. 

Los responsables de cartera en todos estos casos explicaron la reacción social refiriéndose a los problemas de comunicación que tiene el gobierno a la hora de explicar sus medidas.

Lo que se pretende es que esas medidas hubieran sido aceptadas por la gente si hubieran explicado correctamente. Cuando esta estrategia falla, se apela al reconocimiento del error y se hace marcha atrás. 

La comunicación entendida en el marco del derecho a la información

Por lo tanto, lo primero es señalar que no nos referimos a este tipo de comunicación, de carácter y propósito exclusivamente estratégico y manipulativo
. Lo que pretendemos en esta nota es otra cosa, prestar atención al derecho y necesidad de la ciudadanía a estar informada, a tener herramientas que le permita comprender el contexto y la relevancia de lo que está en juego en el debate actual en Argentina. 

A nuestro entender, lo más relevante en un mundo globalizado como el que habitamos
 es entender que lo que ocurre en la Argentina forma parte de una tendencia global. 

Ni la derrota del kirchnerismo, ni su contracara: el triunfo circunstancial del macrismo, es fruto exclusivo del complejo tejido socio-cultural, político y económico de la Argentina. Tampoco completamos la explicación atendiendo a la situación en clave regional. Lo que ocurre en Argentina es la ilustración de un conjunto de circunstancias que afectan el actual momento histórico en una variedad de maneras a todas las sociedades del globo. 

Una genuina comprensión de la especificidad del devenir nacional en todas las áreas antes mentadas, y los peligros que la actual configuración y equilibrio de poder en Argentina depende de la compresión que tengamos de lo que está ocurriendo globalmente. 

La cuestión social

Un espejo donde buscar una explicación de lo que está pasando en el país es Europa. Y el tema específico en donde esto se ve con más claridad es en la llamada cuestión social. La reciente historia social del continente permite reconocer tendencias y orientaciones básicas (contestadas por los movimientos populares, a despecho de la complicidad de la izquierda institucional) con plena vigencia empírica y normativa en la Unión Europea.

Uno podría pensar que lo “social” está ausente en Europa o ha sido empujado a los márgenes. Esto es así porque tendemos a pensar el neoliberalismo con presupuestos erróneos. 

El neoliberalismo, a diferencia del liberalismo clásico, se caracteriza por haber modificado de raíz la pretensión originaria de construir un estado mínimo. El Estado neoliberal está lejos de ser un pequeño Estado. Es un Estado tan “sobredimensionado” (si así quisiera explicárselo) como el Estado social, pero con una orientación radicalmente contrapuesta. 

Mientras que en el segundo caso, la función del Estado consiste en proteger a los miembros más débiles de la sociedad, poniendo freno a las tendencias depredadoras del mercado y aplicando respuestas a las crisis que produce; el Estado neoliberal se dedica fundamentalmente a modelar las estructuras normativas del estado con el fin de aumentar los rendimientos globales de la economía de mercado. Es decir, el Estado neoliberal tiene el propósito, por ejemplo, de flexibilizar el mercado de trabajo para aumentar el rendimiento del capital, o transformar el régimen impositivo con el fin de beneficiar a los actores más poderosos.

Eso es justamente lo que hacen las autoridades europeas en todos sus estamentos: erosionar el derecho de trabajo y debilitar a los sindicatos, no solo dejando de proteger los derechos adquiridos, sino destruyéndolos de manera sistemática. 

Esto se logra, no solo a través de la implementación de políticas económicas contingentes, sino a través de una transformación radical del edificio normativo, con repercusiones judiciales de largo alcance que aseguran (previsibilidad) al capital frente a las pretensiones (juzgadas abusivas) de los trabajadores en sus convenios colectivos.

En Europa, fue la complicidad de la izquierda al facilitar la edificación de ese sistema normativo, restrictivo en derechos y regresivo en términos salariales, lo que acabo destruyendo el potencial transformador de una sociedad movilizada, aprisionada ahora con el chaleco de fuerza de una red de leyes y normas jurídico-administrativas que convierten en estériles todos los reclamos.

La alternativa argentina

En Argentina, el edificio normativo que pretende imponerse está en ciernes. El massismo, algunas de las corrientes del Pj y el randazzismo son el equivalente en el país de esa izquierda europea cómplice que, al construir la cárcel social normativa, facilitó el nuevo encarcelamiento de las fuerzas populares que buscan una alternativa al destino que se les impone.

A dos años del "golpe electoral" de la extrema derecha argentina, la única alternativa viable para evitar la consolidación de un proyecto neoliberal cuyo posible fracaso anuncia el ascenso de opciones neofascistas (y no el regreso de opciones progresistas como suponen algunos ingenuamente) es un bloqueo legislativo que impida que las políticas contingentes se enquisten en el ADN del cuerpo normativo, naturalizando la injusticia social legalizada.

