El presidente colombiano Alvaro Uribe Vélez, para muchos la bestia negra de América Latina y para otros un héroe de gatillo fácil, ha recibido hoy de manos de George W. Bush, una condecoración a la libertad del que muchos consideran el peor mandatario que ha residido en la Casablanca durante toda su historia, y para la mayoría de los habitantes del planeta, la amenaza más grande a la paz en el mundo.
Como ha dicho la portavoz de la Casablanca:
"Se trata de firmes aliados que han hecho esfuerzos para llevar la esperanza y la libertad a la gente de todo el mundo'.
Condecoraciones de este tipo dicen más que mil palabras.
Hace pocos meses, apenas estallar la crisis financiera, el presidente Bush amenazó congelar el plan de rescate solicitado por el presidente electo Barack Obama a las empresas automotrices norteamericanas a menos que la bancada Demócrata en el Congreso diera su anuencia al proyecto de Tratado de Libre Comercio con Colombia, sobre el cual pesan aun graves acusaciones debido a la violación sistemática de los derechos humanos en su lucha contra terroristas, narcotraficantes, sindicalistas, maricones y otras vainas.
Mientras tanto, 'del otro lado del río', el primer ministro Israelí Ehud Olmert, frente a una cámara de televisión, interrogado por un periodista, contaba el modo en el cual se decidió la abstención de los Estados Unidos en el Consejo de Seguridad hace poco más de una semana. Según él mismo contó, quince minutos antes que se realizara la votación, telefoneó al aun Presidente de los Estados Unidos George W. Bush, que en ese momento estaba ofreciendo un discurso en Ohio. El Presidente fue informado del llamado y se retiró a unas habitaciones contiguas para hablar con Olmert.
-¿Cómo va el asunto, Ehud?- debe haber preguntado Bush con tono campechano.
Olmert suspiró:
-Me he enterado que tu chica (refiriéndose a Condi Rice) quiere dar el visto bueno a la resolución de la ONU.
George no sabía muy bien si era bueno o era malo. No tuvo más remedio que preguntar:-¿Eso es bueno?
-No, George, es malo, muy malo. No pueden ordenar un cese al fuego con vuestra anuencia a esta altura. Necesitamos tiempo para acabar con esos cretinos.
-Lo mejor es que acaben antes que me vaya- dijo George compungido.
-Por supuesto, eso ya lo hemos hablado. Pero ahora es imposible. La fiesta recién empieza.
-Bueno, Ehud, no te preocupes. Ahora mismo la llamo a Condi y todo arreglado. Te juro que no tenía ni idea los términos de la resolución. Con esto de la mudanza estamos hechos un lío...
-Bueno, bueno, pero no te atrases. En quince minutos comienza la votación. Tienen que saber quien esta detrás nuestro con todas las letras para que no se hagan ilusiones.
Aunque parezca mentira, lo que acabo de relatar no es producto de mi imaginación. Pueden consultar el diario El País de hoy para más detalles sobre el particular.
Arrogantes sinvergüenzas, el gobierno Israelí se mofa de los Palestinos, de los árabes y del mundo entero. El negocio marcha a todo vapor. Un cargamento de armamento norteamericano se aproxima a los puertos del Estado Sionista desde Grecia, no porque lo necesiten, sino para que sepan quien manda. Los europeos, mientras tanto, hacen mutis por el foro. Y el resto de gobiernos árabes hacen el gesto mientras se deleitan con la sangre de sus hermanos.
No importa que las Naciones Unidas, la Cruz Roja internacional, Human Rights Watch y otra docena de organismos internacionales estén pidiendo una investigación por los crímenes de guerra cometidos por Israel durante estas dos semanas y la condición inhumana en la que tienen encerrados a los Palestinos de la Franja desde que Hamás ganase las últimas elecciones democráticas monitoreadas por la comunidad internacional.
Eso es lo que tiene de bueno tener amigos como George. Uno puede sentirse siempre seguro y confiado.
Sólo ha faltado a la entrega de medallas el bueno de Aznar para que conmemoráramos con nostalgia la cumbre de las Azores, Abu Ghraib, Guantánamo y zapatearamos con gusto sobre los muertos.
Cuando otro monstruo aparezca en casa, que no se nos olvide nuestra propia inclemencia
¿QUIÉNES SOMOS?
Las sociedades no son fenómenos estáticos. El modo en el cual existimos se encuentra estrechamente vinculado al modo en que nos interpretamos a nosotros mismos. Cada evento, cada circunstancia histórica con la que nos encontramos, nos ofrece la oportunidad de afianzar nuestros proyectos pasados en el presente, o desviar nuestro camino hacia otro modelo de identidad no previsto aun.
La guerra de Vietnam fue el detonante de una aceleración en el proceso de deterioro en la auto-imagen que los Estados Unidos de América tenía de sí misma. Después de la Segunda Guerra Mundial, los americanos salieron con la frente alta y la reafirmación de la noción 'wilsoniana' de ser portadores de una misión épica en el planeta, como artífices de la esencia de un modo de ser en democracia y libertad. Sin embargo, Vietnam acabó por arruinar esa auto-interpretación benevolente y convirtió al pueblo americano en una nación alienada de sí misma.
El proceso de deterioro de esa auto-imagen siguió sin interrupción. Los gobiernos de Carter, Reagan, Bush I, y Clinton sumaron sus cuotas de cinismo y sus infiernos: Iran, Libia, Nicaragua, Salvador, Bosnia, Irak, Afganistan, y la eterna Palestina, son ejemplo de esos infiernos manufacturados por las sucesivas administraciones.
Pero el gobierno de George W. Bush alcanzó la cúspide de la contra-cara del sueño político americano, que consistía en considerarse el símbolo de las libertades dentro y fuera de sus fronteras, para convertirlo en una nación irrespetuosa de los derechos humanos, sanguinaria y mentirosa; obsesionada única y exclusivamente con su propio crecimiento, indiferente al costo humano y medioambiental que sus políticas producían en el resto del planeta, y con una política de gobierno coactiva y desdeñosa ante las responsabilidades y compromisos que impone la llamada 'comunidad internacional' en términos de su legalidad, sus instituciones y tratados. En suma, a ser considerado por una amplia mayoría de los ciudadanos del mundo el mayor obstáculo para la paz y la principal amenaza para la supervivencia del planeta. El señor Obama vendió su candidatura y alcanzó la presidencia apelando a ese sueño perdido, a la recuperación de la auto-imagen de una 'America' enterrada bajo los escombros del pragmatismo cínico.
Algunos autores insisten en que pensemos con inteligencia pragmática, y se ríen de las reacciones benevolentes y justicieras de los gobernados que se revelan contra las políticas de terror con la cuales sus gobernantes resuelven las cuestiones internacionales. En estos días criminales que inundan nuestras pantallas, hay cierta unanimidad entre el público en general que los crimenes israelíes no deberían ser permitidos. Por contrapartida, algunos intelectuales y periodistas de la nueva derecha aprovechan la ocasión para mofarse de las intenciones 'angelicales' de los movilizados.
Andre Glucksmann es un ejemplo de ello. En una nota publicada ayer en el diario El País, sostiene descaradamente, que parte importante del problema en Oriente Próximo son los 'bienpensantes' que condenan operaciones de autodefensa como la que realiza Israel en estos días. Según se desprende de su artículo, deberíamos estar apoyando el sitio y la masacre cejisjuntos pero en piña.
Utilizando argumentos tirados de los pelos y una retórica oscurantista, pretende hacernos entender que nuestra noción de 'desproporción' respecto al ataque Israelí no tiene razón de ser. Arguye que Oriente Próximo es un lugar en el mundo en el que aun no se han establecido las proporciones, un sitio en el que se lucha justamente para que esas proporciones comiencen a existir. Con ello pretende hacernos creer que la paz sólo puede alcanzarse una vez hayamos acabado con la resistencia, y los poderosos tengan las manos libres para determinar las proporciones que a sus intereses incumban. Un pensamiento similar fue el que nos llevó a Irak: la necesidad de establecer un nuevo orden mundial, que debía construirse sobre los cadáveres de cientos de miles de Iraquíes, y el recorte sistemático de los derechos civiles en occidente. Glucksmann concluye su artículo con una frase monumental: 'la lucha por la supervivencia no es una desproporción'. En fin...
Es evidente que la guerra y la violencia es 'desproporción' por definición. Pero lo que el señor Glucksmann parece olvidar es que la medida de la violencia no es algo que concierne determinar a los contendientes, no al menos en el mundo que Israel invoca, un mundo de instituciones, tratados y convenciones establecidas, consensuadas -con todas las dificultades del caso- por las naciones del planeta, para ofrecer criterios de proporción, para minimizar desastres humanitarios como los que presenciamos. Para salvaguardar de la fuerza bruta y la capacidad destructiva que la tecnología nos ha proporcionado, a las poblaciones indefensas.
El señor Glucksmann continúa su perorata riéndose de las manifestaciones contra la masacre, como en su momento otros (puede que él mismo) se rieron de otras manifestaciones en la historia: contra otras guerras, contra otros actos de colonialismo, contra el 'apartheid' en sudáfrica, contra la violación de los derechos humanos en los paises del tercer mundo, contra la esclavitud de los negros, contra el abuso continuado hacia los indigenas y la usurpación de sus tierras, contra la exclusión de las mujeres de la participación democrática, contra la pusilánime respuesta de los países occidentales a la persecusión judía en los primeros años del gobierno de Hitler, contra la guerra ilegitima en Irak, contra la violación sistemática de los derechos humanos y el campo de concentración de Guantánamo, etc.
El señor Glucksmann nos interroga: ¿Por qué no nos manifestamos cuando un atentado terrorista mata a niños inocentes en Israel? Pero la pregunta de Glucksmann es un puro sofismo. La comunidad internacional, por medio de sus instituciones, ha dado a Israel una y otra vez un apoyo unánime acerca de este extremo. Las manifestaciones callejeras y los llamados de alerta surgen justamente cuando el poder político es incapaz de ofrecer respuesta a la injusticia debido a las agendas de las partes interesadas. Las manifestaciones de oposición ocurren cuando la comunidad internacional en su conjunto, o algunos de los poderes hegemónicos, frustran los mecanismos que deberían estar a disposición de los valores que defendemos como civilización.
Lo que el señor Glucksman y otros como él parecen olvidar, en todo caso, es que la auto-interpretación de los pueblos cuenta tanto como su economía o el poder policial y militar que ejercitan. La auto-interpretación es un concepto moral, y no tiene que ver únicamente con el modo en el cual concebimos nuestros deberes, sino también, con el modo en el cual nos concebimos a nosotros mismos como agentes. Es el modo en el que imaginamos la mejor de las vidas posibles y nos abocamos a ella, y en vista de los bienes que admiramos, construimos un nosotros acordes con esos principios e ideales.
¿Quiénes somos después de Vietnam? ¿Quiénes somos después de Bosnia? ¿Quiénes somos después de Nicaragua? ¿Quiénes somos después de Irak? ¿Quiénes somos cuando damos impunidad a nuestros socios para cometer los más horrendos crímenes, al mismo tiempo que somos inflexibles con quienes no sirven a nuestros intereses?
¿Quiénes somos? Esa pregunta deberíamos estar haciéndonos, porque nuestra debilidad no tiene que ver con el crecimiento del islamismo en Europa, como he escuchado decir a algunos; ni a la permisividad de nuestras leyes; ni a la idiotez de invocar los derechos humanos mientras otros sanguinarios se aprovechan de nuestra bondad; ni de nuestra humanitaria cooperación internacional; ni en nuestras democracias, que debilitan 'hipotéticamente' nuestra efectividad; ni en nuestro sistema de salud, que sirve a vagos y maleantes, o a inmigrantes desagradecidos.
El problema está dentro nuestro. Es la traición a aquello en lo que deseábamos convertirnos. El problema es nuestra pusilanimidad, nuestra cobardía. Y en cierto modo, nuestra convicción 'secular' de que esos bienes no existen por sí mismos, sino que son fruto de nuestros deseos.
¿Quiénes somos? ¿En qué deseamos convertirnos?
Esas son las preguntas que deberían estar haciéndose los filósofos e intelectuales en estos tiempos de confusión y alienación. Todas nuestras instituciones se tambalean. Los jueces, la fuerzas de seguridad, la educación, las instituciones religiosas, los políticos.
¿Qué ha pasado con nosotros? ¿Hemos pecado de excesivo pragmatismo? ¿Nuestros miedos han vencido a nuestras convicciones? Esa es la tumba de occidente. Esa es la sombra que se desliza imperceptible sobre la superficie de la tierra. Es el ave mortífera que espera dar el zarpazo final para arrebatarnos la libertad con la que soñamos y soñamos ser.
La guerra de Vietnam fue el detonante de una aceleración en el proceso de deterioro en la auto-imagen que los Estados Unidos de América tenía de sí misma. Después de la Segunda Guerra Mundial, los americanos salieron con la frente alta y la reafirmación de la noción 'wilsoniana' de ser portadores de una misión épica en el planeta, como artífices de la esencia de un modo de ser en democracia y libertad. Sin embargo, Vietnam acabó por arruinar esa auto-interpretación benevolente y convirtió al pueblo americano en una nación alienada de sí misma.
El proceso de deterioro de esa auto-imagen siguió sin interrupción. Los gobiernos de Carter, Reagan, Bush I, y Clinton sumaron sus cuotas de cinismo y sus infiernos: Iran, Libia, Nicaragua, Salvador, Bosnia, Irak, Afganistan, y la eterna Palestina, son ejemplo de esos infiernos manufacturados por las sucesivas administraciones.
Pero el gobierno de George W. Bush alcanzó la cúspide de la contra-cara del sueño político americano, que consistía en considerarse el símbolo de las libertades dentro y fuera de sus fronteras, para convertirlo en una nación irrespetuosa de los derechos humanos, sanguinaria y mentirosa; obsesionada única y exclusivamente con su propio crecimiento, indiferente al costo humano y medioambiental que sus políticas producían en el resto del planeta, y con una política de gobierno coactiva y desdeñosa ante las responsabilidades y compromisos que impone la llamada 'comunidad internacional' en términos de su legalidad, sus instituciones y tratados. En suma, a ser considerado por una amplia mayoría de los ciudadanos del mundo el mayor obstáculo para la paz y la principal amenaza para la supervivencia del planeta. El señor Obama vendió su candidatura y alcanzó la presidencia apelando a ese sueño perdido, a la recuperación de la auto-imagen de una 'America' enterrada bajo los escombros del pragmatismo cínico.
Algunos autores insisten en que pensemos con inteligencia pragmática, y se ríen de las reacciones benevolentes y justicieras de los gobernados que se revelan contra las políticas de terror con la cuales sus gobernantes resuelven las cuestiones internacionales. En estos días criminales que inundan nuestras pantallas, hay cierta unanimidad entre el público en general que los crimenes israelíes no deberían ser permitidos. Por contrapartida, algunos intelectuales y periodistas de la nueva derecha aprovechan la ocasión para mofarse de las intenciones 'angelicales' de los movilizados.
Andre Glucksmann es un ejemplo de ello. En una nota publicada ayer en el diario El País, sostiene descaradamente, que parte importante del problema en Oriente Próximo son los 'bienpensantes' que condenan operaciones de autodefensa como la que realiza Israel en estos días. Según se desprende de su artículo, deberíamos estar apoyando el sitio y la masacre cejisjuntos pero en piña.
Utilizando argumentos tirados de los pelos y una retórica oscurantista, pretende hacernos entender que nuestra noción de 'desproporción' respecto al ataque Israelí no tiene razón de ser. Arguye que Oriente Próximo es un lugar en el mundo en el que aun no se han establecido las proporciones, un sitio en el que se lucha justamente para que esas proporciones comiencen a existir. Con ello pretende hacernos creer que la paz sólo puede alcanzarse una vez hayamos acabado con la resistencia, y los poderosos tengan las manos libres para determinar las proporciones que a sus intereses incumban. Un pensamiento similar fue el que nos llevó a Irak: la necesidad de establecer un nuevo orden mundial, que debía construirse sobre los cadáveres de cientos de miles de Iraquíes, y el recorte sistemático de los derechos civiles en occidente. Glucksmann concluye su artículo con una frase monumental: 'la lucha por la supervivencia no es una desproporción'. En fin...
Es evidente que la guerra y la violencia es 'desproporción' por definición. Pero lo que el señor Glucksmann parece olvidar es que la medida de la violencia no es algo que concierne determinar a los contendientes, no al menos en el mundo que Israel invoca, un mundo de instituciones, tratados y convenciones establecidas, consensuadas -con todas las dificultades del caso- por las naciones del planeta, para ofrecer criterios de proporción, para minimizar desastres humanitarios como los que presenciamos. Para salvaguardar de la fuerza bruta y la capacidad destructiva que la tecnología nos ha proporcionado, a las poblaciones indefensas.
El señor Glucksmann continúa su perorata riéndose de las manifestaciones contra la masacre, como en su momento otros (puede que él mismo) se rieron de otras manifestaciones en la historia: contra otras guerras, contra otros actos de colonialismo, contra el 'apartheid' en sudáfrica, contra la violación de los derechos humanos en los paises del tercer mundo, contra la esclavitud de los negros, contra el abuso continuado hacia los indigenas y la usurpación de sus tierras, contra la exclusión de las mujeres de la participación democrática, contra la pusilánime respuesta de los países occidentales a la persecusión judía en los primeros años del gobierno de Hitler, contra la guerra ilegitima en Irak, contra la violación sistemática de los derechos humanos y el campo de concentración de Guantánamo, etc.
El señor Glucksmann nos interroga: ¿Por qué no nos manifestamos cuando un atentado terrorista mata a niños inocentes en Israel? Pero la pregunta de Glucksmann es un puro sofismo. La comunidad internacional, por medio de sus instituciones, ha dado a Israel una y otra vez un apoyo unánime acerca de este extremo. Las manifestaciones callejeras y los llamados de alerta surgen justamente cuando el poder político es incapaz de ofrecer respuesta a la injusticia debido a las agendas de las partes interesadas. Las manifestaciones de oposición ocurren cuando la comunidad internacional en su conjunto, o algunos de los poderes hegemónicos, frustran los mecanismos que deberían estar a disposición de los valores que defendemos como civilización.
Lo que el señor Glucksman y otros como él parecen olvidar, en todo caso, es que la auto-interpretación de los pueblos cuenta tanto como su economía o el poder policial y militar que ejercitan. La auto-interpretación es un concepto moral, y no tiene que ver únicamente con el modo en el cual concebimos nuestros deberes, sino también, con el modo en el cual nos concebimos a nosotros mismos como agentes. Es el modo en el que imaginamos la mejor de las vidas posibles y nos abocamos a ella, y en vista de los bienes que admiramos, construimos un nosotros acordes con esos principios e ideales.
¿Quiénes somos después de Vietnam? ¿Quiénes somos después de Bosnia? ¿Quiénes somos después de Nicaragua? ¿Quiénes somos después de Irak? ¿Quiénes somos cuando damos impunidad a nuestros socios para cometer los más horrendos crímenes, al mismo tiempo que somos inflexibles con quienes no sirven a nuestros intereses?
¿Quiénes somos? Esa pregunta deberíamos estar haciéndonos, porque nuestra debilidad no tiene que ver con el crecimiento del islamismo en Europa, como he escuchado decir a algunos; ni a la permisividad de nuestras leyes; ni a la idiotez de invocar los derechos humanos mientras otros sanguinarios se aprovechan de nuestra bondad; ni de nuestra humanitaria cooperación internacional; ni en nuestras democracias, que debilitan 'hipotéticamente' nuestra efectividad; ni en nuestro sistema de salud, que sirve a vagos y maleantes, o a inmigrantes desagradecidos.
El problema está dentro nuestro. Es la traición a aquello en lo que deseábamos convertirnos. El problema es nuestra pusilanimidad, nuestra cobardía. Y en cierto modo, nuestra convicción 'secular' de que esos bienes no existen por sí mismos, sino que son fruto de nuestros deseos.
¿Quiénes somos? ¿En qué deseamos convertirnos?
Esas son las preguntas que deberían estar haciéndose los filósofos e intelectuales en estos tiempos de confusión y alienación. Todas nuestras instituciones se tambalean. Los jueces, la fuerzas de seguridad, la educación, las instituciones religiosas, los políticos.
¿Qué ha pasado con nosotros? ¿Hemos pecado de excesivo pragmatismo? ¿Nuestros miedos han vencido a nuestras convicciones? Esa es la tumba de occidente. Esa es la sombra que se desliza imperceptible sobre la superficie de la tierra. Es el ave mortífera que espera dar el zarpazo final para arrebatarnos la libertad con la que soñamos y soñamos ser.
CREER O NO CREER, O EL MUNDO AL REVÉS.
Parece prudente advertir que el humanismo moderno se aproxima sin interrupción a su propio colapso como trasfondo moral. Estamos dejando de creer lo que creíamos. Nuestras virtuosas aspiraciones de libertad, benevolencia igualitaria y justicia universal son incapaces de sostenerse por sí solas y las democracias liberales no tienen la 'pasión' suficiente para sostener aquello que creemos más valioso.
Entre las valiosas enseñanzas de estos días, me llamó la atención una mujer palestina a la que un periodista de Al-jazeera le preguntó:
-¿Tiene usted miedo?
Ella respondió en tono desafiante, pero con humor pese a las circunstancias, y una sonrisa incomprensible en el rostro:
-¿Por qué razón tendría yo que tener miedo? Tengo a Alá de mi lado, y tengo la razón. Son ellos quienes matan a nuestros hijos, son ellos los que se apoderan de nuestra tierra, son ellos lo que pretenden echarnos al mar. Morir... morir se muere sólo una vez en la vida. Y yo voy a morir resistiendo. Mi muerte será un asesinato.
Algunos bienpensantes se mofarán de las palabras de esta mujer, probablemente sub-alfabetizada, pero no todo lo que luce es oro, y al revés.
¿Cuántos de nosotros estamos preparados para enfrentarnos a la muerte para estar a la altura de nuestros ideales?
No vayamos tan lejos.
¿Cuántos de nosotros estamos dispuestos a disponer de algunos cuantos centímetros de nuestro confort, de nuestra libertad material, para estar a la altura de nuestros valores?
Ser occidental, hipotéticamente, significa que el respeto a la vida, y a la integridad de la vida de nuestros semejantes está en lo más alto de nuestra escala moral.
Ser occidental, hipotéticamente, significa que creemos firmemente que los individuos y los pueblos tienen derecho a elegir su destino, a proyectar su futuro.
Ser occidental significa, hipotéticamente, que creemos que los pueblos tienen derecho a autodeterminarse, que ninguna nación debe ser tratada como inferior a otras naciones, y que estamos dispuestos a defender a las minorías de la actividad opresora y fagocitante de las grandes potencias y los poderes hegemónicos que empujadas por sus propias dinámicas de crecimiento se llevan todo por delante.
Ser occidentales significa, hipotéticamente, que ofrecemos al supuesto criminal la palabra para que se explique, que le ofrecemos garantías e impedimos el abuso de la ira y la venganza.
