RAZONES DE JUSTICIA



Hace unos días asistí a una acalorada “discusión” a través de Facebook. El motivo del cruce de palabras y velados insultos entre los participantes se debió a que una de las personas posteó, como es habitual en la red social, una adhesión, esta vez a la investigación abierta por la justicia argentina en relación con la violación de derechos humanos y crímenes de lesa humanidad durante la época franquista. De inmediato, los participantes argentinos olvidaron que el tema que se estaba discutiendo eran los crímenes del régimen franquista y comenzaron a despotricar contra el actual gobierno nacional debido, según decían, a la utilización que el mismo realiza de los derechos humanos para lograr otros objetivos espurios.

Planteada la cuestión, y en línea con lo que decía en el post anterior, lo que me propongo ahora es echar un poco de luz sobre el tema sin entrar a juzgar a priori las motivaciones de mis adversarios políticos. Digo que no entraré a juzgar a priori sus motivaciones porque lo primero será construir un argumento acertado que dé con la verdad a la que nos enfrentamos. Habiendo logrado determinar el carácter de la materia en cuestión, y habiendo mostrado la racionalidad moral de la posición adoptada, y determinado que dicha racionalidad se encuentra en línea de continuidad con los principios a los cuales se adhieren mis adversarios, la negativa de los mismos de aceptar el orden de la conclusión (las premisas y las conclusiones que se siguen de ellas) sólo puede adjudicarse, esta vez si, a razones espurias que nada tienen que ver con la conclusión en sí.

Pasemos, por lo tanto, a determinar la materia y el alcance de la misma, adoptando a continuación un acercamiento adecuado a la naturaleza de la misma.

La posición del adversario es la siguiente:

  1. En lo que respecta al asesinato, apropiación ilícita de identidad, tortura y desaparición de personas durante la época de la llamada dictadura militar, lo acontecido debe considerarse en el marco de una “guerra”.
  2. Eso significa que se cometieron crímenes, pero tales que pueden ser justificados por la belicosidad y crueldad de los contrincantes en el conflicto. Es decir, la existencia de razones suficientes (un grupo armado que atentaba contra las fuerzas del orden y la ciudadanía) justifica la respuesta cívico-militar de aquellos años.
  3. Por lo tanto, los juicios que se están llevando a cabo en relación con estos crímenes deberían interrumpirse debido a:
    • que dichos juicios no hacen más que obstaculizar una auténtica reconciliación nacional, enfrentando a diversos sectores de la sociedad en una pugna revisionista sin fin que desatiende nuestras obligaciones actuales y el diseño de un futuro más justo y
    • que dichos crímenes, como decíamos, forman parte de un conflicto armado, una guerra, en la cual uno y otro bando incurrieron en acciones deleznables (la llamada teoría de los dos demonios), lo cual hace “injusto” el juicio exclusivo a uno de los bandos de dicho conflicto. Lo que se pide en este caso es juzgar también a los “guerrilleros” involucrados.

Lo primero es determinar los hechos, y aceptar, aunque más no sea por un principio básico de legibilidad de lo real, los datos contrastados que tenemos a nuestra disposición ahora mismo.

No cabe la menor duda que hubo un enfrentamiento armado. Aun cuando es posible hablar de una asimetría radical en lo que concierne a las fuerzas en disputas, cabe señalar que la violencia se cobró vidas de uno y otro lado. Sin embargo, el número de fuerzas militares y policiales asesinadas o caídas en combate durante aquellos años no alcanza el número de 500 víctimas. Mientras los asesinatos y desapariciones causados por la dictadura militar alcanzan el número de 30.000 según los datos oficiales iniciales o 10.000 de acuerdo con los defensores de la causa cívico-militar. Creo que este es un dato importante a tener en cuenta.

En segundo término, sabemos que nuestra legislación vigente, que se encuentra en consonancia con una tendencia creciente y sostenida de la legislación internacional, distingue un tipo de delitos corrientes, de otros delitos que califica de “lesa humanidad”, con el fin de hacer de estos últimos crímenes imprescriptibles. El Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, en su artículo 7 define a los crímenes de lesa humanidad del siguiente modo:

“Artículo 7- Crímenes de lesa humanidad

1.A los efectos del presente Estatuto, se entenderá por "crimen de lesa humanidad" cualquiera de los actos siguientes cuando se cometa como parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil y con conocimiento de dicho ataque:
a) Asesinato;
b) Exterminio;
c) Esclavitud;
d) Deportación o traslado forzoso de población;
e) Encarcelación u otra privación grave de la libertad física en violación de normas fundamentales de derecho internacional;
f) Tortura;
g) Violación, esclavitud sexual, prostitución forzada, embarazo forzado, esterilización forzada u otros abusos sexuales de gravedad comparable;
h) Persecución de un grupo o colectividad con identidad propia fundada en motivos políticos, raciales, nacionales, étnicos, culturales, religiosos, de género definido en el párrafo 3, u otros motivos universalmente reconocidos como inaceptables con arreglo al derecho internacional, en conexión con cualquier acto mencionado en el presente párrafo o con cualquier crimen de la competencia de la Corte;
i) Desaparición forzada de personas;
j) El crimen de apartheid;
k) Otros actos inhumanos de carácter similar que causen intencionalmente grandes sufrimientos o atenten gravemente contra la integridad física o la salud mental o física.”

Debemos aclarar que gracias a los testimonios de las víctimas, que no todas las personas detenidas, torturadas y desparecidas durante la operación fueron personas que habían elegido la violencia como medio para la lucha política. Las personas que sufrieron los ataques a su libertad, su propiedad y su vida se dedicaban a los más diversos quehaceres de la vida pública, y no se encontraban en todos los casos comprometidas, como decíamos, con la lucha armada. Digo esto para que quede claro que en la mayoría de los casos las víctimas no resultaban peligrosas físicamente para los victimarios. En el momento de su asesinato eran personas indefensas que podrían haber sido sometidas sin dificultad a una detención legal, juzgados de acuerdo con las leyes vigentes y condenadas, si así cupiera, en relación con los delitos cometidos. Por el contrario, como es de público conocimiento, por razones que ahora mismo no vamos a analizar, se decidió que era más provechoso someter a los sospechosos a detención ilegal, creando de este modo la figura del desaparecido, lo cual trajo consigo una expansión de las condenas que se prolongo en el tiempo y el espacio, “encarcelando” con ello a los familiares, amigos y conocidos de las víctimas del desaparecido que se vieron sometidas a un régimen de confinamiento psicológico debido a la incertidumbre y angustia que produce toda desaparición.

Ahora bien, dejemos esta cuestión de lado y pasemos a la cuestión de la imprescriptibilidad de dichos delitos. Por supuesto, hay muchos delitos deleznables que merecen ser condenados. Pero nuestra legislación (y en general la legislación internacional está en acuerdo con ello), por razones que deberían justificarse en el marco de la filosofía del derecho determina que los delitos corrientes prescriben. Eso significa, por ejemplo, que el envenenamiento alevoso que una madre realiza con su hijo, pese al horror y la reprobación social que conlleva, llegará un día que no podrá ser juzgado penalmente. Creo que hay buenas razones que pueden aducirse a favor de la prescripción, pero prefiero no entrar en la cuestión ahora mismo para cumplir con mi objetivo presente.

En cambio, el “legislador” ha llegado (con cierta unanimidad) a que existen ciertos delitos anunciados más arriba que no deben prescribir. Es decir, que el Estado al que le concierne en primera instancia u otros Estados o Cortes internacionales si así fuera necesario deberían prestar atención y llevar a proceso, debido al hecho de que dichos crímenes se cometen contra la esencia misma de la humanidad amenazando de ese modo, de manera especial, a las comunidades en su integridad y de manera sistemática.

Lo que se discute ahora mismo es si esos crímenes deben ser perseguidos y condenados. Las leyes de Obediencia debida y Punto final, junto a los indultos presidenciales de Menem, interrumpieron los procesos y condenas iniciados durante la democracia contra dichos crímenes. Pero siendo dichas decisiones esencialmente “políticas” (recordemos que al ser imprescriptibles la interrupción de los procesos y condenas son excepcionales pero no afectan a la naturaleza de dichos crímenes) y motivadas, fundamentalmente, y así lo hicieron saber los propios promotores de las mismas, de la necesidad de estabilidad democrática exigida en aquella época ante la amenaza de nuevos golpes militares, parece de derecho y obligación por parte del Estado, la reapertura de dichas causas. Al contrario de lo que se pretende, las causas en cuestión no han sido juzgadas, sino sus procesos interrumpidos por circunstancias ajenas a las causas en sí.

Por lo tanto, dos conclusiones parecen desprenderse de lo analizado más arriba.
  1. Que quien defiende la obligación por parte del Estado y la Comunidad Internacional de llevar a proceso y condenar dichos crímenes no afirma que los guerrilleros no hayan cometido crímenes (prescritos), sino que defiende la legislación vigente, convirtiéndose de ese modo en un defensor de la seguridad jurídica básica (las víctimas de crímenes de lesa humanidad pueden estar seguras de que no importa el tiempo que pase sus sufrimientos serán reparados penalmente)
  2. Que los argumentos de quienes pretenden interrumpir los procesos y condenas de los criminales no se apoyan en razones de derecho, sino que lo hacen sobre la base de posiciones políticas.

De este modo, llegamos a la curiosa circunstancia de que en su inmensa mayoría las acusaciones de los defensores de los procesados y condenados pueden ser sujetos a sus propios criterios de argumentación:
  1. Pretenden definir la cuestión políticamente, en contraposición a hacerlo en el ámbito de la justicia que es su ámbito natural de resolución. Con ello pretenden una intervención del ejecutivo, lo cual pone en entredicho la división de poderes que con tanta sonoridad dicen defender.
  2. Obstaculizan la verdadera reconciliación, que sólo puede estar fundada en la justicia, y no en una asimétrica imposición de fuerza o amenaza.
  3. Al tiempo que ponen en entredicho el futuro al pretender una ruptura con el ordenamiento jurídico presente que se ciña a la medida de sus pretensiones partidistas, poniendo de ese modo en cuarentena el ordenamiento jurídico en su integridad e interrumpiendo, de ese modo, la continuidad democrática tan largamente esperada por los argentinos.

ÉTICA DE LA DISCUSIÓN



Hoy quiero pensar sobre lo que significa discutir con alguien. Creo que es un tema importante.
Para empezar, quiero defender algo que mis amigos pueden corroborar. Mis relaciones con la gente no están fundadas de manera exclusiva en la afinidad ideológica que puedo tener con ellos. Tengo amigos que pertenecen a los más variados grupos humanos, que se adhieren a las más variadas ideologías, que sostienen una variedad indecible de posiciones.

Eso no significa que me adhiera a la injustificada creencia de que todo el mundo tiene “derecho” a decir lo que quiera impunemente. Por el contrario, creo que al hacer público nuestro pensamiento estamos, de un modo u otro, invitando a nuestros interlocutores a poner a prueba nuestras afirmaciones.