Por ese motivo, el llamado "peronismo responsable", el que dice haber acompañado al gobierno de manera equilibrada, y el "massismo constructivo", que firmó todas las leyes que necesitaba Macri para avanzar sobre los trabajadores y los más necesitados, han sido los más perversos síntomas de la derrota popular. 

La frase: “Les votamos las leyes que necesitaban para gobernar”, no es otra cosa que la confesión de ser parte de un mismo proyecto restaurador en Argentina. La alternativa pulcra que mutará en establishment neoliberal plenamente funcional cuando se agote la bestialidad del ajuste y la sociedad exija un cambio que las élites maquillarán con una nueva fachada inane de "liberalismo social" frente al daño ya acometido.

La elección de Alberto Fernández como jefe de campaña de Florencio Randazzo (hasta la fecha) muestra que existe un pretensión de nuevo ciclo. Un acuerdo de lista única, refutaría mis pretensiones (al menos en parte). 


Sin embargo, por el momento, de manera análoga a lo ocurrido en la época menemista, y de modo semejante a lo ocurrido con el socialismo europeo en los años de gloria de un neoliberalismo engordado con el capital originario hurtado a los pueblos, Massa y Randazzo representan la promesa firme de colaborar en la consolidación del proyecto de Cambiemos, eso sí, con otras siglas. 

UN MACRISTA EN BARCELONA



El otro día conocí una pareja de argentinos en Barcelona, en una cafetería en Enric Granados. Cuando escucharon mi acento argentino iniciaron una conversación. Yo estaba sentado con mi mujer en una mesa próxima a la de ellos.

Me contaron que su hija había decidido estudiar en Barcelona, y ellos estaban en la ciudad, entre otras cosas, para preparar su estadía.

Me hablaron largo rato acerca de las ventajas de Barcelona, una ciudad maravillosa. Pronto estuvieron comparándola con Buenos Aires y Argentina en general. Contrastando la seguridad y la inseguridad de una sociedad y otra, de la gente civilizada y los bárbaros de nuestro país. Argentina, me dijeron, se ha vuelto insufrible. Imaginé cuales podían ser sus simpatías políticas, pero no quise adelantarme. Los escuché.

Según el hombre, la desgracia argentina había sido el kirchnerismo. Pero Macri (decía) había salvado al país de convertirse en Venezuela o en Cuba. (Según él) ahora teníamos la oportunidad de acabar para siempre con el peronismo. Pero para eso había que tener valor y meter presa a Cristina y acabar con La Cámpora. Para lograrlo (señalaba) había que educar al pueblo ignorante y aplicar mano dura.

"¡Basta de vivos! ¡Basta de corruptos! El país necesita transparencia" (vociferaba).

Según él, ahora podemos ser parte del mundo. Macri es la esperanza (dijo el hombre). Por supuesto (reconoció) hay muchos obstáculos. Lo importante es dejarlo hacer. Aceptar los sacrificios que conlleva convertirnos en un país serio (e hizo un gesto abarcando con un gesto el continente europeo.

"¡Hay que terminar con las mafias!" (sentenció contundente)

Habló de Baradel, de los sindicatos, de los ñoquis kirchneristas, de los abogados laboralistas, de López, de Vido y Jaime, las causas de Hotesur, del asesinato de Nisman y el acuerdo con Irán. Dijo varias veces la palabra "populismo", e incluso se las arregló para hablar de la elegancia de Juliana Awada y de Lilita Carrió.

Después, me informó, de manera condescendiente, que Macri admiraba Barcelona y que la tenía como modelo mientras era Jefe de Gobierno en CABA. Enumeró los logros del presidente en aquella época, sin hacer referencia al subte o al abultado endeudamiento que dejó tras de sí.

Porteño de toda la vida (confesó), estaba harto de la delincuencia y los inmigrantes.

"Mano dura", volvió a decir, y dio un golpe sobre la mesa en sincronía. Acompañó su reclamo con el relato morboso de varios asesinatos siniestros ocurridos en las últimas semanas.

"No son chicos, son monstruos, tienen que ir todos en cana. La culpa de todo esto la tiene Zaffaroni", dijo el hombre refiriéndose al debate sobre la baja en la imputabilidad que en estos días enciende a los argentinos.

Escuché su diátriba pacientemente. Cuando el hombre acabó de despacharse, me tocó decir algo.

Intenté explicarle que la Barcelona que él tanto admiraba se caracteriza por haber votado contra los gobiernos del ajuste que hoy gobiernan España (y Europa) en general. La coalición gobernante es lo mejor de un proyecto ciudadano que responde con reconocimiento, redistribución y cosmopolitismo a la crisis global desatada por la financiarización de la economía y los efectos de la guerra, los refugiados y la xenofobia rampante que aqueja a todas las sociedades nord-atlánticas.