Ser occidentales significa, hipotéticamente, que damos prueba de misericordia: nuestra actividad judicial y policial no tiene como objetivo castigar, sino llamar al orden. La proporción resulta crucial para cumplir con nuestro propósito de justicia. Nuestro objetivo no es el ojo por ojo ni el diente por diente, porque no consideramos a nuestro prójimo inherentemente maligno debido a su falta, sino que lo sabemos equivocado y por tanto, creemos necesaria un cambio de actitud, una supervisación, un remedio al daño que puede causar y causarse a sí mismo.
Ser occidentales significa, hipotéticamente, que el amor y la justicia reinan sobre nuestro horizonte moral a partes iguales. Sea cual sea la condición, la raza, el género, la nacionalidad de los seres humanos, creemos que todos tienen igual derecho a ser felices y evitar en la medida de lo posible el sufrimiento.
Nuestra benevolencia no se queda en meras palabras, somos compasivos y prácticos, ejecutamos campañas contra el hambre y hacemos demostraciones para contrarrestar los males naturales y humanos que aquejan a las poblaciones que habitan lugares distantes a nuestros hogares.
Dicen que los musulmanes son gente terrible y despiadada. Son millones de seres obnubilados y oscuros incapaces de sentir la menor compasión por aquellos que son sus enemigos.
Están hambrientos de sangre -dicen, y de venganza -también, porque se alimentan de una religión macabra y retardada. Los musulmanes son gente de temer, castigan a sus mujeres y conducen a sus hijos a la muerte para hacer la voluntad de la quimera de su Dios.
Quisiera creer que es cierto todo esto, pero este es otro de las fantásticos descubrimientos de estos días: no todo lo que luce es oro, y al revés.
El pueblo musulmán ha sido humillado y maltratado: les hemos matado a sus hijos, destruido sus hogares. Los hemos convertido, una y otra vez, en moneda de cambio para lograr nuestros intereses más ruines. Hay millones de refugiados que malviven aquí y allá sin un sitio donde hacer crecer sus esperanzas. Los niños sonríen a un futuro que sólo les depara humillación y muerte. Los hemos convertido en hordas hambrientas, los empujamos (inmisericordes) a la violencia. Les hemos despojado de todo derecho a la dignidad.
La muerte de un musulmán (en Irak, en Afganistan, en Pakistan, en Somalia, en Palestina, en Líbano, en Indonesia, en Marruecos) no vale la muerte de un perro en occidente, decía un palestino hace unos días al mundo desde una cámara de televisión que le apuntaba desde la Franja de Gaza.
Apenas tienen voz en las instituciones internacionales. Las resoluciones que proclaman su razón, están llamadas a silenciarse. Las resoluciones en su contra se utilizan como justificación para masacrarles. Los condenamos sin escuchar sus reivindicaciones. Les imponemos regímenes dictatoriales que cumplen con nuestros intereses en detrimento del interés de sus pueblos. Armamos a sus policías y ofrecemos nuestra tecnología para vigilarlos, encerrarlos y torturarlos. Llamamos socios a los villanos que se ofrecen a traicionar a sus pueblos, y terroristas a quienes se levantan contra la opresión.
Nos hacemos los distraidos, como si su dolor y la injusticia que padecen no nos concerniera en modo alguno, y cuando algunos entre ellos se rebela y comete atrocidades en nuestra tierra, condenamos no sólo a los autores materiales, sino que junto a ellos, criminalizamos a sus pueblos, su cultura, su religión.
Quiero creer que la violencia 'justificada' de Israel es la contracara de la violencia palestina, o musulmana en general; pero apenas encuentro pruebas de esta simetría. La inteligencia de la historia, la historia de los muertos y las humillaciones, de las injusticias y los engaños, prueban que el sufrimiento que se ha impuesto a estos pueblos apenas puede compararse con el peso de la violencia que ejercita su resistencia.
Supongo que alguno de ustedes juzgará exagerada mi lectura, pero considero a esta gente fea que deambula asediada en campos de refugiados, a estos innombrables, a estos parias, un pueblo valiente y culto, más culto que el nuestro, que se permite jurar por aquello que es incapaz de defender.
Entre las valiosas enseñanzas de estos días, me llamó la atención una mujer palestina a la que un periodista de Al-jazeera le preguntó:
-¿Tiene usted miedo?
Ella respondió en tono desafiante, pero con humor pese a las circunstancias, y una sonrisa incomprensible en el rostro:
-¿Por qué razón tendría yo que tener miedo? Tengo a Alá de mi lado, y tengo la razón. Son ellos quienes matan a nuestros hijos, son ellos los que se apoderan de nuestra tierra, son ellos lo que pretenden echarnos al mar. Morir... morir se muere sólo una vez en la vida. Y yo voy a morir resistiendo. Mi muerte será un asesinato.
Algunos bienpensantes se mofarán de las palabras de esta mujer, probablemente sub-alfabetizada, pero no todo lo que luce es oro, y al revés.
¿Cuántos de nosotros estamos preparados para enfrentarnos a la muerte para estar a la altura de nuestros ideales?
No vayamos tan lejos.
¿Cuántos de nosotros estamos dispuestos a disponer de algunos cuantos centímetros de nuestro confort, de nuestra libertad material, para estar a la altura de nuestros valores?
Ser occidental, hipotéticamente, significa que el respeto a la vida, y a la integridad de la vida de nuestros semejantes está en lo más alto de nuestra escala moral.
Ser occidental, hipotéticamente, significa que creemos firmemente que los individuos y los pueblos tienen derecho a elegir su destino, a proyectar su futuro.
Ser occidental significa, hipotéticamente, que creemos que los pueblos tienen derecho a autodeterminarse, que ninguna nación debe ser tratada como inferior a otras naciones, y que estamos dispuestos a defender a las minorías de la actividad opresora y fagocitante de las grandes potencias y los poderes hegemónicos que empujadas por sus propias dinámicas de crecimiento se llevan todo por delante.
Ser occidentales significa, hipotéticamente, que ofrecemos al supuesto criminal la palabra para que se explique, que le ofrecemos garantías e impedimos el abuso de la ira y la venganza.
Ser occidentales significa, hipotéticamente, que damos prueba de misericordia: nuestra actividad judicial y policial no tiene como objetivo castigar, sino llamar al orden. La proporción resulta crucial para cumplir con nuestro propósito de justicia. Nuestro objetivo no es el ojo por ojo ni el diente por diente, porque no consideramos a nuestro prójimo inherentemente maligno debido a su falta, sino que lo sabemos equivocado y por tanto, creemos necesaria un cambio de actitud, una supervisación, un remedio al daño que puede causar y causarse a sí mismo.
Ser occidentales significa, hipotéticamente, que el amor y la justicia reinan sobre nuestro horizonte moral a partes iguales. Sea cual sea la condición, la raza, el género, la nacionalidad de los seres humanos, creemos que todos tienen igual derecho a ser felices y evitar en la medida de lo posible el sufrimiento.
Nuestra benevolencia no se queda en meras palabras, somos compasivos y prácticos, ejecutamos campañas contra el hambre y hacemos demostraciones para contrarrestar los males naturales y humanos que aquejan a las poblaciones que habitan lugares distantes a nuestros hogares.
Dicen que los musulmanes son gente terrible y despiadada. Son millones de seres obnubilados y oscuros incapaces de sentir la menor compasión por aquellos que son sus enemigos.
Están hambrientos de sangre -dicen, y de venganza -también, porque se alimentan de una religión macabra y retardada. Los musulmanes son gente de temer, castigan a sus mujeres y conducen a sus hijos a la muerte para hacer la voluntad de la quimera de su Dios.
Quisiera creer que es cierto todo esto, pero este es otro de las fantásticos descubrimientos de estos días: no todo lo que luce es oro, y al revés.
El pueblo musulmán ha sido humillado y maltratado: les hemos matado a sus hijos, destruido sus hogares. Los hemos convertido, una y otra vez, en moneda de cambio para lograr nuestros intereses más ruines. Hay millones de refugiados que malviven aquí y allá sin un sitio donde hacer crecer sus esperanzas. Los niños sonríen a un futuro que sólo les depara humillación y muerte. Los hemos convertido en hordas hambrientas, los empujamos (inmisericordes) a la violencia. Les hemos despojado de todo derecho a la dignidad.
La muerte de un musulmán (en Irak, en Afganistan, en Pakistan, en Somalia, en Palestina, en Líbano, en Indonesia, en Marruecos) no vale la muerte de un perro en occidente, decía un palestino hace unos días al mundo desde una cámara de televisión que le apuntaba desde la Franja de Gaza.
Apenas tienen voz en las instituciones internacionales. Las resoluciones que proclaman su razón, están llamadas a silenciarse. Las resoluciones en su contra se utilizan como justificación para masacrarles. Los condenamos sin escuchar sus reivindicaciones. Les imponemos regímenes dictatoriales que cumplen con nuestros intereses en detrimento del interés de sus pueblos. Armamos a sus policías y ofrecemos nuestra tecnología para vigilarlos, encerrarlos y torturarlos. Llamamos socios a los villanos que se ofrecen a traicionar a sus pueblos, y terroristas a quienes se levantan contra la opresión.
Nos hacemos los distraidos, como si su dolor y la injusticia que padecen no nos concerniera en modo alguno, y cuando algunos entre ellos se rebela y comete atrocidades en nuestra tierra, condenamos no sólo a los autores materiales, sino que junto a ellos, criminalizamos a sus pueblos, su cultura, su religión.
Quiero creer que la violencia 'justificada' de Israel es la contracara de la violencia palestina, o musulmana en general; pero apenas encuentro pruebas de esta simetría. La inteligencia de la historia, la historia de los muertos y las humillaciones, de las injusticias y los engaños, prueban que el sufrimiento que se ha impuesto a estos pueblos apenas puede compararse con el peso de la violencia que ejercita su resistencia.
Supongo que alguno de ustedes juzgará exagerada mi lectura, pero considero a esta gente fea que deambula asediada en campos de refugiados, a estos innombrables, a estos parias, un pueblo valiente y culto, más culto que el nuestro, que se permite jurar por aquello que es incapaz de defender.
RESISTENCIA PLANETARIA: ¡BASTA YA!
Vivimos una época privilegiada y oscura.
Todas las pretensiones morales de los gobiernos occidentales pueden darse por enterradas.
La guerra de Irak no fue un caso aislado, y la presidencia de George W. Bush, en contra de lo que nos quieren hacer creer, no fue diferente a las presidencias que le precedieron, ni la del señor Obama será el cambio que esperamos.
Las democracias occidentales están desacreditadas.
Los ciudadanos intuyen que el poder se encuentra en otro lado, lejos de las urnas, y los políticos apenas hacen esfuerzo alguno por aparentar lo contrario.
La crisis financiera esta ofreciendo a los ciudadanos un espectáculo de impunidad y una agenda política que da la espalda a los intereses de la población, mientras los grandes medios de comunicación que participan directa o indirectamente en el robo, ofrecen con sabiduría su cuota de templanza para evitar la catástrofe del descontento de los pueblos.
De pronto, la solidaridad y la benevolencia se han convertido en asuntos de risa para los tertulianos, que en una ola de inmisericorde cinismo, des-legitiman los bienes que dieron a occidente en alguna lejana época, las justificaciones para su supuesta labor civilizatoria.
El desprestigio del discurso humanitario, viene acompañado con una afilada labor de adoctrinamiento anti-terrorista que prepara el terreno para la criminalización de toda resistencia. Cualquier queja, cualquier protesta amenazante, se interpreta como producto del radicalismo y se nos alimenta con el imaginario de grupos oscuros y malvados cuyo único objetivo es destruir los fundamentos de la civilización. Pero es la propia sociedad que se suicida, abandonando las fuentes de su propia identidad.
Como en otras ocasiones, los asesinatos en Gaza nos recuerdan que el descontento popular, la desaprobación indignada de la población respecto a la acción de sus gobiernos, no significa nada para los gobernantes: el parecer y la voluntad política de los ciudadanos les resulta indifernte. Alejados de quienes les increpan, protegidos por las organizaciones invisibles que les conducen, nuestros políticos se aferran a la aceleración del tiempo mediático, que convierte en efimera la verdad y permite oficializar las gramáticas del opresor.
Sabedores que el mero espectáculo de la protesta es inocuo, y que las urnas no son capaces de cambiar en un ápice lo verdaderamente importante, resisten la tentación, cuando la tienen, de ofrecer su voz a la verdad y prefieren continuar exorcizando el descontento por medio de la infantilización a través de la retórica anuladora de la inconsistencia diplomática.
Viendo el prolongado asedio y castigo sangriento a los Palestinos en general, y de la población de Gaza en particular, uno debe recordar a otros pueblos que sostienen batallas por la justicia, cuyas aspiraciones se ven sistemáticamente pisoteadas por sus respectivos opresores, para evitar que la propaganda del poderoso se cuele en nuestros cerebros y nos convierta en sus cómplices.
Si la masacre terrorista que Israel está perpretando esta justificada, todo terrorismo es legitimo. ¿Cómo distinguir al asesino de quien le juzga?
Los columnistas de los grandes medios no se atreven a decir lo evidente. El Estado de Israel, la Administración Bush, las Naciones Unidas, la Unión Europea, y la liga Árabe, son responsables en diferentes medidas, como perpetradores y cómplices del genocidio del pueblo palestino.
Este es el legado final de nuestra bronca rebelión contra la verdad. No queda más que la fuerza, la voluntad despótica, a fin de adueñarse de la historia.
Nuestra obligación es resistir el relato de los poderosos, resistir la narración de los 'amos del mundo', que pretende convertir toda resistencia a la esclavitud en crimen, que pretende regresarnos a los oscuros siglos de la 'esclavitud natural', donde el poderoso podía jactarse sin vergüenza de ser propietario de las almas ajenas.
Nunca hemos estado lejos del despotismo 'oriental' que presumimos superar, pese a la ficción de nuestra absurda libertad consumista que ejercita su ignorancia debatiéndose en la deliberación de los bienes que las marcas nos ofrecen como portal a la satisfacción eterna.
Ahora es la hora, no hay otra hora para la resistencia.
¡Basta Ya!
Volvamos a la calle, forcemos a nuestro gobierno a tomar decisiones que no quiere tomar.
Las ciudades son el lugar natural de nuestra lucha. Tomemos las calles, las universidades. Hagamos que no puedan mirar hacia otro lado.
La libertad de Gaza es nuestra libertad.
Los niños de Gaza son nuestros niños.
Las bombas de Israel son las mismas bombas que utilizarán contra nosotros.
La impunidad de Israel es la impunidad de todos los poderosos.
¡Basta Ya!
No esperemos a que comiencen la ejecución masiva de los 'prescindibles' en un futuro no muy lejano, cuando hayamos llegado al límite de la sostenibilidad ecológica, y las cuentas exijan el sacrificio de millones para la supervivencia acomodada de los privilegiados.
Puede que no estés entre los elegidos
APÉNDICE
Hace unas pocas horas comenzó la ofensiva terrestre de Israel. La UE ha dado su visto bueno a la masacre emitiendo una declaración que afirma que la actividad de Israel es defensiva, y por lo tanto, eximiéndolo de toda responsabilidad.
¡Qué los Dioses nos amparen!
Todas las pretensiones morales de los gobiernos occidentales pueden darse por enterradas.
La guerra de Irak no fue un caso aislado, y la presidencia de George W. Bush, en contra de lo que nos quieren hacer creer, no fue diferente a las presidencias que le precedieron, ni la del señor Obama será el cambio que esperamos.
Las democracias occidentales están desacreditadas.
Los ciudadanos intuyen que el poder se encuentra en otro lado, lejos de las urnas, y los políticos apenas hacen esfuerzo alguno por aparentar lo contrario.
La crisis financiera esta ofreciendo a los ciudadanos un espectáculo de impunidad y una agenda política que da la espalda a los intereses de la población, mientras los grandes medios de comunicación que participan directa o indirectamente en el robo, ofrecen con sabiduría su cuota de templanza para evitar la catástrofe del descontento de los pueblos.
De pronto, la solidaridad y la benevolencia se han convertido en asuntos de risa para los tertulianos, que en una ola de inmisericorde cinismo, des-legitiman los bienes que dieron a occidente en alguna lejana época, las justificaciones para su supuesta labor civilizatoria.
El desprestigio del discurso humanitario, viene acompañado con una afilada labor de adoctrinamiento anti-terrorista que prepara el terreno para la criminalización de toda resistencia. Cualquier queja, cualquier protesta amenazante, se interpreta como producto del radicalismo y se nos alimenta con el imaginario de grupos oscuros y malvados cuyo único objetivo es destruir los fundamentos de la civilización. Pero es la propia sociedad que se suicida, abandonando las fuentes de su propia identidad.
Como en otras ocasiones, los asesinatos en Gaza nos recuerdan que el descontento popular, la desaprobación indignada de la población respecto a la acción de sus gobiernos, no significa nada para los gobernantes: el parecer y la voluntad política de los ciudadanos les resulta indifernte. Alejados de quienes les increpan, protegidos por las organizaciones invisibles que les conducen, nuestros políticos se aferran a la aceleración del tiempo mediático, que convierte en efimera la verdad y permite oficializar las gramáticas del opresor.
Sabedores que el mero espectáculo de la protesta es inocuo, y que las urnas no son capaces de cambiar en un ápice lo verdaderamente importante, resisten la tentación, cuando la tienen, de ofrecer su voz a la verdad y prefieren continuar exorcizando el descontento por medio de la infantilización a través de la retórica anuladora de la inconsistencia diplomática.
Viendo el prolongado asedio y castigo sangriento a los Palestinos en general, y de la población de Gaza en particular, uno debe recordar a otros pueblos que sostienen batallas por la justicia, cuyas aspiraciones se ven sistemáticamente pisoteadas por sus respectivos opresores, para evitar que la propaganda del poderoso se cuele en nuestros cerebros y nos convierta en sus cómplices.
Si la masacre terrorista que Israel está perpretando esta justificada, todo terrorismo es legitimo. ¿Cómo distinguir al asesino de quien le juzga?
Los columnistas de los grandes medios no se atreven a decir lo evidente. El Estado de Israel, la Administración Bush, las Naciones Unidas, la Unión Europea, y la liga Árabe, son responsables en diferentes medidas, como perpetradores y cómplices del genocidio del pueblo palestino.
Este es el legado final de nuestra bronca rebelión contra la verdad. No queda más que la fuerza, la voluntad despótica, a fin de adueñarse de la historia.
Nuestra obligación es resistir el relato de los poderosos, resistir la narración de los 'amos del mundo', que pretende convertir toda resistencia a la esclavitud en crimen, que pretende regresarnos a los oscuros siglos de la 'esclavitud natural', donde el poderoso podía jactarse sin vergüenza de ser propietario de las almas ajenas.
Nunca hemos estado lejos del despotismo 'oriental' que presumimos superar, pese a la ficción de nuestra absurda libertad consumista que ejercita su ignorancia debatiéndose en la deliberación de los bienes que las marcas nos ofrecen como portal a la satisfacción eterna.
Ahora es la hora, no hay otra hora para la resistencia.
¡Basta Ya!
Volvamos a la calle, forcemos a nuestro gobierno a tomar decisiones que no quiere tomar.
Las ciudades son el lugar natural de nuestra lucha. Tomemos las calles, las universidades. Hagamos que no puedan mirar hacia otro lado.
La libertad de Gaza es nuestra libertad.
Los niños de Gaza son nuestros niños.
Las bombas de Israel son las mismas bombas que utilizarán contra nosotros.
La impunidad de Israel es la impunidad de todos los poderosos.
¡Basta Ya!
No esperemos a que comiencen la ejecución masiva de los 'prescindibles' en un futuro no muy lejano, cuando hayamos llegado al límite de la sostenibilidad ecológica, y las cuentas exijan el sacrificio de millones para la supervivencia acomodada de los privilegiados.
Puede que no estés entre los elegidos
APÉNDICE
Hace unas pocas horas comenzó la ofensiva terrestre de Israel. La UE ha dado su visto bueno a la masacre emitiendo una declaración que afirma que la actividad de Israel es defensiva, y por lo tanto, eximiéndolo de toda responsabilidad.
¡Qué los Dioses nos amparen!
TRES LECCIONES DE ROBERT FISK
Durante los últimos días, intentando comprender lo que ocurre en Oriente Próximo, he vuelto la mirada en busca de alguien que me guíe en este laberinto de espanto que compone una parte crucial del trasfondo de mi vida. Entender mi vida, como ciudadano en el planeta, necesariamente implica reconocer la presencia de un conflicto permanente y sangriento que ha hecho pedazos las falsas promesas e ideales humanitarios de nuestra civilización. Pensar el mundo en el que he vivido, las decisiones que he tomado, está conectado de modo inextricable con la historia de Oriente Próximo. Esta historia esta conectada a su vez, con el genocidio judío cometido en la Alemania nazi, y la huella de violencia e incomprensión se prolonga sin interrupción al tiempo de las cruzadas, a la crucifixión de Cristo, y al exilio y la promesa de una tierra.
En vista de las atroces imágenes del cerco y la masacre de Gaza, y el recuerdo de los bombardeos de Israel sobre el Líbano hace pocos años, intento una explicación. Con la inmejorable situación tecnológica que disponemos, es difícil hacerse el distraído. Puedo pasearme sin dificultad por las páginas de los grandes medios y conocer las opiniones de los expertos sin necesidad de gastar un centavo.
Pero aparte de unas pocas excepciones, la mayoría de las crónicas resultan incomprensibles, sesgadas, irrelevantes para comprender lo que estoy buscando. Pero ¿Qué estoy buscando?
Recuerdo las primeras páginas del artículo de Leo Strauss sobre Tucídides en las que nos dice que el autor de La Guerra del Peloponeso al escribir su obra pretendía no sólo ofrecer claridad sobre la guerra, sino echar luz sobre el pasado y sobre el futuro, que él sabía, sería un reflejo de aquello que le había tocado vivir.
¿Quién mejor que Fisk para echar luz a este momento de reiterado desasociego que vive el mundo? Durante los días que siguieron, me dediqué durante muchas horas a escucharlo, a leer sus artículos colgados en la web, y extractos de sus obras.
Estamos en el sexto día de los bombardeos de Israel sobre Gaza. Aun tengo en la memoria el recuerdo de las prolongadas semanas de asedio sobre el Líbano. Aun recuerdo la incredulidad de muchos habitantes de Beirut que colgaban en Youtube sus mensajes y sus filmaciones caseras preguntándonos a nosotros, occidentales de naciones supuestamente libres, por qué razón permitíamos la masacre indiscriminada que Israel estaba infligiendo a un pueblo indefenso.
Por supuesto, Gaza no es Beirut, pero aun así, los paralelismos son atroces, y la contienda sólo puede ser el producto de la sinrazón, o esconder por el contrario una lección sobre nosotros mismos, individual y colectivamente. Para ello tenemos que poner a un lado nuestras presunciones, hacer a un lado la enojosa caricatura del terrorista que nos han inculcado con empeño durante tantas décadas, e intentar escuchar la verdad, la verdad de lo que somos, la verdad de aquello en lo que nos hemos convertido.