De este modo, la discusión se convierte en una buena ocasión para cotejar nuestros pensamientos con los de nuestros adversarios circunstanciales con el fin de asegurarnos, en primer lugar, de no estar diciendo una burrada, o adoptando un posicionamiento sesgado o limitado.

Ninguno de nuestros argumentos es definitivo. Todos ellos pueden ser mejorados y subsanados de un modo u otro. Incluso cuando nos acompaña la razón, es evidente que una buena discusión puede ayudarnos a refinar nuestra aprehensión de las cosas, o dar mayor peso a aspectos de la cuestión que hemos desatendido.

Esto implica que adoptamos a priori una peculiar noción de verdad. Si creemos que nuestras opiniones pueden ser mejoradas, aceptamos que no todas las afirmaciones que hacemos sobre los hechos tienen el mismo valor. O lo que es lo mismo, que estamos dispuestos a reconocer que de las discusiones podemos salir con una mejor comprensión de las cosas.

Este último punto es importante, en primer lugar, porque nos impone una “ética” de la discusión que resulta irrenunciable si queremos mantener el encuentro con los otros en el límite de la discusión sin pasar al insulto, si queremos hacer de nuestro encuentro con los otros una ocasión virtuosa y no una oportunidad manipuladora con el fin de sacar provecho de nuestra argumentación retórica.

Discutir, nos dice el diccionario de la Real Academia Española en su primera acepción, ocurre cuando dos o más personas examinan atenta y particularmente una materia. Eso implica, por lo tanto, que a la hora de discutir debemos prestar atención, primero, al objeto examinado, intentando ceñirnos al mismo para que el debate no se transforme en una batiburrillo de afirmaciones desarticuladas en las que es imposible alcanzar algún tipo de conclusión.

Discutimos para llegar a una conclusión. Es cierto que no siempre llegamos a una conclusión definitiva cuando participamos en esta práctica humana tan importante, pero si hemos sido virtuosos, es decir, si hemos sido atentos y honestos, dicha participación nos ofrecerá, como mínimo, alguna ganancia epistémica negativa. Podremos reconocer, por ejemplo, argumentos equivocados o limitados a los que nos adheríamos, mejorando nuestra posición inicial en nuestras futuras discusiones. De este modo, es posible afilar y fundamentar nuestros posicionamientos respecto a las variadas materias de nuestro interés.

Muy diferente es cuando en la discusión reina el desorden y los participantes intervienen en el mismo con el único propósito de reafirmarse arbitraria y tozudamente en sus posiciones. Lo que se evidencia en estas ocasiones es que no hay manera de llegar a conclusión común alguna y que el ejercicio sólo sirve para descalificar personalmente a los contrincantes como si se tratara de una contienda y no una práctica humana de entendimiento.

Discutimos para conocer la verdad. Como dijimos antes, esa verdad es inconquistable de manera absoluta, pero la reflexión bien meditada y la honestidad intelectual puede ayudarnos a tener un vislumbre de la misma.

Por lo tanto, reitero. Para practicar la discusión es necesario:
1.Determinar la materia sobre la cual discutimos
2.Ceñirnos concienzudamente al objeto elegido
3.Estar dispuesto a poner a prueba, generosamente, nuestros argumentos (Es decir, no aferrarse a los mismo de manera partidista)
4.Todo ello con el fin implícito de llegar a una conclusión al respecto.

Lo más contrario al ejercicio de la discusión es "hablar por hablar". En la discusión lo que buscamos no es otra cosa que la verdad. La verdad exige un alto grado de virtud: generosidad, paciencia, disciplina, entusiasmo, atención y veracidad.

UNA NOCHE DE 1977, ARGENTINA

Fosa común descubierta en Tucumán. 
Pensar el horror

Me gustaría pensar despacio un tema que tengo atragantado hace muchos años. Digo que quiero pensarlo "despacio" porque, de un tiempo a esta parte, nuestros adversarios políticos parecen haber recuperado cierto desparpajo a la hora de hablar de un tema tan escabroso como el que plantearemos a continuación, y la mera reacción ante la ofensa puede hacer claudicar a la inteligencia tentándonos con una reacción impulsiva. Lo que quiero decir es que pese a lo doloroso de los hechos de los que aquí se habla, debemos aferrarnos a la inteligencia.

Por otro lado, lo que todo esto significa es que la sociedad argentina no ha resuelto la cuestión. Que aun anidan en su interior grupos recalcitrantes que ponen en peligro el consenso de la justicia y los derechos humanos. Argentina no sólo sigue siendo una sociedad herida, sino que, además, sigue siendo una sociedad enfrentada, dividida. La violencia está durmiendo una siesta. Mirar hacia otro lado no resolverá nuestros problemas.

Una escena


Cuando en 1976 las Fuerzas Armadas se hicieron con el poder a través de un golpe civico-militar, yo tenía nueve años. Pese a mi corta edad, eso no me previno a que viviera de primera mano algunos eventos paradigmáticos de aquellos años que creo merecen ser recordados. Me ceñiré a una de esas memorias porque es, quizá, lo suficientemente ilustrativa como para iniciar una reflexión acerca de la cuestión ética y política detrás de los acontecimientos de aquellos años. 


Corría 1977. Mi madre estaba embarazada de seis meses de quien iba a llevar el nombre de Juan Cruz. Estábamos en Bella Vista, un pequeño pueblo de la provincia de Buenos Aires donde mi familia tenía una casa de fin de semana.  

Mi padre estaba ausente por razones que ahora desconozco. Eran las ocho o nueve de la noche de un día de invierno. Como solía hacer mamá, nos fue bañando a uno por vez antes de llevarnos a la cama. Sin embargo, debido a un esfuerzo o a un tropiezo tuvo una pérdida, que a poco se convirtió en hemorragia. Rápidamente, nos subió a los seis hermanos en la camioneta, metió algunas mantas en el maletero, y salimos disparados hacia el hospital más cercano de la zona, el Hospital Militar de Campo de Mayo. 

Ante la prohibición por parte de las autoridades de que los niños entráramos en el edificio, y siendo yo el hermano mayor, antes de ingresar mi madre me recordó que debía cuidar a mis hermanos. Desde la ventanilla del automóvil espié el edificio que en mi memoria guardé como un sitio oscuro y lúgubre. Pero no pasó mucho tiempo, porque mi madre regresó más asustada que antes, encendió el vehículo, y sin decir palabra regresamos a la carretera en dirección a Buenos Aires. Le habían negado asistencia. A decir verdad, la habían tratado de muy mala manera.

Después de una semana en incubadora, Juan Cruz murió en un hospital de la capital. Lo supe a través de una amiga de la familia que se quedó con nosotros para cuidarnos durante aquellas semanas. Después de escuchar el relato meticuloso y velado de esta persona, me retiré a la cocina, y un llanto incontenible me salió desde lo más hondo del alma. Fue una suerte de aullido, como si se hubiera abierto un abismo en mi interior, como si el mero contacto accidental con el horror me hubiera impregnado toda la existencia con el miedo.

Pese a que mi hermano mayor había muerto algunos años antes de leucemia, ese fue el primer llanto que me suscitó la muerte, la fragilidad de la vida humana, el desconcierto de nuestra existencia en esta tierra. Pero como decía, había algo más: eso es lo que sé ahora, después de treinta años, habiendo visto el modo en el cual esa escena en el hospital militar de Campo de Mayo se desplegó en mi vida como una ilustración de un país y de una historia que me forzaría al autoexilio. 



Detrás de las paredes

Hace años, en una nota de Página 12, apareció una fotografía del Hospital militar de Campo de Mayo. Apenas la vi, recordé la noche de 1977 en la que acudimos con mi madre y mis hermanos en busca de asistencia. Ese era el sitio donde se trasladaban mujeres embarazadas secuestradas, algunas de ellas desde el centro de detención "Vesubio" para que parieran a sus hijos. Otras mujeres eran conducidas personalmente por un vecino de Bella Vista, Atilio Bianco, jefe de la maternidad clandestina, en su Ford Falcon. Los chicos y las chicas que nacieron de esas madres fueron, en su inmensa mayoría, apropiados ilegalmente, y se ha probado que al menos diesciseis de esas madres fueron asesinadas después de haber dado a luz en aquel centro de detención. Muchas otras  madres fueron desaparecidas.

Investigando la causa, descubrí que el padre de un compañero de colegio con quien yo tenía especial afinidad formaba parte del grupo de ginecólogos denunciados por su participación en las actividades clandestina que se llevaban a cabo en el centro. También supe que aquel hombre a quien yo habia tratado en muchos ocasiones había sido juzgado en calidad de cómplice en la causa de apropiación ilícita de de Atilio Bianco, quien ante la investigación iniciada por las organizaciones de derechos humanos, había optado por llevarse a los dos chicos apropiados fuera del país para eludir la justicia. 



Pedagogías del odio

No sé cuándo fue exactamente que tomé conciencia del horror que se había vivido en la Argentina. En mi primera adolescencia fui adoctrinado en la creencia de que el "ejercito comunista", el "ejercito rojo" - como se decía entonces, se estaba apoderando del mundo, y que los “subversivos” eran el brazo oculto y demoníaco de Moscú que intentaba apoderarse de nuestras vidas. Un día, sin embargo, vi la fotografía de una fosa común exhumada en Argentina.

Las vueltas de la vida quisieron que, recién llegada la democracia, sin saber de la ocupación del padre de mi amigo, lo invitara a este a que me acompañara a una conferencia que ofrecía Estela de Carlotto en un pequeño teatro de la calle Uruguay. Recuerdo que, a medida que escuchaba a Estela de Carlotto, un malestar físico iba conquistando mi cuerpo. Tuve que salir del local apurado. Vomité en la puerta. No volví a entrar. Mi compañero dijo alguna barbaridad acerca de las “locas putas éstas”, o algo por el estilo, y nos marchamos.

Sin embargo, la verdad se había cruzado en mi camino de manera irrefutable. Muchos de mis amigos eran miembros de familias conservadoras que estaban horrorizadas con la posibilidad de que las Fuerzas Armadas fueran juzgadas por sus delitos y se aferraban con uñas y dientes al discurso que habían aprendido en su adolescencia. 


Entre mis conocidos, al menos tres de ellos eran hijos de abogados representantes de los Comandantes en Jefe durante los juicios en su contra y convencidos procesistas. Otros eran hijos, sobrinos o primos de ex ministros de la Dictadura, jueces y fiscales cómplices, catedráticos católicos convencidos de la amenaza comunista y simpatizantes altisonantes de todo lo actuado sin defecto. 

Para estos chicos y estas chicas sin formación intelectual ni curiosidad manifiesta y evidentemente conformes con sus privilegios, los comandantes eran héroes de la patria que habían evitado que los comunistas se apoderaran del país. Sostenían las más desopilantes teorías sobre los desaparecidos. Como los negacionistas del holocausto nazi, algunos de ellos aseguraban que los desaparecidos eran un invento mediático destinado a engañar a la gente, o  que la mayoría de los desaparecidos vivían en el exterior disfrutando de unas largas vacaciones. 