Entonces noté que la mención a los derechos humanos, la referencia a la actitud distintiva de la ciudad frente a los refugiados y a los inmigrantes, y la condena a las políticas de ajuste y la protección social de las autoridades locales frente a los abusos corporativos, le incomodaban. 


¿Se dan cuenta entonces que lo que admiran aquí es justamente lo que están intentando destruir en Argentina? (pregunté)

El hombre se acomodó en la silla y, con gestos evidentes de enfado, me contestó que "yo no entendía nada".

"Argentina es diferente. Usted no entiende porque no vive en el país. Desde aquí es fácil. Pero no hay punto de comparación. Los inmigrantes están destruyendo el país. El narcotráfico y la delincuencia son una plaga. ¿Usted sabe que los hospitales públicos de Buenos Aires se llenan de inmigrantes que van a hacer turismo médico? ¡Que se vuelvan a su país! Además no nos quieren. ¿Qué tengo que ver yo con un boliviano o un paraguayo?"

"De los derechos humanos no me hable. Son un curro de oportunistas y resentidos", sentenció. Su mujer asentía a todo lo que decía su marido con gesto compungido.

Sin embargo, en algún momento nuestras miradas se cruzaron. Ella frunció el labio en un gesto que transmitía incomodidad e incluso vergüenza. Quizá le avergonzaba el tono patotero y xenófobo que había adquirido el discurso de su marido. Cuando el hombre acabó con su relato, jadeaba.

Le sonreí sin mediar palabra. Le pregunté si me permitía invitarles alguna otra cosa: un café o una cerveza. Me dijo que "no" de manera rotunda. Le hizo un gesto al camarero para que le trajera la cuenta, y me dio la espalda.

Llegó el camarero. El hombre pagó la cuenta, y se fue apurado sin saludarme. Su mujerlo lo siguió detrás. A los pocos pasos se volvió y me dedicó una mirada apenada.

EL RANDAZZISMO Y LA CONSOLIDACIÓN DEL PROYECTO NEOLIBERAL






El escenario

Los líderes políticos juegan hoy sus cartas. El pueblo, mientras tanto, cuando no consume y no celebra, mira y espera. Entre la mayoría de los líderes y el pueblo se ensancha la grieta.

En el centro del escenario encontramos a Cristina Fernández. Los diarios, las televisiones y las redes sociales le dan un rotundo protagonismo. El amor y el odio que concita la convierten en la figura más relevante a izquierda y derecha del espectro político. 


Es, indudablemente, el mayor peligro para el actual frente de gobierno y los muchos que lo sostienen desde las graderías, imponiéndole a cambio jugosas prebendas. Cristina Fernández convoca efectivamente admiración popular y el rechazo furibundo de sus detractores. 

La oposición interna en el PJ

Muchos de los opositores en el interior mismo del espacio en el que cohabitan (o el cual se pretende construir) han aprendido la lección de modales de Cambiemos, y entonan sus críticas con el talante dialoguista de falsos consensos que exige el momento. Sin embargo, no pueden, pese al esfuerzo, eludir la verdad que dejan traslucir sus acciones: Cristina es el blanco hacia donde apuntan su artillería. 


La razón para ello debería ser obvia: lo que hoy está en disputa es la conducción del único espacio que podría (eventualmente) convertirse en una oposición real al nuevo sentido común que intenta imponerse en la Argentina. 

El randazzismo, oposición light

El randazzimo es una oposición light (se asemeja al massismo en muchos sentidos, pero está libre de sus errores, fruto del silencio autoimpuesto y un pasado de glorias propias y ajenas en el terreno de la gestión). 


Es decir, una apuesta que será continuidad del actual modelo, y cuya máxima aspiración es acomodar una alternativa descafeinada, con apariencia de “capitalismo social”, cuyo techo es el dogma de la competitividad y la flexibilización de derechos que impone el nuevo tiempo que transitamos. 

El randazzismo no opacará los avances neoliberales de Mauricio Macri que están modificando de lleno el marco de referencia que convierte en obsoleto al “populismo”. 

Aquí, acabar con el “populismo” no es otra cosa que acabar con “la razón democrática”. Es decir, profundizar en la revolución oligárquica que experimentamos, arrebatando al demos (la parte pobre, “popular”, de la sociedad) su kratos, su triunfo o victoria en la batalla contra las élites ricas que pretenden conducir con mano de hierro el destino de las sociedades donde arraigan su poder. 

El diario La Nación celebra el desafío randazzista a Cristina. No es para menos. También celebró en su momento la jugada anti-cristinista de Randazzo en las últimas elecciones, con la cual el exministro se aseguraba (decían entonces los periodistas de La Nación) un lugar entre las élites gobernantes del futuro.