Pero no es fácil, no es fácil porque hemos aprendido el libreto, y la multiplicación de las analogías en nuestras vidas cotidianas es tan aterradora, que ya no queda resquicio para que la palabra Justicia vuelva a tener algún sentido. Nuestra cultura se ha vuelto cínica, y sólo quedan de sus ideales de benevolencia y equidad que alguna vez avivaron el corazón de hombres y mujeres decentes que lucharon por las causas sociales y la liberación del esclavo y el oprimido, palabras huecas, rebajadas al fango por la desvirtuación sofística del poderoso y sus lacayos: intelectuales y periodistas.
Escucho a Fisk. Lo escucho en New York junto a Noam Chomsky; en una entrevista con el periodista Riz Khan; con Amy Goodman, en Democracy Now; en Berkeley ofreciendo las lecciones de historia que ha aprendido durante treinta años de corresponsal en Oriente Proximo. Lo escucho en una docena de entrevistas más, escucho sus comentarios sobre repetidas circunstancias gemelas durante la última década. Leo sus artículos recientes en The Independent, veo sus documentales sobre Palestina, Libano, Bosnia, Hezbollah, y una docena de fragmentos de sus voluminosas obras.
¿Y qué es lo que encuentro en todas ellas? ¿Qué es lo que dice este hombre, a los hombres y mujeres de a pie, esos que reciben las más altas cuotas de sufrimiento en este mundo convulso y perverso en que vivimos?
Lo primero es que nos engañan. La prensa nos engaña. Los periodistas se han convertido en voceros del poder. No puedes fiarte de ellos.
Si te paseas por las calles, si escuchas a la gente, verás que el sufrimiento que padecen no te es indiferente, que el corazón humano está inundado de dolor e incertidumbre, que la maldad y el sufrimiento que se impone a la gente es inmenso, y que en lo más profundo de tí mismo, te importa lo que esos otros, amigos o desconocidos, padecen.
Pero si escuchas a esos medios de comunicación financiados por los grandes poderes del planeta, tu corazón se cerrará a cal y canto. Porque al poder no le importa la gente. A las grandes corporaciones, a los 'amos del mundo', el sufrimiento les resulta completamente indiferente.
Dice Fisk que la labor de un periodista no consiste en ser imparcial, y se pregunta, con rabia y con decencia: ¿Para qué arriesgar la vida (él, que la arriesgado tantas veces) por una imparcialidad que ofrece la palabra al opresor y al oprimido a partes iguales? Mi lugar, dice Fisk, esta con aquel que recibe la humillación, que es golpeado y torturado, asediado, expoliado y asesinado. Mi lugar está con el que sufre.
Y se pregunta, si la supuesta imparcialidad que pretendemos no es, como en los casos que hoy presenciamos, la prueba más evidente de la inmoralidad de las grandes cadenas y de los intereses que representan. Eso significa que el periodista debe sentir una pasión por lo humano, por estar allí donde duele, y convertir las mentiras del poder en evidencia de sus inmoralidades. No se trata de informar, dice Fisk, sino de monitorear al poder, especialmente cuando éste nos lleva a una guerra, cuando permite una atrocidad.
El siglo XX fue el siglo de los campos de exterminio, pero también de Hiroshima y Nagasaki, fue el siglo de Stalin, pero también de Vietnam, fue el siglo de las guerras pos-coloniales en África, de Timor y las masacres y genocidios cometidos a todo lo largo y ancho de Latinoamérica.
El siglo XXI prometía convertirse, según algunos ilusos o cretinos, en un siglo de diálogo y libre comercio, pero con cada día que pasa, con cada hoja del calendario que cae a nuestros pies, el error desvelado resulta más aterrador que la más oscura fabricación de nuestra imaginación.
Fisk repite una y otra vez, con un tono arrogante (que él mismo confiesa): yo estuve allí, y dije lo que estaba ocurriendo, no tienes derecho (dirigiéndose a nosotros) a decir que no sabías lo que estaba pasando. Esa es la segunda lección: Sabemos lo que esta ocurriendo, pero hacemos oídos sordos, cerramos los ojos y hacemos de cuenta que no ha pasado nada, pero la historia tiene sus propios resquicios por donde dejar en evidencia la vergüenza, pese a los esfuerzos para reescribirla.
Alguien verá a través de nuestras mentiras y descubrirá nuestra complicidad. Alguien sabrá, en algún lugar del mundo, de nuestra cobardía, de nuestra mezquindad, de nuestro cretinismo. E incluso si no es así, nos perseguirá el espejo recordando las muchas palabras que no quisimos oír, las muchas sospechas que nuestro corazón formuló y que sin embargo, acabamos silenciando para que nuestras comodidades y nuestros privilegios no acabaran resultando una responsabilidad.
Gaza, como decía en una nota anterior, es un símbolo de la opresión. Allí tiene occidente su espejo, donde contemplar su verdadero rostro. Allí puede ver su intolerancia impaciente cuando el oprimido levanta su cabeza y grita: ¡No pasarán! Allí tenemos la prueba de nuestra cruel parcialidad que hecha por tierra todas nuestras promesas de igualdad de la raza humana. Cien palestinos no valen uno de los nuestros, esos rostros feos que hablan una lengua extraña y practican una religión de fanatismo incomprensible para nosotros.
Hay otra lección que debemos asimilar: Si los gobiernos occidentales permiten el horror es porque saben, lo saben perfectamente porque es eso lo que han venido practicando desde siempre, que llegado el caso, los derechos humanos son valores prescindibles, que lo que verdaderamente cuenta es el poder.¡Estemos alerta! Nosotros, los hombres y mujeres de a pie, en todos los rincones del planeta, tenemos que defendernos del poderoso, que siempre y en todo lugar, menosprecia nuestra vida.
En vista de las atroces imágenes del cerco y la masacre de Gaza, y el recuerdo de los bombardeos de Israel sobre el Líbano hace pocos años, intento una explicación. Con la inmejorable situación tecnológica que disponemos, es difícil hacerse el distraído. Puedo pasearme sin dificultad por las páginas de los grandes medios y conocer las opiniones de los expertos sin necesidad de gastar un centavo.
Pero aparte de unas pocas excepciones, la mayoría de las crónicas resultan incomprensibles, sesgadas, irrelevantes para comprender lo que estoy buscando. Pero ¿Qué estoy buscando?
Recuerdo las primeras páginas del artículo de Leo Strauss sobre Tucídides en las que nos dice que el autor de La Guerra del Peloponeso al escribir su obra pretendía no sólo ofrecer claridad sobre la guerra, sino echar luz sobre el pasado y sobre el futuro, que él sabía, sería un reflejo de aquello que le había tocado vivir.
¿Quién mejor que Fisk para echar luz a este momento de reiterado desasociego que vive el mundo? Durante los días que siguieron, me dediqué durante muchas horas a escucharlo, a leer sus artículos colgados en la web, y extractos de sus obras.
Estamos en el sexto día de los bombardeos de Israel sobre Gaza. Aun tengo en la memoria el recuerdo de las prolongadas semanas de asedio sobre el Líbano. Aun recuerdo la incredulidad de muchos habitantes de Beirut que colgaban en Youtube sus mensajes y sus filmaciones caseras preguntándonos a nosotros, occidentales de naciones supuestamente libres, por qué razón permitíamos la masacre indiscriminada que Israel estaba infligiendo a un pueblo indefenso.
Por supuesto, Gaza no es Beirut, pero aun así, los paralelismos son atroces, y la contienda sólo puede ser el producto de la sinrazón, o esconder por el contrario una lección sobre nosotros mismos, individual y colectivamente. Para ello tenemos que poner a un lado nuestras presunciones, hacer a un lado la enojosa caricatura del terrorista que nos han inculcado con empeño durante tantas décadas, e intentar escuchar la verdad, la verdad de lo que somos, la verdad de aquello en lo que nos hemos convertido.
Pero no es fácil, no es fácil porque hemos aprendido el libreto, y la multiplicación de las analogías en nuestras vidas cotidianas es tan aterradora, que ya no queda resquicio para que la palabra Justicia vuelva a tener algún sentido. Nuestra cultura se ha vuelto cínica, y sólo quedan de sus ideales de benevolencia y equidad que alguna vez avivaron el corazón de hombres y mujeres decentes que lucharon por las causas sociales y la liberación del esclavo y el oprimido, palabras huecas, rebajadas al fango por la desvirtuación sofística del poderoso y sus lacayos: intelectuales y periodistas.
Escucho a Fisk. Lo escucho en New York junto a Noam Chomsky; en una entrevista con el periodista Riz Khan; con Amy Goodman, en Democracy Now; en Berkeley ofreciendo las lecciones de historia que ha aprendido durante treinta años de corresponsal en Oriente Proximo. Lo escucho en una docena de entrevistas más, escucho sus comentarios sobre repetidas circunstancias gemelas durante la última década. Leo sus artículos recientes en The Independent, veo sus documentales sobre Palestina, Libano, Bosnia, Hezbollah, y una docena de fragmentos de sus voluminosas obras.
¿Y qué es lo que encuentro en todas ellas? ¿Qué es lo que dice este hombre, a los hombres y mujeres de a pie, esos que reciben las más altas cuotas de sufrimiento en este mundo convulso y perverso en que vivimos?
Lo primero es que nos engañan. La prensa nos engaña. Los periodistas se han convertido en voceros del poder. No puedes fiarte de ellos.
Si te paseas por las calles, si escuchas a la gente, verás que el sufrimiento que padecen no te es indiferente, que el corazón humano está inundado de dolor e incertidumbre, que la maldad y el sufrimiento que se impone a la gente es inmenso, y que en lo más profundo de tí mismo, te importa lo que esos otros, amigos o desconocidos, padecen.
Pero si escuchas a esos medios de comunicación financiados por los grandes poderes del planeta, tu corazón se cerrará a cal y canto. Porque al poder no le importa la gente. A las grandes corporaciones, a los 'amos del mundo', el sufrimiento les resulta completamente indiferente.
Dice Fisk que la labor de un periodista no consiste en ser imparcial, y se pregunta, con rabia y con decencia: ¿Para qué arriesgar la vida (él, que la arriesgado tantas veces) por una imparcialidad que ofrece la palabra al opresor y al oprimido a partes iguales? Mi lugar, dice Fisk, esta con aquel que recibe la humillación, que es golpeado y torturado, asediado, expoliado y asesinado. Mi lugar está con el que sufre.
Y se pregunta, si la supuesta imparcialidad que pretendemos no es, como en los casos que hoy presenciamos, la prueba más evidente de la inmoralidad de las grandes cadenas y de los intereses que representan. Eso significa que el periodista debe sentir una pasión por lo humano, por estar allí donde duele, y convertir las mentiras del poder en evidencia de sus inmoralidades. No se trata de informar, dice Fisk, sino de monitorear al poder, especialmente cuando éste nos lleva a una guerra, cuando permite una atrocidad.
El siglo XX fue el siglo de los campos de exterminio, pero también de Hiroshima y Nagasaki, fue el siglo de Stalin, pero también de Vietnam, fue el siglo de las guerras pos-coloniales en África, de Timor y las masacres y genocidios cometidos a todo lo largo y ancho de Latinoamérica.
El siglo XXI prometía convertirse, según algunos ilusos o cretinos, en un siglo de diálogo y libre comercio, pero con cada día que pasa, con cada hoja del calendario que cae a nuestros pies, el error desvelado resulta más aterrador que la más oscura fabricación de nuestra imaginación.
Fisk repite una y otra vez, con un tono arrogante (que él mismo confiesa): yo estuve allí, y dije lo que estaba ocurriendo, no tienes derecho (dirigiéndose a nosotros) a decir que no sabías lo que estaba pasando. Esa es la segunda lección: Sabemos lo que esta ocurriendo, pero hacemos oídos sordos, cerramos los ojos y hacemos de cuenta que no ha pasado nada, pero la historia tiene sus propios resquicios por donde dejar en evidencia la vergüenza, pese a los esfuerzos para reescribirla.
Alguien verá a través de nuestras mentiras y descubrirá nuestra complicidad. Alguien sabrá, en algún lugar del mundo, de nuestra cobardía, de nuestra mezquindad, de nuestro cretinismo. E incluso si no es así, nos perseguirá el espejo recordando las muchas palabras que no quisimos oír, las muchas sospechas que nuestro corazón formuló y que sin embargo, acabamos silenciando para que nuestras comodidades y nuestros privilegios no acabaran resultando una responsabilidad.
Gaza, como decía en una nota anterior, es un símbolo de la opresión. Allí tiene occidente su espejo, donde contemplar su verdadero rostro. Allí puede ver su intolerancia impaciente cuando el oprimido levanta su cabeza y grita: ¡No pasarán! Allí tenemos la prueba de nuestra cruel parcialidad que hecha por tierra todas nuestras promesas de igualdad de la raza humana. Cien palestinos no valen uno de los nuestros, esos rostros feos que hablan una lengua extraña y practican una religión de fanatismo incomprensible para nosotros.
Hay otra lección que debemos asimilar: Si los gobiernos occidentales permiten el horror es porque saben, lo saben perfectamente porque es eso lo que han venido practicando desde siempre, que llegado el caso, los derechos humanos son valores prescindibles, que lo que verdaderamente cuenta es el poder.¡Estemos alerta! Nosotros, los hombres y mujeres de a pie, en todos los rincones del planeta, tenemos que defendernos del poderoso, que siempre y en todo lugar, menosprecia nuestra vida.
VER MORIR
Hace unos días el gobierno de Israel emprendió una ofensiva sobre el territorio de Gaza. El resultado hasta el momento son más de trescientos cadáveres y un millar de heridos.
Frente a la atrocidad de las imágenes, las razones esgrimidas por el gobierno Israelí aumentan el sentimiento de una perversa motivación subyacente.
La historia de los excesos israelíes en su 'hipotética' lucha contra el terror es tan prolongada, y tan persistente el cretinismo de quienes defienden sus políticas, que resulta difícil atinar las palabras.
En momentos así es cuando hablar parece no servir de nada.Las palabras se han hecho huecas, tontas, frívolas. ¿Cómo decir el asesinato que estos ojos nuestros ven?
¿Hemos llegado acaso a un momento de la historia tan funesto que los gestos resultan bufonadas? La condena internacional nos hace reír nerviosamente, indignados.
¿Recuerdan los bombardeos sobre el Libano?
Mientras veíamos morir discutíamos lo apropiado de los adjetivos y la gramática de la disuasión se convirtió en el testimonio de la complicidad.
Entre las razones que hacen intolerable la respuesta de Israel, es que pretende ser uno de los nuestros. Con 'uno de los nuestros' queremos decir que ellos no son como sus adversarios, terroristas despiadados que utilizan la crueldad como instrumento para el logro de sus fines.
Los vuelos de la CIA en territorio europeo, la encubierta sub-contrata de campos de concentración para lidiar con la política inmigratoria, Guantánamo y los horrores a los que nos tienen acostumbrados las empresas de mercenarios en Irak, etc. ha hecho que nuestra auto-interpretación pueda, cuando menos, ponerse en duda.
Pero Israel ha dado muestras suficientes, desde hace ya muchas décadas, de no formar parte de ese pretendido 'nosotros' que considera como principios fundacionales de nuestra civilización, el respeto a la vida, la igualdad de todos los humanos, y la aspiración universal a eliminar o minimizar el sufrimiento.
Los ataques de estos días sobre Gaza, como ocurrió hace no mucho tiempo con la población libanesa, junto al maltrato y vejación sistemática de la población árabe, el bloqueo persistente a los suministros indispensables de alimento, agua y medicina que afecta especialmente a la población infantil, da muestras del grado de perversidad de la política israelí.
Hablar de desproporción en relación al ataque puede parecer condescendiente en vista al tamaño del crímen presenciado, pero no es así. La desproporción es la medida que separa el vicio de la virtud. La respuesta de Israel es un vicio atroz, fruto del miedo, pero también de la arrogancia, y sobre todo de la impunidad que le ha regalado la comunidad internacional.
Frente a la atrocidad de las imágenes, las razones esgrimidas por el gobierno Israelí aumentan el sentimiento de una perversa motivación subyacente.
La historia de los excesos israelíes en su 'hipotética' lucha contra el terror es tan prolongada, y tan persistente el cretinismo de quienes defienden sus políticas, que resulta difícil atinar las palabras.
En momentos así es cuando hablar parece no servir de nada.Las palabras se han hecho huecas, tontas, frívolas. ¿Cómo decir el asesinato que estos ojos nuestros ven?
¿Hemos llegado acaso a un momento de la historia tan funesto que los gestos resultan bufonadas? La condena internacional nos hace reír nerviosamente, indignados.
¿Recuerdan los bombardeos sobre el Libano?
Mientras veíamos morir discutíamos lo apropiado de los adjetivos y la gramática de la disuasión se convirtió en el testimonio de la complicidad.
Entre las razones que hacen intolerable la respuesta de Israel, es que pretende ser uno de los nuestros. Con 'uno de los nuestros' queremos decir que ellos no son como sus adversarios, terroristas despiadados que utilizan la crueldad como instrumento para el logro de sus fines.
Los vuelos de la CIA en territorio europeo, la encubierta sub-contrata de campos de concentración para lidiar con la política inmigratoria, Guantánamo y los horrores a los que nos tienen acostumbrados las empresas de mercenarios en Irak, etc. ha hecho que nuestra auto-interpretación pueda, cuando menos, ponerse en duda.
Pero Israel ha dado muestras suficientes, desde hace ya muchas décadas, de no formar parte de ese pretendido 'nosotros' que considera como principios fundacionales de nuestra civilización, el respeto a la vida, la igualdad de todos los humanos, y la aspiración universal a eliminar o minimizar el sufrimiento.
Los ataques de estos días sobre Gaza, como ocurrió hace no mucho tiempo con la población libanesa, junto al maltrato y vejación sistemática de la población árabe, el bloqueo persistente a los suministros indispensables de alimento, agua y medicina que afecta especialmente a la población infantil, da muestras del grado de perversidad de la política israelí.
Hablar de desproporción en relación al ataque puede parecer condescendiente en vista al tamaño del crímen presenciado, pero no es así. La desproporción es la medida que separa el vicio de la virtud. La respuesta de Israel es un vicio atroz, fruto del miedo, pero también de la arrogancia, y sobre todo de la impunidad que le ha regalado la comunidad internacional.
BAJTIN Y NAGARJUNA: NOTAS SOBRE LA IDENTIDAD
Como no podía ser de otro modo, el centro de la reflexión ética y política está ocupado por la cuestión de la identidad. Sobre este trasfondo, articulamos nuestras aspiraciones e ideales. Por lo tanto, dedicar unas líneas al tema puede resultar interesante si nuestro propósito es echar luz a las circunstancias históricas que nos toca vivir.
Recordarán que en la República, Platón ofrece su interpretación del alma humana centrando su atención en la sociedad política. El argumento corría del siguiente modo: si nuestra intención es comprender el alma, lo mejor será enfocarnos en el modo en el cual se organiza la sociedad justa, porque es en la Polis donde se escribe con letras grandes y por tanto más legibles, lo que en el alma de los hombres está inscrito en letra pequeña, a veces difícil de descifrar.
Una de las razones que sustentaba esta perspectiva consistía en la creencia antigua en un orden cósmico en el cual los individuos participaban. Pero este orden óntico ha sido desacreditado por la visión 'desencantada' de la modernidad, y no nos queda más remedio que volver a los individuos para encontrar las respuestas que buscamos, por medio de una analogía en reverso.
¿Podemos encontrar en el individuo aislado, en el individuo autónomo las razones que necesitamos para hacer sostenible la comunidad política? ¿Son suficientes los argumentos individualistas para fundar una perspectiva ética que ofrezca respuesta a los interrogantes, no sólo del deber ser, sino también de la buena vida?
El hecho de que este sea el procedimiento al que debemos rendirnos no indica que el individuo sea primario en el orden de la realidad. A lo que apunta es a nuestro modo de entendernos a nosotros mismos. La modernidad implica una afirmación asimétrica del individuo por sobre cualquier otra entidad hasta el absurdo. Todo está al servicio del individuo de un modo tan exagerado, que se ha vuelto un desafío de difícil resolución hacer sostenible la comunidad política, dar respuesta a la crisis ecológica, u ofrecer una solidaridad no-caritativa.
Pero en vista de lo arraigado de nuestra perspectiva, me permitiré ofrecer algunos argumentos antiguos que pueden servir para hacernos pensar con mayor profundidad los anegados presupuestos que sostienen nuestra cosmovisión moderna, y apuntar algunas consecuencias inmediatas de nuestras auto-comprensiones.
Aunque argumentos similares pueden encontrarse en los tratados de Aristóteles, por ejemplo, y algunos de sus seguidores medievales, me referiré a la literatura Madhyamika, a los argumentos esgrimidos por el erudito y santo indio Nagarjuna, que en el siglo II de nuestra era inauguró una corriente filosófica que utilizaba una lógica ajustada para extraer, por medio de reducciones al absurdo, las consecuencias insostenibles de sus contrincantes respecto a cuestiones en torno a la identidad de las personas y de otros entes. El resultado no era únicamente una gramática deconstructiva. La intención última era ética y política: la reivindicación de las comunidades de pertenencia enmarcadas en un ideal de responsabilidad universal.
Nagarjuna identificó dos tipos de extremismos:
1. El extremismo eternalista.
2. El extremismo nihilista.
En cierto modo, el propio Nagarjuna reconoció que el extremista nihilista resulta más peligroso que el eternalista porque destruye las bases comunes del entendimiento. Como Platón, sostuvo en sus propios términos, que la retórica sofista puede resultar en la disolusión no sólo de la decencia, sino de la propia racionalidad.
Veamos en que consiste cada uno de ellos.
En el primer caso, el llamado eternalista, afirma que las personas y las cosas poseen una esencia inmutable, una naturaleza propia que las hace ser lo que son. Si analizamos nuestra identidad personal, y somos capaces de superar la fascinación que nos producen los fenómenos superficiales a los que nos rendimos con tanta facilidad, nuestras características físicas, nuestro escenario psicológico, y nuestra ubicación en el entramado social, descrubriremos una naturaleza inmutable, el yo auténtico y final, lo que verdaderamente somos. Ese yo auténtico, ese yo último que nuestra razón e intuición tienen como objeto es, para el eternalista, nuestra verdadera identidad.
Respecto al segundo extremo, el nihilista sostiene que después de haber buceado intentando encontrar respuesta a la pregunta acerca de quiénes somos, y en vista de la imposibilidad de señalar la identidad última prometida por los eternalistas, sólo cabe concluir que todo es ilusión, que todo es engaño e interpretación, que el yo es el producto de nuestra propia fabricación, una construcción estética, y por tanto, que la noción del alma es una invención religiosa, una proyección teológica: El nihilista invoca como logro más auténtico la creación de sí, el desafecto a las falsas lealtades, incluso la moralidad servil, para celebrar la libertad personal como la cúspide en el horizonte moral.
Nagarjuna en su tiempo, concluyó que estos extremos son producto de un malentendido innato, de una ignorancia fundamental que nos lleva a aprehendernos a nosotros mismos como individuos independientes, autosuficientes y autónomos. Como seres cuya realidad comienza y acaba en nosotros mismos.
Este tipo de experiencia no es, según Nagarjuna, producto de una filosofía, sino que es natural en el individuo, pero puede ser fortalecida a través de una filosofía defectuosa que en vez de mitigar las tendencias egocéntricas y egoístas, enfatice el individualismo, el ideal de independencia y libertad absoluta y radical.