En este contexto, intenté explicarme, intenté contarles lo que había descubierto, pero no había manera de hacer entender a “mi gente” que la vida no podía seguir siendo la misma después de haber visto lo que había ocurrido durante nuestra niñez, al saber del horror con el cual habíamos convivido y el nivel de complicidad de nuestros padres, familiares y maestros.



El retorno de la democracia

En 1984 marca un punto de inflexión. La negativa a tratar abiertamente la cuestión que me preocupaba me obligó a alejarme. Viví aquí y allá, con una mezcla de inconciencia y angustia indecible. Poco a poco fui alejándome de la gente que conocía, dejé de frecuentar a mis amigos convencionales, y busqué refugio en la literatura y el nomadismo. 

Sabía que no pertenecía al mundo de esa gente que era capaz de festejar la aniquilación y mofarse del dolor de la víctima. Pero tampoco, debido a mi origen y formación, a mi experiencia familiar, mi pasado adoctrinamiento, y el sentimiento de culpa que tenía por haber sido parte de ese mundo de indiferencia y odio, sabía dónde encontrar otra comunidad que estuviera dispuesta a contenerme.

La democracia argentina era todavía endeble. El país no estaba aun preparado para conocer la dimensión de la tragedia y los pormenores del cretinismo ciudadano que había reinado en esas épocas oscuras. 


En 1988, decidido a encontrar una solución, me marché. Viajé a lo largo y ancho de Latinoamérica en busca de respuestas, pero el mundo que me tocaba en suerte comenzaba a transitar una época de frívola violencia e indiferencia. Los ladrillos del muro de Berlín recién derruido estaban siendo utilizados para sepultar la verdad detrás de la lucha ideológica. El triunfalismo neoliberal, asociado a una cosmovisión que anunciaba simultáneamente el fin de la historia y el choque de la civilizaciones para imponer el terror imperial y la manipulación mediática de las masas, nos empujaba de manera casi ineludible a refugiarnos en un individualismo posmoderno que descalificaba cualquier reflexión política. 


Los límites de la espiritualidad oriental en la era neoliberal

Después de un tiempo en Europa, me fui a la India. Me hice monje. Fui el primer monje budista ordenado por el Dalai Lama. Me encerré en una ermita durante años, dispuesto a encontrar en la consciencia las respuestas que no había tenido a lo largo de mis años de errancia. Tuve la fortuna de poder enfrentarme a la rabia y a la decepción, a la locura que acechaba en mi corazón. Pero al final del camino, en la profundidad del alma, no encontré ninguna respuesta, sino mi propio rostro vacío.

En 1999, después de mi huida de América Latina hacia Oriente, el destino me llevó a Colombia. Llegué como instructor de meditación y profesor de filosofía budista. Pero allí volví a encontrarme con mi gente, o mejor: "con gente como mi gente" que, asustada y ciega frente a la violencia, exigía que se la defendiese de cualquier modo, a cualquier precio, dispuesta a cerrar los ojos y los oídos a la injusticia con tal de poder acceder a la promesa de sus vidas imaginadas por otros.

En el 2001, por esas casualidades del destino, en las mismas fechas en las que el atentado a las Torres Gemelas se hacían dueña de todas las pupilas del mundo, y la violencia y la sed de venganza volvía apoderarse de nosotros dando paso a una nueva "Guerra contra el Terror", dejé mis hábitos de monje y viaje a Buenos Aires.  Fui testigo durante las semanas que permanecí en Argentina de la furia y desconcierto de un pueblo saqueado y empobrecido por los herederos de esa misma dictadura militar que había diezmado una generación. 



2010. La sociedad argentina en su encrucijada

Han pasado diez años desde entonces. Muchas cosas han cambiado, pero la sociedad argentina sigue estando profundamente dividida. Hay quienes creen que la solución a nuestros problemas es volver a la mano dura, al exterminio de sus enemigos políticos y practican una mueca arrogante ante la justicia, reivindicando sus privilegios sin vergüenza, y exigiendo la continuidad de la impunidad a la que les han acostumbrado sus padres. 


Estos son los que reclaman el derecho al olvido, los que exigen a la víctima un perdón jurídico para sus verdugos sin arrepentimiento, los que fingen que los crímenes de lesa humanidad, la apropiación de niños, la aniquilación sistemática de jóvenes, la tortura, la desaparición de personas, la abominable imposición del terror, el saqueo concertado, la destrucción de lo que pertenecía a todos por derecho ciudadano, puede justificarse en virtud de la naturaleza del enemigo al que se enfrentaban las fuerzas del Estado. 

Esta gente no quiere saber nada de historia. Pretende someter la justicia a una reducción salomónica de las culpas. Se aferra con furia a la mentira porque sabe, de algún modo indecible, que en la verdad del horror, anida una amenaza a su propia identidad y privilegios; una amenaza que el testimonio de la víctima también supone para aquellos que optaron por aprovechar el momento haciéndose los distraídos.

LA ESFERA PÚBLICA (II): Reflexiones sobre la Iglesia y la ley de matrimonio igualitario.



Mientras redactaba este post el Senado de la Nación Argentina aprobó la modificación al Código Civil que autoriza el matrimonio a las parejas homosexuales.

Empecemos, como anunciamos en el post de ayer, hablando un poco acerca de la historia del surgimiento de la esfera pública como forma de nuestro imaginario social moderno. Esto nos servirá para encarar en los días que vienen la tarea de reflexionar sobre las manifestaciones de las que hemos sido testigos en éstos días y poder tomar una posición más reflexiva acerca de por qué razón la pretensión de autoridad última de la Iglesia católica necesariamente se encuentra en tensión con el orden moral moderno y, eventualmente, si es posible encontrar una escapatoria a la encrucijada que ese orden moral supone no sólo para la Iglesia, sino para la sociedad secular moderna en general, obligada a lealtades muchas veces contrapuestas.

Lo primero: nos referimos a la esfera pública como un espacio común, compartido, donde los miembros de la sociedad se relacionan a través de diversos medios interrelacionados (medios impresos, electrónicos, etc.), con la intención de discutir ciertas cuestiones de interés común, con el fin de formarnos una opinión común acerca de dichas cuestiones.

De acuerdo con Habermas, la noción de "esfera pública" surgió en el siglo XVIII, a partir de la constatación de que era posible que dos personas estuvieran en contacto, pese a estar distanciadas fisicamente, a través de "medios de comunicación" y llegar a conclusiones conjuntamente Por supuesto, el surgimiento de este espacio dependió materialmente del llamado “capitalismo de imprenta”, pero además, fue necesario cierto contexto cultural.

Ahora bien, la esfera pública no es un mero lugar de encuentro, sino más bien un conjunto de lugares puntuales de encuentro que se entretejen para dar forma a un "metaespacio no presencial" que los incluye a todos.

Por supuesto, el Estado y la Iglesia también eran entonces y siguen siendo fenómenos metaespaciales, pero la diferencia es que la esfera pública se caracteriza por el hecho de ser independiente de la estructura política, aun cuando sus conclusiones son, de algún modo, mandatorias para el gobierno, en el sentido de que lo que en ella se determina tiene un carácter cuasiprescriptivo para el gobernante. De este modo, la esfera pública, en la cual participa potencialmente toda la sociedad, tiene la función de dar forma a una suerte de “mente común” respecto a los temas importantes sirviendo de este modo como guía a la acción gubernamental.

Por lo tanto, señalemos dos aspectos claves:
1.La esfera pública se entiende como un espacio exterior al poder. De ello se desprende que el poder político debe ser supervisado desde el exterior.
2.Debido a la multiplicación de los debates, la antigua idea premoderna de una sociedad sin divisiones ya no es posible. Las sociedades modernas están abocadas ineludiblemente al conflicto y la diferencia.

El antecedente de la esfera pública del siglo XVIII es la llamada “República de las Letras”, que era la expresión con la cual se reconocían a sí mismos los miembros de esa asociación internacional de sabios durante el siglo XVII que se caracterizó, a diferencia de lo que había ocurrido en la polis o la antigua república, por el hecho de haberse entendido a sí mismo como autónomos frente a las estructuras institucionales, dando pie de ese modo a una noción de “pueblo” como una entidad independiente de dichas estructuras.

Por supuesto, esta idea de internacionalidad y extrapoliticidad no es nueva. Ejemplos premodernos son la cosmópolis estoica y la Iglesia cristiana. Pero en el caso de la esfera pública lo novedoso es su secularidad radical.

Es muy importante entender que significa “secular” en este contexto. Se refiere a cierto comprensión de la relación entre la humanidad y el tiempo.

La concepción premoderna era que la sociedad se encontraba fundada en algo que trascendía el tiempo meramente humano, la acción común de los seres humanos. Esa trascendencia podía ser una entidad metafísica (Dios, la Eternidad, las Ideas platónicas, etc.) ; o algo ocurrido en el Tiempo inmemorial en el que los "héroes" habían constituido la sociedad. Un tiempo que era ontológicamente diferente al tiempo profano.

Ahora, en cambio, la acción común no necesita de una dimensión trascendente que la legitime. En ese sentido es radicalmente secular.

Lo peculiar de las sociedades seculares, por lo tanto, es que lo que las constituye es la propia acción colectiva. Esto, por supuesto, choca de lleno con la concepción premoderna para la cual, en dependencia de la visión que las personas tenían de sí mismas, sólo resulta inteligible una colectividad en la medida en que ésta es constituida por algo trascendente.

Por lo tanto, eso es justamente lo novedoso de la esfera pública moderna. Se trata de una agencia fundada puramente, exclusivamente, en sus propias acciones colectivas.

Finalmente, para darle otra vuelta de tuerca, veamos lo que diferencia a las concepciones del tiempo en la modernidad y en la premodernidad.

En el segundo caso, el tiempo profano existe en relación con un tiempo superior o primordial. La función de este tiempo superior o primordial es:

1. o bien ofrecer una referencia inmutable, y con ello una cierta unidad a la fragmentariedad y diversidad del tiempo profano
2. y/o permite una recuperación recurrente (litúrgica) de los acontecimientos fundacionales de la agencia (la sociedad colectiva) desplegada en el tiempo profano.

En cambio, la secularización moderna, entendida como rechazo del tiempo superior, y a favor del tiempo puramente profano, precipita una concepción de simultaneidad que sustituye la unidad trascendente (en cierto sentido “causal”), por la mera concurrencia en un punto de la línea del tiempo profano de una diversidad de eventos enteramente desvinculados (el periódico o el informativo es el artefacto moderno que ilustra de mejor modo esta simultaneidad)

En síntesis, la esfera pública es una forma del imaginario social moderno que se caracteriza por ser un espacio extrapolítico, secular y metatópico.