Randazzo apostó a ser un moderado, aprovechándose del despiste de las bases kirchneristas que le dieron alas en su pulseada con Daniel Sciol, lo cual, en sinergia con otras operaciones mediáticas y un desatinado comportamiento de otros peronistas fieles a la historia de traiciones que caracteriza al movimiento, acabaron ofreciéndole en bandeja al Frente Cambiemos la triple corona, permitiéndole de ese modo la realización de la “gran contra-revolución neoliberal” que está teniendo lugar en nuestro territorio.

La contra-revolución neoliberal 

Esta contra-revolución no consiste exclusivamente en una transferencia brutal de riquezas a los grandes grupos económicos, sino también una rendición incondicional de la soberanía nacional frente a las urgencias y necesidades del poder financiero, además de la liberación del mercado, convertido en campo de batalla en la guerra fraticida entre las multinacionales que operan en la Argentina desde el corazón mismo del gabinete presidencial que las representa, convirtiendo en moneda de cambio y carne de cañón a la ciudadanía.

Dos estrategias caracterizan la política neoliberal en Argentina (ajustándola al manual de aplicación en otras latitudes). La primera es la “opa” lanzada contra el poder judicial, que acabará constituyendo, tarde o temprano, una Corte Suprema que reinara a sus anchas, convirtiendo en inocuo al poder legislativo, desarticulando el último resquicio de soberanía popular en las instituciones.

La segunda es la “constitucionalización” del Banco Central, convertido en autoridad suprema en lo que concierne al rumbo económico, asegurando la financiarización de la economía, al tiempo que se blinda el futuro frente a cualquier modificación incomoda que eventualmente pueda proponer el azar electoral.

Remembranzas de la "tercera vía" de Giddens y compañía

El apuro del randazzimo por enterrar la unidad antes de las PASO lo sugieren las aleccionadoras opiniones de su director de campaña, Alberto Fernández, quien, como buen representante de un massismo decepcionado ante la actuación dubitativa de su candidato no tuvo reparos en pasarse a las filas del exministro del interior, sin abandonar su perfil “tercera vía”.

Como demuestra una mirada rápida al currículo de algunos de los consejeros más cercanos de Randazzo durante su época cristinista, el exministro se nutre de imaginarios críticos (entonces) frente a la supuesta radicalización camporista, y amigables con el arraigo de los procesos de neoliberalización en la Argentina. 


Lo que Randazzo ofrece al establishment es una alternativa que no solo no representa una amenaza a su proyecto, sino todo lo contrario: la articulación de un espacio que servirá en su etapa de normalización, cuando lo que se necesite sea la certeza de una alternancia ordenada, libre de los estrépitos que produce la verdadera democracia. 

Esa alternancia será fruto de un consenso entre las élites, que se formulará de espaldas al pueblo, y que consolidará la nueva "constitución de facto" que promueve el neoliberalismo.

El Frente para la Victoria, en otro intento frustrado de unidad, vuelve a tropezarse con la misma piedra. Como ocurrió hace un año y medio, el randazzismo no le habla directamente al pueblo (porque aun no lo tiene), sino al mismo establishment que supo cooptar al peronismo en los ’90, presentándose como la alternativa pulcra, frente a la única candidatura que parece intranquilizar al círculo rojo.



MANCHESTER. SUFRIMIENTO Y VIOLENCIA EN LAS SOCIEDADES CONTEMPORÁNEAS




Introducción

En este artículo abordaré brevemente algunas cuestiones relativas a las experiencias de sufrimiento y la violencia en las sociedades contemporáneas. Para ello dividiré la nota en cuatro apartados. 


(1) Comenzaré refiriéndome a los “estados de negación”, tal como estos fueron analizados por el sociólogo sudafricano Stanley Cohen. (2) A continuación haré una breve mención sobre el consumo obsesivo y mórbido de violencia en nuestras sociedades contemporáneas. (3) Luego, intentaré presentar suscintamente el bosquejo de un análisis tridimensional de estos fenómenos, inspirado en la lectura de dos autores distantes geográfica y temporalmente (el filósofo contemporáneo, de nacionalidad eslovena, Slavoj Zizek; y el filósofo budista de origen indio, Chandrakirti, quien vivió en el siglo VII de nuestra era). Finalmente, (4) me referiré brevemente a nuestras respuestas habituales frente al sufrimiento y la violencia, sus límites y problemas.

Estados de negación

En una obra importante titulada  States of Denial. Knowing about Atrocities and Suffering (2001), el sociólogo Stanley Cohen analizó nuestras respuestas habituales frente a las experiencias personales y colectivas de sufrimiento y violencia. 

A partir de estudios clínicos sobre la depresión, imágenes de sufrimiento publicitadas por los medios, las explicaciones de los testigos pasivos y la conocida experiencia conocida como "fatiga de compasión", Cohen intenta dar cuenta de las estrategias personales y colectivas para evadir o evitar las realidades incómodas. 