Otra posibilidad es un tipo de educación que afirme la dependencia radical del individuo de la totalidad y elimine cualquier margen para la afirmación de la libertad. En este caso, lo que se reifica es la totalidad, y lo que se destituye es la relevancia de las partes, sin las cuales la totalidad resulta a su vez una ilusión del pensamiento.
Las consecuencias de estos extremos tienen sus ilustraciones en el siglo XX.
Los colectivismos totalitarios, y los individualismos radicales amenazan trastocar la 'justicia': entendida como medida de lo real.
Como individuos aislados e independientes somos una imposibilidad lógica y ontológica, un engaño. Eso no significa que nuestra mera identidad lo sea. Lo que Nagarjuna ponía en cuestión era la aprehensión innata y las elaboraciones filosóficas que sobre esta aprehensión se estilizaban, de independencia absoluta de los individuos o las entidades trascendentes, a los que nos aferramos con tenacidad.
Nuestra identidad es el emergente de una amplia red de surgimientos dependientes, que van desde lo biológico a lo noosférico: nuestros cuerpos, el ecosistema, las lenguas maternas de acogida que dan forma a nuestro pensamiento, los grupos de pertenencia donde afilamos nuestras prácticas existenciales, y en las que damos forma al sentido del universo que habitamos, a nuestros discursos e ideales.
La propia libertad, por ejemplo, como práctica y como ideal, no es el producto innato de nuestra existencia biológica, sino el prolongado esfuerzo de tradiciones humanas volcadas a la formación de individuos reflexivos y autónomos.
Por el momento, creo que no corremos peligro de caer en la bruta tentación totalitaria. El siglo XX nos ha ofrecido muestras suficientes de la alienación y deshumanización que conllevan. Pero el trauma de los totalitarismos ha dado vía libre a un enemigo no menos peligroso, un tipo de liberalismo extremo, un individualismo suicida que ha acabado por instrumentalizarlo todo impunemente, excusado por los mandatos de autorrealización y libertad, que han traído como consecuencia a su vez, un forma de atomización social y política que ha debilitado nuestras instituciones y ha acabado convirtiendo esa libertad a la que tanto idolatramos en mera celebración de la frivolidad, que es el punto de apoyo del tipo de 'despotismo blando' anunciado por Tocqueville.
La solución no pasa por un cosmopolitismo estandarizado, en la asunción pragmática de una lengua internacional formalizada, transparente y aburrida que a fin de ser para todos, resulta no ser de nadie.
Quizá resulte adecuado recuperar nuestros modos de ser particulares, sin vergüenza, sin timidez. Eso significa reinvindicar nociones que las izquierdas modernas internacionalistas y las derechas liberales progresistas han acabado enterrando como defasadas o arcaicas en nombre de utopías vacías que nos han llevado al estrepitoso fracaso de hoy.
Eso no significa, sin embargo, mero tradicionalismo, porque los logros de la modernidad son en buena medida irrenunciables, pero a modo de 'modernidades alternativas' como decía el filósofo canadiense Charles Taylor, en las que los pueblos encuentran su propia manera de proyectarse en el futuro, y no la imposición procedimental que sin miramientos desfigura lo que nuestros antepasados aprehendieron del mundo, lo que sus ojos vieron y sus oídos escucharon, y con sus manos hicieron lo que nos legaron como herencia.
Cada hombre y cada mujer es una historia irrepetible, un centro gravitatorio alrededor del cual giran las galaxias. Lo mismo ocurre con los pueblos y las naciones del planeta que nacen y mueren con los ritmos de las muchas historias que se elaboran sobre la tierra, inventando sus poemas y canciones, sus rituales y sus mil modos de hacer mundos humanos.
La post-modernidad fue una aspiración de emancipación, inspirada en un ideal de pureza fanatizada que promovía el fin de todos los relatos. Una literatura apocalíptica que prometía un silencio sagrado en medio del festival.
Pero la liturgia de la post-modernidad trajo consigo regalos inesperados. Nos ha obligado a mirarnos de nuevo, ahora de otro modo. La postmodernidad tiene dos cuernos: uno de los cuernos lleva a la ironía en sus mejores momentos, pero por lo general acaba rendida al cinismo en tiempos de vacas gordas, y al cretinismo en tiempos de vacas flacas.
El otro cuerno es una apuesta descabellada, arriesgada y muchas veces angustiante que consiste en animarse a participar en esa novela polifónica de la que nos hablaba Mijaíl Bajtín, donde se multiplican los relatos, no para acabar haciendo de todos ellos híbridos, o partes de un mural totalizante, sino para multiplicar las autorías, para hacer que cada personaje tenga su voz. Para que dejemos hablar a todos los hombres, a los vivos y a los muertos, a los que aun no han nacido, a la naturaleza que reclama nuestra atención, a Dios y a los muchos dioses que dicen ser, a todos los pueblos, en sus propias lenguas y con sus propios modos, y que de esta polifonia surjan modos de entendimiento y desconciertos nuevos, que nadie sea silenciado y que aprendamos a morir: que al fin y al cabo es el único camino hacia la verdad que buscamos.
Recordarán que en la República, Platón ofrece su interpretación del alma humana centrando su atención en la sociedad política. El argumento corría del siguiente modo: si nuestra intención es comprender el alma, lo mejor será enfocarnos en el modo en el cual se organiza la sociedad justa, porque es en la Polis donde se escribe con letras grandes y por tanto más legibles, lo que en el alma de los hombres está inscrito en letra pequeña, a veces difícil de descifrar.
Una de las razones que sustentaba esta perspectiva consistía en la creencia antigua en un orden cósmico en el cual los individuos participaban. Pero este orden óntico ha sido desacreditado por la visión 'desencantada' de la modernidad, y no nos queda más remedio que volver a los individuos para encontrar las respuestas que buscamos, por medio de una analogía en reverso.
¿Podemos encontrar en el individuo aislado, en el individuo autónomo las razones que necesitamos para hacer sostenible la comunidad política? ¿Son suficientes los argumentos individualistas para fundar una perspectiva ética que ofrezca respuesta a los interrogantes, no sólo del deber ser, sino también de la buena vida?
El hecho de que este sea el procedimiento al que debemos rendirnos no indica que el individuo sea primario en el orden de la realidad. A lo que apunta es a nuestro modo de entendernos a nosotros mismos. La modernidad implica una afirmación asimétrica del individuo por sobre cualquier otra entidad hasta el absurdo. Todo está al servicio del individuo de un modo tan exagerado, que se ha vuelto un desafío de difícil resolución hacer sostenible la comunidad política, dar respuesta a la crisis ecológica, u ofrecer una solidaridad no-caritativa.
Pero en vista de lo arraigado de nuestra perspectiva, me permitiré ofrecer algunos argumentos antiguos que pueden servir para hacernos pensar con mayor profundidad los anegados presupuestos que sostienen nuestra cosmovisión moderna, y apuntar algunas consecuencias inmediatas de nuestras auto-comprensiones.
Aunque argumentos similares pueden encontrarse en los tratados de Aristóteles, por ejemplo, y algunos de sus seguidores medievales, me referiré a la literatura Madhyamika, a los argumentos esgrimidos por el erudito y santo indio Nagarjuna, que en el siglo II de nuestra era inauguró una corriente filosófica que utilizaba una lógica ajustada para extraer, por medio de reducciones al absurdo, las consecuencias insostenibles de sus contrincantes respecto a cuestiones en torno a la identidad de las personas y de otros entes. El resultado no era únicamente una gramática deconstructiva. La intención última era ética y política: la reivindicación de las comunidades de pertenencia enmarcadas en un ideal de responsabilidad universal.
Nagarjuna identificó dos tipos de extremismos:
1. El extremismo eternalista.
2. El extremismo nihilista.
En cierto modo, el propio Nagarjuna reconoció que el extremista nihilista resulta más peligroso que el eternalista porque destruye las bases comunes del entendimiento. Como Platón, sostuvo en sus propios términos, que la retórica sofista puede resultar en la disolusión no sólo de la decencia, sino de la propia racionalidad.
Veamos en que consiste cada uno de ellos.
En el primer caso, el llamado eternalista, afirma que las personas y las cosas poseen una esencia inmutable, una naturaleza propia que las hace ser lo que son. Si analizamos nuestra identidad personal, y somos capaces de superar la fascinación que nos producen los fenómenos superficiales a los que nos rendimos con tanta facilidad, nuestras características físicas, nuestro escenario psicológico, y nuestra ubicación en el entramado social, descrubriremos una naturaleza inmutable, el yo auténtico y final, lo que verdaderamente somos. Ese yo auténtico, ese yo último que nuestra razón e intuición tienen como objeto es, para el eternalista, nuestra verdadera identidad.
Respecto al segundo extremo, el nihilista sostiene que después de haber buceado intentando encontrar respuesta a la pregunta acerca de quiénes somos, y en vista de la imposibilidad de señalar la identidad última prometida por los eternalistas, sólo cabe concluir que todo es ilusión, que todo es engaño e interpretación, que el yo es el producto de nuestra propia fabricación, una construcción estética, y por tanto, que la noción del alma es una invención religiosa, una proyección teológica: El nihilista invoca como logro más auténtico la creación de sí, el desafecto a las falsas lealtades, incluso la moralidad servil, para celebrar la libertad personal como la cúspide en el horizonte moral.
Nagarjuna en su tiempo, concluyó que estos extremos son producto de un malentendido innato, de una ignorancia fundamental que nos lleva a aprehendernos a nosotros mismos como individuos independientes, autosuficientes y autónomos. Como seres cuya realidad comienza y acaba en nosotros mismos.
Este tipo de experiencia no es, según Nagarjuna, producto de una filosofía, sino que es natural en el individuo, pero puede ser fortalecida a través de una filosofía defectuosa que en vez de mitigar las tendencias egocéntricas y egoístas, enfatice el individualismo, el ideal de independencia y libertad absoluta y radical.
Otra posibilidad es un tipo de educación que afirme la dependencia radical del individuo de la totalidad y elimine cualquier margen para la afirmación de la libertad. En este caso, lo que se reifica es la totalidad, y lo que se destituye es la relevancia de las partes, sin las cuales la totalidad resulta a su vez una ilusión del pensamiento.
Las consecuencias de estos extremos tienen sus ilustraciones en el siglo XX.
Los colectivismos totalitarios, y los individualismos radicales amenazan trastocar la 'justicia': entendida como medida de lo real.
Como individuos aislados e independientes somos una imposibilidad lógica y ontológica, un engaño. Eso no significa que nuestra mera identidad lo sea. Lo que Nagarjuna ponía en cuestión era la aprehensión innata y las elaboraciones filosóficas que sobre esta aprehensión se estilizaban, de independencia absoluta de los individuos o las entidades trascendentes, a los que nos aferramos con tenacidad.
Nuestra identidad es el emergente de una amplia red de surgimientos dependientes, que van desde lo biológico a lo noosférico: nuestros cuerpos, el ecosistema, las lenguas maternas de acogida que dan forma a nuestro pensamiento, los grupos de pertenencia donde afilamos nuestras prácticas existenciales, y en las que damos forma al sentido del universo que habitamos, a nuestros discursos e ideales.
La propia libertad, por ejemplo, como práctica y como ideal, no es el producto innato de nuestra existencia biológica, sino el prolongado esfuerzo de tradiciones humanas volcadas a la formación de individuos reflexivos y autónomos.
Por el momento, creo que no corremos peligro de caer en la bruta tentación totalitaria. El siglo XX nos ha ofrecido muestras suficientes de la alienación y deshumanización que conllevan. Pero el trauma de los totalitarismos ha dado vía libre a un enemigo no menos peligroso, un tipo de liberalismo extremo, un individualismo suicida que ha acabado por instrumentalizarlo todo impunemente, excusado por los mandatos de autorrealización y libertad, que han traído como consecuencia a su vez, un forma de atomización social y política que ha debilitado nuestras instituciones y ha acabado convirtiendo esa libertad a la que tanto idolatramos en mera celebración de la frivolidad, que es el punto de apoyo del tipo de 'despotismo blando' anunciado por Tocqueville.
La solución no pasa por un cosmopolitismo estandarizado, en la asunción pragmática de una lengua internacional formalizada, transparente y aburrida que a fin de ser para todos, resulta no ser de nadie.
Quizá resulte adecuado recuperar nuestros modos de ser particulares, sin vergüenza, sin timidez. Eso significa reinvindicar nociones que las izquierdas modernas internacionalistas y las derechas liberales progresistas han acabado enterrando como defasadas o arcaicas en nombre de utopías vacías que nos han llevado al estrepitoso fracaso de hoy.
Eso no significa, sin embargo, mero tradicionalismo, porque los logros de la modernidad son en buena medida irrenunciables, pero a modo de 'modernidades alternativas' como decía el filósofo canadiense Charles Taylor, en las que los pueblos encuentran su propia manera de proyectarse en el futuro, y no la imposición procedimental que sin miramientos desfigura lo que nuestros antepasados aprehendieron del mundo, lo que sus ojos vieron y sus oídos escucharon, y con sus manos hicieron lo que nos legaron como herencia.
Cada hombre y cada mujer es una historia irrepetible, un centro gravitatorio alrededor del cual giran las galaxias. Lo mismo ocurre con los pueblos y las naciones del planeta que nacen y mueren con los ritmos de las muchas historias que se elaboran sobre la tierra, inventando sus poemas y canciones, sus rituales y sus mil modos de hacer mundos humanos.
La post-modernidad fue una aspiración de emancipación, inspirada en un ideal de pureza fanatizada que promovía el fin de todos los relatos. Una literatura apocalíptica que prometía un silencio sagrado en medio del festival.
Pero la liturgia de la post-modernidad trajo consigo regalos inesperados. Nos ha obligado a mirarnos de nuevo, ahora de otro modo. La postmodernidad tiene dos cuernos: uno de los cuernos lleva a la ironía en sus mejores momentos, pero por lo general acaba rendida al cinismo en tiempos de vacas gordas, y al cretinismo en tiempos de vacas flacas.
El otro cuerno es una apuesta descabellada, arriesgada y muchas veces angustiante que consiste en animarse a participar en esa novela polifónica de la que nos hablaba Mijaíl Bajtín, donde se multiplican los relatos, no para acabar haciendo de todos ellos híbridos, o partes de un mural totalizante, sino para multiplicar las autorías, para hacer que cada personaje tenga su voz. Para que dejemos hablar a todos los hombres, a los vivos y a los muertos, a los que aun no han nacido, a la naturaleza que reclama nuestra atención, a Dios y a los muchos dioses que dicen ser, a todos los pueblos, en sus propias lenguas y con sus propios modos, y que de esta polifonia surjan modos de entendimiento y desconciertos nuevos, que nadie sea silenciado y que aprendamos a morir: que al fin y al cabo es el único camino hacia la verdad que buscamos.
¿ES POSIBLE RENUNCIAR A LAS IDEOLOGÍAS?
Durante las últimas décadas, ha habido una presuntuosa pretensión por parte de algunos, de haber superado las ideologías. Los elogios que a sí mismos se prodigaban los adherentes de esta doctrina post-ideológica, encapsulan de un modo aun más burdo y simplista los enunciados originales de las ideologias liberales utilitaristas. Pese a la inarticulación respecto a cuestiones metafísicas fundamentales, los pragmatistas a los que hago referencia son en general realistas, con cierta tendencia hacia un empirismo desprolijo y acomodaticio. A los líderes políticos que comulgan con esta órbita de pensamiento, se les admira porque han sido capaces de desnudarse de las lecturas ideológicas que se juzgan siempre sesgadas. Una persona atrapada en la ideología es una persona 'primitiva', en cierto modo maligna, incapaz de realizar una lectura realista de lo real de suyo.
Estos supuestos 'pragmáticos', de modo inarticulado, sostienen que la realidad tiene un modo de ser determinado: la realidad es algo que esta allí para que nosotros hagamos algo con ella. Ningún otro tipo de consideración es necesaria a la hora de convertirse en un pragmático desde el punto de vista epistemológico. El mundo es una cosa que está allí para que nosotros lo instrumentalicemos, para que saquemos provecho.Esas cosas son las montañas, los árboles, los animales, las personas humanas e incluso los dioses. Todo esta allí para sacarle el mejor partido.
Para ser un realista contumaz del tipo antes descrito, no es necesario ser empirista ni racionalista. No necesitamos ser teístas o antiteístas. Todo está al abasto de nuestra creatividad. Todo está al abasto de nuestros logros, de nuestros éxitos, de nuestros triunfos, de nuestra esencia pragmática.
Hay dos tipos de posturas que podemos adoptar como pragmatistas del tipo al que estoy refiriéndome.
La primera es la del tipo de pragmatista ingenuo que considera que lo real es aquello que es real y se acabó. En general son insistentes en la contundencia de lo empírico y lo físico-matemático en lo que concierne la razón. El problema de este tipo de actitud es que olvida una importante comprensión humana compelida por la continua divergencia a la que están enfrentados los humanos desde siempre: apariencia y realidad. Este tipo de pragmatista ingenuo, debe hacer oídos sordos a muchas cosas para sostener su ideología encubierta. El pragmatista ingenuo es lo contrario de lo que él mismo cree que es. La pretendida ausencia de ideología lo convierte en un burro que se ha empecinado en no moverse.
La segunda postura es la del tipo 'iluminado': Aquí lo que cuenta es cultivar cierto grado de cinismo para responder a las objeciones ideológicas. Los mejores entre los pragmatistas 'iluminados' son los irónicos. Pero son flores raras de un día.
La mayoría de los pragmatistas 'iluminados son 'etnocentristas' declarados. Cultivan cierto dandismo etnocentrista, cuando se refieren a otras culturas, y de puertas hacia adentro, cultivan un amaneramiento elitista. El lema de los pragmatistas (aquel con el cual justifican la toma de decisiones y la ejecución de sus políticas) es que al fin y al cabo, "nosotros hacemos las cosas de este modo".
Dependiendo de la ocasión, el 'nosotros' se convertirá en diferentes cosas: nosotros los de occidente, nosotros los demócratas, nosotros los constitucionalistas, nosotros los defensores de las libertades liberales, nosotros los humanos. La gama de ofertas en este rubro es amplia, en dependencia de las intenciones pragmáticas de los oradores.
Pero ¿es posible 'verdaderamente' una política sin ideología? ¿No es la post-ideología la mera asunción de la propia voluntad de poder? ¿No es la voluntad de poder la ideología consumada de un individualismo febril y atomista, que no se detiene ante nada ni ante nadie para conseguir sus logros, y de una epistemología autoritaria que niega toda otra lectura de lo real que no sea la suya propia?
La pretensión post-ideológica de este pragmatismo, que intenta un consenso universal sobre todo lo valioso, desplazando lo autóctono al lugar de lo folclórico, es (a quién puede caberle duda al respecto) la ideología imperial, que ni siquiera pretende argumentarse, porque le basta su propio 'imperium' como justificación, y por lo tanto, sólo esta obligado a la retórica sucinta del eslogan. Se trata, por tanto, de una ideología que ha cambiado la teología y la filosofía por la publicidad.
Por tanto, creo que ha quedado en evidencia, que lo que nos toca no es a la superación de las ideologías, sino el desenmascaramiento de la ideología "imperial" que pretendía el final de las ideologías como estrategía de dominio por medio de la efectividad de la retórica publicitaria.
Pese a no haber un locus específico donde se manifieste este tipo de post-ideología de modo exclusivo, podemos afirmar que lo 'empresarial corporativo', y lo gerencial como paradigma, son los que mejor ilustran este tipo de ideología post-ideológica que ofrece absoluta significación a la eficacia por sobre cualquier otra consideración moral. El resto de los valores se miden contra el trasfondo de dicha efectividad. Ningun otro requisito es necesario para alcanzar la cúspide de la pirámide corporativa, excepto la dedicación exclusiva al éxito de expansión y crecimiento de la persona abstracta a la que sirven los cuadros gerenciales.
El único modo de enfrentarse al ácido de la ideología de la inarticulación radical, la post-ideología, es reivindicar las ideologías en un escenario no axiomático, agonístico, en el que podamos volver a escuchar en confrontación, las variadas voces del entramado ideológico de nuestro tiempo.
El pragmatismo post-ideológico es una especie de 'genio maligno' que sólo puede ser traducido como voluntad de querer.
La ideología (como el nacionalismo, o el Estado, y otras muchas nociones apropiadas en forma retorcida por la post-ilustración liberal) no es necesariamente una forma de ceguera que distorsiona lo real. La ideología es la expresión inevitable, en la dimensión humana, de un horizonte moral que reclama cierto itinerario para alcanzar ciertas metas que no necesariamente conciernen la exclusiva celebración del yo atomizado por el que aboga la corriente post-ideológica.
El mundo humano está hecho de nuestras aspiraciones, nuestros estándares, y nuestros fines. Como he dicho antes, estos no están condenados a ser traducción de nuestras pretensiones individuales desvinculadas; conciernen también a la comunidad, la historia, la naturaleza, y los muchos y diversos modos en los que articulamos la convicción de que los individuos aislados son una imposibilidad, es decir, la existencia de aquello que nos trasciende y nos cobija.
Imaginar un mundo puramente pragmático es imaginar un mundo post-humano en el peor de los sentidos posibles: un mundo en el que el criterio último es la voluntad de poder.
El neoliberalismo es uno de los acordes de nuestra era post-ideológica que está llegando a su fin en la mente y el corazón de muchas mujeres y hombres que han visto en los fracasos financieros, en la crisis medioambiental, en la catástrofe alimentaria y en la llamada 'guerra contra el terror', los síntomas del nihilismo post-ideológico.
Estos supuestos 'pragmáticos', de modo inarticulado, sostienen que la realidad tiene un modo de ser determinado: la realidad es algo que esta allí para que nosotros hagamos algo con ella. Ningún otro tipo de consideración es necesaria a la hora de convertirse en un pragmático desde el punto de vista epistemológico. El mundo es una cosa que está allí para que nosotros lo instrumentalicemos, para que saquemos provecho.Esas cosas son las montañas, los árboles, los animales, las personas humanas e incluso los dioses. Todo esta allí para sacarle el mejor partido.
Para ser un realista contumaz del tipo antes descrito, no es necesario ser empirista ni racionalista. No necesitamos ser teístas o antiteístas. Todo está al abasto de nuestra creatividad. Todo está al abasto de nuestros logros, de nuestros éxitos, de nuestros triunfos, de nuestra esencia pragmática.
Hay dos tipos de posturas que podemos adoptar como pragmatistas del tipo al que estoy refiriéndome.
La primera es la del tipo de pragmatista ingenuo que considera que lo real es aquello que es real y se acabó. En general son insistentes en la contundencia de lo empírico y lo físico-matemático en lo que concierne la razón. El problema de este tipo de actitud es que olvida una importante comprensión humana compelida por la continua divergencia a la que están enfrentados los humanos desde siempre: apariencia y realidad. Este tipo de pragmatista ingenuo, debe hacer oídos sordos a muchas cosas para sostener su ideología encubierta. El pragmatista ingenuo es lo contrario de lo que él mismo cree que es. La pretendida ausencia de ideología lo convierte en un burro que se ha empecinado en no moverse.