LA ESFERA PÚBLICA: Reflexiones en torno a la Iglesia y la ley de matrimonio igualitario


Hoy quiero referirme a la dimensión de la esfera pública. Lo voy a hacer tomando en consideración el actual debate sobre el matrimonio homosexual en Argentina. La batalla política, social y cultural que allí se está librando presenta el siguiente panorama:

1. El Cardenal Bergoglio y otras autoridades de la Iglesia, han declarado que el intento de modificar el código civil es parte de la “guerra contra Dios” que se está librando en la sociedad argentina y en el mundo en general.

2. Algunos sacerdotes “rebeldes”que han adoptado posiciones favorables al matrimonio civil de personas del mismo sexo han sido suspendidas “cautelarmente” de sus oficios y separados de sus comunidades.

3. Hemos visto, además de las manifestaciones a favor de la aprobación de la ley, numerosas marchas en contra de la misma. En la última manifestación frente al Congreso de la Nación abundaban menores, estudiantes de colegios católicos que han optado por dar asueto a nivel nacional a sus estudiantes para promover dichas manifestaciones. Algunos púberes y adolescentes sostenían pancartas del tipo: “Queremos una mamá y un papá”, y otras por el estilo.

4. Hemos asistido a la sorpresiva alianza entre evangelistas y católicos, que han reiterado con empeño los argumentos sobre la función procreadora del matrimonio, categorizando de enfermedades o desviaciones contra natura a las preferencias sexuales homosexuales y abundando en la pretensión de que la modificación de la ley de matrimonio civil igualitario representa una violación por parte del Estado de la obligación de proteger a los menores que ahora podrían ser adoptados por dichas parejas, con el consiguiente peligro de violación o perversión de sus propias tendencias naturales.

5. Se ha citado abundantemente a la ONU, a UNICEF y otras instituciones internacionales. Se han sacado a relucir estudios científicos, en la mayoría de los casos, de dudosa credibilidad.

6. Hemos sido testigo de una sociedad palpablemente prejuiciosa. Los foros de internet ardían al ritmo palpitante de las pasiones que despiertan estas cuestiones en las cuales (creemos) nos jugamos lo más esencial de nuestra identidad, nuestras orientaciones morales fundamentales, nuestros modos de vida más arraigados. Pero también hemos sido testigos de crueldades indecibles, frutos del miedo, del dogmatismo a ultranza y de la incapacidad de un sano raciocionio.

7. Se ha dicho mucho sobre la decadencia moral de nuestra civilización y, en un batiburrillo, se ha puesto a la homosexualidad, el aborto, la inseguridad ciudadana, la corrupción de Estado, el juicio a los militares, el autoritarismo K y el mal gusto de la pareja presidencial en una sóla frase, poniendo en evidencia en este caso el nivel de los argumentos esgrimidos y la “calaña” de quienes los profieren.

Todo esto me ha hecho pensar que es necesario dar un paso hacia atrás (por decirlo de algún modo), con el fin de analizar, no sólo el contenido, sino también el contenedor de todas estas opiniones, argumentaciones, exhabruptos, calamidades e hidalguías. Por ello quiero que hablemos de la esfera pública, de lo que implica participar en la esfera pública, de lo que se espera de nosotros en ella, a qué tenemos que resistirnos, etc.

En lo que sigue, y en los post que iré colgando durante los próximos días, voy a seguir muy de cerca a HABERMAS, Jürgen, Historia y Crítica de la opinión pública (Barcelona: Gustavo Gili, 2004) y a TAYLOR, Charles, Los imaginarios sociales modernos (Barcelona: Paidós, 2004).

Como he dicho, en vista de que el tema es muy amplio y exige un debate pormenorizado, voy a presentarlo en varios post. Lo que puedo adelantar es que tengo la sensación de que es posible abrir un campo de argumentación que nos permita discernir cierta ética comunicacional en lo que se refiere a la participación en la esfera pública. Esta ética podría estar justificada tomando en consideración la naturaleza misma de la esfera pública. Lo cual nos obliga a considera su origen histórico, lo que nos permitirá, por su parte, discernir su naturaleza y función. Por supuesto, el asunto está aun muy verde. Veremos si podemos dar con las palabras y la ordenación adecuada de las ideas.

Más o menos, la reflexión irá por esta vía:

Vamos a comenzar ofreciendo algunas indicaciones acerca de la historia del surgimiento de la esfera pública y algunas clarificaciones respecto a su peculiaridad. En especial, vamos a centrar nuestra atención en lo que implica el hecho de que la esfera pública sea considerada fundamentalmente “extrapolítica” (lo cual en modo alguno significa “apolítica”)

En segundo término, me gustaría explorar la posición eclesiástica en el tema de la homosexualidad a partir de dos ideas que, me parece, muchas veces no se toman suficientemente en cuenta.

1. El hecho de que la institución eclesiástica pertenece, originalmente y estructuralmente, a un orden moral que es ajeno, e incluso opuesto imaginariamente, al orden moral moderno surgido a partir del siglo XVII.

2. El hecho de que la pretensión de participación de la Iglesia en la esfera pública (una dimensión que sólo resulta inteligible en el marco de emergencia del orden moral moderno) se trasluce en su discurso en una tensión inherente que resulta imposible de soslayar y en buena medida, insuperable con el presente imaginario eclesiástico institucional.

En breve, las idealizaciones originales que fundan la sociedad política en lo prepolítico y que la justifican como defensa de ciertos derechos como la libertad son las que están detrás del surgimiento de la dimensión de la esfera pública moderna. Estas idealizaciones ponen en entredicho, justamente, la noción eclesiástica de sociedad y su justificación.

En tercer lugar, quiero saber si es posible, y en qué medida, y de qué modo, sostener un discurso religioso en el marco inmanente que impera en la actualidad, tanto para creyentes como no creyentes, y cuáles son las consecuencias de la asunción de esas mutaciones fundamentales en lo que respecta a la participación del poder eclesiástico en la esfera pública.

EL DÍA DESPUÉS


El domingo por la mañana bajé al pueblo. En el bar de la plaza me encontré con Santiago que leía embelesado el AVUI, donde se pormenorizaba la protesta catalana y se analizaba qué hay que hacer de aquí en más. Las fuentes catalanas (bastante más fiables cuando uno mira las fotos sabiendo lo que hay entre Plaza Catalunya y Diagonal) dicen que hubo 1.100.000 personas. Es decir, la manifestación más numerosa de toda la historia de Catalunya. El diario EL PAÍS, amparándose en una agencia subcontratista que le hizo los cálculos a la medida de sus intereses, dice que hubo 56.000. La diferencia no es escandalosa para quien se ha acostumbrado a leer los periódicos, no con la intención de encontrar en ellos la verdad, sino de conocer con mayor detalle los intereses que mueve a los emporios de la información.

Santiago estaba contento. Como no podía ser de otro modo, lo felicité por lo conseguido en la marcha, que no pretendía hacer otra cosa que hacer llegar al otro lado del río una voz unísona de repulsa contra los “ninguneos” que “España” dedica a esta “otra España” que se llama Catalunya. Me dijo que ahora lo que “toca" es administrar esta “victoria” de la calle.

Hoy es martes. En las últimas 48 horas la pancarta que proclamaba: “Som una nació”, ha quedado aplastada por la marea roja que ha producido el triunfo de la selección de fútbol española. Las calles se han llenado de banderas y se han repetido hasta el hartazgo los estribillos por todos conocidos (“soy español, español, español, etc.)

La copa del mundo se ha paseado por las calles de Madrid, pero también han sonado los petardos en Barcelona. EL PAÍS, siempre divulgando sus propios órdenes imaginarios dice que en la Plaza España de Barcelona se congregaron 75.000 personas para seguir el partido y ovacionar después a sus héroes. 75.000 personas que dejan a los 56.000 participantes de la marcha soberanista en una masa vociferantes de provincianos abocados a una pasión anacrónica: una lengua, una nación y el autogobierno.

Los periódicos catalanes de hoy se preguntan si los políticos estarán a la altura de las circunstancias. Si serán capaces de gestionar el malestar de la gente y el apoyo que ésta le ha dado al catalanismo, sin anteponer sus afanes electoralistas. Sin embargo, los problemas internos de Catalunya no se reducen a las malas artes de los políticos demagogos y los burócratas de turno. La pregunta es también si el “empresariado” catalán está dispuesto, y hasta qué punto, a renunciar a una parte de sus propios intereses a favor de este país y de esta gente. El pragmatismo tiene su coste y su precio. Nadie puede ser a un mismo tiempo juez y testigo. Hasta Poncio Pilatos sabía de estas cosas y se lavó las manos con detergente para evitar que le recordaran como el principal propiciante de un crímen. O, para decirlo de otro modo: el problema no son tanto los políticos que tenemos, sino más bien, el modo en el cual la política se encuentra secuestrada enteramente por la economía. Por lo tanto, no alcanza con un cambio de estilo, o un llamado a que "los políticos" se encuentren a la altura de las circunstancias. Se necesita un retorno a cierto republicanismo, cierto humanismo cívico que se enfrente al ethos de una sociedad exclusivamente comercial, en la cual ciertas virtudes están ausentes. Esas virtudes ineludibles que hacen posible la fundación de una "patria".

Por esa razón, pese a que mis simpatías por Catalunya son muchas, creo que hay cierta verdad en la idea de que una parte de este país, pese a sus sentencias definitivas y su gesto ceñudo, “juega a la víctima”. Como una mujer maltratada, muchos se sienten más seguros en una relación malavenida, que en la libertad. Dicen, sin embargo, que la manifestación del sábado marca un antes y un después. Veremos si es así, o acaso lo único que queda en los anales es el gol de Iniesta y Shakira contoneándose en el escenario.

GANAMOS


Alguien puede pensar que lo que sigue a continuación es puro voluntarismo, puro idealismo utópico. Puede ser. Pero dejó para otra ocasión los argumentos para rebatir una objeción de este tipo. Lo que quiero, en cambio, es explicar qué es lo que hay en esta derrota argentina que merece ser capitalizado. Digo “capitalizar”, pero por supuesto, no es eso. Es otra cosa. Pero ya se me entenderá a medida que avance.

Hace unos días, un amigo argentino me envió una nota de Mariano Grondona en la que hablaba del fútbol, del nacionalismo, de las olimpíadas griegas, de Aristóteles y de Churchill, para acabar con una de sus admoniciones habituales. En el último párrafo nos decía: no se atrevan a adueñarse de los goles para hacerse dueños de nuestro destino.

El asunto planteado por Grondona es algo que se viene repitiendo con insistencia en las últimas semanas por casi todos los comentaristas de los diarios Clarín y La Nación: ¡Cuidado! El gobierno K quiere capitalizar el triunfo de la selección para "llevarnos al huerto". Grondona con aquella útlima frase no hacía más que dar otra vuelta de tuerca a la intención de disociar algo que se ha insistido mucho en las últimas semanas desde los medios próximos al proyecto político del gobierno: “jugamos como vivimos”.