De acuerdo con Cohen, nuestra respuestas habituales son el resultado de complejos mecanismos de defensa que van desde las simples mentiras, pasando por el autoengaño, los errores perceptivos (como la falta de atención o la atención distorsionada) y otros errores cognitivos, como los fallos en nuestras inferencias, etc., que cumplen la función de filtrar o descartar de nuestras experiencias ciertos aspectos desagradables de dolor y violencia. 


El consumo mórbido de violencia


Sin embargo, los medios masivos de comunicación y las redes sociales nos bombardean constantemente con imágenes y narrativas de sufrimiento y violencia. 
Estamos obsesionados con estas imágenes y narrativas, y las consumimos de manera mórbida

Crímenes, atentados terroristas, desastres naturales, violencia de género, accidentes, enfermedades, etc., todos estos episodios tienen un lugar destacado en nuestro menú de entretenimientos cotidianos, y, hasta cierto punto, podemos afirmar que nuestra cultura es insaciable respecto a estos productos.

Tres dimensiones del sufrimiento y la violencia

Dicho esto, cabe preguntarse: ¿De qué manera reconciliar esta obsesión mórbida con la afirmación de que tenemos tendencias habituales a negar el sufrimiento y la violencia?

Un examen más minucioso de estos conceptos que nos permita expandir su significación puede ayudarnos a resolver la aparente paradoja. 

En general, estamos obsesionados exclusivamente con los aspectos más superficiales de nuestra experiencia, con las expresiones de sufrimiento y violencia explícitas u ostensibles. 

Debido a ello, las dimensiones más sutiles permanecen ocultas, impidiendo que prestemos atención allí donde podemos encontrar las claves interpretativas para entender nuestra situación.

De acuerdo con Zizek, lo que subyace a la dimensión explícita es la dimensión simbólica. Chandrakirti habla del sufrimiento del cambio, ambos apuntan a un aspecto análogo de la experiencia.

Vivimos en sociedades que promueven de manera militante falsas expectativas de felicidad y plenitud, cuyos logros se asocian a nuestra capacidad de consumo y competitividad. Sin embargo, sabemos fehacientemente que estas expectativas injustificadas y las estrategias que adoptamos para lograr nuestros propósitos contribuyen masivamente a experiencias de frustración y angustia individual y colectiva. Por otro lado, debería ser un lugar común la afirmación que la distancia que separa a una sociedad competitiva de una sociedad conflictiva es muy estrecha, especialmente cuando concebimos el tejido social en términos de ganadores y perdedores absolutos.  

Más sutil aún es la dimensión sistémica a la que se refiere Zizek, cuyo correlato análogo en el lenguaje budista de Chandrakirti es el sufrimiento omnipresente. En este caso el acento está puesto en la lógica inherente de la totalidad de los mundos de vida que habitamos, cuyos componentes se caracterizan por su finitud, que en términos humanos se traduce en una condición de radical dependencia y vulnerabilidad. 

Siguiendo un analisis heideggeriano sobre la historicidad constitutiva del ser, sugerimos que esos mundos vitales que habitamos se constituyen en cada época de maneras diversas. Nosotros sugerimos, siguiendo a la filósofa feminista Wendy Brown, que a nuestra época corresponde un sistema-mundo-de-vida gobernado por la razón neoliberal, la cual subsume todos los aspectos de nuestra existencia a su lógica inherente. 

De este modo, nuestras experiencias individuales son reducidas a productos o utilidades en el mercado de capital, incluida nuestra propia identidad individual y colectiva. Ello supone entendernos a nosotros mismos como entidades descartables, que pueden ser excluidas sin miramientos de los círculos tradicionales de protección y de cura comunal. 

Esta reducción radical de nuestra dignidad humana a mera mercancia supone además una profunda mutación en los trasfondos que son el punto de partida en cada época para la construcción narrativa de nuestras identidades. 

Arrojados desnudos a una experiencia de absoluta vulnerabilidad e impotencia, desprotegidos y despojados de las antiguas certezas que ofrecían los entramados sociales jerárquicos en los que se tejía nuestra identidad, la tentanción de adoptar como alternativa alguna de las muchas formas de fundamentalismo que se ofrecen en el mercado de las identidades aparece para muchos como una tabla de salvación, con las dramáticas consecuencias que todos conocemos.    

Los muros

Como ha señalado Wendy Brown, nuestra estrategia habitual frente a la extensa experiencia de sufrimiento y la violencia de nuestra época, consiste en construir muros que prometen, no solo protegernos, sino que también nos ofrecen la recuperación de un florecimiento y una plenitud largamente anhelada, al tiempo que constituyen la base para recuperar una supuesta identidad perdida. 