La segunda postura es la del tipo 'iluminado': Aquí lo que cuenta es cultivar cierto grado de cinismo para responder a las objeciones ideológicas. Los mejores entre los pragmatistas 'iluminados' son los irónicos. Pero son flores raras de un día.
La mayoría de los pragmatistas 'iluminados son 'etnocentristas' declarados. Cultivan cierto dandismo etnocentrista, cuando se refieren a otras culturas, y de puertas hacia adentro, cultivan un amaneramiento elitista. El lema de los pragmatistas (aquel con el cual justifican la toma de decisiones y la ejecución de sus políticas) es que al fin y al cabo, "nosotros hacemos las cosas de este modo".
Dependiendo de la ocasión, el 'nosotros' se convertirá en diferentes cosas: nosotros los de occidente, nosotros los demócratas, nosotros los constitucionalistas, nosotros los defensores de las libertades liberales, nosotros los humanos. La gama de ofertas en este rubro es amplia, en dependencia de las intenciones pragmáticas de los oradores.
Pero ¿es posible 'verdaderamente' una política sin ideología? ¿No es la post-ideología la mera asunción de la propia voluntad de poder? ¿No es la voluntad de poder la ideología consumada de un individualismo febril y atomista, que no se detiene ante nada ni ante nadie para conseguir sus logros, y de una epistemología autoritaria que niega toda otra lectura de lo real que no sea la suya propia?
La pretensión post-ideológica de este pragmatismo, que intenta un consenso universal sobre todo lo valioso, desplazando lo autóctono al lugar de lo folclórico, es (a quién puede caberle duda al respecto) la ideología imperial, que ni siquiera pretende argumentarse, porque le basta su propio 'imperium' como justificación, y por lo tanto, sólo esta obligado a la retórica sucinta del eslogan. Se trata, por tanto, de una ideología que ha cambiado la teología y la filosofía por la publicidad.
Por tanto, creo que ha quedado en evidencia, que lo que nos toca no es a la superación de las ideologías, sino el desenmascaramiento de la ideología "imperial" que pretendía el final de las ideologías como estrategía de dominio por medio de la efectividad de la retórica publicitaria.
Pese a no haber un locus específico donde se manifieste este tipo de post-ideología de modo exclusivo, podemos afirmar que lo 'empresarial corporativo', y lo gerencial como paradigma, son los que mejor ilustran este tipo de ideología post-ideológica que ofrece absoluta significación a la eficacia por sobre cualquier otra consideración moral. El resto de los valores se miden contra el trasfondo de dicha efectividad. Ningun otro requisito es necesario para alcanzar la cúspide de la pirámide corporativa, excepto la dedicación exclusiva al éxito de expansión y crecimiento de la persona abstracta a la que sirven los cuadros gerenciales.
El único modo de enfrentarse al ácido de la ideología de la inarticulación radical, la post-ideología, es reivindicar las ideologías en un escenario no axiomático, agonístico, en el que podamos volver a escuchar en confrontación, las variadas voces del entramado ideológico de nuestro tiempo.
El pragmatismo post-ideológico es una especie de 'genio maligno' que sólo puede ser traducido como voluntad de querer.
La ideología (como el nacionalismo, o el Estado, y otras muchas nociones apropiadas en forma retorcida por la post-ilustración liberal) no es necesariamente una forma de ceguera que distorsiona lo real. La ideología es la expresión inevitable, en la dimensión humana, de un horizonte moral que reclama cierto itinerario para alcanzar ciertas metas que no necesariamente conciernen la exclusiva celebración del yo atomizado por el que aboga la corriente post-ideológica.
El mundo humano está hecho de nuestras aspiraciones, nuestros estándares, y nuestros fines. Como he dicho antes, estos no están condenados a ser traducción de nuestras pretensiones individuales desvinculadas; conciernen también a la comunidad, la historia, la naturaleza, y los muchos y diversos modos en los que articulamos la convicción de que los individuos aislados son una imposibilidad, es decir, la existencia de aquello que nos trasciende y nos cobija.
Imaginar un mundo puramente pragmático es imaginar un mundo post-humano en el peor de los sentidos posibles: un mundo en el que el criterio último es la voluntad de poder.
El neoliberalismo es uno de los acordes de nuestra era post-ideológica que está llegando a su fin en la mente y el corazón de muchas mujeres y hombres que han visto en los fracasos financieros, en la crisis medioambiental, en la catástrofe alimentaria y en la llamada 'guerra contra el terror', los síntomas del nihilismo post-ideológico.
¿LA VIOLENCIA ENGENDRA LA VIOLENCIA?
Los humanos somos temerosos.
A la mayoría nos asusta la noche y el silencio.
La soledad nos vuelve paranóicos, y las multitudes nos amedrentan.
Nuestra estrategia común es no pensar en la muerte.
Hablar de la enfermedad, a menos que se la padezca, resulta de mal gusto.
Es preferible meter la cabeza en un agujero y jugar al avestruz y hacer de cuenta que aquí no pasa nada.
Los humanos somos envidiosos.
No nos gusta el éxito de nuestros semejantes, a menos que el nuestro sea mayor.
Admiramos la belleza de nuestros prójimos, pero un malestar advierte que nos incomoda.
Lo mismo ocurre con la inteligencia que ensancha nuestro asco.
Los humanos somos celosos de lo nuestro.
Nos aferramos al cuerpo que se marchita y que al final se terminará pudriendo.
A relaciones que se estropean. A las posesiones nuestras que están llamadas inevitablemente a sobrevivirnos, a menos que seamos capaces de hacer estallar el mundo para que no haya nadie que nos herede.
Cuando aquello que señoreamos se rebela contra nuestra voluntad, el delirio de rabia o la indignada impotencia nos corroe las entrañas.
Los humanos somos ignorantes.
Nos pueden las imágenes, los fuegos de artificios, las opiniones vertidas con encanto, los buenos modales.
Somos bastante incapaces de discernir la verdad de la mentira.
Nos gusta pasearnos entre los que dicen lo que todos dicen, y los que hacen lo que todos hacen.
Los humanos somos crueles.
Nuestra aspiraciones de benevolencia se estancan en la frivolidad.
El ruego de un pordiosero, no vale la moneda que nos gastamos en un bar.
Los humanos vamos a lo nuestro, somos altisonantes para defender nuestros derechos, pero se nos escapa el silencio como un suspiro cuando el mundo que se derrumba esta del otro lado de la verja que nos separa de nuestros vecinos.
Los humanos... esos que somos.
Y el cosmos que nos mira, espantado, como en un espejo, reclamando el cumplimiento de las muchas promesas proferidas en virtud de nuestra arrogante asunción de privilegio. Nosotros, los animales parlantes: La generosidad, el amor, la valentía y la sagacidad que necesitamos para que este mundo no sea lo que a todas luces parece prometer nuestro futuro: lo que las utopias más negativas del siglo fueron incapaces de imaginar, tan tremendo es el horror de lo que nos espera.
Una niebla espesa y pegajosa desciende sobre el planeta.
Un manto de engaños atiborra las almas de basuras, que a medida que se pudren, van cegando el vil entendimiento.
Los humanos parecen no poder ya resistir el ataque 'alienígena'.
Poco a poco, se vuelven más dóciles, más estúpidos,más cobardes, más miserables.
Por fin, se rinden.
La rendición ocurre sin estrépito.
Todavía continúan viviendo una temporada, como si nada hubiera ocurrido... pero no es verdad, los humanos han dejado de ser ellos mismos, se han convertido en mascotas absolutas del destino.
Los dioses se han marchado.
La libertad, otrora una corona, se ha convertido en humo en sus corazones.
Ya no son nada.
Han dejado de ser la promesa, la palabra y el silencio de ojos bien abiertos.
Ahora el planeta se enfría lentamente, hasta que el último individuo de la raza decadente ofrece su último suspiro, y la historia llega a su fin.
No importa.
No habrá quien recuerde.
A la mayoría nos asusta la noche y el silencio.
La soledad nos vuelve paranóicos, y las multitudes nos amedrentan.
Nuestra estrategia común es no pensar en la muerte.
Hablar de la enfermedad, a menos que se la padezca, resulta de mal gusto.
Es preferible meter la cabeza en un agujero y jugar al avestruz y hacer de cuenta que aquí no pasa nada.
Los humanos somos envidiosos.
No nos gusta el éxito de nuestros semejantes, a menos que el nuestro sea mayor.
Admiramos la belleza de nuestros prójimos, pero un malestar advierte que nos incomoda.
Lo mismo ocurre con la inteligencia que ensancha nuestro asco.
Los humanos somos celosos de lo nuestro.
Nos aferramos al cuerpo que se marchita y que al final se terminará pudriendo.
A relaciones que se estropean. A las posesiones nuestras que están llamadas inevitablemente a sobrevivirnos, a menos que seamos capaces de hacer estallar el mundo para que no haya nadie que nos herede.
Cuando aquello que señoreamos se rebela contra nuestra voluntad, el delirio de rabia o la indignada impotencia nos corroe las entrañas.
Los humanos somos ignorantes.
Nos pueden las imágenes, los fuegos de artificios, las opiniones vertidas con encanto, los buenos modales.
Somos bastante incapaces de discernir la verdad de la mentira.
Nos gusta pasearnos entre los que dicen lo que todos dicen, y los que hacen lo que todos hacen.
Los humanos somos crueles.
Nuestra aspiraciones de benevolencia se estancan en la frivolidad.
El ruego de un pordiosero, no vale la moneda que nos gastamos en un bar.
Los humanos vamos a lo nuestro, somos altisonantes para defender nuestros derechos, pero se nos escapa el silencio como un suspiro cuando el mundo que se derrumba esta del otro lado de la verja que nos separa de nuestros vecinos.
Los humanos... esos que somos.
Y el cosmos que nos mira, espantado, como en un espejo, reclamando el cumplimiento de las muchas promesas proferidas en virtud de nuestra arrogante asunción de privilegio. Nosotros, los animales parlantes: La generosidad, el amor, la valentía y la sagacidad que necesitamos para que este mundo no sea lo que a todas luces parece prometer nuestro futuro: lo que las utopias más negativas del siglo fueron incapaces de imaginar, tan tremendo es el horror de lo que nos espera.
Una niebla espesa y pegajosa desciende sobre el planeta.
Un manto de engaños atiborra las almas de basuras, que a medida que se pudren, van cegando el vil entendimiento.
Los humanos parecen no poder ya resistir el ataque 'alienígena'.
Poco a poco, se vuelven más dóciles, más estúpidos,más cobardes, más miserables.
Por fin, se rinden.
La rendición ocurre sin estrépito.
Todavía continúan viviendo una temporada, como si nada hubiera ocurrido... pero no es verdad, los humanos han dejado de ser ellos mismos, se han convertido en mascotas absolutas del destino.
Los dioses se han marchado.
La libertad, otrora una corona, se ha convertido en humo en sus corazones.
Ya no son nada.
Han dejado de ser la promesa, la palabra y el silencio de ojos bien abiertos.
Ahora el planeta se enfría lentamente, hasta que el último individuo de la raza decadente ofrece su último suspiro, y la historia llega a su fin.
No importa.
No habrá quien recuerde.
60º ANIVERSARIO DE LA DECLARACIÓN UNIVERSAL DE LOS DERECHOS HUMANOS. "LOS ARGENTINOS SOMOS DERECHOS Y HUMANOS"*
"La ignorancia es moralmente reprochable".
Si alguien me pregunta por qué razón me fui de la Argentina, parecerá una exageración decir que me fui por cuestiones políticas. Pero en cierto modo, así es.
En mi caso no fue la persecusión la que me obligó a escapar de mi tierra. De esa madre mía que me nutrió y educó en la niñez y en la adolescencia, ofreciéndome una historia para poder decir quién era yo en este mundo nuestro que habitamos todos.
Lo que me obligó a escapar fue la vergüenza insoportable de todos los días en la cara de la mayoría de mis compatriotas ante el espejo del horror. Eso, la vergüenza.
Veinte años después de mi partida reconozco que la huída fue inútil. Apenas pasa un día sin que esa vergüenza angustiosa se me atragante, y la rabia se me suba del estómago al corazón.
Sin embargo, nunca encontré las palabras justas, y acaso estas sean también impropias.
La vergüenza se ha convertido en carne de mi carne, en mi compañera de todos los días, como una enfermedad que nos va pudriendo desde adentro y hace que todas las flores se marchiten con nuestra mirada.
No quiero relatar lo que todos deberían saber y todos saben, aunque pretendan no saber. Eso no significa que esté en contra de la repetición. Repetir, como en el poema el verso que vuelve a decirse una y otra vez, graba en el alma la esencia de lo repetido que se convierte por fin en verdad. En este caso, nos protege de las crucifixiones futuras que no supimos evitar, de los sacrificios aun por venir.
En cambio, voy a hablar de la vergüenza, que es lo que me toca. De ese temor a mirarme en el espejo de la memoria, que me acompaña durante este exilio voluntario en busca del perdón que no llega. La vergüenza de saber de lo que fuimos capaces. La vergüenza de saber que lo peor es una posibilidad de nuestro ser nacional. Vergüenza ante la evidencia de una comunidad alienada, indecente y fraticida.
"La inocencia: un lujo que no debemos permitirnos".
Ellos, los muertos, no estaban llamados en principio a ser mejores o peores.
Tampoco habían sido elegidos como héroes o traidores.
No tenían necesariamente razón, aunque tampoco estaban equivocados.
Pero la frívola maldad de sus torturadores y asesinos, el silencio complice de sus conciudadanos, y la sorna y escepticismo de los cretinos, les convirtió en símbolos inequívocos de la Verdad cegada y la Justicia enmudecida.
La historia los convirtió en víctimas y héroes.
Recuerdo el día que descubrí que habían existido, esos que debían haber no sido. El día que vi las primeras fotos en blanco y negro de un fosa común en la prensa nacional. Recuerdo las miradas nerviosas de algunos argentinos, el asco y la indignación contenida por el descuido de la masacre desprolija. Recuerdo en sus miradas, la unísona promesa de olvido.
Recuerdo la horrorosa sorpresa y la soberana frivolidad que se impuso a nuestras vidas para que las voces de los muertos quedaran acalladas. Recuerdo muchas cosas...
La vergüenza se nutre del recuerdo, es como un vómito que sube caliente por la garganta desde el fondo del alma.
La vergüenza es mi escándalo, mi mazmorra de miseria de la que no debería haber escape posible.
Hay quienes lo intentan, que exigen el olvido e irritados piden silenciar la memoria con la excusa de un futuro mejor. Pero el futuro será el eco de los gritos de los muertos pasados, o la decencia de nuestra justicia presente.
Los que pretenden olvidar son fantasmas de sí mismos, como Patroclo en el Hades, dejan de ser humanos y se convierten en meras apariciones, vagando sin destino en las espurias alegrías que les ofrece la frivolidad, como castigo por los crimenes cometidos a los desaparecidos y a quienes le sobrevivieron.
* "Los Argentinos son Derechos y Humanos" fue un eslógan utilizado por la dictadura militar Argentina en la época en que se disputó el Mundial de Futbol 1978. El propósito era responder a las denuncias internacionales por la violación de los derechos humanos que se estaban cometiendo en nuestro país.
Otro eslogan de la época que merece recordarse fue "El silencio es salud". Con este mensaje se conminaba a la ciudadanía a cerrar el pico.
La llamada 'Dictadura Militar' causó la muerte a decenas de miles de personas, secuestradas, torturadas y asesinadas en cumplimiento de una estrategia político-militar al servicio del gran capital, e inspirada en las doctrinas neo-liberales en boga. Los cuerpos de las víctimas recibieron el más indigno de los tratos: fueron quemados y enterrados en fosas comunes, o fueron lanzados al río o al mar desde aviones de la Fuerza Aérea, con el propósito de hacer desaparecer cualquier evidencia de su existencia.
Si alguien me pregunta por qué razón me fui de la Argentina, parecerá una exageración decir que me fui por cuestiones políticas. Pero en cierto modo, así es.
En mi caso no fue la persecusión la que me obligó a escapar de mi tierra. De esa madre mía que me nutrió y educó en la niñez y en la adolescencia, ofreciéndome una historia para poder decir quién era yo en este mundo nuestro que habitamos todos.
Lo que me obligó a escapar fue la vergüenza insoportable de todos los días en la cara de la mayoría de mis compatriotas ante el espejo del horror. Eso, la vergüenza.
Veinte años después de mi partida reconozco que la huída fue inútil. Apenas pasa un día sin que esa vergüenza angustiosa se me atragante, y la rabia se me suba del estómago al corazón.
Sin embargo, nunca encontré las palabras justas, y acaso estas sean también impropias.
La vergüenza se ha convertido en carne de mi carne, en mi compañera de todos los días, como una enfermedad que nos va pudriendo desde adentro y hace que todas las flores se marchiten con nuestra mirada.
No quiero relatar lo que todos deberían saber y todos saben, aunque pretendan no saber. Eso no significa que esté en contra de la repetición. Repetir, como en el poema el verso que vuelve a decirse una y otra vez, graba en el alma la esencia de lo repetido que se convierte por fin en verdad. En este caso, nos protege de las crucifixiones futuras que no supimos evitar, de los sacrificios aun por venir.
En cambio, voy a hablar de la vergüenza, que es lo que me toca. De ese temor a mirarme en el espejo de la memoria, que me acompaña durante este exilio voluntario en busca del perdón que no llega. La vergüenza de saber de lo que fuimos capaces. La vergüenza de saber que lo peor es una posibilidad de nuestro ser nacional. Vergüenza ante la evidencia de una comunidad alienada, indecente y fraticida.
"La inocencia: un lujo que no debemos permitirnos".
Ellos, los muertos, no estaban llamados en principio a ser mejores o peores.
Tampoco habían sido elegidos como héroes o traidores.
No tenían necesariamente razón, aunque tampoco estaban equivocados.
Pero la frívola maldad de sus torturadores y asesinos, el silencio complice de sus conciudadanos, y la sorna y escepticismo de los cretinos, les convirtió en símbolos inequívocos de la Verdad cegada y la Justicia enmudecida.
La historia los convirtió en víctimas y héroes.
Recuerdo el día que descubrí que habían existido, esos que debían haber no sido. El día que vi las primeras fotos en blanco y negro de un fosa común en la prensa nacional. Recuerdo las miradas nerviosas de algunos argentinos, el asco y la indignación contenida por el descuido de la masacre desprolija. Recuerdo en sus miradas, la unísona promesa de olvido.
Recuerdo la horrorosa sorpresa y la soberana frivolidad que se impuso a nuestras vidas para que las voces de los muertos quedaran acalladas. Recuerdo muchas cosas...
La vergüenza se nutre del recuerdo, es como un vómito que sube caliente por la garganta desde el fondo del alma.
La vergüenza es mi escándalo, mi mazmorra de miseria de la que no debería haber escape posible.
Hay quienes lo intentan, que exigen el olvido e irritados piden silenciar la memoria con la excusa de un futuro mejor. Pero el futuro será el eco de los gritos de los muertos pasados, o la decencia de nuestra justicia presente.
Los que pretenden olvidar son fantasmas de sí mismos, como Patroclo en el Hades, dejan de ser humanos y se convierten en meras apariciones, vagando sin destino en las espurias alegrías que les ofrece la frivolidad, como castigo por los crimenes cometidos a los desaparecidos y a quienes le sobrevivieron.
* "Los Argentinos son Derechos y Humanos" fue un eslógan utilizado por la dictadura militar Argentina en la época en que se disputó el Mundial de Futbol 1978. El propósito era responder a las denuncias internacionales por la violación de los derechos humanos que se estaban cometiendo en nuestro país.
Otro eslogan de la época que merece recordarse fue "El silencio es salud". Con este mensaje se conminaba a la ciudadanía a cerrar el pico.
La llamada 'Dictadura Militar' causó la muerte a decenas de miles de personas, secuestradas, torturadas y asesinadas en cumplimiento de una estrategia político-militar al servicio del gran capital, e inspirada en las doctrinas neo-liberales en boga. Los cuerpos de las víctimas recibieron el más indigno de los tratos: fueron quemados y enterrados en fosas comunes, o fueron lanzados al río o al mar desde aviones de la Fuerza Aérea, con el propósito de hacer desaparecer cualquier evidencia de su existencia.
EL REGRESO DEL INTER-NACIONALISMO: Resistencia a la globalización y al imperialismo.
Hace unos días, después de una semana de concilio en el pequeño pueblo de McLeod Ganj, India, quinientos delegados tibetanos en el exilio dieron su apoyo al Dalai Lama como líder político del pueblo Tibetano. A continuación el Dalai Lama reafirmó lealtad para con su pueblo, y prometió trabajar por la causa Tibetana hasta la muerte.
Conocido como líder espiritual, muchos occidentales consideran que esta lealtad a su pueblo es un asunto secundario, folclórico y prescindible en la agenda vital del Dalai Lama. Otros critican su nacionalismo como una contradicción, o ponen en duda sus estrategias de alianzas para enfrentarse al abuso de las autoridades Chinas que en 1959 invadieron su país, acompañando las transformaciones económicas y sociales con un despliegue militar que causó la muerte de, al menos, una décima parte de su población, que fue sometida a un férreo programa de reeducación que consistió, fundamentalmente, en la devaluación de la lengua, la cultura, la religión y la historia del pueblo Tibetano.
Estas críticas giran en torno a un malentendido: una lectura moderna de la cosmovisión budista, y los arraigados prejuicios hacia los nacionalismos cultivados por los traumas producidos por la historia moderna occidental, y la nociones individualistas y atomistas de nuestras sociedades liberales.
Debido a esto, creemos que los ideales de responsabilidad universal que proclama el Budismo Mahayana, y el Dalai Lama en particular, sólo pueden actualizarse a través de un proceso de des-vinculación del individuo concreto de sus redes de pertenencia.
Lo que olvidan estos críticos, es que la concepción de persona que propone el Budismo Mahayana centra su atención en demostrar la imposibilidad lógica y ontológica de dicho individuo des-vinculado, el héroe de una rama de la modernidad occidental. Los individuos no pueden existir por sí mismos, independientemente de las relaciones de pertenencia donde han construido y a partir de las cuales sostienen sus identidades.
El Dalai Lama es lo que es, debido a un intrincado conjunto de relaciones causales que incluyen su lengua materna, las prácticas sociales, políticas y religiosas surgidas durante los procesos históricos que dieron forma a la identidad Tibetana.
Muchos han querido ver en el Budismo Mahayana una filosofía apropiada para la era de la globalización. Sin embargo, considero errónea esta lectura que colapsa las aspiraciones universalistas del Mahayana en un proyecto amenazante a la identidad de las comunidades. Es por esa razón que muchas veces los adherentes de una 'ciudadanía mundial' parecen ir contra toda manifestación de lealtad a una lengua, a una cultura, a los intereses de un pueblo y su historia.
Una interpretación de este tipo es, al fin y al cabo, otro vuelco reduccionista de nuestra cultura individualista, instrumentalista y atomista, que se ve abocada al debilitamiento de las redes que hacen posible la supervivencia y el progreso de los individuos en su dimensión natural, y las articulaciones que hacen posible el establecimiento y sostenimiento de los órdenes de sentido moral.