En este relato, la conjunción del juego y la vida está asociada a la intención popular de reivindicar un modo de ser denostado dentro y fuera de nuestro territorio. Un modo de ser que es, a un mismo tiempo, signo de lo mejor y lo peor que tenemos los argentinos.

Somos despelotados, pero creativos; arrogantes, pero encantadores; violentos en la verba que sabe con facilidad convertirse en labia poética. Somos chantas pero en nuestra lunfarda profundidad callejera.

Este relato esta asociado a un modo de ser que nos vuelve hipertensos, hiperbólicos y bipolares. Y eso significa que estamos ineludiblemente dispuestos al exabrupto, a una loca apuesta a la dislocación. Todo en nuestra historia convoca al desconcierto, a una crispación que está marcada por un individualismo exacerbado pero que, a diferencia de otros individualismos, cuyo énfasis está puesto en acentuar el monologismo, el "cada uno a la suya", al aislamiento por medio de formas bien estudiadas, el nuestro es un individualismo de una dialogicidad insoportable. Hablamos, gritamos, chillamos, discutimos como si la confusión de las palabras y las gesticulaciones estuvieran imbuidas de un erotismo soberano.

Maradona es un ejemplo desproporcionado (una caricatura, sino se tratara de un Dios caído, como suele retratarlo Galeano) que nos recuerda quiénes somos y cómo somos.

Aquí en Catalunya, un país que aprecio y admiro sin envidia alguna y sin el más mínimo intento por mi parte por parecerme a ellos, un fracaso rotundo como el que vivió ayer la selección argentina hubiera volcado a sus habitantes, de inmediato, a un vilependio del entrenador por fallar en la prágmatica tarea de ganar. Pero nosotros, "los argentinos de veras", los que sabemos que los próceres no son de bronces sino de carne y hueso, no hacemos leña del árbol caído.

Para nosotros, pese a la derrota rotunda, incontestable, absoluta, la experiencia es muy diferente. Nuestro cariño y agradecimiento hacia Maradona y el resto de la plantilla (Messi, Higuaín, Tevez, Agüero, Romero y compañía) no se ve contestado por una eliminación. Con cada gol que nos metían, con cada signo de impotencia, iba creciendo en nosotros la certeza de nuestra lealtad.

Nadie puede ganarle a los argentinos del todo cuando expresamos auténticamente lo que somos. Otros países pierden, pero nosotros no perdemos nunca del todo. Nadie puede gozar enteramente con ganarnos. Los alemanes se llevaron apenas un discreto triunfo deportivo, pero no se llevaron el triunfo definitivo. ¿Por qué? Porque hasta nuestras derrotas son monumentales, sobredimensionadas y amadas por nosotros. Porque nosotros, mal que nos pese, jugamos como vivimos, con todo el corazón, con toda el alma. Incluso perdiendo, ganamos. ¿Quién puede pensar que Hector, derrotado por Aquiles en el campo de batalla, aparentemente humillado al ser su cadáver maltratado por el vengativo griego, haya perdido del todo? Los humanos pierden, no los héroes. Los héroes viven sus momentos trágicos, que siguen mereciendo el canto de los grandes poetas que los inmortalizan. Este mundial no es una escena más, una instancia que debe ser olvidada. Como las derrotas sufridas por Odiseo en su regreso a Itaca, cada una de esas derrotas forma parte de una gran aventura. Gracias Diego.

LA SELECCIÓN ESPAÑOLA DE FÚTBOL Y EL ESTATUTO DE CATALUNYA




Ayer estuve en Girona. Haciendo tiempo en un bar, escuché la conversación de unos tertulianos en la mesa vecina. El tema giraba en torno al recorte que ayer se anunció, después de tres largos años de espera,del Estatuto catalán por parte del Tribunal Constitucional.

Un Estatuto, valga recordarlo, que fue redactado en el Parlament de Catalunya. Que luego fue refrendado por las Cortes Generales. Que el pueblo convalidó en una consulta (ciertamente de limitada participación ciudadana). Para luego ser llevado a los tribunales por el Partido Popular, ante la supuesta amenaza de “balcanización” que un estatuto de estas características suponía para la unidad del Reino de España, debido a las reivindicaciones nacionales y las exageradas pretensiones de autogobierno que se adjudicaban en ella los catalanes.

La mayoría de los periódicos de Madrid afirmaron al unísono que sólo había un vencedor en esta sentencia: la legalidad, la constitución española. Y que ahora le tocaba a los catalanes hacer fuerza-corazón y acatar lo decidido. Mientras tanto, el President Montilla y el resto de las fuerzas políticas catalanes, preocupadas también por las elecciones que se avecinan, llaman a la ciudadanía a las calles. Artur Mas ha sido contundente: un país que no se hace respetar, no será respetado. Las cosas se ponen calientes. Y los periódicos catalanistas se apresuran a sentenciar el fracaso de los pactos del 78.

Entre los tertulianos que ayer discutían la actualidad en la mesa vecina mientras yo almorzaba un cap i pota amb cigrons acompañado de un vi negre catalá, era patente la indignación, la rabia, pero bien matizada, con esa mezcla de prudencia y pesimismo que ha caracterizado siempre a los catalanes, eso que aquí se llama el “seny” (la cordura, o buen sentido, o sentido común) de los catalanes.

La contenida rabia, sin embargo, ha ido in crescendo en los últimos años. Ahora, cuando se les da ocasión y se les escucha, muchos catalanes hablan y ofrecen sus razones para sentirse ofendidos por los españoles, la política española y el "mugido anticatalanista de las masas brutalizadas que los atacan con las argumentos que los tertulianos de la COPE e INTERECONOMÍA" publicitan.

Yo, que no soy catalán, que no he nacido en esta tierra y que muchas veces debo sufrir la malquerencia y desdén con el cual muchos autóctonos tratan a quienes venimos de afuera (los catalanes no son una excepción a esta xenofobia sutil practicada por la gran mayoría de los ciudadanos de a pie), no dejo de sorprenderme con el modo en el cual los nacionalistas catalanes, vascos y gallegos son tratados como parias, y sus opiniones como desquicios de otras épocas. No hay lugar alguno para la argumentación en estos asuntos. Hay que encender el televisor y escuchar las noticias en catalán, en euskera o en gallego para saber lo que piensa esta gente. En las cadenas nacionales, los nacionalistas son eso: nacionalistas, que es más o menos como un insulto bien puesto que se permiten aquellos que se saben libres del pecado de la superstición.

Pero ahora permítanme que les cuente tres breves anécdotas que pueden ilustrar mi experiencia en este país.

(1) Hace un par de meses, por ejemplo, un catedrático de la Universidad de Barcelona me comentó que el venía de una familia hispano-parlante, que en su niñez sus simpatías corrían cincuenta y cincuenta de un extremo a otro de la geografía peninsular, pero que durante las últimas décadas los catalanes habían sufrido tan grande injusticia y menosprecio, que ahora estaba un ochenta a veinte por ciento.

El hombre en cuestión me contó que había sufrido ese desprecio en carne propia. Y me relató cierta ocasión en la que, habiendo concurrido a un congreso de psicología en Madrid, se había encontrado con colegas que discutían acaloradamente la necesidad de enfrentarse al “egoismo”, la "actitud insolidaria" y la “tacañería” catalana con un boicot a sus productos. “Se dijeron cosas tan terribles sobre nosotros”, me decía el buen hombre, “y se han dicho tantas otras desde entonces, que cada vez estoy más cerca del nacionalismo independentista catalán, hasta el punto de que, por primera vez, en las últimas elecciones, he votado a Esquerra Republicana.”

(2) Hace unos meses nos visitó la hermana de mi mujer, quien había venido a España, a Madrid concretamente, a participar en un postgrado sobre tratamiento de residuos en la Universidad Complutense. El postgrado estaba dirigido exclusivamente a Latinoamericanos. A mitad de curso, en cuanto tuvo un fin de semana libre, nos visitó. Entonces nos contó que en una de las clases que había recibido el profesor había manifestado ácidas opiniones contra Catalunya y los catalanes, a quienes culpaba enteramente de la imposibilidad de aplicar políticas medioambientales a nivel estatal. Hizo referencias políticas, pero también sociológicas, y repitió el estribillo del "egoismo" y la "falta de solidaridad". La hermana de mi mujer estaba un poco preocupada por nosotros que debíamos lidiar con una sociedad tan amarga y resentida.

(3) Poco después, la prima de mi mujer, una arquitecta ecuatoriana que ha vivido durante varios años en Madrid, nos hizo una visita. Coincidieron en la reunión unos vecinos catalanes. Organizamos una comida. Hablamos en castellano, como ocurre habitualmente cuando el convidado es español. Lo cual hizo olvidar a nuestra pariente los buenos modales que debemos a nuestros anfitriones, lo que le llevó, después de varias horas de charla, a repetir algunas opiniones que había escuchado entre sus amigos madrileños. Lo que más me sorprendió fue el silencio que guardaron mis vecinos. Puede que sea la costumbre, lo cierto es que no respondieron a las ofensas. Tuve que ser yo quien le recordara a mi prima política que estábamos en Catalunya y que mis amigos eran catalanes, y que las supuestas acusaciones acerca del empecinamiento catalán por hablar su lengua pese a todo, su arrogancia y nacionalismo fanático resultaba inapropiado.

Todo esto hace muy compleja la cuestión acerca de lo que representa y a quién representa la selección de fútbol española, en la que han sido convocados 7 catalanes, algunos de ellos considerados hoy día el "alma" misma del equipo, que se meten dentro de la "samarreta" roja de la selección y pelean cada pelota como si fuera la última.

Sin embargo, entre la gente que conozco en este país (Catalunya) no hay muchos “forofos” de la “roja”. La inmensa mayoría apunta sus simpatías a la selección porque en ella participan catalanes: Xavi, Busquets, Puyol, etc. Pero los más se muestran (¿por respeto?) indiferentes a la suerte de la selección española. Dicen no sentirse representados en ella. Dicen ser del Barça y de España no quieren oir hablar.Pero también hay muchos que van más allá y, pese a que cargan con un pasaporte y un DNI español, anoche hacían sus cábalas para que los portugueses les dieran una paliza a los de Vicente del Bosque.

Mientras esto ocurre, los programas televisivos se deshacen en elogios a su selección, y corean el estribillo de que 47 millones de Españoles la apoyan. El “Si, podemos” que les es peculiar se repite como si una sola nación estuviera detrás de este equipo de fútbol. Pero no es así, hay gallegos, vascos y catalanes que no se sienten cómodos en España, y resulta imprudente por nuestra parte no hacer caso a sus sensibilidades o tacharlas exclusivamente como radicalismos infundados.

Alguno puede hablar de una minoría resentida respecto a las suspicacias que despiertan los esfuerzos por hacer de "la roja" un símbolo de todos los españoles. Pero es bien sabido que los argumentos ad hominem nunca han sido buenos argumentos y que en general, cuando ocurren, son muestra de la debilidad de las posiciones de quienes los emiten.