Estos pueden ser muros materiales, como ocurre con aquellos levantados para mantener fuera de nuestras fronteras a los "bárbaros"; o como sucede en los barrios cerrados de los ricos y las clases medias acomodadas en las periferias de las metrópolis del tercer mundo, donde se elevan con la pretensión de expulsar o impedir la entrada al resto de la población a esa imaginaria comunidad que promete libertad y seguridad, purificada de los aspectos amenazantes que reinan a su alrededor. 

Pero también muros psicológicos, construidos para defender nuestra subjetividad de amenazas más sutiles, aquellas que nos afectan psíquica o emocionalmente, sirviéndonos, como simbólicos "mecanismos de negación",  con el fin de blindar nuestras frágiles identidades personales y colectivas.


Un cambio de perspectiva

Brown insiste que estas estrategias son, no solo inútiles - debido a que no cumplen su cometido, sino contraproductivas, porque ponen de manifiesto nuestra debilidad y nuestra impotencia frente a las amenazas que nos rodean, empeorando de este modo nuestra situación.

Si nuestro objetivo consiste en superar, o al menos minimizar, la escalada de violencia que caracteriza a nuestras sociedades contemporaneas; si nuestro propósito consiste en reducir el enorme sufrimiento, la experiencia de frustración y angustia que parece embargarnos a todos en esta época de profundo desasociego; el punto de partida es reconocer que nuestra estrategia actual está fracasando estrepitosamente. A partir de allí, nuestra tarea consiste en comprender acabadamente la naturaleza última de la violencia y el sufrimiento que nos envuelven, sin quedar cautivos, ni ser empujado a responder superficialmente a sus manifestaciones ostensibles, con el fin de comprometernos en la tarea de realizar los cambios radicales que exigen nuestra situación presente. 


No podemos seguir siendo lo que somos, ni podemos seguir repitiendo de manera perversa que nuestro principal objetivo consiste en no dejarnos torcer el brazo por el terror,  repitiendo obstinadamente que no permitiremos que cambien "nuestro estilo de vida". Por la sencilla razón que nuestro estilo de vida es una parte constitutiva de la ecuación que resulta en violencia y sufrimiento manifiesto. 

Ante la profunda desigualdad e injusticia social que caracteriza nuestra época; las amenazas y atentados a la paz que se suceden todos los días; y el peligro creciente de una catástrofe medioambiental; estamos obligados a asumir nuestra responsabilidad y cambiar.  


Post-scriptum. Sobre el atentado en Manchester

Llevo dos días pensando en las respuesta de nuestros gobernantes a los atentados en Manchester. Quizá, lo que más me impresionó del discurso de Theresa May fue su determinación: “Los terroristas no nos cambiarán, no renunciaremos a nuestro estilo de vida”. El gesto fue imitado por los ciudadanos comunes que repitieron las frases cada vez que tuvieron oportunidad de hablar frente a un micrófono.

La afirmación, evidentemente, tiene un sentido específico en el presente contexto, pero a esta altura creo que todos podemos recordar que se trata de una frase de ocasión (como la propia May confesó en la primera conferencia de prensa que ofreció después del atentado). Ya la escuchamos en Washington, en París y en Madrid. Hollande utilizó prácticamente la misma frase, lo mismo hizo Bush y Obama, y también Rajoy, Cameron y otros muchos: "No nos cambiarán". 


Sin embargo, sabemos que son frases huecas, palabras vacías, hasta cierto punto mentirosas. Los atentados terroristas ya nos han cambiado, aunque nos neguemos a ello. La pregunta, en todo caso, es: ¿en qué dirección nos han cambiado? Y mi respuesta, por el momento, es pesimista. No nos ha hecho mejores, sino todo lo contrario. Aquí y allá hay gestos de lucidez que nos permiten mantener la esperanza, pero en general nos movemos entre el negacionismo y la respuesta ciega a la afrenta explícita de la violencia que irrumpe en nuestras vidas.

El problema de fondo, como decía más arriba, es no entender que nuestras sociedades no son meras "víctimas" del terrorismo, sino cómplices de la muerte y la destrucción de ambos lados de nuestras fronteras. Sin nuestra complicidad colectiva, estos atentados no tendrían lugar. No son una azote caído del cielo, sino el efecto acumulado de nuestras decisiones políticas.

Por supuesto, los niños asesinados y las decenas de heridos no son responsables de lo ocurrido. Son inocentes (y eso hace el atentado aun más despreciable, como otros asesinatos "inteligentes" que hemos cometido "en la periferia", donde cientos de otros niños han muerto debido a esta guerra sin cuartel que llevamos adelante "contra los nuevos bárbaros". Tampoco esos niños eran responsables. Fueron también víctimas inocentes. 