El proyecto reduccionista pretende una cultura homogénea, que facilite la libre circulación de bienes y capital, y para ello estigmatiza los mandatos de la lengua, la cultura y la historia de esos pueblos, a fin de reducir los obstáculos al beneficio.
Sin embargo, el mito de la ciudadanía global es sólo factible para una minoría privilegiada, educada en los centros destinados a proveer a las corporaciones globales de generaciones reeducadas en las nuevas lealtades que impone el mercado. El nacionalismo, de acuerdo a esta cosmovisión, es un impedimento a la modernización y al progreso. Es un obstáculo a las lealtades absolutas que impone la economía de mercado, porque reduce la eficiencia instrumental a la hora de establecer, por ejemplo, políticas de expansión, o a la hora de planificar estrategias de recursos, etc.
Al concepto de globalización que tuvo su auge durante la década de los noventa y principios de éste siglo, se contrapone la noción del inter-nacionalismo. Esta noción podría explicarse en términos budistas haciéndonos eco del concepto de pratityasamudpada, surgimiento dependiente. Esta noción pretende superar dos extremos: por un lado, la creencia en la existencia absoluta de los entes; y por otro, la creencia en la inexistencia de los mismos.
La globalización, tiende hacia el debilitamiento de las entidades nacionales, dando relevancia únicamente a una dimensión existencial humana, lo económico, en detrimento de la lengua, la cultura y la historia de los pueblos que, como mucho, se convierten en adornos prescindibles de los individuos, que consideran sus identidades como fenómenos independientes de los entramados que los sostienen. El chauvinismo, tiende a pensar el nacionalismo en términos absolutos, y por ello colapsa a los individuos en su propia entidad y se convierte en un peligro para otros pueblos que pretenden también su reconocimiento.
El nacionalismo en el contexto del inter-nacionalismo implica un camino medio que evita la falacia 'globalizante' que nos educa en una lengua vehicular, en la hegemonía de lo instrumental y en un individualismo desvinculado de máxima efectividad; y el nacionalismo absoluto cuyo máximo exponente se pone de manifiesto en la aspiración imperial.
El fin de la era Bush viene acompañada de una redefinción de la política planetaria: Por un lado, el debilitamiento de las pretensiones imperiales, y por el otro, una aguda conciencia de la arbitrariedad de la globalización desencarnada. Eso significa una reconducción del proceso de resistencia a partir de la búsqueda inherente de reconocimiento de los pueblos.
Conocido como líder espiritual, muchos occidentales consideran que esta lealtad a su pueblo es un asunto secundario, folclórico y prescindible en la agenda vital del Dalai Lama. Otros critican su nacionalismo como una contradicción, o ponen en duda sus estrategias de alianzas para enfrentarse al abuso de las autoridades Chinas que en 1959 invadieron su país, acompañando las transformaciones económicas y sociales con un despliegue militar que causó la muerte de, al menos, una décima parte de su población, que fue sometida a un férreo programa de reeducación que consistió, fundamentalmente, en la devaluación de la lengua, la cultura, la religión y la historia del pueblo Tibetano.
Estas críticas giran en torno a un malentendido: una lectura moderna de la cosmovisión budista, y los arraigados prejuicios hacia los nacionalismos cultivados por los traumas producidos por la historia moderna occidental, y la nociones individualistas y atomistas de nuestras sociedades liberales.
Debido a esto, creemos que los ideales de responsabilidad universal que proclama el Budismo Mahayana, y el Dalai Lama en particular, sólo pueden actualizarse a través de un proceso de des-vinculación del individuo concreto de sus redes de pertenencia.
Lo que olvidan estos críticos, es que la concepción de persona que propone el Budismo Mahayana centra su atención en demostrar la imposibilidad lógica y ontológica de dicho individuo des-vinculado, el héroe de una rama de la modernidad occidental. Los individuos no pueden existir por sí mismos, independientemente de las relaciones de pertenencia donde han construido y a partir de las cuales sostienen sus identidades.
El Dalai Lama es lo que es, debido a un intrincado conjunto de relaciones causales que incluyen su lengua materna, las prácticas sociales, políticas y religiosas surgidas durante los procesos históricos que dieron forma a la identidad Tibetana.
Muchos han querido ver en el Budismo Mahayana una filosofía apropiada para la era de la globalización. Sin embargo, considero errónea esta lectura que colapsa las aspiraciones universalistas del Mahayana en un proyecto amenazante a la identidad de las comunidades. Es por esa razón que muchas veces los adherentes de una 'ciudadanía mundial' parecen ir contra toda manifestación de lealtad a una lengua, a una cultura, a los intereses de un pueblo y su historia.
Una interpretación de este tipo es, al fin y al cabo, otro vuelco reduccionista de nuestra cultura individualista, instrumentalista y atomista, que se ve abocada al debilitamiento de las redes que hacen posible la supervivencia y el progreso de los individuos en su dimensión natural, y las articulaciones que hacen posible el establecimiento y sostenimiento de los órdenes de sentido moral.
El proyecto reduccionista pretende una cultura homogénea, que facilite la libre circulación de bienes y capital, y para ello estigmatiza los mandatos de la lengua, la cultura y la historia de esos pueblos, a fin de reducir los obstáculos al beneficio.
Sin embargo, el mito de la ciudadanía global es sólo factible para una minoría privilegiada, educada en los centros destinados a proveer a las corporaciones globales de generaciones reeducadas en las nuevas lealtades que impone el mercado. El nacionalismo, de acuerdo a esta cosmovisión, es un impedimento a la modernización y al progreso. Es un obstáculo a las lealtades absolutas que impone la economía de mercado, porque reduce la eficiencia instrumental a la hora de establecer, por ejemplo, políticas de expansión, o a la hora de planificar estrategias de recursos, etc.
Al concepto de globalización que tuvo su auge durante la década de los noventa y principios de éste siglo, se contrapone la noción del inter-nacionalismo. Esta noción podría explicarse en términos budistas haciéndonos eco del concepto de pratityasamudpada, surgimiento dependiente. Esta noción pretende superar dos extremos: por un lado, la creencia en la existencia absoluta de los entes; y por otro, la creencia en la inexistencia de los mismos.
La globalización, tiende hacia el debilitamiento de las entidades nacionales, dando relevancia únicamente a una dimensión existencial humana, lo económico, en detrimento de la lengua, la cultura y la historia de los pueblos que, como mucho, se convierten en adornos prescindibles de los individuos, que consideran sus identidades como fenómenos independientes de los entramados que los sostienen. El chauvinismo, tiende a pensar el nacionalismo en términos absolutos, y por ello colapsa a los individuos en su propia entidad y se convierte en un peligro para otros pueblos que pretenden también su reconocimiento.
El nacionalismo en el contexto del inter-nacionalismo implica un camino medio que evita la falacia 'globalizante' que nos educa en una lengua vehicular, en la hegemonía de lo instrumental y en un individualismo desvinculado de máxima efectividad; y el nacionalismo absoluto cuyo máximo exponente se pone de manifiesto en la aspiración imperial.
El fin de la era Bush viene acompañada de una redefinción de la política planetaria: Por un lado, el debilitamiento de las pretensiones imperiales, y por el otro, una aguda conciencia de la arbitrariedad de la globalización desencarnada. Eso significa una reconducción del proceso de resistencia a partir de la búsqueda inherente de reconocimiento de los pueblos.
DOS CONCEPTOS DE LIBERTAD
En tiempos de oscuridad abundan los retratos pesimistas. Los gurús de la decadencia de occidente proliferan. Algunos pretenden hacer oídos sordos, pero la respuesta del avestruz, lejos de resolver nuestros problemas nos vuelve más indefensos ante las amenazas que se avecinan.
Hace ya más de un siglo, Nietzsche ofreció una profecía que aun hoy ilumina nuestro pensamiento. En el aforismo 125 de la Gaya Ciencia, ilustró el colapso de todos los órdenes de sentido anunciando la muerte de Dios. El Dios asesinado de Nietzsche, nos dijo Heidegger en sus famosas lecciones de los años 30, no es el Dios judeo-cristiano, el Dios de la teología, sino que es el nombre con el que apunta al fundamento último sobre el cual se sustentan todos los órdenes de significado en los que vive el hombre occidental.
La muerte de Dios es el signo del advenimiento del Nihilismo.
Nietzsche anunció también lo mucho que tardaría el hombre moderno en comprender el significado de ese asesinato de Dios, e ilustró el porvenir habitándolo con la figura del último hombre. El último hombre tiene sólo un propósito y una convicción: su propia autorrealización. Para él no hay horizontes más amplios, no hay nada que entender exceptuando sus propios sentimientos, y acaba convirtiendo el asunto de la vida en una búsqueda irrefrenable de 'comfort'.
Ante la historia, la naturaleza y el sentido último de lo real, el último hombre se ríe y pestañea. Como el avestruz mete la cabeza dentro del hoyo y hace de cuenta que no pasa nada.
La imagen de Nietzsche ha dado frutos maduros y frutos podridos.
Entre los seguidores del autor de Zaratustra, hay quienes aprendieron que el único motivo digno del pensamiento y el arte es la celebración de la subjetividad y sus poderes. Aliados inconscientes de los movimientos populares de la "Nueva Era",y las pervertidas interpretaciones de las filosofías orientales, estos pensadores "libertarios" colaboraron con la destrucción de los tejidos sociales, la atomización política y el triunfo de la razón instrumental hasta el punto de convertir la política y la espiritualidad en tecnología.
Otros herederos de Nietzsche, en cambio, comprendieron que el colapso irrefutable de los órdenes axiomáticos de sentido, no significaba necesariamente quedar enclaustrado en la 'jaula de hierro' del yo y de sus emociones.
Vivimos una época en la que el trazado de nuestro itinerario vital no se encuentra diseñado de antemano, lo que hace imprescindible que cada uno se haga cargo de su propia vida, confeccionado y descubriendo lo que está llamado a ser. Este llamado a la autorresponsabilidad, sin embargo, no significa que el contenido de nuestras vidas quede reducido a la celebración de nuestros gustos y emociones, a la multiplicación irrefrenable de experiencias.
La libertad no consist únicamente en la mera ausencia de restricciones para el ejercicio de nuestra capacidad de optar. Si así fuera, la libertad podría ser el resultado de un cálculo en el que incluiriamos dos variables: nuestras capacidades y la cantidad de opciones disponibles. Este tipo de libertad aboga por una razón instrumental que sepa dirimir entre diversos bienes disponibles para obtener máximo disfrute. Vistas las cosas de este modo, la libertad es un ornamento de la riqueza y el desarrollo tecnológico. A mayor tecnología y mayor riqueza, mayor libertad.
Si en cambio consideramos la libertad como un modo de maestría que ejercitamos sobre nosotros mismos, la ecuación anterior resulta inapropiada. Aquí la maestría implica necesariamente un descentramiento: escapar a la fijación egoísta y egocéntrica a la que nos han acostumbrado las filosofías subyacentes de nuestras sociedades de consumo, que ensalzan el deseo bruto, y desautorizan la capacidad reflexiva que sopesa no sólo los resultados inmediatos de nuestras acciones, sino que las enmarca en contextos más amplios y comprensivos.
El yo desvinculado, excitado por la publicidad, los mecanismos de inserción laboral y las últimas terapias del Amor Propio, es -bien pensado- una imposibilidad lógica.
Pero dejemos esta cuestión para otra ocasión. Lo importante, por el momento es que ese yo desvinculado, egoísta y egocéntrico, es de algún modo ese último hombre al que se refería Nietzsche, aquel que los pensadores descafeinados del final de la historia de las últimas décadas, pretendieron entronar como el superhombre nacido de las bodas de la democracia y el libre mercado.
El concepto de libertad que ahora nos toca recuperar es uno que no gira únicamente en torno a las opciones estratégicas para el logro de nuestras satisfacciones individuales, sino que hace su caso en la afirmación o el rechazo al que nos enfrenta nuestro tiempo: el reclamo de justicia y dignidad, para la naturaleza no humana y los humanos presentes y futuros.
Ante el llamado podemos seguir jugando al avestruz, podemos seguir pestañando risueños ante el espejo, o levantar la cabeza y reconocer que el tiempo se nos está echando encima.
Hace ya más de un siglo, Nietzsche ofreció una profecía que aun hoy ilumina nuestro pensamiento. En el aforismo 125 de la Gaya Ciencia, ilustró el colapso de todos los órdenes de sentido anunciando la muerte de Dios. El Dios asesinado de Nietzsche, nos dijo Heidegger en sus famosas lecciones de los años 30, no es el Dios judeo-cristiano, el Dios de la teología, sino que es el nombre con el que apunta al fundamento último sobre el cual se sustentan todos los órdenes de significado en los que vive el hombre occidental.
La muerte de Dios es el signo del advenimiento del Nihilismo.
Nietzsche anunció también lo mucho que tardaría el hombre moderno en comprender el significado de ese asesinato de Dios, e ilustró el porvenir habitándolo con la figura del último hombre. El último hombre tiene sólo un propósito y una convicción: su propia autorrealización. Para él no hay horizontes más amplios, no hay nada que entender exceptuando sus propios sentimientos, y acaba convirtiendo el asunto de la vida en una búsqueda irrefrenable de 'comfort'.
Ante la historia, la naturaleza y el sentido último de lo real, el último hombre se ríe y pestañea. Como el avestruz mete la cabeza dentro del hoyo y hace de cuenta que no pasa nada.
La imagen de Nietzsche ha dado frutos maduros y frutos podridos.
Entre los seguidores del autor de Zaratustra, hay quienes aprendieron que el único motivo digno del pensamiento y el arte es la celebración de la subjetividad y sus poderes. Aliados inconscientes de los movimientos populares de la "Nueva Era",y las pervertidas interpretaciones de las filosofías orientales, estos pensadores "libertarios" colaboraron con la destrucción de los tejidos sociales, la atomización política y el triunfo de la razón instrumental hasta el punto de convertir la política y la espiritualidad en tecnología.
Otros herederos de Nietzsche, en cambio, comprendieron que el colapso irrefutable de los órdenes axiomáticos de sentido, no significaba necesariamente quedar enclaustrado en la 'jaula de hierro' del yo y de sus emociones.
Vivimos una época en la que el trazado de nuestro itinerario vital no se encuentra diseñado de antemano, lo que hace imprescindible que cada uno se haga cargo de su propia vida, confeccionado y descubriendo lo que está llamado a ser. Este llamado a la autorresponsabilidad, sin embargo, no significa que el contenido de nuestras vidas quede reducido a la celebración de nuestros gustos y emociones, a la multiplicación irrefrenable de experiencias.
La libertad no consist únicamente en la mera ausencia de restricciones para el ejercicio de nuestra capacidad de optar. Si así fuera, la libertad podría ser el resultado de un cálculo en el que incluiriamos dos variables: nuestras capacidades y la cantidad de opciones disponibles. Este tipo de libertad aboga por una razón instrumental que sepa dirimir entre diversos bienes disponibles para obtener máximo disfrute. Vistas las cosas de este modo, la libertad es un ornamento de la riqueza y el desarrollo tecnológico. A mayor tecnología y mayor riqueza, mayor libertad.
Si en cambio consideramos la libertad como un modo de maestría que ejercitamos sobre nosotros mismos, la ecuación anterior resulta inapropiada. Aquí la maestría implica necesariamente un descentramiento: escapar a la fijación egoísta y egocéntrica a la que nos han acostumbrado las filosofías subyacentes de nuestras sociedades de consumo, que ensalzan el deseo bruto, y desautorizan la capacidad reflexiva que sopesa no sólo los resultados inmediatos de nuestras acciones, sino que las enmarca en contextos más amplios y comprensivos.
El yo desvinculado, excitado por la publicidad, los mecanismos de inserción laboral y las últimas terapias del Amor Propio, es -bien pensado- una imposibilidad lógica.
Pero dejemos esta cuestión para otra ocasión. Lo importante, por el momento es que ese yo desvinculado, egoísta y egocéntrico, es de algún modo ese último hombre al que se refería Nietzsche, aquel que los pensadores descafeinados del final de la historia de las últimas décadas, pretendieron entronar como el superhombre nacido de las bodas de la democracia y el libre mercado.
El concepto de libertad que ahora nos toca recuperar es uno que no gira únicamente en torno a las opciones estratégicas para el logro de nuestras satisfacciones individuales, sino que hace su caso en la afirmación o el rechazo al que nos enfrenta nuestro tiempo: el reclamo de justicia y dignidad, para la naturaleza no humana y los humanos presentes y futuros.
Ante el llamado podemos seguir jugando al avestruz, podemos seguir pestañando risueños ante el espejo, o levantar la cabeza y reconocer que el tiempo se nos está echando encima.
LA AMBICIÓN ES BUENA
El debate en torno a la noción de persona en occidente ha enfrentado a dos grandes tendencias. Por un lado, aquellos que a partir de la revolución científica del siglo XVII consideraron que era menester eliminar del análisis toda referencia a las cualidades subjetivas de la personalidad, y centraron sus esfuerzos científicos en ofrecer una lectura objetiva, neutral, absoluta de esta cosa entre otras cosas que es el ser humano.
La respuesta tomó fuerza siglos después, durante la erupción romántica de la cultura alemana. Lo que se pretendÍa era recuperar un concepto de la humano desde dentro, desde la particularidad del lenguaje y la significación que el mundo tiene para nosotros.
La herencia de la confrontación entre ilustrados y románticos tiene sus ecos en la sociedad contemporánea en todos los ámbitos de la cultura. Hay psicólogos, por ejemplo, que se apuntan a las modas post-conductistas o experimentan con los modelos computacionales de la conciencia, y hay otros que otorgan relevancia a las actividades de auto-interpretación de los agentes humanos.
Líneas paralelas encontramos en la sociología, la ecología y la política entre otras.
Puede que el ámbito en el cual sea más evidente la disyuntiva, sea en la mal llamada 'ciencia económica'.
Durante los últimos meses, muchos se han preguntado por qué razón los grandes gurús de las finanzas fueron incapaces de reconocer los signos de la crisis. El diario El país, por ejemplo, publicó hace pocas semanas una nota de opinión en la que el autor ofrecía algunas claves para justificar el fracaso estrepitoso de los analistas. El asunto ha sido tan bochornoso, que se han multiplicado los chistes a costa de economistas y asesores de finanzas. El autor de la nota cita a Karl Popper, quien en cierta ocasión señaló que la predicción de la invención de la rueda, era equivalente a inventarla. La cita del autor es completamente inadecuada, porque lo que aquí se ha puesto en evidencia en todo caso es que el paradigma económico hasta ahora utilizado ha resultado erróneo para comprender adecuadamente lo que significa esta esfera existencial que llamamos 'lo económico'. ¿Dónde estuvo la falla?
No tengo espacio para desarrollar esta idea, pero ofreceré dos detalles que pueden servirnos para ver hacia adonde apunto.
En primer lugar, para cualquiera que haya hojeado la sección de economía de su periódico de elección, o haya escuchado a un analista económico y financiero en la radio o la televisión, habrá notado sin esfuerzo, que el lenguaje con el cual se pretende comunicar ofrece una imagen absoluta y neutral de la esfera económica y comercial. El vocabulario es decididamente técnico, con pretensión de cientificidad. No hay referencias a las motivaciones y emociones humanas, y cuando las hay, ocupan un lugar de variable incómoda, como cuando se habla de estampida bursátil.
Esta imagen corresponde, sin duda, a la línea de las ciencias humanas surgida de la urdimbre de aspiraciones que dieron lugar a la revolución científica del siglo XVII, que pretendía desvincular todo elemento subjetivo humano del análisis de la realidad, para ofrecer lo que Thomas Nagel dio en llamar, una “perspectiva desde ningún lado”, es decir, una perspectiva absoluta. Las motivaciones para adoptar una perspectiva de este tipo son diversas: morales e instrumentales.
En segundo lugar, muchos han pretendido que la razón fundamental del descalabro financiero, ha sido la intervención 'irregular' de algunos actores irresponsables y la falta de previsión en el sistema para controlar esas irregularidades que han puesto en aprietos el sistema, y que por tanto, lo que ahora toca, es llamar al orden, sin más. Eso significa, en otras palabras, silenciar cualquier reflexión sobre la naturaleza inherente, los presupuestos subyacentes, que han atraído y empujado a la sociedad a entregarse a una noción de lo social que gira en torno a la convicción de la primacía de lo económico por sobre lo ético-político, que es lo que en última instancia ha promovido la ideología neo-liberal.
Si ahora volvemos nuestra atención a la vertiente 'romántica' de nuestra cultura, caeremos en la cuenta de la relevancia de su postulado: lo que la lectura cientificista olvida es que la esfera económica no es un ámbito neutral, absoluto, sino que se trata de una actividad humana en un doble sentido: Es una actividad y por tanto, (1) está marcada por las metas y motivaciones de los sujetos que la realizan; (2) esas metas y propósitos se expresa en forma de instituciones y prácticas sociales.
La economía no es una ámbito puramente natural o biológico que podemos observar con una mirada objetiva, prescindiendo absolutamente de los agentes humanos, sino que es una actividad que llevan a cabo los seres humanos y por lo tanto es una actividad moral en el sentido más amplio del término. Forma parte del horizonte de sentido en el cual los seres humanos intentan interpretar el significado de lo que implica 'una buena vida'.
Por lo tanto, si no juzgamos, si no explicamos las motivaciones subyacentes, los horizontes morales, los bienes significativos que dirigen la actividad económica y a quienes participan en ella activamente, seremos incapaces de comprender un fenómeno como la crisis que tenemos delante, por la sencilla razón, de que habremos convertido la actividad económica en un ámbito puramente natural en el que la subjetividad (y eso implica fundamentalmente, la moralidad en sentido amplio) no ocupa lugar alguno en nuestra explicación de la realidad.
Creo que vale la pena recordar el famoso discurso de Mr Gordon Gekko en la película de Oliver Stone Wall Street de 1987. Mr. Gekko se dirige a una junta de accionistas:
“No soy un destructor de compañías. Soy su liberador. La cuestión, Damas y Caballeros, es que la ambición, a falta de mejor nombre, es buena, es necesaria y funciona. La ambición clarifica y capta la esencia del espíritu de la evolución. La ambición, en todas sus formas: ambición por la vida, por el dinero, por el amor, el conocimiento ha llevado a la humanidad a lo más alto, y la ambición -recuerden mis palabras- no sólo salvará nuestra compañía, sino a esa corporación ineficaz que son los Estados Unidos de América”.
Les recomiendo que se den una vuelta por su video-club y vuelvan a ver la película, y escuchen las proféticas palabras de Gekko, que prometió llevar al mundo a lo más alto de la evolución, pero que ha acabado trayéndonos miseria.
La respuesta tomó fuerza siglos después, durante la erupción romántica de la cultura alemana. Lo que se pretendÍa era recuperar un concepto de la humano desde dentro, desde la particularidad del lenguaje y la significación que el mundo tiene para nosotros.
La herencia de la confrontación entre ilustrados y románticos tiene sus ecos en la sociedad contemporánea en todos los ámbitos de la cultura. Hay psicólogos, por ejemplo, que se apuntan a las modas post-conductistas o experimentan con los modelos computacionales de la conciencia, y hay otros que otorgan relevancia a las actividades de auto-interpretación de los agentes humanos.