Para colmo de males, hay quienes en el otro extremo del abanico político, se rasgan las vestiduras por el invento periodístico de llamar a la selección de España, "la roja”, debido a las connotaciones que esto conlleva en un tiempo convulso como el nuestro, en el que aun se discute la memoria y la desmemoria, haciendo lo posible y lo imposible para no desenterrar a los muertos.

Por ello, a diferencia de lo que ocurre con otros países, cuyos ciudadanos, con una sóla voz, alientan a sus atletas y deportistas, la muy ansiada victoria que muchos españoles esperan que su selección consiga en los próximos días, se verá empañada por el desdén e incluso la rabia de muchos otros que, aun siendo “españoles” en sus papeles, en sus corazones pretenden ser otra cosa.

Independientemente de las posiciones que adopte cada uno, cabe preguntarse por qué razón un número no desdeñable de ciudadanos sienten que España no es su patria. Puede que aquí la fuerza de la costumbre haya logrado que dejemos de extrañarnos con este asunto, o que el fuego de las pasiones nos impida un pensamiento "prudente" (ético) de lo que ésto significa.

Mal haríamos si tomáramos posición antes de haber puesto en consideración los reclamos de los pueblos, y de los hombres y mujeres que individualmente alegan sus razones para irse o quedarse, o dicen pertenecer a otra patria, o exigen a sus conciudadanos una fidelidad, aunque sea no sentida, a una bandera que en muchas ocasiones se ha convertido en el estandarte de su enemigo.

No se trata, pues, sólo de fútbol. Porque, como venimos diciendo desde hace ya algunas semanas, el fútbol no es sólo fútbol, sino también, muchas otras cosas.

PD: Quedan pendientes: (1) un post sobre el tema del nacionalismo en general; (2) una reflexión sobre la cuestión tibetana que nos permita comprender las causas nacionalistas vasca, gallega y catalana a la luz del contraste con esa otra causa con la cual muchos simpatizan; (3) una reflexión acerca del proyecto plurinacional boliviano que ha impulsado Evo Morales.

¿CÓMPLICES DEL SILENCIO?



Hace 25 años me fuí de la Argentina. Quienes me conocen saben que, desde el día que me fui, me ha obsesionado una cuestión:¿Cómo es posible que esa gente, medianamente amable, compañeros del cole y del rugby, familiares y amigos, hayan participado o apoyado el horror del genocidio en Argentina? Aun peor, ¿Cómo es posible que después de todos estos años, de todo lo que se ha dicho y visto en estos años, muchos de ellos sigan apoyando el asunto o haciéndose los distraidos?

En mi primer regreso a la Argentina, después de 7 años de ausencia, comprendí que esa gente no volvería a estar en la lista de mis amigos y conocidos, que no volvería a sentarme con ellos a la mesa. Me volví a ir y exceptuando unas pocas excepciones casuales, encuentros fortuitos y referencias indirectas, no he vuelto a tener noticias de ellos.

Sin embargo, cuando he tenido la “fortuna” de cruzarme en el camino con alguno de los personajes de mi adolescencia, compruebo que no han cambiado mucho las perspectivas que defendían. Públicamente, hay pocos que se atrevan a decir algo sobre aquellos años de terror, pero como antídoto han hecho lo posible para no tener que pensar en el asunto. Por eso, pienso, les molestan tanto las reiteradas referencias al tema que en los últimos años el oficialismo y los movimientos sociales han instalado en el espacio público. En la intimidad, los más "progresistas" justifican su falta de compromiso promoviendo la teoria de los dos demonios. En breve, condenan sin distinción toda forma de violencia.

Por supuesto, desde mi perspectiva, una persona que 30 años después de aquellos hechos macabros continúa defendiendo una posición de este tipo es mucho más perversa de lo que imagina. En realidad, lo que demuestra es la complicidad en la que de un modo u otro sucumbió durante aquellos años o en la que aun participa. Convengamos que nadie en su sano juicio que haya dedicado más de dos minutos y medio a pensar de qué se han tratado las circunstancias de ese tramo trágico de la historia argentina puede sostener un discurso de este tipo con seriedad. Se necesita anular el pensamiento, o un grado de cretinismo extremo, para sostener algo semejante. Y esto no porque no hayan existido crímenes entre los guerrilleros (no vienen al caso, realmente), sino porque lo que se juzga es algo completamente diferente, lo que se juzga es un tipo de alevosía calculada en el uso de la fuerza que hace de dichos crímenes objeto del mayor repudio universal.

Pero hay pruebas evidentes de que esta condena “abstracta” a la violación de los derechos humanos y los crímenes de lesa humanidad forma parte de los imaginarios de esta misma gente que es incapaz de aplicar sus consecuencias particulares en nuestra patria. Algo que tenemos en común, por ejemplo, con muchos españoles de estos días, que se han "llenado la boca y luego la panza” durante estas últimas décadas abriendo causas contra dictadores africanos y sudamericanos haciéndose pasar por férreos defensores de la justicia, pero que ahora permanecen mudos a la hora de defender las instituciones, en su propio territorio, que intentan hacer justicia a las víctimas del franquismo.

He visto a alguna de esta gente “evolucionar” durante estos años. He tenido ocasión de escuchar a unos pocos en mis distanciados viajes a la Argentina o, como decía, en los encuentros fortuitos que he tenido con algunos de ellos fuera del país.

Recuerdo cierta ocasión, hace un par de años, en una fiesta a la que un conocido me insistió que asistiera, en la que un grupo de argentinos “bienpensantes” frivolizaba la cuestión de los derechos humanos. Ante mi intervención iracunda, un jóven que debía rondar los treinta y había sido destinado por una multinacional del deporte a Barcelona a cumplir labores gerenciales, me respondió que no era asunto suyo. Él era demasiado “chiquito” como para que se le impusiera ese pasado. ¿Qué decirle a un idiota semejante? ¿Cómo explicarle que todo lo que somos tiene que ver con el pasado, desde el nombre que nos han dado, pasando por la educación y la lengua que inconscientes farfullamos?

En otra ocasión, me tocó comer con un hombre que rondaba la edad de mis padres. Después de una acalorada discusión en una bolichón de la calle Córdoba, me dijo que no podía entender la insistencia del gobierno kirchnerista con los derechos humanos. Y con seriedad (lo sorprendente era la seriedad con que lo hacia) me preguntó si yo no torturaría a una persona que sabe donde se puso una bomba que puede matar a cien personas si torturándola soy capaz de salvar todas esas vidas inocentes. Me quedé con la boca abierta. No podía creer que alguien fuera tan idiota o perverso como para usar un argumento de ese tipo. Después de treinta años y con toda el agua que ha corrido debajo del puente, ¿es posible que alguien repita un argumento tan retorcido?.

En otra escena estoy charlando con un hombre mayor, afable y “entendido”. Hablamos de temas variados. Cuando llega el momento, le pido que me diga algo de la época de la dictadura militar. El tipo se me queda mirando como si no entendiera la pregunta. No es un interrogante descabellado. Se trata de un hombre de empresa, medianamente exitoso, que además fue funcionario público durante buena parte de su carrera antes de reconvertirse. Aunque no me crean, su única respuesta fue: “Para nosotros las cosas estuvieron bien”.

Nunca he entendido a esta gente. Pero mucho más difícil me resulta entenderlas cuando capto el aura de moralismo con el cual habitualmente se rodean. Contrariamente a lo que pudiera creerse, mucha de esta gente es católica convencida, gente que bautiza a sus hijos y los lleva con ganas a catequesis, gente que está preocupada por “los valores”. Gente que se indigna ante un crímen pasional o la impunidad de los delincuentes, pero que al mismo tiempo se vuelve fría y calculadora cuando el crímen adquiere las proporciones monstruosas del genocidio, y las técnicas del asesinato y la tortura llevan a la indignidad radical de los seres humanos a los que se somete.

Lo que me sorprende es que no se trata de nietzscheanos, de relativistas, de nihilistas o escépticos perdidos. Todos y cada uno de ellos son creyentes. A algunos los he visto persignarse cuando pasan frente a una iglesia y, en tono preocupado, comentar acerca de la decadencia moral de nuestra época. Lo cual, evidentemente, nos pone en una curiosa encrucijada cuando intentamos dar forma a nuestras propias convicciones.

Recuerdo una anécdota sobre el Dalai Lama. Fue en su visita a Auswitch hace un par de años. Después de varias horas recorriendo el lugar y escuchando el testimonio de las personas que le acompañaban decidió ofrecer oraciones. Pero cuando le preguntaron qué era lo que más le impresionaba acerca del tamaño de la maldad que esos edificios le transmitían, respondió diciendo que él mismo podría, en un futuro, ser cómplice de ese horror. Rezaba para no serlo nunca, para no participar nunca en algo semejante. No se puede ser budista y ser ambiguo en esta cuestión. Como no se puede ser cristiano, y mantener una posición dubitativa acerca de lo que Argentina vivió durante la dictadura de 1976. Nuestra preocupación debería ser, de ahora en más, que podemos volver a ser cómplices de la maldad.

Cuando miramos una película sobre sucesos semejantes ocurridos en lugares distantes nos estremecemos, nos emociona y nos ponemos de parte de las víctimas. Nos indignamos cuando escuchamos o sabemos de alguna flagrante injusticia ocurrida en otros países. Incluso esta gente de la que hablo, que parece anesteciada moralmente, se tapa la boca como un huevo e incluso llora cuando se le presentan este tipo de atrocidades. Eso demuestra que es posible una conversión, que no todo está perdido. Lo que se necesita es ver la luz, que en este caso, es tomar contacto con la mayor de las oscuridades. Los budistas creen que no puede haber crecimiento moral si no somos capaces de enfrentarnos imaginativamente al sufrimiento. A nosotros nos toca sentarnos en silencio y vivir en el fondo del alma lo que pudo haber sido para esas madres, antes de ser ejecutadas, el haber sido arrancadas de sus hijos, y lo que significa para esas abuelas saber que en algún lugar del mundo, esos niños yerran sin saber quiénes son verdaderamente.

De esas cosas se sigue discutiendo en la Argentina. No debería sernos indiferente.

APOYAMOS LA CANDIDATURA DE LAS ABUELAS DE PLAZA DE MAYO AL PREMIO NOBEL DE LA PAZ



Estas increibles mujeres argentinas han cuidado de nuestra memoria.

Nos traen del pasado respuestas acerca de esa pregunta esencial: ¿Quiénes somos?
Nos explican la historia. Es decir, cómo hemos devenido este país nuestro en el mundo de todos.

Estas mujeres nos permiten una reconciliación con la verdad: el único camino que conoce el amor.

Si mi padre y mi madre hubieran sido uno de esos muchachos y muchachas secuestrados durante la dictadura;
Si mi madre me hubiera dado a luz en uno de esos centros clandestinos de detención, como esos chicos que aún esperan ser recuperados;
Si ellos hubieran sido asesinados y desaperecidos, como esos miles que exigen nuestra memoria;
Si yo, criatura indefensa, frágil, inocente, hubiera sido apropiado,como tantos saqueados de su verdadero nombre;
Si estas cosas hubieran pasado, habría querido tener una abuela como Estela de Carlotto.