Sin embargo, creo que podemos estar de acuerdo que la inocencia de los niños, no ofrece inmunidad a nuestras sociedades que sí son responsables de lo ocurrido. 

Por ese motivo, tenemos que analizar desapasionadamente la frase de Theresa May y de otros líderes políticos y ciudadanos comunes que afirman rotundamente: “No nos cambiarán". ¿Es razonable una afirmación de este tipo? ¿No es una expresión de necedad? Acaso no es un prueba rotunda de un negacionismo extendido que se expande entre los ciudadanos de las sociedades centrales que parecen querer sacarse de encima cualquier responsabilidad acerca de lo que hacen sus representantes? ¿No es esta una prueba del deterioro evidente de las democracias reales en Europa?

En breve, el sufrimiento y la violencia son mucho más hondos de lo que pensamos; y como otros grupos humanos, también nosotros podemos estar cautivos por mitos que nos ayudan a negar, a través de la mentira, el autoengaño, la desatención o la atención distorsionada, las falsas inferencias o las interpretaciones sesgadas, porque nos ocurre lo que nos ocurre. 


¿EL REGRESO DEL "PENSAMIENTO ÚNICO"? LA CRISIS DEL LIBRO EN ARGENTINA

Mario Vargas Llosa

Hace unas semanas, un editor español me contó en Barcelona que había decidido cancelar su producción editorial en Argentina debido a los obstáculos que supone la nueva política económica para la producción local. Este importante editor me comentó que durante diez años la producción de sus libros destinados a la venta en toda la región se realizó en Argentina, convirtiéndose en un negocio rentable que le permitió dar trabajo a profesionales del sector en el país, a los que hoy les une una estrecha amistad. Apesadumbrado me confesó que el negocio ya no era sustentable, y que por ello estaba obligado a mudar su producción a un país asiático.

Ahora tenemos datos oficiales reconocidos por la prensa afín al gobierno que el presidente de la Fundación Libro, Martín Gremmelspacher, había anticipado durante la inauguración de la feria del libro de Buenos Aires hace unas pocas semanas.

En su discurso frente al Ministro Avelluto (quien protagonizó un escándalo en aquel evento) Gremmelspacher señaló que la caída en la edición de libros en Argentina rondaba el 25% en el último año, y que habían dejado de imprimirse alrededor de 20.000.000 de ejemplares.

Ahora tenemos un dato oficial aún más preocupante. Desde el 2014 se ha dejado de producir la mitad del volumen de ejemplares impresos entonces. Un dato devastador que a todos aquellos que nos interesa la cultura debería preocuparnos. Una situación análoga se vive en el teatro y el cine de producción local.

Como soy un usuario habitual de las librerías de Barcelona, he visto durante los últimos años de qué manera las editoriales argentinas se han ido posicionando en las mesas de novedades de las librerías de la ciudad condal.

Pero no únicamente desde el punto de vista comercial el fenómeno resultaba admirable. Como la lectura en Argentina transita por otros registros y tradiciones de lectura y reflexión, el resurgimiento de la industria editorial argentina permitió reestablecer la influencia mutua de los lectores e intelectuales de ambas orillas del Atlántico. Una influencia que se había interrumpido durante la época menemista debido a la apropiación monopólica de la industria por parte del capital español que inundaba las librerías con escasa variedad de títulos, apilando como montañas a tres o cuatro autores de venta masiva, como el peruano Mario Vargas Llosa, hijo predilecto de la prensa española de derechas, como el grupo multimedia PRISA, cuyo éxito de ventas en Latinoamerica durante los años 90 se debió (también) a esa pobreza editorial que lo posicionó en soledad, a desmedro de una pluralidad de géneros y voces locales, y rodeado de un desierto de perspectivas ideológicas alternativas.

Por lo tanto, la noticia nos obliga a pensar la crisis desde una doble perspectiva. Por un lado, el desgraciado efecto inmediato en la vida de todos aquellos que participan de la cadena laboral que hace posible un libro: escritores, editores, traductores, corrector, impresores, distribuidores, comerciales, libreros, etc. Por el otro, la amenaza del peligroso regreso de eso que, en la década de los '90, llamábamos "el pensamiento único".

EL SENTIDO COMÚN EN LA NUEVA ARGENTINA NEOLIBERAL

Christine Lagarde y Nicolás Dujovne

Los presidentes "fetiche": de Macri a Macron

MAURICIO MACRI es el presidente argentino que el establishment estadounidense y la Unión Europea defienden a capa y espada como alternativa al populismo latinoamericano. Políticos y medios de comunicación han utilizado durante décadas el espejo latinoamericano para ocultar la estrategia de pauperización y recortes de derechos en sus propios territorios.