Líneas paralelas encontramos en la sociología, la ecología y la política entre otras.
Puede que el ámbito en el cual sea más evidente la disyuntiva, sea en la mal llamada 'ciencia económica'.
Durante los últimos meses, muchos se han preguntado por qué razón los grandes gurús de las finanzas fueron incapaces de reconocer los signos de la crisis. El diario El país, por ejemplo, publicó hace pocas semanas una nota de opinión en la que el autor ofrecía algunas claves para justificar el fracaso estrepitoso de los analistas. El asunto ha sido tan bochornoso, que se han multiplicado los chistes a costa de economistas y asesores de finanzas. El autor de la nota cita a Karl Popper, quien en cierta ocasión señaló que la predicción de la invención de la rueda, era equivalente a inventarla. La cita del autor es completamente inadecuada, porque lo que aquí se ha puesto en evidencia en todo caso es que el paradigma económico hasta ahora utilizado ha resultado erróneo para comprender adecuadamente lo que significa esta esfera existencial que llamamos 'lo económico'. ¿Dónde estuvo la falla?
No tengo espacio para desarrollar esta idea, pero ofreceré dos detalles que pueden servirnos para ver hacia adonde apunto.
En primer lugar, para cualquiera que haya hojeado la sección de economía de su periódico de elección, o haya escuchado a un analista económico y financiero en la radio o la televisión, habrá notado sin esfuerzo, que el lenguaje con el cual se pretende comunicar ofrece una imagen absoluta y neutral de la esfera económica y comercial. El vocabulario es decididamente técnico, con pretensión de cientificidad. No hay referencias a las motivaciones y emociones humanas, y cuando las hay, ocupan un lugar de variable incómoda, como cuando se habla de estampida bursátil.
Esta imagen corresponde, sin duda, a la línea de las ciencias humanas surgida de la urdimbre de aspiraciones que dieron lugar a la revolución científica del siglo XVII, que pretendía desvincular todo elemento subjetivo humano del análisis de la realidad, para ofrecer lo que Thomas Nagel dio en llamar, una “perspectiva desde ningún lado”, es decir, una perspectiva absoluta. Las motivaciones para adoptar una perspectiva de este tipo son diversas: morales e instrumentales.
En segundo lugar, muchos han pretendido que la razón fundamental del descalabro financiero, ha sido la intervención 'irregular' de algunos actores irresponsables y la falta de previsión en el sistema para controlar esas irregularidades que han puesto en aprietos el sistema, y que por tanto, lo que ahora toca, es llamar al orden, sin más. Eso significa, en otras palabras, silenciar cualquier reflexión sobre la naturaleza inherente, los presupuestos subyacentes, que han atraído y empujado a la sociedad a entregarse a una noción de lo social que gira en torno a la convicción de la primacía de lo económico por sobre lo ético-político, que es lo que en última instancia ha promovido la ideología neo-liberal.
Si ahora volvemos nuestra atención a la vertiente 'romántica' de nuestra cultura, caeremos en la cuenta de la relevancia de su postulado: lo que la lectura cientificista olvida es que la esfera económica no es un ámbito neutral, absoluto, sino que se trata de una actividad humana en un doble sentido: Es una actividad y por tanto, (1) está marcada por las metas y motivaciones de los sujetos que la realizan; (2) esas metas y propósitos se expresa en forma de instituciones y prácticas sociales.
La economía no es una ámbito puramente natural o biológico que podemos observar con una mirada objetiva, prescindiendo absolutamente de los agentes humanos, sino que es una actividad que llevan a cabo los seres humanos y por lo tanto es una actividad moral en el sentido más amplio del término. Forma parte del horizonte de sentido en el cual los seres humanos intentan interpretar el significado de lo que implica 'una buena vida'.
Por lo tanto, si no juzgamos, si no explicamos las motivaciones subyacentes, los horizontes morales, los bienes significativos que dirigen la actividad económica y a quienes participan en ella activamente, seremos incapaces de comprender un fenómeno como la crisis que tenemos delante, por la sencilla razón, de que habremos convertido la actividad económica en un ámbito puramente natural en el que la subjetividad (y eso implica fundamentalmente, la moralidad en sentido amplio) no ocupa lugar alguno en nuestra explicación de la realidad.
Creo que vale la pena recordar el famoso discurso de Mr Gordon Gekko en la película de Oliver Stone Wall Street de 1987. Mr. Gekko se dirige a una junta de accionistas:
“No soy un destructor de compañías. Soy su liberador. La cuestión, Damas y Caballeros, es que la ambición, a falta de mejor nombre, es buena, es necesaria y funciona. La ambición clarifica y capta la esencia del espíritu de la evolución. La ambición, en todas sus formas: ambición por la vida, por el dinero, por el amor, el conocimiento ha llevado a la humanidad a lo más alto, y la ambición -recuerden mis palabras- no sólo salvará nuestra compañía, sino a esa corporación ineficaz que son los Estados Unidos de América”.
Les recomiendo que se den una vuelta por su video-club y vuelvan a ver la película, y escuchen las proféticas palabras de Gekko, que prometió llevar al mundo a lo más alto de la evolución, pero que ha acabado trayéndonos miseria.
LA TRANSVALORACIÓN DE LOS VALORES: Apuntes sobre Obama, el feminismo y la 'refundación del capitalismo'.
1
Hubo una época en que un hombre negro sentía vergüenza de su origen. Su origen estaba reflejado en el color de su piel. Un buen día el hombre negro comprendió que era absurdo sentirse avergonzado por ello. Se miró en el espejo y comprendió que no había razón alguna para sentirse de ese modo. Sin embargo, tuvo que luchar para superar las voces interiores que una y otra vez le tildaban de inferior debido a un largo pasado de sometimiento y opresión; y la perversa actitud de sus conciudadanos blancos que intentaban mantenerlo atado a un pasado de humillación. Un buen día, comprendió que ciertas características que se le adscribían a su raza y que habían sido objeto de mofa por parte de los blancos, como su tosudez, podían al fin y al cabo resultar una virtud. Ahora su tosudez es el signo de su tenacidad y fortaleza.
Durante un tiempo, las voces interiores continuaron menoscabando al hombre, pero con disciplina y esa misma tenacidad que antaño había sido su vergüenza, el hombre fue deshaciendo las viejas interpretaciones por otras nuevas, hasta convertir el chismorreo mental referido a su insuficiencia en un murmullo prácticamente inaudible. El hombre negro había dejado de ser quien había sido para convertirse en otra cosa. ¿Dónde había quedado el esclavo, el sirviente, el humano prescindible y criminal que habían retratado otras generaciones respecto de su raza?
2
Una mujer llega a su nuevo trabajo. En cuanto entra en la oficina uno de los empleados le recorre el cuerpo con los ojos desnudándola, y cuando pasa a su lado le susurra: ¡guapa! En su mesa de trabajo encuentra flores. Suena el intercomunicador: la llama su jefe. Cuando entra comprende que a él le gusta. Hay sonrisas, miradas que van y vienen. Él esta casado y ella no sabe muy bien lo que siente. Por momentos parece halagada por las atenciones que todos le brindan, pero es asfixiante lidiar cada día con los roces y las insinuaciones. Pero qué hacer, los hombres son así. Les gustan las mujeres y les gusta decir cosas y jugar a la seducción.
Un buen día la mujer regresa a casa y empieza a preguntarse por qué razón ocupa el lugar que ocupa en la oficina, el centro de empalagosas insinuaciones sexuales sin término. Esta cansada, y siente que desea ser libre de esas miradas. Ya no le halagan los piropos. Por el contrario, se siente maltratada y disminuida por ello. Esta cansada de su propia sonrisa. Lo que al comienzo resultaba agradable ahora se ha convertido en una ofensa. Decide que el lugar del trabajo debe estar libre de ese acoso continuo, que ella no va a la oficina a mostrar su cuerpo y servir como entretenimiento a sus compañeros masculinos. Además, se ha dado cuenta que su sueldo apenas llega a la mitad del que cobran sus compañeros del mismo escalafón, pese a que ha quedado demostrado en más de una ocasión que es más eficiente y responsable que ellos.
Ahora sabe que aquellas características propias de su género, que durante años fueron tratadas como obstáculos, ahora pueden ser consideradas virtudes para la labor que desempeña.
3
Los dos ejemplos anteriores son procesos de transvaloración.
En el primer caso, la interpretación que un hombre de color hacía de sí mismo, fruto de una larga historia de sometimiento, es progresivamente trastocada y superada por medio de una re-descripción de su identidad. Eso trajo consigo un cambio radical de dicha identidad. Ese hombre (que son siempre muchos hombres) a través de una serie de luchas y sacrificios indecibles, generación tras generación, es considerado un igual por sus conciudadanos blancos. Como he dicho, no es el logro de un hombre en solitario, sino el resultado de un largo proceso de transformación, re-articulación y re-descripción de una comunidad racial. El hombre, esos hombres, han realizado una transvaloración de los valores que ha afectado a la comunidad en su conjunto.
En el segundo ejemplo, la mujer educada en la complacencia y la sumisión, toma conciencia del lugar secundario que ocupa y la absurda situación cotidiana de acoso que tiene que enfrentar. Re-interpreta las prácticas habituales del lugar de trabajo donde era objeto continuo de atención sexual de sus compañeros y jefes. Ahora dichas prácticas son tratadas como abusos. Esta mujer (que siempre son muchas mujeres) ha transformado su identidad por medio de una transvaloración.
4
¿Qué puede significar 'refundar' el capitalismo?
El liberalismo político y el libre mercado, acompañados de una filosofía utilitarista, una visión instrumentalista del mundo y una moral de pretendida benevolencia universal, prometió hacer el mundo más libre y más justo. Prometió democracia para todos, aunque fuera a fuerza de fusil, y ofreció razones para creer en una epopeya de prosperidad continuada y exponencial.
Las promesas vinieron acompañadas, como toda ideología que se precie, de una exigencia de sacrificio. El progreso de mañana, necesita de nuestras sufrimientos y austeridades de hoy. De ese modo se impuso a generaciones enteras, a pueblos enteros de la tierra, recetas de expropiación y miseria en pos de un futuro que nunca ocurrió.
Hemos llegado al siglo XXI con serios problemas: por un lado, los problemas ecológicos y alimentarios; por otro, profundas tensiones internacionales y violencia debido, en su mayor parte, a la arrogante voracidad del capital y la fuerza bruta; finalmente, con signos evidentes de deterioro en las conquistas sociales y políticas surgidas en occidente, no por la propia inercia capitalista, sino debido a las luchas sociales y políticas de los grupos sindicales y los movimientos sociales que obligaron a hacer concesiones a los poderes fácticos de la sociedad.
La soberanía popular es pisoteada diariamente o distorsionada por el aparato mediático.
Esto ha ocasionado una radicalización de los fenómenos de atomización social y de alienación que esto conlleva; y un abandono progresivo de la cosa pública en las sociedades democráticas occidentales cuyos ciudadanos observan como espectadores incrédulos los aspavientos de políticos y empresarios en sus disputas por el asalto al poder.
¿Significa 'refundar' el capitalismo dar continuidad al fracasado modelo?
Quienes se empeñan en ello son como esos 'buenos' blancos de antaño que fueron pragmáticos a la hora de conceder derechos a sus antiguos esclavos, pero que en secreto hubieran mandado a asesinar al amante negro de su hija; o como esos hombres (y también mujeres) que tildan de histérica a una mujer que mira con sorna a quien le lanza un piropo meloso fuera de lugar.
¿'Refundar el capitalismo'?
Para ello habrá que renovar las nociones de justicia social; reescribir las definiciones liberales de propiedad, libertad y democracia; volver a articular lo público; y pensar la naturaleza desde nuestras capacidades de 'serenidad' y no desde nuestra habilidad instrumental.
Para entonces, habremos refundado nuestras sociedades, pero la palabra 'capitalismo' habrá pasado a la historia, porque eso que han dado en llamar 'capitalismo ético', en el cual ahora pretenden hacernos creer, es un contrasentido en sus términos.
Hubo una época en que un hombre negro sentía vergüenza de su origen. Su origen estaba reflejado en el color de su piel. Un buen día el hombre negro comprendió que era absurdo sentirse avergonzado por ello. Se miró en el espejo y comprendió que no había razón alguna para sentirse de ese modo. Sin embargo, tuvo que luchar para superar las voces interiores que una y otra vez le tildaban de inferior debido a un largo pasado de sometimiento y opresión; y la perversa actitud de sus conciudadanos blancos que intentaban mantenerlo atado a un pasado de humillación. Un buen día, comprendió que ciertas características que se le adscribían a su raza y que habían sido objeto de mofa por parte de los blancos, como su tosudez, podían al fin y al cabo resultar una virtud. Ahora su tosudez es el signo de su tenacidad y fortaleza.
Durante un tiempo, las voces interiores continuaron menoscabando al hombre, pero con disciplina y esa misma tenacidad que antaño había sido su vergüenza, el hombre fue deshaciendo las viejas interpretaciones por otras nuevas, hasta convertir el chismorreo mental referido a su insuficiencia en un murmullo prácticamente inaudible. El hombre negro había dejado de ser quien había sido para convertirse en otra cosa. ¿Dónde había quedado el esclavo, el sirviente, el humano prescindible y criminal que habían retratado otras generaciones respecto de su raza?
2
Una mujer llega a su nuevo trabajo. En cuanto entra en la oficina uno de los empleados le recorre el cuerpo con los ojos desnudándola, y cuando pasa a su lado le susurra: ¡guapa! En su mesa de trabajo encuentra flores. Suena el intercomunicador: la llama su jefe. Cuando entra comprende que a él le gusta. Hay sonrisas, miradas que van y vienen. Él esta casado y ella no sabe muy bien lo que siente. Por momentos parece halagada por las atenciones que todos le brindan, pero es asfixiante lidiar cada día con los roces y las insinuaciones. Pero qué hacer, los hombres son así. Les gustan las mujeres y les gusta decir cosas y jugar a la seducción.
Un buen día la mujer regresa a casa y empieza a preguntarse por qué razón ocupa el lugar que ocupa en la oficina, el centro de empalagosas insinuaciones sexuales sin término. Esta cansada, y siente que desea ser libre de esas miradas. Ya no le halagan los piropos. Por el contrario, se siente maltratada y disminuida por ello. Esta cansada de su propia sonrisa. Lo que al comienzo resultaba agradable ahora se ha convertido en una ofensa. Decide que el lugar del trabajo debe estar libre de ese acoso continuo, que ella no va a la oficina a mostrar su cuerpo y servir como entretenimiento a sus compañeros masculinos. Además, se ha dado cuenta que su sueldo apenas llega a la mitad del que cobran sus compañeros del mismo escalafón, pese a que ha quedado demostrado en más de una ocasión que es más eficiente y responsable que ellos.
Ahora sabe que aquellas características propias de su género, que durante años fueron tratadas como obstáculos, ahora pueden ser consideradas virtudes para la labor que desempeña.
3
Los dos ejemplos anteriores son procesos de transvaloración.
En el primer caso, la interpretación que un hombre de color hacía de sí mismo, fruto de una larga historia de sometimiento, es progresivamente trastocada y superada por medio de una re-descripción de su identidad. Eso trajo consigo un cambio radical de dicha identidad. Ese hombre (que son siempre muchos hombres) a través de una serie de luchas y sacrificios indecibles, generación tras generación, es considerado un igual por sus conciudadanos blancos. Como he dicho, no es el logro de un hombre en solitario, sino el resultado de un largo proceso de transformación, re-articulación y re-descripción de una comunidad racial. El hombre, esos hombres, han realizado una transvaloración de los valores que ha afectado a la comunidad en su conjunto.
En el segundo ejemplo, la mujer educada en la complacencia y la sumisión, toma conciencia del lugar secundario que ocupa y la absurda situación cotidiana de acoso que tiene que enfrentar. Re-interpreta las prácticas habituales del lugar de trabajo donde era objeto continuo de atención sexual de sus compañeros y jefes. Ahora dichas prácticas son tratadas como abusos. Esta mujer (que siempre son muchas mujeres) ha transformado su identidad por medio de una transvaloración.
4
¿Qué puede significar 'refundar' el capitalismo?
El liberalismo político y el libre mercado, acompañados de una filosofía utilitarista, una visión instrumentalista del mundo y una moral de pretendida benevolencia universal, prometió hacer el mundo más libre y más justo. Prometió democracia para todos, aunque fuera a fuerza de fusil, y ofreció razones para creer en una epopeya de prosperidad continuada y exponencial.
Las promesas vinieron acompañadas, como toda ideología que se precie, de una exigencia de sacrificio. El progreso de mañana, necesita de nuestras sufrimientos y austeridades de hoy. De ese modo se impuso a generaciones enteras, a pueblos enteros de la tierra, recetas de expropiación y miseria en pos de un futuro que nunca ocurrió.
Hemos llegado al siglo XXI con serios problemas: por un lado, los problemas ecológicos y alimentarios; por otro, profundas tensiones internacionales y violencia debido, en su mayor parte, a la arrogante voracidad del capital y la fuerza bruta; finalmente, con signos evidentes de deterioro en las conquistas sociales y políticas surgidas en occidente, no por la propia inercia capitalista, sino debido a las luchas sociales y políticas de los grupos sindicales y los movimientos sociales que obligaron a hacer concesiones a los poderes fácticos de la sociedad.
La soberanía popular es pisoteada diariamente o distorsionada por el aparato mediático.
Esto ha ocasionado una radicalización de los fenómenos de atomización social y de alienación que esto conlleva; y un abandono progresivo de la cosa pública en las sociedades democráticas occidentales cuyos ciudadanos observan como espectadores incrédulos los aspavientos de políticos y empresarios en sus disputas por el asalto al poder.
¿Significa 'refundar' el capitalismo dar continuidad al fracasado modelo?
Quienes se empeñan en ello son como esos 'buenos' blancos de antaño que fueron pragmáticos a la hora de conceder derechos a sus antiguos esclavos, pero que en secreto hubieran mandado a asesinar al amante negro de su hija; o como esos hombres (y también mujeres) que tildan de histérica a una mujer que mira con sorna a quien le lanza un piropo meloso fuera de lugar.
¿'Refundar el capitalismo'?
Para ello habrá que renovar las nociones de justicia social; reescribir las definiciones liberales de propiedad, libertad y democracia; volver a articular lo público; y pensar la naturaleza desde nuestras capacidades de 'serenidad' y no desde nuestra habilidad instrumental.
Para entonces, habremos refundado nuestras sociedades, pero la palabra 'capitalismo' habrá pasado a la historia, porque eso que han dado en llamar 'capitalismo ético', en el cual ahora pretenden hacernos creer, es un contrasentido en sus términos.
¿EXISTEN LOS DUENDES?
1
Hace unos días vino a visitarme una amiga alemana. También me visitó un amigo budista. Mi amiga alemana es una realista contumaz. Según dice, sólo se fía de aquello que hemos descubierto a través de la metodología científica materialista, que tiene los pies en la tierra. El resto son juegos de niños o el producto de sociedades más primitivas. Mi amigo budista es instructor de meditación. Al contrario que mi amiga alemana, tiene la convicción, muy persuasiva por cierto, que sólo hay un asunto que debería causar nuestros desvelos: la naturaleza de la consciencia.
Nos sentamos en el jardín. Eran los últimos días de otoño cálido antes que nos invadieran el viento helado de los Pirineos y las nevadas tempranas. Hablamos de muchas cosas mientras nos bebíamos mate cocido. Entre una cosa y otra salieron a cuento historias de duendes y otros seres no humanos que habitan los bosques. Mi amiga alemana echó una carcajada y dijo: Yo ya no creo en esas cosas, soy una realistas contumaz. Esas cosas no existen.
De este modo, mi amigo Budista para quien todo esta en la mente, y mi amiga alemana para quien todo es realidad material, coincidían en lo más fundamental. El universo está hecho de mente y materia sobre la cual los humanos proyectamos nuestras veleidades humanas.
2
La filosofía cartesiana nos enseña que hay dos sustancias en el universo: La res cogitans y la res extensa. Mente y materia. También nos enseña que los seres humanos, en su tarea de comprensión, se encuentran siempre amenazados por el engaño y la ilusión. Para evitar el engaño, los humanos deben volverse reflexivamente sobre sí mismos para determinar metódicamente aquello que aparece con claridad y evidencia. De este modo, aunque las verdades a las que acceden son pocas, tienen la cualidad de la certeza. Muchas cosas valiosas quedan en el camino, pero es mejor un mundo sencillo y seguro que uno plagado de muebles desvencijados y peligrosos.
Entre los fenómenos que no son capaces de explicar los cartesianos sin caer en absurdos reduccionistas son cosas como el amor, la compasión, la dignidad (o la indignación), el honor, la vergüenza, etc. que en sus proyectos quedan reducidos a epifenómenos debido a la imposibilidad de realizar correlatos fisiológicos o neurológicos. Preguntas como ¿En que zona del cerebro está ubicado el amor?; o ¿Cuál es el gen de la compasión?; o ¿Qué combinación química produce la vergüenza?; no dice mucho acerca de los seres humanos, lo que es importante para los seres humanos, lo que hace que los seres humanos sean lo que son.
3
Pero aunque estos sentimientos, aspiraciones y experiencias no encuentran cabida en el mundo de la mente pura, ni en el mundo de la materia, es indudable que existen, y es sólo a través de ellos que comprendemos lo que somos como humanos. Mente sin mundo y Mundo sin mente son dos extremos de nuestra fascinación y herencia cartesiana.
Nuestra aspiración a la bondad; nuestra indignación y determinación a poner el hombro cuando sentimos el llamado de la injusticia en el mundo; o la indignación que nos produce la crueldad y la indiferencia; dicen algo sobre lo que somos como humanos.
Nuestra herencia cartesiana se manifiesta también en el ámbito social y político. La nación, la comunidad, las clases, la justicia, la libertad, la solidaridad, la igualdad, son conceptos que no encuentran correlatos en el mundo material de las relaciones sociales. En la dimensión material sólo hay organismos, individuos en interacción.
Pero ¿Es posible entender la justicia o la libertad en términos biológicos? ¿Es posible entender la indignación y la resoluta intención de compromiso social y político en términos biológico-materiales?
Estos sentimientos dicen algo que no está a la altura de otros organismos vivos y mucho menos de las piedras y las plantas. Los humanos se indignan y aman incluso lo distante y desconocido, anhelan igualdad y libertad para sus congéneres y aspiran a proteger a otras especies de la depredación, crueldad e indiferencia que sus propios poderes son capaces de ejercitar sobre el resto de la comunidad planetaria.
Es a través de esos sentimientos, que entendemos mejor lo que somos en nuestra particularidad. La reducción del mundo a lo material o a lo mental es otra de las fuentes de confusión de nuestra obsesión reduccionista.
La vida humana no es sólo materia y no es sólo mente.
No sé que puede significar que existan los duendes, pero la poesía no es un mero programa combinatorio en la cabeza de un poeta.