No importa cuánto tiempo,
Ni las amenazas,
Ni los ninguneos, ni las tergiversaciones,
ella me seguiría buscando hasta el último respiro de su propia vida.

Gracias “Abuelas” por no habernos dado nunca por muertos.

MODERNIDADES ALTERNATIVAS I: Los gobiernos "progresistas" latinoamericanos.



El propósito de este post es comentar:
1. La postura de Charles Taylor sobre los “malestares” de la modernidad
2. Su noción de “Modernidades Alternativas”, que se hace eco del trabajo de Dipesh Chakrabarty en la misma dirección.
3. Un artículo muy breve de Emir Sader sobre la izquierda latinoamericana que la gente de ARTEPOLÍTICA tradujo y publicó hace unos días en su blog. A mi entender, el artículo del sociólogo brasileño es muy clarificador en vista a las falsas interpretaciones respecto a la naturaleza de los gobiernos progresistas latinoamericanos que se han convertido en un lugar común.

Mi intención es simplemente dejar apuntadas estas cuestiones para desarrollarlas con mayor profundidad en otro post o en alguna otra publicación. Ahora mismo me conformo con dar unas pinceladas de las cuestiones que nos permitan empezar a pensar el asunto.



En La ética de la Autenticidad (Barcelona: Paidós, 1994), Taylor habla de los “malestares de la modernidad”, como esos “rasgos de nuestra cultura contemporánea que la gente experimenta como pérdida o declive, aun ha medida que se “desarrolla” nuestra civilización." Identifica tres temas centrales que paso a resumir:

1. El tema del individualismo, el hecho de que vivimos en un mundo en el que la gente tiene derecho a elegir por sí misma su propia regla de vida, sus convicciones, configurando de este modo sus vidas con una variedad de formas sobre las que sus antepasados no tenían control. Por supuesto, no estamos dispuestos a renunciar a este logro. Pero al mismo tiempo, viendo que la libertad moderna es un logro que alcanzamos a partir del descrédito de los órdenes y jerarquías de significación que caracterizaron a las culturas precedentes, ha habido una serie de autores que han apuntado una serie de consecuencias inquietantes para el individuo y la sociedad debido a la ruptura de esos horizontes. Toqueville, por ejemplo, habla de los “petits et vulgaires plaisirs” que la gente busca en épocas democráticas. Kierkegaard hablaba en términos semejantes. Nietzsche hablaba de los “últimos hombres”. En todo caso, lo que se ponía en evidencia era cierta falta de sentido y finalidad, la pérdida de una visión más amplia en aquellos que elegían centrarse en el yo.

2. El segundo tema es la cuestión de la primacía de la razón instrumental. Una clase de racionalidad de la que nos servimos cuando calculamos la aplicación económica de los medios a un fin dado. Una vez que la sociedad ha dejado de tener una estructura sagrada, dice Taylor, las convenciones sociales y los modos de actuar se encuentran a disposición de cualquiera. Una vez que las criaturas que nos rodean pierden el significado que corresponde a su lugar en la cadena del ser, están abiertas a que se las trate como materias primas o instrumentos de nuestros proyectos. Aquí el temor es que la razón instrumental se apodere de nuestras vidas, que aquellas cosas que deberían determinarse por medio de otros criterios se decidan en términos de eficiencia o de análisis “coste-beneficio”. Algo de eso ocurre con las justificación para perpetuar una distribución injusta de la riqueza a partir de un criterio de crecimiento económico, o la insensibilidad frente a las necesidades del medio ambiente.

3. En el plano político, el individualismo y la razón instrumental se traducen en instituciones y estructuras tecnológico-industriales que limitan nuestras opciones. Un ejemplo de ello, otra vez, son las dificultades que tenemos para enfrentarnos a las amenazas vitales a nuestra existencia que provienen de la crisis ecológica. Pero además, nos dice Taylor, hay un tipo de pérdida que está conectada con el hecho de que nuestras sociedades están habitadas por un tipo de personas que han vuelto la espalda a la política, gente que esta “encerrada en sus corazones”, dice Taylor, gente que prefiere quedarse en casa y gozar de las satisfacciones de la vida privada. De acuerdo con Tocqueville, ésto abre la puerta a una nueva forma de peligro que llama “despotismo blando”, es decir, una situación en la que todo se regirá por un “inmenso poder tutelar”. Eso significa que el peligro consiste en que podemos perder el control de nuestro destino, el ejercicio común de nuestra ciudadanía.



El segundo elemento del cual quería dejar constancia es una idea que originalmente aparece en la obra de Dipesh Chakrabarty, Provincialicing Europe (Princeton: Princeton University Press, 2000) y es retomada por Taylor en Modern Social Imaginaries (London: Duke University Press,2004), edición castellana: Imaginarios sociales modernos (Barcelona: Paidós, 2006). Aquí las ideas claves son las siguientes:

1. Hay que diferenciar dos aspectos en los procesos de modernización:

(a) factores meramente operacionales que tienen un caracter, en principio, neutral, como son el Estado burocrático, la economia de mercado, la ciencia y la tecnología; y

(b) factores culturales, que hacen referencia a determinadas concepciones del bien, la persona, el mundo, la naturaleza, etc.

2. Ha sido una constante en los estudios sobre la modernidad la creencia de que una vez los factores operacionales se ponían en funcionamiento precipitaban necesariamente una serie de transformaciones culturales de caracter universal (secularización, democracia liberal, etc.)

3. Sin embargo, es posible afirmar, en vista a una serie de experimentos sociales que se vienen desarrollando sin pausa, pese a la presión que ha ejercito la hegemonía del modelo liberal de modernización, que existen lo que Chakrabarty ha dado en llamar “modernidades alternativas”, que se diferencian de la modernidad europea, justamente, por el tipo de perspectiva cultural a la que se adhieren.



El tercer elemento al que quiero hacer referencia es el artículo de Emir Sader. El artículo puede leerse aquí (en su versión castellana) y aquí (en su versión portuguesa). Voy a hacer tres breves comentarios sobre el asunto y animarlos a leer el texto del sociólogo brasileño.

1. La tesis central es que lo que está emergiendo de la experiencia de los gobiernos progresistas de Latinoamérica durante la última década es una alternativa real a las respuestas ofrecidas por la tradición liberal a los malestares de la modernidad. Recordemos, la tradición liberal sólo representa uno de los aspectos de la modernidad, su faceta cultural. Las transformaciones operacionales que sufre las sociedades en su tránsito hacia la modernización no necesariamente deben enmarcarse en una comprensión cultural de este tipo.

2. La segunda tesis sostiene que el modelo capitalista liberal no desaparecerá debido a ésta o a ninguna otra crisis. La crisis es una manifestación exclusivamente negativa. Es necesario articular e implementar alternativas para superar la hegemonía del modelo capitalista imperante. Dichas transformaciones no pueden ser efectivas si son reducidas, exclusivamente, a los movimientos de “base”. Los movimientos sociales deben convertirse en una fuerza política si quieren ser verdaderos factores de cambio en el mundo.

3. Sader demuestra de qué manera podemos entender el “progresismo” Latinoamericano como una alternativa real al capitalismo liberal.

EL FÚTBOL: TOTALITARISMO, PUREZA ESTÉTICA Y AUTENTICIDAD



Me gustaría darle una vuelta de tuerca al post anterior. Esta vez no voy a hablar sobre el Maradona “meramente” futbolístico, ni el Maradona “heróico”, voy a intentar articular lo que hay detrás del comportamiento maradoniano, “filosóficamente”. Reconozco que la cuestión puede parecer más o menos absurda, incluso ridícula, pero me atrevo. Para ello voy a hacer alusión, como señala el título, al totalitarismo, la pureza estética y la autenticidad. Cada uno de estos extremos merece un fragmento más largo que dejo para otra ocasión.

Hace unos días me enviaron un video en el que aparecen dos filósofos argentinos, Tomás Abraham y Juan José sebreli, tirándose contra el fútbol. Abraham es un futbolero de toda la vida. Hace unos años, Alejandro Medina me escribió recomendándome un artículo que aparecía en la página web del filósofo, y en ella pude constatar que Abraham le dedicaba al fútbol muchas horas y muchas páginas de escritura. Sin embargo, en estos días está preocupado porque piensa que si a la selección argentina le va bien, eso puede resultar peligroso. Su preocupación gira en torno a la noción de “patrioterismo”. El caso de Sebreli es más complejo. Para sebreli, el fútbol es una actividad esencialmente totalitaria en nuestras sociedades.

Creo que los dos filósofos apuntan a cosas importantes en las que debemos reflexionar con esfuerzo. No cabe la menor duda que el fútbol, como toda manifestación práctica de nuestras sociedades capitalistas y postcapitalistas conduce a un cierto tipo de experiencia de homogenización blanda que conjuga otras prácticas sociales que también ponen en peligro los bienes de autogobierno que inicialmente constituyeron a las sociedades liberales. La corporación del fútbol fusionada con la prensa y la burocracia política están detrás de la degradación de la salud cultural de nuestras sociedades. A quién puede caberle alguna duda al respecto.

Pero otra discusión es aquella que tiene que ver con los protagonistas puntuales y lo que hacemos dentro del marco convencional de nuestro discurso.

La posición de sebreli es una posición última, habla con la intención de poner en cuestión ciertos trasfondos de significación, los marcos referenciales globales, la totalidad de nuestros imaginarios sociales, aquello que nos nutre desde el subsuelo inarticulado de lo que somos.

Podemos o no estar de acuerdo, lo importante es reconocer que se trata de un orden del discurso que no debe mezclarse con el orden del discurso convencional al que se refiere Abraham. Abraham es futbolero, no pone en cuestión el fútbol. Lo que le molesta es que el fútbol pueda ser utilizado para otra cosa. La pregunta es ¿qué otra cosa? A esa otra cosa la llama “patrioterismo”.

No voy a entrar en esta cuestión, y es probable que el modo en el cual he resumido las posiciones de estos dos pensadores argentinos sea más o menos arbitraria. Lo que me importa, como decía, es desplazar la discusión a otro nivel del discurso que nos permita entender de manera menos polarizada la cuestión planteada el otro día en el cual adelanté implícitamente las posiciones de estos dos filósofos, de manera combinada, cuando hablé de Maradona.

Desde cierto punto de vista, Maradona es el mejor jugador del mundo de esa práctica social extendida globalmente que es este deporte de masas que representa el fútbol. Esto es una descripción más o menos digerible de un aspecto de la cuestión. Por otro lado, Maradona es un personaje que, aún participando de dicha práctica, pone en cuestión de manera brutal, los trasfondos de dicha práctica, primero, a través de la autoridad que le ofrece su propia excelencia en esta práctica, y ubicando dicha práctica en un contexto socio-político más amplio. Pero todo esto lo realiza sobre la base de cierta noción de autenticidad, de libertad individual, que se nutre del mito del “haberse hecho a sí mismo”, de haber salido de la miseria para convertirse en un héroe, de hacer las cosas desde el corazón, de ser fiel a sí mismo, etc. Todas estas expresiones son interesantes y, como decía, creo que deberíamos atender a cada una de ellas de manera particular. Por el momento, sigamos dando forma general al problema.