Pero para entender al "populismo latinoamericano" hay que comenzar diferenciándolo del llamado "populismo europeo", de corte claramente fascista y xenófobo, y el uso estigmatizador que se hace del término para condenar otros movimientos populares de corte progresistas en la región. También hay que echar luz sobre los cuantiosos negocios financieros que están realizando los capitales trasnacionales en un país (Argentina) que ha aumentado su endeudamiento externo en más de un 300% en solo un año de gobierno macrista, hipotecando sus riquezas naturales para acceder a créditos, al tiempo que experimenta una fuga de divisas que anuncia una segura debacle económico-financiera, semejante a la acontecida en el 2001.

En síntesis: la implementación de una política monetarista, que imita las políticas de flexibilización salarial, de-sindicalización y recortes sociales a favor de los negocios financieros, excita a la Europa de Merkel y Rajoy.

El regreso a un esquema neocolonial


En solo un año, el gobierno de Mauricio Macri ha implementado un programa neoliberal que le ha merecido el aplauso entusiasta del FMI. Los think tanks de la "extrema derecha neoliberal" estadounidense y europea (incómodos con la evidencia de irregularidades y corrupción notorias del presente gobierno, y las peligrosas violaciones a los derechos humanos que le valen denuncias por parte de las organizaciones y organismos internacionales de derechos humanos) mantienen, sin embargo, sus expectativas intactas: las promesas y los modales del presidente argentino y su comitiva se ajustan a los criterios de un gobierno neocolonial; al tiempo que las élites locales, entusiasmadas con la nueva era (que juzgan como un "regreso de la Argentina al mundo") asumen su lugar entre los explotadores y opresores considerados "confiables" entre la crema de lobbistas y funcionarios que las corporaciones despliegan en la plantilla del poder político europeo.

La realidad

Mientras tanto, protegido por un blindaje mediático globalizado que afecta a las audiencias locales e internacionales, los datos para la población local resultan en una realidad aterradora. Dos ejemplos bastarán para poner blanco sobre negro.

Hace seis meses, una instituto de investigación próximo ideológicamente al gobierno durante la campaña electoral (el Observatorio de la Universidad Católica Argentina) informó que las políticas implementadas durante el primer año de la presidencia de Macri habían arrojado a 1.500.000 personas a la pobreza, y habían creado cerca de 500.000 nuevos indigentes. Esos números siguen creciendo, debido al acelerado proceso inflacionario que no ha logrado revertirse, los despidos y suspensiones indiscriminadas, una política de radical reducción de los salarios reales al boicotear la implementación de paritarias (o convenios colectivos), lo cual ha hecho que el consumo se desplome, y con ello se produzca un brutal estancamiento de la economía cuyo crecimiento, de suceder, resultará negativo para las clases más desfavorecidas.

En el conurbano bonaerense, la zona más densamente poblada del país, los informes establecen que el 42% de los niños se encuentra bajo los niveles de la pobreza. Otros datos confirman la tendencia. En solo un año de gobierno, la reducción en el consumo de los alimentos básicos para los recién nacidos (leche en polvo) ha descendido un 54%; mientras el consumo de leche, carne, frutas y verduras frescas ha descendido un 25%, mientras se multiplican los comedores sociales y los programas de alimentación de las escuelas públicas se convierten en un paleativo ante el creciente empobrecimiento y el hambre de la población. La brecha entre ricos y pobres, reducida de manera notoria durante la última década (índice Gini), ha vuelto a ampliarse.

Al mismo tiempo, el negocio financiero y el reendeudamiento crece de manera desbocada, los ganadores del modelo festejan, y la pobreza y la violencia crecen exponencialmente.

¿Refundación europea?

Mientras en Europa se discute con cinismo su refundación, miopes y oportunistas, solo tenemos ojos para Venezuela. Porque nuestro proyecto europeo de paz, democracia y derechos humanos está fundado en un "afuera" (que la derrota geopolítica de la Unión mudó a los suburbios de sus capitales).

Este "afuera", creado como correlato constitutivo de ese proyecto colonial e imperialista que ha sido y continúa siendo Europa, "militarmente" gobernada de facto y de iure por un ejercito de CEOs y un funcionariado disciplinado en la política inescrupulosa de austeridad y recortes de derechos que exige el nuevo poder transnacional con el cual Europa pretende recuperar su lugar en el mundo (junto con su poderoso socio transatlántico), sigue siendo para el resto de nosotros, los que formamos parte de su "afuera interior" y quienes somos "su afuera exterior", el "plomo y la ciega pluma ideológica", la moneda de cambio, en esta "nueva guerra mundial" entre espacios de poder trasnacional que impone la lógica neoliberal.

NO ME DIGAS QUE SOMOS UN PUEBLO

Milei viaja a España para apoyar a la extrema derecha, a esa derecha franquista y neoliberal que busca derrocar al gobierno de Pedro Sánchez...