Hace unos días vino a visitarme una amiga alemana. También me visitó un amigo budista. Mi amiga alemana es una realista contumaz. Según dice, sólo se fía de aquello que hemos descubierto a través de la metodología científica materialista, que tiene los pies en la tierra. El resto son juegos de niños o el producto de sociedades más primitivas. Mi amigo budista es instructor de meditación. Al contrario que mi amiga alemana, tiene la convicción, muy persuasiva por cierto, que sólo hay un asunto que debería causar nuestros desvelos: la naturaleza de la consciencia.
Nos sentamos en el jardín. Eran los últimos días de otoño cálido antes que nos invadieran el viento helado de los Pirineos y las nevadas tempranas. Hablamos de muchas cosas mientras nos bebíamos mate cocido. Entre una cosa y otra salieron a cuento historias de duendes y otros seres no humanos que habitan los bosques. Mi amiga alemana echó una carcajada y dijo: Yo ya no creo en esas cosas, soy una realistas contumaz. Esas cosas no existen.
De este modo, mi amigo Budista para quien todo esta en la mente, y mi amiga alemana para quien todo es realidad material, coincidían en lo más fundamental. El universo está hecho de mente y materia sobre la cual los humanos proyectamos nuestras veleidades humanas.
2
La filosofía cartesiana nos enseña que hay dos sustancias en el universo: La res cogitans y la res extensa. Mente y materia. También nos enseña que los seres humanos, en su tarea de comprensión, se encuentran siempre amenazados por el engaño y la ilusión. Para evitar el engaño, los humanos deben volverse reflexivamente sobre sí mismos para determinar metódicamente aquello que aparece con claridad y evidencia. De este modo, aunque las verdades a las que acceden son pocas, tienen la cualidad de la certeza. Muchas cosas valiosas quedan en el camino, pero es mejor un mundo sencillo y seguro que uno plagado de muebles desvencijados y peligrosos.
Entre los fenómenos que no son capaces de explicar los cartesianos sin caer en absurdos reduccionistas son cosas como el amor, la compasión, la dignidad (o la indignación), el honor, la vergüenza, etc. que en sus proyectos quedan reducidos a epifenómenos debido a la imposibilidad de realizar correlatos fisiológicos o neurológicos. Preguntas como ¿En que zona del cerebro está ubicado el amor?; o ¿Cuál es el gen de la compasión?; o ¿Qué combinación química produce la vergüenza?; no dice mucho acerca de los seres humanos, lo que es importante para los seres humanos, lo que hace que los seres humanos sean lo que son.
3
Pero aunque estos sentimientos, aspiraciones y experiencias no encuentran cabida en el mundo de la mente pura, ni en el mundo de la materia, es indudable que existen, y es sólo a través de ellos que comprendemos lo que somos como humanos. Mente sin mundo y Mundo sin mente son dos extremos de nuestra fascinación y herencia cartesiana.
Nuestra aspiración a la bondad; nuestra indignación y determinación a poner el hombro cuando sentimos el llamado de la injusticia en el mundo; o la indignación que nos produce la crueldad y la indiferencia; dicen algo sobre lo que somos como humanos.
Nuestra herencia cartesiana se manifiesta también en el ámbito social y político. La nación, la comunidad, las clases, la justicia, la libertad, la solidaridad, la igualdad, son conceptos que no encuentran correlatos en el mundo material de las relaciones sociales. En la dimensión material sólo hay organismos, individuos en interacción.
Pero ¿Es posible entender la justicia o la libertad en términos biológicos? ¿Es posible entender la indignación y la resoluta intención de compromiso social y político en términos biológico-materiales?
Estos sentimientos dicen algo que no está a la altura de otros organismos vivos y mucho menos de las piedras y las plantas. Los humanos se indignan y aman incluso lo distante y desconocido, anhelan igualdad y libertad para sus congéneres y aspiran a proteger a otras especies de la depredación, crueldad e indiferencia que sus propios poderes son capaces de ejercitar sobre el resto de la comunidad planetaria.
Es a través de esos sentimientos, que entendemos mejor lo que somos en nuestra particularidad. La reducción del mundo a lo material o a lo mental es otra de las fuentes de confusión de nuestra obsesión reduccionista.
La vida humana no es sólo materia y no es sólo mente.
No sé que puede significar que existan los duendes, pero la poesía no es un mero programa combinatorio en la cabeza de un poeta.
EN BUSCA DE LA IDENTIDAD PERDIDA
1
El filósofo canadiense Charles Taylor ofrece la siguiente distinción respecto a nuestra capacidad evaluativa como seres humanos. Dice que como los demás animales no humanos, somos capaces de sopesar diversas alternativas a fin de lograr lo que consideramos el mayor beneficio de consumación. Puedo comer helado de fresa o helado de chocolate, debo elegir entre aquello que resulta más atractivo para maximizar mi goce
Pero además de estas 'evaluaciones débiles', los humanos pueden realizar evaluaciones más complejas, en las que lo que se considera no son objetos o circunstancias, sino los propios deseos. La 'evaluación fuerte' es una evaluación de nuestros deseos. Juzgamos ciertos deseos como nobles o superiores, por ejemplo, y a otros como degradantes o inferiores.
Las evaluaciones fuertes se realizan a partir de contrastes. Decimos que una acción es noble (servir a la nación) porque la comparamos con otra que es degradante (servir exclusivamente al propio interés). Decimos que un deseo es superior (el anhelo de ayudar a nuestros semejantes), porque lo comparamos con otros que son inferiores (la ilusión de conducir un Ferrari).
Las evaluaciones fuertes no son objetos que cuelgan como las mariposas en la cuna de nuestros hijos, sino que constituyen esencialmente nuestra identidad.
Hablar de identidad en sentido fuerte, hace referencia a esas evaluaciones (noble-degradante; superior-inferior; justo-injusto) que constituyen el horizonte a partir del cual reflexionamos y evaluamos como personas.
Incluso aquellos que pretenden escapar a la dialéctica inherente del horizonte moral, se adhieren de modo inarticulado a sus categorías de sentido. Puede que sueñen con eliminar lo superior y lo inferior, lo noble y lo degradante, pero mantienen la dicotomía entre aquello que es el final de las dicotomías y aquello que permanece atado a las mismas.
Los bienes morales que definen nuestras evaluaciones fuertes, son la base sobre la que damos forma a nuestros ideales humanos, aquello que somos o queremos llegar a ser.
2
Imaginemos ahora, que por medio de la tortura o un eficaz lavado de cerebro nos forzaran a abandonar todas nuestras distinciones cualitativas, y nos convencieran que lo único que cuenta es la maximización del goce. Imaginemos que nuestros amos acompañaran la tortura con una eficaz terapia post-traumática que nos enseñara a interpretar los repulsivos retornos a dichas evaluaciones fuertes como resabios de una época oscura de ideologías ahora superadas. Imaginemos que la rehabilitación fuera pasearnos diariamente frente a una infinidad de productos diseñados para azuzar nuestros deseos, y para acabar de completar el proyecto educativo, nos pusieran frente a una pantalla en la que diariamente expertos tertulianos discutieran sobre los objetos de nuestros deseos como si fuera la cosa más interesante del mundo, la única verdaderamente importante, y se rieran a carcajadas cada vez que un despistado intentara pensar en los propios deseos y se preguntara, por ejemplo, si son dignos de nuestro favor, o habría que desalentar algunos de ellos en pos de otros fines más nobles.
3
Hace décadas que los publicistas descubrieron que el vaciamiento de las identidades a las que se había sometido a la población occidental era un escenario perfecto para ofrecer identidades alternativas, débiles, pero poderosamente atractivas.
Recuperar nuestra identidad es recordar quiénes somos, reconstruir horizontes de sentido que nos permitan juzgar el mundo con 'profundidad'.
La frivolidad es esa incapacidad radical de hacer distinciones fuertes. Para la persona frívola los únicos criterios que cuentan son los que se fundan en las evaluaciones débiles, las que se fundan en la maximización de sus deseos y sus goces. La persona frivola siempre acaba encontrándose con su propia arbitrariedad e irracionalidad. Después de todo, sobre gustos no hay nada escrito, excepto lo que se dice y lo que se hace, sin más.
La tortura y el lavado de cerebro no son metáforas de nuestro olvido. Son las herramientas utilizadas durante el último siglo por la Gran Empresa, el asaltado poder político y los medios de comunicación, para hacer que nos mantengamos atados a nuestros deseos, incapacitándonos para juzgarlos. De otro modo, no se entiende como algunos pueblos puedan elegir su propia destrucción, y rechazar las posibilidades honradas que se les ofrece para presentar batalla a la indignidad de su frivolidad.
El filósofo canadiense Charles Taylor ofrece la siguiente distinción respecto a nuestra capacidad evaluativa como seres humanos. Dice que como los demás animales no humanos, somos capaces de sopesar diversas alternativas a fin de lograr lo que consideramos el mayor beneficio de consumación. Puedo comer helado de fresa o helado de chocolate, debo elegir entre aquello que resulta más atractivo para maximizar mi goce
Pero además de estas 'evaluaciones débiles', los humanos pueden realizar evaluaciones más complejas, en las que lo que se considera no son objetos o circunstancias, sino los propios deseos. La 'evaluación fuerte' es una evaluación de nuestros deseos. Juzgamos ciertos deseos como nobles o superiores, por ejemplo, y a otros como degradantes o inferiores.
Las evaluaciones fuertes se realizan a partir de contrastes. Decimos que una acción es noble (servir a la nación) porque la comparamos con otra que es degradante (servir exclusivamente al propio interés). Decimos que un deseo es superior (el anhelo de ayudar a nuestros semejantes), porque lo comparamos con otros que son inferiores (la ilusión de conducir un Ferrari).
Las evaluaciones fuertes no son objetos que cuelgan como las mariposas en la cuna de nuestros hijos, sino que constituyen esencialmente nuestra identidad.
Hablar de identidad en sentido fuerte, hace referencia a esas evaluaciones (noble-degradante; superior-inferior; justo-injusto) que constituyen el horizonte a partir del cual reflexionamos y evaluamos como personas.
Incluso aquellos que pretenden escapar a la dialéctica inherente del horizonte moral, se adhieren de modo inarticulado a sus categorías de sentido. Puede que sueñen con eliminar lo superior y lo inferior, lo noble y lo degradante, pero mantienen la dicotomía entre aquello que es el final de las dicotomías y aquello que permanece atado a las mismas.
Los bienes morales que definen nuestras evaluaciones fuertes, son la base sobre la que damos forma a nuestros ideales humanos, aquello que somos o queremos llegar a ser.
2
Imaginemos ahora, que por medio de la tortura o un eficaz lavado de cerebro nos forzaran a abandonar todas nuestras distinciones cualitativas, y nos convencieran que lo único que cuenta es la maximización del goce. Imaginemos que nuestros amos acompañaran la tortura con una eficaz terapia post-traumática que nos enseñara a interpretar los repulsivos retornos a dichas evaluaciones fuertes como resabios de una época oscura de ideologías ahora superadas. Imaginemos que la rehabilitación fuera pasearnos diariamente frente a una infinidad de productos diseñados para azuzar nuestros deseos, y para acabar de completar el proyecto educativo, nos pusieran frente a una pantalla en la que diariamente expertos tertulianos discutieran sobre los objetos de nuestros deseos como si fuera la cosa más interesante del mundo, la única verdaderamente importante, y se rieran a carcajadas cada vez que un despistado intentara pensar en los propios deseos y se preguntara, por ejemplo, si son dignos de nuestro favor, o habría que desalentar algunos de ellos en pos de otros fines más nobles.
3
Hace décadas que los publicistas descubrieron que el vaciamiento de las identidades a las que se había sometido a la población occidental era un escenario perfecto para ofrecer identidades alternativas, débiles, pero poderosamente atractivas.
Recuperar nuestra identidad es recordar quiénes somos, reconstruir horizontes de sentido que nos permitan juzgar el mundo con 'profundidad'.
La frivolidad es esa incapacidad radical de hacer distinciones fuertes. Para la persona frívola los únicos criterios que cuentan son los que se fundan en las evaluaciones débiles, las que se fundan en la maximización de sus deseos y sus goces. La persona frivola siempre acaba encontrándose con su propia arbitrariedad e irracionalidad. Después de todo, sobre gustos no hay nada escrito, excepto lo que se dice y lo que se hace, sin más.
La tortura y el lavado de cerebro no son metáforas de nuestro olvido. Son las herramientas utilizadas durante el último siglo por la Gran Empresa, el asaltado poder político y los medios de comunicación, para hacer que nos mantengamos atados a nuestros deseos, incapacitándonos para juzgarlos. De otro modo, no se entiende como algunos pueblos puedan elegir su propia destrucción, y rechazar las posibilidades honradas que se les ofrece para presentar batalla a la indignidad de su frivolidad.
LA DIALÉCTICA DEL AMO Y EL ESCLAVO
A esta altura del partido, parece evidente -y sólo puede ser producto de la ceguera ideológica o el bandolerismo ponerlo en duda- que la crisis económico-financiera no ha traído consigo una revisión profunda del sistema. Los intelectuales de moda hacen agua a la hora de pensar otro mundo posible. El temor a ser acusados de herejía, de utilizar vocablos impropios, de maltratar los valores asumidos como marco inexcusable de nuestro tiempo, los silencia o los frivoliza.
Después de algunos meses de euforia negativa, las administraciones públicas han negociado a la baja un salvataje del edificio financiero por medio de una confiscación masiva de lo que en derecho y justicia pertenece a los ciudadanos. No sólo se le ha hurtado a la ciudadanía lo que le pertenece para palear las actividades delictivas de los poderosos, sino que se les ha mantenido alejados del debate gracias a la eficaz colaboración de los medios de comunicación que han blindado el proceso azuzando los temores y animando decisiones 'arriesgadas' para hacer frente al descalabro.
Para aquellos que creyeron que la urgencia no ofrecía alternativa, pero que el mundo tomaría otro rumbo a partir de los acontecimientos vividos, los hechos han confirmado su ingenuidad. No sólo las políticas de crisis, sino que sobre las políticas de crisis, se están forjando nuevos entramados de dominio, arbitrariedad y salvajismo depredador.
La crisis está sirviendo para muchas cosas. No hace falta mirar lejos. Los asuntos candentes de la agenda internacional que causaron un impacto público durante los últimos años como son las cuestiones ecológicas o alimentarias, han pasado a un segundo plano. Llevamos meses sin escuchar de la crisis de alimentos que prometía matar unos cuantos cientos de millones en los próximas décadas mientras las bolsas especulaban a futuro con el hambre de la gente. ¿Acaso hemos resuelto el asunto? El cambio climático, que hasta ayer era la joya informativa que se disputaban los medios, se ha visto desplazada hacia ningún lado. ¿Acaso hemos revertido el proceso?
Todo es hoy urgencia, desplazamiento, injusticia justificada y retrocesos absolutos en términos de derechos humanos, sociales y económicos.
La confusión es tan grande y las cifras tan desorbitadas que la 'anécdota' bursátil y las consecuencias reales para la gente del planeta, tiene la apariencia de la mejor literatura india clásica, donde las enumeraciones son ornamentales.
Pero, ¿Quiénes somos 'nosotros'? ¿Quiénes son 'ellos'? ¿Quiénes son 'ustedes' a quienes les hablo? El liberalismo nos acostumbró con su neto reduccionismo instrumental y utilitarista a pensar un mundo homogéneo sin distinciones ni clases. Las diferencias sólo se establecen cuantitativamente. De este modo, políticos como el bueno de Obama, puede hablarles a todos sin caer en desgracia. Como en un anuncio de Coca-Cola de los años ochenta, les habla a los ricos, les habla a los pobres, les habla a los beligerantes, y a los pacifistas, y a los obreros y a los empresarios y a todos deja contentos y con una esperanza.
Todos recordarán el pasaje inicial de Vigilar y Castigar de Michel Foucault, donde relata el modo en que se castiga a Damiens, acusado de intentar un regicidio. No es suficiente ejecutarlo. Se le descuartiza, se le tortura, la confesión y el arrepentimiento ante un cura no le libra de la agonía. Durante horas permanece desangrándose frente al pueblo, no sólo para dar un escarmiento, sino para reestablecer el orden cósmico que como en la noche de la muerte de Duncan, amenazaba trastocar todas las jerarquías.
Un conjunto de pequeños detalles parecen confirmar un ritual sacrificial para sostener el orden estatuido. La impunidad y prestigio de la profesión 'gerencial'; el despilfarro del dinero público que algunas prestigiosas direcciones corporativas utilizaron para festejar a todo lo alto, el regalo público; las multimillonarias compensaciones que se otorgaron a sí mismos algunos de los responsables de la crisis, la llamada al orden que algunas corporaciones hicieron al Estado cuando intento inmiscuirse en su dirección. Todas estas cosas se hacen a la luz, como Guantánamo, como los sacrificios humanos de los Aztecas, para que el sol siga saliendo por el este cada mañana, para que el mundo siga siendo lo que es. En este caso, un parque de diversiones para unos pocos, rodeados de un basural sanguinario y violento para la mayoría.
Las lecturas unidimensionales de la crisis olvidan escudriñar en lo más jugoso de esta historia, en los horizontes de valor, los órdenes de sentido, que hacen posible nuestras identidades como agentes morales, y a partir de allí conciben definiciones sobre lo real.
Las interpretaciones reduccionistas que son renuentes a pensar la coyuntura en términos que no sean positivistas, son incapaces de ofrecer una alternativa real a la dialéctica del amo y el esclavo.
El esclavo no sólo pide clemencia. Desde su pequeñez observa a los poderosos sorprendido de sus muchos caprichos y arbitrariedades. El esclavo está fascinado con su amo. Le odia y le admira. En muchos casos quiere ser como él. No quiere la libertad, sino que desea convertirse él mismo en amo.
Necesitamos otra cosa, vencer al esclavo que somos, destronar al amo, y vencer la tentación de la Voluntad de Poder, a favor de una libertad solidaria y utópica.
Después de algunos meses de euforia negativa, las administraciones públicas han negociado a la baja un salvataje del edificio financiero por medio de una confiscación masiva de lo que en derecho y justicia pertenece a los ciudadanos. No sólo se le ha hurtado a la ciudadanía lo que le pertenece para palear las actividades delictivas de los poderosos, sino que se les ha mantenido alejados del debate gracias a la eficaz colaboración de los medios de comunicación que han blindado el proceso azuzando los temores y animando decisiones 'arriesgadas' para hacer frente al descalabro.
Para aquellos que creyeron que la urgencia no ofrecía alternativa, pero que el mundo tomaría otro rumbo a partir de los acontecimientos vividos, los hechos han confirmado su ingenuidad. No sólo las políticas de crisis, sino que sobre las políticas de crisis, se están forjando nuevos entramados de dominio, arbitrariedad y salvajismo depredador.
La crisis está sirviendo para muchas cosas. No hace falta mirar lejos. Los asuntos candentes de la agenda internacional que causaron un impacto público durante los últimos años como son las cuestiones ecológicas o alimentarias, han pasado a un segundo plano. Llevamos meses sin escuchar de la crisis de alimentos que prometía matar unos cuantos cientos de millones en los próximas décadas mientras las bolsas especulaban a futuro con el hambre de la gente. ¿Acaso hemos resuelto el asunto? El cambio climático, que hasta ayer era la joya informativa que se disputaban los medios, se ha visto desplazada hacia ningún lado. ¿Acaso hemos revertido el proceso?
Todo es hoy urgencia, desplazamiento, injusticia justificada y retrocesos absolutos en términos de derechos humanos, sociales y económicos.
La confusión es tan grande y las cifras tan desorbitadas que la 'anécdota' bursátil y las consecuencias reales para la gente del planeta, tiene la apariencia de la mejor literatura india clásica, donde las enumeraciones son ornamentales.
Pero, ¿Quiénes somos 'nosotros'? ¿Quiénes son 'ellos'? ¿Quiénes son 'ustedes' a quienes les hablo? El liberalismo nos acostumbró con su neto reduccionismo instrumental y utilitarista a pensar un mundo homogéneo sin distinciones ni clases. Las diferencias sólo se establecen cuantitativamente. De este modo, políticos como el bueno de Obama, puede hablarles a todos sin caer en desgracia. Como en un anuncio de Coca-Cola de los años ochenta, les habla a los ricos, les habla a los pobres, les habla a los beligerantes, y a los pacifistas, y a los obreros y a los empresarios y a todos deja contentos y con una esperanza.
Todos recordarán el pasaje inicial de Vigilar y Castigar de Michel Foucault, donde relata el modo en que se castiga a Damiens, acusado de intentar un regicidio. No es suficiente ejecutarlo. Se le descuartiza, se le tortura, la confesión y el arrepentimiento ante un cura no le libra de la agonía. Durante horas permanece desangrándose frente al pueblo, no sólo para dar un escarmiento, sino para reestablecer el orden cósmico que como en la noche de la muerte de Duncan, amenazaba trastocar todas las jerarquías.
Un conjunto de pequeños detalles parecen confirmar un ritual sacrificial para sostener el orden estatuido. La impunidad y prestigio de la profesión 'gerencial'; el despilfarro del dinero público que algunas prestigiosas direcciones corporativas utilizaron para festejar a todo lo alto, el regalo público; las multimillonarias compensaciones que se otorgaron a sí mismos algunos de los responsables de la crisis, la llamada al orden que algunas corporaciones hicieron al Estado cuando intento inmiscuirse en su dirección. Todas estas cosas se hacen a la luz, como Guantánamo, como los sacrificios humanos de los Aztecas, para que el sol siga saliendo por el este cada mañana, para que el mundo siga siendo lo que es. En este caso, un parque de diversiones para unos pocos, rodeados de un basural sanguinario y violento para la mayoría.
Las lecturas unidimensionales de la crisis olvidan escudriñar en lo más jugoso de esta historia, en los horizontes de valor, los órdenes de sentido, que hacen posible nuestras identidades como agentes morales, y a partir de allí conciben definiciones sobre lo real.
Las interpretaciones reduccionistas que son renuentes a pensar la coyuntura en términos que no sean positivistas, son incapaces de ofrecer una alternativa real a la dialéctica del amo y el esclavo.
El esclavo no sólo pide clemencia. Desde su pequeñez observa a los poderosos sorprendido de sus muchos caprichos y arbitrariedades. El esclavo está fascinado con su amo. Le odia y le admira. En muchos casos quiere ser como él. No quiere la libertad, sino que desea convertirse él mismo en amo.
Necesitamos otra cosa, vencer al esclavo que somos, destronar al amo, y vencer la tentación de la Voluntad de Poder, a favor de una libertad solidaria y utópica.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)
NO ME DIGAS QUE SOMOS UN PUEBLO
Milei viaja a España para apoyar a la extrema derecha, a esa derecha franquista y neoliberal que busca derrocar al gobierno de Pedro Sánchez...
-
Una entrevista con el filósofo Juan Manuel Cincunegui, autor de «Miseria planificada: Derechos humanos y neoliberalismo» (Dado Ediciones, 20...
-
1 Hubo una época en que un hombre negro sentía vergüenza de su origen. Su origen estaba reflejado en el color de su piel. Un buen día el h...
-
Al amigo Fabián Girolet «Se emancipa el hijo para ser como su padre, para llegar a ser lo que ya era ; Se libera el esclavo, para estar e...