El tercer nivel de análisis se posiciona críticamente frente a:

(1) la posición adoptada por Sebreli, de rechazo absoluto de la práctica del fútbol, achacándole a ésta una supuesta esencia totalitaria;

y con precaución ante:

(2) la observación de Abraham de que el fútbol puede convertirse en instrumento del “patrioterismo”.

No voy a extenderme sobre (1). Creo que he dicho muchas cosas al respecto en artículos anteriores. En resumidas cuentas, la posición de sebreli parece presuponer que toda actividad colectiva resulta siempre y en toda circunstancia un atentado a la individualidad. La posición de sebreli, en última instancia, descansa sobre el presupuesto liberal de un individualismo radical. El rechazo del intelectual frente al fútbol, en este caso, es análogo a la posición “extrafutbolística” de Maradona. Sólo que, en el caso de Sebreli, su crítica se realiza desde un rechazo radical que lo convierte en un outsider, alguien ajeno a la práctica. Su crítica es semejante a la crítica de Frazer sobre la magia que Wittgenstein se ocupó en su momento de refutar, o , en general, a la crítica atea radical sobre la creencia religiosa. Hay muchas cosas cuestionables que no vienen al caso que desarrollemos en estas líneas respecto a la adopción de posiciones de este tipo. La más importante es que, como pretensiones descriptivas/explicativas de los fenómenos humanos, fallan al posicionar su objeto de estudio en una perspectiva de tercer persona que no toma en consideración las motivaciones y bienes que inspiran las prácticas, que sólo pueden ser abordadas desde la experiencia de los participantes.

Maradona, en cambio, sostiene que pase lo que pase, “la pelota no se mancha”. La pelota no es, evidentemente, la pelota material, sino los "bienes" que inspiran el fútbol, los bienes que hacen atractiva su práctica.Eso significa, en breve, que el fútbol no puede reducirse a ninguno de los factores que causan malestar. Estos tienen que ubicarse siempre en el contexto de esa amalgama de orientaciones, práctica e instituciones que la constituyen, siempre de manera tensionada y sujetas a contradicción. Quizá no haga falta decirlo, pero esos bienes que hacen atractivo al fútbol no son, como nos quieren hacer creer, meramente o exclusivamente deportivos.

Ahora bien, el caso de Abraham responde a algo similar. Pero es más difícil de desentrañar. Tiene como fuente un individualismo diferente, que no se nutre del liberalismo clásico, pero que es heredero de dicho individualismo, aunque se posiciona críticamente ante el mismo. La crítica al individualismo de Abraham se articula poniendo en cuestión el contenido de dicho individualismo. Lo que le molesta a Abraham es el carácter instrumental de dicho individualismo, sea en la forma rousseauniana o benthamiana que adopte. La apuesta de Abraham es por un individualismo estético. La crítica de Abraham al fútbol “patriotero” es análoga a la crítica maradoniana a la mafia del fútbol, que a su vez se inscribe en un marco de crítica social más comprensivo.

Ahora bien, lo que diferencia a Maradona es que, pese a su crítica a las estructuras institucionales que sostienen el fútbol, pese a la actitud desafiante que sostiene frente a la autoridad institucional futbolística, en modo alguno pone en cuestión la práctica en sí (“la pelota no se mancha”).

Para Maradona la colectivización de una emoción, la construcción de una identidad colectiva a través de una práctica, no representa necesariamente un atentado contra la individualidad. Más bien es una faceta de la individualidad. Pero además, en contra de lo que piensa Abraham, el fútbol no debería aspirar a desvincularse del mundo, no debería pretender convertirse en una práctica ajena a otras cuestiones extradeportivas. El deporte no debe ser preservado de la política por la sencilla razón de que la política es inherente al deporte. La pretensión de hacer del deporte una práctica extrapolítica es una modo sutil de hacer que la autoridad política que se ejercita en su seno sea más efectiva debido a su invisibilidad. Por lo tanto, para Maradona, el fútbol contiene, ineludiblemente, un aspecto agonístico de confrontación política.

Creo que nuestra tarea no consiste en negar el fútbol (absurda pretensión debido, como bien señala Sebreli, a su omnipresencia), ni a intentar hacer del mismo una práctica inmaculada exclusivamente deportiva, sino más bien en llevar a la luz lo que nos jugamos en el fútbol, y en todo caso, como bien apunta Maradona, en insertar nuestra lucha social, política, económico y ecológica, en el seno de lo futbolístico.

Por supuesto, hay muchos otros temas dignos de ser estudiados en relación con el fútbol. Hay que considerar el tema de lo carnavalesco, el rol de antiestructura que están llamados a cumplir dentro del orden disciplinario los domingos futboleros, etc. Pero dejemos esto a los especialistas.

DIEGO ARMANDO MARADONA, EL "CHÉ".



Estamos en Sudáfrica. La ocasión: una conferencia de prensa. Un periodista pregunta a Maradona:

-¿Qué siente al saber que los sudafricanos, cuando se les pregunta por Argentina, dicen “Maradona-Messi”?- La pregunta tiene trampa, pero Maradona no se inmuta. En cambio le responde:

-Me parece bien. Pero deberían decir “Ché” Guevara-

El periodista se siente decepcionado. Pensó que iba a incomodar al Diego, pero Maradona lo sacó fuera de la cancha, le mostró que en su mente, incluso a pocas horas de comenzar un mundial, la vida no se reduce al rectángulo donde veintidós jugadores en ropas íntimas persiguen una pelota. Para salvar el escollo, el periodista desubicado agrega:

-También Mandela- Maradona, que le acaba de hacer un golazo al periodista atrevido, le dice:

-¿No me preguntaste por Argentina? Bueno, Argentina es el “Ché” Guevara.

Hoy, en el diario El País, publican una crónica en la que se dice que Maradona es un “populista”. Es cierto que nadie sabe muy bien qué quiere decir “populismo”. Los politólogos discuten, los sociólogos no se ponen de acuerdo, los filósofos hacen malabares intentado determinar el lugar que ocupa el término en sus categorias. Pero en la mente de un periodista del diario El País se trata, indudablemente, de una predicación despectiva contra el Diego. Todas las declaraciones que no tengan que ver con la “redonda” son juzgadas por el autor de la nota como estrategias de marketing que no merecen nuestra atención. Pero, ¿Por qué este empeño en reducir sus expresiones extradeportivas a la mentira?

La pregunta es interesante. Pongámosla en contexto. No cabe la menor duda que Maradona ha sido el mejor jugador de fútbol del mundo. Pero no sólo ha sido el “forjador” de una zurda magistral, sino que se ha convertido en un héroe popular por derecho propio. Por supuesto, es posible debatir acerca de si Pele es mejor que Maradona, o si el talento deportivo de Messi es mayor o menor que el talento del Diego, pero ni Pele ni Messi son héroes populares. Son excelentes, magistrales jugadores de fútbol, pero Diego pertenece a otra “raza”, la raza de los "héroes".

Entre otras cosas, lo que distingue a Maradona de sus “colegas” es que el siempre se ha resistido a convertirse en un mero espectáculo. Habiendo probado ser el mejor jugador del mundo, se ha resistido a ser “meramente” el mejor jugador del mundo, y esto tiene una grandeza indiscutible. No se ha conformado con ser un maestro de su arte y eso le ha convertido en una especie de héroe homérico, muchas veces arrebatado por la ira y por la pasión que en su corazón los dioses precipitan. Como ocurría con Agamenón o Aquiles, Maradona sigue siendo un héroe pese a sus arrebatos o, quizá, justamente debido a sus arrebatos. Maradona es un héroe destinado a ser recordado en el canto de la tribu, inmortalizado por los poetas y los cineastas.

Los “negocios”, la “corpo” deportivo-mediática, quiere que los jugadores se acomoden a “las reglas del juego”. Quiere convertirlos en engranajes de esa monstruosa máquina de hacer dinero. Los “responsables” deportivos adiestran concienzudamente a los jugadores para convertirlos en caballeros a-problemáticos, obligándoles a guardar un bajo perfil en lo que toca a la realidad extrafutbolísticas. El jugador de fútbol es una apariencia apetecida. Es recibido con los brazos abiertos para participar en los spots publicitarios de Nike o de Adidas, pero se le mira con una mueca de desagrado cuando expresa sus opiniones políticas, especialmente si se trata de un tercermundista. Un jugador de fútbol está autorizado por sus dueños a convertirse en representante de las Naciones Unidas u ofrecer su imagen para apoyar alguna campaña de ayuda al tercer mundo, pero cuando lo mueve la indignación, como ocurrió recientemente con un jugador musulmán que públicamente condenó la masacre del pueblo palestino, las amonestaciones del poder son veloces y contundentes.

Maradona, en cambio, es una reivindicación de lo humano. Es un No rotundo a la pretensión de hacer de todos nosotros “muñecos”, aunque sea bien remunerados. El más grande jugador de la historia, del deporte más popular que ha conocido la humanidad, se rebela y dice que no, una y otra vez. Su no es una puteada monumental, un arrebato de rabia, un escupitajo en la cara del poderoso. "Maradona, decía Galeano, es un Dios sucio con el cual el pueblo se identifica."

Algunos europeos no entienden su lenguaje chavacano, su desalineo, su sabia locura. Pero no se dan cuenta que su indignación ante la “mala educación” del pibe de oro no es otra cosa que una expresión de la internalización de los valores “muñequiles” que nos ha impuesto un sistema que sólo vela por la apariencia. Un sistema que sólo pide al criminal que asesine con buenas maneras, que "afane"(*) haciendo ostentación de su eficaz eficiencia.

Maradona es, a su manera, una rebelión contra las verdades establecidas de los falsos señores. Pero ellos no se dan cuenta, como señoras gordas que son (anoréxicas sería más acertado en esta época de espejos distorsionantes), mientras comen “masitas” a la hora del té, se revuelven en sus asientos, incómodas cuando escuchan que el Diego se desboca y las manda a ejercer su oficio más auténtico. Pero cuando pasa la tormenta, lo que queda es la verdad. Diego sigue siendo fiel a sí mismos, mientras los otros se arrebatan los residuos que ofrece la obsecuencia. De este modo se explica por qué razón, para Maradona, Argentina es también, y por sobre todas las cosas, el “Ché”.


(*) "afanar" - voz lunfarda que significa hurtar, estafar, robar.

NO ME DIGAS QUE SOMOS UN PUEBLO

Milei viaja a España para apoyar a la extrema derecha, a esa derecha franquista y neoliberal que busca derrocar al gobierno de Pedro Sánchez...